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By JeanRedWolf

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0. ยซIniciando...ยป
1. Atรญpico a lo convencional [*]
2. Sobrevive a cualquier precio [*]
3. No me abandones [*]
4. La peculiaridad de un Amo [*]
6. Renacido y jodido [*]
7. Adiestra a un gato [*]
8. Algo peor que el ego [*]
9. Sujeto de pruebas [*]
10. ร‰rase la bรบsqueda de un oficio [*]
11. Un mal momento para el placer [*]
12. ร‰rase un cortejo y un momento de lรกstima [*]
13. Cuando el castigo sobrepasa la crueldad [*]
14. Saborea tu culpa [*]
15. Engaรฑos y trampas [*]
16. Obligado a luchar [*]

5. Tan joven y estรบpido [*]

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By JeanRedWolf

𝙱𝚎𝚕𝚎𝚔𝚑𝚒𝚊, 𝙲𝚒𝚞𝚍𝚊𝚍 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝙱𝚎𝚜𝚝𝚒𝚊𝚜

Salto sobre las ramas de los árboles, recorriéndolas tan rápido como lo harían los propios espectros dentro de un mundo de pesadilla; y cuando rama cruje por mi peso al situarme en el extremo, caigo con la elegancia felina que caracteriza a mi raza sobre el húmedo suelo del bosque. A la luz plateada que ha quedado tras abandonarnos el crepúsculo, mi pelaje reversible ahora mismo no se dista demasiado de un faro si no diera la casualidad de que se me diera de fábula fundirme con las sombras de la noche. Ellas me amparan, me ocultan. Si yo no quiero ser visto por nadie, ninguna criatura puede conseguirlo por mucho que intente seguir su instinto, o al menos en tratar de hallar la localización de mi aroma.

Alzo la mirada al enorme edificio que se erige más alto que ninguno, del mismo modo que lo haría una torre, y donde las ventanas se aprecian iluminadas por las velas para dejar claro que en esas habitaciones las chicas están ocupadas por algo más que el servicio de limpieza o masajes con intenciones médicas. El bosque situado literalmente al lado de la alta muralla de cinco menos, aunque alta, no impide que pueda observar los edificios altos desde el suelo con una expresión severa.

De ahí salté.

Algunos dirían que podría volver a entrar por la puerta, pues lo guardias que la custodian en rotativas sabrían fácilmente que soy el que ingresaría en la ciudad... si no me sintiera tan molesto. Por eso salté del muro en dirección a los árboles, para así no ser visto y burlado para conservar mi elegancia audaz y ego intacto.

El problema sobre el porqué me encuentro en el bosque desde hace un largo rato, en lugar de disfrutar de la encantadora compañía de las señoritas de la noche, es porque me echaron del burdel de una manera atroz y vergonzosa. A duras penas me dio tiempo a vestirme con rapidez, escapar por la ventana como un vulgar ratero de poca monta, y salir pitando de tejado en tejado para que nadie de la guardia nocturna me impidiera el paso a causa del grito de La Madame de aquel lugar.

Hacerlo me hizo sentir como un fugitivo al que le habían pillado robando a plena luz del día, cuando en realidad sólo hice lo que haría cualquier hombre que frecuenta un lugar donde siempre se asegura que se ofrece cariño, atención, buena bebida y compañía.

Rameras desagradecidas y aprovechas, pienso conforme mi forma animal lanza un gruñido, maldiciendo con desagrado por no ser la primera vez que me han jodido de esa manera.

Siempre pasa igual cuando aparezco por la puerta con mi cuerpo semi-humano, mostrando mi mejor sonrisa, mis preciosos músculos, mi bello pelaje junto a mi mejor ropa, y por supuesto mi bolsa de monedas de plata para asegurar que tengo dinero para cualquier mujer cariñosa que esté libre. En ese burdel en concreto, la mayoría de mujeres son felinos como yo, lo que me gusta mucho, y también su manera de darme atención en lugar de otras razas.

Además, el proceso es simple: Entro, enseño el dinero que tengo en mi poder, elijo a la chica que me parezca más bonita entre las opciones, y vamos directos al tema sin siquiera pararnos a conversar con una copa ―que obviamente tengo que pagar yo por ser hombre, ya que es lo habitual al género― ni hacer preguntas sin que nos importen a ambos las respuestas en realidad.

Ahí se iba a lo que se iba, y no a una cita para que los otros machos supieran que estabas más solo que nadie y esperabas llorar en los pechos de una mujer sólo para ser consolado como un mocoso. No soy tan cutre. Sin embargo, tengo que admitir que soy un hombre muy pasional y poco delicado. Me cuesta controlar lo bruto que soy, lo que consigue que la chica consiga tirarme de la cama cuando me golpea en las pelotas, y luego se larga a llorarle a La Madame.

La dueña de ese antro de perdición y lujuria para todos aquellos que necesitan desfogarse es una imponente mujer gorila que me tiene fichado. Las primeras veces me daba un sermón, advirtiéndome que fuera amable con sus chicas y no las tratara como prostitutas del barrio bajo, para así devolverme el ochenta porciento del dinero. Sin embargo, conforme las advertencias iban siendo más escasas, la mujer sacaba un hacha de su habitación y me amenazaba que vigilara mi carácter dominante o me cortaría la polla.

Hasta hoy. Esa vieja loca echó la maldita puerta abajo, con hacha al hombro, y mirándome con los ojos propios de un asesino que iba a matar a un monstruo antes que a un hombre, por lo que no me quedó otro remedio que salir huyendo de allá mientras ella, desde la ventana, me gritaba: "¡Y nos quedamos con tu dinero por las molestias causadas, cabrón hijo de puta!"

Maldita bruja ladrona. ¿Y luego se atrevía a llamarme "maldita bestia", cuando ella hacía un mes lanzó a un ladrón por la ventana del segundo piso cuando lo pilló robando? Claro, eso sería hoy, porque al día siguiente todo quedaría en un borrón y cuenta nueva, junto a una sonrisa amable y palabras dulces como si fuera un nuevo cliente. Y todo porque el dinero era bueno para su negocio.

Al parecer nunca aprendo la lección, aunque tampoco es totalmente mi culpa. 

Yo soy muy fuerte físicamente, más que muchos tigres de esta ciudad. Dominante, con un cuerpo grande y músculos anchos, por lo que es obvio que las chicas deberían de aprender a tener más aguante con tipos como yo si querían conservar su "récor de atención al cliente".

Patético.

―¿Otra vez hiciste daño a una de las gatitas de Madame Bellenk? ―me preguntan desde arriba―. Siempre eliges a las más delicadas, pero al mismo tiempo pervertidas. ¿Cuándo entenderás que a las mujeres debes de tratarlas con delicadeza, Toga? Sé gentil. A ninguna mujer le gusta que la aplasten y claven los dedos con garras en la piel, como si intentaras marcarlas como un esposa.

Mi cabeza asciende un poco, añadiéndole un gruñido grave, para advertirle a la persona que me está dando un sermón que no lo necesito. Pero ahí está él, ese maldito pájaro sentado sobre una rama con la sonrisa torcida, y vestido de esa forma tan colorida que a todos los pájaros les encanta vestir. A las aves les encanta llamar la atención con sus ropas coloridas, la joyería brillante, o el corte de cabello más extravagante.

Todas las personas bestias tienen una referencia a sus animales internos: Los pájaros son llamativos por sus colores, los felinos deambulan por todos lados, los perros se distraen cuando algo llama su atención, los toros se muestran calmados hasta que la ira los ciega, los conejos aprovechan su gran velocidad para correr y saltar por todos lados por su nerviosismo... Cada animal tiene pros y contras, pero por supuesto que eso se debe a que ninguno de nosotros es perfecto aunque intentemos defenderlo en una conversación.

―Vamos, Toga... ―ladea la cabeza, intentando parecer inocente―. No puedes aceptar trabajos de mierda y gastarlo en prostitutas para sanar tu ego herido. Valerte de tu fuerza física en momentos desesperados contra ladrones no te sirve ni como entrenamiento, y huyes de los monstruos para sólo tomar misiones de recolección o búsqueda. ¿Qué harás si tu contrario es un mago? ¿Y en el caso de un humano sobreprotegido por los dioses que sólo vienen a sembrar el caos? ¿Y la iglesia humana que intenta protestar sobre nuestra existencia por su secta cegada por palabras manchadas de sangre en el pasado? 

Mi respuesta es un rugido leve, profiriéndolo con las fauces abiertas y los grandes colmillos brillando por la luz de la luna cóncava creciente que alumbra mi cuerpo en cuanto me muevo, estirándome poco después y después enderezar la cola. 

Me sudan los cojones lo que esos niñatos bendecidos por esos fósiles decrépitos digan de nosotros, porque sus dioses no son mejores que los nuestros. La historia demuestra que ellos tuvieron la culpa de que el mundo se fuera a la mierda, pero la gente está demasiado acostumbrada a situarse en bandos dependiendo de sus beneficios, y después separándolos por razas.

El conflicto de nuestro mundo empezó cuando los Dioses sintieron terriblemente aburridos de sus maravillosas vidas en lo alto del cosmos. La mayoría de ellos deseando crear una raza nueva a la que llamaron "humanos". Nuestros Dioses ―y los de todas las demás criaturas vivientes― no estaban muy seguros de si era buena idea crear otra criatura en base a las existentes, pero aquellos Dioses que vestían de seda y tenían la piel tersa como el algodón expresaron durante muchísimos siglos la idea de que sería divertido ver cómo cambiaba el mundo. 

Uno al que ellos no podían pisar de ninguna manera, al menos de forma directa. Había escuchado que tenían métodos mágicos, o abriendo "arrugas espaciales" para jugar entre "capas de la realidad"; aunque yo no entendía nada de eso. Las bestias no teníamos magia, a diferencia de los insectos, que aprendían una diminuta porción para curar heridas leves o sanar estados como la parálisis o el veneno. Nada más.

Cuando los crearon y éstos fueron adaptándose al ambiente, sus Dioses hicieron trampa para defender sus acciones.

Los Dioses atados a los Altos Elfos decidieron embrujar los bosques para proteger a sus "hijos" (donde el mestizaje creó variantes), el de los enanos ofreció destreza en creación pero con el inconveniente de que debían vivir bajo tierra o jamás podrían volver a bajar si salían al exterior. Las bestias fuimos agraciadas con dos almas en un mismo cuerpo: El hombre que comprendía las normas sociales, y la bestia que sólo era puro instinto.

Los vampiros se alejaron a las zonas muertas por los humanos, pero se les otorgó vida eterna hasta que su corazón les fuera desintegrados. Los Grande Demonios Primordiales, por su lado, se desperdigaron y ocultaron entre todas las sociedades al ver que su reinado cayó tras la primera guerra, y fueron considerados extintos. Finalmente, los dragones y sus variantes, desaparecieron del ojo general y nunca nadie los volvió a ver. No era una sorpresa oír rumores sobre un escuadrón aéreo que protegía reinos y después desaparecían entre las nubes; sumado a ello, la casta dracónica fue deteriorándose hasta que la mayoría de los vástagos eran puros reptiles pero con el resto de unos cuernos pequeños que los diferenciaban de los demonios.

Por supuesto que también existían más razas, entre ellas los "féreos" (hadas) o Gigantes, aunque toda esa información se perdió durante las guerras y los más cercanos a ellos eran los elfos. Orejones engreídos y snobs que no simpatizaban con ninguna otra raza que no fueran ellos mismo.

Eran racistas, presuntuosos, relamidos y ridículos. Tan escuálido que parecían palos.

Por otra parte, la caza de dragones era muy habitual entre los humanos; y también el comercio de crías. Al menos en la época de mi tatarabuelo. Los brujos humanos necesitaban sangre de dragón para reforzar su cuerpo, débil por naturaleza, y los guerreros para que sus armas mataran a todo aquello que fuera menos poderoso que una de esas criaturas de leyendas. Los vampiros, por su lado, potenciaban su magia hasta niveles indescriptibles. Sin embargo, lo que importaba a la mayoría era su corazón: El núcleo de su vida, protegido por gruesas escamas casi impenetrables. Tener un corazón de dragón podía hacerte más rico que un rey humano si lo vendías en el mercado negro, los humanos podían tener la posibilidad de transformarse en dragón y los brujos invocar uno en una pequeña escala, pero existía un cántico muy antiguo que hablaba sobre ellos y las bestias.

«Oh, corazón de dragón, qué difícil es cargar el secreto de tus ancestros cuando por fuera no eres más que señalado por el mundo.

Oh, corazón de dragón, tan importante para unos cuando todos desconocen tu maldición. Puro tenías que ser, pero el mundo emponzoñará tu alma cuando tu piel sea devorada y la sangre de tus descendientes toque su lengua. Maldito serás, poderoso y temido.

Oh, corazón de dragón. ¿Quién querría caminar a tu lado, cuando la desdicha es el pago por tu poder? Los Elfos negarán tu existencia con su desplante, los enanos tallarán imágenes monstruosas en tu nombre, los humanos ansiarán tu ser para ellos mismos, los demonios intentarán amaestrarte y los vampiros se obsesionarán con tu sangre sagrada.

Oh, corazón de dragón, tantos enemigos a tu alrededor, y tan poco afecto que aceptar con las manos vacías. Pero confía en las bestias, ellas podrían ser tu alimento o tus aliados cuando los Dioses deseen romper un agujero en el cielo y enviar a sus ángeles»

Puras tonterías.

―¿Por qué no vuelves a tu forma humana? ―pregunta el ave, obteniendo un gruñido dentado por mi parte. Es una negativa, ya que me siento demasiado enfadado para mantener una charla tranquila en bosque―. Te invito a unos tragos y me cuentas que ha pasado con más detalle, ¿de acuerdo?

Mi frente se destensa, pero esta vez asiento levemente para irme a buscar mi ropa de repuesto. No me gusta que se me enganche de esa manera tan poco profesional, pero tras lo mal que me ha ido el día, es mejor desahogarme un poco y que al menos alguien me escuche por un rato hasta vaciarme por completo.

Durante la noche, ya estando en mi forma más humana, Careth ―ese maldito pájaro colorido que siempre me persigue por todos lados cuando se aburre― consigue desatacar mi lengua con alcohol como bien sabe: Al principio le hablé como gané una buena recompensa en el gremio por cazar un par de jabalíes que jodían a una plantación de nabos, pero que parte del dinero se me fue cuando quise intimar con algunas Vieras (chicas-conejo). Ahí desvarié un poco. Seguí hablándole sobre lo malagradecidas que eran algunas mujeres bestia y los gilipollas que eran los hombres de los alrededores, especialmente cuando eran testigos de mis desgracias y se reían por ello.

Ellas aprovecharon mis buenas intenciones para que les pagara algunas cosas y luego escaparon del mismo modo que lo harían las estrellas fugaces en el cielo. Ni siquiera me dio tiempo a preguntarle a alguna dónde se hospedaban al venir de otra ciudad. Ahí me cabreé, me metí en un par de peleas en la taberna y mis piernas me llevaron hasta el distrito del placer.

Mi padre siempre me recordaba desde niño que un hombre no podía estar enfadado todo el tiempo, y que era mi obligación invertir toda esa energía en algo que me hiciera sentir feliz o realizado.

¿Pero qué puede hacer alguien como yo?

Duermo en los establos o en el bosque al no tener una casa propia, tengo una bestia muy pasional que tiene mucho afecto y sexo potencialmente de primera calidad para ofrecer, una granjeada mala fama como alborotador y por ser muy temperamental, el dinero justo para no morirme ese mismo día de hambre, y sólo pude llevarme la ropa favorita de mi padre como recuerdo de su funeral ―un traje hermoso de lino blanco y dorado―. Mis hermanos siempre decían que yo era "fuerte y bruto, pero inútil" cuando hablaban de mí por la calle, así que obviamente no pude quedarme viviendo en la casa familiar con los otros cuatro.

―En resumidas cuentas: Estás jodido. Lo típico que pasa en tu vida desde que eras adolescente.

Bebo de cuarta jarra de cerveza tostada, molesto y decepcionado conmigo mismo. Tener un buen físico ganado por trabajos y misiones ligadas a la fuerza no me han hecho aprender nada de provecho. Es como entrar en una juguetería y que el niño vea un juguete impresionante pero que no tiene ninguna utilidad realmente relevante.

―Sí... ―murmuro, un poco harto de que las cosas me salgan terriblemente mal. Hasta que me acuerdo de un rumor, el cual a lo mejor Careth puede confirmarme si es o no cierto―. Oye, Car, ¿Escuchaste los rumores de hace dos meses?

¿Hm? ―Da un trago a su bebida afrutada para observarme atentamente, haciendo que sus ojos azul pálido se me claven en la cara―. ¿Te refieres a la de las ruinas del bosque sur, las del distrito del placer o la de las montañas?

―Las de las montañas ―le digo, terminándome la bebida. Con el dorso de la mano me quito la espumilla de los labios, después apoyo el codo derecho sobre la mesa y mi cabeza se posa en mi mano que todavía huele a a cerveza―. Dicen que que hace dos meses se creó un cúmulo de nubes negras cerca de Vrayern. ¿No es extraño el suceso? Todo el mundo habla de ello, incluso en el gremio.

Él alza sus cejas castañas, pero su mirada baja hasta la mesa con pequeños platillos de picoteo. No es que le sobrara el dinero, pero sabe que si no me alimento con cosas "normales" terminaré yéndome al bosque a comer comida cruda. Cosa que siempre le pareció asqueroso, a sabiendas de que soy un tigre y mi estómago puede soportarlo siempre que esté en mi forma animal.

―No creo que debas hacer lo que estás pensando...

―¿Hacer qué? ―sonrío inconscientemente.

―Estás sonriendo de esa forma tan tuya que dice "Huele a dinero, debería de ir a echar un vistazo". Nada te garantiza que tengas suerte en ello... ―niega con la cabeza varias veces. Cuando levanta la cabeza aprieto los labios para no darle la razón. Cierto es que tengo ese pequeño defecto de meterme en problemas quiera o no, y en otras ocasiones sigo su consejo hasta que llegan las noticias y me libro de un problema gordo―. Mira, mi consejo es que dejes de derrochar dinero con mujeres, alcohol, y Zéfira sabrá desde su trono celestial lo que harás con el resto del dinero. ―Al escuchar aquello pongo los ojos en blanco―. Toga, por favor, ya he perdido a muchos amigos estudiando eventos catastróficos de la naturaleza. ¿Por qué no pasas del tema y te enfocas en una vida medianamente sana?

Pongo los ojos en blanco por segunda vez nada más escuchar el mismo sermón de siempre. Ya tengo veintiocho, ya soy lo bastante adulto para saber qué camino tengo que seguir con mi vida sin tener que meter a nadie entremedio. Además, el dinero lo gano honradamente. ¿Qué hay de malo en que tenga mis vicios? Él tiene los suyos y yo los míos. No es justo tragarme un leve monólogo si ya sabe el resultado.

―Soy fuerte, rápido, y...

―Y atraes los problemas como si fueras un imán ―completa él, mirándome de reojo para pedir un plato más a la camarera―. ¿Cuándo fue la última vez que saliste lejos de Belekhia, Toga, más allá de la región para ser exactos? ―pregunta, pero no me deja responder―. Hace doce años. ¿Y recuerdas cómo volviste? Yo te lo recordaré: Con el pelaje lleno de cortes y zonas sin pelo, así que da gracias de no haberte quedado parcheado; con el culo lleno de espinas cuando quisiste conquistar a una leona recogiendo una fruta, y caíste en un zarzal; deshidratado porque tu mejor idea de "atajar" fue cruzar un cañón; con pulgas que tardé semanas en curarte con varias pociones de salvia para que no envenenaran tu sangre; las uñas partidas porque no tenías suficiente dinero para comprarte un arma, ya que la "invertiste" en un "regalo para una chica que te ponía ojitos"; sin ningún alimento en tu bolsa de viaje pese a tu título de cocinero que no usas desde hace años...

―Car, basta ―le advierto en un gruñido grave y alargado, mostrándome severo porque este camino de la conversación no me está gustando por como va―. Era joven y estúpido. He aprendido de mis errores, y ahora soy más cuidadoso con...

―Toga ―me interrumpe, del mismo modo que lo haría un padre. Aunque Careth tenga quince años más que yo, me sigue tratando del mismo modo que lo hace con sus hijos adolescentes. Suave, pero no dudando en emplear la firmeza cuando toca al ver que la situación puede alargarse demasiado―. No puedes vivir así. ¿Esa la vida qué crees que habría aceptado tu padre, o piensas que te cogería del pescuezo y te daría un largo sermón sobre tener una vida decente?

Mi padre fue un gran hombre en vida: Valiente como ningún otro felino, fuerte como un roble aunque la enfermedad le hiciera un pulso, querido por prácticamente gran parte de la ciudad por ser alguien que ayudaba a los demás en cualquier problemas... Yo era todo lo contrario a grandes rasgos. Mi valentía era suplantada por la soberbia, mi fuerza bruta me hacía ganar dinero y cuando caía enfermo me costaba salir del bucle, y prácticamente la gente me miraba mal cuando las cosas se me iban de las manos.

No era como mis hermanos: Mis dotes sociales no sonaban refinadas, mi postura corporal mostraba chulería y mi lengua se desatacaba con tanta facilidad como lo hacían los puños. Siempre estuve seguro que me tenían envidia, porque saqué el gen más fuerte de mi padre, mientras que ellos obtuvieron la anatomía esbelta de mi madre; o quizás me envidiaban porque sabían que en el fondo yo podría ser mejor que ellos si existiera la mujer que pudiera echarme el freno con una sola palabra.

Y, a día de hoy, ninguna ha podido domesticarme. Nunca lo harían.

―No nombres a mi padre en esto ―mascullo, poniéndome de pie al instante. Mis ojos van directos hacia él, viéndole tragar saliva al ser consciente que este tema es un tema muy sensible para mí. Yo ya sé que mi padre fue un hombre espectacular, uno de los trescientos muertos en la última guerra por su oficio como paladín y con un manejo impecable de la espada―. Gracias por las cervezas y el aperitivo, pero tengo que irme ya.

―Toga...

No quiero escuchar ni una palabra más, por lo que ignoro el sonido de la taberna llena de gente celebrando cosas que no presto atención, y salgo corriendo directo hacia la puerta que da hacia el bosque. Sólo las cierran cuando hay una cacería demasiado peligrosa o estamos en tiempo de rebeliones, así que ahora es la mejor forma para dejar de pensar.

El felino nunca piensa en nada que no sea satisfacer sus necesidades, sentirse uno con la naturaleza o alejarse del mundo que lo mira con desdén sin darle mayor importancia.

Esta noche deseo correr y escalar árboles. O podría...

Cuando salgo, lo primero que hago es desnudarme por completo y meter la ropa dentro de la arpillera desgastada. Una vieja compañera de viaje que he remendado infinitas veces, pero sigue siendo resistente a su manera. Seguidamente me transformo, tome la bolsa con la boca y miro el árbol más cercano. 

Quiero correr, saltar entre las ramas sería una buena opción, pero... ¿y si me echo una carrera hasta las montañas del centro del continente, para así ver ese avistamiento tan poco usual de la naturaleza?

Quince días de viaje si paro sólo para beber, como de camino alguna presa y me dan un pequeño viaje por el aire con un poco de suerte. Claro que para eso tendría que mostrar mis habilidades de coquetería y demostrar que podría devolver un favor... íntimo.

¿El problema? Todo eso es puro azar.

Nada me asegura que encontrara agua bebible, comida fácil de cazar o que hallara algún grupo de mujeres que se dejara embobar por mi encanto y físico. Tengo muy poco dinero, por lo tanto necesito saltarme los peajes o pagar carros que me harían ir más lento. ¿Y correr? Imposible, podría tardar fácilmente cerca de tres semanas antes de llegar a las Montañas Darkhan por vías "seguras". Aquella línea de montañas gigantes donde, según rumores de ancianos seniles, avistaron dragones hacía cerca de cuarenta años, y donde la Diosa dracónica creó un laberinto repleto de monstruos, trampas y tentaciones... especialmente al final, ya que la Diosa era muy partidaria de asaltar a los que bajaban la guardia; al menos así expresaban los rumores.

Pura tontería de viejo, obviamente. Además, ¿quién es tan estúpido de meterse en un laberinto tan profundo, y al mismo tiempo arriesgaría la vida poner ganarse un dinero extra?

Yo, obviamente. Pero no estoy preparado ni de coña para internarme ni siquiera en el primer piso superior.

«¿Esa la vida que crees que habría aceptado tu padre, o piensas que te cogería del pescuezo y te daría un largo sermón sobre tener una vida decente?» pienso en las palabras de mi amigo. Una y otra vez, sabiendo perfectamente las palabras que me daría mi padre: «Toga, un verdadero hombre quiere tener una buena vida, un trabajo que lo haga feliz, una esposa interesante y una vida llena de aventuras»

Papá... te echo de menos... Me siento tan solo...

Sacudo la cabeza, negándome a pensar en cosas de ese calibre. No puedo sentirme triste por algo que ya no tiene arreglo, sino elegir mi camino aunque la gente me mire mal o las cosas me vayan jodidamente cuesta abajo. Yo elegí la ruta difícil, nadie más. De hecho, yo no quiero aceptar que alguien me diga cómo tengo que vivir mi vida o qué camino debo de tomar para conseguir algo que no está garantizado.

Aparto la mirada del árbol y, en su lugar, la volteo al lado contrario. Todo recto, al sur, profiriendo un gruñido grave que es amortiguado por la bolsa. Yo quiero ganar dinero, y mi tigre interior deseaba ser libre.

¿Soy orgulloso y estúpido?

Por supuesto. Es por esa absurda cuestión que tomamos, ambos, la decisión de salir corriendo todo recto hacia el sur para suplir dos necesidades: Mi curiosidad y sus ansias de sentirse mejor que ningún otro felino.

Llego a mi destino en casi cinco días, y maldigo a mis adentros desde el primer momento que hallo nieve. ¿Desde cuándo demonios nieva en verano? ¿Eso no ocurre en el sur por su estúpido microclima? Sea como sea, gracias a este estúpido temporal enrarecido, parece que ha pillado a varios curiosos con la guardia baja. El bosque, que seguramente en realidad está plagado de árboles pelados y moribundos por la infertilidad de la tierra, ahora no es más que un laberinto de escarcha, hielo y nieve desde hace medio día que estoy aquí investigando un poco por mi cuenta.

He vigilado los alrededores, evitando meterme de lleno con los monstruos desconocidos de este nuevo territorio, ya que mi conocimiento al respecto es bastante deficiente por haber tenido prisas de llegar en cuanto antes. De hecho, conforme soporto el frío con mi pelaje, me he pasado una jodida hora yendo y viniendo de un lado a otro, hasta que por fin he encontrado un buen árbol lo bastante denso para ocultarme de las miradas ajenas.

La titánica y gigantesca barrera natural de piedra negra está cubierta de nieve, aun cuando sé perfectamente que esa cosa literalmente divide el territorio en dos desde la era de Los Doce Dioses. Algunos dicen que fue el bofetón que dio un Dios a otro y, en lugar de partir el continente, levantó gran parte de la tierra y en su lugar nació la enorme cordillera por el impacto. Otros que fue el castigo hacia los dragones por ser demasiado poderosos y guardarse muchos secretos, temiendo de que algún día alguno de ellos se viera peligrando su existencia.

Pero ahí está esa cosa, una extraña formación negra como el carbón que no deja de girar y girar en el cielo obscuro y plomizo. No estoy seguro de si, en algún momento, caerá una tormenta de rayos o un tornado de la nada, pero estoy totalmente seguro que ese color y movimiento sobre la hilera de cordilleras no es para nada natural. Incluso un tipo le aseguró a otro, mientras estaba de camino aquí, que algunos de sus Santos y Apóstoles, vaticinaban un peligro calificado como [Cataclismo]; trayendo caos, destrucción y un desequilibrio en el mundo cuando sus Dioses transmitieron sus respectivos mensajes en sus horrible templos de piedra y oro.

En toda mi vida jamás he sido testigo de algo tan anormal y descabellado, pero al mismo tiempo hermoso. Casi parece que algo, u alguien, ha provocado en algún lugar de allá la ira de varios Dioses, y todos están preparados para desintegrarlo con su poder divino en forma de rayo.

El viento se mueve entre ráfagas espesas que han conseguido borrar mis huellas, pero también la de aquellos grupos que se han atrevido a meterse dentro de la cordillera o han preferido hacer como yo: Quedarse afuera y esperar a ver qué ocurre desde una larga distancia. 

Por desgracia yo hace dos días que no he comido nada, y mi estómago gruñe, recordándome que comer bayas desconocidas no son una buena manera de llenar mi gran estómago.

―Algunos dicen que los eventos anormales en el tiempo, son un mal presagio ―le dice un tipo con orejas de conejo a un semi-elfo de piel oscura que se mantiene callado al lado de la fogata a unos cuantos metros de mi árbol. Él sólo asiente, callado―. ¿Sabías que este tipo de cosas obliga tanto a los monstruos como a los animales a migrar a otras zonas?

Hmmm...

―Qué Záfira nos proteja si el mundo se sume en un caos... ―murmura, aferrándose a su gordo libro lleno de cortes, contra el pecho que está protegido por un mullido abrigo gris―. ¿Escuchaste algo de los espíritus?

―No.

―¿Sigues sin entrar en comunión con ellos?

El elfo, dejando de mirar las llamas quemando la madera y hojarasca, mira a su compañero que parece demasiado joven comparado a él. Nunca entenderé por qué los semi-elfos son tan diferentes de los elfos, pues ellos no son tan racistas pero ser amigo de uno es muy complicado.

―Lo siento ―se adelanta el conejo, agachando las orejas―. Eso... ha sido irrespetuoso, y estás en tu derecho de no hablar de ello.

Entonces el elfo habla.

―Mi bisabuelo, en su juventud, vio algo parecido ―comenta y las orejas de la bestia se alzan en punta para prestar atención. El elfo ahora mira en dirección a las montañas―. Dijo que ahí vivían dragones de muchas especies junto a reptiles que no les gustaba la zona de los pantanos o los bosques brumosos del oeste. ―Lentamente lleva su mano al mango de su espada desgastada, llena de golpes, y la acaricia como si eso le ayudara a recordar―. Los dragones... eran hermoso y valientes, pero también peligrosos. Incluso el dragón más pequeño tenía un poder devastador, ya que un niño podía destrozar una casa de una pedrada.

―¿Es eso posible?

―Los dragones nacen con mucha fuerza física, y con un hueco espiritual ligado a su núcleo ―suelta el mango y lleva la mano a su pecho, justo en la zona del corazón, conforme cierra los ojos―. Los espíritus esperan entrar en comunión con ellos, pero la mayoría de ellos prefieren no aceptarlos hasta que tienen su primera cría para que así puedan protegerla hasta los primeros años de niñez. Sin embargo... ―abre los ojos y su ceño se frunce―... escuché que hubo dragones que se aferraban al odio, el veneno y la maldad, por lo que abandonan su apariencia majestuosa y dan paso a criaturas mucho peores.

―¿Pe-pe-peores? ¿Peor que un dragón normal?

El elfo asiente solemnemente, ahora mirando a su compañero conejo.

―El día que mi bisabuelo vio un cielo similar, un nuevo dragón renació como lo haría el fénix de las leyendas, abandonando su pureza para irse al lado de la oscuridad. ―Los ojos de él, oscuros, brillan con fuerza. Quizás con miedo. Quizás con cautela―. Ese dragón salió de ahí, alzando sus alas negras, y del cielo llovieron piedras de llamas negras que quemaron parte del bosque mientras los dioses estaban peleándose entre ellos. Fue caos. Mi bisabuelo dijo que nació una nueva variante de dragón llamado "Maldito".

Dejo de prestar atención a la conversación, para pasarme el dorso entumecido de la pata por la cara para quitarme la nieve que se adhiere a mis pestañas, lo que hace que mi visión sea más molesta de la usual. Después miro a los alrededores, pero sigue sin haber ningún animal a kilómetros a la redonda. Los ciervos y conejos, típicos de lugares montañosos, no los he visto ni siquiera desde que ingresé al pequeño territorio señalizado, y me he dado cuenta que todas las bandadas de pájaros evitan cruzar cerca de las montañas.

¿Debería de irme? No parece que vaya a ocurrir nada, y de momento no es buena idea colarme para buscar algún tesoro en los primeros pisos del laberinto...

Realmente quiero irme, de verdad, pero mi tigre se niega a permitirme que nos larguemos de inmediato. De hecho, alcanzo a escuchar el primer sonido de un relámpago negro en el cielo que hace que las voces de los pequeños grupos diseminados se callen. Levanto la mirada al cielo. Al saber que acaba de ocurrir algo rechazo la idea de irme, no ahora que quizás eso signifique que es la señal de algo bueno. Con un pco de suerte, si los aventureros mueren en el exterior de las montañas, junto en la falda, puedo rapiñar sus armas e indumentaria para sacarme un dinero extra aunque eso no fuera mucho.

Así que espero, poniendo toda mi atención para intentar hallar algo con la mirada. Lo que sea. La nieve que arrecia no es precisamente una buena aliada para mi campo de visión, el frío a veces me dificulta pensar con claridad, pero mi intuición advierte que va a ocurrir algo que marcará el cambio del mundo... aunque eso suene fantasioso. Pero es que mi intuición nunca me ha fallado, ya que las bestias tenemos el sentido de la intuición muy desarrollado.

Un trueno.

Dos truenos seguidos.

Una pausa.

Tres truenos seguidos.

Silencio.

Un absoluto silencio se ha cernido de repente de nuevo en el lugar que me escondo de los ojos de los demás. Ahora ni siquiera se escucha el viento, lo cual puede significar que el posible tornado o tormenta aparecerá en algún momento.

Pero, entonces.... ¿por qué mi tigre se está poniendo nervioso? ¿Qué es lo que le altera?

La respuesta a esas preguntas no demora en ser saciada: La tierra comienza a sacudirse con violencia, azuzando árboles ―conmigo encima, clavando la garras en la madera― y provocando que los pájaros que se habían escondido trinen como locos. Le sigue el sonido de los relámpagos encadenados uno a uno, un rugido proveniente de la misma tierra, y finalmente algo sale por los aires... como si las propias montañas lo hubieran escupido al igual que un pedazo de hueso enquistado en la boca.

No, no es algo, sino alguien.

Dos personas han salido de la cumbre de la montaña, pero no personas corrientes, de eso estoy completamente seguro: Un demonio de cabello negro y algo que se aferra a él como si su vida dependiera de ello.

Esto es jodidamente raro. Muy raro.

Más todavía descubrir que todas las nubes negras dan paulatinamente claridad a un cielo gris parcheado en el cielo, enviando rayos de sol y un poco de calor. Es como si, de repente, el temporal invierno hubiera dado paso a un renacimiento.

Entonces, de repente, suena una pregunta en mi cabeza:

¿Ha sido buena idea venir, aun cuando Careth me advirtió que no lo hiciera?

No tengo respuesta, ni mi tigre. Sólo Zéfira sabrá si mi destino acaba de cambiar, o voy a seguir siento tan joven y estúpido después de este evento.

.  * .    .   °  . ● ° .


Físico inspirado en Toga (cambiad el rubio por el cabello blanquinegro y los ojos amarillo-anaranjado propio de un felino. También dadle vello corporal, bastante, y una barba).

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