KEITH ©

By AndreaSmithh

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Segunda parte de "El sexy chico invisible que duerme en mi cama" ¿Qué pasaría si conocieses a un chico al que... More

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Me llevé la mano a la cabeza y rasqué. Los nudos de mi cabello eran un caso perdido, y estaba claro que yo también. Y mi vida. Y todo lo que había conocido hasta ahora.

Cuando Keith y mi padre me explicaron lo sucedido, creo que la palabra "flipar" se queda corta.

Porque casi muero.

Y porque después de eso acabé en Valletale.

Porque estaba en una dimensión distinta a la mía y lejos de casa.

Porque una planta casi me come.

Porque aquello parecía la mezcla de un sueño y una pesadilla.

Porque no sabía qué decir ni qué hacer.

Estaba hecha un ovillo en el suelo, apoyada contra el tronco de un árbol, mientras Keith y Garrik hablaban a unos metros de mí. Apenas podía entender lo que cuchicheaban, aunque los dos parecían entre enfadados y preocupados. Estaban de pies, señalando hacia el frente, entre la frondosidad del bosque. De vez en cuando me lanzaban alguna que otra mirada preocupada y yo... Estaba completamente perdida.

Hacía menos de un año que había conocido a Keith: un enigmático chico que me persiguió por el metro gritando que era invisible y que solo yo podía verlo. Y la realidad es que no mentía. Keith era de otra dimensión, de un lugar llamado Valletale donde las personas podían hacer magia.

Lo sé, suena a cuento de hadas, pero no lo era tanto...

La gente dominaba la magia en cuanto a objetos inerte se refería, es decir, todo lo que no tuviese vida. Nunca le vi usar demasiado su magia en la Tierra. Él decía que se le iba apagando cuanto más tiempo pasaba allí.

Pero no todas las personas dominaban la magia igual. Cada cierto tiempo, nacía alguien con un don: el de poder controlarlo absolutamente todo. Y como todos sabemos, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Esa persona se encargaría de gobernar Valletale.

El último Gobernador de aquel mundo huyó, dejándolo sin la magia más poderosa.

Y resulta que aquel último Gobernador... era mi padre. Y Keith era un soldado que había sido enviado hasta la Tierra para poder llevarlo de vuelta a Valletale.

Sorbí con fuerza por la nariz. La luz empezaba a desaparecer y la temperatura bajaba. Comenzaba a tener frío y abracé con más fuerza mi cuerpo. Keith y Garrik, mi padre, se volvieron para mirarme. ¿Qué es lo que haríamos ahora? Este no era el plan inicial. Solo ellos dos iban a volver.

Cuando me encontraron me contaron lo que había pasado. Como me caí por el balcón y casi muero. Pero los portales que conectan la Tierra con Valletale son capaces de cambiarte, incluso de sanarte, y aunque yo no recuerde nada, ellos pasaron conmigo con la esperanza de la magia fuese tan fuerte como para curar mis heridas.

Me estremecí al pensar en aquella caída, en los últimos momentos, y en que...

—¿Te encuentras mejor?

Alcé los ojos hacia Keith, que se había acercado a mí. Su camiseta estaba manchada de sangre, pero sabía que era mía, no de él. Asentí, aunque noté cómo me palpitaba todavía la cabeza. Llevé las manos a la brecha que se me había formado, rozando la sangre seca de mi pelo. Me sentía sucia, sudada, con frío y cubierta de tierra. Y, aún así, ese era el mínimo de mis problemas.

—Espera, déjame verte —pidió.

Se agachó a mi lado y esperé pacientemente mientras me apartaba el cabello y sus ojos escudriñaban en busca de la herida. Dejó salir un calmado suspiro. Después volvió el rostro hacia mí, hasta quedar a apenas unos centímetros de distancia, mientras sus manos se paraban en mis mejillas con una suave caricia. Había cariño en aquella mirada.

—Está mucho mejor de lo que imaginaba —susurró, acercándose un poco más—. Lauren, cuando te tenía en brazos para pasar el portal, pensé que...

La frase de Keith quedó perdida cuando alguien carraspeó a nuestro lado. Los dos nos volvimos hacia Garrik. Él también tenía un aspecto horrible.

—Si queremos actuar esta noche, debemos hacerlo ya —sentenció.

Fruncí el ceño mientras un escalofrío me recorría por dentro. Keith se puso de pies con ligereza y estiró el brazo hacia mi para que pudiera incorporarme.

—¿Hacer el qué?

Intercambiaron una mirada, pero en seguida Garrik dijo en un tono que no daba pie a discusiones:

—Yo hablaré con ella.

Keith me observó largos segundos, indeciso. Estaba bastante segura de que, si quería, ganaría a Garrik en cualquier terreno. Tenía mucha fuerza y había sido educado para actuar ante el peligro, pero en aquel momento no era necesario. Se limitó a asentir y se hizo a un lado, lo suficientemente lejos para dar privacidad, lo suficientemente cerca para poder escucharnos.

—Lauren, ¿sabes por qué me fui de Valletale?

Asentí despacio. Notaba el tronco del árbol detrás de mí. Ellos me habían asegurado que ese árbol era seguro, aunque es cierto que algunas plantas y vegetación de Valletale podían ser peligrosas. Incluso sus animales eran más depredadores. La magia alteraba todo.

Me habían explicado que Valletale no era un cuento de hadas a pesar de la magia. Que el Gobernador a veces tenía que hacer cosas que no eran de su agrado.

Garrik suspiró. Miró hacia el cielo cada vez más oscurecido antes de continuar, como si pudiese encontrar fuerzas en él.

—Mi madre se puso muy contenta cuando descubrieron que yo tenía la magia. No es algo que se pase estrictamente de padres a hijos, pero sí suele tener que ver con la sangre. Mi tío abuelo había sido el anterior Gobernador.

Apreté los labios y guardé silencio cuando se tomó un momento de silencio. Parecía nervioso. Llevaba la mano a la frente y pasaba su peso de una pierna a otra.

Nervioso no, inquieto.

—Ella... Ella era una mujer cruel. Quería el poder y no le importaba conseguirlo a través de mí. Durante los años que estuve como Gobernador, tuve que...

Más silencio. Más miradas rápidas.

Tragó saliva y volvió a clavar la mirada en la mía, pero esta vez había un brillo de preocupación y malestar. Entonces confesó:

—Maté gente, Lauren.

Abrí mucho los ojos. Nunca esperé aquella confesión. Él espero a que yo dijera algo, pero no tenía un pequeño nudo en la garganta. Fue Keith, a la distancia, quien susurró:

—La forma más efectiva de mantener el poder, es con el miedo.

Las palabras hicieron eco en mis oídos. Él no parecía sorprendido por la noticia. Por supuesto, qué tonta. Seguro que ya lo sabía.

Garrik continuó.

—Tenía pesadillas todas las noches. Nunca estuve a favor de ese tipo de... control. Por eso escapé. Juré que nunca regresaría.

Keith nos había contado que mi abuela había tomado el relevo de Valletale, pero como su magia no era tan poderosa, necesitaba de vuelta a mi padre.

—Y ahora que estás aquí, ¿tendrás que gobernar de nuevo? —Me atreví a preguntar.

De nuevo, Keith y Garrik intercambiaron una mirada que no podía comprender. Una que ocultaba algo.

—Ya no tengo esa magia, Lauren. En la Tierra mis poderes llegaron a prácticamente desvanecerse. Al regresar aquí han vuelto, pero... por el momento, no de la misma forma.

—¿Entonces?

El silencio que acompañó a mi pregunta fue la única respuesta que necesitaba.

Le matarían.

El corazón me martilleó en el pecho con fuerza. Apenas acababa de descubrir que él era mi padre, de empezar a conocernos. No podía dejar que eso sucediera.

—Volvamos a casa entonces —farfullé a la desesperada—. Encontremos otro portal.

Garrik negó con la cabeza con tristeza.

—No es tan fácil encontrar uno. Lleva su tiempo, sus contactas, y hay que ser muy cuidadoso de con quién hablas.

—Pues lo seremos. No importa la magia. No...

Mi padre alzó un dedo para que guardara silencio. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de lo que acababa de insinuar?

—Acabamos de llegar y la magia tarda un tiempo en reajustarse. Puede ser que regrese dentro de unos días, semanas... Y estoy seguro de que mi madre esperará hasta que eso pase.

Tragué saliva con dureza. Pensaba regresar. Pensaba seguir con el plan inicial y que Keith lo entregase a las garras de su madre.

—Os dará el tiempo necesario para encontrar otro portal y escapar de aquí antes de que descubra quién eres y que existes —finalizó.

¿Y qué narices importaba que yo existiera? Él era quien estaba destinado a morir, quien se estaba sacrificando.

—¿Pero tan importante es tener un Gobernador? ¡No vayas! Podemos... Podemos encontrar un portal y volver a casa.

—¿Viste la planta que te atacó? Hacía años que no veía una. Se supone que todas se habían extinguido. Al igual que los lobos, que no atacan a las personas.

—¿Qué quieres decir?

Keith terminó de acercarse de nuevo a nosotros. Cuando estuvo a mi lado alzó una mano a mi mejilla y secó una lágrima llena de tierra que había arrastrado por mi rostro. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando. Luego explicó:

—Cuando tu padre se marchó todo en Valletale empezó a cambiar. Las criaturas peligrosas ya no eran controladas. Las plantas, como la que viste, e incluso más peligrosas, empezaron a surgir. Cuando la primera manada de lobos atacó a la gente, se dio la orden de buscar a tu padre y se empezaron a reclutar civiles para el ejército. La gente estaba descontenta, hubo revueltas y...

—Y que yo regrese y establezca de nuevo el orden que mi madre quiere, es la única forma de calmarla hasta que tú puedas regresar a casa —finalizó mi padre.

—Pero, ¿y si no consigues de vuelta tu magia?

Un haz de tristeza pasó por los ojos de mi padre, pero en seguida lo cubrió.

—Es algo que nunca tendrás que averiguar. Para entonces ya estarás en la Tierra y no sabrá nada de ti.

No estaba conforme. Quería protestar e insistir en que debíamos buscar otras opciones, pero los dos parecían bastante seguros de su plan y no iban a cambiar de opinión. Como si quisiera corroborarlo, Keith presionó:

—Tenemos que irnos ya.

—¿Ir a dónde?

Garrik me tomó por los hombros y me giró para poder mirarle mejor. Agachó la cabeza a mi altura.

—Escúchame, Lauren. Keith tiene que ser quien me lleve frente a mi madre. Si no lo hace cargarán también contra él y sabrán que oculta algo. Necesita hacerlo para que tu coartada sea firme.

—¿Mi coartada?

—Hace años los portales entre la Tierra y Valletale estaban abiertos y la gente podía cruzar con más ligereza —asentí, me lo había contado Keith al llegar—. Se piensa que hay más personas en la Tierra como tú, descendientes de gente de Valletale que, cuando se cerraron los portales, decidieron quedarse allí. Dirá que tú eres una de esas personas, y que lo descubrió porque podías verle.

—No funcionará.

Lo dije más para ellos que para mí. Porque debían cambiar de opinión. Aquel plan era suicida.

—Sí lo hará. Si él me entrega y cumple con su misión, nadie tendría que sospechar de ti.

—Entonces, ¿iremos los tres a entregarnos?

Keith negó con la cabeza.

—Si te ven así, llena de sangre y magullada, sospecharán. Iremos tu padre y yo solos.

¿Y debía esperarles sola en el bosque mientras ellos se enfrentaban a una posible muerte?

—Te dejaré con una buena amiga —agregó Keith—. Alguien en quien sé que puedo confiar, pero debemos hacerlo ahora, de noche, para evitar que nos vean.

Intenté protestar, pero los ojos de mi padre me pidieron que no lo hiciera más. Que confiara en ellos. La decisión estaba tomada y, al final, eran quienes mejor conocían este lugar. Yo acababa de llegar.

Comenzamos a caminar a través del bosque, con Keith guiándonos ya que lo conocía mejor y tenía un buen sentido de la orientación. Yo iba hombro con hombro a la altura de mi padre. Todavía no perdía la esperanza de que algo se pudiera hacer.

Tenía que haber una forma de salvarle a él también y huir los tres de allí.

—Entonces... —comencé a decir mientras hacíamos el camino, como cerdos al matadero—. ¿Qué sucedería si tu madre supiese que existo?

Era una duda que me había quedado tras la conversación, picando en el fondo de mi cabeza. Él había insistido mucho en que debía protegerme.

—Ocuparías mi lugar, esperando por que tu magia se active. Al final, eres mi hija, y aunque improbable, puede pasar.

—¿Y si no lo hace?

Garrik frenó unos segundos y yo con él. Tragó saliva y movió la cabeza con lentitud de lado a lado.

—Jamás dejaré que corras mi mismo destino. Te lo prometo.

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