Dulce enemistad

By wr_eiden

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Cansada de seguir las reglas de su familia y lo que el resto espera que ella logre, Ellie decide independizar... More

Sinopsis
Prólogo
Alcohol
¡A primera hora!
De Compras
Así no se hace un omelette
Zane
Ellie
De fiesta
Juntos, pero no revueltos
Dulce mañana
Así son las cosas

De madrugada

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By wr_eiden

La partida había terminado. Cuando miré la hora en la pantalla, apenas faltaban unos minutos para las tres de la madrugada. Mis hombros estaban entumecidos y mis párpados pesaban más de lo normal. Había perdido la noción del tiempo mientras hacía mis transmisiones en vivo, y ahora estaba pagando las consecuencias de mis decisiones.
Me incliné hacia atrás en la silla y estiré los brazos con fuerza hasta que un rugido tan feroz como el de un león llenó por completo mi habitación. Las mejillas se me calentaron, miré a la cámara y, para mi suerte, ya había terminado el directo. Estaba a salvo. Mis pocos seguidores no pudieron escuchar aquel desastroso sonido proveniente de mi estómago. Suspiré y por un momento dejé que el peso de mis párpados pusieran en negro mi vista. Tenía sueño, eso era seguro, pero quizás un aperitivo antes de dormir no era tan mala idea después de todo. Tal vez no estaba de más pensar en el desayuno.
Salí de la habitación sosteniéndome el cuello. Era probable que volviese a sufrir de torticolis por segunda vez en el mes. Con pasos vacilantes, atravesé la penumbra hacia la cocina, y al encender la luz, la cruda y helada brisa de la madrugada me envolvió, erizándome la piel. Me abracé buscando calor, pero el frío suelo de las baldosas bajo mis pies descalzos solo me hizo temblar aún más.
—No serás capaz de vivir sola ni siquiera un mes —recordé las palabras de mi mamá mientras decidía qué hacer.
—Tendrías que haber dicho un año, mamá —decía para mí mientras alborotaba lo poco que quedaba en mi alacena buscando mi salvación—. Ya llevo más de medio año y no siento que me esté muriendo —el estómago volvió a rugirme-. Al menos no del todo.
Miré hasta el fondo y las reservas estaban casi secas. Tendría que acostarme con hambre e ir de compras el próximo día. Odiaba hacer las compras.
—¡Aja! —solté con alegría. En mis manos tenía la última sopa instantánea que me quedaba—. Vaya manjar de los dioses que iré a degustar la noche de hoy… O madrugada, mejor dicho.
Cerré las puertas de la alacena, abrí el grifo y luego coloqué la sopa con el agua indicada en el microondas.  Mientras esperaba, mi mirada se perdía entre la silenciosa cocina. El característico sonido  del microondas calentando el empaque de fon con fideos que parecían más plástico que una comida nutritiva, era lo único que interrumpía la tranquilidad de la noche. En el lavabo había varios platos sucios de los cuales decidí encargarme mientras aguardaba. El pitillo del aparato con mi sopa instantánea sonó varias veces y tomé un tenedor, ansiosa por digerir la espléndida comida que había preparado en menos de diez minutos.
Apagué la luz de la cocina y subí las escaleras a tientas revolviendo con el utensilio los fideos. El olor se colaba por mis fosas nasales haciéndome babear y desear comer antes de que estuviese la sopa en su punto exacto. Al entrar a mi habitación sentí un frío diferente, más intenso que el de antes. La ventana estaba abierta de par en par y las cortinas se movían suavemente al ser acariciadas por la helada brisa nocturna. ¿En qué momento había abierto la ventana del cuarto? Estaba segura de que no fue algo que decidí hacer, pero visitas no tenía esa noche.
—¿Hola? —dije casi en un susurro entre miedo y pánico. Si había un violador, un ladrón o algún extraño con malas intenciones, estaba indefensa. Tomé una bocanada profunda de aire fresco y volví a repetir. En esta ocasión con un tono más firme y entendible, pues el miedo significaba debilidad—. ¿Hola?
La gélida brisa continuaba soplando y la piel se me erizaba con cada nuevo soplido. La luz de la luna llena alumbraba lo suficiente como para poder ver todo con claridad. La nariz comenzó a picarme y estornudé. Tenía que cerrar la ventana antes de que atrapara algún resfriado. Dejé mi sopa en el suelo, a un lado de la entrada, tomé mi bate con púas ficticias y comencé a andar entre mi habitación con pies de plomo. Apretaba el bate con fuerza y buscaba con cautela en cada rincón de mi cuarto con la mirada. Paso a paso, me deslicé hasta la ventana sin notar nada fuera de lo común. El PC estaba apagado con su respectivo orden… o desorden en el escritorio. En la cama yacía un tumulto de ropa limpia cubierta por la cobija y el closet abierto no dejaba oportunidad a que alguien pudiese esconderse dentro.
Quizás estaba siendo demasiado paranoica al respecto. La falta de sueño, el estrés y el hambre me podrían haber hecho una mala jugada. Quizás sí había abierto la ventana y quizás debería de cerrarla, comer y acostarme meditando si debería o no continuar jugando a tan altas horas. Tan solo quizás no era bueno para mi salud estar sentada frente a un monitor más horas de las que dormía.

Dejé el bate apoyado contra la pared, cerré la ventana y suspiré, intentando calmar mi agitado corazón. Al cerrar los ojos, respiré profundamente, esperando que la tensión disminuyera. Después de unos momentos, abrí los ojos y me vi en el espejo colgado en la puerta del armario. Mis ojeras eran enormes, mi piel pálida había perdido aún más su color debido a tantos días encerrada sin recibir el sol. Aunque mi figura no estaba en forma y quizás un poco pasada de peso, no era mala; tal vez se debía a mi madre, quien considero una de las mujeres más hermosas que he conocido. No obstante, decidí agregar a mi lista de "próximas cosas por hacer" salir a correr por las mañanas, no estaría de más.
Estaba a punto de dirigirme hacia donde había dejado la sopa, cuando noté algo extraño al costado de mi cama a través del reflejo del espejo. La ropa limpia que recordaba haber dejado sobre la cama, cubierta con una sábana, ahora estaba esparcida justo al lado. Junto a ellas, había prendas desconocidas, demasiado grandes como para ser mías.
Con el corazón desbocado de mi pecho, traté de levantar la cobija con suavidad, pero una mano áspera y fuerte me cogió por la muñeca jalándome hacia la cama sin poder oponer resistencia alguna.
La cabeza me daba vueltas, no entendía qué estaba sucediendo, sentí el peso de un brazo rodearme con cariño. Detrás de mí, un calor acogedor que me hacía sentir bien, pues tenía frío. La comodidad que notaba me hizo calmar por unas milésimas de segundos mientras aún me encontraba confundida, hasta que entre en razón y un frío diferente recorrió mi espalda. ¿Quién diablos era el que me estaba abrazando?
—Diablos, Oreo. Tendré que darte un baño. Apestas —dijo el extraño a mis espaldas mientras acercaba su nariz a mi pelo. No supe como reaccionar, pero el calor me subió por el rostro como una llamarada. Sea la vergüenza o enojo, aquel comentario fue como una cachetada devolviéndome a la realidad. Sin pensarlo, mordí a mi agresor para liberarme de su agarre—. ¡Mierda! ¡Oreo!
Cuando el extraño me soltó, me escabullí a toda prisa hacia la puerta. La sombra del hombre que se encontraba en mi cama se irguió mostrándome como al menos me sacaba una cabeza de altura. Tropecé asustada y comencé a arrastrarme hacia la puerta donde descansaba mi sopa instantánea.
—¿Quién eres tú? —me decía mientras se acercaba hacia mí. Sin reflexionarlo demasiado, tomé la sopa instantánea y se la arrojé encima—. ¡Pero qué diablos! —se quejó y aproveché la ocasión para correr hacia la ventana donde estaba mi bate de ficción. El hombre se restregaba el rostro con el brazo mientras buscaba a tientas la luz de la habitación. Él de alguna manera sabía más o menos donde es que se encontraba hasta que dio con ella y el cuarto se iluminó por completo.
—La que debería de preguntar quién eres, soy yo —titubeé. Con la luz prendida logré observar por completo a mi agresor. Era alto, de pelo oscuro, de cuerpo musculoso y lo que más me inquietaba es que estaba casi desnudo. No pude evitar el no ruborizarme—. ¿Acaso has venido a robarme, matarme, violarme? Espero que no pienses que puedes conmigo, sé cómo defenderme.
—No… Espera. ¡Ah! —continuaba restregándose el rostro mientras se tambaleaba. Parecía borracho. Apestaba a alcohol. En definitiva era un borracho—. ¿Dónde estoy?
—En mi habitación, imbécil. ¿Acaso no ves? —solté con fiereza—. No soy tan boba como para caer en tu juego.
Busqué con la mirada mi celular. Tenía que llamar a la policía antes de que todo se pusiese peor. Un hombre desnudo, alcoholizado que irrumpe en el cuarto de una chica como yo, estoy segura de que no había mucho que explicar.
—¿Cómo esperas que vea algo si acabas de tirarme una sopa caliente en el rostro, retrasada?
—¡¿Retrasada?! —no dude un segundo más para abalanzarme sobre él. El enojo me hizo hervir de ira y olvidé por completo el celular.
—¡Auch! ¡No! ¡Espera! —decía mi agresor mientras yo le propiciaba golpe tras golpe con mi bate de plástico que al parecer no era tan buena herramienta de protección. Me detuvo en seco sosteniéndome por la muñeca. Me asusté aún más cuando vi que no pude soltarme y los ojos se me comenzaron a llenar de lágrimas, sin embargo, no estaba dispuesta a dejarlo verme llorar.
Medité por unos segundos lo que podía hacer. Fui estúpida, debí de buscar mi celular en vez de dejarme llevar por la emoción. Ahora estaba acorralada y si no hacía nada, podría convertirse en una de las peores noches de mi vida.
—¡Si piensas hacerme algo, hazlo ya! —solté casi en un llanto sabiendo que estaba perdida.
—Por el amor a Cristo. Deja eso ya. No he venido a hacerte nada, maldita sea. Yo solo quiero dormir.
—¡Pues yo no quiero dormir contigo!
—¿Qué? No, yo tampoco quiero dormir contigo. No eres para nada mi tipo. En serio solo quiero dormir y en todo caso, ¿cómo entraste?
—Esta es mi casa, ¿acaso no es lógico que esté yo en ella?
—¿Tu casa?
—Sí. Y como dices, por el amor a Cristo, al menos ponte unos pantalones.
El extraño no había caído en cuentas de que se encontraba en ropa interior. Le vi, me miró, el rostro se le enrojeció, soltó su agarre y se apresuró a tomar unos pantalones negros que probablemente se sacó antes de meterse a mi cama. Sin darle tiempo comencé a interrogarlo. Estaba claro que no quería nada de mí, no parecía un ladrón y no sonaba como si quisiera violarme, pero que hacía un extraño metiéndose en mi casa de aquella manera.
—¿Quién eres y por qué entraste a mi casa?
—Yo qué sé, juraría que estaba entrando por la ventana de mi habitación. ¿Acaso este no es el 10—16?
—Obviamente, es el 10—16. Es que hoy decidí mover todas mis pertenencias a este apartamento —dije con evidente sarcasmo en el tono de mi voz—. ¿Tienes algún tipo de retraso?
El chico me fulminó con la mirada mientras terminaba de ponerse su camisa. Sin embargo, por más intimidante que pareciera, no le aparté la mirada en ningún momento. Ahora solo me parecía un idiota más del montón. Uno de ojos miel bastante llamativos…
—¿Eres así de pesada siempre o te has majado una teta?
—¡Eres un imbécil! —dije al taparme el busto con los brazos—. Voy a llamar a la policía —comencé a buscar en mi escritorio hasta que encontré mi celular.
—¡No! Aguarda —se abalanzó sobre mí aun sin terminar de abrocharse la camisa, tomándome de la muñeca para evitar que continuase marcando—. No tenemos que llegar a tales extremos —se apresuró a decir—. Lo siento. He venido muy borracho y me he equivocado de ventana…
—Te has equivocado de ventana…
—Sí —contestó cabizbajo—, vivo en el 10—16. Me he dejado las llaves en la casa de un amigo. Me subí por el tejado para entrar por la ventana, pero al parecer he fallado.
Lo miré de arriba abajo mientras se tambaleaba por el efecto del alcohol que aún permanecía en su sangre. Estaba espabilado, pero sus ojeras, aunque eran más leves que las mías, le delataban el sueño que sentía. Suspiré y dejé salir la tensión, era solo un tonto borracho. Un pedante más que no era ni más ni menos que mi vecino.

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