₁ 𝐋𝐚𝐬 𝐞𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞...

By stargaryen_b

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𝐋𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐏𝐈𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐑𝐎𝐒𝐀 ┋ ❝Regarían con sus lágrimas esa pequeña rosa, para sentir el dolo... More

𝐋𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐏𝐈𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐑𝐎𝐒𝐀
𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎
𝐀𝐂𝐓𝐎 𝐈
𝐈
𝐈𝐈
𝐈𝐈𝐈
𝐈𝐕
𝐕𝐈
𝐕𝐈𝐈
𝐕𝐈𝐈𝐈
𝐈𝐗
𝐗
𝐗𝐈
𝐗𝐈𝐈
𝐗𝐈𝐈𝐈
𝐗𝐈𝐕

𝐕

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Capítulo cinco.

Hogsmade y los primeros retazos de un mapa❞

✦ ˚ * ✦ * ˚ ✦

El rasgar de las plumas contra el pergamino, el danzar del fuego en la chimenea y el leve murmullo de los pocos estudiantes que se atrevían a romper tenuemente el silencio que reinaba, eran lo único que llegaba a escucharse entre las cuatro paredes de piedra que formaban la Sala Común de Gryffindor.

En los sofás, grupos de sexto se reunían para charlar en susurros y calentarse con el fuego de la chimenea; sobre los cojines esparcidos por el suelo, algunos alumnos de primer año, terminaban de repasar sus apuntes de Encantamientos y en las mesas de estudio, alumnos de tercero se entretenían terminando los deberes que o bien habían dejado para la última hora o bien no habían alcanzado a terminar.

Entre los que no habían alcanzado a terminar se encontraba ni más ni menos que Remus Lupin, quién hacia todo lo posible por concluir sus deberes de Aritmancia. A su lado, perteneciente al grupo de los que habían dejado todo para última hora, James Potter trataba desesperadamente de comprender de qué rayos iba la redacción que en Estudios Muggles le habían pedido. Por último, en el grupo de los que ya ha habían terminado todas sus tareas, Roselind Lestrange leía perezosamente algunas cartas que había recibido esa mañana. No solía estar en ese tercer grupo nunca.

— ¿Para qué querrían los muggles máquinas voladoras tan complejas como los nioves? Podrían ir en escoba o en hipogrifo, incluso en Thestrals. Es mucho más divertido y menos complicado.

Naviones —lo corrigió distraídamente Roselind, sin levantar la vista de la carta que le había mandado Ted Tonks (un alumno ya graduado, que la había adoptado como hermana menor en su primer año de Hogwarts). Por un corto tiempo, había tenido un pequeño crush en él; así como en los gemelos Prewett, quienes también le habían mandado una carta para su deleite (bueno, tal vez aún no había superado su crush en los gemelos Prewett)—. Se llaman naviones, James. Yo creo que es un invento genial, hay que tener mucha imaginación para crear algo tan magnífico. Imagina lo que se sentiría volar en uno —dejó de lado la carta, junto a las otras dos. Su atención se había desviado a los "naviones"—. ¿Será tan divertido como volar en una escoba? Oh Morgana, ahora quiero saber lo que se siente volar en un navión. Incluso en un helicocoro.

—De hecho, se llaman aviones —murmuró Remus, dejando por un momento su tarea para sonreírle de manera algo cohibida a Roselind—. Tal vez, algún día podamos viajar en uno, o en un helicóptero.

—Eso me encantaría —le correspondió Roselind, con mucho más entusiasmo, a pesar de que ahora debía corregir su investigación para Estudios Muggles.

— ¿Heli... qué? —musitó confundido James, ajeno a su alrededor.

Roselind y Remus volvieron a compartir una sonrisa cómplice, que nuevamente pasó desapercibida por su amigo.

—Es como un avión pequeño —explicó resumidamente Roselind, haciendo sonreír de nuevo a Remus. Él tenía una sonrisa tan bonita. Era una lastima que no sonriera a menudo.

—Ah —respondió el azabache, todavía confundido—. Remus —lo escuchó susurrar luego, cuando Roselind se dispuso a responder una de sus cartas.

Curiosa, como solo lo era la niña de trece años, miró de reojo. Remus detuvo su pluma y miró a su amigo. James, con una sonrisa y los ojos avellana centellando detrás de las gafas, le sonrió dulcemente, haciéndole entender que necesitaba ayuda.

—Oh, manipulador —susurró la chica molestándolo. El azabache le sacó la lengua.

—Aquí lo tengo, espera... —dijo Remus sin más, antes de que James la siguiera peleando (o que ella lo siguiera molestando). Rebuscó un poco en sus pergaminos y libros.

Cuando Remus lo encontró, le dio el pergamino que contenía la investigación que James no acaba por comprender.

Aquel año, el tercero que cierto grupo de cinco chicos pasaba en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería (Roselind Lestrange, Sirius Black, James Potter, Remus Lupin y Peter Pettigrew), las asignaturas a estudiar habían sufrido un ligero cambio. En lugar de tener que cursar solamente: Defensa contra las artes oscuras, Encantamientos, Pociones, Historia de la Magia, Transformaciones, Herbología y Astronomía, los alumnos de tercer año, se veían en la obligación de escoger al menos dos asignaturas adicionales para completar su esquema de estudios. Entre las optativas que al término de su segundo año, les habían hecho llegar, se encontraban: Aritmancia, Estudios Muggles, Adivinación, Runas Antiguas y Cuidado de Criaturas mágicas.

Si bien en un principio los cinco chicos habían llegado a la resolución de escoger todos las mismas asignaturas las cosas habían cambiado un poco, aunque a ninguno le había molestado el cambio. Roselind junto a Sirius, James y Peter compartían los cuatro Cuidado de Criaturas Mágicas y Estudios Muggles. Mientras que Remus, cursaba Aritmancia y Estudios Muggles.

Roselind sospechaba que las preferencias de Remus habían sido determinadas porque él se creía otra criatura y creía tener suficiente con su lobo interior, como para saber más. Por el contrario, a Roselind las criaturas mágicas le resultaban fascinantes y le gustaba mucho las actividades al aire libre. En lo referente a estudios Muggles, Roselind había optado aquella asignatura para cabrear un poquito más a su alocada familia obsesionada con sangre pura. Sirius la había seguido por el mismo motivo, mientras que James estaba interesado por la vida muggle, aunque le costaba demasiado comprender ciertas tendencias Muggles. Peter había preferido seguirlos, aunque su gusto personal se inclinara a Adivinación.

—Gracias —escuchó decirle James a Remus al recibir el pergamino.

Roselind dejó su carta a medio escribir a un lado (la seguiría más tarde), ahora era otro el tema que rondaba su mente.

—Por cierto, ¿ya vieron el anuncio? —preguntó llamando la atención de sus dos amigos—. La primera salida a Hogsmade será este fin de semana —les informó.

Remus levantó la vista y sonrió peculiarmente, al tiempo que James dejaba la pluma en el pergamino y la miraba con un nuevo brillo en su mirada.

—Lo sé, ha llegado el momento de poner en práctica lo que descubrimos la otra noche. Espero que tú y Sirius no metan la pata —dijo el de gafas con una radiante sonrisa, que Roselind no pudo hacer más que corresponder.

—Como si eso fuera posible.

Hogsmade, era para todos los jóvenes magos el mejor lugar que pudiera existir después de Hogwarts, dado que era el único pueblo inglés completamente mágico. En el pueblo, no solo no deberían mantenerse serenos y ocultar su magia de los muggles, sino que, además de todo, podrían visitar sitios verdaderamente interesantes.

El privilegio de visitar Hogsmade se otorgaba únicamente a los alumnos de Hogwarts, que cursaran el tercer año (y sus sucesivos) dado que al ser chicos responsables de trece años, no tendrían que ser supervisados en todo momento por los profesores. La primera salida, habría sido perfecta para los cinco chicos más revoltosos, de no ser porque Sirius y Roselind, no tenían firmado el permiso para asistir.

De antemano, Roselind había previsto que McGonagall no iba a realizar ninguna excepción y era imposible convencer a sus padres de firmar, dado que los señores Black y Rodolphus II Lestrange, rechazaban por completo cualquier actividad que pudiera proveer de una felicidad extra a sus hijos repudiados. Ambos habían perdido todos los privilegios que hubieran podido tener de haber quedado en la casa de Slytherin. Claro que eso, no era un impedimento para Roselind Lestrange y Sirius Black.

Justo cuando ella iba a preguntarles a Remus y James si tenían bien aprendido lo que esas noches habían estado estudiando cubiertos por la capa invisible, una estruendosa voz invadió por completo el lugar:

— ¡Jimmy! ¡Rosie! ¡Remmy! —Roselind no tenía que girarse para saber a quién pertenecía esa voz.

Claro, a nadie más que a Sirius Black se le habría ocurrido romper así el silencio.

—Hey, que no nos hemos muerto. Aún... —se limitó a responder James, mientras Roselind rodaba los ojos por la exageración de Sirius y James, mientras que Remus se disculpaba con una tímida mirada ante los estudiantes que se habían sentido importunados con la entrada de Black.

Sirius no se acercó dónde Roselind, James y Remus estaban, se limitó a mirarlos desde el pie de la escalera con una radiante sonrisa. Peter detrás de él, espero a ver la reacción de sus amigos, cuando Sirius señaló el paquete que llevaba en las manos, antes de ver la sorpresa y alegría instantánea que había producido su gesto, el pequeño Black estaba de vuelta en la carrera, subiendo apresuradamente hacia su dormitorio.

Inmediatamente, Peter le siguió, mientras Roselind, James y Remus recogían sus cartas, libros, pergaminos y tinteros apresuradamente antes de unirse a sus amigos. En medio de su prisa, James derramó por accidente el tintero de Lily Evans, quién como ellos había estado en la misma mesa, terminando sus deberes de Runas Antiguas. Mary McDonald estuvo a punto de responder por su amiga pelirroja, pero ninguna alcanzó a decir nada en absoluto, puesto que Roselind, Remus y James ya habían desaparecido.

Una vez en el dormitorio, Remus quién fue el último en entrar se dedicó a cerrar bien la puerta, mientas Sirius desde su cama, abría con impaciencia exagerada la caja envuelta en papel para sacar el contenido.

—Apresúrate Sirius —le urgió James botando sus libros y pergaminos en la cama que le correspondía.

Vio que Sirius estuvo a nada de responderle, pero se calló, porque finalmente había conseguido sacar el relleno de la caja. Dentro, se encontraban dos espejos idénticos, de mismo tamaño, de mismo marco y de misma funcionalidad. Aquellos espejos, bien podían parecer lo que eran, simplemente dos espejos, pero Sirius, conocía bien la función que tenían.

—Y... ¿Sirven? —les cuestionó Roselind con verdadera curiosidad.

Sirius sacó los espejos de la caja y entregó uno a James. Luego con la misma sonrisa que había tenido desde que recibió la caja en medio del Gran Comedor, se dirigió al cuarto de baño, donde cerró la puerta. Alzó el espejo frente a su rostro y llamó a su amigo:

—James —del otro lado de la habitación; Roselind, Remus, Peter y James miraban con verdadero asombro y alegría, el rostro de Sirius que acaba de aparecer en el espejo que James sostenía en lo alto.

—Adoro los espejos dobles —musitó el de gafas, Sirius asintió con la cabeza.

Por supuesto que amaban los espejos. Ambos eran unos vanidosos.

—Te dije que mi tío no me fallaría —le respondió. Y un momento después, bajó el espejo y salió del baño—. Y bien, ¿todo está preparado? —preguntó.

Peter dejó entonces de mirar el espejo de James y se acercó a la cama de Sirius para sacar de debajo una caja repleta de trozos de pergamino, todos rayados, garabateados con pequeñas notas, adornados con diminutos y pésimos dibujos e incluso maltratados a más no poder.

Remus en su papel de chico listo, se acercó a la cama de Sirius y tomó asiento mientras revolvía el contenido de la caja, en pos de un trozo en especial.

—Todo está listo —explicó el castaño dando con el trozo deseado—. Hemos pasado estos dos meses recorriendo el castillo por las noches y hemos descubierto ya los siete pasadizos secretos, el de la bruja Tuerta, da directo a Honeydukes, la tienda de golosinas de Hogsmade, cómo yo lo veo, es perfecto para que salgan mañana del castillo. En caso de que...

—Espera —lo detuvo Roselind, sentándose a un lado de Remus y revisando el mismo el pergamino que él sostenía—. No hay necesidad de un plan B. El espejo llegó, todo es más fácil. Usarán el espejo para avisarnos sobre el pasillo de la Bruja Tuerta y nosotros les avisaremos cuando estemos en Honeydukes —aseguró sonriente.

— ¿Y si los ven? ¿Tendrán que llevar la capa invisible todo el tiempo? —cuestionó Peter sentado al otro lado de Remus.

—Yo creo que no —respondió ella, mientras le pedía el pergamino a Remus para ver cierto pasadizo. James asintió, mientras tomaba asiento en su cama.

—A menos que veamos a Snivellus —se apresuró a decir Sirius—. Por ir en Slytherin, el tonto sabe que con Rosie no tenemos el permiso para salir.

—Ese tonto tiene demasiado interés en saber de dónde veníamos la noche que nos retrasamos al volver del Sauce Boxeador, por suerte no tiene tanto ingenio para indagar sobre Remus —dijo James.

—No lo sé... —dudó Roselind, algo inquieta—. Parece demasiado decidido a saber lo que hacíamos. Me preocupa un poco.

—Olvidémonos de Snape. Mientras él no los vea, creo como ustedes que no hay necesidad de cubrirse con la capa. Rose, no pierdas el pergamino... Eh, mejor pásaselo a Sirius —le pidió Remus, nervioso.

Roselind no se ofendió, sabía que era bastante distraída y el pequeño mapa que habían estado trabajando era importante. Lo habían hecho para no olvidar nada del pasadizo.

Le pasó el pergamino que sostenía a Sirius, y este lo contempló con una gran sonrisa en los labios.

—Debemos pasar esos mapas en limpio. Podríamos trazar Hogwarts, ya que lo estamos conociendo muy bien —comentó Roselind.

Remus la miró con incredulidad, pero con una gran sonrisa. Sabía que la misma gran idea había pasado por su cabeza. No lo dijeron, pero en ambas cabezas, comenzó a tomar forma.

A la mañana siguiente, cuando el desayuno hubo terminado, el Gran Comedor se vació con prontitud, quedando solo alumnos de segundo y primero. El resto del colegio, había decido continuar con sus preparativos para la salida de aquel día. Eran pocos los que ya se encontraban listos para la excursión, ya que eran pocos los que no habían hecho grandes planes.

— ¿Entonces te quedarás sola con Sirius? —le preguntó Alice, en un tono peculiar que Roselind no supo descifrar.

—Sip —respondió, remarcando la "p".

Alice y Marlene compartieron una sonrisa que pasó desapercibida por la castaña cobriza, ya que esta estaba muy concentrada en tratar de domar su cabello. Su cabello había crecido un poco más ese año, pero seguía igual de rebelde que siempre.

—Entonces serán ustedes dos solos, en la sala común de Gryffindor, solos... —continuó Marlene.

—Dijiste "solos" dos veces.

— ¿Lo hice?

Roselind soltó un leve suspiro.

No hacía mucho que se había hecho más cercana a Alice y Marlene. Las dos eran sus compañeras de cuarto (bueno, en teoría, ya que mayormente dormía en la habitación de sus amigos), pero sólo ahora empezaba a conocerlas.

Alice era amable y amistosa, además de ser algo torpe y distraída, de carácter afable, pero eso no significaba que fuera débil, al contrario, era tenaz, valiente y decidida. Buena escuchando a los demás, y Roselind también había descubierto que aunque Alice era positiva la mayor parte del tiempo, también sabía ser realista y no idealista.

Marlene era una persona extrovertida, sin miedo a expresar lo que pasara por su cabeza. Honesta, fiel, aunque muy testaruda, ya que normalmente cree saberlo todo, y no es fácil convencerla de lo contrario. Parecía vivir siempre el momento y dejarse llevar, por lo que podría considerarse despreocupada. Ahora sabía que no era así. Las emociones de Marlene eran intensas.

Pero Roselind sabía que aún le faltaba conocerlas mejor, porque de otro modo ella sabría porqué la interrogaban tanto. Habían estado así desde hace media hora, cuando Evans y McDonald se habían ido.

—Mhm, lo hiciste —tomó un mechón de su cabello y lo acomodó con una hebilla de color azul—. Pero respondiendo a sus preguntas, no estaremos solos. Estaremos junto a los de primero y segundo curso.

—Ya —dijeron al unísono, soltando luego unas risitas traviesas.

Finalmente, volteó a verlas, arrugado de manera leve la nariz. No entendía mucho a las chicas de su edad. Debía dejar de juntarse tanto con los chicos.

—Bueno... —rio también, todavía muy confundida. ¿Tenían un chiste interno?—. Nos vemos más tarde, chicas. Tráiganme ranas de chocolate y varitas de regaliz —pidió pestañeando excesivamente, antes de tratar de abandonar su (segundo) dormitorio.

—Espera, ¿a dónde vas tan rápido? Quería que me peinaras —Marlene la detuvo haciendo puchero que la hizo parecer tierna, algo que no encajaba demasiado con su forma de ser.

—Lo siento, Marls. Había quedado con Sirius a esta hora. Tenemos que ir... eh, a hacer tarea.

— ¡Ah...! ¡Estas perdonada! Ve, ve.

— ¡Rápido, Rose! ¡No lo hagas esperar! —la secundó Alice.

—Mm, bueno. ¡Adiós! —se despidió rápido, no sin antes lanzar otra mirada rara a sus dos recientes amigas, para finalmente darse la vuelta y huir.

— ¡Adiós, Rose! —las escuchó gritar, no sin después soltar otras risitas.

Que raras eran, pero les caía demasiado bien.

En el dormitorio de los chicos, Roselind encontró a Remus terminando de repertirle a Sirius el plan de aquel día. El oji gris asentía con entusiasmo y ansiedad, deseoso de dar marcha con los preparativos. En un rincón, Peter reía sobre su cama, porque James llevaba ya cinco minutos con la cabeza en el cesto de la ropa sucia, donde por accidente había tirado sus gafas y le estaba costando un poco encontrarlas. Cuando salió de cesto, tenía un calcetín de Sirius en la cabeza y sus gafas seguían perdidas.

Si, Roselind debía tener más influencia femenina en su vida.

Accio gafas —dijo sin más, sorprendiendo a Peter, quién como en otras ocasiones se mostraba asombrado de las habilidades mágicas de cualquiera de sus amigos.

—Gracias Rose —me agradeció el azabache—. Me había olvidado de ese hechizo.

En lo que iba de tercer año, los cinco jóvenes se habían propuesto estudiar a fondo hechizos que pudieran necesitar en sus aventuras nocturnas por el castillo. Y ahí, estaba uno de tantos.

Cuando las palabras hubieron salido de su boca, las gafas no tardaron en salir del cesto, enredadas en el otro par del calcetín que había estado en la cabeza de James.

—Bien, entonces estamos listos —sentenció Remus sin haberse percatado de la pequeña aventura de James, Roselind y Peter.

—De hecho...

—Sí, todo está preparado —la interrumpió Sirius, ganándose un empujón de parte de Roselind, que el pelinegro se lo devolvió de manera más suave. Hubieran seguido de no ser porque Peter se interpuso—. Deberían bajar, si no se apresuran, no podrán pasarse por el pasillo de la Bruja Tuerta y darnos aviso —les dijo finalmente a los demás, empujando esta vez a Peter, para quedar junto a la castaña otra vez.

Remus miró de Sirius a Roselind, indeciso. Fue James el que habló.

—Recuerden, no deben dejar que nadie los vea y deben tener cuidado con los profesores. Si los sorprenden, sabrán que planeaban salir del colegio —les advirtió, algo preocupado.

Ambos asintieron con la cabeza, mientras Sirius se guardaba el espejo gemelo en el bolsillo.

—Tranquilos —respondió Sirius, mientras ponía uno de sus brazos sobre los hombros de Roselind. Ambos se sonrieron con complicidad, como si momentos antes no estuvieran empujándose. Ellos eran así—. Los veremos en Honeydukes.


— ¡Dissendio! —susurró Roselind, golpeando con la varita la estatua de la Bruja Tuerta, mucho después de que los chicos le hubiesen avisado que el pasillo estaba despejado.

Inmediatamente, la joroba de la estatua se abrió lo suficiente para que pudiera pasar por ella una persona delgada.

—Las damas primero —sugirió Sirius mientras guardaba el mapa borrador, remarcando de manera burlona la palabra "damas".

Uno de los pasatiempos favoritos de Sirius, era molestar a Roselind. Su amiga tenía paciencia con muchas personas, pero por alguna razón, cuando se trataba de él... Eso no era así.

Tal vez, era una secuela de cuando se llevaban mal, mucho antes de que ambos se hicieran amigos y entraran a Hogwarts.

Solían pelear demasiado.

—Oh, que caballero —le replicó a su vez la oji azul y, sin perder el tiempo, se lanzó por el agujero riendo.

Sirius negó con la cabeza divertido. Miró a ambos lados del corredor, metió la cabeza por el agujero y se impulsó hacia delante siguiendo a Roselind. Se deslizó por un largo trecho de lo que parecía un tobogán de piedra y aterrizó en una tierra fría y húmeda.

— ¡Mierda! —gruñó el pelinegro, cuando cayó a los pies de su amiga.

Roselind solo se rió de él, y levantando la varita, murmuró: ¡Lumos!.

Se encontraban en un pasadizo muy estrecho, bajo y cubierto de barro.

—Sí, gracias por la ayuda Rosie —ironizó, poniéndose de pie y mirando a su alrededor. Si no fuera por la varita de Roselind alumbrando, estaría totalmente oscuro—. ¡Lumos!

—De nada, Siriusín —le respondió de manera burlona—. ¿Qué tal una carrera? —sugirió inmediatamente, ignorando sus refunfuños por ese molesto apodo.

No dándole tiempo a responder, empezó a correr. Y no dándole otra alternativa, la siguió; el corazón le latía con fuerza, sintiéndose al mismo tiempo emocionado y temeroso.

El pasadizo se doblaba y retorcía, más parecido a la madriguera de un conejo gigante que a ninguna otra cosa. Los dos amigos corrieron por él, con las varitas por delante y tropezando de vez en cuando en el suelo irregular.

No se dio cuenta en que momento habían dejado de correr y cuando ella había tomado su mano. Probablemente había pasado media hora desde que ingresaron al pasadizo, pero caminaban tranquilamente, demasiado cansados para volver a correr. Roselind unos pasos más adelante (tenía más resistencia por los entrenamientos de Quidditch), sostuvo su mano en la ella para que siguiera caminando y no tomara un descanso, como tantas veces pidió.

—Tus manos son pequeñas —rompió el silencio.

—Están en etapa de crecimiento —protestó, aunque Sirius no había sido burlón. Le gustaba el tamaño de sus manos. Era como si... —. Tal vez tus manos son gigantes.

Era como si encajaran.

—Encajan —susurró sorprendido.

La niña Lestrange, lo miró de igual forma.

—Supongo —murmuró.

Automáticamente, ambos miraron sus manos unidas en silencio.

—Rosie —la llamó después de un rato en silencio. Sus manos aún seguían unidas—. Gracias por estar siempre.

— ¿Qué?

—Gracias por ser mi amiga.

— ¿Por qué me agradeces, tonto? ¿No estás muriéndote, verdad?

—También gracias por perdonarme las bromas pesadas que te hice cuando éramos más chicos y nos detestábamos. Por perdonarme después de que por mi culpa recibiéramos la maldición Cruciatus. Realmente siento eso.

—Ahora si estás preocupándome. ¿Pasa algo? —sus ojos azules como zafiros brillaban con gran preocupación.

—No, tranquila. Sólo quería que lo supieras. Hace mucho no pasamos tiempo solos cómo antes.

Hubo muchas veces en su infancia, que Sirius pensó que estaba al borde de deslizarse más a la oscuridad, y si no fuera por la pequeña que le devolvía las bromas, hoy sería una persona diferente. Tal vez, hasta estaría en Slytherin, consumido por el odio y rencor hacia el mundo.

Roselind fue su primer amiga.

—Merlín —estaba más sorprendida que cuando habló de sus manos. La entendía. No era común que Sirius se expresara de esa manera. No era común que se mostrara vulnerable—. No tengo que perdonarte nada, yo te devolvía bromas aún peores. Respecto a esa vez que recibimos la maldición, no fue tu culpa, ni fue la mía; lo sabes. Además de que solo fue una excusa perfecta para nuestros padres desataran su ira sobre nosotros. Y estoy igual de agradecida de tenerte, Sirius —dijo suavemente.

Sirius le sonrió, e inmediatamente carraspeó, de repente algo incómodo.

«Vamos, solo es Rosie», pensó. No sabía que le pasada el día de hoy.

—Pero no voy a disculparme por tirarte al lago en segundo año —bromeó, con su habitual tono confiado.

—No lo esperaba, sobre todo cuando me vengué cortándote un mechón de cabello —replicó audaz.

Oh, quiso tirarla de vuelta al lago.

—Bueno, ¿seguimos?

Roselind sonrió aún más, como si supiera algo que él no, pero solo respondió:

—Claro.

Tardaron mucho, pero a ambos les animaba la idea de llegar a Honeydukes. Después de veinte minutos más o menos, el camino comenzó a ascender. Jadeando, aceleraron el paso. Tenían las caras calientes y los pies muy fríos.

Cinco minutos después, llegaron al pie de una escalera de piedra que se perdía en las alturas. Procurando no hacer ruido, Roselind comenzó a subir con Sirius detrás. Cien escalones, doscientos. Sirius perdió la cuenta mientras subía mirándose los pies.

Luego, de improviso, Roselind se detuvo. Había una trampilla.

— ¿Oyes algo? —le preguntó.

La oji azul solo negó con la cabeza. Muy despacio, levantó ligeramente la trampilla y miró por la rendija.

—Hay un sótano lleno de cajas y cajones de madera —susurró, antes de salir y mantener la trampilla abierta para que él saliera. Se disimulaban tan bien en el suelo cubierto de polvo que era imposible que nadie se diera cuenta de que estaban allí. Anduvieron sigilosamente hacia la escalera de madera—. Bueno, esto es genial. Ya podemos avisarles a los demás.

Sirius tuvo tiempo de sacar el espejo y avisarle a James que ya estaban esperándolos, cuando Roselind empezó a golpear su brazo desesperadamente.

— ¡Ahora sí escucho algo! —exclamó la Lestrange, sin saber qué hacer. También oía las voces, además del tañido de una campana y el chirriar de una puerta al abrirse y cerrarse.

Mientras se preguntaba qué harían, oyó abrirse otra puerta mucho más cerca de ellos. Alguien se dirigía hacia allí.

—Ah, y coge otra caja de ranas de chocolate, querido. Casi se han acabado —dijo una voz femenina.

Un par de pies bajaba por la escalera. Roselind agarró nuevamente la mano de Sirius, y ambos se ocultaron tras un cajón grande, aguardando a que pasaran. Oyeron que el hombre movía unas cajas y las ponía contra la pared de enfrente.

Se miraron, sabiendo que no se presentaría otra oportunidad. Rápida y sigilosamente, salieron del escondite y subieron por la escalera. Al mirar hacia atrás, Sirius vio un trasero gigantesco y una cabeza calva y brillante metida en una caja.

Llegaron a la puerta que estaba al final de la escalera, la atravesaron y se encontraron tras el mostrador de Honeydukes. Ambos suspiraron aliviados cuando encontraron a Peter distrayendo a la encargada, mientras James y Remus los esperaban para ayudarlos a salir de ahí disimuladamente.

Se sintió algo extraño cuando vio como Roselind se separaba de él y tomaba la mano de Remus, después de que este la ayudara a salir por el costado del mostrador.

«Roselind y Remus...», pensó mirándolos.

Roselind con su cabello castaño rojizo ondulado, ojos azules brillantes y su bonita sonrisa optimista y soñadora. Remus con sus ojos casi dorados y su personalidad agradable y bondadosa. Una alumna brillante, pero distraída; un alumno ejemplar. Una sangre pura y un mestizo. Una persona desordenada y un admirador del orden. Alguien hiperactiva, impulsiva y obstinada; alguien tranquilo, paciente y testarudo. Amantes del chocolate, de los libros y el aire libre.

Sacudió la cabeza, ¿por qué pensaba en Roselind y Remus? ¿Qué le estaba pasando hoy y por qué sabía todo eso de ellos? Sí, bueno, eran sus mejores amigos y pasaba mucho tiempo con ellos, los quería, pero no estaba consciente que los conocía tan bien...

Una voz alegre lo obligó a salir de sus pensamientos, James le estaba hablando.

—Hey Sirius, ¿en qué estás pensando? —cuestionó.

—Nada, es que... tengo mucho frío. ¿Probamos unas cervezas de mantequilla? Escuché que no hay nada mejor que Las Tres Escobas —respondió, volviendo a su actitud jovial.

—Esa idea suena genial, vamos —secundó Peter. Ya luego verían Honeydukes, tenían mucho tiempo y muchas ganas.

Alegres como estaban se dirigieron a las Tres Escobas enfrascados en una charla acerca de lo que Sirius y Roselind habían encontrado en el sótano de la dulcería.

Al salir, James cubrió a Sirius y Roselind con la capa. De no haberlo hecho, ambos habrían sido descubiertos por Evan Rosier junto a Mulciber, ya que estaban mirando los dulces y a punto de girar en su dirección, donde los verían. Y si un Slytherin los veía, nada bueno saldría de aquello.

El día continuó agradable para todos. Luego de beber dos cervezas de mantequilla cada uno en las Tres Escobas, los chicos se dirigieron a Honeydukes, donde Remus compro varios chocolates, Roselind varias cajas de ranas de chocolate y varitas de regaliz, como Peter grajeas de todos los sabores.

Visitaron la casa de los gritos, que Remus ya conocía bien y Sirius, James, Roselind y Peter quedaron fascinados con los relatos de Remus sobre la construcción, deseosos de algún día conocerla.

—Es imposible, un humano no puede estar donde un hombre lobo —susurró Peter.

—Exacto, por nada del mundo los quiero ahí en mis transformaciones —repuso Remus.

—A menos, que encontremos una solución —susurró Roselind, que siempre tenía un plan en la mente.

Luego de aquello, se dirigieron a Zonko, la tienda de bromas. Encontraron bombas fétidas, naipes explosivos, galeones de oro luminosos, piedras lunares de oscuridad instantánea, vuela plumas, tinta invisible, entre otras muchas cosas. Y está demás decir que se hicieron con todo lo que pudieron.

Cuando fue hora de volver a Hogwarts, Sirius y Roselind se separaron del grupo para volver por el pasadizo y alcanzarlos en los dormitorios.

No hubo charlas raras esta vez. Regresaron caminando, enfrascados en las últimas novedades que Roselind tenía del Quidditch. El torneo ya había comenzado en el colegio y su primer partido había sido contra Ravenclaw, el año anterior, habían ganado la Copa de quidditch para Gryffindor, aunque con poca diferencia frente a Hufflepuff en el partido final.

Aquel año, Roselind se estaba esforzando para lucirse, había practicado todo el verano a escondidas de su familia y deseaba ser una buscadora estrella.

Sirius no dijo nada, pero para él, ella ya era una estrella.

La llegada del nuevo trimestre, trajo consigo algunas cosas.

Primeramente, una negativa rotunda de Sirius a volver a pasar las Navidades en casa de los Potter, lo cual Roselind no entendía muy bien. Para ella fue la mejor experiencia de su vida. Euphemia la había sobrepasado con su cariño y había dejado a Roselind con mucha ganas de volver, a pesar de estar algo apenada.

—Ya te dije que mamá, solo quiere tratarlos bien —le repitió James por décima ocasión, cuando el tema salió a relucir.

—Más bien quiere adoptarme y lo aprecio, James, en serio. Es solo... —habían llegado al Gran Comedor para el desayuno, Roselind comprendió rápidamente lo que Sirius iba a decir, pero que no era capaz de expresar con tanta gente alrededor.

—De acuerdo, le diré que siga viendo en ti a un amigo mío y no un segundo hijo. Pero cuando quieras, sabes que no solo eres familia mía, mis padres están encantados contigo —aseguró el de gafas. Luego, miro a Roselind—. Con ambos. Mamá no siente lástima, sino cariño.

—Si puedo, volveré a visitarte en vacaciones. Yo también quiero a tu madre —le dijo Roselind con aprecio. Lástima que no sabía si la dejarían ir, lo más seguro era que no.

—Yo también lo intentaré, si Walburga me deja. Ella nunca me había tratado tan bien como tu madre, ni siquiera cuando no era Gryffindor. Creo que en realidad, nunca me quiso. Tal vez fui producto de una poción de amor —rio.

Roselind frunció el ceño, pero tomó asiento en el taburete para comenzar a desayunar, Sirius y James la imitaron. Frente a ellos, Peter y Remus ya estaba desayunando.

—Si eso fuera cierto, parecerías un Snivellus y créeme amigo, eres más guapo que eso —le comentó Remus, en un intento de animarlo.

Sirius rio con ganas. Casualmente, cada uno de ellos conocía cómo animar al otro, siempre sabían que decir cuando uno se sentía mal.

—Remus, hablando de cosas feas... —comenzó Roselind.

—No Rosie, tu tampoco estás tan fea como Snivellus —intervino Sirius a punto de engullir una tostada.

—Cállate, tonto. Sé que soy más que hermosa —dijo engreídamente, en dirección a Sirius. Él no lo negó—. Iba a decir, que ese rasguño de tu rostro, se ve mal. ¿Qué te dijo madame Pomfrey? —continuó Roselind, mirando a Remus.

Remus se pasó una mano por la cara, aquella luna llena había terminado con un gran rasguño, ardía.

—Me dio una poción muy buena. Es solo que fue un corte profundo y tarda algo en sanar —espetó el castaño.

—Debemos empezar a buscar hechizos sanadores, quizás podríamos ayudarte a curar —intervino James, preparando en su plato una porción de tarta de melaza—. Ya sabes, algo que podamos hacer para esas ocasiones. Debe haber una solución para que no te hieras tanto a ti mismo.

Remus no dijo nada, pero Roselind sabía que agradecía lo mucho que lo cuidaban. Incluso, las veces en que algún Slytherin lo llegaba a molestar por su apariencia, y Roselind, James y Sirius acaban hechizándolos.

—Peter, si pasaste mis apuntes de Criaturas mágicas, ¿verdad? —preguntó Sirius

—No será nota perfecta, pero apuesto a que no me reñirán —respondió Peter.

De no ser por Roselind, James, Remus y Sirius, seguro que ya habría suspendido alguna materia. Y eso, no sería nada bueno, tratándose de recibir una reprimenda de Minerva McGonagall.

—James, Rosie, hoy practicaremos —comentó Sirius al cabo de un rato—. No tenemos tantos deberes, podemos salir y volar un ratito contigo, ¿verdad, Remus?

—Sí, claro. Me apresuraré con mis deberes de Runas —aseguró el castaño.

— ¿Puedo estar en el equipo de Rose? —preguntó Peter—. La última vez, jugamos bien los dos.

—Pete, ahora me toca a mí con Ros. No te asustes, James y Sirius no te tirarán de la escoba —bromeó Remus, mirando con complicidad a Roselind.

—No prometo nada —siguió bromeando James, y la charla continuó.

Así solían ser sus desayunos, agradables, risueños, dulces.

En todo Hogwarts, no había amigos como ellos, no había un quinteto parecido, quizás por algunos eran odiados, por otros envidiados, por unos pocos admirados, pero no importaba el resto, entre ellos cinco, había algo más que amistad: fraternidad, hermandad.

—Vamos, toca Defensa contra las Artes Oscuras —les instó Roselind cuando el desayuno hubo terminado. Los cuatro restantes se siguieron al dormitorio para recoger sus mochilas, pergaminos y libros; mientras Roselind iba a su propio dormitorio, y luego se dirigieron a su aula para la clase del día.

Aquella asignatura era la preferida de casi todos los alumnos, porque los profesores resultaban agradables y las clases sorprendentes. Casualmente, los profesores duraban en el puesto uno año y luego dimitían. Pero la clase en sí, era fascinante. Para Roselind, de las pocas que valían toda su atención. Aquella mañana, el profesor de ese año, llegó al aula con una actitud amable y con un tema nuevo: Animagia y Hombres lobo.

—Muy bien, ¿alguien sabe que es ser un animago? —preguntó. Lily Evans levantó la mano.

Roselind tuvo una fuerte punzada. Animagia. Sí, ya alguna vez había escuchado de eso.

¿Pero era una buena idea?


¿Es Sirius el primero en caer?
Tal vez.

¿Caerá primero ante Roselind o Remus?
Buena pregunta.

Tercer año de los merodeadores y los amigos de a poco van dejando de ser preadolescentes, lo que significa la aparición de sentimientos nuevos y confusos...

Por cierto, gracias por la paciencia que tienen con esta historia. Pronto voy a terminar de editar los capítulos viejos (que son hasta el diez), y subir capítulos nuevos. Me di cuenta que sin computadora es difícil actualizar tres historias a la vez.
Pero hago mi mayor esfuerzo.

Así que voten y comenten

Y gracias de nuevo,
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