Guerra de Ensueño I: Princesa...

By Fantasy_book_queen

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Borrador final (espero) del primer libro de la saga Guerra de Ensueño antes de que sea publicado. Ziggdrall l... More

Oh, sh*t, here we go again!
Introducción
1: Ejército
2: Despierta en un lugar extraño
4: La armada
5: Mitos y Leyendas I
6: Permanencia
7: ¿Otro mundo?
8: ¿Magia para pelear?
9: Un matiz para la guerra
10: Conocer la guerra
11: Encuentros
12: Reparaciones
Interludio I
13: Volver a empezar
14: La reserva
15: ¿Una misión asistida?
Interludio II
16: Razones para mentir
17: Lionel
18: Volver a casa
Interludio III

3: La torre de los magos

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By Fantasy_book_queen

La luz del sol lastimó mis ojos cuando salimos de la habitación de Inanna que, vista por fuera parecía más una diminuta cabaña de adobe y madera, pulidos hasta verse presentables. Giré mi cabeza de un lado a otro buscando absorber cada detalle posible, esperando que al menos alguna cosa despertara algún recuerdo en mí, para ayudarme a no sentirme tan perdida y vulnerable.

Kaiya e Inanna se separaron de nosotros alegando que irían al comedor mientras señalaban un edificio hacia el sur de nuestra ubicación actual, el cual parecía una especie de salón de piedra y madera, también de un solo piso como parecían ser todos los de ese pequeño pueblito que parecía encerrado en el interior del bosque.

Pude ver una valla de largos cristales azules delimitando el lugar, así como un grupo de árboles de flores púrpuras que dejaban caer decenas de ellas al interior del pequeño pueblo, como una calmante lluvia que deseé con todas mis fuerzas poder tocar con mis dedos. Sin embargo, Alexander hizo girar mi cabeza al frente, haciéndome notar que, en mi intento por mirar todo lo que me rodeaba, había terminado por colgarme de sus brazos de forma poco segura.

—Lo... lo siento —tartamudeé, sonrojándome un poco y consiguiendo que él dibujara el inicio de una sonrisa que duró apenas un instante.

—Una civil no puede espiar el interior de una armada. Es más, una civil no tendría por qué estar aquí. Irás con Slifera para ayudarte con tus memorias y cuando te sientas mejor, irás con tu familia o con quien sea que esté esperándote fuera de aquí —dijo con seguridad, haciendo que una vibrante esperanza aleteara en mi pecho.

—¿De verdad? —pregunté, más aliviada de lo que había esperado, consiguiendo que el muchacho luciera repentinamente incómodo.

—Probablemente. No puedo asegurar que haya una familia esperando por ti, o siquiera alguien. La guerra le ha quitado demasiado a las personas —admitió, huyendo de mi mirada y fijándola en la torre de gastada pintura azul y negra que parecía esperar por nosotros.

Seguí la misma dirección, notando que parecía ser el único edificio de dos pisos del lugar, tratando de no pensar en cómo sus palabras habían matado mis esperanzas, cambiándolas por una sensación mucho peor que la que había sentido al despertar, al pensar en la palabra guerra.

Por un instante quise preguntar a qué se refería con eso, pero no me atreví, sintiendo que la respuesta solo empeoraría mi ánimo, y mantuve mi vista en la cada vez más cercana puerta de dos hojas, hecha con madera que antaño debía haber estado pintada de negro. Sebastian la abrió para nosotros, dejándome notar con el movimiento que un pendiente de cristal colgaba de una de sus orejas.

Nos recibió una habitación circular con una curiosa decoración, repleta de enredaderas y un sinfín de plantas cuyos nombres desconocía, que crecían en los límites de los grandes ventanales. Allí había también decenas de estantes con frascos y botellas, llenos de líquidos de lo más extraños, tanto brillantes como oscuros y opacos que parecían ser cenizas líquidas.

—Esperen aquí un momento, iré a explicarle la situación —pidió el mayor, echando a correr escaleras arriba y dejándome sola con Alexander, quien miró de un lado a otro, buscando un sitio donde pudiéramos sentarnos, pues todos los asientos estaban llenos de libros, hojas, plantas e incluso trastes sucios.

Apreté los labios, sin saber qué decir, pero encontrando aquello ligeramente divertido.

—Eh... siento... siento el desastre —tartamudeó incómodo, buscando hacer espacio en un sillón para ayudarme a quedar sentada allí, antes de comenzar a ordenar el lugar, limpiando todo lo que podía y dando la sensación de que el desorden parecía molestarlo mucho.

Lo observé por varios minutos, buscando el valor para hacerle alguna otra pregunta, sin saber si me respondería o no, mientras veía de reojo los títulos de decenas de libros y notas sueltas que parecían estar en un idioma que no reconocí.

—¡¿Qué estás haciendo, Al?! —se escandalizó Sebastian, quien bajaba las escaleras, echando a correr para quitarle un par de papeles de las manos, luciendo horrorizado.

—Acomodo un poco. Como siempre, tienes un desastre aquí, Seb —respondió, buscando regañarlo, cosa que pareció ofenderlo mucho.

—¿Un desastre? Todo estaba perfectamente acomodado —replicó, girándose hacia mí y tomando un puñado de papeles que Alexander había acomodado en el reposabrazos del sillón.

—¿Incluyendo los trastes del comedor que parecen tener tres semanas aquí? —respondió su hermano, cruzándose de brazos y consiguiendo que Sebastian separara los labios, todavía más ofendido. Sin embargo, pareció obligarse a dejar el tema de lado, solo dándole una mirada reprobatoria a su hermano menor.

—Slifera va a recibirla, la llevaré arriba si prometes no seguir metiéndote con mis cosas —pidió.

Alexander negó con la cabeza, diciéndole así que no tenía remedio antes de dejarse caer dramáticamente a un lado mío, dándole a entender que no se movería de allí.

—Gracias —respondió a su hermano visiblemente aliviado, acercándose para cargarme y llevarme a través de unas escaleras de metal dorado, cuyo pasamanos parecía hecho de decenas de pequeñas espirales que hacían juego con cada escalón.

Al llegar arriba pude ver varias plantas creciendo alrededor de las ventanas, justo como en el piso de abajo, pero el mobiliario no podía ser más diferente, pues consistía en un conjunto de camas arregladas en dos ordenadas filas. Todas tenían sábanas blancas, haciéndome pensar en una especie de enfermería, cosa que quedó confirmada cuando pude ver los estantes, en los que había decenas de frascos nuevos, hierbas secas y vendas de diferentes tamaños.

A diferencia de Alexander, Sebastian daba pasos más largos, pero su movimiento era mucho más suave y tranquilo, así como las ondulaciones de su cabello que me hacían cosquillas en la mejilla al estar recargada en su cuello.

—Si te lo preguntas, esta es la enfermería de la armada —confirmó en voz baja—. Aquí recibimos a todos los heridos, pero debido a que tú no llegaste de forma oficial, te quedaste en la habitación de Inna.

Asentí, todavía tratando de analizar todo el lugar mientras el muchacho nos llevaba a un nuevo conjunto de escaleras doradas que estaban al otro lado de la habitación.

—Slifera puede ser algo ruda, pero te prometo que no te hará daño —aseguró—. Solo no te asustes con su presencia —pidió.

Su comentario llenó mi cabeza de preguntas, pero no tuve ocasión de hacer ninguna antes de que llegáramos al último piso, donde una mujer de largo y ondulado cabello dorado mezclaba el contenido de varios frascos.

—Déjala sobre la cama si no puede levantarse, o sobre un taburete si no tiene problemas para quedarse quieta —instruyó con seriedad, logrando que Sebastian asintiera de forma solemne, ayudándome a sentarme en un pequeño banco que parecía de terciopelo, antes de retirarse.

La mujer siguió en lo suyo por varios minutos, moviéndose con elegancia con su largo vestido blanco de amplias mangas y dejándome analizar adónde había ido a parar ahora: una alcoba enorme que, a pesar de la apariencia sofisticada de su dueña, tenía un estilo un tanto rústico y desordenado.

Había una cama en el extremo más alejado de la puerta, cerca de donde yo estaba, llena de cojines de muchos colores y, a diferencia de las camas que había visto en el lugar, esta tenía la forma de un círculo. Sobre la misma, colgaban un conjunto de cortinas vaporosas y algunos listones que tenían pequeñas piedras o figuras de madera, dándole un aspecto curioso y bello a la vez. Pude ver también varios estantes con decenas de libros mucho más grandes y viejos que cualquiera que hubiese visto abajo; un armario de madera, adornado con un conjunto de relojes y más estantes que contenían aún más frascos y hierbas.

Por fin, la bruja terminó lo que hacía, girándose para mirarme con una pizca de interés con sus ojos tan azules como el cielo a medianoche, que contrastaban de sobremanera con sus labios pintados de rosa y su piel blanca y perfecta.

—Así que tú eres la chica que rescataron hace unos días —comentó, levantándose para acercarse a mí, ofreciéndome un pequeño vaso parecido a una copa cuadrada que contenía un líquido transparente que no dejaba de humear como si estuviese muy caliente—. Bébelo.

—¿Qué es? —me atreví a preguntar, observándolo con curiosidad, pues pese a su apariencia, la copa se sentía fría y el contenido no despedía ningún aroma.

—Te dije que lo bebieses, no que me cuestionases —respondió de un modo que me hizo arrepentirme de haber preguntado. Opté por hacerle caso, segura de que ella resultaría peor que los hermanos si llegaba a desafiarla. Tal como había esperado, el contenido resultó ser frío y sin sabor, brindándome una sensación cálida, como si acabara de tomar algo para dormir.

—No te asustes, niña —pidió Slifera, acercando un segundo taburete para sentarse frente a mí—. Lo que acabas de beber ayudará a debilitar cualquier magia que hayan puesto en ti. Si tus memorias han desaparecido por esa razón, eso me ayudará a romper el bloqueo. Ahora relájate, voy a buscar hechizos —explicó, subiendo las mangas de su vestido hasta sus codos y poniendo las yemas de sus dedos sobre mis sienes, haciendo que la sensación de sopor se incrementara un poco.

Por mucho que intenté resistir, una sensación extraña me invadió, dejándome a medio camino entre el sueño y la vigilia, causándome un dolor de cabeza que cada vez se hizo peor, haciéndome perder la noción del tiempo mientras la mujer seguía intentando lograr que mi memoria volviera de algún modo.

Para cuando pude abrir los ojos, habían pasado varias horas y el sol se ocultaba por el horizonte, dándole a la habitación distintos matices coloridos gracias a las pequeñas piedras que hacían de cortinas. Sentía como si mi cabeza fuese a explotar, pero ningún recuerdo había llegado a mí, aunque, al no saber cómo funcionaba la magia, tampoco sabía lo que eso significaba o si era así como las cosas debían ser.

Para ser honesta, nunca había pensado que la magia se sentiría como flotar en un mar de cosas desconocidas. Una parte de mí parecía sentir todo lo que la mujer hacía en mi cabeza, dejándome totalmente indefensa y adolorida. Era como si todas las ideas en mi mente fuesen una enredada madeja de hilos que ella se había puesto a examinar, organizar y desenredar. Esperaba que, al menos, todo eso valiera la pena.

—Nada —se quejó la bruja en cuanto me soltó, casi como si respondiera a mi silenciosa pregunta—. No pude encontrar nada. Ni hechizos, ni recuerdos. Es como si toda tu vida hubiese desaparecido sin dejar rastro. O al menos, de una forma que ni yo o ninguna de las brujas pilares, habría podido arreglar.

—¿Pilares? —murmuré, sintiendo que una sola explicación más me haría estallar la cabeza.

—Olvídalo, no tiene sentido decir nada más si no vas a entenderme —respondió, poniéndose de pie y llamando a gritos a Sebastian.

—¿Entonces qué pasará conmigo? —dudé, sintiendo que la ansiedad en mi pecho volvía, al saber que nadie allí podría ayudarme.

—No lo sé. Puede que tus memorias regresen con el tiempo o puede que no, pero no hay nada que pueda hacer con mi magia. Lo siento. Alexander decidirá qué hará contigo, pero lo más probable es que tengas que irte a menos que encuentres una muy buena razón por la que valga la pena que la armada se arriesgue por ti —dijo con sencillez, dándome a entender que mi vida y mi futuro no podían importarle menos.

Intenté decir algo, pero no encontré palabras, sintiendo cómo el color abandonaba mi rostro en el momento en el que los hermanos llegaban a la habitación, mirándonos expectantes.

—No tiene memorias, muchachos. No hay nada que podamos hacer por ella aquí y no sé a qué se debe —reconoció la mujer, mientras seguía acomodando el conjunto de frascos que había sacado de sus estantes para darme la extraña poción que había preparado.

—¿Entonces? —preguntó Sebastian, mirando a Alexander, quien luego de mirarme a mí y a él de reojo, hizo una pequeña mueca.

—¿No podrá recordar quién es algún día por su cuenta? —cuestionó a la bruja.

—Puede que sí, como puede que no. Lo único que puedo decirte sobre ella es que nació con magia, aunque no sé si eso importe para ustedes —respondió, encogiéndose de hombros, consiguiendo que la mirara en busca de más información que se negó a darme, haciendo que recurriera a los hermanos.

—¿Magia? ¿Estás segura, Slifera? —respondió el menor, mirándome fijamente con sus ojos color miel, haciéndome sentir bastante más incómoda de lo que la declaración de la bruja había hecho.

La magia no tenía el más mínimo sentido para mí. Comenzaba a sentirme como si todos estuviesen jugándome una elaborada broma de la que no podía zafarme al no recordar cómo eran las cosas realmente y aquello me frustraba muchísimo.

—Debió haber sido una bruja antes de su accidente. Dudo mucho que siquiera pueda dominarla ahora. Sin embargo, podemos probar esa teoría cuando se recupere —ofreció—. Si quieren dejarla quedarse, claro está —corrigió.

Alexander pareció considerarlo un poco antes de negar con la cabeza, haciendo que el poco color que había vuelto a mi rostro terminara por esfumarse una vez más.

—No lo sé. No sé qué tan prudente sea mantenerla aquí. Sobre todo si tiene magia. Tengo que pensarlo y tal vez consultarlo con la División —reconoció—. Por el momento, llévala de regreso al cuarto de Inanna —pidió a Sebastian—. Tienes prohibido abandonar la habitación. Inanna y Kaiya se turnarán para revisar el avance de tus heridas y cuando decidamos lo que ocurrirá contigo, te lo haremos saber —explicó, dirigiéndose ahora hacia mí.

Me obligué a asentir a pesar de las ganas que tenía de rogar que no me echaran cuando no entendía siquiera en dónde estaba, pero algo me dijo que eso no me ayudaría en nada. Alexander pareció conforme, saliendo del lugar pensativo, dejándome en compañía de Slifera y Sebastian, quien no parecía saber exactamente qué hacer.

—¿Ya planeas obedecer a Alexander? —preguntó la bruja—. Sácala de mi cuarto y regresa pronto. Hay cosas que arreglar en la torre. Las reservas de fórmulas y pociones están escaseando otra vez porque no dejas de perder el tiempo con tus experimentos.

—No estoy perdiendo el tiempo. Estoy haciendo avances —respondió el muchacho, pero su tono con la bruja era muy diferente que el que tenía con su hermano, siendo mucho más respetuoso.

Slifera chasqueó la lengua, invitándolo a irse con un nuevo gesto, haciendo que él me tomara en brazos una vez más, sacándome de la torre de regreso a la habitación en la que había despertado.

Mantuve la vista baja, todavía sin saber si debía preguntar algo o no al muchacho, pero él pareció notarlo.

—No te preocupes, sé que por el momento las cosas no son demasiado alentadoras, pero verás que cuando te recuperes todo tendrá un mejor matiz —ofreció con amabilidad. Asentí, agradeciendo sus palabras, aunque sentía que podría ponerme a llorar una vez más.

—¿Cómo lo será si planean sacarme de aquí en cuanto pueda caminar? —pregunté antes de poder evitarlo.

El muchacho lució incómodo enseguida.

—Lo siento, sé que ya me han ayudado mucho, pero sigo sin entender la mayoría de lo que está ocurriendo y no puedo ni imaginar qué será de mí si tengo que valerme por mí misma fuera de aquí —me disculpé, evadiendo su mirada.

—Lo sé, lo entiendo, y estoy seguro de que Slifera y Alexander también —aseguró, consiguiendo que lo mirara—. ¿Por qué crees que ella reconoció que puedes hacer magia? Eso podría darte una oportunidad de quedarte —sonrió—. Al no ha dicho que vaya a sacarte de aquí. Es una situación delicada, pero todavía no es algo definitivo.

Eso pareció tener sentido, haciendo que me sintiera algo avergonzada de mi arranque. Si ellos me habían salvado la vida, no tenía demasiado sentido que me botaran al bosque y me dejaran morir.

—Por ahora, tú concéntrate en sanar y yo iré a hablar con Alexander. Si no puedes quedarte, tampoco dejaré que te envíen fuera de aquí sin tener idea de lo que pasa —prometió.

—¿Cómo... cómo harás eso? —dudé, pero él solo volvió a sonreírme por respuesta, haciéndome bajar hasta estar de nuevo en la cama de la muchacha amable, quien no parecía estar por ningún lado. Sebastian se alejó para encender una lámpara, asegurándose de que todo en la habitación estuviese en orden.

—Eso déjamelo a mí. Ha sido un día muy largo. Concéntrate en dormir, o en un rato Inanna te traerá una poción para eso —advirtió, abandonando la habitación y cerrando la puerta antes de que pudiera responderle.

Hice una mueca. Tenía la sensación de que obedecerle me sería muy difícil, pero la idea de que usaran alguna poción extraña sobre mí otra vez me atraía incluso menos, así que, tras soltar todas mis preocupaciones en un largo suspiro, me acomodé para intentar dormir, lográndolo con mucha más facilidad de la que había creído inicialmente.

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