Evan 1. Renacer © [En proceso...

By Luisebm7

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En un futuro cercano, donde los avances científicos se propagarán como milagros y donde el poder residirá en... More

Notas
Prólogo
02 - Storm Company
03 - Unidad 7
04 - Dolor
05 - Tarde libre
06 - El encuentro
07 - Malas noticias
08 - La cena
09 - La redada
10 - El cambio
11 - Disculpas
12 - Concupiscencia
13 - Ira
14 - Perversidad
15 - El experimento
16 - Brote
17 - Dudas
18 - Cacería
19 - Monstruos 1
20 - Monstruos II
21 - Respiro
22 - Resultados
23 - Mentiras
24 - Muertos vivientes
25 - Las instalaciones
26 - Rescate
27 - Atrapados
28 - Huida
29 - Perseguidos
30 - Sacrificio

01 - Las CES

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By Luisebm7

La era del desarrollo tecnológico se había extendido a nivel global como una pandemia. Los privilegiados jugaban a ser dioses sobre un tablero de ajedrez que representaba los despliegues reales de sus avanzados juguetes. Los menos favorecidos soñaban con los proyectores holográficos y las muñecas de inteligencia artificial a semejanza de sus ídolos.

La generación de falsos políticos profetas, elegidos por una población cegada por tales corruptos incompetentes, respiraba su fin con el alzamiento de los empresarios. Por primera vez en la historia, mujeres y hombres con una visión de futuro conquistaron la presidencia. La nueva era estuvo a punto de desembocar en un conflicto bélico a escala mundial, pero los nuevos representantes del poder impusieron la otra cara de la moneda al destituir a los viejos políticos.

Los líderes empresariales promovieron la paz y el primer impacto de ello fue eliminar las pequeñas fronteras. Dejaron de existir países para convertirse, por proximidad geográfica, en Naciones, siendo las más representativas la Nación de América del Norte, la Nación de Europa Occidental y la Nación de Asia del Norte.

Las nuevas políticas de igualdad del mundo moderno permitían que cualquiera pudiera volverse rico de la noche a la mañana, pero a un alto precio de exigencia personal que pocos estaban dispuestos a asumir por conformismo. También era fácil saborear el lado opuesto, pues la nueva sociedad estaba diseñada para que todos fueran productivos, y eludir las responsabilidades como ciudadano tenía consecuencias.

Las grandes empresas que se consolidaban con el nuevo sistema de gobierno invirtieron capital en el desarrollo de la seguridad civil. Después de todo, un ganado bien cuidado sería más beneficioso. Se crearon fuerzas especiales como las FOP, Fuerzas del Orden Público, encargadas de la seguridad diaria de los civiles, y las CES, Cuerpo Especial de Seguridad, unidad destinada contra el terrorismo y todo lo que representara una amenaza de nivel superior.

Dentro de las CES de la Nación de América del Norte destacaba la Unidad 7. Operaba con frecuencia en la isla artificial del Atlántico Land Heart. Sus logros se debían a la buena compenetración de los miembros del equipo, aunque acumulaba sanciones por seguir su propio protocolo de actuación. Precisamente se encontraba en una misión cuando ocurría el accidente del camión furgón en el norte de la isla.

El edificio empresarial Cronos estaba rodeado por soldados de las FOP, que se ocupaban de mantener los alrededores despejados de ingenuos civiles curiosos. El furgón blindado de la Unidad 7 arribó a toda prisa y se detuvo junto a los coches patrulla de las FOP. Algunos sonreían con orgullo, como si la solución estuviera frente a ellos. Otros, envidiosos, observaban y pensaban en cuál sería la desagradable sorpresa que tendrían que limpiar después.

Las puertas traseras del furgón se abrieron y, veloces, varios miembros del equipo bajaron del vehículo. Todos vestían con un uniforme negro especial ceñido al cuerpo. En una oreja portaban un dispositivo para las comunicaciones del que se extendía un lente holográfico hasta el ojo inmediato.

La francotiradora Tatiana, una joven de cuerpo atlético, fue la primera en salir. Tenía sus largos cabellos negros recogidos en una cola de caballo, salvo por el mechón rojo que le colgaba en forma de trenza. Sus atractivos ojos azules resplandecían como su gran rifle. Como siempre, su presencia despertaba suspiros de asombro entre la multitud porque había sido una prestigiosa actriz.

La siguió el cabo Fernández, conocido por el equipo como Tanque. Su aspecto corpulento y sus gestos toscos eran los responsables del amistoso apodo. Poseía rasgos latinos e intimidaba por su enorme escudo antibalas, que le valía para derribar puertas y todo lo que se le pusiera por delante, pero todos sabían que era un hombre noble y que, siendo uno de los mayores del equipo, se desvivía por sus compañeros.

James, el artillero, y Richard, el recién degradado a soldado, se asomaron a la par. James era un joven afroamericano experto en explosivos, conocido porque parecía que explotaría de inquietud en cualquier momento. Richard, en cambio, destilaba madurez y seriedad, pero, en realidad, ese hombre caucásico de ideas firmes era un temerario que ganaba rangos igual de rápido que los perdía por atribuirse las insubordinaciones del equipo.

La médica Mei, una chica de origen asiático con largos cabellos negros que poseían reflejos verdes, fue la última en salir del compartimento trasero del furgón. Parecía la más frágil por su aspecto liviano y su delicado comportamiento, además de que tenía menos formación militar, pero la inspiración de su grupo la volvía atrevida cuando la situación lo requería.

Dentro del furgón permaneció Stuart, un chico pelirrojo entregado a los estudios de la Tecnología Informática. Había sido un hacker y víctima de acoso escolar en el instituto, pero aquella vida había quedado años luz del Stuart en el que se había convertido. Además, la relación amorosa que mantenía con James lo encaminaba a dar lo mejor de sí.

El conductor del furgón dejó su puesto. Se trataba de otro de los veteranos del equipo, pero el menos afectivo. Se había vuelto así desde que sobrevivió a una explosión que le había quemado medio rostro, derivando en la pérdida de un ojo que escondía bajo un parche. Su nombre era Leonard.

El último en abandonar el vehículo, que ocupaba el asiento del copiloto, fue el apuesto teniente Ethan, cuya barba perfilada resaltaba sus facciones masculinas. Tendía a ser el más recto por su cargo y por su experiencia. Aunque actuaba con rigidez en el campo de batalla porque temía perder a más hombres como en el pasado, fuera de servicio se relajaba como cualquiera.

Ethan se dirigió a su igual en las FOP mientras su equipo lo respaldaba.

―Teniente Ethan McGregor de la Unidad Siete de las CES, es un placer tenerle aquí. Soy el teniente Ed García ―se presentó el agente de las FOP, que le extendió la mano para un saludo más informal.

―El placer es mío, teniente. Póngame al día mientras mi informático se infiltra en el sistema ―solicitó Ethan tras el saludo.

―Quince terroristas se han apoderado de las tres primeras plantas del edificio Cronos y retienen a los rehenes en la tercera. Están armados y, hasta donde sabemos, se comunican a través de walkie-talkies antiguos. Uno de los terroristas vigila la entrada al parking y reporta su estado cada pocos minutos en una clave que no hemos podido descifrar. Nos advirtieron que los rehenes morirían si perdían a su hombre. Los guardias de seguridad del edificio les cortaron el paso a partir de la cuarta planta, por eso no han podido avanzar. Los terroristas pretenden que les paguemos un rescate y que les dejemos un helicóptero en el helipuerto del edificio. El problema es que nuestro querido ricachón Llorenç Harrison está atrapado en la cumbre de su edificio y se niega a permitirles el paso, lo cual es lógico. Los terroristas han amenazado con empezar a matar rehenes si no complacemos sus peticiones dentro de una hora ―informó el teniente García.

―Entiendo. Los terroristas no pueden salirse con la suya. Olvidaron que ya no negociamos con terroristas. ¿Cómo superaron el control de seguridad hasta la tercera planta? ―preguntó Ethan, formulando conjeturas en su mente.

―Actuarían con rapidez ―supuso Ed.

―No, no lo creo. Harrison no tomaría medidas de seguridad mediocres. Ningún terrorista hubiera pasado de la planta baja. Apuesto a que hay un infiltrado entre los hombres de Harrison. Muy bien, teniente García, nosotros nos ocuparemos de ahora en adelante. Gracias por su trabajo ―agradeció Ethan.

―A usted. Dadles una lección de acción a mis hombres ―dijo Ed en un tono más cálido.

―Empecemos. Tatiana, te quiero buscando un blanco desde el edificio de enfrente. Tanque y Richard, por el acceso principal y a mi señal, vosotros seréis la distracción primordial. James y Mei, cubridlos cuando confirmen que la entrada está despejada. Leonard, infíltrate por el parking. Asegúrate de actuar con rapidez y sigilo, no tendremos mucho margen de tiempo ―ordenaba Ethan―. Sargenta Elisa... ―. Hasta que reparó en la ausencia de un miembro de su equipo―. ¿Dónde cojones está mi sargenta?

―Su moto está por allí ―indicó Tatiana, exhibiendo una sonrisita descarada porque conocía muy bien cuán imprudente era su compañera.

―Teniente, estoy dentro. Me desplazo por los conductos de ventilación ―reportó Elisa por radio, gesto que replicó la sonrisa de Tatiana en los labios de más compañeros.

―¿Qué cojones haces ahí? ―la riñó Ethan, denotando su enfado.

―Cumplir con mi trabajo, señor. Los de las FOP ignoraban que los conductos de ventilación están revestidos por la fachada del edificio. Se puede acceder a ellos desde el exterior de la primera planta. Confirmo contacto visual con los terroristas. Diviso a tres en la tercera planta y a los rehenes en el suelo. Dado que este edificio tiene una estructura industrial, el techo es alto y facilitará que los sorprenda ―transmitió la audaz Elisa. La firmeza de su tono remarcaba que se tomaba la misión en serio.

―Joder, no tienes remedio. Espera a que surja la ocasión propicia. El resto, adelante ―indicó Ethan y el equipo se dividió.

―Señor, ya estoy dentro de la red de seguridad ―informó Stuart al salir del furgón unos minutos después. Tenía un miniportátil adherido al antebrazo de su uniforme.

―¿Y bien? ―preguntó el teniente Ethan.

―Alguien había suspendido las alarmas. No fue producto de un hackeo, se hizo desde dentro. Tal vez fuera el jefe de seguridad de la sección porque las alarmas fueron reactivadas a partir de la cuarta planta ―detalló Stuart, que tecleaba ágilmente con una mano.

―Buena deducción. Descubre la identidad del responsable, pero antes ábreles el camino a tus compañeros ―ordenó Ethan.

―Sí, señor... Transmitiendo imágenes a sus dispositivos, chicos ―comunicó Stuart a todos.

―¡Qué voz tan sensual tiene mi chico! ―enfatizó James.

―Concéntrate, idiota ―lo reprendió Leonard, que se aproximaba al parking subterráneo del edificio.

―Los rehenes están en la tercera planta. Podemos avasallar a los terroristas que nos crucemos desde la planta baja. Apunta bien, Elisa. Las ovejas están contigo ―bromeó Richard desde las inmediaciones de la entrada principal.

―¿Dudas de su puntería? Yo la enseñé a disparar ―resaltó Tatiana con insinuación. La francotiradora enfocó su mira telescópica en los ventanales de cristal de la tercera planta desde una ventana del edificio ubicado al otro lado de la calle.

―¿Qué? ¿Otra vez se te ha vuelto a subir la fama a la cabeza, Tatiana? ―murmuró la risueña Elisa, que mantenía su posición en los amplios conductos de ventilación.

―Esto es lo malo de trabajar con críos ―protestó Leonard, que, oculto tras unos contenedores de basura, acechaba a su primer objetivo.

―Listo. Generando bloqueo de otros accesos y apagón en planta baja y parking ―les avisó Stuart.

Leonard, escurridizo como un ratón, atacó por la espalda a al terrorista que vigilaba el acceso al parking. Este había bajado la guardia ante el sonido de la caída energética. Leonard rodeó el cuello del hombre con los brazos y se lo partió sin contemplaciones. La puerta del parking se bloqueó después de que él entrara.

En el instante del corte eléctrico, Tanque arremetió contra la puerta principal, embistiéndola con su enorme escudo. Recibió una lluvia de disparos hasta que todo quedó a oscuras cuando se sellaron las vistas de los ventanales de cristal con placas metálicas de seguridad. Richard, veloz, se incorporó junto a su compañero y apretó el gatillo de su fusil. El lente holográfico le permitía ver en la oscuridad e identificar a los terroristas. Eliminó a tres durante el fuego cruzado. Leonard, que no había hallado más resistencia en el parking, se unió a ellos por detrás del enemigo y le disparó en la cabeza a un cuarto.

―Planta baja despejada ―reportó Richard, por lo que James y Mei penetraron en el vestíbulo.

―Bien, chicos —celebró Ethan con orgullo—. Continuad.

―Accediendo a los controles de la primera y la segunda planta. Aislando la tercera planta... Mierda, se averiaron los controles digitales de los paneles de seguridad de las plantas uno y tres. El infiltrado de los terroristas debió sabotear el sistema de seguridad con un código antintrusos ―advirtió Stuart, que parecía un robot con la vista clavada en la diminuta pantalla.

―Yo me encargo de la primera ―dijo James y adelantó al resto.

El artillero, tras subir por las escaleras, corrió por delante de la entrada a las oficinas y lanzó varias granadas de humo. Sus compañeros aprovecharon la distracción para invadir las oficinas. Mientras que Tanque los protegía de los disparos de bienvenida, Richard y Leonard derribaron a tiros a los tres terroristas de aquella planta.

―Chicos, creo que los terroristas de la siguiente planta escucharon los disparos. Hay que darse prisa. Provocaré interferencias en sus walkies. ¡Ja, ja! ¡Qué cavernícolas! ¿Quién usa walkies hoy en día? ―se burló Stuart.

―Me aburro... ―comentó Tatiana.

―Entendido. ―Elisa fijó un dispositivo magnético con forma de disco a una pared del conducto de ventilación.

La sargenta Elisa Walter gozaba de juventud como la mayoría de sus compañeros. El aspecto exótico que le otorgaban sus lacios cabellos teñidos de tonalidades rosas y sus ojos verdes claros realzaban su belleza. Poseía una gran agilidad física gracias a su pasión por el entrenamiento, algo que también le servía para refugiarse de su vida personal.

Elisa distinguió al terrorista que intentaba comunicarse por el walkie-talkie. Atada a una cuerda proveniente del dispositivo magnético, pateó la rejilla del conducto de ventilación y se precipitó desde el elevado techo, desenfundando sus pistolas en el acto. En plena caída, disparó repetidas veces. Los terroristas patrullaban entre los rehenes que estaban sentados, pero ella confiaba en sí misma y en sus capacidades. Reventó el pectoral de uno y la cabeza de otro. En cuanto pisó el suelo, se liberó de la cuerda. El tercer terrorista soltó el walkie-talkie y dirigió su arma hacia el rehén más cercano. Antes de que pudiera actuar, recibió un disparo en el entrecejo.

―Tranquilos, estáis todos a salvo ―les aseguró Elisa a los asustados rehenes para calmar sus sollozos―. Soy la sargenta Elisa Walter, agente de la Unidad Siete de las CES. Estáis a salvo. Ahora vendrá un equipo a atenderos.

―Y nosotros hemos terminado aquí abajo. Vamos para allá —comunicó Mei en nombre de sus compañeros, que recién habían eliminado la escoria de la segunda planta—. Espero que no haya heridos.

―Has disparado con los rehenes de por medio. ¿Quién les va a quitar la idea de demandarnos? ―planteó Leonard, basándose en experiencias anteriores.

―A mí no pueden degradarme más y no creo que me echen del cuerpo. Me haré responsable. ―Como en otras ocasiones, Richard compartió su disposición para sacrificarse por el equipo, sobre todo, por Elisa.

―¿Qué decís? Elisa, hazles un estriptis para que se calmen. Así se olvidarán de demandas y tonterías ―bromeó James.

―Mmm, sí. Muéstrales esas encantadoras tetas y ese bonito culo que se te marca ―resaltó Tatiana, que contemplaba a Elisa serenando a los rehenes.

―¿En serio? ¿Te dedicas a mirarme el culo desde tu posición? Toma esto. ―Elisa, sonriente, encaró el ventanal de cristal y le mostró el dedo del medio a la francotiradora. Su vulgar gesto alarmó a los rehenes―. Oh, no, no. Perdonad, no iba para vosotros.

―No me provoques. ―Tatiana rio.

―No bajéis la guardia. Falta el infiltrado de los terroristas. Podría estar entre los rehenes ―advirtió Ethan, que seguía la operación junto a su informático.

―Localizando identidad. Enseguida os envío su foto ―informó Stuart mientras un programa filtraba las fichas de los empleados de seguridad del edificio.

Elisa guardó silencio y, despacio, se volteó. Observaba a los rehenes con suspicacia a la vez que esperaba a sus compañeros. De pronto, un estruendoso disparo estremeció los tímpanos y los músculos de los presentes en la sala. El ventanal de cristal estalló en diminutos pedazos. Los rehenes gritaron desquiciados, en especial, un oficinista que agonizaba de dolor por la oreja que le sangraba. La sargenta vio caer a otro con un agujero en la nuca.

―Joder, Tatiana, ¿has sido tú? ―intuyó Elisa, sin poder disimular su atónita expresión.

―Obvio. Estaba aburrida. Misión cumplida ―celebró Tatiana, aunque su indiferencia ante las inminentes consecuencias de su acto no pasó desapercibida.

―¿Estás loca? ―protestó Leonard, que recién accedía a la tercera planta con los otros―. Ni siquiera habíamos recibido la foto del sospechoso.

―¡¿Qué coño has hecho, Tatiana?! ¿Tanto te cuesta esperar mis órdenes? ―la riñó Ethan, preocupado por la gravedad de la idiotez de la francotiradora.

―Allí hay un herido, Mei ―le indicó Elisa a la médica y esta acudió enseguida a socorrer a la víctima.

—¡Ah! Mi oreja, ¡he perdido mi oreja! ¡Duele mucho! —se quejaba el oficinista herido.

―Permítame ver qué le ha pasado ―le pidió Mei al oficinista tras agacharse junto a él. El hombre, que prácticamente lloraba por la angustiosa sensación de la sangre caliente bañando su mano y su rostro, le mostró la herida―. Tranquilo, es solo un rasguño. Se pondrá bien —lo consoló, articulando las palabras con suavidad y dulzura. En efecto, la bala solo le había hecho un corte en la oreja, y la tierna Mei se estaba ocupando de dicha herida.

―No la toméis conmigo. Comprobad la identidad del muerto. Simplemente vi que ese tipo realizaba un movimiento sospechoso cuando los demás seguían cagados de miedo mientras Elisa les daba la espalda. No iba a permitir que le pasara nada a Elisa ―alegó Tatiana, enfatizando su verdadera prioridad, aunque, en el fondo, todos sabían que ella no había cometido un fallo al disparar. La conocían lo suficiente como para suponer que ella había previsto la trayectoria de la bala.

―¡Uf, menos mal! Es él. Es el de la foto. Estaba armado. La bala lo atravesó y rozó al otro rehén —reportó Elisa al comprobar el cuerpo—. Gracias, Tatiana. Te debo una. ―Le dedicó una sonrisa y el pulgar arriba desde la distancia.

―Buen trabajo, equipo, aunque debatiremos en privado sobre lo que ha pasado. Dejad el resto a las FOP. Stuart, encárgate del papeleo ―comunicó Ethan.

―¿Qué? ¿Por qué yo? ―protestó Stuart.

―Porque has hecho menos que tus compañeros ―argumentó Ethan.

―Mei tampoco ha disparado ni una bala ―señaló Stuart en su defensa.

―¿Por qué me vendes así? ―replicó Mei con enojo, pero conservando su meloso tono.

―Mei ha estado expuesta en el campo de batalla y ha... puesto un punto en un corte superficial de una oreja ―bromeó Ethan.

―¡Qué cruel, teniente! ―exclamó Tanque.

―Solo os tomo el pelo. Yo me encargo del papeleo como siempre. Os tengo mucho aprecio. A vuestra manera, todos hacéis un trabajo excelente. Estoy orgulloso de mi equipo. Vamos, hoy invito yo a unas cervezas. ―Ethan sostuvo una cálida sonrisa.

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