Del otro lado del lago

By af_cardenas

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đź’™Novela Finalista de los Wattys 2023đź’™ Sinopsis: Ana se siente atraĂ­da por el lago que hay cerca de su nueva... More

PrĂłlogo
CapĂ­tulo 1
CapĂ­tulo 2
CapĂ­tulo 3
CapĂ­tulo 4
CapĂ­tulo 5
CapĂ­tulo 6
CapĂ­tulo 7
CapĂ­tulo 8
CapĂ­tulo 10 Parte 1
CapĂ­tulo 10 Parte 2
CapĂ­tulo 11
CapĂ­tulo 12
CapĂ­tulo 13
CapĂ­tulo 14
CapĂ­tulo 15 Parte 1
CapĂ­tulo 15 Parte 2
CapĂ­tulo 16
CapĂ­tulo 17
CapĂ­tulo 18
CapĂ­tulo 19 Parte 1
CapĂ­tulo 19 Parte 2
CapĂ­tulo 20
CapĂ­tulo 21
CapĂ­tulo 22
CapĂ­tulo 23
CapĂ­tulo 24
CapĂ­tulo 25 Parte 1
CapĂ­tulo 25 Parte 2
CapĂ­tulo 26
CapĂ­tulo 27
CapĂ­tulo 28
CapĂ­tulo 29
CapĂ­tulo 30
CapĂ­tulo 31
CapĂ­tulo 32
CapĂ­tulo 33 Parte 1
CapĂ­tulo 33 Parte 2
EpĂ­logo
Extra 1
Extra 2

CapĂ­tulo 9

51 13 8
By af_cardenas

Marián

Toqué con esperanza la puerta de la bruja. Me aseguré de imprimir la mayor fuerza posible a cada golpe, quería que me escuchara. Si alguien en Los Álamos sabía de maldiciones y espíritus deambulantes, era ella. O eso decían.

Al quinto toque me abrió una anciana en un piyama de terciopelo rojo. Llevaba una redecilla en la cabeza llena de agujeros por los que se escapaban mechones canosos de cabello. Por unos momentos pensé que había tocado en la puerta equivocada de no ser la única casa en toda la colina.

Me dedicó una cara de pocos amigos cuando reparo en mí.

—¿Qué quieres?

—¿Puedes verme? —pregunté.

Alzó una ceja, recalcando lo obvio. Mi corazón dio un salto de emoción, lo había logrado.

—Soy Ana, sé que no me conoces o puede que sí, en fin, necesito tu ayuda.

—¿Y por eso tienes que tocar así mi puerta en plena madrugaba? —gruñó.

—Lo siento, yo...

La anciana hizo una seña para que me callara. Dedicó un momento para analizarme. En sus pálidos ojos marrones pude ver un destello de sorpresa al descubrir lo que era.

—Sabes que eres el primer fantasma que toca la puerta, ¿verdad? —alegó con ironía.

—No quería asustarla —expliqué. Aunque por dentro quería hacerlo, la señora se daba ciertos aires de grandeza.

—Niña, he visto cosas que ni te imaginas. —Hizo una mueca de disgusto antes de abrir la puerta—. Vamos, pasa.

La seguí adentro.

Me hizo un gesto para que me sentara en la pequeña mesa de la cocina. Tomó la tetera y se puso a hacer té mientras tarareaba una extraña melodía. Aproveché la distracción para echarle un vistazo a la casa.

Desde mi posición, la sala parecía acogedora, estaba conformada por un sofá en el centro y dos butacas a los lados. Los muebles estaban cubiertos por un mantel ovalado  tejido con pentagramas de diversos colores. En el centro de la sala había una mesita de madera, algo ladeada. Sobre ella, se encontraba otro mantel tejido a juego con el de los muebles y un cenicero de cristal, sin rastros de ceniza.

No tenía televisor, pero contaba con un amplio librero de extraño aspecto. Las carátulas de los libros variaban dentro de la escala de grises y negros, predominando el último. Grabados en un idioma que no conocía, adornaban el lomo de los raros libros.

La bruja agarró un manojo de hierbas de los ganchos de la cocina y lo arrojó dentro de la mezcla. Solo reconocí la menta, la caléndula, y el áloe entre ellos. Continuó dándome la espalda, así que proseguí con el escrutinio.

Incliné la cabeza, mirando a través del estrecho pasillo. Vi una puerta de cedro al final, entreabierta. Por la abertura aprecié movimiento de sombras. La sensación de alguien observándome me erizó la piel. ¿Había alguien más?

—¿Ya terminaste de revisar la casa?

Bajé la cabeza, apenada. No pude evitar sentir curiosidad al estar en la casa de una bruja.

—Discúlpeme, bruja. No se repetirá.

—¿Bruja?, me llamo Marián. —Cerró los ojos y contó hasta 10—. Una mujer sabe de herbología y astrología, ¡y la llaman bruja!

—Pero, ¿es una bruja? —pregunté. La esperanza cayó al suelo, rompiéndose en miles de pedazos.

Me fulminó con la mirada, perdiendo la paciencia. La señora parecía tener problemas de control de ira.

Se levantó maldiciendo, agarró la tetera con un paño y vertió el agua caliente en su taza. Le añadió zumo de limón y dos cucharadas de azúcar. Cuando terminó el suyo, preparó otro con la misma mezcla.

—Es costumbre preparar té cuando alguien me viene a visitar —explicó—. Aunque este —señaló a la taza—, lo necesito para mantenerme despierta, detesto el café.

Tomé la taza que me ofreció. Pequeños remolinos se formaban dentro del líquido obscuro, casi negro. Se me revolvió el estómago. El olor no era desagradable, pero el contenido no daba mucho que desear. Por cortesía, acerqué mis labios a la taza y los mojé levemente.

—No sé si comes —dijo, mirándome atentamente—. Supongo que sí. El límite está en nuestra mente.

Asentí.

—¿Cómo puedes verme?

—¿Esa es la pregunta que viniste a hacerme? —dio un largo sorbo a su té, y se sacudió, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

—No. La verdad, tengo un problema y...

—Ve al grano, niña. No tengo toda la noche —demandó.

—Ana —rectifiqué—. Quiero continuar, pero no puedo. La Dama Azul ha maldecido mi alma por robarle sus monedas.

—¿Por qué crees que te maldijo?

Puse los ojos en blancos. "Si lo supiera, no le estaría preguntando", quise gritarle.

—Como le estaba explicando —suspiré—, ella...

—Ni entiendes por qué sigues aquí todavía —interrumpió— ¿Quién te dijo esa mentira sobre las monedas?

—Lo leí en un libro en la biblioteca. Hablaba sobre...

—¡Patrañas! No es más que una mentira creada para evitar que se las roben del lago. Un cuento desesperado del consejo de ancianos.

—Entonces, ¿no es cierto lo de las monedas?

—Lo de la maldición sobre las monedas, no. Pero entre las que tú tomaste niña, hay una única.

Mil preguntas surgieron en mi mente.

—¿Por qué?

—Porque fue la primera que se arrojó al lago.

De tantas monedas, y tuve que elegir precisamente la primera y única maldita. ¡Bingo! ¡Qué suerte la mía!

Sentí un nudo formarse en mi garganta y sorbí un poco de té para despejarlo. Lamí los labios. No sé qué le echó la anciana a la mezcla, pero estaba deliciosa.

—Tienes un problema más grande del que crees —añadió, dándole un poco de misterio a su voz—. Los hilos del destino se han unido una vez más, de ti depende desenredarlos.

—¿Por qué yo? —protesté. Seguro que había otras almas vagando por ahí, dispuestas a ayudar.

—Porque es tu destino —sentenció—. El lago te ha elegido por una razón, pero no soy quién para explicar.

Más respuestas que no eran respuestas.

—¿Cómo hago para cambiar el destino?

—¿Te estás escuchando? Nadie puede cambiar su destino. Pero tal vez puedas ayudar a que, de una vez y por todas, la verdadera maldición que recae sobre el lago se acabe.

¿La verdadera maldición?

Volteé la taza comprobando si había más del delicioso líquido. Necesitaba energía para procesar toda la información. Marián volvió a verter té, llenando la taza.

—¿Qué puedo hacer?

—Esta es su tríada, no la mía. Tienes que buscar tus propias soluciones.

Suspiré. El lago debió de cometer un error, no podía ser la elegida.

—Si no me ayuda, no lograré encontrar una solución —intente convencerla, no tenía otra opción—. Soy un fantasma, si no se ha dado cuenta. No puedo ni ver, ni comunicarme con los del otro lado.

—Oh, tampoco eres un fantasma, niña tonta. Estás en un punto intermedio.

Desencajé la mandíbula, sorprendida.

—¿Qué soy? —señalé mi cuerpo—. ¿Qué es esto?

—Digamos que por alguna extraña razón te mantienes caminando en ambos lados, sin pertenecer aún a ninguno. De ti depende lo que suceda a continuación.

—Me estás diciendo que, si rompo la maldición, podré continuar mi camino.

—Continuarás tu camino, en la dirección correcta.

—¿Podre despedirme de mi familia antes de irme?

—Rómpela, y lo haré posible.

La ilusión revoloteó en mí como una mariposa. Si lo que decía la bruja era verdad, haría todo lo posible por despedirme de ellos.

—¿Has leído el libro sobre La Dama Azul? —interrogó—. El de verdad, no las historias inventadas a raíz de la original. —Se sirvió un poco más de té—. Tengo entendido que Andrade te dio uno.

—¿Cómo sabe eso?

¿Cuántos espíritus le hacían visita? Observé de reojo el cenicero en la mesita, sonriendo en complicidad.

—Contesta la pregunta —gruñó.

—No, no lo he leído. —Había dejado el libro guardado en el cajón al llegar a la casa.

—Ya sabes por dónde empezar. —Señaló con el mentón a la puerta—. Es hora de que te marches.

Marián carecía de modales. Ahora sabía el por qué la llamaban "bruja".

Me levanté con toda la dignidad posible, no sin antes terminar el brebaje de mi segunda taza de té.

Al pasar por la pared llena de cuadros, frené en seco. En una de las fotografías, posaba feliz junto a la anciana la niña que había visto en el lago.

—Isabela... —murmuré.

Marián me miró extrañada.

—Es mi nieta. ¿La conoces?

—La ayudé a ella y a otro niño a sacar el bote al agua —cerré los ojos, no quería recordar ese día—. ¿Ella...?

—No. Los niños siempre me sorprenden —apretó el puente de su nariz, aliviando el dolor de cabeza que al parecer le provocaba mi visita—. Talentos innatos hasta que crecen, luego pierden su inocencia. Tal vez Isabela heredó algo de mis dones. —Se quedó pensativa unos instantes—, puede ser.

Suspiré de alivio. En la imagen, la niña tenía el cabello más largo y mostraba, en una alegre sonrisa, dos dientes ausentes. Había olvidado cuanto tiempo pasé sentada en el lago, contemplando infinitamente el amanecer.

Me despedí de la gruñona anciana y me dirigí a casa.

El grueso libro permanecía en el mismo sitio. Lo coloqué encima del escritorio y lo abrí en la primera página. Comencé a leer en voz alta.

***🦋***

N/A: Me he divertido mucho escribiendo esta escena con la bruja que dice no ser bruja, que puede que lo sea o puede que no. El capítulo 10, es una historia dentro de la historia. 

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