Diana no aguantaba más la tensión. Estaba harta de disimular que todo estaba bien y de forzar la sonrisa. Se disculpó con Bianca y salió despacio del patio donde la fiesta estaba en pleno apogeo. Cruzó el pasillo y fue hacia la puerta de la calle. Respiró el aire algo más frío en ésta época del año, y se sentó en los escalones de la casa de labriego.
En cuanto sintió que estaba sola y que nadie la vería, se echó a llorar desconsoladamente. No podía parar. Era demasiada carga para ella sola. La llevaba con tal de no hacerle daño a su hermana. La veía tan feliz al lado de Carlos, con su trabajo, con su vida, que no quería que sufriera. Ya habría tiempo de que lo hiciera.
- Diana
La voz y los pasos de Charlie la hicieron enjuagarse las lágrimas con la manga de su vestido. Alzó la cabeza y ahí estaba el monegasco. El atractivo y guapo piloto de Fórmula Uno. Porque lo era. Era innegable. Ella apretó sus labios y forzó otra sonrisa más.
- ¿Qué tripa se te ha roto ahora? -le preguntó ella con ironía
- Deja de fingir Diana, conmigo no hace falta
Charlie se sentó a su lado e hizo lo que Diana menos esperaba. Pasó su brazo derecho por sus hombros y la atrajo hacia su cuerpo sintiendo como la mayor de las De Luca, temblaba ostensiblemente.
- Llora, desahógate todo lo que quieras. Hazlo ahora por si luego no quieres que nadie se entere
- Oh, Charlie
Diana se quebró de nuevo. Su mano se agarró a la camiseta del piloto y dio rienda suelta a sus lágrimas. Sintió su mano en su espada como la acariciaba con mucha dulzura a la vez que dejaba un tierno beso en su frente. Minutos estuvo la joven profesora de fitness sollozando. Cuando creyó que ya había terminado, levantó su verde mirada para encontrarse con la claridad de la del castaño.
- Gracias Charles. Lo necesitaba
- Uy, Charles. Si que estás agradecida si -Charlie le sacó la lengua y recibió un pequeño codazo por su parte. La atrajo más hacia su pecho y dejó que ella reposara en el todo lo que quisiera. Minutos estuvieron los dos así, en silencio, sin mediar palabra entre ellos.
- ¿No vas a preguntar porque he llorado?
- No. Y no es porque no me interese, es porque quiero darte tu espacio
Diana sonrió. El monegasco la sorprendía con cada nuevo encuentro que se producía entre ellos. En Mónaco todo había sucedido tan deprisa y con tanta confusión, que ella aún no se había percatado de lo que tenía delante.
- No tengo ganas de hablar -le dijo ella separándose de su pecho
- Pues no hablemos -le contestó él sonriéndole. Charlie emitió un ligero suspiro al mirarla. Diana era preciosa. Sus ojos color verde lo atraían irresistiblemente
- Bésame Charlie
El piloto echó su cabeza hacia atrás, incrédulo ante tal confesión. No se esperaba que esas palabras salieran de los labios de Diana. Y mucho menos dirigidas a él.
- La última vez que lo hice, te arrepentiste -le recordó él
- Estaba algo borracha y tú me estabas provocando -le dijo ella mojando sus labios. Recuerdos de aquella noche en Mónaco vinieron a su mente. Diana le dijo que era un niñato y él se enfadó, pero cuando volvieron a casa del monegasco, los dos solos, pues Darcy decidió irse en un taxi tras un desagradable encuentro con Max, ella lo besó en la puerta del dormitorio para, según la rubia, darle las buenas noches.
- Ahora eres tú la que me provocas -él miró esos jugosos labios que si, estaba deseando probar otra vez pero esta vez con más calma. Aún le quemaba la boca con el recuerdo de aquel beso que ella le robó
- Para que te quedes más tranquilo, te prometo que después te odiaré otra vez
- Tú no puedes odiarme en la vida, chérie
Charlie no dejó que ella volviera a hablarle. Tenía que aprovechar la oportunidad que la española le brindaba. Acercó su boca a la suya y dejó que sus labios la tomaran con calma. Se había prometido a si mismo disfrutar con calma de ese beso. Pero una cosa era pensarlo y otra rozar esos labios que desataban en él el más puro y primitivo deseo. La tomó de una forma algo salvaje. Repasando cada centímetro de su boca con su lengua, haciendo que ella emitiera un pequeño y entrecortado gemido al sentir los labios del monegasco de nuevo sobre los suyos.
Se besaron durante lo que pareció horas. Saboreando la boca del otro sin prisa. Dándolo todo en ese beso que prometía aún más de lo que era. Charlie se separó de ella y acarició sus labios con las yemas de sus dedos. Ahí donde había estado su lengua. Diana emitió una sonrisa de satisfacción y se levantó de los escalones para entrar dentro de la casa. Antes de hacerlo, se giró para mirar a Charlie.
- Tus besos siguen siendo un escándalo, Charles Leclerc
Lando salía del baño cuando al cruzar el pasillo, vio a Bianca en la cocina. La italiana le estaba robando el corazón. Le encantaba hablar con ella. Su visión de la vida era algo optimista y siempre sacaba el lado bueno a todo lo que le contaba. Entró para verla tomarse una pastilla con un vaso de agua. Se había fijado que no había probado el alcohol en toda la noche, no así él, que un sólo vaso de sangría lo tenía ligeramente mareado.
- ¿Te encuentras bien? -le preguntó Lando a la joven señalando el blister que descansaba junto a su bolso
- Oh, si -le respondió ella con una avergonzada sonrisa- es que me tocaba mi medicación
Lando la miró un poco confuso y se revolvió los rizos. No quiso ir más allá y preguntar, pues su madre le había enseñado que tenía que ser discreto con las personas y que fueran ellas las que le contaran lo que quisieran.
- Espero que no sea nada grave -le dijo él acercándose un poco más hacia ella. Su cercanía ponía nerviosa a Bianca. El piloto británico era bastante guapo y tenía que admitir, que dentro del circuito de la Fórmula Uno, él era su favorito
- Bueno, ahora lo estoy. ¿Tú no sabes lo que me pasó, verdad Lando?
- No suelo prestar atención a los chismes del paddock .-le contestó él colocándose a su lado. De un salto, Bianca se sentó en una de las esquinas de la encimera, dejando a Lando a pocos centímetros de sus muslos. Los cuales, lucían medio desnudos, pues se le había subido la falda al encaramarse al mármol
- El año pasado tuve cáncer -le dijo ella sin ningún atisbo de duda.
El silencio se instaló entre ellos al hacer la chica su confesión. Lando tragó saliva y se giró hasta estar delante de ella. Puso sus manos en sus desnudas rodilla y la miró con una intensidad a la que Bianca no estaba acostumbrada. Ni a que unas manos tan suaves la tocaran. Un remolino de sensaciones se instaló en su vientre y apretó sus labios disimulando lo que la cercanía del británico la afectaba.
- ¿Y como lo llevas? dicen que la quimio es una mierda -Bianca le sonrió. No la miraba con cara de pena, ni con lástima. Seguía sin apartar su mirada de la de ella
- Lo es, pero gracias a ella, estoy aquí. De hecho, aunque no te lo creas, estar este fin de semana aquí, es lo mejor que me ha pasado desde hace meses
- Bueno, en eso coincidimos. Verte aquí este fin de semana, también es lo mejor que me ha pasado en meses
Bianca tragó saliva y sintió como sus mejillas enrojecían. Nunca un chico le había hablado tan abiertamente como lo hacía Lando con ella. Y le gustaba. Porque no le tenía miedo por ser la nieta de Piero Ferrari. Sus manos subieron algo más arriba de sus muslos desatando todo un infierno en el cuerpo de la joven. Sólo una mirada y un leve roce de su piel, y ya jadeaba su nombre.
El británico no se lo pensó. Se acercó a ella hasta casi sentir su respiración en sus mejillas. Rozó su nariz con la suya y acercó su boca sólo un poco. Lo suficiente para saber que probar esos labios serían su perdición.
- Si te beso ahora Bianca, no podré parar. No querré dejar de hacerlo ni ahora, ni mañana ni nunca
Bianca se mojó los labios y alzó sus manos hasta ponerlas en su cuello. Echó un poco su cabeza hacia atrás y lo miró esbozando una enorme sonrisa.
- Tendré que ir a verte correr para que me sigas besando entonces
Ya era más de medianoche cuando Darcy se retiró a su habitación. Recuerdos de la última vez que estuvo aquí y sus consecuencias, invadieron su cabeza. Llevó su mano a su vientre y lo acarició en el justo instante que Max entraba por la puerta. En neerlandés sintió un vuelco en el corazón viendo la mano de la pelirroja ahí donde estaba su bebé.
Porque sí, era suyo. Estaba segurísimo. Era lo que deseaba y por lo que rezaba que fuera. Tragó saliva y entró en la habitación algo nervioso. La última vez que hablaron le había dicho a la pelirroja que irían poco a poco, pero estaba claro que no podía. No cuando la tenía tan cerca y se moría por ella.
- ¿Estás bien Darcy?
- Si...sólo un poco pesada. Creo que he comido demasiado .-le dijo ella sonriendo levemente. Bostezó para seguidamente llevar su mano a la boca mientras miraba a Max- lo siento. Otro síntoma del embarazo, el tener sueño constantemente
- Lo sé... -Darcy frunció sus labios mirándolo- he empezado a leer algo sobre embarazos
- Oh. Bueno, yo también lo estoy haciendo. Aunque, hasta que no pasen los tres meses no quiero hacerme muchas ilusiones -la pelirroja acabó sentada en la cama temblando ligeramente
- Dars. No digas eso -Max se acercó a ella y cogió una de sus manos con mucha dulzura. El volver a sentir sus dedos sobre el otro después de tanto tiempo, les producía a ambos los mismos sentimientos de anhelo por el otro
- Tengo miedo Max. Miedo de que cuando me haga la primera ecografía pase algo, o de que lo pierda o de que...
- Basta Darcy -Max le quitó un mechón de pelo de la mejilla y le dio una dulce sonrisa con la que intentó calmarla. Sus dedos aún seguían acariciando los de ella y no tenía intención de apartarlos- no pienses en eso. Sé más positiva. Está bien que no quieras pensar en el futuro por no hacerte ilusiones, pero, ilusiónate con lo que hay y disfruta de tu embarazo
- Es difícil Max. Me siento la peor persona del mundo por no saber si quiera cual de vosotros es el padre. Aún no ha nacido y ya soy un puto mal ejemplo para mi bebé
Max la miró. Le dio una larga mirada que no contenía ningún reproche. No podía hacérselo cuando él mismo no había sido un dechado de virtudes.
- Ya hemos hablado de eso Darcy, por favor te lo pido, no te atormentes más
- Está bien, lo haré. Por mi paz mental y la de mi bebé
Darcy se puso en pie y se quito los pantalones sueltos que llevaba. Se quito el jersey ante la atenta mirada del rubio, el cual, no podía quitarle la vista de encima. Ella ladeó su cabeza y lo que vió en la mirada de él la puso aún más nerviosa. Era esa mirada que siempre le ponía cuando quería estar con ella. Cuando quería hacerla suya y ella nunca se negaba.
- ¿Qué lado de la cama quieres Max? -le preguntó al rubio para, seguidamente, ver que su gesto había cambiado hasta volverse algo apesadumbrado
- Me importas mucho Darcy. Más de lo que tú crees. Y por lo mucho que me importas, creo que me voy a ir a dormir al sofá. Te dije que iríamos paso a paso y desde luego que ésto no lo es
Max se levantó dejando a Darcy bastante sorprendida. Esto si que no se lo esperaba. El que Max quisiera respetarla de esta manera la confundía. Y a la vez, le daba esperanzas de que, si alguna vez hubo algo maravillosa e increíble entre ellos, pudieran recuperarlo.
- Oh, vamos Max. No vas a dormir en el sofá. No cabrías. Y esta cama es muy grande -le dijo ella haciéndole un gesto con su mano y señalando hacia la cama
- Darcy, si me meto en esa puta cama contigo, no voy a querer dormir, joder -Max la miró llevándose las manos al pelo terriblemente fastidiado. La pelirroja mordió sus labios y tomó una decisión. Porque ya estaba harta de luchar contra si misma.
- Pues no durmamos entonces Max
Carlos no podía desviar la vista del bolsillo de su maleta donde descansaban los objetos que el abuelo Piero le había entregado. No quería mentirle a Valeria ni esconderle nada. Pero, le había dado su palabra al anciano y la iba a cumplir, muy a su pesar.
- ¿Estás bien Carlos? -Valeria se quitó las zapatillas y se metió dentro de las sábanas mirando a su novio
- Si...sólo algo cansado. El día de hoy ha sido...intensito
- Si que lo ha sido sí. Oye, ¿tú no ves a mi abuelo más cansado de lo normal?
Carlos tragó saliva y maldijo no saber que responderle a Valeria. Su abuelo estaba enfermo. Estaba seguro de eso. Por sus gestos. Por como hablaba y por los comportamientos que Diana tenía con él.
- Si, si que lo veo cariño. Pero es normal. Los achaques de la edad que le llaman, ¿no? -le dijo él intentando quitarle una importancia que no tenía
- Si, pero es que le ha costado soplar las velas de la tarta... y me ha dado una pena
- Lo sé cariño, lo sé
Carlos la estrechó contra su pecho y dejó que ella lo abrazara. Él intentaba protegerla de todo. Es lo que se propuso. La meta de su vida. Pero, estaba claro, que esto, no lo podía controlar. Y si algún día ocurría lo inevitable con su abuelo, él estaría a su lado el primero, dándole todo lo que ella necesitara.
Valeria se separó de él y se puso en pie para salir de la cama.
- ¿Dónde vas? -le preguntó Carlos al ver su determinada mirada
- A ver a mi abuelo, ¿te importa?
- Claro que no
Valeria se acercó a su novio y le dio un ligero beso en los labios. Se puso de nuevo sus zapatillas y cogió su sudadera de la silla donde descansaba. Salió de la habitación y caminó por el pasillo en dirección a la habitación de su abuelo situada al final del pasillo. Iba a tocar a la puerta, cuando escuchó risas en su interior. Sonrío y llamó a la puerta con timidez para abrirla a continuación. Asomó su cabeza y Diana y su abuelo estaban los dos tumbados en la cama riéndose a carcajadas.
- No me habéis llamado -les dijo Valeria entrando en la habitación y cerrando la puerta tras de sí
- Deberías estar dándole amor a tu novio, no aquí con tu anciano abuelo y tu hermana
Piero vio como Valeria se metía con ellos en la cama, una nieta a cada uno de sus lados. Cogió ambas manos y se las llevó a su pecho, orgulloso de ellas.
- Mis dos niñas. Os habéis convertido en dos maravillosas mujeres. Habéis pasado mucho en la vida, pero, aquí estáis. Fuertes, valientes, decididas. Dispuestas a comeros el mundo
- Somos lo que somos gracias a ti -le contestó Diana con lágrimas en los ojos a su abuelo. A la persona que más quería sobre la faz de la tierra
- Bueno, yo sólo os enseñé el camino, pequeñas -le dijo él con una gran sonrisa
Valeria abrazó más a su abuelo poniendo su cabeza en su pecho, como cuando era pequeña. El abuelo la agarró por el hombro y reprimió las lágrimas que querían salir por sus ojos. Sus dos pequeñas. Los dos amores de su vida. Tanto que aún le quedaba por decirles.
Y tan poco tiempo.
*** Poco que decir sobre lo que estáis leyendo. Sólo que la disfrutéis porque queda poco para acabar ésta historia. Y os aseguro que habrá de todo, lágrimas, risas, sorpresas... Lo que es un buen fin de fiesta.
Muchas gracias por el apoyo que recibe esta historia, no sólo con cada capítulo sino cada día. Es brutal lo que hacéis con ella. Seguid así que os adoro ***