Magnate Pimentel

By Storiesscris

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Joel Pimentel es un gran hombre de negocios, todo en su empresa iba de bien en mejor. Todo en él era éxito, t... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25 (FINAL)
Epílogo

Extra

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By Storiesscris


¡Este mes hace 2 añitos que empezamos a escribir esta historia, no puedo estar más feliz!

✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨

Fiamma D'Altrui

Me apoyé en el marco de la puerta, observando a mi marido cocinar como no había hecho nunca. Siempre buscaba la excusa perfecta para escaquearse, yo sabía de sobra que era porque la cocina y él no se llevaban bien del todo, pero tampoco es que le echara ganas para aprender a hacerlo o algo por el estilo.

Nunca dije nada, al fin al cabo, me divertía cuando se inventaba algo para irse y dejármelo en mis manos, o cuando se quejaba y decía que éramos ricos para algo, que podíamos pedir la comida y nos quedábamos más tranquilos. Y ya ni hablar de la excusa de "No sabes cuánto te quiero, voy a invitarte a cenar esta noche".

—¡Joder, Fiamma! —exclamó, asustando, llevándose una mano al pecho nada más voltear.

Tuve que morderme los labios para evitar reírme, sería una mala esposa si lo hiciera. Mi pobre marido se estaba esforzando solo para complacerme a mí sin habérselo pedido.

Non dire parolacce —advertí, aunque probablemente yo maldecía mucho más que él.

Me acerqué, dejando que los tacones resonasen con cada paso que daba. Normalmente me los quitaba nada más llegar a casa, pero ese día todavía los llevaba puestos.

—Feliz aniversario, amore —susurré, envolviendo mis brazos tras su nuca para dirigir así mis labios a los suyos.

Aceptó gustoso, sonriendo cuando mi lengua trató de mezclarse con la suya. Sus manos buscaron la curva de mi cintura y me pegó a su cuerpo al tiempo que deslizaba mi labio inferior entre sus dientes.

—Pequeña Fiamma... —ronroneó, rozándome los labios con cada palabra que decía—. Doy asco en la cocina, créeme que lo he intentado pero te juro que no soy capaz... Déjame invitarte a cenar esta noche, por favor.

No me sorprendía para nada su petición, de hecho era lo más predecible del mundo mundial, podían pasar los años que quisieran pero aún así Joel seguiría siendo siempre el mismo chico.

—Teniendo en cuenta que estamos en Italia, deja que sea yo quien te invite a ti, conozco un restaurante que te va a encantar —susurré, dejando un último beso en sus labios antes de separarme. Llevé mis manos al bolsillo de mi pantalón e hice una mueca al comprobar que mi teléfono no estaba allí.

Si odiaba los trajes por un motivo era única y exclusivamente por eso, pues por todo lo demás eran el mejor atuendo que una persona podría llevar.

Me había dejado el teléfono en mi oficina otra vez. Llevábamos tres días en Italia porque necesitaba controlar un poco como iba mi empresa por aquí y ya de paso para celebrar nuestro aniversario en el mismo país que concebimos matrimonio.

Joel me sonrió com burla al ver que, efectivamente, estaba una vez más sin teléfono.

—Señorita D'Altrui, me parece a mi que anda usted con la cabeza por las nubes últimamente.

—A mi también me lo parece —reí en bajo—, pero eso significa que tenemos que pasarnos por allí para coger mi teléfono. Sería peligroso que cayera en las manos equivocadas.

—Uhm, sería peligroso que alguien leyese las conversaciones calientes que tenemos por WhatsApp, lo demás es miel.

Me había sonrojado, claro que si, como si tuviera veinte años de nuevo y mis hormonas estuvieran alborotadas.

El efecto Pimentel no se iba con los años.

—Creo que las conversaciones son el menor de nuestros problemas, se pueden filtrar cosas más interesantes.

—Amor, créeme que no hay nada más interesante que leer los creativos mensajes que envías cuando estás cachonda... Oh, o los audios hablándome en italiano, eso si que es sexy.

Estaba molestándome, era más que obvio que lo estaba haciendo, aunque detrás de esa broma había bastante verdad.

No iba a darle el placer de seguir esa conversación porque si lo hacía no solo terminaríamos hablando, me conocía y, sobre todo, también lo conocía a él.

Era mejor ir cortando con esto.

—Vamos, Joel —indiqué—. Durante el trayecto llamas al restaurante para hacer la reserva, así nos da tiempo de pasar por la empresa a por mi teléfono. Los dos salimos ganando.

—Si me lo dices así supongo que no puedo negarme —dijo, con cierto tono burlón, pero me obedeció de inmediato.

Yo tomé las llaves del coche y lo esperé mientras buscaba su americana. Después bajamos juntos, él se subió de copiloto y yo en el asiento de conductora, para así conducir hasta la empresa al tiempo que él hacía la reserva, claro que con solo decirle el apellido hicieron hueco en el mejor apartado del restaurante. Que hipócritas eran algunos.

Aparqué el coche frente a la puerta, nadie me diría nada por ser la jefa, y salí seguida de Joel.

—Déjame que te acompañe —pidió, sonriéndome.

—Solo iré a por mi teléfono.

—Te espero en la puerta si no quieres que suba a tu despacho —me echó la lengua.

Que señor mas maduro, por favor.

Entramos juntos, apenas había ya personal, la mayoría se habían ido a sus casas y los pocos que quedaban ya estaban recogiendo sus cosas para irse también, una de ellas mi secretaria; que le lanzó una mirada a Joel como si quisiera comérselo completito.

¿Cómo tenía el descaro de mirar a mi marido de semejante forma delante de mis narices?

Para mi mala suerte hizo caso a sus últimas palabras y se quedó allí, esperándome en la puerta mientras yo subía a mi despacho intentando no soltar ninguna maldición por el camino.

Joel Pimentel

Una sonrisa boba se me dibuja en los labios cuando la veo irse con ese contoneo de caderas tan propio de Fiamma D'Altrui. Podían pasar mil años y yo seguiría preguntándome que vio esta mujer en mí para decirme que si, para elegirme por encima de todos los demás y para querer vivir a mi lado cada día de su vida.

Era un hijo de puta con mucha suerte.

—Debe de ser usted el señor Pimentel —la voz de una mujer me llega a los oídos para quitarme del estado de atontamiento en el que me encontraba.

—Si, debo de ser yo.

—Mi nombre es Mikaela Colombo, secretaria de la señorita D'Altrui.

—Señora —corregí—. Ahora es una mujer casada.

Alcé mi mano para mostrarle el anillo que simbolizaba nuestra unión en la iglesia católica.

Ella hizo una mueca con sus labios.

—La vida de casado debe de ser dura, sobre todo para un hombre como usted... Y más teniendo a una mujer como Fiamma a su lado —habló, dejando un mechón de su cabello detrás de su oreja—. Si en algún momento durante su estadía en Italia necesita liberarse del estrés que le produce el trabajo... Sono qui.

¿Estoy aquí?

Madre mía, la random esta se me estaba insinuando.

No necesitaba amante, a veces no daba hecho con mi mujer para cuanto más tener a otra.

Es broooma. Simplemente no tendría amante, no cuando tengo a Fiamma conmigo, sería un completo idiota si quisiera follarme a otra mujer cuando estaba casado con la mejor. No sería yo de esos que arruinaban sus matrimonios, no merecía la pena.

—No sé en qué estás pensando —mentí—, pero voy a dejar en claro que Fiamma es la mujer de mi vida y por nada del mundo arriesgaría lo nuestro.

Sonreí para que no quedara tan maleducado, pero fue una mala idea porque al alzar la mirada vi a Fiamma bajando las escaleras con su teléfono en mano. Maldición. Esto podía malinterpretarse y yo no estaba listo para ello.

Sin embargo, no me dijo nada.

Y eso fue todavía más confuso.

—Voy a necesitar que me lleves los documentos que entregó Johann esta mañana a mi despacho —le indicó a su secretaria, que la regresó a mirar con las cejas alzadas.

—Pero señora... Eso era para mañana, yo todavía no los revisé.

—¿No los revisaste? —inquirió—. ¿Y que has hecho en todo el día?

—Ocuparme de otros asuntos y...

—No —la interrumpió—. No había más asuntos, así que más te vale traerme esos documentos revisados y firmados a mi despacho en menos de media hora, de lo contrario me pensaré tu puesto en esta empresa. Hay miles de jovencitas queriendo estar en tu lugar.

Mierda.

Fiamma realmente estaba cabreada.

Que mujer más brava tenía y cuanto me ponía escucharla tan demandante.

—Amor, tenemos la reserva en media hora —le recordé.

—La cena puede esperar —aclaró—. Sube a mi despacho, que hasta que terminemos con esto nadie se irá a casa.

Oh, oh...

Opté por la opción más segura para todos: no llevarle la contraria.

Subí las escaleras, sabiendo que Fiamma me seguía de cerca y contuve una pequeña risa al ver cuáles eran sus intenciones. Que agradable era ya conocer a mi mujer hasta el punto de saber sus movimientos y los motivos que la llevaban a hacerlos.

La puerta quedó abierta cuando entramos.

—Así que una amante, ¿eh? —se cruzó de brazos, mirándome con una ceja alzada.

—Fiamma...

—¿Cómo puede llegar a creer que no te tengo bien atendido en la cama? —meneó su cabeza—. Me parece a mi que vamos a tener que cambiar eso.

—Tú ibas a ser el postre de esta noche tan especial, corazón —le hice saber.

—Siempre podemos cambiar el orden de los platos —susurró, posando sus manos en mi pecho para llevarme hasta su escritorio, caminé de espaldas dejándome guiar por ella hasta que mis caderas chocaron con este. Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa—. Espero que no te moleste.

¿Que se supone que tenía que molestarme?

¿Que la puerta estuviera abierta? ¿Que cualquiera pudiera vernos? ¿Que quisiera marcar territorio?

Joder, eso lejos de molestarme me fascinaba.

Sus manos me desabotonaron la camisa sin prisa y después se encargó de bajarme la cremallera de mi pantalón para dejar mi polla al aire libre. Fiamma jugó con sus dedos como solo ella sabía hacer, haciéndome jadear, poniéndome más duro con cada toque.

Estaba tan excitado y tan ansioso por hacerla mía allí mismo.

Mi mano viajó a su cuello y la atraje hasta mi cuerpo, estrellando sus labios con los míos, devorándole la boca a mi jodido antojo. Cambié nuestras posiciones para dejarla a ella acorralada contra su escritorio, pero fue rápida en sentarse sobre este y separar sus piernas, tan dispuesta para mi.

—Fóllame —pidió en un débil susurro.

No tenía que pedírmelo dos veces.

Le bajé el pantalón que tan bien le quedaba porque se amoldaba a sus curvas con una facilidad increíble y después deslicé también las pequeñas bragas que llevaba puestas. Mis dedos fueron parar a su clítoris, hinchado y palpitante, que rogaba por mi atención. De su garganta se escapó un placentero gemido que me hizo vibrar todo por dentro.

Per favore...

Oírla suplicar en italiano solo hizo que mi polla se sacudiese de placer una vez más.

No iba a hacerla esperar más, sería un muy mal marido si lo hiciera.

Uno de mis brazos se pasó por su cintura cuando empujé mis caderas para hundirme en ella. Su reacción fue tan predecible que me hizo sonreír, echó su cabeza hacia atrás dejando su cuello expuesto para ser besado por mi.

—La primera siempre es mi favorita —me hizo saber en un gemido ahogado, aunque podría decir lo mismo de las viento veinte embestidas que le siguieran a esa.

Estaba alternando sus maldiciones y sus gemidos, cualquiera de los dos sonidos me harían estallar la cabeza del placer inmenso que me provocaban.

Se echó hacia atrás, arqueando su espalda de una manera tan sexy. Joder, esta mujer volví loco a cualquiera, pero sobre todo me volvía loco a mi.

Bajé la mirada a como mi polla brillaba con su humedad mientras bombeaba dentro y fuera de ella. La imagen frente a mí era tan erótica que mis dedos hicieron círculos en su clítoris con más rapidez y mis caderas empujaron con más profundidad en ella, llevándola también al punto del delirio.

—Dios, Dios... —repitió a través de un orgasmo que la estremeció como un ataque. Gemí al sentir la deliciosa sensación de su coño apretándose a mi alrededor.

—No, Dios no... —gruñí—. El causante de ese orgasmo fui yo, deberías de haber gemido mi nombre.

Dejándome ir, cerré los ojos con fuerza y dejé que mi semen terminase en su interior al correrme. Me sentí liberado.

Fiamma se enderezó para besarme los labios, bajando después por mi cuello hasta llegar a mi pecho, dejando marcas a su paso. Después levantó la mirada y me sonrió. Era deslumbrante, real y poderosa. Tan... ella.

—Se-señora... —el tartamudeo procedente de la puerta me hizo mirar por encima de mi hombro, la secretaria estaba boquiabierta mirándonos en aquella posición pero a ninguno de los dos pareció importarnos demasiado.

—Hay que tocar a la puerta, Mikaela.

—Estaba abierta, yo no quise interrumpir ni nada por el estilo.

—Descuida, el primer polvo ya lo habíamos echado, ahora venía el segundo —admitió, con cierta sonrisa en los labios—. Cierra la puerta, por favor.

La chica asintió con la cabeza rápidamente y cerró la puerta, pero no se escucharon sus pasos alejándose.

—Eso ha sido cruel.

—No tanto como querer quitarme a mi marido —señaló mientras se levantaba.

Como si hubiera mujer que se comparara con ella...

Me tomó mi tiempo vestirme porque estaba demasiado concentrado observándola a ella, como un tonto adolescente con su primera novia.

—Ahora si, tenemos una cena pendiente, ¿no? —me tomó de la mano y caminamos hasta la puerta para irnos—. Deja eso sobre mi escritorio y retírate.

La secretaria tragó saliva y esquivó mi mirada bajo toda costa, ni que yo hubiera hecho algo, ella solita se había metido en aquel percal.

Bajamos las escaleras sin prisas, como si no llegáramos tarde a la reserva del restaurante, y en la salida me detuve, haciendo que ella se girase confusa a verme. Yo estiré mi otro brazo para pasarlo por su cintura y pegarla a mi.

—Te amo —susurré, pegando mi frente con la suya—, y pase lo que pase va a seguir siendo así, nada ni nadie hará que mis sentimientos hacia ti cambien. Mi mundo cambió por completo en el momento que te vi entrar en aquella sala con todo tu poderío, a veces no sé qué hacer contigo... Pero joder, estoy seguro de que tampoco sé qué haría sin ti.

El mundo se movía por sí solo, pero el mío se movía gracias a ella.

Y si algún día me llega a faltar se detiene y será siempre noche, siempre invierno...

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