BLOODLINES ━ the dance of the...

By jungkookfilter

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ππ‹πŽπŽπƒπ‹πˆππ„π’ │❛Una dinastΓ­a nacida en fuego y sangre. Los Targaryen estaban condenados y eran buenos... More

━ BLOODLINES.
━ GRAPHIC GALLERY.
━ THE CONTENDERS.
ACT ONE: The beginning of Hell.

00. ━ Prologue.

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00 | DANZA DE LOS DRAGONES.




[ ... ] Cuando los cuervos llegaron a la Fortaleza Roja con nuevas sobre el enfrentamiento que más tarde se conocería como la Batalla del Camino Real, el consejo verde se reunió a toda prisa.

Todas las advertencias de la Serpiente Marina habían resultado fundadas. Casterly Rock, Highgarden y Oldtown habían tardado en reaccionar a la petición de ejércitos por parte del soberano, y cuando respondieron fue con excusas y demoras en vez de promesas; los Lannister estaban embarcados en su guerra contra el Kraken Rojo; los Hightower habían perdido demasiados hombres y no tenían comandantes diestros; la madre del pequeño lord Tyrell escribió para decir que tenía motivos para dudar de la lealtad de los abanderados de su hijo, y «siendo tan solo una mujer, no soy quién para conducir una hueste a la guerra». Ser Tyland Lannister, Ser Marston Waters y Ser Julian Wormwood habían cruzado el mar Angosto para buscar mercenarios en Pentos, Tyrosh y Myr, pero ninguno de ellos había regresado aún.

El rey Aegon II tardaría poco en verse desvalido ante sus adversarios; lo sabían todos sus hombres. Ben Blackwood el Sanguinario, Kermit Tully, Sabitha Frey y sus compañeros de victoria se disponían a reanudar el avance hacia la ciudad, y lord Cregan Stark y sus norteños les pisaban los talones, rezagados apenas unos días de marcha. La flota braavosí que transportaba a la hueste de los Arryn había partido de Gulltown y navegaba hacia el Gaznate, donde tan solo el joven Alyn Velaryon se interponía en su camino, y no se podía confiar en la lealtad de Driftmark.

—Alteza —dijo la Serpiente Marina cuando estuvieron congregados los despojos del otrora eminente consejo verde—, debe capitular. La ciudad no puede resistir otro ataque. Salve a los suyos y sálvese usted. Si abdica a favor del príncipe Aegon, se le permitirá vestir el negro y pasar el resto de sus días honorablemente, en el Muro.

—Ah, ¿sí? —repuso el rey Aegon, esperanzado según Munkun.

Pero la reina viuda no albergaba tales perspectivas.

—Entregaste a su madre a tu dragón como sustento. —le recordó—. El niño lo vio todo. Además, ¿qué pasará con tu hermana? Aemond era lo único que se interponía entre los partidarios restantes de Rhaenyra, que la consideran una traidora a su sangre, y ella. Ahora que tu hermano no está, si tú también la abandonas, vendrán a matarla.

—¿Qué crees que debería hacer? —preguntó el rey, volviéndose hacia ella, desmoralizado.

—Tienes rehenes —replicó Alicent—. Córtale una oreja al chico, mándasela a lord Tully y adviértelo de que le cortarás otra parte del cuerpo por cada dos mil pasos que avance.

—Sí. —dijo Aegon II—. Bien. Que así se haga.

Hizo llamar a Ser Alfred Broome, que tan buen servicio le había prestado en Dragonstone, y le ordenó que se encargara de ello. Cuando se marchó el caballero, el rey se volvió hacia Corlys Velaryon y le dijo:

—De instrucciones a su bastardo de luchar con valentía. Si me falla, si alguno de esos braavosíes pasa el Gaznate, su preciosa lady Baela también perderá algún trozo.

La Serpiente Marina, por supuesto, no rogó, maldijo ni amenazó. Asintió escuetamente, se puso en pie y se marchó.

Champiñón dice que por el camino cruzó una mirada con el Patizambo, pero Champiñón no estaba presente, y parece improbable que un hombre tan curtido como Corlys Velaryon actuara con semejante torpeza en un momento como aquel.

En el consejo de los Verdes, no todos estaban de acuerdo con los planes de la reina viuda y el rey.

Valonqar... Deja en paz al chico.— habló la única hermana sobreviviente de Aegon II, la princesa Daenyrea Targaryen, desatenta—. No debes dañarlo.

—¿Qué te importa a ti lo que le pase?— espetó Aegon—. Su padre mató a tu marido y su madre casi te mata.

—Nuestro tío Daemon me arrebató a Aemond.— aceptó, monótona—. Pero él, quien era el objeto de mi ira, ya está muerto. Y nuestro sobrino es inocente... no debes dañarlo.— insistió—. Si quieres mandar una advertencia usando a alguien que tenga la sangre de Rhaenyra, entonces aquí me tienes.

—Suficiente, haz silencio.— ordenó callar a la princesa—. ¿Crees que funcionará tal amenaza cuando tu importancia para los Negros es inexistente?— se burló—. En este momento, no me sirves ni siquiera para brindarme un nuevo heredero de sangre valyria.

—Hermano, con gusto te daría un heredero si me lo ordenas, pero ¿puedes completar el acto?— respondió sin emoción—, recuerda que te han dejado inservibles las piernas y... tal vez algo más.

Champiñón nos cuenta que las palabras de la princesa enfurecieron tanto al rey que lo único que la salvó de un castigo severo fue la intervención de la reina Alicent. Aunque a Daenyrea no parecía importarle siquiera un poco las posibles represalias de su hermano ante tal insulto. Y es que, de hecho, no le interesaba nada, incluidas las vidas de sus hijos y la suya propia, desde que el príncipe Aemond la había dejado viuda. O más bien, desde que el príncipe Daemon había muerto; como es que afirma Champiñón.

El bufón también se atreve a afirmar que Daenyrea quería morir, pues tanto ella como Aegon estaban acabados. Habían perdido a todos sus hermanos durante la guerrra con Rhaenyra, se encontraban sin aliados verdaderos y Alicent no sería capaz de protegerlos más tiempo.

El único destino que podía esperarles, estando rodeados de tantos enemigos era la muerte. Aunque el rey aún no lo hubiera entendido.

Los cambiacapas de su séquito habían puesto en marcha sus maquinaciones nada más enterarse de la derrota de lord Baratheon en el camino Real.

Cuando ser Alfred Broome cruzó el puente levadizo hacia el Torreón de Maegor, donde se custodiaba al príncipe Aegon, se encontró a ser Perkin la Pulga y a seis de sus Caballeros del Arroyo cortándole el camino.

—Apártense, en nombre del rey —exigió.

—Ahora tenemos un nuevo rey —respondió ser Perkin. Puso una mano en el hombro de ser Alfred... y empujó tan fuertemente que lo tiró del puente levadizo al foso erizado de púas de hierro, donde pasó dos días contorsionándose antes de morir.

En aquel mismo momento, agentes de lord Larys el Patizambo se llevaban a lady Baela Targaryen para ponerla a salvo. A Tom Lenguatrabada lo descubrieron en el patio del alcázar, mientras abandonaba los establos, y lo decapitaron directamente. «Murió como había vivido: tartamudeando», escribió Champiñón. Su padre, Tom Tanglebeard, estaba ausente del castillo, pero lo encontraron en una taberna del callejón de la Anguila. Cuando alegó que era «un simple pescador que viene a tomarse una cerveza», sus captores lo ahogaron en un barril de dicho líquido. Todo esto se hizo tan pulcra, rápida y silenciosamente, que las gentes de King's landing supieron poco o nada de cuanto acontecía tras la muralla de la Fortaleza Roja; ni siquiera saltó ninguna alarma en el propio castillo. Los condenados a muerte fueron ajusticiados mientras el resto de la corte, ajeno al lance, seguía a lo suyo sin obstáculo alguno.

El septón Eustace nos dice que murieron veinticuatro hombres, mientras que el relato verídico de Munkun afirma que fueron veintiuno. Champiñón sostiene haber presenciado la ejecución del catador real, un hombre obscenamente obeso llamado Ummet, y que para no sufrir el mismo destino se vio obligado a ocultarse en un tonel, del que emergió a la noche siguiente «enharinado de pies a cabeza, tan blanco que la primera criada que me vio me tomó por el fantasma de Champiñón». (Esto huele a fabulación; ¿qué interés podrían tener los conjurados en deshacerse de un bufón?)

Apresaron a la reina Alicent en la escalera de caracol mientras se dirigía a sus aposentos; los hombres que la prendieron llevaban en el jubón el hipocampo de la casa Velaryon, y aunque dieron muerte a los dos escoltas de la reina viuda, no les hicieron mal alguno ni a ella ni a sus damas de compañía. Condujeron a la Reina Encadenada, una vez más cubierta de cadenas, a los calabozos, donde aguardaría el veredicto del nuevo rey. Por aquel entonces ya había perdido al último de sus hijos y a su hijastra menor.

Tras la reunión del consejo, la princesa Daenyrea había ordenado que su hija e hijo, la princesa Viserra de seis años y el príncipe Daenor de cuatro años, fuesen llevados a sus aposentos. Una vez allí, abrazó a la niña.

—Tienes los ojos de tu padre.— dijo la hermana del rey Aegon, melancólica—. Sí, te pareces a él. Excepto en el carácter... era tan irascible incuso cuando era pequeño.

Tras despedirse de su hija, hizo lo mismo con el pequeño príncipe de mejillas sonrosadas y grandes ojos violetas que se parecía al príncipe Aemond.

Después de la reunión con sus hijos, un guardia escoltó a Daenyrea al patio, donde dos fuertes escuderos habían trasladado al rey Aegon II, y como de costumbre, esperaba su palanquín; la pierna debilitada hacía que al rey le resultara difícil caminar incluso con muletas.  Ser Gyles Belgrave, el caballero de la Guardia Real que comandaba a sus acompañantes, declaró posteriormente que su alteza parecía inusitadamente fatigado cuando lo ayudaron a encaramarse al palanquín, «tambaleante, con el rostro cerúleo y ceniciento», pero en vez de pedir que lo llevaran a sus aposentos, expresó a ser Gyles su deseo de ir al septo del castillo con su hermana, quien «era como una muñeca. Inexpresiva, con la mirada perdida y sin voluntad propia» que lo seguía.

«Quizá presintiera la cercanía de su fin —escribió el septón Eustace— y deseara rezar por el perdón de sus pecados. La princesa, incapaz de abandonar al único hermano que le quedaba, lo acompañó fielmente, tal como había hecho desde la infancia

Soplaba un viento frío. Cuando levantaron el palanquín, el rey corrió las cortinas para resguardarse y la princesa le acomodó las pieles a su alrededor. Dentro, como siempre, había una frasca de tinto dulce del Rejo, el favorito de Aegon II. Mientras la litera cruzaba el patio, Daenyrea le sirvió una copa.

Ni ser Gyles ni los porteadores sospecharon que nada marchara mal hasta que llegaron al septo y no se abrieron las cortinas.

«Ya estamos aquí, su majestad, su alteza», dijo el caballero, pero no obtuvo más respuesta que el silencio. Como la segunda advertencia y la tercera produjeron el mismo resultado, ser Gyles Belgrave descorrió las cortinas y se encontró al rey entre sus cojines y a la princesa sobre su pecho. Ambos muertos.

«Tenía sangre en los labios.—declaró el caballero sobre el rey—. De lo contrario, podría haberse dicho que dormía. Su jubón estaba manchado con la sangre que al parecer cayó de la nariz de la princesa; tal vez intentó salvarlo pero también terminó por perder la conciencia antes de poder hacer algo.»

Tanto los maestres como el pueblo llano siguen debatiendo qué veneno se empleó y quién lo puso en el vino del rey. (Hay quien afirma que solo podría haber estado al alcance del propio ser Gyles, pero resulta inconcebible que un caballero de la Guardia Real se cobrara la vida del soberano al que había jurado proteger; es más probable que fuera Ummet, el catador real cuya muerte afirma haber presenciado Champiñón.) Pero aunque nunca se sabrá qué mano emponzoñó el tinto del Rejo y le arrebató la vida tanto al rey como a la princesa, no nos cabe duda alguna de que obraba a instancias de Larys Strong.

Así falleció Aegon de la casa Targaryen, el segundo de su nombre, primogénito del rey Viserys I Targaryen y la reina Alicent de la Casa Hightower, cuyo reinado resultó tan breve como amargo. Había vivido veinticuatro años y reinado durante dos.

Daenyrea de la Casa Targaryen, la hija menor del rey Viserys I Targaryen y la reina Aemma de la Casa Arryn, cuyo amor por su hermano resultó tan destructivo tanto para ellos como para su hermana mayor, encontró su final junto al hermano por el que había luchado tanto durante la Danza. Había vivido veintiséis años. 

Cuando, dos días después, la vanguardia del ejército de lord Tully apareció a las puertas de King's landing, Corlys Velaryon se acercó a caballo a recibirla, con un sombrío príncipe Aegon a su lado.

—El rey ha muerto.—anunció la Serpiente Marina, circunspecto—. Larga vida al rey.

Al otro lado de la bahía de Backwater bay, en el Gaznate, lord Leowyn Corbray, desde la proa de una coca braavosí, observaba como una hilera de buques de guerra de los Velaryon arriaban el dragón dorado del segundo Aegon e izaban en su lugar el dragón rojo del primero, el estandarte que habían hecho ondear todos los reyes Targaryen hasta el estallido de la Danza de los Dragones. [ ... ]


— Extracto de Fuego y sangre, siendo una historia de los reyes Targaryen de Westeros; escrito por el Archimaestre Gyldayn.









AUTHOR'S NOTE: QUÉ NERVIOS. Esta es la tercera vez que modifico el prólogo, lol. PERO JURO QUE ES LA ÚLTIMA, OK. Ahora sí he quedado satisfecha y no lo cambiaré más. Como bien saben, mucho de lo que hay en el libro Fuego y Sangre se sabe que proviene de rumores, chismes, supuestos testigos que en realidad nunca estuvieron allí, etc. Por eso quise empezar con algo parecido, este apartado lo he hecho para que, como dice al final, parezca un extracto del escrito del Archimaestre Gyldayn, por lo que puede que sea o no verdad lo que han visto aquí. Tal vez mucho fue alterado. Sólo espero que les haya gustado aunque sea un poco. ;u;

Por tal, si creen que no entienden mucho sobre el trasfondo y casi no se sabe lo que piensan los personajes que aparecieron aquí, es por eso. Porque el escrito no es del todo confiable, está narrado desde la perspectiva de alguien más y mucho tiempo después de que sucedieron los hechos.

Dejando eso de lado, ya empieza la historia de Daenyrea. Realmente, no espero que la amen o la odien, simplemente que, en el mejor de los casos, logren entender sus decisiones. Puede que les caigan mal los personajes y ella, así que pueden comentarlo, siempre y cuando lo hagan con RESPETO. 

Si ven alguna falta ortográfica, disculpen. No he dormido mucho, así que a lo mejor se me escapó algún error por allá.

Sin más que decir, bienvenidxs a Bloodlines, el fanfic donde las líneas de sangre son tanto una bendición como una maldición.

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