Devoradora de almas | EN PAUS...

By Aniusi

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Derek, cazador de alto rango y jefe de uno de los equipos especiales de operaciones, es algo más que un hombr... More

PARTE I
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
PARTE II
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49

CAPÍTULO 1

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By Aniusi

Aparto a la gente a empujones sin ser delicado. Personas, mayormente borrachas e incapaces de mantener el equilibrio, tropiezan y caen al suelo. Sus bebidas se desparraman creando una piscina maloliente de alcohol bajo mis pies. Recibo más de un insulto, pero los ignoro. Alzo mi mano derecha hasta mi oreja e informo:

­– Los objetivos están abandonando el local. Asegurad el perímetro. No quiero fugas.

Mi tono es firme y cortante. No puede haber errores. Esta vez no. Ya se nos habían escapado antes y gente había muerto por ello.

Un coro de voces resuena en mi oído. Todas ellas responden con un seco <<recibido>>.

Abandono la discoteca por la salida de emergencias y acabo en un estrecho callejón. Desciendo los cinco escalones metálicos que me separan del asfalto y evalúo el terreno. La única farola que ilumina el callejón parpadea varias veces, luego se apaga y segundos después vuelve a cobrar vida para seguir parpadeando. El patrón se repite una y otra vez. Parpadeo. Oscuridad. Parpadeo. Oscuridad.

Agudizo el oído y escucho como el sonido de los pasos de los objetivos se va desvaneciendo. Se están alejando, por lo que saco rápidamente mi arma de su escondite en la parte posterior de la cinturilla de mis pantalones y apunto hacia delante. Conforme me voy acercando al final del callejón me doy cuenta de que ya no se escuchan otros pasos, solo los míos. Maldigo por dentro.

Mierda, no. No pueden escapar.

De repente, mis pies tropiezan con algo y detengo mi avance. Parpadeo varias veces hasta que finalmente mi cerebro identifica lo que estoy viendo. Es un maldito corazón sobre un enorme charco de sangre. La tensión atraviesa todo mi cuerpo y los pelos de mi nuca se erizan en alerta. Sigo la dirección de la sangre con la mirada y a mi derecha descubro el cuerpo de uno de los dos hombres a los que perseguía en posición sentada en el suelo con su espalda apoyada contra la pared y un enorme agujero en la parte izquierda del pecho. La sangre también mancha la pared como si después de haberle arrancado el corazón hubiesen lanzado el cadáver contra el muro. Afianzo mi agarre sobre el arma y apunto hacia delante. Pronto localizo al otro hombre. Su cuerpo inmóvil yace sobre el asfalto a escasos metros de distancia. La farola elige ese momento para apagarse y después, cuando vuelve a encenderse, bajo su luz parpadeante, veo a una mujer. Su espalda está ligeramente encorvada y entre los dedos de una de sus manos se filtran las gotas de sangre del corazón que sostiene. Uno de sus pies está sobre la espalda del cadáver como si lo estuviese manteniendo fijo en el sitio a pesar de que el agujero en su espalda indica que no volverá a moverse nunca más.

Poco a poco, va adoptando una posición erguida y su cabeza gira para observarme. Nuestros ojos se encuentran y mi dedo roza el gatillo del arma cuando me percato del resplandor amarillento de su mirada.

<<Devoradora>>.

El brillo que emiten sus ojos es inconfundible. Es una Devoradora de almas, un monstruo al igual que lo eran los tipos a los que acaba de matar. Ella me recorre con la mirada. Desde mis botas de combate, pasando por mi indumentaria reforzada hasta lo alto de mi cabeza rapada.

– Cazador – murmura con tono peligroso.

El mundo está lleno de monstruos y entre ellos, los más peligrosos son los Devoradores de almas. Criaturas con apariencia humana que se alimentan de las almas de los humanos. La mayoría de las personas desconocen la existencia de estas criaturas y viven una vida normal ignorando los peligros que acechan en cada esquina. Sin embargo, el gobierno no lo hace. Quizás los cazadores fueran organizaciones clandestinas en el pasado, pero ahora las cosas han cambiado. Mientras que los policías normales se ocupan de los crímenes mundanos, los cazadores (que podrían considerarse una división especializada) se encargan de lo sobrenatural. Trabajamos por el bien de la humanidad y por un sueldo.

Estudio a la mujer. Botas altas, pantalones ajustados y camiseta escotada. Todo de color oscuro ayudándola a fundirse parcialmente con las sombras del callejón. Su pelo castaño claro cae por su espalda creando suaves ondas y sus brillantes ojos se estrechan ante mi escrutinio.

– Los has matado – no es una pregunta sino una afirmación de lo obvio.

Las formas de acabar con un Devorador de almas son pocas. La primera de ellas es atravesando su corazón con un arma, objeto o proyectil fabricado con plata. Por eso mi arma está cargada con balas de plata. La segunda es la decapitación. Sin embargo, si no mantienes la cabeza separada permanentemente de su cuerpo está puede volver a juntarse y el Devorador se marchará caminando como si nada hubiese pasado. Y, por último, arrancarles el corazón. A diferencia de lo que ocurre con la cabeza, el corazón no puede volver a fusionarse con el cuerpo, así que es una muerte definitiva. Por desgracia, no es un método fácil de llevar acabo si eres humano, ya que para introducir la mano en el pecho y arrancar un corazón se requiere una fuerza descomunal.

Una sonrisa perversa se dibuja en el rostro de la mujer. Entonces, el corazón que sostenía se desliza de sus dedos y cae al suelo con un "plop" y el pie que mantenía sobre la espalda del cadáver se mueve hasta la cabeza de este. Ella comienza a ejercer presión con su pie y el cráneo es aplastado por su fuerza. El terrible sonido alcanza mis oídos y un escalofrío recorre mi espalda. Sin embargo, no aparto la mirada. Si fuese un cazador novato me habría puesto a vomitar, pero he sido entrenado desde bien joven para soportar cualquier cosa. A mis veintinueve años, no hay nada que me cause pavor. Ni siquiera los sesos y la sangre que ahora se esparcen por el asfalto y embadurnan su bota. Sin embargo, a ella no parece hacerle tanta gracia que su suela se haya manchado y despega el pie del cráneo destrozado con una expresión de repugnancia.

– Maldita sea. Estas botas son nuevas. ¿Sabes lo difícil que es quitar la sangre del terciopelo? – me pregunta de forma casual.

– Puedo imaginarlo – respondo mientras cada uno de mis músculos vibra con anticipación sabiendo que en cualquier momento la Devoradora podría atacar.

Como si no estuviese apuntándole con un arma y tuviese todo el tiempo del mundo, la mujer saca un pañuelo del bolsillo de sus pantalones y comienza a limpiar la sangre que gotea de los dedos de su mano. Con cada uno de sus lentos movimientos escucho el sonido del latido de mi propio corazón en el fondo de mis oídos incapaz de hacer otra cosa que apuntarle con mi arma. No soy idiota. Los Devoradores a los que llevábamos semanas persiguiendo eran poderosos, pero ella los ha matado en apenas unos segundos, lo que la hace mucho más poderosa. Mis compañeros están asegurando el perímetro, lo que me deja solo ante el peligro y seamos sinceros, ella me mataría antes incluso de que llegase a presionar el gatillo, así que tomo una profunda inspiración luchando contra todos mis instintos de supervivencia y bajo el arma.

Las cejas de la Devoradora se alzan ciertamente sorprendida y lanza el pañuelo, ahora teñido por la sangre, lejos.

– Creo que es la primera vez que un cazador no me dispara a primera vista – comenta volviéndome a estudiar con su mirada, pero esta vez sus ojos miran más allá de mi indumentaria. Observa mi rostro y sé que a pesar de la oscuridad y la luz parpadeante de la farola que hay sobre nosotros es capaz de vislumbrar cada uno de mis rasgos con total claridad. Mi mandíbula cuadrada, mis pómulos afilados y mis ojos de color chocolate ­–. Sensato y atractivo – comenta mientras su mirada se clava en la mía y su lengua se asoma para humedecer ligeramente sus labios –. Interesante.

Mis dedos se cierran alrededor de la culata del arma, que mantengo baja, con la necesidad de dispararle una bala de plata al corazón. Sus ojos emiten un resplandor amarillento que con cada segundo que pasa se intensifica. Solo hay dos razones por las que los ojos de los Devoradores de almas brillan. La furia y el hambre. Y por la forma en la que relame sus labios puedo imaginarme cuál de las dos es la causa. Inconscientemente, retrocedo un paso. Mi acción parece divertirla porque suelta una sonora carcajada.

– No temas, cazador – me hace saber y está vez pronuncia la palabra "cazador" de forma lenta, deleitándose con cada sílaba, como si la saborease –. No vas a convertirte en mi cena de esta noche. Estoy ocupada.

Entonces, hay un borrón y repentinamente ya no está a varios metros de distancia sino frente a mí. Los Devoradores pueden moverse a una velocidad vertiginosa y sin duda acaba de hacer alarde de ello. Contengo la respiración y me quedo inmóvil, pero preparado por si debo defenderme. Extrañamente, un hormigueo recorre mis músculos. He tenido a otros Devoradores cerca justo antes de clavarles un puñal de plata en el corazón, pero jamás había sentido este hormigueo con ninguno de ellos. Un hormigueo que provoca reacciones inesperadas en mi cuerpo. Mientras que mi cabeza no deja de recordarme que la mujer frente a mi es un monstruo despiadado y que debo matarla, otras partes de mi cuerpo masculino no opinan lo mismo. Antes, debido a la distancia y a la escasa iluminación que nos aportaba la farola, no era capaz de distinguir bien su aspecto, pero ahora la veo y mis ojos se agrandan por la sorpresa.

Es hermosa. Quizá la mujer más hermosa que haya visto en toda mi vida. No tendrá más de 25 años o más bien debería decir que no aparenta más de esa edad, ya que los Devoradores pueden vivir eternamente y no envejecen como lo hacemos los humanos. A pesar del brillo amarillento que siguen desprendiendo sus ojos, me doy cuenta de que sus iris son de color azul. Una explosión de diminutas pecas decora sus mejillas. Su rostro se estrecha hacia su barbilla y sus carnosos labios se curvan formando una sonrisa de satisfacción ante mis reacciones.

– Lo que sientes es normal – susurra está vez con sus ojos clavados en mis labios. Está tan cerca que cuando habla siento el roce de su aliento contra mi piel –. Suelo causar ese efecto en los hombres... y en algunas mujeres.

La ira me inunda. No me puedo creer que esté perdiendo el control de esta manera frente al enemigo. Sin embargo, no me dejo llevar por ello y aprieto los dientes tratando de mantener la calma.

– No te atrevas a acercarte más, Devoradora – le advierto con dureza.

– ¿O qué? – me desafía ella – No tienes ninguna oportunidad contra mí y lo sabes –. Tiene razón. Lo sé. Sin embargo, no voy a permitir que un monstruo juegue conmigo. La miro a los ojos sin amedrentarme ante su evidente superioridad. Entonces, ella sonríe y da un paso atrás permitiéndome volver a respirar y haciendo desaparecer el extraño hormigueo que me estaba afectando –. Me caes bien, cazador. Eres inteligente. Sabes que no tiene sentido empezar una pelea que no puedes ganar y como recompensa por tu agudeza voy a permitir que tus amiguitos vivan.

Sus palabras me confunden hasta que de repente escucho los pasos que se aproximan y me doy cuenta de que durante todo este tiempo mi equipo ha estado intentando contactar conmigo, hablándome a través del pinganillo en mi oído derecho, y yo no he dado señales de vida. Ni siquiera los he escuchado. La sonrisa de la Devoradora crece ante mi desconcierto.

– Como he dicho. Suelo causar ese efecto... – susurra y, después, desaparece.

En ese momento, los miembros de mi equipo me alcanzan.

– ¡Gracias a Dios! – exclama Cooper – Pensábamos que algo malo te había ocurrido. ¿Por qué no contestabas? –. Entonces, sus ojos y los del resto caen sobre la grotesca escena tras de mí – ¿Pero qué cojones....



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