𝐓𝐚𝐤𝐞 𝐎𝐧 𝐌𝐞 - {𝙽𝚘𝙼�...

By ZaiJam

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El actor Na Jaemin nunca ha sido tocado amorosamente por nadie en sus veinte años de vida. Y cuando le ofrece... More

1. Vienna
2. La opción indicada
3. Mujer bonita
4. Romeo + Julieta
5. Noche de Brujas
6. Cosas grises
7. Playa vs Ciudad
8. Quédate
9. Sígueme la corriente
10. Celos
11. Ataques al corazón
12. Bestias mimadas
13. Frágil por primera vez
14. Torbellino
15. Amor en blanco y negro
16. Hasta que sea aburrido
17. Narrador Testigo
18. Cómo te odio
19. Te necesito
20. El temor y la envidia en el placar
22. Con las venas abiertas
23. Lo que no puedes dejar ir
24. Al final del camino

21. Todo lo que está entre nosotros

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By ZaiJam

Conan Gray - Yours

Jaemin ingresó en el cuadrado frío de paredes grises, donde solo existía una mesa de acero inoxidable cuya superficie tenía zarpazos y abolladuras en las que Jaemin no quería pensar.

El hombre de traje y corbata azul marino que se sentó al otro lado de la mesa le observó como si él fuese el criminal y no la víctima. Diablos, odiaba esa palabra. Venía de la religión y Jaemin no creía en nada más que en sí mismo. Significaba sacrificio, pero Jaemin no estaba dispuesto a sacrificarse.

-Puedes llamar a alguien si así lo prefieres- dijo el abogado, de pie a dos metros de distancia.

Jaemin negó, la chaqueta no hacía nada por cubrirle del frío que recorría la comisaria y llegaba hasta la escueta sala de interrogatorios. Se suponía que en casos protocolares esta charla debía de darse en el piso superior, sin tanto resguardo. Sin embargo, Jaemin era una figura pública y cualquier idiota podría sacar su móvil y grabar el momento en que el chico dorado de la nación reconociese a su abusador y acosador crónico.

Una vez, hacía mucho tiempo, cuando recién comenzaba a dar pasitos de bebé en el mundo colorido y cegador que era el de la fama, Jaemin aprendió por las malas cuántas definiciones de amor había en este mundo.

-Estoy bien, terminemos rápido con esto.

-Por supuesto- el hombre, o detective Park, arrastró la carpeta a la mitad de la mesa. Una mujercita pequeña y regordeta hacía de notera en la esquina más cercana a la puerta, sus movimientos ágiles llenando los formularios a toda prisa, lista para escribir las palabras de Na Jaemin. -Rastreamos la dirección informática de las imagines y dimos con la IP del sospechoso. Nos dirigimos a su ubicación y lo trajimos aquí. No ha confesado nada, pero las imagines estaban en su computadora y en un archivo resguardado de su móvil.

Impresiones a montones fueron distribuidas en la mesa. Las yemas de los dedos de Jaemin trazaron su propio rostro magullado en la fotografía del centro. Y más abajo encontró una donde sus muslos estaban expuestos. Tragó pesado, fingiendo que las náuseas no le trepaban por la garganta como lo harían las hormigas si su hormiguero fuese atacado con agua caliente.

La parte suya que seguía encadenado al pequeño pueblito pesquero, donde las brillantinas no existían y la única vez que verías a un hombre con maquillaje sería en Halloween, tuvo un colapso nervioso. Él, un tipo grande, con hombros anchos, pelo en todas partes y las manos tan ásperas como las del hombre que le tocó esa noche, había sido fotografiado de una forma tan... frágil. Expuesto de una manera en que no quisiese haberse visto, no en manos de un pervertido cuyo amor por Jaemin era retorcido, asqueroso y parecido a un parásito que no muere, solo crece chupando sangre.

Sabía que era un pensamiento horrible. Una cosa que su yo del mundo colorido no aceptaría jamás. Porque él mismo consideraba que había logrado huir de un martirio de normas sociales y camisas de leñador que poco hacían por mostrar su agradable figura. No le importaba ser hallado demasiado "bonito" para un hombre, pero no podía evitar sentirse enfermo al pensar en que habría mil desquiciados allí afuera que esperarían en las sombras por obtener más de Na Jaemin, el chico lindo de la televisión.

-¿Hay videos?

El detective asintió.

-Mayoritariamente audios.

-Vaya hijo de puta.

La mujer en la esquina se detuvo, miró a Jaemin y lució desconcertado por una fracción de segundo. El detective Park se reacomodó en la pequeña silla atornillada al suelo, aclarando su garganta para romper la tensión.

-Lo procesamos esta madrugada, tuvimos problemas para localizar sus huellas, pero al final dimos con ellas. ¿Estás listo para hacer el reconocimiento?

Enseñó los dientes blancos en una sonrisa segura que poco tenía de verdad. Se movió detrás del detective, con los brazos cruzados y la barbilla en alto, fingiendo que las manos no le temblaban, ni que estaba desesperado por pedirle a Sunny una de esas pastillas para vomitar que al principio le hicieron usar para controlar su peso. Época horrible, demasiada competencia y mucho hostigamiento psicológico para un chiquillo que aspiraba a sobrepasar a las estrellas.

Se rindió a las pastillas, se rindió a su propia sed de fama, y obtuvo lo que se había propuesto. Ahora, lo único que le quedaba era su orgullo. No lo dejaría por nada, ni siquiera por dos ojos rasgados que brillaron lascivos cuando le vieron entrar.

-¿Puede verme?

La nuez de Adán se movió en su garganta.

-Es una cámara Gessell- dijo el detective Park, haciéndole una seña a uno de los policías que mantenían custodia en la entrada-, no verá ni escuchará nada de lo que suceda aquí. Puede tomarse el tiempo para...

-Está bien-intervino, las cejas se le fruncieron involuntariamente cuando un músculo palpitó en el rostro del abusador. -Es él. -El deseo por estrangularle con sus propias manos parpadeó en el fondo de su mente y lo derribó en fuertes oleadas. Y entonces, también hubo miedo naufragando en la superficie. -¿Qué debo de hacer para que se pudra en la cárcel?

Jaemin miró detrás de sí, donde el abogado que la empresa había enviado le miraba con cautela.

El detective Park suspiró, como si su paciencia hubiese llegado al límite.

-Firmará su declaración y una vez tengamos listos los papeles la policía podrá procesarlo-dijo el hombre, acomodándose las gafas-, aunque podría solicitar una defensa, en ese caso, su equipo nos dijo que estaban dispuestos a negociar para que todo se mantuviese fuera de la mirada pública.

Y así, tan fácil como eso, Jaemin flaqueó.

-¿Negociar? - escupió, aguantando el amargo ardor en el pecho. -¿Considerarían dejarlo libre con tal de que...?

-No dejarlo libre- aseguró el abogado-, pero quizá llegar a un acuerdo en su sentencia y-

La mano de Jaemin se levantó para detener las palabras.

-Cómo sea- masculló-, necesito ir a casa.

Salió de la sala, escuchando las voces de los dos hombres discutir el siguiente movimiento. Atravesó el pasillo, sintiendo que el frío se comía sus huesos. No parecía haber un final mientras caminaba, subiendo escaleras y aferrándose a las barandillas congeladas, infectadas con miles de historias. Entonces, la furia se desbordó. Primero fueron los brazos de Jaemin quienes cayeron, después su barbilla se desplomó, la boca floja, de dientes expuestos, pero sin ninguna sonrisa que modelar. Se detuvo con las luces parpadeando hasta encenderse. Miró el letrero que señalaba una salida de emergencia, y vaya que Jaemin necesitaba una.

El ruido blanco le aturdió.

Luego, la calidez conocida le rodeó la muñeca. Observó los dedos delgados, de carne blanda que punzaba contra su propio pulso escondido bajo su piel. Alzó la cabeza, sus ojos mortales tomando todo lo que Jeno pudiese darle. Y odió con toda el alma ver la misericordia, la culpa que no le pertenecía, la lástima que proyectaba el rostro al cual adoraba y detestaba en igual medida. Porque el dueño de ese rostro era un hombre que volvía débil a Jaemin, lo paralizaba y lo hacía querer más de lo que podría tener alguna vez.

-Jaemin-pronunció Jeno, aún había una marca en su cuello, una que había sido provocada por las uñas de Jaemin-, vamos, te llevaré a casa.

La forma en que Jeno invadió su espacio, apoyando el pecho contra el hombro de Jaemin, envolviéndole con el aroma a cigarrillo y la piel de menta, hizo que el chico luchara contra sí mismo. Al final, una parte fue vencedora.

Jaemin se alejó, zafándose bruscamente del suave agarre en su muñeca.

-¿Crees que es justo? - inquirió, observando los botones de la camisa blanca que la corbata de su guardaespaldas no llegaba a ocultar. Sonrió sin ánimos, convertido en una máscara rota. -Si quiero conservar mis colores entonces tendré que aceptar la posibilidad de que ese hombre pueda librarse de lo que hizo.

Jeno alcanzó la barandilla a un lado del cuerpo de Jaemin, sus dedos a un par de centímetros de la cintura del chico. Los nudillos volviéndose blancos.

-No, no es para nada justo.

Jaemin rio.

-Lo haré... haré lo que me pidan por mantenerme a flote.


La mañana siguiente fue una tan perfecta que no se sorprendió por la incomodidad que zumbó en sus entrañas.

Jeno se despertó más temprano que otras veces, con la luna escondiéndose y el sol apenas desperezándose. Tomó una taza de café mientras observaba la ciudad y luego se entretuvo escuchando la radio de camino al trabajo. Estacionó el auto de la empresa en su lugar asignado y tarareó la canción que había estado sonando la noche anterior en el bar donde, algunas veces, los chicos se juntaban a jugar al billar. Perdió miserablemente frente a un Jisung inexperto que tuvo un golpe de suerte, o quizá su victoria se debió a que el estado de Jeno apenas le permitió diferenciar entre las lisas y las rayadas.

Como sea, ahora tenía unos diez mil mensajes de Jungwoo y Renjun burlándose de él.

Le dio una reverencia a las personas que paseaban por la empresa y esperó a que Sunny le diese la agenda organizada del día de hoy.

Por desgracia, el hermoso sol y el calorcito del comienzo de verano no ayudó un carajo a evitar que el humor de Jeno se marchitase como las flores que eran dejadas en la sala del hospital donde residía su padre.

Sucedió cerca del mediodía. Condujo por Seúl, haciendo oídos sordos a la insoportable voz de Sunny quien le leía las últimas noticias a Jaemin. Y, al igual que siempre, no tuvo la resistencia suficiente para evitar mirar por el espejo retrovisor, encontrándose con el cabello de plata más corto que otras veces, las orejas enrojecidas expuestas hicieron al corazón de Jeno saltar. Oh, y los dientes frontales rasgando los labios descascarados, además de esos ojos congelados y perdidos en las calles transitadas que cruzaban a gran velocidad, lo redujeron a deseos prohibidos.

¿Era una especie de tonto?

Sentía que se había convertido en una mala copia de un personaje de Oscar Wilde, quien solo puede sentirse desdichado y sufrir sin saber muy bien a causa de qué. Pero Jeno sabía porqué sufría, ¿verdad? Él sabía que muy en el fondo estaba jodidamente enojado consigo mismo por, al final, dejarse atrapar por el rostro bonito y la insufrible personalidad de Na Jaemin.

No se suponía que sucediese así.

Y detesta ser el único culpable de sus sentimientos.

Entonces allí se encontró ese mediodía, rodeado por personas que solo le veían como la estatua viviente que custodiaba al joven actor de oro, mientras hombre y mujeres le alababan, le maquillaban, tocándole por todas partes, moldeándole a su antojo hasta que sea el muñeco de arcilla que tanto deseaban obtener. Y Jaemin sonreía frente a las cámaras, feliz de tener los flashes devorándole. Jeno solo pudo observarle, devanándose los sesos al intentar comprender cómo era que habían llegado a ese punto.

Ese horrible punto donde el personal se estaba tomando un descanso a su alrededor, pero él se mantenía estancado, de pie, sin apartar la mirada de la sonrisa de Jaemin, del cuerpo que tocó y en el cual deseaba seguir dejando sus huellas, de los ojos que se curvaron al sonreír, ocultos por las pestañas largas que cosquilleaban sobre los pómulos sonrojados a causa del esfuerzo que hacía al seguirle el ritmo a la chica que lo movía por el improvisado set colmado de globos de colores. Yeji lo llevó de las manos, girando y obligándole juntar sus cuerpos para bailar un vals que solo ellos parecían escuchar.

Y, por un segundo, se vieron como una verdadera pareja.

La camisa celeste se pegó al torso largo y delgado, construido como el de Jeno. Las manos grandes tomaron la de la chica con suavidad. Los senos de ella se apretaron contra el pecho de él y su cabeza descansó en el hombro de Jaemin, aun riéndose.

Jeno nunca se había considerado alguien celoso, y seguía sin creer que lo fuese en primer lugar. Esto... era algo más. Era, quizá, la ausencia que danzaba con el ansia de saber que no lo tenía, que jamás lo tendría.

Hubo tantos colores encima de ellos. En cambio, Jeno seguía siendo nada más que una mancha de color gris.

Maldita sea, pensó, hambriento por el deseo de romper el molde e irrumpir en ese mundo de colores hasta teñir a ese chico de todos sus grises, o incluso probar algunos matices nuevos por sí mismo.

Jeno quería, como nunca antes en su vida, sujetar a ese molesto torbellino y hacerle reír en medio de un salón con personas desconocidas. Quería al verdadero Jaemin, al mimado e insoportable chico que había conseguido meterse bajo su piel. Quería tantas cosas, pero, aun así, se mantuvo con los pies en el mismo lugar, sin avanzar.

Llegó a su casa y bebió una cerveza.

Tal vez había entrado en depresión.

Tal vez debería llamar a sus amigos y decirles que necesitaban conseguirle un gato o un perro que le hiciese compañía, porque eso parecía funcionar en las películas.

Por supuesto no lo hizo. Se sentó en medio de su sala de estar, escuchando «father and son» de Cat Stevens, con la segunda cerveza derramándose de sus labios, pensando en que, si a su padre no le hubiese dado un derrame después de beberse una botella por sí solo de ron, de seguro lo habría hecho cuando Jeno le dijese que estaba perdiendo la cabeza por otro hombre.

Y el nudo se presentó en su garganta. Vaya que quiso llorar por el viejo, ansioso de borrar la imagen de su padre dándole una larga charla sobre como estaba siendo un cobarde y que no había aprendido nada de todas las canciones de amor que él le obligó a escuchar. Se enojó consigo mismo por no hacerlo, por no derramar ni una sola lágrima. No era justo... él había llorado por su madre algunas veces. Había volcado gruesas lágrimas de furia y rencor... rencor por dejarle con esta carga, por nunca dar la cara, por hacerle incapaz de pensar que el amor era algo en lo que se podía confiar.


El sábado por la tarde golpearon a su puerta. Jeno se colocó los primeros pantalones que encontró y salió de la cama, enfurruñado por las malditas personas que osaban por interrumpirle.

Karina y Renjun no lucieron impresionados al verle.

-Luces horrible- fue lo primero que su mejor amigo le dijo.

-Y apestas a cerveza y fideos picantes- sentenció Karina.

Jeno gruñó, al principio resistiéndose a ser arrastrado hacia el día de barbacoa que la familia de Sungchan ofrecía el tercer sábado de cada mes. No tenía ganas de sentarse en medio de una familia feliz, con más cerveza y hamburguesas de por medio. Renjun fue fácil de convencer, solo hizo falta que Jeno jugase la carta del mal humor para que su amigo se estresase y estuviese tentado a dejarle pudrirse en su departamento. Pero Karina lo amenazó con esas uñas de acrílico y le dijo que si no movía su trasero traerían la artillería pesada. Y por un demonio que Jeno no quería averiguar qué era lo que eso significaba.

Siendo sincero, la familia de Sungchan no era tan mala, pero Jeno hubiese preferido usar el sábado para dormir hasta levantarse con dolor de cabeza. Aun así, disfrutó de escuchar al Sr. Jung contar sus anécdotas improvisadas, y le agradó recibir el cariño maternal de la Sra. Jung. También se sintió mejor cuando los sobrinos de Sungchan lo invitaron a jugar con ellos, como si Jeno fuese más divertido que los demás adultos.

La noche había caído luego de un par de horas, Jeno se sentó en el pórtico de la casa suburbana, con un cigarrillo en la mano y una lata de cerveza entre los pies. Karina llegó a él poco después. Al comienzo no dijo nada, pero cuando suspiró, Jeno supo que tenía mucho que decirle.

-¿Has estado durmiendo en el hospital?

Jeno asintió.

-Sungchan dijo que irían a Busan para las vacaciones- comentó, deseando poder desviar la conversación-, ¿Tu abuela sigue creyendo que puede ver el futuro?

-¿Por qué?- Karina lo empujó con su codo -¿Acaso quieres saber algo?

-Nah, prefiero las sorpresas.

La chica le sonrió, echándole un pequeño vistazo.

-Ambos sabemos que eso no es cierto, eres demasiado tauro.

-No sé que diablos significa eso.

-Significa que te conozco mejor de lo que crees. -El humor se había borrado de sus palabras, solo quedaba una sombra pesada cuando le preguntó: -¿Sabes por qué Yeeun no está aquí esta noche?

La comisura de Jeno subió. Oh, conocía demasiado bien a Karina. Era bastante complicado darle la respuesta que ella tanto esperaba, por lo que Jeno se acostumbró a decir la verdad de las cosas.

-Ni puta idea, no hemos hablado últimamente.

Y tan sencillo como eso, Karina le devolvió su verdad.

-Le pedí que no viniera, porque tú necesitabas estar aquí más que ella, y aunque me sentí horrible por ello, también estoy aliviada de haberlo hecho. -Respiró hondo. -Sé que estás confundido, así como sé que eres un hombre y ustedes no piensan con la cabeza correcta cuando tienen el corazón roto, por lo que muy posiblemente caerías en su canto de sirena, otra vez.

-Yo no tengo el corazón roto.

-Oh, vamos, Jen. -Karina le arrebató el cigarrillo y se lo llevó a los labios. El humo flotó entre la luz de las farolas. -Solo estamos los dos aquí, puedes admitirlo. La vida es tan jodidamente corta, ¿no te das cuenta?

Habían llegado al meollo del asunto, y Jeno estaba cansado de dar mil vueltas como si fuese una mosca atrapada en una puerta giratoria.

-No importa- admitió, fingiendo estar interesado en las líneas de la acera- ¿Qué haría con Na Jaemin de todas formas?

Karina le enseñó una sonrisa tan picuda como la de ese gato en Alicia en el país de las Maravillas.

-Ahh... Por fin estamos hablando del elefante rosa en tu vida.

-¿Alguien te ha dicho que no eres divertida?

-Algunas veces, pero les pateé el trasero- Ella le guiñó un ojo, devolviéndole el cigarrillo. -Sabes, antes de que lo trajeras ese día, nunca había pensado en lo que era vivir como una estrella. Claro, imaginé todo ese dinero y la ropa de marca, pero... debe de ser solitario. ¿Crees que él se sienta solo?

Vio detrás de sus párpados a Jaemin viniendo a su casa en medio de la noche, buscando nada más que compañía. Sus hombros decaídos a causa del insomnio, el gigantesco hogar de lujo en la culmine de un edificio residencial, que Jaemin parecía desesperado por remodelar cada cierto tiempo. Sin cuadros familiares, sin recuerdos de la infancia ni de los amigos. Recordó ese día en que Jaemin le rogó para que le llevase a la playa, mirándolo todo como un niño quien descubría la apariencia del sol por primera vez después de un largo encierro.

-Sí.

-Eso pensé -Karina asintió, comenzando a murmurar un montón de pensamientos. -Y debe de tener miedo. Todas esas cosas que los famosos tienen que hacer para ser, ya sabes, famosos. Al final la soledad debe de ser más segura para ellos, porque no es como si pudiesen confiar en todo el mundo, ni mostrar quienes son en realidad. Leí que hasta los hacen forjar una nueva personalidad que vaya con lo que esté a la moda. ¿Te imaginas lo que ha de ser una vida como esa?

Jeno luchó por aflojar la tensión que le recorría el cuerpo.

-Jaemin, él... no es lo que parece.

-¿Y cómo es?

-Detestable -Jeno dijo entre dientes. Quiso tener a ese chico testarudo frente a él para... -Más un niño malcriado e inseguro que el príncipe azul, diplomático y amable de la televisión. ¡Ja! Estoy seguro de que ni siquiera ha pensado en hacer caridad con todo el dinero que gana.

-Pero le quieres.

Jeno estrujó la cerveza.

-Le quiero.

-Bien- Karina se puso de pie, palmeando el hombro de Jeno antes de volver dentro de la casa-, asegúrate de seguir pensando con la cabeza correcta.

Se quedó solo con la luna y las estrellas por un instante, hasta que el móvil vibró en su bolsillo y, por una fracción de segundo, su torpe corazón se salteó un latido. Pero el nombre de contacto no fue quién esperaba. Atendió la llamada, pisando con la suela del zapato la colilla de cigarro.

-Hola...

Hubo una respiración endeble al otro lado de la línea, luego, la voz deslizó las palabras en el oído de Jeno. Un soplo de viento despeinó su cabello y le desordenó la ropa. El móvil cayó al suelo junto a sus pies, las manos temblorosas se aferraron a su rostro y sintió en las palmas... las primeras lágrimas silenciosas.

Bien. Allí estaba, por fin llorando a causa de su padre.

La muerte le susurró esa noche, abrazándose a su espalda y moviéndose como un niño perdido, uno que no es consciente de porqué está allí, pero que decide trepar en las personas y hacerles compañía por un rato, sin saber que es el causante de tanto daño.

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