Cénit (Sol Durmiente Vol.3)

By AlbenisLS

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Tercera Parte de la Trilogía "Rosa Inmortal". El mundo de Rosa Arismendi es completamente diferente al de hac... More

En algún lugar del bosque. Octubre de 1988.
Capítulo 1: Puerto La Cruz, Venezuela. Octubre de 1988.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20.
Capítulo 21
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28: Cielo.
Capítulo 29: Infierno
Capítulo 30: Eternidad
Capítulo 31.
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36

Capítulo 5.

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By AlbenisLS

Varios días después de lo sucedido en el cementerio, mi relación con Celeste había cambiado radicalmente. Habíamos pasado más de siete años sin hablarnos como las hermanas que éramos, y haberme perdido de tantas cosas en su vida me hizo comprender que fui una pésima hermana mayor.

Lo que me había recriminado aquel día era cierto, había sido ciega ante el error tan grave que había cometido. La había abandonado cuando ella más me necesitó; en la época oscura en la que mi madre estaba enferma, yo decidí irme a la universidad para cumplir mi sueño de convertirme en periodista.

Qué egoísta había sido y aún seguía siéndolo. Ya era hora de parar.

Luego de ello, mi mentalidad volvió a ser un poco como la antigua Rosa, la que no se compadecía de lo triste que había sido su vida. Supuse que el momento de seguir adelante llegaría tarde o temprano, y Celeste había sido quien me quitó la venda de los ojos. Ella me había sacado con uñas, dientes y patadas de aquel agujero sin fondo que yo misma había cavado, y ahora yo debía devolverle el favor.

Le supliqué que no le contara nada a nuestro padre acerca de mi enfermedad, a lo que ella aceptó con la condición de que acudiera inmediatamente a un centro de salud para curarme. Su insistencia en que debía estar sana me hizo sentir que aún ella me necesitaba, que detrás de toda aquella rebeldía y mal humor se encontraba alguien de nobles sentimientos. Si permitía que el monstruo dentro de mí me devoraba completamente, estaría siendo tan egoísta como siempre.

Una mañana, mientras intentaba componerme luego de un sueño intranquilo, en el que me encontraba corriendo por un largo pasillo mientras unas sombras siniestras iban tras de mí, sonó el teléfono.

No estaba sola en casa, así que escuché a mi padre caminando hacia el aparato y levantar el auricular.

—¿Hola?— preguntó con aquella voz ronca que le caracterizaba cuando hablaba justo al despertar. Lo que no me esperaba era lo que él diría a continuación.—Cristóbal, ¿eres tú?—

Mi corazón estuvo a punto de salirse por mi boca al escuchar ese nombre. Casi me estrellé contra el suelo, pues justo cuando sucedió eso me estaba colocando un pantalón largo color beige que sentía que hacía años que no usaba.

Era él. Cristóbal estaba llamando a mi casa. Se había comunicado. Comencé a temblar. Estaba asustada y confundida, un repentino mareo me hizo perder el equilibrio momentáneamente. ¿Qué me sucedía?

—Espera un momento. Déjame ver si está— escuché decir a mi padre, a lo que abrí la puerta a una velocidad sobrehumana, o por lo menos así creía haberlo hecho.

Mi padre estaba a un centímetro de tocar la puerta para cerciorarse si estaba despierta o me encontraba en casa, porque luego de aquella conversación con celeste, ella había rehusado a dejarme encerrada en mi habitación por ningún motivo. Sólo que esa mañana, tenía un examen importante en la universidad y tuvo que romper su juramento.

—Rosa... En el teléfono— tartamudeó mi padre al quedar sorprendido de verme allí de pie.—Cristóbal quiere saber si estás en casa—

Al día siguiente en que había abandonado todo en San Antonio, fue el momento cuando recibí la primera llamada telefónica de Cristóbal, pidiendo hablar conmigo. Por el teléfono, había repetido sin cesar que me amaba, que lo perdonara por el mal que me hizo, que él habría echo todo lo que estuviese a su alcance para hacerme feliz. En aquel momento, no emití ni una palabra. Ni siquiera esperé a que él terminara de expresar lo que seguramente le costó tanto, cuando le colgué.

Durante semanas, Cristóbal continuó llamando a mi casa, pero seguí usando el mismo método que la primera vez; hasta que decidí que era momento de evadir sus llamadas, por lo que cada vez que sucedía que al atender el teléfono escuchaba aquella voz profunda y grave, tal como la de los galanes de las películas en blanco y negro, le pedía a mi padre o a Celeste que le explicaran que no estaba en casa o que estaba dormida. Cualquier excusa barata.

Luego de la última vez que llamó en la que le solicité con voz austera que dejara de llamarme pues él y yo no éramos nada, aún quería hablar conmigo. ¿Acaso era cierto? Después de todo lo que había sucedido entre nosotros en menos de un año, lo que nos había unido más que nunca, las razones que me había dado para hacerme dar cuenta que él era el indicado, ¿Ya no éramos nada?

Mi labio inferior tembló ligeramente al abrir la boca para hablar. Siendo honesta, estaba segura que el hombre de ojos oscuros y tez pálida que había robado mi corazón y todo mi ser jamás volvería a querer hablarme después de aquella llamada.

—¿Qué le digo?— inquirió mi padre, frunciendo el ceño ante mi reacción. Estaba allí, parada inmóvil sobre el umbral de la puerta de mi habitación, con el pantalón aún sin abrochar y los brazos caídos. Viéndolo desde la perspectiva de mi padre, bien podría parecer una mujer loca.

—Dile...— solté La verdad, no tenía ni la más remota idea de qué hacer. No me esperaba que esa situación volviera a repetirse.—Dile que no estoy en casa. Dile que fui al banco o a hacer alguna diligencia. Dile que estoy en la tipografía. Dile cualquier cosa con tal no hablar con él.—

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres?— Mi padre siempre hacía esto cuando no estaba segura de qué hacer con algo. Desde que era niña, había escuchado tanto esa pregunta que desarrollé una respuesta automática.

—Sí. Eso quiero.— Dijo la Rosa adulta, quien después de veinticuatro años aún no sabía qué hacer con lo que sucedía en su vida. Por eso, mis decisiones eran impulsivas y descontroladas, porque no tenía una brújula que me apuntara el camino. Incluso con todo el cariño y la buena crianza de mi padre, tanto yo como estaba segura que también Celeste, caminábamos en un sendero abrupto y escarpado.

—Es tu decisión— dijo él, tal y como sucedía desde toda mi vida. El hombre alto y de tez bronceada caminó hacia el teléfono y dijo que me encontraba atendiendo el negocio de tipografías de la familia.

Me sentí cobarde, pero aún no estaba lista. Tal vez nunca lo estaría. Tener que enfrentar de nuevo a Cristóbal y hablar como dos personas adultas acerca de lo ocurrido era algo que no había previsto. Me había imaginado que al haberlo abandonado él haría lo mismo. Después de todo, él era un vampiro. Viviría eternamente y si pudo continuar viviendo sin su amada familia humana, estaba segura que se le haría aún más fácil vivir sin mi.

—Rosa, ven acá— me llamó mi padre, quien se había sentado en el sofá de la sala luego de haber colgado el teléfono. Golpeó el asiento a su lado, indicando que me sentara junto a él. El gesto de Eduardo Arismendi era sombrío y le daba un semblante cansado, pero eso era normal en él al momento de darme un sermón respecto a la vida. Por un segundo, tuve un recuerdo de la vez en la que me aconsejó acerca de las decisiones que tomábamos en la vida, cuando decidí irme a San Antonio a conocer cómo era el mundo detrás del velo de protección de los padres.

Caminé lentamente hacia él, dispuesta a escuchar lo que tuviera que decirme. me senté su lado y él me rodeó los hombros con uno de sus fuertes brazos. Incluso a sus cincuenta y tantos, mi padre aún era alguien vigoroso.

—Hija, sabes que te quiero como a nada en este mundo. Lo sabes, ¿verdad?—comenzó a decir, aclarando su garganta para mostrar su verdadera voz, áspera pero potente.

—Lo sé, papá— admití, sin mirarlo a la cara. Me daba vergüenza que me viera así. Él nos había enseñado a Celeste y a mí a ser personas frontales, decir todo en la cara sin rodeos. Supuse que por ahí iba la cosa, así que lo directamente a los ojos. Sus iris eran similares a los míos, de una tonalidad café oscuro, pero sus rasgos faciales los había heredado Celeste ni duda alguna. Su cara de aparente mal humor, su nariz respingada y su boca siempre en una línea recta era como ver una versión masculina de mi hermana menor.

—Bien. Ahora que lo sabes, ¿acaso eres una idiota?— lo que me dijo me impactó.—Porque yo no crié a una hija idiota. Se nota a leguas que sigues enamorada de Cristóbal. Verdaderamente enamorada. ¿Por qué no le contestas las llamadas? ¿Por qué no le dices que lo amas?—

Cielos. Había llegado el momento de contarle a mi padre lo que había sucedido. O por lo menos, una buena parte. Le había mentido a mi padre acerca del motivo por que había regresado.

—Papá, te diré algo que debí haberte dicho hace meses. La verdad no me despidieron de la editorial, como te dije cuando regresé. Lo cierto es que yo renuncié porque terminé con Cristóbal.—

Mi padre me soltó del abrazo y me miró aún más impresionado.

—¿¡Renunciaste!? ¿¡Terminaste con Cristóbal!?— exclamó él, quien se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro, como procesando lo que le acababa de revelar.

—Lo sé, papá. Perdón por haberte mentido. Pero esa es la verdad. El motivo por el que no le atiendo sus llamadas es porque terminé con él.— le repetí y al parecer él no parecía comprender, porque frunció aún más el ceño, formándole varias arrugas en su frente tostada por el sol de la ciudad.

—Pero, ¿qué pasó? ¿Te hizo algo? ¿Te lastimó? Rosa Alejandra, esta vez dime la verdad. Si ese Cristóbal te hizo algo, juro que voy hasta San Antonio y lo mato— amenazó mi padre, quien se había puesto repentinamente furioso. Él no sería capaz de matar ni a una mosca estando normal. Iracundo como se encontraba, no estaba tan segura. Si Cristóbal me hubiese lastimado de alguna forma y fuese humano, temería por su vida.

—Cálmate, papá. Él no me hizo nada. Fui yo. Le rompí el corazón— al decir esas últimas palabras, me dolió mucho. Fui yo quien lo lastimó al no haberlo escuchado, al no prestarle atención. Yo era la mala del cuento. Cuando escuchó esto, mi padre se tranquilizó un poco, aunque aún botaba aire rápidamente por la boca y la nariz.

—No entiendo nada, Rosa Alejandra— cada vez que podía, mi padre usaba mis dos nombres para hacer énfasis en algo. En este caso, que le explicara el motivo por el cual yo fui una mala persona con Cristóbal por tantos meses luego de haber vuelto. Si no le daba una respuesta, insistiría llamándome una y otra vez hasta que le dijese la verdad. Francamente, obviar la parte en la que mi... Que Cristóbal era un vampiro se me había hecho fácil luego de tanta práctica. me había vuelto una mentirosa experta en esa materia.

—Él... simplemente no era para mí, papá. Me di cuenta una vez tuve el anillo de compromiso en el dedo. No estaba lista para casarme— mentí descaradamente.

De los dos novios que había tenido en mi vida, él había sido el indicado. Por eso había aceptado en casarme con él. Él era sin duda para mí. Pero yo no era para él.

—Pero si en la fiesta de tu cumpleaños se veían tan felices juntos. ¿Por qué lo terminaste el compromiso?—

—Estoy destinada a estar sola. Debo estar embrujada o algo así.— dije, reviviendo todos los sucesos del último año de mi vida. El último recuerdo que tuve fue el de una noche de hacía exactamente un año. Ahora que me fijaba, en ese mismo día de octubre fue la fiesta de inauguración de la editorial "Nuevo Sol", cuando era ignorante del mundo sobrenatural oculto en las tinieblas y las pesadillas. El término "sangre real" vino a mi memoria, provocándome escalofríos.

—Suenas igual a tu abuelo— dijo mi padre en voz seria. El abuelo Felipe había muerto antes que yo naciera, pero mi padre me decía que él era un hombre diferente. Nunca me dijo por qué, ahora que estaba grande y lo trajo a colación, no tuve otro remedio más que usarlo como manera de dejar de hablar de mí.

—¿Cómo? ¿Qué decía el abuelo?— inquirí, curiosa. No me había puesto a pensar en mi familia desde hacía mucho tiempo, específicamente desde la última vez que vi a mi primo Pablo, el escritor quien junto a su esposa me había acogido en su hogar durante mis años universitarios.

Mi padre volvió a sentarse en el sofá y su cara de ira se transformó en una de tristeza.

—Mi padre...— se detuvo. Tal vez era un recuerdo no tan agradable de la vida de mi padre del que no tenía conocimiento.— Mi padre solía decir que nuestra familia estaba maldita. Que un espanto, un demonio o algo así le había lanzando una maldición a todo el que llevara la sangre de los Arismendi y que nuestro linaje estaba destinado a desaparecer. Por años, él solía asustarnos a mí y a tu tío Alejandro cuando éramos chicos contándonos eso. Tal vez por esa razón fue que Alejandro...— suspiró, recordando que su hermano también había enloquecido como su padre.

Mis escalofríos se hicieron más fuertes al recordar la última vez que vi al hermano de mi padre. Tío Alejandro estaba internado en un psiquiátrico desde hacía catorce años. Si mi abuelo había sido víctima de una maldición y ahora yo estaba completamente segura que ese tipo de cosas existían ¿Acaso era cierto? ¿Los Arismendi estábamos malditos?

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