La segunda danza de dragones...

By MIalcuadrado

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Hace mucho tiempo los dragones danzaron en Poniente dejando tras ellos un rastro de fuego y sangre. El confli... More

Prefacio
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~Prologo~
~Capítulo 1~
~Capítulo 2~
~Capítulo 3~
~Capítulo 4~
~Capítulo 5~
~Capítulo 6~
~Capítulo 7~
~Capítulo 8 ~
~Capítulo 9~
~Capítulo 10~
~Capítulo 11~
~Capítulo 12~
~Capítulo 13~
~Capítulo 14~
~Capítulo 15~
~Capítulo 16~
~Capítulo 17~
~Capítulo 18~
~Capítulo 19~
~Capítulo 20~
~Capítulo 21~
~Capítulo 22~
~Capítulo 23~
~Capítulo 24~
~Capítulo 25~
~Capítulo 26~
~Capítulo 27~
~Capítulo 28~
~Capítulo 29~
~Capítulo 30~
~Capítulo 31~
~Capítulo 32~
~Capítulo 33~
~Capítulo 34~
~Capítulo 35~
~Capítulo 36~
~Capítulo 37~
~Capítulo 38~
~Capítulo 39~
~Capítulo 40~
~Capítulo 41~
~Capítulo 42~
~Capítulo 43~
~Capítulo 44~
~Capítulo 45~
~Capítulo 46~
Capítulo Especial 40 K
~Capítulo 47~
~Capítulo 48~
~Capítulo 49~
~Capítulo 50~
~Capítulo 51~
~Capítulo 52~
~Capítulo 53~
~Capítulo 54~
~Capítulo 55~
~Capítulo 56~
~Capítulo 57~
~Capítulo 58~
~Capítulo 59~
~Capítulo 60~
~Capítulo 61~
~Capítulo 62~
~Capítulo 63~
~Capítulo 64~
~Capítulo 65~
~Capítulo 66~
~Capítulo 67~
~Capítulo 68~
~Capítulo 69~
~Capítulo 70~
~Capítulo 71~
~Capítulo 72~
~Capítulo 73~
~Capítulo 74~
~Capítulo 75~
Epílogo: 19 años después
Precuela y Agradecimientos
Extra 2: Guerrero

Extra 1: Padre

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By MIalcuadrado

El rostro del Padre es fuerte y severo,
juzga certero el bien y el mal.
Sopesa las vidas, las largas y las breves

El príncipe Rhaegar no podía dormir porque tenía miedo de sus sueños.

A poca distancia, su hermano Thorin descansaba en su propio lecho, ignorante a las pesadillas de su hermano. La respiración lenta y tranquila de Thorin era lo único que espantaba el silencio de la noche.

Rhaegar llevaba muchas noches sin dormir bien. Hacía varios giros de luna que sus sueños habían empezado, pero no recordaba con exactitud el momento justo, aunque sí lo primero que soñó: gritos y sangre, una mujer dando a luz en medio de una batalla.

Despertó llorando, y cuando se lo contó a su tutor Jon Nieve, este le había dicho que así fue si nacimiento. Jon le había prometido que solo era una pesadilla producto de su imaginación, que alguna vez habían oído esa historia y la recordaba en sueños.

Pero todo era tan real, se sentía demasiado real.

Y Rhaegar nunca había escuchado antes la historia de su nacimiento.

Después de aquel día, sus sueños se repitieron. Veía a gente morir, escuchaba sus gritos y sus súplicas. Vio a una leona de oro entrar en el fuego, vio a dos dragones muriendo a la vez, vio a un dragón comerse a un caballo, una gran batalla ocurrida en un río. El joven príncipe solo veía en sus sueños muerte y destrucción.

Al principio le contaba sus sueños a su tutor, y Jon le decía que aquellos eran hechos ocurridos en la realidad. Dejó de hacerlo por dos motivos: para no preocupar a sus seres queridos y para no beber la leche de amapola.

Cuando estuvo claro que los sueños llegaron para quedarse, Jon le pidió a los maestres soluciones para el joven príncipe. Después de varios intentos inútiles, se llegó hasta la leche de amapola. El remedio funcionaba, Rhaegar dormía toda la noche sin abrir los ojos ni una sola vez. Lo único malo era que no eliminaba sus pesadillas. Podría dormir toda la noche, pero estaba atrapado con sus horrores nocturnos sin ayuda.

Rhaegar abandonó la leche de amapola y mintió sobre sus pesadillas incluso a su hermano Thorin. No quería estar sin salida solo por no poder despertar.

Así comenzó su odisea nocturna.

A veces con los ojos cerrados solo por descansar la vista, otras mirando a la oscuridad, el príncipe Rhaegar aguardaba cada noche la salida del sol. No temía a la oscuridad de la noche ni a los peligros que ocultaba; después de todo, Thorin y él eran los niños más protegidos de Poniente.

No temía a lo que no podía ver, temía a aquello que veía con los ojos cerrados.

Aquella noche estaba siendo más complicada de los habitual. Estaba muy cansado, pero suponía que aún quedaba mucho para el amanecer. A veces caída en la tentación del sueño, pero en aquella ocasión se resistía.

Thorin estaba muy quieto. Apenas podía ver a su hermano por la escasa luz. Su respiración seguía tranquila, lo único que se oía en la noche.

Hasta que un hombre comenzó a cantar.

Era una voz preciosa, aunque triste. Rhaegar escuchaba con la vista fija en el techo. Era una historia de dioses y dragones, del Feudo Franco de Valirya.

La voz se alajeba conforme su dueño avanzaba por los pasillos de la Fortaleza Roja.

Rhaegar quería seguir escuchando aquella balada. Se levantó de la cama con cuidado para no despertar a su hermano y salió al pasillo, y se sorprendió por no encontrar ningún guardia en su puerta. Jon y Tyrion había acordado que lo mejor por su seguridad era apostar como mínimo dos guardias en su puerta. Pero aquella noche no había ninguno...

Rhaegar avanzó por el pasillo del que parecía que venía la voz. La ausencia de guardias no pudo contra su curiosidad. Pronto encontró al misterioso cantante. Iba vestido como una caballero, con una combinación de colores azules que Rhaegar no supo adjudicar a ninguna casa que conociera, y su pelo rubio era casi blanco. Al joven príncipe no le sonaba haberlo visto antes por la fortaleza, pero eran sus tíos los que se ocupaban de esos asuntos.

Debió de haber hecho algún ruido sin darse cuenta, porque el caballero desconocido se giró hacia Rhaegar.

Al principio, cuando se miraron el uno al otro, Rhaegar las historias sobre asesinos sanguinarios de príncipes, las historias favoritas de sus tíos. Pero en los ojos de aquel hombre no había ningún asomo de sed de sangre descontrolada, y al ver que Rhaegar era solo un niño, el caballero sonrió.

—No deberíais cantar por la noche, ser —dijo Rhaegar. Le pareció que ser el primero en hablar era lo adecuado para un príncipe.

—¿Te he despertado, niño? —lo dijo sin ningún tacto. Rhaegar no estaba acostumbrado a que nadie le hablase así. Era el un príncipe y debía ser tratado como tal según su tía Sansa. Aquel hombre no debía de saber quién era, porque si no, no le hablaría así.

—No, ser... Ya estaba despierto cuando os oí. Yo... quería saber cómo termina la historia.

—Todo el mundo sabe su final: la ciudad de los dioses es destruida por una maldición. ¿Nadie te enseñó sobre Valirya?

—Sí, pero es que... me gusta mucho su voz. Canta usted mucho mejor que otros.

—Soy un caballero, no un bardo, pero gracias. Dime, niño, ¿vives aquí? Incluso el siervo más humilde debe disfrutar de los mejores músicos viviendo en la Fortaleza Roja.

—Vivo aquí, ser, y sí, oí a muchos bardos. ¿Conoce a Serhat, el primer y único bardo dothraki?

—Por desgracia. Ahora entiendo que te guste tanto yo. Soy mucho mejor.

—A mi tío le encanta, tal vez debería cantar para él.

—Tal vez. Bueno, niño, ¿qué tal si me acompañas a buscar a mi señora? Ya que no puedes dormir, hazme compañía.

—¿Saldremos de la fortaleza?

Ya era muy peligroso salir en mitad de la noche de si cuarto sin guardias como para ir con un desconocido.

—No, mi señora ha bajado a las criptas —respondió el caballero—. Quería ver las calaveras  de los dragones.

Rhaegar y Thorin habían estado allí abajo en varias ocasiones para recibir clases de historia sobre los dragones y sus jinetes o solo por curiosidad. Ambos preferían la compañía de sus dragones, Aleunam y Atram, antes que estar entre calaveras.

El desconocido acabó su canción y esta terminó justo como había dicho: Valirya caía bajo una maldición eterna.

—Es muy triste —dijo Rhaegar casi al borde de las lágrimas por la historia y la voz melancólica del narrador—. ¿Quién lanzaría una maldición a un lugar tan bello?

—Valirya retó a los dioses y pagó las consecuencias. —El caballero se encogió de hombros—. Los asuntos de dioses son demasiado complicados para hombres simples como nosotros.

Llegaron a las profundidades de la fortaleza, allí donde descansaban los restos de los dragones de sus antepasados. Desterrados de su lugar legítimo en la sala del trono por Robert Baratheon el Usurpador, todavía nadie había dado el primer paso para devolverlas a su sitio.

Una mujer, vestida con los mismos colores que el caballero, miraba una enorme calavera que Rhaegar reconoció como la de Balerion.

—Fascinante —murmuró la mujer—. Debió de ser una gran criatura en vida.

—Es Balerion, el Terror Negro —dijo Rhaegar, aunque nadie se lo hubiese preguntado. La mujer se giró hacia ellos. Rhaegar siguió hablando—: sus jinetes fueron Aegon el Conquistador, Maegor el Cruel, la princesa Aerea y el rey Viserys I.

—Qué niño más inteligente. —La mujer se alejó un hasta otra calavera más pequeña—. ¿Y esta?

—Vhagar, dragona de la reina Visenya, Laena Velaryon y el príncipe Aemond.

—¿Y aquella?

—Caraxes, vinculada al príncipe Daemon.

La mujer asintió, complacida.

—Un niño que le presta atención a su maestre. Veamos, ahora...

Caminó sin detenerse mucho tiempo en ninguna hasta llegar a la adquisición más reciente de aquella colección, obtenida hacia tan solo seis años. Solo seis años, la edad de los jóvenes príncipes, frente a cientos de años de antigüedad. No era tan grande como la de Balerion o Vhagar, pero tampoco tan pequeña como la de Danzarina Lunar.

—Viseniam, la dragona de Bastet Targaryen —respondió Rhaegar–. La dragona de mi madre.

—Eso explica porqué conoces tanto sobre dragones. ¿Qué hace aquí el príncipe?

—No podía dormir.

—Podemos llamar a un maestre y que te de leche de amapola —dijo la mujer.

—¡No! —gritó Rhaegar—. Odio la leche de amopola, no me deja escapar.

—¿Escapar de qué?

—De mis pesadillas, por eso no puedo dormir. Tengo mucho miedo.

La mujer se acercó a él.

—¿Qué ves en ellas?

—Fuego y sangre.

—Ese es el lema de tu Casa, príncipe.

—Es lo único que veo, y... y...

Rhaegar comenzó a llorar.

—Eh, niño, está bien —le dijo el caballero poniéndose a su altura—. Todos tenemos pesadillas. Es normal.

—Es... real. Muy, muy real. Me dan miedo.

No le gustaba llorar. Era de niños pequeños, y él no lo era.

—Coje al niño en brazos, tengo una solución para sus pesadillas —dijo la mujer, y comenzó a andar—, pero primero tenemos que ir a un sitio.



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El salón del trono, la estancia más importante de los Siete Reinos, vacía de todo mueble innecesario. Y en el lugar de honor, el Trono de Hierro.

—Príncipe, ¿sabes que es esto?

Rhaegar había parado de llorar, pero seguía en brazos del caballero.

—El trono.

—Tu trono —lo corrigió la mujer—. Serás rey cuando seas mayor, y en él vas a tomar decisiones que afectarán al futuro del reino.

—Thorin puede ser el rey.

—Tú eres el mayor, ese es tu papel.

—¿Y si no quiero? Yo no lo pedí.

—¿Pidió tu madre participar en una lucha absurda para obtenerlo? Ella quería que sus hijos tuviesen la infancia que ella no tuvo. Estás creciendo en la casa que no tuvo tu madre, y no como un mendigo.

—¿La conocíais, mi señora?

—Sí, y por eso te digo esto hoy. No hagas que la lucha de lo que te precedieron sea inútil. Tu madre y tu padre lucharon para que estuvieras aquí, tu abuela, tus tíos... Puedes escoger, pero el deber es solo tuyo. ¿Quieres ser rey, Rhaegar?

—Me da miedo. Sentarme en el trono me da miedo. Vi a gente sangrando por él en mis pesadillas

—¿Y si hago desaparecer las pesadillas? ¿Te daría menos miedo? ¿Te gustaría ser rey entonces?

Rhaegar asintió con lentitud.



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Volvieron a su habitación. Seguía sin tener guardias en su puerta y Thorin no había despertado.

El caballero lo metió en su cama y su señora lo arropó y le dio un beso en la frente como había a veces su tía Sansa.

—Duerme tranquilo, príncipe Rhaegar —le dijo sonriendo—. Tus pesadillas tardarán en volver. Tendrás sueños buenos, pero no puedo librarte de los malos porque son parte de la vida. Es un equilibrio que no es bueno romper, pero dormirás tranquilo a partir de ahora.

—Gracias, mi señora —balbuceo Rhaegar no muy seguro, pero cada vez tenía más sueño.

Fue el turno del caballero.

—Ser, todavía no sé vuestro nombre. Ni el de vuestra señora.

—Gar. Y a mi señora la llaman Estrella de la Mañana.

—¿Volveréis a cantar para mí, ser Gar? Me gustaría que mi hermano y mis tíos os oyeran.

—Por supuesto. ¿Son los hermanos de tu madre?

Estaba muy cansado. Rhaegar bostezó.

—Son los amigos de mi madre, míos tíos han muerto. Yo llevo el nombre de uno: mi tío Rhaegar Targaryen, el último dragón.

—Un buen nombre para honrar a tu tío, aunque esté mal que yo lo diga —dijo sonriendo ser Gar antes de besar también a Rhaegar en la frente—. Ahora duerme tranquilo, pequeño Rhaegar. Y recuerda que hay gente que te ama de verdad. Serás un buen rey si quieres.

Rhaegar durmió el resto de la noche sin pesadillas y a la mañana siguiente Thorin tuvo que gritar mucho para despertarlo.

Le contó a su hermano la aventura de su noche anterior y su nuevo sueño: jugaba con su madre.

Thorin no lo creyó, ni tampoco Jon Nieve cuando le preguntó sobre una dama conocida como Estrella de la Mañana y ser Gar.

Todos supusieron que Rhaegar se había inventado aquella historia, que la había soñado, aunque al príncipe heredero no le importó.

Sus dos nuevos amigos cumplieron su promesa: Rhaegar seguía teniendo sueños malos, pero también buenos, y ser Gar aparecía de vez en cuando para cantar en secreto.

El príncipe Rhaegar pudo volver dormir porque tenía nuevos visiones: su nuevo sueño era llegar a ser un rey digno de todos los sacrificios hechos para llegar hasta allí.


¡Primer extra de LSDDD para celebrar los 90 k de la historia!

Muchas gracias a todos, y esperamos que el resto de la trilogía os guste también.

¿Qué opináis del pequeño Rhaegar? Bastet de habría alegrado mucho de que uno de sus hijos tuviera el mismo don que ella, pero a la vez habría tenido miedo por su Thorin no lo heredaba.

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