cigarette daydreams ━━ eddi...

By -poisxn

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CIGARETTE DAYDREAMS | en donde aspen caldwell empieza a ver a vecna mientras ayuda a eddie munson a huir ... More

cigarette daydreams
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act i
ii. hawkins high school
iii. ghost clock
iv. on edge

i. heart of glass

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capítulo uno,
( heart of glass )








               LOS RAYOS DEL SOL BRILLABAN SOBRE LA SUPERFICIE DEL lago como en un cálido día de verano. El humo del cigarrillo que colgaba entre sus dedos la envolvía como un manto, envenando sus acostumbrados pulmones. Sobre su regazo se encontraba abierto su cuaderno de dibujos y su hábil mano movía el lapiz sobre él mientras su cabeza se movía de arriba a abajo al compás de la canción que sonaba en sus oídos. Aspen Caldwell podía quedarse allí todo el día sin que nadie la molestara, disfrutando la soledad de su propia compañia.

No era una persona solitaria, pero tampoco era lo que uno llamaría sociable. Su grupo de amistades era reservado e íntimo. Aspen prefería tener unos pocos verdaderos amigos antes de muchos en los que no pudiera confiar.

—Aspy.

La aludida giró el rostro sobre su hombro con sorpresa, instintivamente cerrando el cuaderno sobre su regazo. Sus ojos mieles encontraron la mirada cálida de Aimee Henderson, su mejor amiga, y la tensión que se había hecho presente en sus hombros desapareció.

—Aimes, ¿cómo me encontraste?

—Fui a tu casa pero nadie contestó, así que vine aquí.

Aimee se encongió de hombros y se sentó en la roca donde Aspen se encontraba. Sus ojos no pudieron evitar observar con curiosidad el cuaderno, más los apartó y dirigó al lago tras darse cuenta que Aspen no volvería a abrirlo. 

Aspen Caldwell se había mudado al pequeño pueblo de Hawkins a principios del año escolar anterior, tras vivir unos sucesos desafortunados —con el nombre de Scott—. Los habitantes de Hawkins no se encontraban acostumbrados a recibir más personas, sobre todo cuando lucían y se comportaban de manera tan frívola como Aspen. Aimee Henderson había sido la única valiente en acercarse a ella y descubrir la persona que escondía bajo tantas capas de seguridad, convirtiéndose enseguida en mejores amigas. 

Pero sin importar cuánto se acercara a una persona, el mayor secreto de Aspen era y continuaría siendo su cuaderno de dibujos, el cual ni su madre había tenido el placer de ver. Aspen lo consideraba su diario íntimo, donde cada pequeño pensamiento o sentimiento era expresado en líneas y curvas reservadas sólo para sus ojos.

—Si tan solo hicieran unos pocos grados más podría meterme al lago. Se ve tan pacífico.

Aimee soltó un suspiro, sus ojos brillando tanto como los rayos del sol que impactaban sobre la superficie.

—Suena como el inicio de una película de terror.

Aspen dio una última calada al cigarrillo y lo tiró al pasto antes de pisarlo con la plataforma de sus borcegos negros. Aimee resopló ante el comentario mórbido, más decidió ignorarlo.

—Deberíamos ir al bar esta noche, oí que van a haber buenas bandas —comentó Aspen.

—¿Quiénes? ¿Y quién te lo dijo? La última vez éramos sólo nosotras y la banda, Aspen. Fue un desperdicio de dinero.

La joven Caldwell rió entre dientes ante el recuerdo. Realmente había sido un desperdicio de dinero considerando que la banda había abandonado el show a la mitad luego de que el baterista tuviera una hemorragia nasal. Si le preguntaran a Aspen, diría que probablemente se debía a la cantidad de cocaína que ingería. No conocía al sujeto, pero la energía que tenía no era para nada normal.

—Confía en mí, ¿si? No volverá a suceder. Aparte es sábado, habrá gente.

Aimee torció sus labios no del todo convencida, más asintió con su cabeza aceptando la invitación de su amiga, sabiendo que Aspen era capaz de ir sola, y Aimee no podía permitirlo, no cuando se emborrachaba y drogaba y se volvía inconsciente de sus actos. Aspen era su mejor amiga y ella no podía dejar que nada le pasara.

Un cómodo silencio se instaló entre ambas amigas, lo que no era atípico. Aimee bajó sobre sus ojos sus lentes de sol con montura roja, apoyándose sobre sus antebrazos para disfrutar aún más los rayos de sol sobre su pálida piel. Con cuidado, Aspen volvió a abrir su cuaderno y retomó el dibujo.

Aspen estaba llenando las paginas con la vista frente a ella, tratando de que la manera en que el agua reflejaba el sol se viera lo más real posible. Había asistido a alguna que otra clase de dibujo, pero con el tiempo había comenzado a creer que el arte era algo que uno llevaba en la sangre y no algo que pudiera aprenderse. No se podía aprender a ser creativo, simplemente lo eras o no lo eras. Había gente que había nacido con el don de tocar un instrumento, hacer películas, escribir libros, tal vez pintar o dibujar, cosas que otras personas no podían hacer por mucho que lo intentaran.

Aspen creía que la vida tal vez se trataba de ello, aceptar las fortalezas y deficiencias de cada uno. Explotar los puntos fuertes y dejar a un lado lo débil. El arte corría por sus venas, tal como había corrido por las venas de su madre cuando se dedicaba a pintar y vender sus propios cuadros. La diferencia era que su madre había abandonado su arte al quedar viuda, decidiendo buscar un trabajo más estable económicamente. Aspen sólo podía desear que su destino no fuera el mismo.

Había algo íntimo en la manera en que deslizaba el lápiz sobre la hoja. En la manera que su muñeca se movía. En la manera que las ideas brotaban en su mente y eran transmitidas. Si pudiera describirlo, diría que era como aquellos momentos extraños donde la luna se encontraba con el sol. Dos viejos amantes reunidos bajo un mismo cielo.

—Estaba pensando si debería ponerme mi blusa roja o una negra. Aclaro que pienso llevar pollera y botas negras.

Aspen alzó la mirada, saliendo de la ensoñación que le producía escribir, como si el mundo a su alrededor desapareciera y sólo se tratara del lápiz en su mano y la hoja. Una íntima conexión.

—La roja me gusta más.

—¿Tú que te pondrás?

La aludida se encogió de hombros, cerrando una vez más el cuaderno sobre su regazo. Su mirada se dirigió a su mejor amiga, pero los ojos de Aimee se hallaban cerrados detrás de sus lentes de sol.

—No tengo idea. ¿Por qué no vienes a mi casa a ayudarme?

Aimee aceptó la idea tras decirle que era más que probable que su madre le prestara el auto, y sus caminos se separaron al abandonar el lago.

Como era de esperar, Aspen no halló a su madre al llegar a su casa, sólo a su hermana que se preparaba para salir con su mochila repleta de comics y alguno que otro de sus discos favoritos.

—Hey, Vic, ¿a dónde vas?

La hermana menor giró sobre sus talones, dejando su mochila sobre su cama para observar a Aspen parada junto al umbral de la puerta de la habitación.

—Voy a jugar Dungeons and Dragons y luego iré a lo de Max a dormir. 

—¿Cómo se encuentra?

Victoria soltó un suspiro al pensar en su pelirroja amiga. La muerte de Billy había sido un golpe bajo del que no se había podido recuperar, y el hecho de que Jane —o Eleven— no estuviera con ellas lo hacía de alguna manera más difícil. Al faltar también Will el grupo no se encontraba completo, y la ausencia de ambos se notaba demasiado.

—No muy bien, la verdad.

Aspen alternó su mirada a sus borcegos. Pensar en Billy aún resultaba doloroso. Lo había amado más de lo que había pensado, incluso al tratar de convencerse una y otra vez de que solo debían permanecer como amigos porque él sólo le rompería el corazón, pero al final el dolor había resultado igual de intenso.

—¿Sabes donde está mamá?

—Trabajando como siempre, supongo —masculló Victoria encogiéndose de hombros tratando de mostrar indiferencia, más Aspen era capaz de ver cuánto extrañaba que Lorraine pasara tiempo con ellas—. Me voy. Nos vemos mañana.

—Diviértete. Ten cuidado.

Tras ver a su hermana desaparecer por la puerta principal, Aspen soltó un suspiro mientras pasaba una mano por su rostro.

Pensar en Billy había hecho doler su pecho.












                LA MÚSICA RETUMBABA DE LAS PAREDES, MOVIENDO EL suelo bajo sus pies con un vaivén que le impedía caminar en línea recta, aunque probablemente se debiera a las drogas y el alcohol corriendo por sus venas. Aspen Caldwell no recordaba el último fin de semana en el que simplemente se hubiera quedado en su casa leyendo un libro como disfrutaba hacer antes, pero claro que su vida tampoco seguía siendo igual. Absolutamente todo había cambiado, aunque lo había estado haciendo desde que tenía memoria. Otro estúpido pueblo al que se habían mudado para añadir a la lista. No había nada especial en Hawkins, Indiana.

Oh, cuan equivocada estaba.

Tropezando sobre sus propios pies, Aspen se abrió paso entre los cuerpos sudorosos del resto de adolescentes para ir a la barra por otra cerveza.

—¿Puedo ver tu documento?

—¿Mi documento? ¿Bromeas? ¡Ya me vendiste cinco cervezas! ¡Sólo dame una más!

El bartender negó con su cabeza, notando la falta de equilibrio por la ebriedad, la manera en que su cuerpo se balanceaba de lado a lado.

—Muéstrame tu documento y te daré otra.

—Vete al demonio, imbécil.

El sujeto simplemente se retiró a atender a otro cliente, dejando allí a la joven ebria. El bar era conocido por venderle alcohol a menores pero eran prudentes para no tener problemas, de modo que no le seguían vendiendo a quiénes lucían demasiado embriagados, tal como Aspen lucía.

Aspen rodó sus ojos y decidió que si no le vendían entonces tendría que robar una... y no sería la primera vez.

Como sólo pasaba los fines de semana, el bar llamado El Escondite se encontraba abarrotado de adolescentes, y algún que otro adulto, de modo que a Aspen le resultó fácil escabullirse entre la multitud. Pasando su mirada por la barra, notó una botella medio llena de cerveza, a quién su dueño le daba la espalda por coquetear con una menor, y con manos ligeras la tomó.

Aspen inclinó la bebida sobre sus labios mientras se alejaba de la escena del crimen, más se detuvo cuando una mano la tomó por el hombro.

—Disculpa, pero eso no te pertenece.

Sintiendo la inminente necesidad de desmayarse, la joven cerró sus ojos a la vez que mordía su labio inferior. Había creído que lo había logrado, que realmente había sido capaz de robar sin ser descubierta, pero parecía ser que no había funcionado.

Maldita sea.

Girando sobre sus talones, Aspen preparó una mentira en su mente. Oh, no, disculpeme a mí, ¿pero por qué no se va al demonio? Esta es mi cerveza. ¿Acaso debería escribirle mi nombre? Maldito idiota.

Sólo que cerró sus labios tan rápido como los había abierto al ver la persona delante de ella y, entonces, el aire que había estado reteniendo escapó en un suspiro.

—Eres un idiota, Eddie. Me asustaste.

Sonriendo de lado, el aludido agarró la cerveza de su mano para tomar un largo trago, sólo que no se la devolvió. Serían un imbécil si la dejara seguir tomando en ese estado de ebriedad.

—Oye, esa es mi cerveza.

Eddie Munson echó su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada mientras los perfectos rulos que enmarcaban su rostro se sacudían con el movimiento.

—Si, claro, Ash. Eres una ladrona, ¿quién lo hubiera dicho?

Aspen rodó sus ojos, más no pudo evitar sonreír como él.

—Por cierto, ¿dónde está Aimee? Suelen venir juntas.

—Se fue hace un rato, me dijo que algo tenía que hacer con su madre mañana, pero no lo recuerdo.

—Claro que no lo recuerdas. ¿Cuánto tomaste?

Aspen se encogió de hombros, realmente sin saber. Había comenzado a tomar antes de llegar al establecimiento y en algún momento de la noche simplemente había perdido la cuenta. ¿Eran ocho? ¿Tal vez nueve?

Maldito Billy. Incluso muerto tenía poder sobre ella. De no haber pensado en él tal vez no hubiera consumido tanto. Seguía siendo su veneno favorito.

—No lo sé, Eddie. Vamos a bailar.

Aspen tomó su mano libre e intentó tirar de él para arrastrarlo a la pista de baile, pero Eddie se resistió y el impulsó la empujó contra su pecho. Eddie soltó su mano para tomarla de su cintura y la joven alzó su mirada a él con curiosidad. ¿Era este uno de sus movimientos? Aspen creía conocerlos todos —después de todo siempre caía por ellos—, pero este era diferente.

—Ash, apenas puedes mantenerte parada. Déjame llevarte a tu casa.

Sonriendo de lado, Aspen tomó uno de los rulos del joven entre sus dedos y acercó sus labios a su oído.

—Mejor llévame a la tuya.

Los ojos de Eddie brillaron con lujuria, más apartó aquellos pensamientos de su mente. No sería la primera vez que se acostara con ella, pero si la primera que se lo pedía estando completamente ebria, y él no podía aceptar así.

—De acuerdo, vamos.

En cuestión de minutos el par se encontraba fuera de El Escondite y subiendo a la vieja pero preciada camioneta de Eddie. Aspen subió el volumen de la música y pronto se encontraron estacionando fuera del tráiler del joven. Y, antes de que la joven pudiera darse cuenta, un vaso de agua se encontraba entre sus manos, el que Eddie le instaba a tomar.

—Aspen, sólo tómalo, ¿si? Créeme que me lo agradecerás en la mañana.

—¿Ahora eres experto en resacas? Mejor no respondas. Lo tomaré. Por cierto, ¿dónde está Wayne?

Aspen había ido al tráiler de los Munson en gran cantidad de ocasiones, llegando a conocer al tío del joven. Era un hombre trabajador, bueno y humilde que se preocupaba por su sobrino. A Aspen le agradaba.

Eddie nunca le había mencionado que había sucedido con sus padres y Aspen simplemente no había querido preguntar, después de todo ella tampoco hablaba de su padre. Había temas que eran mejor no discutir, en su opinión. Temas que no se forzaban a contar. Algun día, tal vez, lo hablarían, pero era claro que ninguno estaba en posición de andar indagando.

—Trabajando, supongo. Sus horarios son impredecibles.

Aspen asintió con su cabeza antes de beber el agua. Era lo mismo con su madre. Lorraine trabajaba en un mercado que habría las veinticuatro horas, sus turnos eran rotativos y solían avisarle pocas horas antes el horario que debía cumplir. A decir verdad, sólo quería renunciar, pero no tenía estudios y el pequeño pueblo no tenía mucho más para ofrecerle.

—Ven, vamos a la habitación.

Eddie tomó el vaso vacío y lo dejó en el fregadero. Entrelazó sus dedos con los suyos y la condujo a su habitación, la que Aspen conocía tan bien como la suya. Eddie soltó su mano con una sonrisa en su rostro al ver su preciada guitarra, era su verdadero amor contra el que nadie podía competir.

—Hola, bebé, te extrañé.

Eddie se apresuró a cruzar su habitación y tomó la guitarra con cuidado antes de dejar un beso sobre su superficie. Maldita sea, era preciosa.

Aspen se quitó sus borcegos y se dejó caer sobre el acolchado. El techo comenzó a dar vuelta sobre su cabeza y cerró sus ojos soltando un suspiro. El alcohol comenzaba a retirarse de su sangre otorgándole mayor claridad, pero los efectos tardarían más en desaparecer.

De pronto, Heaven's On Fire de la banda musical Kiss comenzó a sonar y el acolchado se hundió a su lado con el peso de Eddie. Aspen abrió sus ojos para verlo sentado con su espalda apoyada en la cabecera de la cama, y se movió para poder apoyar su cabeza sobre su muslo. Eddie sonrió y ella no pudo evitar hacerlo también.

—Hola, tú.

—Hola, Eds.

—¿Acaso te dije lo hermosa que luces esta noche?

Aspen rodó sus ojos, más la sonrisa seguía en su rostro. Los dedos de Eddie acariciaron su cuero cabelludo y sus ojos se cerraron al sentirlos. Tenía dedos mágicos.

—Oye, no te duermas o tendré que despertarte.

—Lo haces y te tendrás que despedir de tu preciado bebé.

—No te atreverías —dijo Eddie con sus ojos abiertos y su mano sobre su corazon.

Aspen frunció su nariz.

—No, creo que no podría. Es demasiado hermosa.

—Sabía que había una razón por la que me gustabas, Aspen Caldwell.












author's note !

les traigo una mejorada versión de cigarette daydreams que espero que les guste mucho más ❤️

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