Más allá del destino

By Katilin707

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Eugene y Mylo son destinados, se aman con locura desmedida, sin embargo, por discrepancias en sus sueños, se... More

Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18: Final
Epílogo

Capítulo 1

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By Katilin707

— Voy a irme, Eugene... Lo siento —

Lamentaciones. El alfa sintió como cada músculo de su cuerpo se tensó por las simples palabras lanzadas al aire por el amor de su vida. No se trata de un romance de verano con el omega más hermoso del jodido pueblo apartado del mundo. Él sabe que Mylo es el chico que está enlazado a amar por el resto de su vida. Son destinados.

Las personas suelen contarlo como leyendas, meras historias que se venden en los libros de literatura para sacar el morbo de una novela de la vida real, que más parece una jodida fantasía a la que los chicos aspiran, amor incondicional, sentir que estás ligado de una forma tan íntima con una persona que te complementa.

Él también creyó que era pura palabrería que decían en las tiendas con cada llegada del día de los enamorados, necesitaban un empuje para potenciar la ventas de chocolates, rosas y peluches.

Fue reacio a creer en el destino, hasta que le tocó a él encontrar el suyo.

Vivió toda su vida en aquel maltrecho y viejo pueblo de reducido número de habitantes, tan rural y pobre que las personas se conocían perfectamente entre ellas. Quizá se trataba de cien, doscientos o trescientos habitantes, a lo mejor solo eran cincuenta personas. La tecnología apenas llegaba y la idea de una tabletita tan frágil y compacta sin teclados, como un aparato ideal para charlar con el mundo, era ridículo.

Los teléfonos de ruedas seguían usándose, y los cajones de televisión servía solo por antenas que conseguían algún par de canales nacionales.

Los servicios de streaming eran brujería, la música se conseguía en CD's o en la vieja radio que tocaba golpear con cada frecuencia volviéndose loca. Los niños aún salían a jugar a la calle, correteando entre ellos, llenándose la ropa de lodo y creando bullicio en el lugar enterrado entre vegetación.

Parecía que el pueblo se había quedado atorado en el tiempo y nadie estaba lo suficientemente enfocado en cambiarlo.

Eugene también fue esa clase de chiquillo fastidioso que le dio dolores de cabeza a su padre, su madre había fallecido durante el parto, pero el alfa jamás llegó a señalarlo como el culpable de la muerte de su esposa. Quizá no era el hombre más amoroso, pero le llenó de valores que lo formaron como un respetable chiquillo, que en un par de años sería todo un hombre.

Eugene Hemsley también lo creyó. Juró que sería un tranquilo alfa de familia, se casaría, tendría hijos y cuidaría de los suyos instruyendo a sus cachorros en la granja, tal como su padre lo hacía.

— ¿No vas a decirme nada, amor? — insistió el omega al lado del alfa que admiraba en silencio los movimientos del agua atrapada en el río.

Habían bajado para tener otra de sus típicas citas de adolescentes hormonales.

Los orbes esmeraldas pasearon por el divino cuerpo prodigioso a su lado. Sentado a su lado con las piernas siendo abrazadas por sus brazos, sus cabellos caían perfectos sobre su frente, evitando dejar ver esos orbes marrones que le admiraban con nostalgia. La desnudez de su amado le daba un toque angelical, que pronto le dio ardor en las manos por haberse atrevido a tocar semejante divinidad con sus mundanas palmas, esa pulcra piel apenas vista por el sol, le pertenecía a un ángel. Mylo era un peligro para sí mismo, por la belleza y elegancia que iban tan desacorde con ese apestoso pueblucho donde no había esperanzas de progresar.

Eugene y Mylo se conocían. Claro que lo hacían, todos se conocían. Aunque por ser distintos, sus círculos sociales tendían a ser diferentes, siempre se admiraron en silencio por los pasillos de la única escuelita del lugar, por las únicas dos cafeterías o el único boliche. Era difícil no encontrarse en un sitio con los mismos locales para recrearse en la adolescencia, cuando ninguno era consciente de lo que el futuro les tenía preparados, porque aún no despertaban como alfa u omega.

Cuando la luna finalmente bendijo a los adolescentes resaltando el lugar de su casta, bastó calar los sentidos con el aroma del otro para saberlo. Las historias dejaron de ser ficción para ser realidad. Lo supieron de inmediato, se pertenecían, se aman, su destino era estar juntos hasta el final del tiempo. Desde entonces empezaron su relación.

Mylo olía a lavanda, a limpio y perfecto.

Eugene tenía aroma a bosque, a madera y sanidad.

Los nervios, las miraditas y los agarres de manos empezaron a evolucionar con los años, pasaron a besos, abrazos y encuentros íntimos. Se amaron, Eugene le amó como a nadie, su lista de amores solo tenía dos nombres y estaba satisfecho con ello, porque era la vida que siempre imaginó. Casarse, tener hijos y envejecer al lado de Mylo, pero Mylo no tenía los mismos planes.

Mylo Gibss estaba aburrido de la monotonía del lugar, él aspiraba a la gran ciudad, a perderse en las maravillas de las zonas urbanas, conseguir un empleo y vivir la vida en una mejor posición. El omega de castaños cabellos claros, casi queriendo ser un rubio, adoraba la idea de sumergirse en el mundo avanzado que el campo no podía ofrecerle.

El omega quería ir a la Universidad, ser exitoso, tener mucho dinero y enfermarse por la ostentosidad de las cosas materiales... Era un sueño que jamás se cumpliría, no si se quedaba, a sabiendas de que Eugene nunca se iría.

— No puedo dejar al viejo — respondió el alfa, tras el largo castigo del silencio. Su padre estaba envejeciendo, por ello era él (a sus 18 años) quien se encargaba de llevar la batuta de la granja, su herencia, su legado.

Una sonrisa sin gracia se coló en los labios de omega — Lo sé, por eso no te he pedido que te vayas conmigo — rebuscó su ropa para empezar a vestirse, esa sería la última vez que se entregaría a su amor.

— ¿Es todo? — preguntó con ese tono impasible característico del alfa.

Mylo asintió y contestó con su propia voz — Es todo. Me voy mañana a primera hora. No volveremos a vernos — gateando sobre aquella manta, se posó cerca del contrario, apoyando sus manos sobre la tela, ganó el impulso para posar un casto beso sobre la mejilla de su ahora ex novio.

— Somos destinados, My — murmuró sin moverse por la sensación de esos labios, pequeños, finos y suaves — Eventualmente volveremos a estar juntos —

El omega rió levemente con ironía — No, no mi amor... No será en está, quizá en la otra vida — apoyó su frente contra el hombro del contrario, un par de lágrimas se derramaron sobre la piel de Eugene— Ya no hay ningún tú y yo. No estamos en la misma página —

— Nunca voy a amar a nadie, tú tampoco, y lo sabes — gruñó entre dientes. La amarga sensación en su paladar, junto al nudo que ató su garganta le puso de mal humor — Voy a amarte, a ti y solo a ti, por el resto de está maldita vida —

Se admiraron, los ojos de Eugene exigían una sola orden, un beso. Beso que le fue negado por Mylo.

Dos años tras la partida del omega de su vida, su padre finalmente fue a reunirse con su madre, le tocó despedir a la segunda persona que más amaba. Se quedó solo, con una granja que atender y las memorias de un futuro ideal que se convirtió en su cruz.

Seis años después de aquella despedida tan insípida, cuatro años del fallecimiento de su padre y un odio feroz respecto a la vida, sintiéndose condenado a la soledad... El ruido llegó a su lado. Un omega y su cría se mudaron a la abandonada casa junto a la suya.

— ¡Gene!, Eugene... ¿Me estás escuchando? — preguntó el alfa que golpeó la barra haciendo trastabillar el vaso en donde descansaba la fría cerveza que el otro alfa gozaba en perpetuo silencio.

— No —

Seth bufó al secar su pequeño desastre con una toalla que el bartender amablemente le cedió.

— Te estoy hablando de tu vecino, ¿lo conoces? — preguntó aunque casi de inmediato se respondió por su cuenta — Claro que lo conoces. ¿Sabes algo de él? —

Al ser un pueblo chico, apartado de la mirada de Dios, era completamente antinatural que alguien decidiera mudarse, de ello que hubiesen dos caras nuevas rondando por las calles, les ponían nerviosos, en especial cuando los recién llegados se habían instalado en la vieja casa a las afueras de la localidad.

— No —

— ¡Maldición, Hemsley! — gruñó el alfa de aroma a cigarro, por la poca curiosidad de su viejo amigo en los chismes. Se cabreó más por las respuestas en monosílabo, llenas de desinterés por el otro — Vive junto a ti, dicen que es un omega soltero que cría a su hijo —

No hubo respuesta del contrario, así que siguió con la pequeña charla unilateral.

— Las viejas están locas por saber más del chico para tener un tema de conversación en sus tardes de té — se sobó las sienes de solo imaginar el estrés de estar en boca de todos — ...Algunos otros quieren que se vaya. Ya sabes, tiene un lazo roto, consideran que es mala influencia — murmuró el hombre de corta melena castaña, buscando algún atisbo de interés en el contrario.

Tomando aire, sacando un par de billetes de su cartera y despidiéndose con la mano del bartender, Eugene se dispuso a irse, se hacía tarde, debía conducir el tramo a su casa y mañana despertaría con el sol para ponerse a laburar, no tenía tiempo para seguir tomando cervezas en el bar. El alfa de piel canela, estaba un poco cansado para escuchar los desvaríos de su único amigo.

— Ya vete con Raylee de una vez — palmeó el hombro de su amigo con firmeza, dándole un leve consejo al beta de irse a los brazos de su pareja — y deja a mi vecino en paz —

Eugene realmente no mentía, solo una vez había visto (desde lejos) al omega y su cría, de las dos semanas que llevaban instalados en la casa de al lado. No estaba particularmente interesado en la vida de otras personas, por eso no fue especialmente hospitalario, si ellos no le causaban problemas, él jamás tendría que vincularse con sus vecinos.

Lo pensó, jodidamente lo pensó. Sus ideas solo fueron eso, creencias que se vieron rotas por sus acciones, pues al día siguiente, tras haber terminado de cultivar trigo, retomando el paso a su propio hogar, con el sol abrazando su cuerpo y el sudor empapando su ropa llena de tierra, le escuchó.

— Soy una Bolita valiente, soy una Bolita valiente. ¡Puedo con esto!, solo es madera — murmuró el pequeño omega que sostenía un martillo como si este tuviese púas. Alineada con torpeza un clavo e intentaba asestarle a la cabeza de metal antes que a sus pequeños y regordetes dedos — Sí puedo, sí puedo —

Eugene se hubiese marchado, no era su problema y seguro su vecino se llenaría de bochorno por haberlo escuchado darse ánimos de esa forma tan peculiar, sin embargo, la pequeña lagrimilla que se desprendió de esos ojos miel tras los gruesos cristales de unos anteojos, le retuvieron.

— Lo estás haciendo mal, vas a lastimarte, bolita —

Archer solo pudo encogerse, las mejillas se le llenaron de rubor y su mirada escapó del alfa que le admiraba desde una distancia. Había intentado arreglar la cerca, pero sus habilidades de carpintería ni siquiera se acercaban a las de ser un novato.

Una sombra cubrió su cuerpo y se vio despojado del clavo y el martillo en cuestión de segundos. Sabía quien era el hombre que acomodaba su pobre trabajo para hacerlo de forma profesional, le dijeron que su casa estaba al lado de un sujeto feo y malhumorado... El alfa frente a él no parecía tener ninguna de las características con que se lo describió la cajera del modesto mercadillo. Quizá solo un poco intimidante por el largo de su altura, sin embargo, sus ojos verdes contaban esperanza.

— Soy Archer — se animó a alzar la voz tras seguir a su vecino, quien llevaba minutos ido en arreglar la cerca, hasta que se sintió lo bastante acongojado para evitar la mirada. Llevó un par de sus lacios mechones negros tras su oreja, esperando haberse prestando en un tono adecuado para ser escuchado.

— Eugene—

Para Archer el contrario no era nada parecido a lo que le dijeron, era atractivo y amable, después de todo le había ayudado a reparar la valla sin siquiera pedírselo. No iba a negar que fue extraño, principalmente porque estaba acostumbrado a no tener la ayuda de nadie, él hacía todo el trabajo por su cuenta, dejó de depender de otros desde hace mucho tiempo.

Para Eugene el pequeño omega era... Un llorón descuidado. Se había perdido en el arreglo de la valla porque el otro no dejaba de verle con admiración, y se vio despojado de la posibilidad de detenerse hasta acabar el trabajo. El hambre le apretujaba las entrañas y estaba por marcharse, hasta que la "Bolita" le tomó la mano y le llevó a rastras hasta el interior de la casa. La mano del omega era áspera, se notaba que no era un simple chiquillo de ciudad con vida fácil, quizá por ello se atontó y no puso resistencia.

— Gracias por ayudarme, creí que tendría que romperme algún par de dedos antes de conseguir acabar — murmuró con el ceño fruncido, mientras le servía al alfa sentado en su comedor, un gran vaso de jugo de naranja. Le había dejado una toallita al lado y se movía con gracia por toda la cocina.

Eugene solo asintió, estaba ocupado probando el refresco que le fue servido, degustando el dulzón propio del omega de aroma a miel, que no vio necesidad de responderle.

— Thiago me dijo que quizá debería conseguir a alguien, pero no quería gastar dinero cuando yo mismo podía hacerlo — el omega divagó, su ceño se cambió a uno de molestia por unos segundos y paró de remover los ingredientes en la porra bajo el fuego — Incluso quería apostar a que no podría hacerlo. ¡Los niños son despiadados! —

La cabeza del alfa estaba siendo atestada de información por el parlanchín omega. Las señoras del pueblo no se equivocaban, Archer era una mala influencia... ¿Quién podía ser tan ingenuo de meter a un alfa a una casa donde vivía solo con su cría? Le había ayudado con el cerco y el omega no dejaba de agradecerle y cuidarlo como si acabase de salvarle la vida. 

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