𝕄𝕒́𝕤 𝔼𝕟𝕣𝕖𝕕𝕠𝕤 [ᴀᴅᴀᴘᴛ...

De lxvelymochi

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COMPLETA Enamorarse es fácil. Vivir enamorado es más difícil. ➥Segundo libro de la saga "Enredados" ➥Antes d... Mai multe

Prólogo
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Epílogo

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De lxvelymochi

Cuando abro los ojos la mañana siguiente, todavía es temprano. Una luz grisácea se cuela entre las cortinas, pero aún no ha amanecido.

Y el espacio que hay junto a mí está vacío. Estoy sola.

Durante un terrible e irracional momento pienso que todo ha sido un sueño.

Que Jimin viniera a Busan, nuestra reconciliación, sólo un delirio muy real como consecuencia de ver demasiadas series de televisión y leer novelas románticas de Julie Garwood.

Pero entonces veo la nota que ha dejado sobre la mesita:

«No te asustes. He bajado a por café y algo para desayunar. Vuelvo enseguida. Quédate en la cama.»

Me doy media vuelta aliviada y cierro los ojos. Por experiencia ya sé que, si me levanto demasiado rápido, las náuseas me asaltan con intensidad. Ya no me molestan tanto. Está claro que a nadie le gusta pasarse el día vaciando el contenido de su estómago pero, por extraño que parezca, resulta tranquilizador.

Como si fuera la forma que tiene mi cuerpo de decirme que todo va bien, que todo está en su sitio.

Diez minutos más tarde, me levanto despacio y me pongo la bata. Luego bajo la escalera siguiendo el olor del café recién hecho.

Entonces oigo la voz de Jimin junto a la puerta trasera de la cocina. En lugar de entrar, echo un vistazo por el resquicio. Jimin está ante la encimera batiendo algo en un cuenco de acero inoxidable. Mi madre está sentada muy tensa a la mesa de la esquina. Está repasando unas facturas y pulsando las teclas de una calculadora enorme. Su rostro transmite rigidez y enfado, se nota que se está esforzando por ignorar a la otra persona que hay en la habitación.

Yo escucho y observo, y llego justo para oír el final de la historia de Jimin.

—Y yo dije: «¿Dos millones?». No puedo hacerle esa oferta a mi cliente. Vuelve cuando quieras que hablemos en serio.

Mira a mi madre, pero no hay ninguna reacción. Sigue batiendo y dice:

—Es como lo que le decía a _____hace algunas semanas: algunos tíos necesitan saber cuándo los han vencido.

Mi madre deja una factura sobre la mesa acompañándola de un sonoro golpe y coge la siguiente de la pila.

Jimin suspira. Luego deja el cuenco en la encimera y se sienta delante de mi madre. Ella no le hace ningún caso.

Él medita un momento mientras se frota con los nudillos la barba de tres días que le cubre el mentón. Luego se inclina hacia mi madre y dice:

—Yo quiero a tu hija, Jun. La quiero tanto que moriría por ella.

Mi madre resopla.

Jimin asiente.

—Sí, ya sé que probablemente eso no signifique mucho para ti. Pero es verdad. No puedo prometerte que no vaya a cometer más errores. Pero si lo hago, jamás será nada tan épico como mi última hazaña. Y lo que sí puedo prometer es que haré todo lo que pueda para compensárselo a _____y arreglar las cosas.

Mi madre sigue mirando fijamente la factura que tiene en la mano como si en ella estuviera escrita la cura contra el cáncer.

Jimin se reclina, mira hacia la ventana y sonríe ligeramente.

—Cuando era niño, quería ser como mi padre. Él siempre llevaba esos trajes alucinantes y trabajaba en el piso más alto de un edificio enorme. Y siempre lo tenía todo controlado, era como si tuviera el mundo en las manos. Cuando conocí a _____... No, cuando me di cuenta de que _____lo era todo para mí, lo único que quise fue ser el hombre que la hiciera feliz. El que la sorprendiera, el que la hiciera sonreír.

Mi madre mira a Jimin por primera vez. Él le devuelve la mirada y le dice con determinación:

—Aún quiero ser ese hombre, Jun. Y aún creo poder serlo. Y espero que algún día tú también lo pienses.

Al rato, Jimin se levanta y vuelve a preparar el desayuno en la encimera.

Yo espero y observo mientras mi madre sigue sentada a la mesa en silencio y sin moverse. ¿No es eso lo que quiere oír cualquier padre? ¿Que la única meta de la persona a la que quiere su hija es hacerla feliz? No puedo creer que las palabras de Jimin no la hayan conmovido.

Entonces dice:

—Lo estás haciendo mal.

Jimin deja de batir y se vuelve hacia mi madre.

—¿Ah, sí?

Ella se levanta y le quita el cuenco de entre las manos.

—Sí. Si lo bates mucho, las tortitas te saldrán demasiado gruesas, apelmazadas. Sólo hay que batir la masa lo justo para mezclar los ingredientes. —Le esboza una pequeña sonrisa a Jimin, pero es suficiente—. Yo te ayudo.

Él le devuelve la sonrisa muy despacio.

—Eso sería genial. Gracias.

Sí, ésta es la parte ñoña. Mi corazón se derrite un poco. Porque todas las chicas quieren que su madre vea la bondad que hay en el hombre al que aman.

Entonces entro en la cocina con despreocupación.

—Buenos días.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo te encuentras?

—Bien. Muy bien.

Me acerco a Jimin y él me besa con suavidad y me rodea los hombros con el brazo.

—¿Qué haces levantada? ¿Es que no has visto mi nota?

—Sí. Pero quería ver qué estabas haciendo. ¿Cómo va?

Me guiña el ojo.

—Poco a poco.

Nos quedamos un día más en Busan y luego cogemos un vuelo de última hora para Seúl. El sábado por la mañana volvemos juntos al apartamento.

Yo echo un vistazo por el salón mientras Jimin deja las maletas en la esquina. El apartamento está recién fregado, brilla y huele a limpiador de muebles de limón. Está exactamente igual que cuando me marché hace una semana.

Entonces Jimin se explica, como si me hubiera leído la mente.

—He hecho venir a una brigada de limpieza.

Miro por el pasillo en dirección al cuarto de baño.

—¿Y la hoguera?

Ya hablamos de la incursión de Jimin en el mundo de la piromanía. Me dijo que quemó algunas fotos, pero hay copias. No se perdió nada que no se pueda reemplazar.

Bastante poético, ¿no os parece?

Entonces le digo con aire sombrío:

—Jimin, tenemos que hablar.

Él me observa con cautela.

—No existe conversación en la historia del mundo que empezara con esa frase y acabara bien. ¿Por qué no nos sentamos?

Me siento en el sofá. Él se sienta en el sillón abatible y se vuelve hacia mí.

Voy directa al grano.

—Quiero mudarme.

Él da vueltas a mis palabras en su cabeza mientras yo me preparo para la discusión que sé que va a estallar.

Pero Jimin asiente despacio.

—Tienes razón.

—¿Ah, sí?

—Sí, claro. —Echa un vistazo por el comedor—. Ya tendría que haber pensado antes en eso. Me refiero a que éste es el escenario de tu peor pesadilla. Como la casa de los horrores, ¿quién narices iba a querer vivir ahí?

Se lo está tomando mucho mejor de lo que pensaba. Hasta que prosigue:

—Mi hermana tiene una gran agente inmobiliaria. La llamaré ahora mismo. Si quieres nos podemos quedar en un hotel hasta que encontremos otro sitio. Con el mercado que hay hoy en día, no creo que tardemos mucho.

—No, Jimin. He dicho que yo quiero mudarme. Sola. Quiero tener mi propio apartamento.

Frunce el ceño.

—Y ¿por qué quieres hacer eso?

Es probable que vosotros os estéis preguntando lo mismo. Llevo pensando en esto y planeándolo en mi cabeza desde que decidí que quería quedarme el bebé, con o sin Jimin. Porque existen distintos tipos de dependencia. Yo siempre quise tener seguridad económica y ahora la tengo. Pero nunca he sido emocionalmente independiente. Nunca he estado sola. Y en este momento de mi vida es algo que quiero.

Aunque sólo sea para demostrarme a mí misma que soy capaz de hacerlo.

—Nunca he vivido sola. ¿Lo sabías?

Él contesta sorprendido:

—¿Y?

—El primer curso de universidad viví en una residencia de estudiantes. Luego Hae, Tyler y yo y un grupo de gente alquilamos una casa fuera del campus. Después de eso siempre estuve con Tyler o con Hae y Tyler compartiendo casa o apartamento. Y luego me vine aquí contigo.

Jimin se inclina hacia adelante y apoya los codos sobre las rodillas.

—¿Adónde quieres ir a parar, _____?

—Lo que quiero decir es que nunca me ha faltado alguien a quien recurrir. Nunca he decorado o comprado un mueble sin consultarlo con otra persona. Tengo veintisiete años y apenas he dormido una noche yo sola.

Jimin abre la boca para contestarme, pero yo sigo hablando:

—Y creo que tenías razón cuando dijiste que nos habíamos precipitado. Pasamos de un fin de semana de pasión a vivir juntos de un día para otro.

—¡Y mira lo bien que ha salido todo! Yo sé lo que quiero, y eres tú. No tenía sentido esperar porque...

—Pero quizá sí debería haber esperado, Jimin. Quizá habríamos construido unos cimientos más sólidos para nuestra relación si nos hubiéramos limitado a salir durante un tiempo antes de irnos a vivir juntos. Quizá si hubiéramos ido más despacio no habría pasado nada de esto.

Está enfadado. Y un poco asustado. Está intentando esconderlo, pero está ahí.

—Dijiste que me perdonabas.

—Y lo he hecho. Pero no he olvidado.

Él niega con la cabeza.

—¡Eso es sólo la forma que tenéis las tías de decir que vas a estar toda la vida echándome esta mierda en cara!

Tiene parte de razón. Mentiría si no admitiera que hay una pequeña parte de mí que quiere dejarle bien claro que no puede tratarme como le dé la gana. Cada acción tiene su consecuencia.

Que si la vuelve a liar podría dejarlo, y lo haría.

Pero no se trata sólo de eso.

—¿Quieres redecorar? —me pregunta—. Adelante. ¿Quieres pintar las paredes de color rosa y poner sábanas con putos unicornios en la cama? No diré ni una sola palabra.

Ahora soy yo la que niega con la cabeza.

—Necesito saber que puedo hacerlo, Jimin. Y cuando nuestro hijo o hija se vaya de casa, quiero saber qué se siente para poder ayudarlo.

En este momento espero que Jimin acepte casi cualquier cosa que le proponga.

Las mujeres sabemos cuándo tenemos la carta ganadora. Ya sabéis a qué me refiero. Esos días después de que vuestro marido olvide la fecha del aniversario, o después de que vuestro novio pase demasiadas horas en el bar con sus amigos viendo un partido. Los días posteriores a una pelea, y siempre que sea la mujer quien se alce con la victoria, son días muy apacibles. Cariñosos. Los hombres se esfuerzan por ser considerados y detallistas. Meten los zapatos en el armario, sacan la basura sin que nadie se lo pida y se acuerdan de bajar la tapa del retrete después de usarlo.

Por eso, aunque imagino que a Jimin no le va a gustar mi razonamiento, tengo la esperanza de que se muestre comprensivo y colaborador.

—¡Eso es una puta estupidez!

Ésa no es exactamente la respuesta que esperaba.

Me cruzo de brazos.

—Para mí, no.

Se pone de pie.

—¡Pues estás loca!

Se pasa una mano por el pelo y recupera la compostura.

Cuando vuelve a hablar, sus palabras son relajadas y razonables; el hombre de negocios sensato que lleva dentro toma el mando de la situación.

—Vale, estamos de acuerdo en que los últimos días han sido bastante intensos. Y estás embarazada: no piensas con claridad. Cuando SunHee estaba embarazada quiso cortarse el pelo al cero, como Miley Cyrus. La peluquera la convenció para que no lo hiciera, y al final se alegró de no haberlo hecho. Así que lo mejor será aparcar esa idea y volver a discutirla más adelante.

Suspiro.

—Esto nos irá bien. Seguiremos viéndonos cada día, pero estaremos un tiempo separados, tendremos más espacio...

—Le dijiste a tu madre que no necesitabas espacio. Que necesitábamos estar juntos para superar esto.

—Eso lo dije entonces —replico encogiéndome de hombros. Y luego recurro a los viejos dichos—: Si amas algo de verdad, debes dejarlo ir. Y, si vuelve a ti, entonces será tuyo para siempre.

Jimin se pellizca el puente de la nariz.

—¿Me estás diciendo que vas a demostrarme que no me dejarás nunca dejándome?

—No, voy a demostrar que no te dejaré volviendo contigo.

Jimin se coge la cintura de los pantalones y tira de ella hacia adelante.

—Sigo teniendo polla. Cosa que explica muchas cosas, porque sólo una mujer podría entender tu razonamiento.

Yo pongo los ojos en blanco y Jimin sigue presionándome:

—¡Estás embarazada, _____! Vamos a tener un bebé. ¡No es el momento de dar un paso atrás para preguntarse si uno quiere mantener una relación!

Lo cojo de la mano y lo obligo a sentarse conmigo en el sofá.

—¿Recuerdas todo lo que hiciste antes de que me viniera a vivir aquí? Las flores, los globos, la charla de la hermana B, la redecoración del despacho de tu casa: todos fueron gestos muy bonitos. Me demostraste lo mucho que me querías y lo dispuesto que estabas a cambiar tu vida por mí.

Bajo la cabeza y miro nuestras manos unidas.

—Pero también supusieron una oferta que no pude rechazar. Ninguna mujer podría haberte dicho que no. Y creo que una parte de ti piensa que me manipulaste para que me viniera a vivir contigo, que si no me hubieras presionado tanto, jamás te habría elegido.

—No lo habrías hecho.

—¿Lo ves? Y eso no es verdad. Quizá habría tardado más tiempo en volver a confiar en ti y en convencerme de que estabas preparado para mantener una relación, pero lo habría hecho. Habría seguido estando enamorada de ti y habría seguido queriendo una vida junto a ti por quien eres, no por todas esas cosas que hiciste por mí. Esto arreglará eso, Jimin. Así nunca más volverás a dudar de los motivos por los que estoy contigo.

Él recupera su mano y se la pasa por la cara.

—Así que quieres pagar un apartamento, recoger todas tus cosas, comprar muebles, pasar por el inconveniente del traslado, y sólo para demostrarme a mí y a ti misma que puedes hacerlo. Y sabiendo que en algún momento volverás conmigo de todos modos.

—Bueno, al exponerlo así suena ridículo.

—¡Sí! Gracias. ¡Si lo despojamos de toda la psicología barata, es ridículo!

—No, lo es. Porque cuando volvamos a decidir irnos a vivir juntos será en igualdad de condiciones. Ya no serás tú quien tenga que hacer un hueco en su vida para mí, seremos nosotros dos tomando juntos una decisión.

Aparta la mirada en dirección a la puerta con aire reflexivo. Luego vuelve los ojos hacia mí.

—No. Lo siento, _____. Quiero hacerte feliz, de verdad que sí. Pero no puedo apoyar algo tan absurdo. No puedo estar de acuerdo con esto. Jamás. Es que... no.

Se cruza de brazos y frunce los labios, como un niño de dos años que se niega a moverse hasta salirse con la suya.

Hubo un tiempo no muy lejano en que su negación me habría afectado y habría dejado que su opinión se convirtiera en la mía. Habría cedido por el bien de nuestra relación y mi cordura.

Pero eso pasó.

Me levanto.

—Voy a hacerlo con o sin ti, Jimin. Aunque preferiría que fuera contigo.

Entonces me voy hacia el pasillo en dirección a la habitación.

Me quedo en medio del dormitorio durante algunos minutos recordando.

Algunos de los momentos más maravillosos y románticos de mi vida han ocurrido en esta habitación.

Mentiría si no dijera que la echaré de menos.

Pero sigo convencida de que mi decisión de mudarme nos irá bien a los dos.

Estoy segura de que en algún momento esta decisión marcará la diferencia entre una caída bajo el peso de nuestra propia pasión y obstinación o acabar convertidos en una pareja más sólida que antes.

Me encantaría que Jimin pudiera verlo de la misma forma que yo.

Suspiro y me acerco al armario para hacer mi equipaje. Cuando me marché hace una semana sólo me llevé una bolsa, así que aún me quedan muchas cosas por empaquetar. Abro la puerta y veo la enorme maleta beige en el estante superior.

Los estantes de los armarios no se diseñaron teniendo en cuenta a la gente bajita. Me pongo de puntillas e intento agarrar el asa. Pienso en ir a coger una silla de la otra habitación, pero primero trato de llegar hasta ella saltando.

Cuando flexiono las rodillas para intentarlo por segunda vez, oigo a Jimin acercándose por detrás de mí. Alarga la mano por encima de mi cabeza, coge la maleta con facilidad y la baja.

—No deberías estirar los brazos por encima de tu cabeza. No es bueno para ti..., para el bebé.

Se aleja del armario y deja la maleta sobre la cama.

—¿Cómo sabes eso? —le pregunto mientras lo sigo.

Se encoge de hombros.

—Cuando SunHee estaba embarazada, leí mucho. Quería estar preparado por si se ponía de parto en una reunión familiar o mientras estábamos atrapados en un taxi en hora punta.

Abre la cremallera de la maleta y añade:

—Después debería haberme arrancado los globos oculares, pero habría valido la pena.

Sonrío.

Me coge de los hombros y me sienta al borde de la cama.

—Tú pon los pies en alto y descansa.

Luego se vuelve hacia la cómoda y saca mis camisetas apiladas del cajón para meterlas ordenadamente en la maleta. Mientras lo hace, no me mira ni una sola vez.

—¿Me vas a ayudar a hacer el equipaje?

Asiente con sequedad.

—Sí.

—Pero sigues sin querer que me vaya.

—Sí.

—Y ¿sigues pensando que es una estupidez?

—Sí. No eres una persona que suela tener muchas ideas estúpidas, pero si lo fueras, ésta sería la más absurda de todas.

Coge otro montón de ropa del cajón y yo le pregunto:

—Y ¿por qué me ayudas?

Deja la ropa en la maleta y me mira a los ojos. Y su rostro me dice todo lo que está sintiendo: frustración, resignación..., devoción.

—Estos dos últimos años te habré dicho una docena de veces que haría cualquier cosa por ti. —Se encoge de hombros—. Ha llegado el momento de demostrarlo o cerrar la boca.

Y por eso lo quiero. Y me imagino que es el motivo por el que lo queréis vosotros también.

Porque, a pesar de sus defectos y sus faltas, Jimin tiene la valentía suficiente como para ofrecerme todo lo que tiene; para poner su corazón en la tabla de cortar y darme el hacha.

Si yo se lo pidiera haría cosas que odia. Iría en contra de sus instintos y de su buen juicio, si eso fuera lo que yo necesito. Me antepone a su bienestar y a su propia felicidad.

Me levanto de la cama, le rodeo el cuello con los brazos y pego los labios a los suyos. Un segundo después, mis pies se despegan del suelo y él entierra la mano en mi pelo. Su boca captura mi gemido al tiempo que me estrecha con más fuerza.

Me separo de él y le digo:

—Eres alucinante.

Él esboza una leve sonrisa.

—Ésa es la opinión general.

Sonrío.

—Y te quiero.

Jimin vuelve a dejarme en el suelo pero sigue rodeándome la cintura con los brazos.

—Me alegro. Así me dejarás poner tres cierres en la puerta del apartamento al que decidas trasladarte. Y una cadena. Y un candado.

Le sonrío con más ganas.

—Vale.

A continuación empieza a caminar muy despacio hacia adelante haciéndome retroceder hasta la cama.

—Y tampoco me dirás nada cuando instale un sistema de seguridad.

—Ni soñarlo.

Damos otro paso atrás los dos juntos, casi como si estuviéramos bailando.

—También estoy pensando en conseguirte uno de esos collares con avisador por si te caes y no puedes levantarte.

Entorno los ojos mientras finjo valorar la idea.

—Ya hablaremos de eso.

—Y dejarás que te acompañe a casa al salir del trabajo cada noche.

—Sí.

La parte posterior de mis piernas entra en contacto con la cama.

—También iré a todas las citas médicas que tengas.

—Ni por un segundo he pensado que no lo hicieras.

Jimin coge mi cara entre las manos.

—Y un día te pediré que te cases conmigo. Y sabrás que no es porque estés embarazada ni un absurdo intento de conservarte.

Nos miramos y se me llenan los ojos de lágrimas.

Él sigue hablando con la voz entrecortada:

—Sabrás que te lo estoy pidiendo porque nada me hará sentir más orgulloso que poder decir: «Ésta es mi mujer, _____». Y cuando te lo pida tú dirás que sí.

Cuando asiento, una lágrima resbala por mi mejilla y Jimin la limpia con el pulgar mientras yo le prometo:

—Dalo por hecho.

Y entonces me besa con toda la pasión y el deseo que ha estado reprimiendo durante los dos últimos días. Me coge de la cabeza mientras caemos juntos sobre la cama. Yo me arqueo y el calor me recorre el estómago y los muslos cuando me froto contra esa parte de su cuerpo que ya está dura y preparada.

Jimin levanta la cabeza apoyando los codos en la cama por encima de mis hombros y jadea:

—Entonces ¿esto es sexo de reconciliación o de ruptura? Porque tengo unas ideas fantásticas para las dos opciones.

Yo abro más las piernas para acomodarlo entre ellas.

—Definitivamente es sexo de reconciliación, aunque quizá mezclado con un poco de sexo de ruptura. Y mucho sexo de último día en el apartamento. Hay muchos frentes que cubrir, así que nos va a llevar mucho tiempo.

Jimin sonríe. Y es su sonrisa juvenil y encantadora, una de mis preferidas, la que sólo aparece en ocasiones especiales.

—Me encanta tu forma de pensar —dice.

Y ya no nos levantamos de la cama durante el resto del día.

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