₁ 𝐋𝐚𝐬 𝐞𝐬𝐩𝐢𝐧𝐚𝐬 𝐝𝐞...

By stargaryen_b

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𝐋𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐏𝐈𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐑𝐎𝐒𝐀 ┋ ❝Regarían con sus lágrimas esa pequeña rosa, para sentir el dolo... More

𝐋𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐏𝐈𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐑𝐎𝐒𝐀
𝐏𝐑𝐎́𝐋𝐎𝐆𝐎
𝐀𝐂𝐓𝐎 𝐈
𝐈𝐈
𝐈𝐈𝐈
𝐈𝐕
𝐕
𝐕𝐈
𝐕𝐈𝐈
𝐕𝐈𝐈𝐈
𝐈𝐗
𝐗
𝐗𝐈
𝐗𝐈𝐈
𝐗𝐈𝐈𝐈
𝐗𝐈𝐕

𝐈

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By stargaryen_b

Capítulo uno.

Las reglas de un Lestrange

✦ ˚ * ✦ * ˚ ✦

—Conoces las reglas… —fue lo que escuchó por décima quinta vez Roselind, al segundo de aparecerse junto a su padre y sus dos hermanos, en la ancha plataforma del tren.

Inmediatamente, y sin que su padre pudiera reaccionar de manera rápida, corrió hasta quedar en medio de distintas familias de magos y brujas. Todo era tan... mágico. No podía evitar mirar todo con emoción.

Al menos, hasta la rápida llegada de su padre a su lado.

— ¡Roselind! —bramó furioso—. ¿Qué te dije acerca de correr? Ese no es comportamiento de una señorita. Mucho menos el de una Lestrange.

Roselind resistió el impulso de poner los ojos en blanco, ya que había escuchado eso tantas veces. En cambio, miró los fríos ojos de su padre.

Rodolphus II era un hombre muy alto, algo que llamaba la atención con su pose erguida y su vestimenta completamente negra. Tenía el cabello azabache rizado hasta el cuello y unos ojos azules iguales a los suyos, sólo que sin su expresividad y calidez. Ahora mismo, le estaba dando una mirada tan asesina que parecía que Roselind había hecho algo horrible, algo como haber abrazado a un muggle. Porque esa era definición de horrible para su padre.

—Lo siento padre, no volverá a suceder —mintió, sin perder el contacto visual.

Cada vez se le hacía más fácil mentirle, aunque eso no significaba que fuera fácil mantenerle la mirada. Hasta hace poco su mirada solía petrificarla como si se tratara de un basilisco. Pero su padre no era un basilisco.

Era peor que eso.

—Quiero que te comportes como corresponde, hazle honor al apellido Lestrange —dispuso autoritario y frío. Desde que tenía consciencia, siempre había sido así con ella—. Nada de ser sarcástica con los alumnos de Slytherin. Solo haz amistades con alumnos sangre pura; mestizos solo si tienen buenas conexiones. No te asocies con los sangre sucia. Y lo más importante —recalcó, dando un paso amenazadoramente. No retrocedió, pero estuvo tentada a hacerlo—, sé una honorable Slytherin. Pensándolo bien… no debo preocuparme por eso, ¿no, Roselind? Todos en la familia han sido Slytherin. Ningún hijo mío podría ser una desgracia tan grande.

Se lo quedó mirando fijamente. ¿Qué se respondía a eso?

—Padre, Roselind es una nacida en Slytherin —intervino seriamente su hermano, Rodolphus III, haciendo como si se limpiara una pelusa de su túnica—. ¿A dónde más iría?

Tenía otras tres opciones, y se disponía a nombrarlas, antes de ser salvada por su otro hermano.

—Tal vez sea una Hufflepuff —susurró Rabastan, lo suficientemente alto, para que sólo escuchara su familia. Aunque, negó con la cabeza después de inspeccionarla pensativo.

Frunció el ceño. Tal vez no quería ayudarla.

«¿Qué tenía de malo Hufflepuff?»

—Ya basta —espetó su padre—. Sabes las reglas, Roselind. No hagas contacto con ninguna escoria. O de lo contrario… —la miró amenazante. Nada nuevo—. Ahora ve a Hogwarts, aprende y sé una verdadera Lestrange.

Sin más palabras, su padre le dio una última mirada seria y se alejó. Sin un abrazo o beso, aunque no es que Roselind lo esperase tampoco.

Rodolphus, igual de frío que su padre, pero con algo afecto hacía ella, le dio una leve palmada en la espalda y abordó el tren, en segura búsqueda de sus compañeros de séptimo.

Rabastan, indeciso, miró en dirección por la que había partido su hermano mayor, pero finalmente se agacho a su altura para darle un incómodo y rígido abrazo, si podía llamarlo así. No podía recordar con exactitud cuantos abrazos se habían dado a lo largo de su vida. Tal vez ese era el tercero.

—No nos decepciones, Roselind. Eres una Lestrange —le susurró al oído como si fuera un secreto, como si no se lo repitieran siempre. A los pocos segundos se separó y se fue sin mirar atrás, para también abordar el tren. Rabastan solo estaba en tercer año.

Siguiendo el ejemplo de sus hermanos mayores, subió finalmente al tren escarlata. Se preguntaba cómo reaccionarían si no entraba a Slytherin. Sentía más curiosidad que miedo. Bueno, no era del todo cierto. Si tenía algo de temor, y le preocupaba lo que dirían Rodolphus y Rabastan, pero solo por ellos. Hace bastante había dejado de importarle lo que pensara o dijera su padre.

Ya había acabado de mendigar su afecto.

—Rosie —en el mundo mágico, solo había una persona que la llamaba así, por lo que se dio rápidamente vuelta.

Allí estaba su rebelde amigo, Sirius Orión Black.

—¡Oh, Sirius! —exclamó dándole un rápido, y muy torpe, abrazo. No saber dar abrazos era de familia—. Hola.

— ¿Estas bien? —preguntó preocupado, cuando Roselind se separó con un leve rosaceo en las mejillas.

Lo había abrazado sin pensar.  

—Sí, sí—dijo Roselind restándole importancia—. Busquemos un compartimiento —añadió de inmediato para que no haga más preguntas. Sirius era insistente cuando quería.

Los pasillos comenzaron a vaciarse. Casi todos los compartimentos estaban llenos, pero finalmente se detuvieron en el último donde había una niña pelirroja y un niño de cabello azabache rebelde con gafas.

— ¿Podemos sentarnos aquí? —pregunto Sirius.

—Claro —contesto el azabache sin esperar opinión de la pelirroja. Sirius se sentó al lado de la niña dejando un gran espacio, mientras que Roselind al lado del niño—. Soy James.

—Me llamo Roselind —se presentó tendiéndole la mano elegantemente, como tantas veces había visto hacer a magos y brujas de la gran élite.

—Y yo Sirius —contesto su amigo, también tendiéndole la mano luego de James aceptara la mano de Roselind algo divertido. Tal vez no debió hacer eso.

— ¿Serio sobre qué? —Pregunto el azabache confundido.

Roselind dejó escapar una risita burlesca, a lo que Sirius rodó los ojos en su dirección.

—No, no serio —expresó corrigiéndolo—. Sirius. Ese mi nombre. Soy Sirius Black.

—Te faltó tu segundo nombre, Black —añadió con algo de maldad. Le gustaba meterse con Sirius.

— ¿Por qué no dices tú segundo nombre, Lestrange?—contraatacó burlón, Sirius.

Y a él le gustaba meterse con ella. El maldito conocía su detestable segundo nombre.

— ¡Nunca! —exclamó horrorizada. Siempre detestaría su segundo nombre.

—Oh —asintió James sonriendo, mientras los veía pelear como si los conociera de toda la vida—. Entiendo. —abrió su mochila y sacó una revista y varias varitas de regaliz. Les ofreció a ambos y a la pelirroja que no se había presentado. Ella no quiso las varitas, pero Sirius y Roselind tomamos una con entusiasmo. Eran las golosinas favoritas de ambos, aunque a la Lestrange también le gustaban mucho las ranas de chocolate.

— ¿Así que estás interesado en equipos de Quidditch? —preguntó Roselind, mientras Sirius los escuchaba e inclinándose hacia atrás, ponía los pies sobre su asiento, cerca de sus piernas. Ella se las empujó, pero él volvió a ponerlas en su lugar—. Veo que tienes una camisa de las Arpías —prosiguió, ignorando a Sirius.

— ¡Voy a apoyar a las Arpías de Holyhead hasta el día que me muera! —dijo James con el placer de encontrar a alguien más interesado en Quidditch.

— ¿Las Arpías de Holyhead? Me enteré de su derrota con los Harriers de Heidelberg en ese partido de siete días, hace casi veinte años. Mi viejo jura que estuvo allí —comentó Sirius, dejando de molestar a Roselind por unos segundos.

—Guau, que suerte tienes —suspiró James—. Mis padres nunca lo mencionaron, así que no creo que ninguno de ellos estuvo allí. Sin embargo, mi papá era un bateador en su equipo de casa. Algún día quiero jugar en el equipo de la casa, pero he oído que los de primer año nunca llegan. ¿Qué hay de ustedes? ¿Irán a las pruebas?

— ¡Por supuesto!  —exclamó Roselind por ambos. La idea la entusiasmaba mucho.

—Ella lo dijo —la señaló Sirius—. Aunque es una lástima que Hogwarts no tenga también un equipo de motos de acrobacia. Podría estar más interesado en postulas para eso —reconoció.

—Las motos son su nueva obsesión —le explicó Roselind.

James estaba fascinado.

— ¿Motos? ¿No son aquellas para muggles?

—Sí, pero no son malas en absoluto. Debes ver la forma en que mi madre mira cuando leo revistas de motos... —se calló con una pequeña sonrisa, como si reviviera un recuerdo agradable. Roselind podía imaginar a la señora Black, poniendo la misma cara que su padre al ver que sus libros no se trataban de magia oscura.

Siguieron hablando sobre Quidditch hasta que en un momento ante el entusiasmo de James, Roselind y Sirius se perdieron por lo que su nuevo amigo los puso al día con las todas la ultimas noticias. A los dos les gustaba mucho el Quidditch, pero no podían estar al tanto de todo porque sus padres no se lo permitían. Los padres de Sirius consideran al Quidditch como un deporte tonto y sin importancia. De igual forma, el padre de Roselind pensaba lo mismo que los señores Black, además de que era un deporte masculino, y además, lo tenía prohibido. De hecho, en un principio ni siquiera le gustaba mucho el deporte, prefería las aventuras que encontraba en sus libros, pero como siempre que se le prohibía algo, ella hacía lo contrario. Así que, sin quererlo, se hizo fanática del Quidditch.

De repente el tren silbó y una fresca nube de humo entre gris y blanco llenó el andén 9 y ¾ ocultando a las familias tras él, despidiéndose de los estudiantes. El tren se sacudió y repentinamente, la estación de King Cross comenzó a alejarse. La pelirroja se levantó y presionó su nariz contra la ventana, y a los pocos segundos tímidas lagrimas empezaron a salir de sus ojos.

—Oye, ¿estás bien? —le preguntó Roselind algo preocupada.

Le habían enseñado que llorar era para débiles. Roselind había aprendido sola que llorar no significaba ser débil o cobarde. Todo lo contrario, cada vez que lloraba… se decía que no tenía miedo de mostrar sus propias emociones. Que, en realidad, era algo de valientes.

Claro que aún le daba pena llorar frente a extraños, por eso la pelirroja le parecía alguien valiente.

—¿Qué le pasa? —le susurró Sirius a James, no preocupado pero sí intrigado.

—No sé —respondió James por lo bajo—. Le pregunte pero no me dijo que le molestaba.

La pelirroja los miro, al parecer los había escuchado, luego miro a Roselind con unos penetrantes ojos esmeraldas y, cuando iba a responderle, algo capto su atención fuera del compartimiento.

—¡Severus! —exclamó, ignorando finalmente a los tres.

La puerta se abrió y por ella entro un niño muy pálido con el cabello oscuro y algo largo como el de Sirius, pero el suyo le caía como una cortina en su larga cara pálida.

—Aquí estas Lily, te he buscado por todas partes —dijo con un tono de voz algo bajo pero claro.

Sirius hizo una mueca cuando el tal Severus pasó frente a él y tirando su mochila, sentándose en el gran espacio que había dejado entre él y la pelirroja.

Inmediatamente Severus se dio cuenta que la tal Lily estaba llorando y empezaron una conversación. Roselind ofendida porque Lily la ignoró, empezó a hablar con Sirius y un James pendiente de la otra conversación. Siguieron hablando de Quidditch hasta que Severus dijo algo que captó la atención de todos.

—Es mejor que quedes en Slytherin. Así podremos estar jun…

James lo interrumpió.

— ¿Slytherin? —Rio y a continuación hizo una mueca de desaprobación—. ¿Quién querría estar en Slytherin? —preguntó. Luego con una sonrisa miró a Sirius y a Roselind—. Creo que yo me marcharía, ¿ustedes no?

Sirius y Roselind compartieron una breve mirada que lo decía todo, antes de contestar.

—Toda mi familia ha estado en Slytherin —contestó Sirius seriamente.

—Mi familia igual —respondió incómoda. Estaba hastiada del tema.

— ¡Caramba! —Exclamó James, elevado sus cejas—. Y yo que los creía agradables.

Eso hizo que ambos sonrieran, a diferencia de Severus quien frunció el ceño.

—Tal vez yo rompa la traición —fanfarroneó Sirius—. ¿Qué dices, Rosie? —le pregunto con una sonrisa ladina que le hizo recordar a un perrito.

— ¿Qué podría pasar? —ironizó, sabiendo bien la respuesta. Podía pasar de todo—. Romper la tradición seria épico —respondió sonriéndole a Sirius, como si nada le importara. Luego, miró a James curiosa—. ¿A qué casa irías tú, si pudieses elegir?

James se levantó, mostrando orgulloso unos deportivos color escarlata y dorado mientras blandía una espada imaginaria.

— ¡Gryffindor, donde están los valientes de corazón! —exclamó—. Justo como mi papá.

Severus bufó. Los tres voltearon las cabezas inmediatamente para mirarlo.

—¿Algún problema con eso? —demandó James, ofendido por la expresión en la cara de Severus.

—No —dijo Severus, encogiéndose de hombros con una leve sonrisa burlona que decía lo contrario. Y cuando creyeron que todo iba a quedar ahí, añadió—. Si prefieres músculos en lugar de cerebro…

Eso molestó bastante a Roselind, pero antes de defender a su nuevo amigo, Sirius habló.

— ¿Y a donde esperar ir tú? Ya que no tienes ninguna de las dos.

Roselind solo sonrió, pero James estallo en risas para júbilo de Sirius. La pelirroja Lily que hasta el momento se había mantenido callada observando todo, frunció el ceño y los miró a los tres furiosa.

—Vamos, Severus —exclamó, mirando directamente a James a los ojos—. Encontremos otro compartimiento.

—Ooo-oooh —rio Sirius, haciendo una mueca burlona a Severus. Roselind rio por lo bajo al igual que James.

Lily se levantó toda sonrojada y los miró con disgusto para luego tomar la mano de Severus y empujarlo hacia la puerta. Sirius estiró su pie haciendo que Severus tropezara cuando salía al pasillo lo cual hizo que se volteara para lanzarle una severa mirada.

— ¡Nos vemos, Snivellus! —gritó Sirius y, de nuevo, James estalló en carcajadas esta vez junto a Sirius, mientras la puerta se cerraba. A Roselind le dio algo de gracia, pero presintió que su amigo empezó algo que nunca acabaría—. Parece realmente ansioso por entrar en Slytherin… eso significa que no puede estar tramando nada bueno.

—Si… —dijo James algo distraído—. Sin embargo, ella realmente no es de su tipo, ¿verdad?

Roselind sonrió internamente por el aparente interés de James por la pelirroja. Sirius le contesto algo, pero Roselind dejó de prestar atención a la charla al ver el hermoso paisaje que había afuera del tren. Solía distraerse mucho.

—Disculpen, ¿podemos sentarnos aquí? Unos alumnos de sexto nos echaron de donde estábamos y todos los compartimientos están llenos ya.

Los tres, que ya casi parecían trillizos por lo coordinados que estaban, miraron en dirección a la puerta del compartimiento donde se encontraban dos niños, aparentemente de su edad.

Uno era pequeño, con cara redonda. Tenía el pelo rubio, una nariz puntiaguda y ojos claros llorosos. El otro niño, que había hablado en un principio, era más alto que el primero y mucho más flaco. Su piel estaba pálida y de aspecto enfermizo, con profundas cicatrices en el rostro y los brazos, pero sin duda tenía unos ojos muy bonitos.

—Claro, pasen —dijo amablemente Roselind, al ver que James y Sirius seguían inspeccionando a los nuevos.

Aliviados, ambos se sentaron con Sirius en los asientos en los que antes estaban la pelirroja y el ansioso por Slytherin.

—Soy Remus Lupin, y este es Peter… —habló tímidamente el niño de las cicatrices. Sus ojos eran atrayentes, parecían dorados, además de misteriosos e inocentes al mismo tiempo.

—Soy Roselind Lestrange, pero pueden llamarme Rose —les sonrió dulcemente a ambos, pero unos segundos más a Remus.

—Soy James Potter... —habló finalmente James, pero parecía que le resultaba difícil apartar los ojos de las cicatrices de Remus.

—Sirius Black —también miraba atentamente sus cicatrices.

Roselind no podía dejar de jugar con sus manos, estaban siendo tan obvios y groseros. Pareciendo entender, Remus hizo un gesto cariñoso a su cara.

—Mi padre mantiene escregutos explosivos. Pueden ser bastante traviesos cuando llegan a tamaño completo, pero su estiércol es útil para la elaboración de pociones.

Esperó entonces, como si les diera un momento para decidir si podían o no ser amigos. Por alguna razón, ella no le creyó del todo, pero al ver que su rostro estaba esperanzado y ansioso, lo dejo pasar. Peter, a pesar de llegar con Remus, miró de reojo a James y Sirius, su expresión preguntando claramente que pensaban, pero sus amigos inmediatamente decidieron que le gustaba Remus. James se arremangó la manga izquierda de su túnica, revelando una gran cicatriz en la parte posterior de su codo.

—Un duendecillo de Cornualles me la hizo cuando estaba visitando la casa de mi tía Kathy, pero me gusta decirle a la gente que fue una Acromántula.

Roselind, contenta por la acción de James, siguió su ejemplo.

—La lechuza de uno de mis hermanos me hizo estas en los dedos, cuando intenté agarrar una carta que obviamente no me pertenecía —les revelo tres pequeñas cicatrices continuas en los dedos derechos del medio, índice y pulgar.

Remus se iluminó aliviado. Después de eso, los cinco hablaron de todo, desde bestias mágicas a Quidditch.

El tren resopló a lo largo del campo. Pronto, la luz de la tarde cambió a rojo brillante y oro, y luego se atenuó en una noche azul oscuro. Cuando empezaron a ir más despacio, Roselind obligó a los chicos a ponerse sus túnicas escolares mientras ella iba al baño a ponerse la suya. Uniéndose a la multitud fuera de su compartimento, esperaron a llegar a la estación.

El tren se detuvo y las puertas se abrieron, se vieron forzados por la corriente hasta que finalmente, salieron al aire caliente de la noche en una estrecha plataforma. Una señal pintada en desconchadas letras verdes, colgada en lo alto, decía:

Bienvenidos a Hogsmeade.

El único pueblo completamente mágico en Gran Bretaña.

Roselind forzó la vista para ver a lo lejos. Solo podía distinguir las tenues luces de un pequeño pueblo.

Un repentino vozarrón sonó sobre la multitud, sorprendiéndolos a todos.

— ¡Primer año! ¡Los de primer año, por aquí!

Un hombre, casi dos veces tan alto que una persona normal y cerca de tres veces más ancho, salió de la emisión de vapor del motor. Sus manos eran del tamaño de los cubos de basura, y Roselind pensó que podía caber Merlín en uno de sus zapatos enormes. Llevaba un abrigo de piel de topo parcheado con muchos bolsillos abultados, y pisándole los talones llegó un enorme perro jabalinero negro.

Algunos de los de primer año habían caído en estado de shock ante el sonido de su voz. El gigante los miró con una ligera sorpresa.

— ¡Oh, lo siento por eso!

Se agachó y con una mano, levantó fácilmente a un par de ellos por atrás de sus capas antes de continuar.

—Soy Hagrid, Guardián de las Llaves y Terrenos de Hogwarts, y este de aquí es mi cachorro, Fang.

— ¡¿Ese es un cachorro?! —les murmuró Sirius, quien estaba en el medio de James y Roselind.

—Nosotros dos estamos aquí para llevar a los de primer año a través del lago —dijo Hagrid—. Un recorrido poco tradicional por aquí.

Roselind se dio cuenta entonces que todos los estudiantes mayores se habían ido, y que ella y los otros de primer año estaban solos con Hagrid. Se preguntó a dónde iban, ya que sus hermanos mayores nunca le contaron nada. Aquello tampoco era novedad.

—Ahora, el camino que vamos a hacer hacia abajo es un poco escarpado, así que tengan cuidado con sus pasos, y no se alejen de los árboles. Se habla de una banda de hinkypunks que atrae a las personas separadas para que entren al pantano...

Los de primer año se miraron confusos y aterrorizados mientras Hagrid se rascaba la barba mirando salvaje y pensativo.

—Mm, creo que eso es todo. ¿Estamos listos, entonces? Muy bien, síganme.

Se dio la vuelta y comenzó a hacer su camino por la carretera detrás de la estación, desapareciendo más allá en la oscuridad.

Al principio, nadie parecía querer ir tras él, pero luego Sirius y James se encogieron de hombros y siguieron con confianza como si hicieran este tipo de cosas todas las noches. De mala gana, todo el mundo se puso a caminar detrás de ellos, con Fang en la retaguardia. Roselind y Remus se miraron y se apresuraron a alcanzarlos junto a Peter, abriéndose paso entre algunos grupos de risueñas chicas que estaban tratando de llamar la atención de Sirius y James para emparejar con ellos.

— ¿Qué es un hinkypunk? —susurró Remus.

—Ni idea, pero esperemos no averiguarlo —respondió Roselind.

Afortunadamente, lo que fuera un hinkypunk, nunca se encontraron con uno, pero el camino en el que viajaban hacia abajo era tan estrecho y empinado como Hagrid había advertido. El grupo hizo un progreso muy lento como resultado.

Siguieron deteniéndose para ayudar a alguien que cayó al suelo, o para liberar a alguien que quedó irremediablemente enredado en las zarzas espesas de todo el camino. Nadie habló mucho entre estos eventos, así que cuando Hagrid abruptamente se detuvo y rompió el silencio, parecía anormalmente fuerte.

—Normalmente pueden ver el castillo desde aquí. Está un poco nublado esta noche.

El camino se había abierto, y ahora estaban parados al borde de un gran lago negro. Esperándolos allí, había muchas pequeñas embarcaciones adornadas con farolillos brillando suavemente. Hagrid se subió a la más grande, que se hundió rápida y suficientemente bajo como amenazando con irse al fondo, pero de alguna manera milagrosa se mantuvo a flote.

Siguiendo su ejemplo, todo el mundo se subió a las barcas después de él. James, Sirius, Remus, Peter y Roselind encontraron una que todavía estaba vacía y se subieron.

— ¡Oh, uno de ustedes necesita sentarse con Fang! —dijo Hagrid por encima del hombro.

El perro jabalinero llegó corriendo por el camino y realizó un salto en el último bote, que tenía un par de miradas muy descontentos de unos chicos sentados en él. Reconoció a Evan Rosier, a William Avery y al hijo del señor Mulciber —no se acordaba su nombre—, pero no a la castaña sentada con ellos. Estaba sosteniendo un gato, y cuando Fang aterrizó junto a ella, este chilló y saltó sobre la cabeza de la chica.

Ese chillido.

«Katherine Greengrass», recordó. La hermana mayor de la pequeña Josephine Greengrass.

Pronto, las luces tenues de Hogsmeade desaparecieron en la profunda noche, y las únicas fuentes de luz eran los farolillos, cuya reflexión fantasmal nadaba en la suave y negra superficie del lago. Peter seguía desviando miradas a los lados del bote, como si le preocupara que un monstruo gigante estuviera a punto de salir en cualquier momento. Sirius se recostó en su forma característica, dejando que sus dedos se arrastraran perezosamente en el agua oscura. Roselind, sin embargo, se esforzaba por ver tan lejos como fuera posible al igual que James y Remus. Anhelaban su primer vistazo de Hogwarts, su hogar durante los próximos diez meses.

Como obedeciendo su voluntad, una suave brisa se levantó, y las nubes que oscurecían la luna creciente se separaron, derramando luz lunar sobre un castillo brillante en un acantilado. Estaba mucho más cerca de lo que Roselind pensó que estaría. Otros estudiantes señalaron y hablaron en voz baja, como vacilantes a hablar en voz alta y romper el silencio de su viaje a través del lago. Cuando se acercaron, el castillo se hizo más y más grande, y pronto todo el mundo estaba estirando el cuello para mantenerlo a la vista.

— ¡Cabezas abajo! —gritó Hagrid desde el frente.

Pasaron por una cortina de hiedra en la pared del acantilado, y luego se apresuraron a través de un túnel oscuro. Al poco tiempo, los fondos de los botes rasparon en la grava. Habían llegado a un pequeño muelle por debajo de los acantilados. Mientras los estudiantes comenzaban a amontonarse fuera de los botes, hubo una pequeña salpicadura detrás de Roselind. Se volvió para mirar, y creyó ver a lo lejos, una enorme forma fantasmal justo debajo de la superficie del deslizamiento de agua. Decidiendo que debió haberlo imaginado, se apresuró a seguir James, Sirius, Remus y a Peter a través de un túnel de escalones desiguales, que finalmente los dejó sobre la suave y húmeda hierva que estaba justo debajo de la sombra del castillo.

Esperando al interior del Vestíbulo de entrada, estaba una de las más severas mujeres que Roselind jamás había visto. No era muy vieja, pero su pelo estaba recogido en un moño apretado, y sus afilados ojos oscuros miraban a los tímidos de primer año detrás de unos pequeños lentes cuadrados. Si ella hubiera tenido una regla en la mano, Roselind podría haberse preocupado por tener su muñeca golpeada.

—Mi nombre es Minerva McGonagall —dijo bruscamente—, voy a ser su maestra de Transformaciones para este año escolar. También soy la jefa de la Casa Gryffindor. En un momento, me seguirán al Gran Comedor para la Ceremonia de Selección. Tenemos cuatro casas en Hogwarts: Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff y Slytherin. Mientras estén aquí, su casa va a ser como su familia. Sus triunfos darán lugar a la adjudicación de puntos de la casa, cualquier desobediencia de las reglas, y perderán puntos.

Sirius les sonrió a James y Roselind.

—Ahora —continuó, aunque pensó que ella pudo haber notado la mirada que los chicos y Roselind acababan de intercambiar—, síganme, es el momento para la Selección.

Dos amplias puertas dobles detrás de ella se abrieron, y llevó al grupo más allá en la sala. Era espléndida, con miles de velas flotando en el aire. Finas nubes grises rodaban suavemente a través de un aterciopelado techo negro salpicado de estrellas. Cuatro largas mesas llenaban la sala, y los estudiantes de más edad ya estaban sentados allí, mirando con mucha hambre. En la parte del frente de la sala, había una quinta mesa, donde los profesores estaban sentados. En el centro se sentaba un hombre de aspecto muy viejo con una larga barba blanca. Sus brillantes ojos azules, más claros que los de Roselind, brillaban detrás de un par de gafas de media luna acomodadas en una nariz torcida.

Albus Dumbledore… el director. Él era una leyenda. Todo el mundo sabía de su victoria sobre el mago oscuro, Grindelwald.

La profesora McGonagall estaba ahora haciéndolos pasar en el espacio entre las mesas de las casas y la mesa de los profesores. Una vez que estuvieron en el lugar, ella trajo una silla de cuatro patas, y lo que parecía un paquete arrugado de trapos de color marrón. Sacó un largo trozo de pergamino dentro de su túnica.

— ¡Avery, Silas!

La Selección había comenzado. El niño Avery, hijo del amigo de su padre, con una cara preocupada se tambaleó hacia delante y se sentó en la silla. La profesora McGonagall dejó caer el fardo de trapos en la cabeza, y Roselind se dio cuenta que en realidad era el sombrero aporreado de un viejo mago. Antes de que tuviera tiempo de preguntarse qué iba a hacer, un rasgón se abrió en el frente y gritó:

— ¡SLYTHERIN!

La mesa a la derecha estalló en aplausos. Avery entregó de nuevo el Sombrero Seleccionador a la profesora McGonagall, y luego se sentó en la mesa aplaudiendo debajo de una bandera de la serpiente verde y plata. Cuando “Battley, Vasilios” y “Bishop, Megan” se convirtieron en los primeros dos Ravenclaw (la segunda mesa de la izquierda, por debajo de una bandera de un águila azul y bronce estalló en aplausos), Roselind escaneó los rostros de los estudiantes sentados en la mesa de Slytherin. Miraban arrogantes y antipáticos. Entre ellos, sus hermanos mayores.

«En realidad, parece que Rabastan se está durmiendo», pensó divertida.

— ¡Black, Sirius!

Cuando Sirius se paseó hacia adelante y se sentó cómodamente en la silla, Roselind se dio cuenta que Dumbledore parecía estar tomando un interés particular en su clasificación. La profesora McGonagall colocó el sombrero en su cabeza, pero curiosamente, el sombrero no gritó su casa de inmediato, como lo había hecho con los tres estudiantes antes que él. La sonrisa de confianza en la cara de Sirius había desaparecido de repente, y ahora estaba luciendo determinado, tal vez incluso un poco rebelde. Tensos minutos pasaron, pero al final, la voz del sombrero llenó la sala una vez más.

— ¡GRYFFINDOR!

El rostro de Sirius floreció con placer puro, y la mesa de Gryffindor (a la izquierda) explotó con estridentes aplausos, vítores y silbidos. Después de entregar nuevamente el sombrero a la profesora McGonagall, quien parecía muy orgullosa, Sirius se alisó el pelo, reasumió su postura de mayor seguridad, y se sentó en la mesa de Gryffindor bajo un estandarte de un león rojo y dorado. Le dio a Roselind un pulgar hacia arriba cuando un alto muchacho negro con un pendiente, le daba una palmada en la espalda.

Roselind volvió a escanear la mesa de los Slytherin, en donde un extraño cambio se había producido. Muchos de ellos estaban murmurando para sí en voz baja. Algunos incluso se veían furiosos, entre esos se encontraban Rodolphus y Bellatrix. Rabastan, ahora parecía del todo despierto y la miraba con algo parecido a la preocupación. Reconoció también a Lucius Malfoy al final, sus relucientes ojos se estrecharon como rendijas. Había una insignia plateada y verde de prefecto brillando en su pecho.

Pero aquello no le sorprendía para nada. Se preguntaba si también reaccionarían así cuando el sombrero la mandara a otra casa que no fuera Slytherin. Seguro que sí, los Lestrange siempre fueron Slytherin, como los Black. Bueno, hasta hoy.

A pesar del malestar, la Ceremonia de Selección continuó, y el sombrero declaró a “Bones, Edgar” y “Bones, Amelia” unos Hufflepuff. Se unieron al amistoso grupo de la segunda mesa de la derecha, por debajo de un tejón amarillo y negro. Cuando otros estudiantes se presentaron para recibir sus asignaciones de las casas, la novedad de la Ceremonia de Selección comenzó a desaparecer para Roselind. Al poco tiempo, su mente vagaba, y como “Dearborn, Caradoc” se unió a la mesa de Hufflepuff también, sus pensamientos se volvieron hacia lo hambrienta que estaba. Los dulces que habían comprado con Sirius, Remus, Peter y James en el tren no fueron suficientes para aliviar el gruñido de estómago, y aunque todavía tenía un bolsillo lleno de diablillos de pimienta y varitas de regaliz, dudaba que se vería bien para ella empezar a rellenar su boca en medio de la Ceremonia de Clasificación.

— ¡Evans, Lily!

James, que como Roselind estaba distraído, fue traído de vuelta al presente cuando Lily, la chica pelirroja del tren, dio un paso adelante con las piernas temblando para sentarse en la silla desvencijada. Solo tardo unos segundos, cuando el sombrero chilló,

— ¡GRYFFINDOR!

Roselind oyó un pequeño gemido unos pocos pies de distancia. Había venido de Severus.

Lily se quitó el sombrero, se lo devolvió a la profesora McGonagall, luego corrió hacia los animados Gryffindor, pero a medida que pasaba miró a Severus, y hubo una pequeña sonrisa triste en su rostro. Sirius se trasladó hasta el banco para hacer espacio para ella. Ella le echó un vistazo, pareció reconocerlo desde el tren, se cruzó de brazos, y firmemente le dio la espalda.

«Vaya, tiene carácter...»

Después de la pelirroja, la ceremonia continúo. Roselind pensó que podía haber reconocido algunos de los apellidos que fueron llamados (como Fortescue, Greengrass y Jones), aunque a la mayoría los conocía de conversaciones escuchadas de su padre acerca de otras familias de magos.

Entonces, antes de que Roselind tuviera un momento para prepararse a sí misma, la profesora McGonagall llamó su nombre.

— ¡Lestrange, Roselind!

«Oh, bueno, allá vamos»

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