Creo que te necesito

By crystaldlsm

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✨Bilogía mi necesidad.✨ Ambos libros están en este mismo espacio. 1- Creo que te necesito. Y 2- Te necesito. ... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27: Final
Epílogo
Te necesito. SEGUNDO LIBRO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22: Final
Epílogo

Capítulo 13

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By crystaldlsm

Anaya Cooper:

Llevaba alrededor de diez minutos en la entrada de mi casa, pensando en cómo dirigir mi vida y si era lo correcto estudiar abogacía. Es una hermosa carrera, pero no estaba segura de que fuera para mí.

Siempre quise ser doctora, pero pasaron tantas cosas que quise ignorar la carrera, aunque la seguía amando como al principio.

—No importa cuánto quieras huir, nos vas a explicar quién era ese papacito.

Levanté la cabeza y vi a mis dos amigos. Trina estaba emocionada, y Samuel tenía los brazos cruzados, con una expresión seria en su rostro.

—Baja del coche —me ordenó Sapicienta.

Solté una gran cantidad de aire e hice lo que me pidió. No era recomendable llevarle la contraria a Samuel, menos cuando decidía actuar como el sobreprotector que era.

—¿Y? —instó Trina.

—Entremos. Les explicaré todo en mi habitación.

En ese momento, bauticé mi habitación como el salón de reuniones.

—Claro que lo harás —espetó Samu.

Rodé los ojos, y nos introdujimos en la casa. Saludé a mi padre, que estaba en la cocina, y subí junto a mis dos amigos a mi habitación. Antes de hablar con ellos, fui al baño, porque mi rebelde vejiga siempre hacía lo que le daba la gana. Salí del cuarto de baño y me senté sobre mi cama.

—Ahora sí —expresó Trina.

—¿Y eso? —pregunté, señalando la bolsa que tenía en las manos.

—Palomitas. No esperas que escuche la historia de tu amor secreto sin comer, ¿verdad?

—Ok. Esto es extraño, y él no es mi amor secreto.

—Deja los rodeos y habla —alguacil Samuel.

—Todo sucedió el día... ¡Trina! Me estás interrumpiendo. Deja de masticar de esa manera.

—Pero para escaparte hoy no te interrumpí, ¿eh? —enarcó una ceja, y Samuel empezó a reírse, apoyándola.

Bueno, tenía todas las de perder, así que decidí continuar.

—Como les decía: todo comenzó el día de la entrevista, estaba conduciendo, y casi lo atropello...

Les conté a mis amigos todo lo relacionado a ese día y los encuentros que tuve con Jensy, y ellos me escucharon con mucha atención, siempre y cuando ignoremos el hecho de que Trina estaba masticando con la boca abierta.

—¿Te gusta un asesino educado?

—No es... —cerré los ojos y los volví a abrir—. ¿Escuchaste lo que dije?

—Sí, que te enamoraste de ese chico.

—No estoy enamorada de ese chico, Samuel.

—Bueno, bueno. Estoy de lado de Sapicienta. Si no te gusta, ¿por qué te fuiste con él?

—Porque no soy tan cruel.

La habitación fue sumergida en un silencio sepulcral.

—El día que te llamé estabas esperando la llamada de él, ¿no? —inquirió Samuel.

—No —mentí.

—Bien. A mí no me engañas, pero digamos que no te gusta —hizo una mueca—. Lo quiero conocer.

—Ya lo conoces, Samuel —le recordé.

—No. Quiero hablar con él. Ni siquiera hiciste las presentaciones formales.

—Es que solo lo quiere para ella. Comparte con tu amiga, mezquina —frunció el ceño—. Estoy de acuerdo con Sapicienta, quiero conocer a mi nuevo cuñado. Creo que no lo presentó porque estaba atontada con él.

—No es nada, él es mi nada.

—Pues queremos conocer a tu nada.

—Bien —accedí de mala gana.

—Pasado mañana.

—Sí —hice una pausa al darme cuenta—. Espera, ¿qué?

—Eso es todo lo que diré —zanjó Samuel.

—Pero...

—Pasado mañana —aseguró Trina—. Esto de ser estricta me queda. Juntarme con Sapicienta trae resultados —sonrió.

***

Tenía una agilidad increíble para meterme en líos. Tuve la oportunidad de negarle a mis amigos la petición de conocer a Jensy, pero no lo hice. Tuve la oportunidad de mentirles y decirles que nunca más lo volvería a ver, pero no lo hice.

Era obvio que debía hacerme responsable de mis actos, así que tenía que hablar con el tonto de Jensy.

Busqué su número de contacto, y sonreí al ver que el apodo Saco de pulgas, le quedaba mejor que el anterior.

Y no me importaba si se quejaba.

Esa era la primera vez que lo llamaría y sentía que me iba a arrepentir.

—¿Ya te decidiste? —preguntó cuando respondió la llamada.

—Pensé que se decía hola, pero ¿en qué debo decidirme?

—En que no podemos estar separados el uno del otro.

—No estoy para bromas —rodé los ojos y sonreí porque no podía verme—. Necesito hablar contigo.

—Eso estamos haciendo —se rio.

¡Dios! Dame paciencia, Señor.

—Me refiero en persona.

—Claro. Te espero en donde casi me matas.

—Exagerado. Está bien.

Colgué la llamada.

Ok, paso 1 completado. No fue tan difícil como pensé. La nueva dificultad era que aceptara conocer a mis dementes amigos.

Me puse una blusa roja y unos pantalones negros. Me hice un moño alto con la coleta suelta y una trenza en el centro del peinado.

Estaba que fluía con los peinados. Je, je.

Y sí, mi vestuario hacía referencia a Pucca.

Bajé las escaleras y entré a la cocina.

—¿A dónde vas? —preguntó mi padre.

—Iré a dar una vuelta. ¿Necesitas algo?

—Nada.

—Bien.

—En realidad...

—Lo sabía —lo señalé.

—No seas imprudente, Ana.

—¿Qué necesitas, Andrew?

Hizo una mueca de desagrado. No le agradaba que lo llamara por su nombre.

—Que te cuides, solo necesito que te cuides.

Mis labios temblaron, pero no cedí ante el llanto.

—Tranquilo, pa. No es que vaya a caer en coma —bromeé.

—Ya hemos pasado por eso antes, y que Dios nos libre de que vuelva a suceder.

—Intentaré no caer en coma —volví a bromear.

—No estoy bromeando, Anaya.

—Lo siento, es solo que...

—No te disculpes. Es la primera vez que bromeas con eso —sonrió.

Eso era cierto, nunca tuve el valor siquiera de hablar de que caí en coma cuando Alison y Alissa se fueron. Me sentí tan culpable que dejé de medicarme, de comer y de salir. Mi mundo se vino abajo cuando ellas se fueron. Pero después de que eso sucedió, el pensamiento de todo ese momento me hería.

Ellas siempre me hacían daño cuando estaban cerca, pero me dolió más el hecho de que se fueran.

—¿Eso es bueno, doc?

—Es maravilloso, paciente. ¿Le darás un beso a tu médico?

—No, los doctores deben estar lejos de sus pacientes —bromeé.

—Pues dale un beso a tu padre.

—¿A ese viejo cascarrabias? No, gracias.

—¡Anaya Cooper! —gritó, reprimiendo una sonrisa.

Solté una carcajada y me acerqué a mi progenitor. Besé sus mejillas y luego le di más de veinte besos por toda la cara.

—Ya, ya, no exageres —se rio—. Me estás inundando de baba. Aprende a besar. Pobre de ese chico.

—¡Papá!

—Fuera de aquí, Anaya Babosa Cooper.

Fruncí el ceño.

—Bueno, ya me voy.

—Vete, estorbo.

—¡Papá!

—Shhhh, silencio.

Me reí y volví a darle otro beso a mi padre.

—Espera. ¿Cómo sabes...?

—Te he dicho que te conozco a la perfección.

Hice una mueca de desagrado y salí de la casa. Me subí en mi coche y emprendí mi viaje hacia el lugar establecido por Jensy.

Recorrer todo ese trayecto hizo que se reprodujeran los recuerdos de ese día. Mi vestuario de mesera-secretaria, su camisa azul cielo, la forma en la que le grité y la forma en la que él me sonreía.

Fue patética la forma en la que insistí para conocer su nombre, y horrible lo mucho que tardó en decírmelo.

Llegué al lugar, y lo vi recostado en un árbol, perdido en sus pensamientos. Detuve el coche y toqué la bocina para que reaccionara. Me miró, pero no se movió.

—Ven, Saco de pulgas.

Su sonrisa se amplió, dejando al descubierto sus dientes.

—No.

—¿Qué? —fruncí el ceño.

—Te toca bajarte del coche.

—No.

—No te responderé hasta que bajes de ese coche y vengas hasta aquí.

—¿Dónde está Trey? —pregunté, para que me siguiera hablando, pero no me respondió.

Continué con mi insistencia, pero el maleducado dejó de mirarme, ignorando mi voz y mi presencia.

Es necesario aceptar cuando pierdes, así que me di por vencida y bajé del coche. Me acerqué a Jensy, y él me miró, con una amplia sonrisa victoriosa.

—Dejé a Trey en casa.

—Pensé que eras mudo.

—No podría serlo contigo cerca.

—Ajá.

—¿Para qué me invitaste a esta cita? —su sonrisa se amplió.

—Y dale con lo de la cita —rodé los ojos.

—Y dale con la negación. ¿De qué quieres hablar?

—Es que... mmm... bueno...

—Solo dilo. No puede ser tan malo.

Malo no, vergonzoso sí.

—Mis amigos quieren conocerte —solté.

—¿A mí?

—Sí, a ti. Y borra esa tonta sonrisa —rodé los ojos.

—No podría borrar la sonrisa si la que la provoca está frente a mí.

—N-no... —carraspeé—. Deja de decir eso —le ordené.

—¿Que deje de decir la verdad? Lo siento, pero no quiero decir mentiras —dio un paso hacia mí.

—Jensy —advertí en voz baja.

—Beba —arrastró la palabra.

Se inclinó hacia adelante, poniéndome más incómoda. Habíamos estado más cerca antes, pero se sentía extraño.

Tragué saliva con fuerza, y un escalofrío se hizo presente en mi estómago. Su cercanía estaba provocando que perdiera el control de mis pensamientos, pero no quería perder el control de la conversación.

—¿Irás?

—¿Quieres que vaya?

—Te estoy invitando —le recordé.

—Pero solo porque tus amigos te lo pidieron.

—¿Vas a ir o no? —espeté.

—Solo si quieres que vaya.

—Que te estoy invitando —vociferé.

—Dilo.

—No.

—Entonces no.

Volvió a tomar su posición de chico despreocupado y se pegó de nuevo al árbol, como si no tuviera la intensión de marcharse. Podía dar media vuelta, regresar a mi casa y decirles a mis amigos que él estaba ocupado, pero lo mejor era terminar con eso lo más rápido posible. Trina y Samuel no me dejarían en paz hasta que no vieran a Jensy en mi casa.

Solté una gran cantidad de aire y me preparé psicológicamente.

—Me gustaría que fueras a conocer a mis amigos. ¿Quieres ir?

—¿Qué dijiste? —me miró como si no hubiera escuchado nada de lo que dije.

—Ya me escuchaste ¿Vas a ir o no?

—Claro que sí —su sonrisa se amplió—. ¿Cómo debo ir, como tu novio o tu amigo?

—Como mi nada.

—Tu nada —repitió lentamente—. No das buenas presentaciones —hizo una mueca de desagrado—, pero no te preocupes, yo te ayudaré —sonrió.

—No. Irás como mi nada. Y punto.

—Cómo no. Somos más que nada, y eso ya lo sabes.

—¿De qué hablas?

Se acercó a mí (otra vez).

—¿No lo sabes? —preguntó.

—No tengo idea de lo que dices —mi voz sonó débil, tal vez porque no pensé en lo que iba a decir, o tal vez porque Jensy se acercó más a mí, cortando toda la lejanía que había entre nosotros y dejando una diminuta distancia que podía romperse solo con un leve movimiento hacia adelante.

—¿Quieres que te lo explique? —su vista descendió hacia mis labios, pero la devolvió a mis ojos con rapidez.

—No.

—¿Estás segura? —su voz salió un poco más ronca.

—Muy —mi voz tembló.

Su mirada volvió a descender hacia mis labios, sin disimulo, y no pude evitar mirar los suyos. Tragué saliva con fuerza, tratando de mantener la compostura.

Podía apartarme, empujarlo, alejarme de él, pero no quería hacer nada de eso.

En ese momento, solo tenía la mente nublada con los pensamientos de cómo sería sentir sus labios unidos a los míos. Estuve mirando su boca por más tiempo del que me gustaría admitir, así que regresé mi vista a sus ojos, que estaban más intensos de lo normal.

—Bien —expresó.

¿Bien? ¿Bien? ¿Es en serio?

Se alejó de mí y sonrió.

Sentía el ardor en mis mejillas, y supuse que la decepción era la predominante en mi expresión facial.

Enderecé mi cuerpo y tomé mi postura de amargada y gruñona.

—No vu-vuelvas a ha-hacer eso —balbuceé.

Tontas palabras, necesitaba que salieran con estabilidad.

—Cómo no —su sonrisa se amplió.

Rayos.

Se dio cuenta de que no estaba tan molesta.

—Me voy —anuncié, pero no me moví.

—¿A qué hora será?

—Mañana. A las siete de la noche.

—Está bien, pero...

—¿Pero?

—Quiero que me acompañes a otro lugar.

—No.

—Sí, y es mi única oferta.

No existía forma alguna de que me negara a su petición. No solo porque Jensy era insistente, sino porque quería ir con él.

—¿A dónde?

—Luego te lo explico. Ahora tendrás que llevarme a mi casa.

—¿Por qué? —fruncí el ceño.

—Porque dejé mi bici y estoy lejos.

—¿En qué estabas pensando cuando decidiste venir caminando?

—En ti.

A pesar de que estaba sonriendo, no había ninguna pizca de burla en sus expresiones.

—Eh... eh... Me voy. El choque está por allá —intenté señalar el auto, mas creo que señalé un árbol.

—Creo que te refieres al coche —me corrigió.

—¿Y yo que dije?

Se rio.

—Choque. Dijiste choque.

—Lo digo como me dé la gana.

Una cosa era que aceptara sus invitaciones, pero otra diferente era que aceptara que tenía la razón.

—Claro, Beba. Solo te recuerdo que no me iré caminando.

—Lo debiste haber considerado antes.

—Pero no lo hice.

—Y ahora no quieres irte caminando, pero lo harás.

—Dudo que me abandones aquí.

—Soy capaz de eso y más —gruñí.

—Pero no lo harías hoy —sonrió—. Tenemos una cita mañana, y no te gustaría que no apareciera. Imagínate que me secuestren o que me atropelle una peor conductora que tú —dijo, dramatizando cada palabra.

—¿Qué estás insinuando? —entrecerré los ojos.

—Que me llevarás a mi casa hoy, y me pasarás a buscar mañana.

—No —zanjé.

—Pues no iré —se encogió de hombros.

Solté una gran cantidad de aire. No estaba en condiciones de negarme, pero estaba dispuesta a negociar.

—Te llevaré a tu casa hoy, pero irás a la mía en taxi.

—Iré a tu casa en taxi, pero no regresaré a la mía sin ti.

—Trato —extendí mi mano.

—No es un trato si no nos abrazamos.

—No es así como van los negocios —hice una mueca de desagrado.

—¿Lo tomas o lo dejas? —arqueó una ceja, burlón.

—Está bien —rodé los ojos.

—Y un beso —sonrió.

—El trato se cerró.

—No me ibas a besar —hizo una mueca.

—Eso nunca lo sabremos —sonreí.

Por fin mi momento de victoria.

—Tenemos tiempo de sobra —sonrió más—. Ahora dame mi abrazo, o te cobraré algo más por demora.

Rodé los ojos y extendí los brazos para que me abrazara, pero Jensy ni siquiera hizo un ademán de querer acercarse.

—¿Qué esperas? —me impacienté.

—¿Tan desesperada estás? —se rio.

—¿Por terminar con mi dolor? Sí.

—Bueno, estoy esperando por ti.

—¿Por mí?

—Tú me darás el abrazo.

—No.

—Fue un placer conocerte, Beba —se despidió con la mano y dejó de mirarme.

Cerré los ojos, suplicando paciencia. Mis brazos estaban extendidos, y quizá parecía un espantapájaros, así que para restarle vergüenza a todo eso, respiré hondo y lo abracé.

En menos de dos segundos, sentí sus brazos envolver mi cuerpo. Era patética la forma en la que podía envolver mi delgado ser.

No debí hacerlo, pero permanecí cerca de él más tiempo del que me gustaría admitir. Su perfume inundaba mis fosas nasales, me encantaba su aroma. Me quedé pegada a su pecho, sintiendo y escuchando cómo su corazón latía. No quería hacerme falsas esperanzas, pero anhelaba que la velocidad de sus latidos se debiera a ese abrazo.

Cuando me alejé de él, lo lamenté un poco-mucho. Y lo miré a los ojos.

—¿Feliz? —pregunté con un tono que daba a entender que ese abrazo no significó nada para mí.

—Lo estaba hasta que te alejaste, pero lo aceptaré por ahora —admitió.

—Vámonos, Saco de pulgas —rodé los ojos. Sus palabras me llenaban de alegría, mas no quería ser tan obvia.

—Como ordene, mi amargada mala conductora —hizo el saludo militar y me siguió hacia el coche.

Sonreí para mis adentros, y entramos en el coche.

Emprendimos nuestro viaje hacia la casa de Jensy, y un poco de miedo invadió mi ser. El hecho de encontrarme a su madre o a su hermana me asustaba, pero no quería demostrárselo.

—¿La cita será en tu casa? —preguntó.

—Eh... Sí, en mi casa. Te anotaré la dirección.

—No te preocupes, sé dónde vives.

Sus palabras me descolocaron, pero no le dije nada.

Tuve la dicha de llevarlo a su casa y no encontrarme con ningún familiar suyo. Tal vez fue el hecho de que lo dejé antes de llegar a su casa y me fui más rápido que un correcaminos, pero seguiré diciendo que fui una suertuda.

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