𝐓𝐚𝐤𝐞 𝐎𝐧 𝐌𝐞 - {𝙽𝚘𝙼�...

By ZaiJam

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El actor Na Jaemin nunca ha sido tocado amorosamente por nadie en sus veinte años de vida. Y cuando le ofrece... More

1. Vienna
2. La opción indicada
3. Mujer bonita
4. Romeo + Julieta
5. Noche de Brujas
6. Cosas grises
7. Playa vs Ciudad
8. Quédate
9. Sígueme la corriente
10. Celos
11. Ataques al corazón
12. Bestias mimadas
13. Frágil por primera vez
14. Torbellino
15. Amor en blanco y negro
16. Hasta que sea aburrido
17. Narrador Testigo
18. Cómo te odio
19. Te necesito
20. El temor y la envidia en el placar
21. Todo lo que está entre nosotros
23. Lo que no puedes dejar ir
24. Al final del camino

22. Con las venas abiertas

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By ZaiJam


Mitski - Your best american girl

El cuerpo le dolía. Nunca le había dolido tanto como en ese diminuto instante en el que sus manos temblorosas, punzantes, vivas, soltaron las frías y entumecidas manos de su padre. Luego, el dolor fue un golpe sordo. Una cosa horrorosa que parecía cubrirle como una manta que al ser clavada en el suelo no le permitió respirar, ni correr, ni gritar.

Quería silencio.

Odiaba que nadie hablase.

Quería mantenerse de pie.

Odiaba no poder recostarse en el suelo del hospital para acurrucarse entre la mugre y la frialdad.

Quería que las personas le dejasen solo.

Odiaba no tener a nadie quien comprendiese su dolor.

Estaba siendo egoísta, pero a quién le importaba ahora el egoísmo. Su corazón hecho un estropajo, pisoteado y cuajado. Irónicamente, nunca había sentido el peso de la vida como ahora. Le latía el corazón, le escocían las entrañas, le palpitaba la cabeza. Estaba tan vivo que era físicamente insoportable.

Quería desconectarse del mundo, naufragar en alguna dimensión en donde pudiese desbaratarse y sufrir sin que el resto del mundo le hiciese notar que la vida seguía, que mientras algunas personas subían posts en Instagram celebrando el fin de semana, él estaría carcomiéndose por dentro debido a que su padre había desaparecido.

Yeeun le atrapó después de un rato, el pequeño cuerpo de la chica se pegó al suyo entre sollozos rotos. Él la empujó sin fuerza, casi venenoso. Quién era ella para llorar mientras él no podía hacerlo todavía. Estaba siendo malvado, se arrepentiría más tarde, pero en este momento no podía detenerse.

-La morgue estará aquí en unos minutos- dijo la enfermera de turno en el pabellón, su voz suave irritó los oídos de Jeno.

Asintió, mirándola a los ojos.

-Entiendo.

¿Pero lo hacía?

¿Lo entendía?

No.

A veces creía que la razón era más una desgracia que una virtud.

Después de lo que pareció una pequeña tortura de tiempo, Yeeun le dijo que los chicos habían llamado al servicio funerario que meses atrás él mismo contactó. Sus amigos hicieron la mayoría de las cosas después de eso, y Jeno se sintió inservible. Temía que al mirarse al espejo volviese a ver al niño que corría entre los camiones, haciendo un mar con sus lágrimas por el desespero de regresar con papá. Excepto que esta vez nadie le encontraría, el viejo no estaría allí para levantarlo y palmearle la espalda con cariño, mientras le reprendía por no haberle hecho caso cuando le dijo que le esperase dentro de la gasolinera.

Y se rio de sí mismo. No creyó que hubiese una diferencia entre tener al viejo postrado en una cama, conectado a maquinas que hacían ruidos horrendos, y la muerte. Pero la había, existía una gran diferencia al respecto.

Ahora Jeno por fin descansaría, por fin tendría tiempo de sentarse en la soledad del inmaculado espacio que diseñó para sí mismo a pensar en todo lo que su padre le enseñó, en la música que jamás volverían a escuchar juntos, en las largas tardes dentro de un camión donde las conversaciones giraban en torno a cosas que, según su padre, Jeno comprendería cuando fuese adulto.

Mujeres, autos, canciones y malos hábitos.

Su padre le había hablado de todas esas cosas como si ya desde ese tiempo tuviese el presentimiento de que su vida sería efímera. O quizá simplemente se trataba de que era un hombre sin educación, con manos ennegrecidas por la grasa de motores, que no sabía tratar con niños de siete años.

A Jeno no le importaba lo que otros pudiesen decir. Su padre le crió como a un niño, como a un adolescente, como a un hombre, todo al mismo tiempo. Y quizá Jeno había salido algo torcido, ¿pero no lo estábamos todos?

La única cosa que su padre no le enseñó fue a como pasar a través de las ausencias.

Cómo sobrellevar el hecho de que una vez este día terminase, no volvería a ver el rostro de su padre.

No volvería a sujetarle la mano.

Y solo tendría la pobre memoria para recordar el tacto, el aroma, la voz, la mirada y la cercanía del viejo.

No recordaba salir del hospital, no recordaba hacer el trayecto a las oficinas funerarias donde un encargado lo condujo a un lugar privado. Yeeun eternamente postrada a su diestra, sujetándole la mano, fuerte y renuente. Jungwoo esperaba junto a Renjun en el exterior, ambos en silencio, ambos observando los pasos inseguros de Jeno.

-Velaremos a su padre las doce horas correspondientes y una vez el servicio esté listo nos contactaremos con usted.

Jeno admiró los ojos falsamente compasivos del sujeto. Tenía más o menos su edad y Jeno tuvo la urgencia de preguntarle cuántos familiares deplorables veía por día. Se quedó en silencio, asintiendo como lo hizo ante cada una de las conversaciones que intentaron entablar con él.

-¿En cuánto tiempo sería eso? - quiso saber Yeeun. Jeno miró el perfil cansado de su amiga, las uñas de un rojo brillante estaban rasgando la piel de la mano de Jeno.

El hombre les entregó una planilla que Jeno debía de completar.

-Después de tener sus datos y de concluidas las doce horas, la cremación será realizada el domingo a primera hora y el lunes estaremos contactándonos con ustedes.

Jeno quería cubrirse los oídos. Quería alejar las uñas de Yeeun. Quería sujetar la camisa del tipo y darle un puñetazo hasta que la frialdad se extinguiese. Ya tenía suficiente pensando en que su padre estaría solo durante toda la noche, en una habitación sin habitantes, con la compañía de la muerte. E incluso esta última le soltaría la mano.

Dolió.

Dejó de mover la lapicera. Arrastró la silla hacia atrás, su caligrafía desprolija fue un recordatorio de la ansiedad que le carcomía por dentro. Avanzó fuera de la habitación, deteniéndose una fracción de segundo frente a sus amigos.

-Vamos- le dijo Renjun, alcanzándole la chaqueta que había sido olvidada en la casa de la familia Jung-, es hora de descansar, hombre.

Jeno miró a Yeeun que se mantenía detrás de él. Ella parpadeó y sacó las llaves del bolsillo de sus pantalones.

-Hablaré con el resto de los chicos- aseguró, intentando quitarle esa presión a Jeno-, no te preocupes.

-Gracias.

Ingresó en el escarabajo de su amiga, descansando la frente en la ventanilla y observando la oscuridad de la ciudad. Una canción tranquila sonaba desde la radio interrumpiendo el sonido del motor y la vibración del asiento.

-Jen, si tu quieres...- comenzó ella, apenas dándole un vistazo por el rabillo del ojo-, puedes venir a casa. Renjun estará allí también y-

Jeno dejó de escucharla. El simple pensamiento de seguir rodeado de personas le hacía entrar en pánico. Quería estar solo, pero temía cómo se sentiría la verdadera soledad. Cerró los ojos, pensando e imaginando la última vez que su casa no se había sentido fría y su corazón había estado expuesto de una forma agradable, como si la coraza que lo protegía se hubiese derretido. Pensó en la última vez que el peso del mundo, del dinero que no le alcanzaría, de la comida que se le acabaría antes de fin de mes, del poco tiempo que tenía para dormir, no estuvo sobre sus hombros.

-Yeeun- la interrumpió, alejando la cabeza del frío y empañado cristal-, déjame aquí.

Ella titubeó. Admiró la calle desolada en medio de la noche. No estaban ni siquiera cerca del departamento.

-¿Qué?

Jeno apretó la manija, ansiado el momento del descenso.

-Solo detente.

Una vez Yeeun estacionó en un costado del asfalto, Jeno tropezó fuera del auto. Estaba más débil de lo que creyó, pero no le importó. Resistió de pie, agachándose para mirarla por última vez esa noche.

-Caminaré.

-Jeno, no...

-Ve, por favor.

Y los labios de su amiga se apretaron en una línea complicada. Al final, asintió.

-Llámame si necesitas algo.

Él forzó su propia paciencia.

-Sí, lo haré.

Primero avanzó con las manos en los bolsillos, la chaqueta ya colgada de su brazo. El aire de la noche se sentía bien sobre su cuerpo de por sí congelado. Admiró las nubes de tormenta en lo alto del cielo y se encontró a sí mismo avanzando más rápido, maldijo a los semáforos y a los autos que no se detenían ante ningún alma perdida. Entonces corrió, la lluvia le alcanzó a mitad de camino, lo empujó hacia atrás, pero él empujó más fuerte. El sudor desapareciendo bajo las gruesas gotas de lluvia. Jeno gruñó, los músculos le escocieron, el mundo se volvió un borrón extraño. Él siguió.


Cuando era pequeño, Jaemin se encontró a sí mismo en medio del living de la pequeña casa de su infancia, viendo en la pantalla de la televisión, que tenía tantos años como esa verruga en la barbilla de su abuela, a Barbara Streisand darle ojos enamorados a Robert Redfrod mientras él le sonreía coqueto, siendo el típico galán inolvidable. Jaemin tendría unos ocho años cuando se puso de pie, lejos de las miradas curiosas de sus padres, e imitó los diálogos de la película, torciendo los labios en una sonrisa que en su imaginación se veía igual de fascinante que la del tipo. Se retorció de emoción cuando al cerrar los ojos se vio a sí mismo haciendo eso por el resto de su vida.

Ya no sabía dónde había quedado enterrado ese niño que soñaba con su rostro en las carteleras de los cines.

Se llevó la copa de vino a los labios, su cuerpo estirándose a lo largo de la alfombra en medio de su espacioso y lujoso penthouse. Escuchaba a Barbara Streisand cantar The way we are mientras las gotas de lluvia decoraban el gigantesco ventanal que reflejaba las luces de la ciudad.

Por primera vez, en lo que fue un par de largos meses, Jaemin se liberó del miedo. Sin embargo, aún seguía durmiendo con un cuchillo al alcance de la mano y siempre, justo antes de dormir, se aseguraba de que nadie estuviese esperándole en el interior del placar.

Alguien tocó la puerta con impaciencia. Jaemin rodó los ojos, ronroneando como un gato grande al ponerse de pie. Procuró no derrumbar la copa de vino con los pies. El frío le recorrió una vez estuvo fuera del calorcito de la alfombra.

No lograba imaginar cuál sería el motivo de la interrupción de su tranquilo sábado. Sunny raramente se anunciaba antes de entrar, Yeji siempre le enviaba un mensaje antes de presentarse en su hogar, y Mingi raramente salía de su puesto de trabajo.

Sujetó el picaporte y la voz que se deslizó desde el pasillo le atravesó la columna vertebral como un hormigueo de aspereza y anhelo.

-Jaemin -fue todo lo que le escuchó pronunciar.

Respiró hondo, frenando la debilidad que le estremeció la piel. Su frente se apoyó contra la puerta, sus manos dejaron ir poco a poco el picaporte. Ellos no habían hablado en el último par de días. Un acuerdo tácito que Jaemin procuró no romper ante la cuota de necesidad que seguía sintiendo cada vez que veía a su guardaespaldas fumar cerca de la furgoneta, o custodiarle en los sets de filmación, con los ojos negros clavados en él.

Irguió la espalda y se preparó para ser el bastardo sarcástico y evasivo de siempre. Pero la respiración se le quedó suspendida en el aire cuando creyó oír un quejido estrangulado al otro lado de la puerta.

Luego, la voz de su guardaespaldas se pegó a la madera y le llegó a los oídos.

-Jaemin, por favor...

Y se dio cuenta de que algo iba mal. Una sensación fantasma guió sus movimientos. Abrió la puerta de un tirón observando el cabello empapado cubrir los ojos de Jeno. Se humedeció la boca, sintiéndose, repentinamente, ansioso. Las mejillas sonrojadas del hombre contrastaban con la palidez de sus labios, su pecho agitado iba a juego con el temblor de las manos huesudas que se alzaron para detenerse a centímetros del rostro de Jaemin.

Fue un pedido silencioso, uno que Jaemin aceptó con un pequeño asentimiento. Entonces el hombre dejó caer el mojado abrigo al suelo para tropezar hacia adelante.

Jeno lo estranguló en un abrazo. La piel mojada le tocó por todas partes, erizándole el vello del cuerpo. La nariz fría fue presionada en su garganta, y Jaemin sintió el contraste que hacía con el aliento caliente y errático que humedeció la unión de su cuello con su hombro. Sensaciones de cálido y frío le atravesaron la columna vertebral.

Los ojos de Jaemin se encontraron por un instante con los de Mingi. Apartó la mirada de inmediato, descansado tímidamente las manos en la espalda de Jeno. La voz endeble pronunció algo que hizo cosquillas en su piel.

Esta vez incluso Mingi logró escucharle.

-Murió.

Y los dedos de Jaemin se curvaron para apretarle la camiseta que se le pegaba a los huesos.

Lo llevó dentro, a él y a su dolor, empujándole hacia el interior del inmenso lugar sepultado por las sombras de la noche y la voz de la señorita Streisand.


La mirada de Jeno estaba perdida en algún punto del suelo, tan lejos del mundo terrenal que apenas se dio cuenta de que su cabello goteaba sobre los azulejos del baño. Las luces parpadearon inundándolo todo de un color tenue. Sus manos reticentes en el brazo de Jaemin fueron desprendidas. Jaemin le incitó a sentarse en el filo de la bañera y le desvistió con sumo cuidado, como si Jeno fuese una pieza de arcilla que se arruinaría si ejercía demasiada presión.

Primero la camiseta, sus nudillos rozaron el abdomen de Jeno, sus pezones endurecidos a causa del frío y su mandíbula áspera por un mal afeitado. Después los zapatos, que estaban tan empapados como el resto de él. Y por último se deshizo de los pantalones y la ropa interior. Jeno tenía la piel de gallina, los músculos de sus brazos se aflojaron una vez tocó el agua caliente de la bañera.

Hundió la espalda allí y descubrió que el vapor le aflojaba los sentimientos. Jaemin se arrodilló en el suelo, a un lado de la bañera. Los dedos grandes y firmes tocaron el cabello de Jeno, apartándolo de sus ojos.

Ninguno de ellos sabría decir si fueron horas o minutos lo que duraron detenidos en ese instante. Jeno dejó que su cabeza se recostase en el borde de la bañera, los ojos angustiados fijos en el pecho del joven cuyos dedos pendían sobre su nuca, como si Jaemin temiese que al soltarle Jeno fuese capaz de caer dentro del agua.

Ninguno habló.

La canción que sonaba desde la televisión en la sala de estar había terminado hacía ya mucho tiempo.

Después de un rato, Jaemin susurró una pequeña pregunta que no coincidía con la textura de su voz.

-¿Quieres comer algo?

Los párpados de Jeno se juntaron.

-No.

Jaemin le dio un leve apretón en la barbilla.

-Vamos a la cama entonces.

Eran cerca de las dos de la madrugada cuando Jeno se detuvo a los pies de la cama, era cálido, así como era frío, a tal punto que estremecía el cuerpo desnudo de Jeno. Era un lugarcito secreto en el universo, un rinconcito creado por la lluvia y las sombras. Tan armonioso como caótico, fue lo único que trajo consuelo a su corazón desecho.

El dolor aún le arrastraba el alma, pero el deseo le punzaba en las yemas de los dedos y una brisa cálida le envolvía los tobillos, subiendo por sus piernas hasta estrujarle el abdomen y obligarle a respirar con cautela. Admiró la forma en que Jaemin, sentado en la esquina de la cama, desprendía su ropa, llevándola hacia abajo a medida que los centímetros de piel eran descubiertos.

Sabía que Jaemin no le debía nada, sabía que era un milagro que el chico de oro de la televisión estuviese llevándolo a la cama, desnudándose frente a él al ritmo latente de las gotas sobre el cristal y el constante traqueteo de su pulso. Su miembro se hinchó de deseo ante la manera en que Jaemin se recostó sobre la frazada, los codos hundidos en el colchón y las mejillas sonrojadas.

-No confío en muchas personas, creo que eres consciente de eso, así que ven aquí y haz lo que quieras, lo que necesites. -le dijo, permitiéndole a Jeno tomar la decisión de lo que sucedería a continuación. De si prefería frotarse piel a piel hasta desfallecer o simplemente existir, el uno contra el otro, hasta que el dolor se sintiese cómodo en su cuerpo.

¿Y cómo podría Jeno no caer, de venas abiertas, ante él?

Se tambaleó por lo alto, frágil y cansado separó los tobillos de Jaemin, metiéndose entre sus piernas, siendo enjaulado por los muslos de carne hirviente. Sus caderas se juntaron una y otra vez, probándose, midiéndose. Todo lo que eran latió y latió hasta que cada uno de ellos anheló una cercanía mayor, una que ni siquiera resultaba humanamente posible.

Jaemin le mantuvo firme. Besó su mejilla, manchándose los labios de sal, estrujando con los dientes el pulso tiritante en la garganta del hombre que lloró y amasó su carne como si Jaemin fuese su ancla. Y a pesar de sentir los residuos de la muerte, Jeno procuró darle un lugarcito a la vida.

El cuchillo y el monstruo en el placar fueron olvidados. Jaemin gimió por lo alto al sentir los dedos largos y temblorosos hacerse un espacio en él, tocar el punto que le hacía erizarse de pies a cabeza, con la curva del cuello expuesta y la mirada desenfocada en el techo de marfil. Sus largas piernas de músculos firmes se extendieron un poco más y sus propias manos lucharon por seguir dando suaves caricias en el cabello empapado por la lluvia.

La quemazón de una intromisión mayor hizo a su cuerpo vibrar. Se sacudió en espasmos de dolor convertido en placer. Las sábanas cayeron al suelo, las bocas jugaron a un eterno desencuentro y las extremidades formaron enredaderas mientras tocaban, besaban, mordían y furiosamente crujían. Su cabello de plata fue maltratado, su boca desgarrada y su cuerpo usurpado. Y así se sentía bien. Era un remolino de sensaciones que le atravesaban como una tormenta de éxtasis.

El acto fue acompañado por el repiqueteo de la lluvia en los ventanales. Y el dolor de Lee Jeno se derritió cuando Na Jaemin entró en escena, así como lo hizo el mundo.


Se despertó abatido, el cuerpo hecho un lío y la mente magullada hasta el punto de que dudó haberse emborrachado la noche anterior. Pero rápidamente descubrió el olor familiar que le envolvía, las sábanas que le apretaban la cadera y la molesta luz que ingresaba desde un gran conjunto de ventanas alargadas que nada tenían que ver con sus persianas polvorientas. Rodó fuera de esa prisión blanda, descansando la espalda contra la mesa de luz blanca. Tenía un corazón roto y era tremendamente confuso despertar en un mundo donde la ausencia de su padre pesaba más que su propia vida.

Caminó con las piernas temblorosas hacia el baño donde encontró su ropa colgada cerca de la ventanilla abierta. El frío le siguió de prisa, provocando que le castañearan los dientes a medida que se ponía las prendas que apestaban a humedad. Regresó al cuarto después de eso, rascándose la barbilla que comenzaba a sentirse áspera. Observó las sábanas revueltas justo como su mente, las recogió del suelo y se detuvo al encontrar, en un rincón oscuro debajo de la cama, una de las corbatas que había dado por perdida. La enredó en su puño e imaginó cómo era que había acabado allí.

Entonces una mueca se deslizó despacio en sus labios.

-Chico raro- susurró con afecto, devolviendo la prenda al rincón entre la pata de la cama y la pared, la dobló con cuidado, justo como la había encontrado.

La sala de estar estaba en silencio cuando la pisó, recogió su chaqueta que seguía cerca de la puerta y deslizó los brazos dentro.

-Oh...

Miró hacia arriba, para toparse con el cuerpo al que se había abrazado durante toda la noche. Na Jaemin tenía su ropa de marca, con la camisa perfectamente dentro de los pantalones y las converse amarillas anudadas como si se hubiese tomado su tiempo. Y si no fuese porque le temblaba la mano que sostenía el café humeante o porque tenía la piel de la mejilla irritada por la barba casi inexistente de Jeno, no habría prueba de lo que el chico dorado de la televisión había hecho con otro hombre.

-Lectura de guion, lo siento- fue todo lo que dijo, acomodándose el cabello a medida que se acercaba a la puerta, justo a menos de un metro de su guardaespaldas. Y algo en el pecho de Jeno escoció, porque, aunque jamás se había hecho grandes esperanzas, creyó... tontamente... que podría haber significado algo. Jaemin carraspeó y sus ojos se encontraron una vez más. - Puedes quedarte, o marcharte si eso deseas. No habrá moros en la costa una vez me haya ido.

El corazón le latió en la garganta, miró los labios separados y los dientes blancos, miró la barbilla delgada y el cuello largo. Quiso alcanzarle, pero temía el rechazo y no quería arriesgarse a oír la queja salir de Jaemin.

Asintió, frotando la capa de cabello en su nuca que era tan corta que causaba cosquillas en su palma.

Jaemin apoyó la espalda en la puerta y suspiró.

-No te olvides de hablar con el jefe- susurró, luciendo tan inquieto como Jeno se sentía-, mereces unos días de descanso.

Y con eso la puerta fue abierta y Na Jaemin rompió la bandera de paz que ambos habían izado durante ese par de horas.

Jeno no esperó a que Jaemin regresase.

El peso de sus decisiones cayó encima de sus hombros en el instante en que se quedó solo en ese gran lugar. Había expuesto su corazón y, al igual que el niño que se perdía entre camiones temiendo ser abandonado por su padre como lo había sido por su madre, Jeno no tuvo la fuerza para sentarse a esperar y ver cuáles eran los sentimientos que aparecerían en la mirada de Jaemin al verle allí.

Una vez llegó a su departamento hasta los músculos de los cuales no conocía el nombre le rogaban tomar un descanso, pero su mente era una marea que avanzaba de prisa y le obligaba a mantenerse despierto. Se duchó y puso la ropa usada en el lavarropas, entonces comió uno de los últimos paquetes de ramen que quedaban en la alacena y desechó las dos latas de cerveza que permanecían cerradas. Había comenzado a subir de peso y criar una panza que no le agradaba. Llamaría a su jefe esa tarde y le explicaría lo que había sucedido, entonces usaría los pocos días libres que obtendría para correr en el parque como lo había hecho hacía algunos años atrás, cuando aún creía que iría al ejercito una vez su padre saliera ileso del hospital.


Encontró a Yeeun un par de días después.

Estaba en el garaje de su casa, con el molesto gato de pelaje cobrizo deambulando por las latas de pintura que infectaban el aire puro del jardín. Yeeun tenía el mismo jardinero de jean que alguna vez perteneció a su madre, y Jeno casi podía ver cuán parecidas eran ahora que su amiga se había cortado el cabello.

Se recostó en uno de los escalones que daban hacia el interior de la casa y se quitó la gorra de baseball. Había decidido llegar de improvisto, después de una carrera por el parque más cercano. No sabía muy bien qué lo había dirigido en esa dirección, pero allí estaba, observando a la mujer que, una vez, imaginó sería su futura esposa. Sí, quizá eran ilusiones de un adolescente que creció con la idea de que los hombres deben de amar todo lo que tenga ruedas y que conseguir una buena chica para casarse era el principio de un buen futuro.

-Hacía mucho no veía tus dotes artísticos.

Yeeun sonrió, admirando el lienzo manchado de tonos fríos que no seguían un patrón definido y que, sin embargo, crean un ambiente agradable.

-Tuve un sueño algo loco y me hizo sentir nostalgia- Yeeun le miró de reojo, señalando con el pincel la gorra que Jeno sostenía-, al parecer no soy la única, ¿eh?

-No, no lo eres- Dejó la gorra de su padre sobre el escalón y se puso de pie, acercándose a su mejor amiga. Apestaba a sudor, pero a ella no pareció importarle. -Estuve escondido estos días y no tenía idea de porqué.

-¿Ahora lo sabes?

-Sí. Quería estar solo, realmente encerrarme por un tiempo.

Yeeun le dio una expresión comprensiva. El gato ronroneó al frotarse entre las piernas de su persona, como si presintiese que el momento ameritaba su consuelo.

-¿Cómo estuvo eso?

Él confesó -Apestó, me hizo sentir claustrofóbico y triste -, arrastrando lejos una gota salada que cayó desde la raíz de su cabello y se derramó en su ceja.

El pincel repicó en el suelo cuando Yeeun lo soltó, sus suaves manos sujetaron el rostro de Jeno y las puntas de sus pies sostuvieron todo su peso cuando ella se irguió para mirarle a los ojos.

-Te conozco, sé lo que estás planeando. -¿Lo haces? quiso preguntar. -No tienes por qué estar solo, puedes quedarte conmigo, aquí. Hay suficiente espacio para ti.

-No es...- Jeno sacudió la cabeza en busca de aclararse las ideas. -Quería ser honesto contigo por si... ya sabes. -Se humedeció los labios con el terror de que otra persona pudiese abandonarle-, ya no estoy enamorado de ti.

Yeeun dio un paso hacia atrás, una sonrisa tensa se formó en sus labios antes de que su cuerpo se relajase por completo.

-Lo sé.

La mirada de Jeno se cristalizó.

-¿Qué?

Ella le palmeó la mejilla con cariño y frustración.

-A diferencia de lo que crees, apestas guardando tus sentimientos.

Jeno aflojó la tensión que le recorría las entrañas. Sus pies retrocedieron de regreso a los tres escalones y se desplomó en el segundo de ellos, deseando tener uno de esos juguetes que puedes aplastar hasta acabar con los latidos erráticos de tu corazón.

-Supongo que también sabes el resto.

Yeeun tomó asiento cerca del cabestrillo, procurando ordenar los pinceles que se habían salido del frasco.

-Bueno, tú no eres del tipo conversador sarcástico y juguetón, pero ese día cuando lo trajiste contigo te veías como un niño intentando molestar a tu interés amoroso de la primaria para llamar su atención- Yeeun soltó una risita. -Debo admitir que fue algo tierno de presenciar.

-Entonces, ¿por qué...?

-¿Por qué te besé? - Bufó, encogiéndose de hombros. -Al parecer Karina tenía razón cuando me llamó perra luego de que fui a llorar en medio de ella y Sungchan. -Hubo un leve instante en el que ambos se quedaron mirando la lata de pintura que estaba entre ellos, hasta que Yeeun se cubrió los ojos. -No lo sé, Jen. Dolió pensar que si por fin te enamorabas de alguien más sería la vez definitiva en que romperíamos nuestra conexión. Quizá pueda ser lo contrario, una vez terminamos lo nuestro no volvimos a ser los de antes, pero tal vez querer estar con otra persona es justo lo que necesitamos para volver a lo que fue, a nuestra amistad.

Jeno jugó con las llaves de su casa que se le clavaban en el costado de la cadera. Recordar los buenos momentos no era lo que quería hacer en estos días porque aún sentía que podría largarse a llorar si lo hacía, sin embargo, fue agradable pensar en la complicidad que ellos tenían. Entonces, recordó que durante la mayor parte de su vida había estado suspirando por esta chica que lo mantenía centrado, despierto y andando. Nunca supo muy bien cuál era la forma correcta de amar. Su madre le enseñó el abandono, su padre le mostró que el motor de un auto podía restaurarse tantas veces como fuese la voluntad del dueño, pero nunca volvería a lo que fue y tenías que adecuarte a esos cambios si lo querías contigo. Él mismo jamás tuvo algo que quisiese cuidar y restaurar hasta el cansancio.

Hasta ahora.

-Es más que eso, Yeeun -tragó pesado, mirándola a los ojos-, estoy enamorado de él.

Yeeun pestañeó, pareciéndose a un robot mal funcionando durante un par de segundos. Bajó sus párpados, y cuando volvió a abrirlos el ardor se manifestó en su mirada. Pero ella le sonrió a su mejor amigo.

-Sí, eso dolió un poco. -Se limpió lo que podría haber sido el comienzo de un llanto y soltó una risa franca. -Bien, galán, no me opondré en tu boda si eso es lo que temes.

Los labios de Jeno se adelgazaron también.

-Jaemin te despedazaría si lo opacas. -Lo dijo de forma apresurada, pensando en el ceño fruncido del joven actor que escondería bajo una sonrisa que solo Jeno reconocería por lo que realmente era; un demonio caído del cielo.

Luego bajó a la tierra y se hundió miserablemente en el suelo.

-Deberías decírselo- interrumpió Yeeun -, decirle lo que harás y que él tome su decisión.

Jeno tragó pesado.

-Sí, debería de hacer eso.


Nunca había creído que su mundo de colores pudiese resultarle insulso, hasta que se dio cuenta de que el champagne con brillantina realmente sabía detestable y que las miradas que le echaban no eran más que los ojos de tiburones nadando alrededor de un cuerpo desangrándose. Observó su esmoquin en el espejo del baño, la música elegante sonando desde el gran salón, se acomodó el cabello color plata y aspiró hondo, poniendo de regreso esa sonrisa impostada que había estado ensayando con Sunny durante toda la tarde del domingo.

Caminó entre los hombres y mujeres que tenían signos de dólares en sus ojos. Sunny le encontró cerca del escenario, otorgándole la copa de sidra que ni remotamente loco bebería. Había aprendido, después de años de estar en este circo, que las cosas caras no eran precisamente las más disfrutables. Su manager de tacones magenta le dio unas palmaditas alentadoras y lo empujó a los comensales que le esperaban cerca del podio. Casi podía imaginarlos sacando de sus trajes costosos unos cubiertos de plata con los que se darían una cena gourmet donde el plato principal sería, precisamente, Na Jaemin.

El silencio llegó, alguien tosió mientras él hizo una reverencia hacia el sujeto de sesenta años que le dio su estrella y le prometió que la mantendría brillando. Por ahora, así era. Pero sabía lo duro y traicionero que era este mundo. ¿Cuánto demorarían en darse cuenta de que Jaemin no era más que un acto arreglado? ¿Cuánto duraría siendo el protagonista? ¿Quién sería el próximo gran tesoro de la empresa que lo desplazaría a la fosa al igual que él había desplazada al resto?

Después de todo, este gran universo de estrellas era una competencia eterna.

El reflejo de los cristales pulidos que formaban los ventanales le otorgaron un vistazo de su presente.

Su belleza no duraría para siempre.

Tampoco su juventud.

Ni siquiera estaba seguro de porqué las personas le estaban aplaudiendo, pero él puso su mejor expresión de confianza y alzó la copa delgada.

-¡Por un futuro brillante! - exclamó su jefe, rodeándole por los hombros con fingido afecto paternal.

Jaemin bebió con disgusto, conversó con los tiburones y bailó con la hija de un hombre que tenía su propio imperio de oro. Eran las dos de la madrugada cuando el aire fresco del exterior le devolvió a la vida real.

-El sr. Kim murió hace una hora -dijo Sunny una vez los dos estuvieron en el asiento trasero del auto. -Pobre hombre.

-¿Quién?

Sunny enarcó las cejas y, por el espejo retrovisor, Jaemin pudo observar la expresión constipada en el rostro de Mingi.

-Fue tu chofer, Jaemin.

Se acomodó el saco e hizo crujir sus nudillos.

-Oh.

-Un infarto- completó Sunny.

Jaemin recostó la frente en la ventanilla y observó las luces de la ciudad.

No se apenaba de ser una mala persona. Dudaba de que alguien alguna vez le conociese realmente, y lo que mostraba a las cámaras era lo bastante bueno para ser adorado por el resto de sus días. Aún así, la voz de su molesto guardaespaldas regresó en la fría noche llamándole mimado y caprichoso. Entonces se sintió un poco avergonzado de no saber el nombre del hombre que había estado trabajando para él durante esos años. Tal vez Jaemin contribuyó un poco a ese infarto con sus quejas absurdas y sus maltratos.

¿Cómo podía alguien amarle de pies a cabeza?

Sus defectos eran los de un monstruo y sus virtudes tan falsas y endebles como muñequitos de papel.

Se aflojó la corbata al bajar del vehículo y escuchó una de las alarmas resonar desde alguna parte del estacionamiento de su edificio.

-Lee Jeno.

La voz de Sunny le hizo alzar la cabeza hacia donde las luces seguían iluminando la fila de los autos. Su corazón pegó un salto al conectar la mirada con el hombre joven que vestía un hoodie deportivo y unos jeans gastados. Realmente no sabía cuál versión le gustaba más. Pero lo cierto fue que su cabello oculto por la gorra de baseball hizo a los labios de Jaemin fruncirse. A él realmente le gustaba el cabello de Jeno.

La pequeña mujer de vestido pomposo y tacones altos se aclaró la garganta rompiendo con el encantamiento que había paralizado al chico.

-¿Qué se supone que haces aquí?

La pieza metálica en su muñeca brilló cuando se quitó la gorra. Jaemin se estremeció al recordar el reloj de pulsera descansar contra la piel sensible de su abdomen después de haber sido follado en su cama.

-Una pequeña visita.

Fue todo lo que Jeno respondió. Sunny no escatimó en fingir que estaba contenta con su presencia, se cruzó de brazos y elevó el mentón, aunque en ella el orgullo resultaba casi burlesco.

-Debiste ir a las oficinas, ahora no es un buen momento.

Jaemin contuvo la respiración porque esos ojos negros habían vuelto a estar sobre él. No era bueno para su presión arterial que siempre sufriese un millón espasmos cada vez que eso sucedía. Se preguntó si era normal o si se trataba de alguna enfermedad. De seguro Jeno sabría la respuesta, pero le avergonzaba formularla en voz alta.

Su guardaespaldas avanzó un par de pasos, los suficientes para que su voz dejase de retumbar. Guardó las manos en los bolsillos del buzo y ni por un segundo apartó su atención de Jaemin.

-Quería hablar contigo.

Jaemin ardió. Su respiración le quemó la garganta y sus fosas nasales lucharon por expandirse lo suficiente para recuperar algo de oxígeno. Decir eso, de esa manera, mirándole a él y respirando por él, ¿no era una forma atroz de romper las reglas? Simplemente pensarlo le era aterrador, porque sabía que tanto Sunny como Mingi o cualquier persona que observase la escena podría decir lo que colgaba entre ellos.

La pequeña mujer rechinó los dientes en una amenaza silenciosa.

-Te esperaré dentro, Jaem- le dijo sin apartar la vista del frente, sus tacones resonaron en la graba hasta detenerse a un par de centímetros de Lee Jeno. -No te atrevas a perjudicar a mi cliente.

Chasqueó los dedos y Mingi le siguió dentro, palmeando el hombro de Jeno antes de desaparecer por los caminos que los demás autos formaban.

Jaemin recostó la espalda en vehículo, con los brazos detrás de la espalda y el cabello engominado que comenzaba a perder su encanto.

-Ha sido una larga semana. - Fue lo primero que Jeno le dijo, aún parecía estar demasiado lejos.

-¿Estás bien?

Se rascó la nuca, retorciendo la gorra en su otra mano.

-Bien, sí. Escucha Jaemin, yo...

-Estuve pensándolo- intervino él, poniendo todo su esfuerzo en sostenerle la mirada. -Sobre necesitarte. He sido un imbécil que ha estado pidiendo consuelo y tú... trabajas para mí, así que no tenías otra opción a pesar de que estabas enojado con la situación. Lo lamento, no fue justo.

A diferencia de lo que él creía, Jeno frunció las cejas y caminó hacia él, luciendo confundido.

-¿A qué se debe todo eso ahora?

-Solo quería disculparme y créeme, no es fácil para mí admitir que me equivoqué así que aprécialo.

Jeno apretó los puños a los costados de su cuerpo, la gorra cayó al suelo y los ojos de Jaemin siguieron el descenso.

Luego, las palabras pronunciadas de forma lenta le trajeron de regreso al rostro del hombre que le observaba como si no pudiese decidirse entre sacudirle o acariciarle.

-Me gusta que me necesites.

Los párpados de Jaemin se abrieron en sorpresa.

-¿Qué?

Jeno miró una vez por sobre su hombro, asegurándose de que estuviesen completamente solos. Entonces rio a viva voz, pero no hubo una pizca de gracia en ello, solo frustración.

-A veces creo que simplemente no quieres darte cuenta- masculló, las pequeñas arrugas hicieron aparición en su frente. -¿Por qué te es tan difícil creer que pueda sentir algo por ti? ¿De verdad piensas que lo hice porque temía perder mi empleo?

-No sé si quiero escuchar esto.

-Eres egoísta.

-Lo sé.

-E insufrible y realmente creo que serás mi ruina porque eres amado solo con respirar y lo entiendo, créeme, eres hermoso y cuando sonríes el mundo se tambalea, así que no sé si pueda darte algo más de lo que ya tienes-

-Jeno...

La respiración se le enganchó en el pecho cuando las manos de Jeno alcanzaron su rostro.

-Ojalá pudiese prometerte algo más que a mí mismo, pero es todo lo que tengo.

Los ojos de Jaemin se apretaron, luchando contra los sentimientos que le desgarraban de forma visceral. Su piel se volvió de acero y su corazón encontró consuelo en el encierro de siempre. Tomó las manos que le sujetaban y acarició un segundo los nudillos antes de alejarse del tacto.

-No es una bonita fantasía- respiró rápido, como en una habitación en llamas. -Dime, Lee Jeno ¿Aceptarías estar en las sombras? Porque eso es todo lo que yo puedo darte, un teatro de sombras.

La manera en la que Jeno le miró fue digna de quedarse para siempre en la memoria de Jaemin.

-Lo resolveremos.

Los ojos de Jaemin se enrojecieron.

-No creo que podamos- dijo, tal vez era el miedo hablando o el odio hacia sí mismo, pero le dolió un infierno decir lo siguiente. -Lo siento.

Jeno aguantó su mirada por lento segundo que amenazó con despedazarlos en vida. Hasta que retrocedió por fin, su postura endeble y sus labios agrietados.

-Bien- susurró, recuperando su gorra del suelo-, perdón por venir a esta hora, debes estar cansado. Duerme bien, torbellino.

Una de las uñas de Jaemin se quebró cuando la presionó. Ardió como la mierda, pero fue mejor que ver la decepción en el rostro de su guardaespaldas. Una duda urgente surgió en su mente, ¿Me querrías incluso cuando te demuestre lo horrible que puedo ser?

No se atrevió a pronunciarla en voz alta.

Y le vio marchar, sabiendo que había elegido seguir manteniendo su estrella brillando porque era lo único que conocía, lo único que le mantenía vivo, a pesar de que significaba mantener su interior sepultado para siempre.

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