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By neferrrtiti_

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๐“•ORGING A HEART
๐’. prologo โ”โ” la hija del herrero
๐ข. tomada
๐ข๐ข. la tormenta
๐ข๐ข๐ข. los hijos de ragnar
๐—ถ๐—ป๐˜๐—ฒ๐—ฟ๐—น๐˜‚๐—ฑ๐—ถ๐—ผ ๐—ฑ๐—ฒ ๐—ถ๐˜ƒ๐—ฎ๐—ฟ
๐ข๐ฏ. distante
๐ฏ. reemplazable
๐ฏ๐ข. atrapada
๐ฏ๐ข๐ข. obediencia
๐ฏ๐ข๐ข๐ข. descubrimiento
๐ข๐ฑ. conflicto
๐ฑ. conflicto parte dos
๐ฑ๐ข. peticiones
๐ฑ๐ข๐ข๐ข. northumbria
๐ฑ๐ข๐ฏ. wessex
๐ฑ๐ฏ. proposiciones

๐ฑ๐ข๐ข. arvid/ el sacrificio

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By neferrrtiti_


𝗖𝗔𝗣𝗜𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗧𝗥𝗘𝗖𝗘: ❛ ARVID/EL SACRIFICIO ❜






Oro.

Algo sobre el metal amarillo era hipnótico, causando riqueza y codicia.

Ivar y Arvid la habían observado trabajar en un tenso silencio, sin poder apartar la vista del metal brillante en sus delicadas manos. Sus dedos trabajaron de la forma en que su padre le había enseñado. Era meticuloso y tedioso, lejos de los estilos de armamento mortal.

Floki estaba bastante complacido.

Se veía hermoso en Helga, decorando su pálida clavícula como una reina. Ella debería ser una reina.

La sonrisa de Helga era más brillante que el sol de verano mientras tocaba suavemente las perlas incrustadas en oro.

—¿Mi esposo te ha metido en esto?

Ella le pregunta, inclinándose hacia la joven morrish que ahora tenía a su cuidado.

—Floki insistió —Artemis asiente.

—Tanaruz, mira que bonito brilla el oro.

La niña mira el collar desinteresada. La pobre niña parecía sin vida y Artemis la miro con ojos tristes. Ella no se merecía tanta, nadie fuera de su hogar se lo merecía.

—¿Y que es esto?

Ivar preguntó arrastrándose hacia la niña. El extiende una mano hacia ella como una invitación amistosa, pero la niña deja escapar un grito agudo en reacción. Ella estaba tan asustada que sus gritos no cesaron hasta que Ivar se alejó completamente.

Helga reaccionó de inmediato, jalando a la niña a su lado y meciéndola de un lado a otro con comodidad. Floki suspira, frotándose una mano por el rostro con frustración mientras Ivar lo miraba confundido.

Artemis observa a la chica encogerse en las faldas de Helga, las lágrimas derramándose de sus ojos como cascadas. Si recordaba correctamente, la niña era de Moorish, España, lo que significaba que hablaba el idioma de los árabes. Muchos comerciantes Moorish acudían a menudo hacia el sur del mediterraneo, vendiendo sus sedas y joyas.

El idioma era difícil, mucho más que el del norte.

Artemis había crecido escuchándolo, su padre y su hermano casi lo hablaban con fluidez gracias a sus viajes vendiendo su trabajo, y ella podía captarlo aquí y allá. Ella no era la mejor, pero probablemente sabía lo suficiente como para hablar con la chica asustada.

Ella cierra los ojos por un momento, buscando en su mente las palabras básicas, y cuando los abre, Ivar la mira con confusión.

—¿Que estas haciendo?

—Estoy pensando.

—Bueno no te hagas daño —el resopla.

Artemis sonríe ante su broma, poniéndose de rodillas a su lado para intentar hablar con la chica.

—¿𝘛𝘶 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘴 𝘛𝘢𝘯𝘢𝘳𝘶𝘻? —ella lo intenta en su arabe entrecortado, inmediatamente Ivar se pone rígido a su lado.

Los ojos llorosos marrones de la niña la miraron con asombro, pero ella permaneció en silencio, asintiendo con la cabeza en respuesta.

—𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 —se señala a sí misma, sonriendo a la chica. Helga observa su intercambio con ojos penetrantes, acariciando distraídamente el cabello oscuro y liso de la chica.

—¿𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘮𝘪 𝘪𝘥𝘪𝘰𝘮𝘢? —Tanaruz le pregunta tímidamente, tratando de alejarse del toque de Helga. Artemis se recordaba mucho a sí misma en ella, asustada y sola.

—𝘛𝘶 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘦𝘳𝘤𝘪𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘮𝘪́𝘢. —Artemis le dice, buscando en los pliegues de su capa para producir una manzana roja brillante. Se la ofrece a la niña con una sonrisa, observando con satisfacción como ella la agarra sin dudarlo.

—𝘏𝘦𝘭𝘨𝘢 𝘦𝘴 𝘢𝘮𝘢𝘣𝘭𝘦. 𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘵𝘦 𝘵𝘳𝘢𝘵𝘢𝘳𝘢́ 𝘣𝘪𝘦𝘯 —Artemis habla lo mejor que puede. Helga sonríe ahora que Tanaruz está más calmada.

—Entonces, ¿puedes hablar otros idiomas? —Ivar pregunta, tirando con delicadeza de uno de los rizos de Artemis para llamar su atención. Ella frunce el ceño, volteándose para mirarlo y a su pequeña mueca.

—No muy bien —ella murmura—. Apenas puedo pronunciar el tuyo correctamente.

Ivar se ríe, asintiendo con la cabeza.

—Tu acento es terrible —el responde, sonriendo cuando ella vuelve a fruncir el ceño, pero fue solo para molestar.

Tanto Floki como Helga observan su intercambio con los ojos muy abiertos, sorprendidos por la naturaleza juguetona que tenían el uno con el otro.

Artemis aparta los ojos de los burlones de Ivar para volver a mirar a Tanaruz. Ella se inclina hacia adelante, tendiéndole las manos alentadoramente. Tanaruz duda pero finalmente baja la manzana a su regazo para agarrar sus manos. Eran tan pequeñas y frías, y ella se estremecía como un conejo asustado.

—𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘢𝘴 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 —Tanaruz parpadea ante la declaración, girando su cuerpo para mirar hacia Helga y Floki antes de mirarlos.

—𝘌𝘭𝘭𝘰𝘴 𝘮𝘢𝘵𝘢𝘳𝘰𝘯 𝘢 𝘮𝘪 𝘮𝘢𝘥𝘳𝘦 —ella comienza—. 𝘠 𝘮𝘦 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳𝘰𝘯 𝘭𝘦𝘫𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘩𝘰𝘨𝘢𝘳

Artemis se quedó atónita en silencio por un momento. Se lame los labios y suspira, bajando la cabeza en tristeza por la niña. Tanaruz estaba traumatizada y tenía todas las razones para sentir resentimiento.

—¿Que fue lo que dijo? —Floki pregunta con los brazos cruzados. Se estaba cansando de la interacción. Esto debe haber sido lo que quiso decir acerca de perder la paciencia.

—Ella está angustiada. Dice que mataron a su madre —Artemis responde, sus ojos nunca dejaron a la chica que tenía lágrimas en los ojos de nuevo.

Ella aprieta sus pequeñas manos para consolarla antes de volverse para mirar a Ivar. El no estaba en absoluto interesado en la situación, pero su interés sólo alcanzaba su punto máximo cada vez que Artemis dejaba que el idioma extranjero saliera de sus labios.

—¿𝘛𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘶𝘯 𝘥𝘪𝘰𝘴? —le pregunta a Tanaruz, y la niña asiente, alejándose de Helga para ver mejor a la chica que hablaba su idioma.

—𝘈𝘭𝘭𝘢𝘩 —ella responde.

—𝘖𝘳𝘢 𝘢 𝘦́𝘭. 𝘌𝘭 𝘵𝘦́ 𝘥𝘢𝘳𝘢́ 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘻𝘢𝘴 —Tanaruz solloza, mirando a Artemis a través de sus gruesas pestañas.

Después de un momento asiente, volteándose para enterrar su cabeza en la suave lana del corpiño de Helga.

—¿Que le dijiste? —pregunta Helga frenéticamente, sus grandes ojos azules inquisitivos.

—Le dije que eres una mujer amable —Helga sonríe ante esto—. Y que debería encontrar consuelo en su Dios.

—Su Dios no la ayudará —Ivar resopla, echando un último vistazo a Tanaruz antes de arrastrarse hacia la puerta.

—Tal vez no —Artemis suspira de nuevo, moviéndose para ponerse de pie—. Pero es joven. Necesita consuelo.

Ivar se queja, antes de mirar a la pareja mayor.

—Espero que Artemis los haya complacido en su trabajo. ¿Floki, Helga?

Helga sonríe y asiente, agarrando el oro alrededor de su cuello con amor. Floki agita su mano sin rumbo fijo, pero le ofrece a Artemis la más pequeña de las sonrisas, una genuina que ella nunca había visto antes.

—La Cristiana tiene talento, eso es evidente.

Ivar sonrie, el orgullo hinchándose en su pecho mientras observa a Artemis. Ella estaba mirando a Tanaruz con ojos tristes, y el sabía que simpatizaba con la niña.

Abandonan la humilde casa e Ivar decide que quería sentarse junto a la playa antes de regresar a casa. La capucha de su capa vuela de su cabeza cuando los vientos se hicieron más fuertes en la orilla del agua. Artemis va detrás de él, dejándose caer a su lado cuando el le indica que se siente.

—Le diste una manzana a la niña —el dice, sus ojos siguiendo las olas rompiendo.

—Lo hice —ella mira hacia abajo, hacia la arena que los rodeaba, agarrando un puño y observando como el viento la arrastra lejos de su piel.

—¿La tomaste de las cocinas? —el pregunta, aunque su tono no era enojado—. Robar es muy malo, ya sabes.

Las palabras fueron dichas de forma infantil, y el finalmente se vuelve para mirarla. Su capa le quedaba grande pero la usaba fielmente, algo que parecía traerle una gran satisfacción.

—Nunca robaría —enfatiza, recogiendo más de la arena fría y granulada en su mano—. El príncipe Ubbe me la regalo.

—¿Ubbe? —Ivar expresa su confusión, frunciendo los labios. Se recuesta contra la arena, poniendo un brazo detrás de su cabeza para mirar cómodamente las nubes grises que pasaban—. ¿Ubbe te regala cosas ahora?

—Solo manzanas cuando puede.

Ivar tararea, cerrando los ojos por un momento para sentir el viento gélido mordiendo su piel. Respira el aire frío y salado, exhalando por la nariz como un pequeño toro. Luego mueve su cabeza hacia un lado, mirando a Artemis temblando brutalmente a pesar de la cálida capa que le había dado.

—No puedes soportar el frío —el dice, levantando la mano para pasar sus dedos por el pelaje de su cuello. Ella se estremece levemente pero no se aleja, finalmente llevando su mirada a sus grandes dedos y luego a sus ojos.

—El frío no existe en mi hogar. Solo el calor —ella levanta la vista hacia el cielo gris y la falta de luz solar—. Y el sol.

—Suena terrible.

Ivar resopla, retirando su mano. El se sienta, entrecerrando los ojos cuando los granos de arena golpean su rostro. Suspira y pone los ojos en blanco cuando ve a Artemis esconder sus mejillas rojas en el calor del pelaje.

—Eres como un ave pequeña —el dice—. Débil y frágil.

El se da la vuelta sobre sus manos y estómago, sonriendo ante su mirada poco divertida.

—Vamos pequeña ave. Es hora de ir a casa.









Artemis no extrañaría el invierno.

Eso quedó claro cuando la escarcha comenzó a derretirse y las flores de primavera comenzaron a florecer lentamente. Las colinas ahora se estaban volviendo de un verde exuberante, junto con los bosques y las montañas. Noruega era una tierra llena de vida salvaje. Los pájaros volvieron a cantar su canción de renacimiento, y el ciervo saltó entre los árboles. Había belleza que Artemis no deseaba ver al principio, pero ya no podía negarlo.

Los duros vientos invernales se convirtieron en una brisa helada. Se requerían menos pieles gruesas, que finalmente se guardaban para el próximo invierno. Los guisos de siempre se cocían menos a medida que las frías noches se volvían agradablemente frescas.

Ella se dio cuenta de que Ivar disfrutaba del cambio de estaciones, por un lado, podía gatear mejor que en la nieve, pero su forma preferida de viajar era en su nuevo carro. Esa fue la sorpresa de Floki para el bastardo lisiado hace unas semanas, pero ella no pudo comprobarlo correctamente hasta que la nieve se derritió.

Ella siempre había comparado a Ivar con un niño cuando se trataba de ciertas áreas de emoción, y sus travesuras salvajes y su ira solo lo demostraban más, pero cuando lo observaba en su carro empujando a través de los árboles recién florecidos, ella todo lo que veía era a un hombre listo para la guerra.

Ivar estaba prácticamente en su momento más feliz, golpeando las riendas en el lomo de la yegua blanca que galopaba ferozmente sobre la hierba cubierta de rocio. Sus rasgos melancólicos habituales se suavizaban con el de la satisfacción, que incluso el casco que llevaba no podía ocultar sus rasgos radiantes.

Ivar a menudo interrumpía sus tareas para que lo acompañase a sus prácticas de carro, ya fuera practicando su reparación con Aria, o en la herrería donde el sabía que ella prefería estar. Después de fabricar la preciosa hacha de Ivar y el regalo de Helga de Floki, la gente de Kattegat comenzó a acudir en masa a la herrería, solicitando artículos en miniatura, como candelabros de plata para una casa rica, o clavos y herramientas de hierro para algún agricultor promedio.

Entonces ella comenzó a recibir obsequios.

Comenzaron con pequeños, en forma de una comida o un baño extra. Luego aumentaron de valor. Le dieron un peine de hueso, similar la que Margarethe le había dejado usar hacía mucho tiempo. Ivar afirmó que su cabello salvaje necesitaba ser domesticado. Luego le dieron una manta de lana. Era de construcción sencilla, nada especial, pero el material era agradable y ya no tendría que dormir envuelta en su capa.

A pesar de los obsequios regalados, Ivar nunca le dio nada personalmente, su orgullo no se lo permitía. Prefería enviar un esclavo en su lugar.

Uno de los últimos obsequios fue uno que se sorprendió al ver. Era un colgante de cruz de oro que pertenecía a uno de los monjes del monasterio antes de que falleciera. Era la única conexión que tenía con su hogar e Ivar le había permitido tenerla. Cuando ella trataba de agradecerle humildemente, Ivar la ignoraba y la enviaba lejos.

—𝘌𝘴 𝘶𝘯 𝘱𝘦𝘳𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢, ¿𝘯𝘰 𝘭𝘰 𝘷𝘦𝘴? 𝘭𝘦 𝘥𝘪𝘫𝘰 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘶𝘯 𝘥𝘪́𝘢 𝘳𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘱𝘢𝘳𝘢𝘣𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘢𝘳𝘮𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘵𝘳𝘰𝘴 𝘱𝘳𝘪́𝘯𝘤𝘪𝘱𝘦𝘴. 𝘓𝘢𝘴 𝘩𝘢𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘥𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘏𝘷𝘪𝘵𝘴𝘦𝘳𝘬 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢𝘯 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘢𝘴𝘵𝘢𝘥𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘶𝘴 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢𝘴 𝘪𝘯𝘤𝘶𝘳𝘴𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘔𝘦𝘥𝘪𝘵𝘦𝘳𝘳𝘢́𝘯𝘦𝘰. 𝘐𝘯𝘤𝘭𝘶𝘴𝘰 𝘉𝘫𝘰𝘳𝘯 𝘭𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘥𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘴𝘶𝘴 𝘢𝘳𝘮𝘢𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘳𝘦𝘱𝘢𝘳𝘢𝘳𝘢.

—¿𝘚𝘶𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢? 𝘦𝘭 𝘶́𝘯𝘪𝘤𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢 𝘢𝘲𝘶𝘪́ 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘵𝘶́, 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 —𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘥𝘰 𝘰𝘤𝘶𝘭𝘵𝘢𝘳 𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪𝘴𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘦𝘹𝘵𝘦𝘯𝘥𝘪́𝘢 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘴𝘶𝘴 𝘭𝘢𝘣𝘪𝘰𝘴.

𝘈 𝘮𝘦𝘯𝘶𝘥𝘰 𝘣𝘢𝘪𝘭𝘢𝘣𝘢𝘯 𝘶𝘯𝘰 𝘢𝘭𝘳𝘦𝘥𝘦𝘥𝘰𝘳 𝘥𝘦𝘭 𝘰𝘵𝘳𝘰, 𝘶𝘯𝘢 𝘣𝘢𝘵𝘢𝘭𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘲𝘶𝘦𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳𝘪́𝘢 𝘪𝘯𝘦𝘹𝘱𝘭𝘰𝘳𝘢𝘥𝘢. 𝘈𝘭𝘭𝘪́ 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘶𝘯𝘢 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢, 𝘦𝘴𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘪𝘦𝘳𝘵𝘰, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘰 𝘦𝘷𝘰𝘭𝘶𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘳𝘪́𝘢. 𝘕𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘮𝘢́𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘢𝘮𝘪𝘴𝘵𝘢𝘥 𝘱𝘭𝘢𝘵𝘰́𝘯𝘪𝘤𝘢.

𝘚𝘶 𝘭𝘢𝘳𝘨𝘰 𝘤𝘢𝘣𝘦𝘭𝘭𝘰 𝘵𝘳𝘦𝘯𝘻𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘢𝘺𝘰́ 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘴𝘶 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘰 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘨𝘪𝘳𝘰́ 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘳 𝘢𝘭 𝘫𝘰𝘷𝘦𝘯 𝘩𝘦𝘳𝘳𝘦𝘳𝘰, 𝘶𝘯 𝘭𝘪𝘨𝘦𝘳𝘰 𝘳𝘶𝘣𝘰𝘳 𝘤𝘶𝘣𝘳𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘶𝘴 𝘱𝘢́𝘭𝘪𝘥𝘢𝘴 𝘮𝘦𝘫𝘪𝘭𝘭𝘢𝘴, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘥𝘪𝘷𝘦𝘳𝘴𝘪𝘰́𝘯 𝘦𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘢𝘻𝘶𝘭𝘦𝘴.

—¿𝘘𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳𝘮𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘷𝘦𝘴 𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦 𝘥𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘳𝘦𝘨𝘢𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘯𝘢𝘮𝘰𝘳𝘢𝘥𝘰? 𝘐𝘷𝘢𝘳 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘩𝘢 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘵𝘦𝘳𝘤𝘰 𝘺 𝘦𝘯𝘰𝘫𝘢𝘥𝘰, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘰 𝘢𝘴𝘪́. 𝘓𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘻𝘤𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢 𝘮𝘪 𝘷𝘪𝘥𝘢.

—𝘕𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘴 𝘳𝘪𝘥𝘪́𝘤𝘶𝘭𝘰. 𝘐𝘷𝘢𝘳 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘮𝘦 𝘩𝘢 𝘰𝘥𝘪𝘢𝘥𝘰 —𝘳𝘦𝘴𝘱𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴, 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘶 𝘥𝘦𝘥𝘰 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘤𝘰𝘳𝘵𝘢𝘥𝘶𝘳𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘱𝘶𝘯𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘥𝘢𝘨𝘢 𝘥𝘦 𝘜𝘣𝘣𝘦. 𝘍𝘶𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘶𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘭𝘭𝘢, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘧𝘶𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘨𝘳𝘢𝘯 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘳𝘢𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯.

—¿𝘝𝘢𝘺𝘢? 𝘴𝘪 𝘦𝘴𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘴𝘰, 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘳𝘪́𝘢 𝘢𝘮𝘦𝘯𝘢𝘻𝘢𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘱𝘶𝘯𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘩𝘢𝘤𝘩𝘢.

𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘥𝘦𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘴𝘶𝘴 𝘮𝘰𝘷𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴, 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘳𝘢́𝘱𝘪𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥, 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰𝘴𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢𝘷𝘪𝘷𝘰́ 𝘦𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰. 𝘌𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰 𝘢𝘳𝘥𝘪́𝘢 𝘵𝘢𝘯 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘭𝘢𝘵𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘰 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯.

—¿𝘘𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳? —𝘴𝘶 𝘷𝘰𝘻 𝘴𝘦 𝘦𝘭𝘦𝘷𝘰́ 𝘶𝘯𝘢 𝘰𝘤𝘵𝘢𝘷𝘢 𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘹𝘱𝘳𝘦𝘴𝘢𝘣𝘢 𝘧𝘦𝘳𝘰𝘻𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘶 𝘤𝘰𝘯𝘧𝘶𝘴𝘪𝘰́𝘯

—𝘓𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳 𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 —𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘤𝘰𝘮𝘪𝘦𝘯𝘻𝘢, 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘪𝘯𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳 𝘴𝘶𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘳𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰𝘴𝘰𝘴 —𝘌𝘴𝘦 𝘐𝘷𝘢𝘳 𝘮𝘦 𝘷𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘢𝘮𝘦𝘯𝘢𝘻𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘨𝘢𝘯𝘢𝘳 𝘵𝘶 𝘢𝘧𝘦𝘤𝘵𝘰.

𝘌𝘭 𝘱𝘶𝘴𝘰 𝘴𝘶𝘴 𝘮𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘴𝘶𝘴 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦𝘯̃𝘰𝘴 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘰𝘴, 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘴𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘢𝘯𝘵𝘢𝘥𝘰𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪𝘴𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢 𝘱𝘰𝘯𝘪́𝘢 𝘢𝘨𝘳𝘢𝘥𝘢𝘣𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘦𝘳𝘷𝘪𝘰𝘴𝘢.

—𝘓𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘢𝘮𝘣𝘪𝘦́𝘯 𝘴𝘪𝘨𝘯𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢 —𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘯𝘶́𝘢—. 𝘘𝘶𝘦 𝘴𝘪 𝘯𝘰𝘴 𝘷𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢, 𝘮𝘦 𝘮𝘢𝘵𝘢𝘳𝘪́𝘢.

𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘢𝘥𝘰𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘴𝘶𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴. 𝘓𝘰𝘴 𝘰𝘣𝘴𝘦𝘳𝘷𝘰́ 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘱𝘰𝘴𝘰́ 𝘦𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘭𝘢𝘣𝘪𝘰𝘴. 𝘊𝘢𝘴𝘪 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢 𝘴𝘶 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦𝘯̃𝘰 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘮𝘢𝘳𝘵𝘪𝘭𝘭𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘱𝘦𝘤𝘩𝘰.

𝘌𝘭 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪𝘰́, 𝘢𝘤𝘦𝘳𝘤𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘱𝘰𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳 𝘶𝘯 𝘴𝘶𝘢𝘷𝘦 𝘣𝘦𝘴𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘭𝘢𝘣𝘪𝘰𝘴, 𝘦𝘭 𝘮𝘶́𝘴𝘤𝘶𝘭𝘰 𝘮𝘰𝘷𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘺𝘰 𝘪𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢́𝘯𝘦𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘕𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘢𝘱𝘢𝘴𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘯𝘪𝘯𝘨𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘯𝘦𝘳𝘢, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘶𝘢𝘷𝘦 𝘺 𝘢𝘮𝘢𝘣𝘭𝘦, 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦 𝘤𝘢𝘳𝘪𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘣𝘪𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘰𝘥𝘪́𝘢 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘳 𝘢 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘨𝘢𝘯𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘢́𝘴. 𝘕𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘣𝘦𝘴𝘰 𝘤𝘶𝘣𝘪𝘦𝘳𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘦𝘳𝘷𝘦𝘻𝘢 𝘥𝘦 𝘚𝘪𝘨𝘶𝘳𝘥, 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘺 𝘥𝘦𝘴𝘰𝘳𝘥𝘦𝘯𝘢𝘥𝘰. 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘴𝘦 𝘴𝘪𝘯𝘵𝘪𝘰́ 𝘤𝘰́𝘮𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘥𝘪𝘥𝘢.

𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘥𝘪𝘴𝘧𝘳𝘶𝘵𝘰́ 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘣𝘦𝘴𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘰́ 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘳𝘪́𝘢, 𝘺 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘰́ 𝘵𝘦𝘮𝘣𝘭𝘰𝘳𝘰𝘴𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦 𝘴𝘦𝘱𝘢𝘳𝘢𝘳𝘰𝘯. 𝘚𝘶𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘷𝘰𝘭𝘰𝘵𝘦𝘢𝘳𝘰𝘯 𝘺 𝘴𝘶𝘴 𝘭𝘢𝘣𝘪𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘧𝘳𝘶𝘯𝘤𝘪𝘥𝘰𝘴, 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘰́ 𝘭𝘢 𝘳𝘪𝘴𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘧𝘶𝘯𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥.

—𝘗𝘦𝘯𝘴𝘦́ 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘳𝘪́𝘢 𝘦𝘴𝘰 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢, 𝘺𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘢𝘣𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘢 𝘢 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳 𝘭𝘢 𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘶𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳𝘭𝘰.

𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘯𝘰 𝘥𝘪𝘤𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢, 𝘤𝘭𝘢𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘪𝘯 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳𝘭𝘰. 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘴𝘦 𝘱𝘰𝘯𝘦 𝘥𝘦 𝘱𝘪𝘦, 𝘥𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘵𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘷𝘪𝘷𝘢𝘳 𝘦𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘦𝘯𝘻𝘰́ 𝘢 𝘥𝘪𝘴𝘮𝘪𝘯𝘶𝘪𝘳.

—¿𝘘𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳?

𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘭𝘦 𝘰𝘧𝘳𝘦𝘤𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘵𝘳𝘪𝘴𝘵𝘦 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪𝘴𝘢, 𝘱𝘢𝘴𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘯𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘣𝘦𝘭𝘭𝘰 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘳𝘪𝘻𝘢𝘣𝘢 𝘫𝘶𝘴𝘵𝘰 𝘥𝘦𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘴𝘶𝘴 𝘢𝘯𝘤𝘩𝘰𝘴 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘰𝘴.

—𝘝𝘰𝘺 𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢𝘳𝘮𝘦 —𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘷𝘦𝘭𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘨𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘥𝘦 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘰𝘴—. 𝘌𝘴 𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘩𝘦𝘳𝘦𝘥𝘦𝘳𝘰𝘴, 𝘺 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦 𝘩𝘢 𝘦𝘭𝘦𝘨𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘰𝘴𝘢 𝘢𝘥𝘦𝘤𝘶𝘢𝘥𝘢.

𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘴𝘶𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢, 𝘤𝘰𝘭𝘰𝘤𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘮𝘦𝘤𝘩𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘣𝘦𝘭𝘭𝘰 𝘴𝘶𝘦𝘭𝘵𝘰 𝘥𝘦𝘵𝘳𝘢́𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘰𝘳𝘦𝘫𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘳𝘢𝘤𝘤𝘪𝘰́𝘯, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘭𝘦 𝘰𝘧𝘳𝘦𝘤𝘦 𝘢 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪𝘴𝘢 𝘵𝘪́𝘮𝘪𝘥𝘢.

—𝘏𝘶𝘣𝘪𝘦𝘳𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘦𝘫𝘢 𝘢𝘥𝘦𝘤𝘶𝘢𝘥𝘢, 𝘴𝘪 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘢𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘶𝘫𝘦𝘳 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘦 —𝘓𝘰𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘴𝘪𝘨𝘶𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘳𝘦𝘱𝘪𝘵𝘢𝘳 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰, 𝘴𝘦𝘤𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘭𝘢 𝘧𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘥𝘰𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘦𝘯𝘻𝘰́ 𝘢 𝘢𝘤𝘶𝘮𝘶𝘭𝘢𝘳𝘴𝘦—. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘐𝘷𝘢𝘳 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘢𝘳𝘴𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘨𝘰.

𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘯𝘶́𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘴𝘶 𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘰, 𝘱𝘰𝘯𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘰 𝘺 𝘱𝘢𝘳𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘢 𝘴𝘶 𝘭𝘢𝘥𝘰. 𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘥𝘦𝘫𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘴 𝘭𝘢𝘮𝘢𝘯 𝘭𝘢 𝘥𝘢𝘨𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘶𝘯 𝘱𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘱𝘪𝘯𝘻𝘢𝘴.

—𝘌𝘭 𝘱𝘳𝘪́𝘯𝘤𝘪𝘱𝘦 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘮𝘢𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘮𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘶 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘪𝘦𝘥𝘢𝘥, 𝘭𝘰 𝘩𝘢 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘥𝘰 𝘮𝘶𝘺 𝘤𝘭𝘢𝘳𝘰.

𝘐𝘷𝘢𝘳 𝘦𝘳𝘢 𝘶𝘯 𝘮𝘢𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘰𝘭𝘶𝘣𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥, 𝘶𝘯 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢𝘫𝘦 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 𝘱𝘰𝘥𝘪́𝘢 𝘭𝘦𝘦𝘳. 𝘌𝘭 𝘯𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘤𝘶𝘭𝘢𝘳𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢𝘮𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭𝘭𝘢. 𝘈 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘨𝘢𝘯̃𝘢𝘣𝘢 𝘴𝘪𝘯 𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘤𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘪́𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘥𝘦𝘮𝘢𝘴𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘣𝘭𝘢𝘯𝘥𝘰. 𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘴𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘪́𝘢 𝘢𝘤𝘰𝘴𝘵𝘶𝘮𝘣𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘴𝘶𝘴 𝘳𝘦𝘱𝘦𝘯𝘵𝘪𝘯𝘰𝘴 𝘢𝘳𝘳𝘦𝘣𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘭𝘭𝘢.

—𝘕𝘰 𝘵𝘦 𝘦𝘯𝘨𝘢𝘯̃𝘦𝘴, 𝘯𝘪𝘯̃𝘢 𝘵𝘰𝘯𝘵𝘢 —𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘴𝘦 𝘳𝘪́𝘦, 𝘥𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘭𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘴𝘰𝘯𝘳𝘪𝘴𝘢 𝘵𝘰𝘳𝘤𝘪𝘥𝘢—. 𝘐𝘷𝘢𝘳 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢́ 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘢𝘧𝘦𝘤𝘵𝘰𝘴 —𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘰𝘱𝘭𝘢.

—𝘛𝘦 𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘵𝘰 𝘭𝘰𝘤𝘰.

—𝘚𝘰𝘭𝘰 𝘥𝘪𝘨𝘰 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘦𝘰 —𝘦𝘭 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘰𝘯𝘥𝘦, 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘳𝘶𝘻 𝘢𝘭𝘳𝘦𝘥𝘦𝘥𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘴𝘶 𝘤𝘶𝘦𝘭𝘭𝘰—. 𝘏𝘢𝘺 𝘶𝘯 𝘤𝘢𝘳𝘪𝘯̃𝘰 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥𝘦𝘴.

—𝘔𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘶́𝘵𝘪𝘭, 𝘲𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢́𝘴 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳.

— 𝘔𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴 —𝘢𝘤𝘶𝘴𝘢 𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥.

— ¡𝘕𝘰 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘨𝘰!

—𝘛𝘶𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘷𝘢𝘨𝘢𝘯 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘭.

—𝘠𝘰...

𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 𝘥𝘶𝘥𝘢, 𝘭𝘢𝘴 𝘱𝘪𝘯𝘻𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘦𝘵𝘢𝘭 𝘢𝘮𝘦𝘯𝘢𝘻𝘢𝘯 𝘤𝘰𝘯 𝘳𝘰𝘮𝘱𝘦𝘳𝘴𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘢𝘨𝘢𝘳𝘳𝘦 𝘮𝘰𝘳𝘵𝘢𝘭. 𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘴𝘦 𝘯𝘦𝘨𝘢𝘳𝘪́𝘢 𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘺 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘩𝘢𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘷𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘩𝘢𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘪́𝘯𝘤𝘪𝘱𝘦 𝘮𝘢́𝘴 𝘫𝘰𝘷𝘦𝘯.

—𝘔𝘪𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘯𝘰 𝘷𝘢𝘨𝘢𝘯.

𝘋𝘪𝘤𝘦 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘴𝘢𝘤𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘢 𝘥𝘢𝘨𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰 𝘺 𝘤𝘰𝘭𝘰𝘤𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘺𝘶𝘯𝘲𝘶𝘦. 𝘌𝘭𝘭𝘢 𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘤𝘦 𝘯𝘢𝘥𝘢 𝘮𝘢́𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘪𝘳𝘢𝘳 𝘦𝘭 𝘮𝘦𝘵𝘢𝘭 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘭𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴.

—𝘌𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘮𝘪𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 —𝘈𝘳𝘷𝘪𝘥 𝘴𝘦 𝘣𝘶𝘳𝘭𝘢, 𝘢𝘭𝘦𝘫𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘴𝘦 𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘴𝘪 𝘦𝘴𝘵𝘶𝘷𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘮𝘰𝘭𝘦𝘴𝘵𝘰. 𝘛𝘢𝘭 𝘷𝘦𝘻 𝘭𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢.

—𝘓𝘢 𝘪𝘨𝘯𝘰𝘳𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘯𝘰 𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘈𝘳𝘵𝘦𝘮𝘪𝘴 —𝘦𝘭 𝘤𝘰𝘯𝘤𝘭𝘶𝘺𝘦 𝘤𝘰𝘯 𝘶𝘯 𝘴𝘶𝘴𝘱𝘪𝘳𝘰 —𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘭𝘢 𝘪𝘨𝘯𝘰𝘳𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘴 𝘧𝘦𝘭𝘪𝘤𝘪𝘥𝘢𝘥.










Ella se pinchó el dedo con la aguja nuevamente, maldiciendo en su idioma antes de chupar la gota de sangre que se formaba en la yema de su dedo.

—Debes aprender a tener paciencia, Artemis.

Artemis observa las hábiles manos de la pelirroja moverse rápidamente, la aguja de hueso entrando y saliendo a un ritmo rápido.

—No tengo paciencia para el trabajo de bordado —ella gime, dejando caer la tela en su regazo. Aria se chupa los dientes.

—Si tienes la intención de ayudar, luego toma el estandarte e inténtalo de nuevo.

Artemis resopla, recogiendo la gruesa tela, trabajando sus dedos doloridos hasta el hueso. Aria tenía la intención de ayudarla con sus terribles habilidades de costura, pero tenía demostrado ser un desafío.

—Este no es mi punto fuerte —ella dice, sacando la lengua ligeramente mientras acercaba la tela a su cara. Había perdido su lugar y ahora tenía que encontrar el camino de regreso a la puntada anterior. Una tarea muy tediosa.

—¿No puedes enhebrar una aguja pero puedes golpear fácilmente el metal con un martillo? ¿Que sentido tiene eso?

Aria resopla, dejando su trabajo para golpear a Artemis en la frente. La acción la hizo reír, apartando la mano de Aria.

—Todos tenemos nuestras fortalezas.

Trabajaron en silencio durante un rato, ambas contentas de que ese día no les tocara ordeñar las vacas o ocuparse de los animales del establo. Las esclavas femeninas de la mayoría de los hogares debían presentarse en el Gran Salón, ayudando en los preparativos de última hora para el viaje que tenían por delante, lo que significaba reparar muchas velas y estandartes.

La reina Lagertha estaba actualmente revisando las fortificaciones. La nieve había causado algunos daños, pero no lo suficientes como para causar alarma, y ella creía que la primavera sería amable con ellos.

—Habrá un sacrificio pronto, ¿sabes? —Aria habla por encima de un susurro, deteniendo sus movimientos. Parecía extremadamente emocionada por eso.

—¿Un sacrificio? —Artemis parpadeo, su sangre se helaba—. ¿Un animal?

—No. Un humano. La reina elegirá a alguien que tenga una gran fe en sus dioses y lo sacrificará. Es para ganar favores para que el ejército triunfe en Inglaterra.

Artemis se quedó completamente sin palabras. Ella había oído hablar de tales prácticas, pero lo había dejado en el fondo de su mente. Por extraño que parezca, nadie hablo ni menciono nunca los sacrificios humanos, ni siquiera Ivar.

—Te has puesto pálida —se ríe Aria, estirándose para colocar su mano en la mejilla fría de Artemis—. ¿Te encuentras mal?

—No lo se.

—¿No estás familiarizada con los sacrificios?

—Por supuesto que no —sisea Artemis. Su mano estaba temblando y su pecho se sentía apretado—. ¿Tu gente se sacrifica?

—Lo hacemos. Los druidas realizan sacrificios cada solsticio —explica Aria, confundida sobre porqué Artemis estaba reaccionando negativamente—. Es algo que debe hacerse si queremos complacer a nuestros dioses, ¿no es esta la forma Cristiana?

—¡No! —Artemis chilla, captando la atención de los demás en el pasillo. Avergonzada, se aclara la garganta y baja la cabeza hasta que las miradas se detienen y las conversaciones aisladas comienzan de nuevo. Ella se da cuenta de la forma en que las guerreras de mayor confianza de la reina la miraban. Si recordaba correctamente, la rubia era Torvi, quien ahora sabía que era la compañera de Bjorn y madre de sus hijos. La de cabello oscuro era Astrid, rumoreada amante de la mismísima reina Lagertha.

Ambas eran hermosas y feroces, doncellas y escuderas por derecho propio. Artemis no quería cruzarse con ellas. Ella no confiaban en la esclava de fabricación de armas que pertenecía a Ivar el deshuesado.

—No —Artemis repite casi sin aliento—. No es el estilo cristiano —hace una pausa—. No es el estilo moral.

—Pero es el estilo pagano. Así es como los sacerdotes cristianos llaman a mi pueblo —no había amabilidad en la voz de Aria, más que nada resentimiento—. Toda Irlanda casi se ha vuelto a la religión cristiana, pero algunas facciones permanecen fieles a los dioses. Estos sacrificios deben hacerse, Artemis —dice Aria con severidad—. Deben hacerse si las cosas van a volver a la normalidad.

—Pero tu no crees en los mismos dioses.

—No, no lo hago —acepta Aria—. Pero rezaré a mis dioses en la noche del sacrificio, y espero que me escuchen.

—¿Y porque oraras? —Artemis pregunta, volviendo sus ojos a su reparación. Oye a aria suspirar.

—Por una vida mejor, supongo.










Los tambores sonaban con fuerza, reverberando en el cielo lleno de estrellas. Se encendieron antorchas y se colgaron alrededor del centro, iluminando el mismo centro de la ciudad. El aire a su alrededor era siniestro, y un escalofrío recorrió la columna vertebral de Artemis.

Allí estaba ella, la reina, luciendo tan hermosa como siempre para realizar un acto tan atroz. Su vestido ceremonial era blanco hueso, pero pronto estaría cubierto por la sangre de un hombre inocente. La espada en su mano brilló cuando colocó la punta sobre el estómago del hombre. Era un jarl y un participante dispuesto. Era coraje que Artemis nunca había conocido.

—No mires hacia otro lado —le advierte Ubbe, sus ojos azules observan como la reina apuñala limpiamente al voluntario sacrificio—. Ofenderás a los dioses —Artemis observaba de mala gana, sus uñas presionando profundamente en sus palmas.

La sangre brotó del hombre, la punta de la espada ahora visible desde el otro lado de el. El Jarl no grito ni gimió de dolor, pero la sangre siguió fluyendo.

Artemis mira a su lado mientras los hermanos miraban fascinados, siendo Ubbe el único que la reprendió. Margarethe estaba entre Ubbe y Hvitserk, agarrando sus brazos con anticipación. Ella parecía estar disfrutando de la escena. Sigurd estaba igual de atento, pero debió sentir su mirada. El atrapó sus ojos, mirándola fijamente por un momento. Era como si estuviera buscando algo, pero no encontró nada. El le hace un gesto para que mire hacia atrás de la escena sangrienta con un movimiento de cabeza antes de alejarse.

De repente, la multitud comenzó a gritar junto a su reina:

𝘗𝘰𝘳 𝘶𝘯 𝘣𝘶𝘦𝘯 𝘢𝘯̃𝘰 𝘺 𝘱𝘢𝘻, 𝘲𝘶𝘦 𝘛𝘩𝘰𝘳 𝘯𝘰𝘴 𝘤𝘶𝘪𝘥𝘦.

Artemis sintió que se le formaba un nudo en la garganta al observar al sacerdote pagano recoger la sangre en un cuenco dorado, rociándoles la cara con el espeso líquido carmesí. Ella inmediatamente hace un ruido de incomodidad, cerrando los ojos ante la sensación de la sangre caliente deslizándose por su rostro. La imagen ya estaba grabada detrás de sus párpados. La visión del moribundo sería permanente.

El hombre sacrificado estaba muerto y colocado en el suelo como si estuviera en un sueño profundo. Los fuegos ardían hasta bien entrada la noche mientras la gente rendía culto y rezaba a sus dioses.

Helga se mueve a su lado, agarrando la mano en el poco consuelo que podía ofrecerle. Tanaruz entierra su rostro en las faldas de Helga. Si Artemis estaba asustada, seguramente Tanaruz también lo estaba.

Ella siente el tirón familiar en el dobladillo de su vestido, y lentamente se pone de rodillas para encontrarse con los ojos muy abiertos de su amo lisiado. Sus ojos recorren su rostro manchado de sangre, inmediatamente tomando nota de su ceño fruncido.

—¿Tienes miedo?

Ivar sonríe, su propio rostro ensangrentado bastante temible a la luz de los fuegos. Parecía más tranquilo que nunca, completamente en su elemento cuando estaba rodeado de muerte y sangre.

—¿Tienes miedo de nuestros caminos?

Ella permanece en silencio, sin saber que responder. Quería tanto esconderse en ese momento. Quería que dios la salvara. Sintió una soledad como ninguna otra. Una tristeza llega a sus oscuros ojos y la diversión de Ivar se desvanece ante su expresión asustada. Ella solloza, pequeñas lágrimas corren por sus mejillas, manchando la sangre en su camino.

—Tengo miedo.

Ivar escucha sus palabras susurradas a pesar del volumen de los tambores. Ella se limpia la nariz con la manga, sin mirarlo a los ojos.

—𝘝𝘦𝘪𝘬𝘳 —el se chupa los dientes—. Deja de llorar pajarito. Me duelen las piernas y deseo tomar cerveza. Déjanos ir.

Veikr: débil

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