Second chances [ArMario]

By ahthatgentleman

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Luego de su divorcio, Armando decide dedicarse de lleno a cuidar de su preciosa hija, Camila. Acostumbrado a... More

i. upside down
ii. as charming as he is
iii. waking up from a dream
v. the home that we claimed

iv. interlude

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By ahthatgentleman

Mario no solía arrepentirse de muchas cosas.

Cuando se juró a sí mismo que el compromiso no se le daba bien, era demasiado joven e idiota. Para su brillante mente de veinteañero, no había nada mejor que vivir cada día como si fuera el último, sin ataduras ni gente molesta a la cual rendirle cuentas. Se acostumbró a ser un nómada que tomaba lo que quería, cuando quería sin preocuparse por las consecuencias y si alguien intentaba romper con esa armonía, entonces se deshacía de esa persona para buscar a otra que pudiera llenar su espacio. Era lo más práctico, porque podía seguir disfrutando los placeres de la carne sin lidiar con los traumas de intensos que no entendían que él no se los iba a llevar al altar. Así que se hizo de una reconocida fama de casanova irresistible para marcar la distancia y para volverse aún más cotizado —nada más atractivo que desear con locura lo que no puedes tener.

Andaba de cacería la noche que conoció a Armando. Era parte de su rutina, salir, conocer a algún hombre guapo y meterlo en su cama. A veces, era cosa de una noche y en otras, de unos cuantos meses. Si Armando se convertía en una aventura de una noche o en su amigo cariñoso, le daba lo mismo, tan solo quería disfrutar.

Y sí lo disfrutó.

Cuando salieron de la discoteca hacia su casa, no esperaba pasar una noche tan eróticamente divertida. Si algo calentaba a Mario más que el sol de verano, era un acompañante seguro de sí mismo. Armando era muy sensual en la cama, lo había comprobado por la forma desinhibida con que se entregaba a las caricias, por el ímpetu con que las devolvía. No tenía miedo de tomar las riendas de la situación y eso a Mario lo enloquecía.

—¿Te gusto obediente? —le susurró al oído mientras se frotaba contra él.

Mario le respondió con un jadeo. Él estaba sentado al borde de la cama, con las palmas de las manos sobre el colchón para no perder el equilibrio. Tenía a Armando encima, con las piernas a cada lado de su cuerpo, sujetándose de sus hombros y repartiendo besos por su rostro. Ya ninguno tenía ropa, hacía tanto calor que sus cuerpos desnudos estaban cubiertos por una suave capa de sudor.

—Cariño, tú me gustas de todas las formas —respondió con una media sonrisa que Armando terminó borrando con un beso largo y profundo—. Me gustas sumiso, me gustas dominante... —pasó los brazos alrededor de su cintura para levantarlo en el aire y volverlo a recostar en la cama, esta vez colocándose encima— Me gustas en cuatro, bien abierto para mí.

Volvieron a besarse como si solo hubieran nacido para eso, violando sus bocas con la lengua, chocando sus dientes.

—¿Bien abierto? —exhaló sobre sus labios, aún en la oscuridad podía ver el brillo malicioso en sus ojos. Separó las piernas lo más que pudo, flexionando sus rodillas en el proceso y luego de ensalivar sus dedos índice y medio, los llevó directamente a su interior, húmedo por la cantidad de lubricante que habían utilizado hacía unos minutos— ¿Así o más?

Mario lo observó boquiabierto por breves segundos en los que su pene dio un tirón ahí entre sus piernas. Armando aprovechó para tomar su erección con la mano libre y empezó a masturbarse con ganas, tirando la cabeza ligeramente hacia atrás para gemir suavemente. Mario sabía que lo estaba haciendo a propósito para provocarlo, para que perdiera el control y se lo terminara cogiendo como un animal.

—Te voy a llenar tan rico hoy que no te vas a poder ni mover. —sentenció antes de abalanzarse sobre él como león a su presa. Lejos de sorprenderse, Armando lo miró complacido antes de retirar sus dedos.

Mario cumplió con lo que dijo y lo penetró en todas las formas que se le ocurrieron, cada una más frenética que la anterior. Se enterró en lo más profundo de su carne hasta que terminaron cubiertos de chupetones, sudor y semen. Fue el mejor orgasmo que había tenido en mucho tiempo, quería saborearlo y, tal vez, repetirlo. Pero cuando abrió los ojos a la mañana siguiente y vio que estaba solo en su cama, no le quedó de otra más que suspirar con resignación. Ni modo, no estaba destinado a ser.

O eso le parecía, porque de pronto empezó a encontrárselo en cada lugar donde iba. Mario no solía pensar demasiado las cosas porque le resultaba un desgaste innecesario de energía, pero reconocía una señal cuando se le ponía enfrente y si era su destino repetir una noche de sexo candente con Armando, entonces quién era él para oponerse a los designios de la vida.

Armando Mendoza era un tipazo en toda la extensión de la palabra. Era un buen padre, un gran amigo y un excelente compañero. Pasar tiempo con él le recordaba lo bonito de disfrutar hasta los detalles más pequeños de la vida, como sentarse en el sillón un sábado por la tarde a hojear una revista mientras la radio tocaba su música favorita con el volumen bajito. Inicialmente, Mario le había ofrecido su amistad sincera para pasarla bien, si en algún momento decidían cruzar esa línea delgada para acostarse, estaba seguro de que todo resultaría favorablemente al final, porque tanto Armando como él tenían las cosas claras.

A mitad de camino, en medio de esas idas y vueltas, comenzó a darse cuenta de que Armando se estaba volviendo más imprescindible de lo que pensaba. No solo por él, sino también por Camila. Con el pasar de las semanas, Mario se iba percatando de cómo su comportamiento cambiaba en favor de ellos. Poco a poco, sus escapadas nocturnas se convirtieron en noches de películas; sus eventos sociales, en fiestas de té y los domingos de resaca, en paseos por el parque. Cuando llegaba a casa de los Mendoza, le era imposible sentirse como una visita, porque esos dos le hacían sentir bienvenido, como si fuese su hogar y él estuviera regresando con su familia. Al principio no podía ponerle nombre a lo que estaba sintiendo, pero terminó por comprender que aquel sentimiento tan cálido que lo envolvía cuando Armando lo abrazaba o cuando Camila le regalaba algún dibujo, era amor.

La realización llegó a él como una caricia sobre su corazón. Lo que sentía por Armando no podía tratarse como una bonita amistad y nada más, porque había que estar ciego o idiota para siquiera considerarlo. Armando era su amigo, pero quería besarlo a cada rato. Era su amigo, pero quería despertar a su lado todos los días. Era su amigo, pero quería cuidar de Camila junto a él hasta que estuvieran viejitos y arrugados como pasas.

El concepto de familia no le era ajena, pero nunca la sintió como suya. La relación con sus padres no fue la más cercana, todo lo contrario, sentía que solo eran personas compartiendo la misma casa que él. Con sus dos hermanas era similar, ellas eran mayores, pensaban en otras cosas, tenían otros ideales... cada una había hecho su vida por su lado, lejos del resto.

Los lazos sanguíneos significaban poco o nada para él, la familia solo era un constructo social, ni más ni menos. ¿Entonces por qué con Armando y con Camila era distinto? Luego de mucho comerse la cabeza, llegó a la conclusión de que se debía a algo tan sencillo como la elección voluntaria. Mario se los había encontrado un día en el parque y desde ese momento no los quiso dejar ir más. Si estaba triste, Armando y Camila llegaban para subirle el ánimo. Si cerraba algún negocio importante, lo primero que hacía era llamar a Armando para compartir sus logros. Si Camila quería jugar a las princesas, él estaba encantado de ponerse una corona y ser el rey.

No había estado buscando nada el día que los conoció y aún así encontró todo.

La noche que Armando le dijo que lo quería, pudo jurar que flotaba. Regresó a su apartamento sintiendo que había ganado el cielo; después de esa confesión, de esos besos, Mario ya no podía ser más feliz. El problema era que pocas veces podía disfrutar las pequeñas victorias que obtenía y esa no era la excepción. El domingo recibió la inusual llamada de una de sus hermanas, la mayor; se le escuchaba triste, más parca de lo normal, lo que le hizo levantar una ceja en confusión.

—Me voy a divorciar.

La respuesta cayó como una bomba para Mario. No estaba muy al tanto de los pormenores del matrimonio de su hermana, pero por lo que sabía, era una relación muy sólida, de muchos años. La boda había sido magnífica, ella estaba radiante y él, rendido de amor. No había visto una pareja que se amara más que ellos. No entendía qué pudo haber pasado para que todo acabara así.

—¿Estás segura? Tal vez solo deban conversarlo y—

—No —le interrumpió ella. La severidad en su voz hizo que Mario cerrara la boca de inmediato—. Me dijo que ya no siente lo mismo, que pensó que era una fase y que lo superaría, pero no. ¿Y sabes qué? Yo no estoy para rogarle a nadie. Que haga lo que quiera. Te llamaba para avisarte porque se va a armar un escándalo y prefiero que, al menos, ustedes se enteren por mí.

La conversación no se extendió mucho más allá de eso. Ella le comentó que los niños se quedarían con sus abuelos mientras el marido sacaba todas sus cosas de la casa —le remarcó que ni muerta salía de ahí. Si el que quería el divorcio era él, entonces él tenía que largarse—. Luego de colgar, Mario empezó a sentirse mareado y a respirar agitado, estiró el cuello de su camiseta intentando abanicarse un poco para que le cayera aire, pero esa horrible sensación no hacía más que empeorar hasta que finalmente empezó a hiperventilar.

Le tomó varios minutos y unos cuantos vasos de agua fresca poder calmarse. La llamada con su hermana lo había dejado tan descolocado que no pudo concentrarse en nada el resto del día.

Para el miércoles, ya había coordinado unas vacaciones de emergencia con Recursos Humanos y para el jueves por la mañana, ya se encontraba en el aeropuerto, dispuesto a escapar de aquello que lo atormentaba.

.

.

Buenos Aires lo recibió con los brazos abiertos por segunda vez, aunque los motivos de su visita fueran completamente diferentes. Los primeros días fueron un auténtico infierno, le daba ansiedad permanecer en la habitación de su hotel porque se sentía como león enjaulado y cada vez que salía le daba por imaginar cómo sería estar ahí de visita pero con Armando.

Armando...

Todos los mensajes que le había mandado estaban grabados en su mente, podía sentir angustia y desesperación en cada uno de ellos, pero no tenía el valor para responderle. La confusión lo mantenía paralizado, incapaz de reaccionar al daño que le estaba causando o de repararlo.

Necesitaba desahogarse, botar lo que le estaba agobiando y justo cuando pensaba que iba a volverse loco, la ayuda llegó en forma de un viejo amigo.

Conoció a Juan Carlos García en una de sus tantas salidas, cuando se iba en busca de una buena compañía en los bares más populares de la ciudad. Era un tipo alto y larguirucho, tenía el cabello lacio, de color negro y unos ojos pardos preciosos con forma de almendra. Hombros anchos, piernas largas, labios delgados, nariz griega y una piel pálida que Mario había disfrutado como crema en sus labios. Básicamente recogía todas las cualidades que le gustaban en un hombre y, si su permanencia en Argentina había resultado tan amena, era en gran parte gracias a él.

Volverlo a ver le trajo muchos recuerdos, no solo de sus noches apasionadas, sino también de tardes tranquilas caminando uno al lado del otro, cigarro en mano y mucha plática. Juan Carlos no estaba atravesando por un buen momento el día que sus caminos se cruzaron, de hecho, la estaba pasando fatal por un examor que lo dejó totalmente despedazado. Mario se sentía solo, extrañando a su país, a su gente y fue esa conexión formada a través de la empatía lo que los unió por meses, en un intento por encontrar un poco de consuelo en los brazos del otro.

—¡Mario Calderón! —le saludó con la efusividad que recordaba, pasando sus brazos por los hombros de Mario, envolviendo su cuerpo—. ¿Pero qué hacés por acá? ¿Por qué no me dijiste que venías desde antes?

Es que Mario le había soltado la bomba de que se iba de vacaciones para Argentina sin previo aviso. No era que tuvieran una comunicación constante, pero cada cierto tiempo se escribían por mail, como una manera de mantener la extraña amistad que se había formado entre ellos y cuando Mario decidió informarle sobre su próximo arribo, ya estaba casi, casi con los pies en el aeropuerto.

Abrumado por la sensación reconfortante de contar con un amigo en tiempos de crisis, correspondió el abrazo con fuerza, sintiendo el delgado cuerpo de Juan Carlos contra el suyo.

—Fue una decisión de último minuto, quise cambiar de aires —medio mintió, medio dijo la verdad—. Empezar de nuevo.

Juan Carlos ladeó un poco la cabeza, observándolo no muy convencido. Lo cierto era que Mario se notaba un poco triste, algo ido, como si tuviera mucho en qué pensar.

—No se puede empezar de nuevo con el estómago vacío —dijo entonces, mostrando los dientes mientras sonreía—. ¿Picamos algo?

Juan Carlos era de Córdoba, provenía de una familia tradicional de clase media, y cuando era adolescente se trasladó a Buenos Aires para estudiar. Consiguió sacar la carrera mientras vivía con un primo de su madre y ni bien empezó a mejorar su situación económica decidió instalarse en Puerto Madero. Mario había estado ahí un par de veces, en uno de sus tantos encuentros, pero recién podía permitirse visitar el lugar como un atractivo turístico, con muchos restaurantes para disfrutar una salida entretenida.

Se pusieron al día en muchas cosas, especialmente Juan Carlos, que le contaba con mucho entusiasmo sobre su relación con Lucrecia, una fotógrafa que había conocido por una campaña publicitaria que su compañía estaba llevando a cabo. A Mario le daba gusto escuchar que se estaba dando una nueva oportunidad, no era ni la sombra de lo que había conocido y eso le daba esperanzas de reponerse y volver a ser el mismo de antes.

Después de comer, salieron del restaurante hacia el muelle. Mario intentaba seguir la conversación con naturalidad, pero era evidente que había algo que lo perturbaba y eso, sumado a que Juan Carlos era muy perceptivo, lo dejó acorralado.

—¿Qué te molesta? —preguntó deteniendo sus pasos—. Esa carita la conozco. Decime quién fue.

Mario se detuvo también y cuando lo miró, se encontró con ojos gentiles intentando animarlo.

—¿Quién fue qué?

—El que te rompió el corazón.

—Nadie me rompió el corazón.

O, bueno, sí. Él mismo se había encargado de rompérselo.

Juan Carlos rió ligeramente.

—Ah, o sea que el malo del cuento sos vos.

Mario hizo una mueca.

—¿Y no lo soy siempre?

—No siempre. No en el mío, al menos. —dijo encogiéndose de hombros— Tal vez contármelo te haga sentir mejor.

Mario era una alimaña que no merecía sentirse ni un poquito mejor, al contrario, lo menos que podía hacer era cargar con el peso de sus errores por el resto de sus días. Pero Juan Carlos se veía tan amable, con esa sonrisa fraternal que uno necesita cuando se siente de la mierda, que lo hizo. En cuanto abrió la boca, ya no pudo parar y le contó todo: que había conocido a Armando igual que como conocía a todo el mundo, que la convivencia transformó el cariño en amor y que veía a Camila como a una hija. También le contó que Armando le había dicho que lo quería, pero la llamada de su hermana le abrió una inseguridad muy grande y por eso había terminado huyendo a Argentina.

Juanca lo escuchaba con atención, ni siquiera hacía gestos con la cara para mostrar aprobación o desaprobación, solo permanecía quieto —casi sin parpadear— mientras Mario volcaba su corazón. Habló hasta que empezó a sentir su boca seca y cuando por fin terminó, miró a su acompañante que aún permanecía estoico en su lugar.

Finalmente, Juan Carlos suspiró con fuerza, como si hubiese estado aguantando la respiración, carraspeó, se relamió los labios y habló.

—Mario, perdoname que te lo diga pero sos un pelotudo.

Mario dejó salir aire de su boca como si fuera un globo desinflándose.

—Dime algo que no sepa —respondió con una sonrisa amarga, si quería que le señalaran lo obvio, se hubiera quedado en su habitación del hotel, hablándole a su reflejo en el espejo.

—Te lo digo en serio —aseveró sin una pizca de gracia. No estaba molesto, pero su rostro denotaba seriedad y preocupación—. No entiendo qué hacés acá cuando el amor de tu vida está en Colombia.

En otro contexto, Mario hubiese rodado los ojos, porque en ocasiones Juan Carlos era demasiado dramático para su propio bien, pero esta vez tenía razón, Armando se había vuelto tan necesario para él como respirar. Giró su cuerpo para poder apoyar los antebrazos en las barandillas de seguridad y aspiró fuerte, llenando sus pulmones de aire y de valor. La vista se veía preciosa, el muelle cobraba otro tipo de vida en la noche, con las luces de las embarcaciones y del propio alumbrado público. Sentía una oleada de sosiego que terminó por darle la determinación que le hacía falta para sincerarse.

—Tuve miedo, Juanca —admitió—. Toda la vida he estado contento con mi soltería, con mi independencia y de pronto llega Armando a revolucionar mi mundo. Y yo no sé— yo... yo nunca había sentido cosas tan bonitas, tan sinceras y... —titubeó. Mientras buscaba las palabras, tomó aire de nuevo y sus manos viajaron hasta su pecho, encima del corazón— Y puras por alguien. Me dio pavor no hacer las cosas bien. Mi hermana y su marido eran la pareja perfecta y ahora resulta que se odian. No quiero que eso nos pase, me mataría.

Juan Carlos lo miró en silencio durante un rato bastante largo, del bolsillo de su pantalón sacó un cajetilla de cigarros, cogió uno entre sus dedos huesudos y lo encendió. La primera bocanada fue lenta, como si estuviera llenando la totalidad de su cuerpo con humo; la segunda, fue mucho más rápida, porque aparentemente ya había encontrado las palabras que quería decirle.

—Normalmente, las personas abandonan a sus parejas cuando ya no las aman. A vos te pasó al revés —medio sonrió con la gracia que te puede provocar una ironía—. Tal vez no estás tan seguro de lo que sentís y por eso te da miedo acabar como tu hermana.

Mario sintió el calor acomodándose en su cara, él no perdía su temperamento, antes que gritar y golpear, prefería callar y analizar —las palabras eran su mejor arma, una más dolorosa y letal—, pero que alguien pusiera en duda algo tan sagrado como sus sentimientos por Armando le jodía.

—Amo a Armando. Me enamoré de él como un idiota —le dijo con firmeza. Su cuerpo se había girado nuevamente hasta quedar frente a él, sus brazos se movían como si tuvieran vida propia, gesticulando para dar más énfasis a lo que decía—. Es que desde que lo conocí yo ya no soy el mismo Mario, te lo he dicho ya. Nunca he sido tan feliz como cuando estoy con él y con Camila. Ellos son... lo más bonito que me ha pasado.

Juan Carlos se cruzó de brazos, mirándolo con determinación.

—Si es así, ¿desde cuándo un hecho aislado se convierte en regla? ¿Sos tan idiota que te pensás que una relación se desmorona tan rápido? —le enfrentó. Su voz se oía más grave y podía identificar algo de agrura en su voz— Si así pensás, le hiciste un favor a Armando. Sos un cobarde.

Mario abrió la boca para refutar, pero la cerró casi de inmediato, la dureza en las palabras de su amigo lo hicieron reflexionar. En cuestión de días había dejado que sus decisiones fueran impulsadas por el pánico. Tontamente había permitido que la conversación con su hermana lo desestabilizara al punto de perder el norte, olvidando las bases sólidas sobre las que estaba construyendo su relación con Armando. Se dio cuenta que el problema de no haber formalizado antes con nadie era que se encontraba en terreno desconocido, cometiendo errores estúpidos que le estaban costando la felicidad.

—Soy un cobarde —repitió—. Arruiné todo intentando no arruinarlo.

—La cagaste, pero no es tarde. Mirá, yo no te puedo prometer que todo va a ser color de rosa, pero vale la pena esforzarse por lo que uno ama, ¿no te parece? —dijo Juanca, colocando una mano sobre su hombro para reconfortarlo—. Lo mejor será que vuelvas, necesitan aclarar las cosas.

—¿Y si no funciona? —lanzó la pregunta con temor.— Aún tengo miedo.

Su amigo sacudió la cabeza.

—Funcionará. —aseguró palmeando el hombre que estaba sujetando—. No está mal sentir miedo, es lo más normal. Las relaciones no se sostienen solas, requieren de mucho esfuerzo y dedicación. Contale a Armando todo lo que pensás, no te guardes nada. Sabrás qué hacer en el momento, te lo aseguro.

Mario asintió y lo abrazó con fuerza, agradeciendo por abrirle los ojos. Podía ser muy astuto para los negocios, pero cuando de amor se trataba, aún se encontraba en pañales. De todas formas, no se arrepentía de haber hecho ese viaje, en Colombia jamás se hubiese topado con nadie que lo escuchara con la paciencia de Juanca.

—Necesitaba esto. —le dijo luego de dejar un beso en el costado de su cabeza.

Juan Carlos correspondió el abrazo, acariciando la ancha espalda de su amigo con una de sus manos.

—Y solo tuviste que venir a otro país para darte cuenta —respondió con sarcasmo.

.

.

Nunca había estado tan ansioso como en aquel momento. Aunque hubiese entrado en razón, aún le faltaba lo más importante: hablar con Armando. En el mejor de los casos, le daría otra oportunidad para reinvidicarse y en el peor... cabía la posibilidad de que le cerrase la puerta en la cara.

A pesar de los miedos y la expectativa, Mario hizo el viaje desde el aeropuerto hasta su apartamento para dejar sus cosas. Tenía ganas de ir directo con Armando, pero no podía presentarse en esas fachas, sin bañarse, desarreglado, luciendo como un perdedor. Si quería ser escuchado, debía calmarse y pensar fríamente las cosas. Su misión era recuperar a Armando, demostrarle que esta vez venía dispuesto a quedarse con ellos para siempre.

El camino se le hizo eterno, tenía las manos heladas y un sudor frío perlaba su frente, estaba seguro de estar más blanco que un papel. Inconscientemente, repetía en su mente los múltiples escenarios que podían devenir de esa visita e intentaba no quedarse mucho tiempo en las más desalentadoras. Se preguntaba qué había estado haciendo en esos días que no se vieron, si Camila estaba con él —aunque no fuese fin de semana—, si lo odiaba mucho o si lo odiaba poquito.

Dejó su auto estacionado en la puerta del edificio y apenas se bajó, sintió un pequeño mareo —apenas empezaba a interiorizar lo que estaba a punto de suceder—. El portero lo saludó como si Mario no hubiese dejado de ir y le dejó pasar sin siquiera anunciarlo con Armando. Por un momento, Mario sopesó si era lo correcto, pero se dio cuenta de que debía tomar cada oportunidad que se le estaba dando si lo que quería era poder hablar con el hombre que amaba.

Llegó desde el ascensor hasta el apartamento en dos trancazos, traía el estómago hecho un nudo, sus mareos se habían convertido en náuseas y seguía sudando frío. Frotó sus manos nerviosas en la tela de su pantalón y tocó el timbre dos veces. Contó los angustiosos segundos que tuvo que esperar ahí parado por una respuesta, hasta que la voz de Armando se hizo escuchar del otro lado de la puerta.

—¿Quién es?

Mario tragó saliva. Ya no había marcha atrás, era todo o nada.

—Yo. Mario.

Si Armando hizo algún tipo de cara o si reaccionó de alguna manera al escucharlo, Mario no tuvo cómo saberlo, porque solo había silencio. Silencio que se extendió por casi dos minutos hasta que la puerta empezó a abrirse lentamente, justo cuando ya estaba a punto de tirar la toalla y regresar a su casa.

Doce días. No había visto a Armando Mendoza en doce días, pero él sentía la ausencia como si hubiesen pasado meses, años. Ni bien sus miradas entraron en contacto, sintió unas increíbles ganas de llorar, porque Armando seguía luciendo igual de precioso. No había duda, seguía siendo el mismo hombre maravilloso que lo había vuelto loco. Quiso tomar su rostro entre sus manos, besarlo como lo había hecho antes, enterrar su nariz en su cuello y llenarse con el aroma de su colonia. Dios, lo había extrañado tanto.

En lugar de eso, le sostuvo la mirada con una sonrisa que denotaba añoranza y se sostuvo suavemente en el marco de la puerta con uno de sus brazos, cuando sintió que el peso de su cuerpo lo traicionaría. Estaba a punto de desmayarse.

Doce días... y por fin lo tenía frente a frente, como nunca debió dejar de ser.

—Hola, Armando.

.

.

n/a: pequeño capítulo de transición para abordar los sentimientos de mario. ahora sí, se viene el final (: estaré de vacaciones esta semana así que aprovecharé para avanzar todo lo que pueda. gracias por leer ~

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