El relato maldito

By RichyEspn

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El relato maldito

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By RichyEspn

Esta pensaran ustedes, que es una historia difícil de creer. Sin embargo ocurrió, y puede que siga ocurriendo en este preciso instante. Tengo que admitir que yo mismo me he convencido para dilucidar un significado a esta macabra historia. A pesar de mis reticencias, los acontecimientos me convencieron. Sólo hay que abrir la mente para llegar a entender lo inexplicable.

            Muy de cuando en cuando, suceden acontecimientos de difícil explicación, como los que relataré a continuación. Uno a uno les van a sorprender. Estoy convencido de que este sería un relato normal, a no ser por sus efectos secundarios.

Repetidas veces he analizado las circunstancias que han motivado este impulso de escribir después de lo que sucedió. Todo es verdad o es mentira, el lector decide, o quién sabe, tal vez usted tenga otra explicación.

Obedeciendo a mi conciencia les narro esta intrigante historia.

            Todo empezó cuando escribí mi primer relato. Era una de esas historias tristes de un amor no correspondido. Lo primero que hice cuando lo acabé, fue dejárselo leer a mi amigo Carlos, y pedirle su opinión. A él le gustó y me alentó para que probara suerte en  concursos literarios. Yo entonces no me atreví.

            Quedamos en vernos al día siguiente para que me devolviese el original; ya que era el único que existía. Desgraciadamente no lo pude recuperar. Sin embargo, no me dolió su pérdida, sino cómo se perdió.

            Por la mañana hablé con Carlos; teníamos planes para esa misma tarde. Mi amigo había conocido, según él, a la mujer más maravillosa del mundo, y ese día me la iba a presentar. Cuando se dirigía a mi casa, al cruzar la calle, no se percató de que un coche circulaba a gran velocidad y no pudo esquivarlo cuando se le echó encima. El atropello fue brutal. Escuché el sonido de las sirenas, me asomé a la ventana, y contemplé el macabro espectáculo. Allí, justo debajo de mi ventana, había un cuerpo inerte y muchas personas a su alrededor.

            Me vestí rápidamente y bajé a la calle para ver lo ocurrido, pero mi curiosidad se transformó en amargura y dolor cuando descubrí que la persona que se encontraba allí postrada y sin vida, era mi amigo. En ese momento no pensé en mi relato. Fue un tiempo después de la trágica muerte, cuando recordé que ese aciago día me lo iba a devolver. Pregunté a su madre por si tenía conocimiento de dónde se hallaba. Ella lo buscó, pero no lo encontró. La afligida mujer me contó con lágrimas en los ojos, que él le habló muy bien de mi relato, que le había gustado mucho y que le produjo cierta envidia mi creatividad.  Aquel relato lo di por perdido.

            Unos días más tarde cogí de nuevo lápiz y papel. Escribí lo primero que me vino a la cabeza; me dejé llevar por mi imaginación. Mientras escribía, no era consciente de qué trataba el relato hasta que lo acabé y lo leí. Trataba de un hombre enamorado al cual su mejor amigo le quitaba a la mujer de sus sueños. Hasta ahí todo iba bien. Sin embargo, a los pocos días conocí a Marta, una chica increíble. Solo había un problema; era la joven que Carlos me iba a presentar el día de su muerte.

            Me sentí un poco culpable de la tragedia de mi mejor amigo. Pensé y pensé qué podía hacer. Llevaba varios días quedando con ella y no me sentía bien; la sombra de mi amigo siempre estaba presente. Así que decidí pasar de esa relación.

Ella se acercó a mi casa como habíamos quedado, y yo, con la peor de las excusas, me fui antes de que llegara para no volver a verla. Esa noche, cuando regresé a casa, mi madre me informó que Marta me había estado esperando en mi habitación y como yo no aparecía, se marchó. Yo suspiré.

            Al entrar en mi cuarto para quitarme la ropa y ponerme cómodo, cual fue mi sorpresa al comprobar que mi segundo relato había desaparecido de mi escritorio. Mi madre no supo responderme sobre su paradero. Me enfadé con ella. Tenía la mala costumbre de ordenar mi cuarto cuando yo estaba ausente. Afortunadamente, esta vez tenía una copia guardada en una carpeta metida en algún cajón.

            Al día siguiente, cuando me incorporé a la tienda de electrodomésticos donde trabajaba, mi jefe estaba ojeando un periódico y susurrando: «pobre chica». Al acabar mi jefe me tocó el turno a mí. Me sorprendió ver en las páginas interiores la fotografía de Marta. Pero más me sorprendió, cuando leí el artículo que se encontraba al pie de la foto:

            «Muere una joven al precipitarse desde un cuarto piso de la calle…».

             ¿Cómo puede ser? Si ayer estuvo en mi casa… —me pregunté.

            Al cabo de unos días, Jaime un amigo común, me entregó mi segundo relato. La madre de Marta lo encontró en su habitación.

 «Que mala suerte, ahora que se había enamorado» —me dijo.

Yo le pregunté si ella le había dicho de quién. Él no supo contestarme.

            Pasó algún tiempo y de nuevo escribí. Esta vez era un cuento para que mi hermana pequeña lo entregara en su colegio. Su profesora les había encargado a los alumnos que crearan una historia infantil y el colegio premiaría a la mejor de todas. Yo le hice un cuento que relataba las aventuras de dos hormiguitas. Era muy infantil, lo reconozco.

            Mi hermana lo entregó como los demás compañeros de clase y esperaron a que la profesora les diera su opinión unos días más tarde. Pero eso no ocurrió. La profesora, una cincuentona que vivía con su hermana, ambas solteronas, la noche antes de la valoración de los cuentos pereció junto con su hermana a consecuencia de un lamentable accidente. Alguna de las dos se olvidó de apagar el gas de una estufa y durante la noche las dos murieron asfixiadas.

            En aquel momento empezaron a surgir dudas en mi cabeza y mi imaginación provocó en mí toda clase de absurdos pensamientos. ¿Eran mis relatos la causa de esas muertes? Y si lo eran, ¿entonces el responsable era yo?

            Dejé de escribir y puse las copias a buen recaudo para que nadie las leyera. Estuve más de un año sin tener entre mis manos nada que escribiera. Pero después de convencerme de que yo no era responsable de nada, retomé mi afición. En mi imaginación surgieron varias historias, me decidí creo que por la mejor.

            Empecé a escribir la historia de cinco amigos que deciden ir de excursión a la montaña. Continué con las peripecias que pasaron durante un fin de semana de acampada y finalicé el relato con el entretenido viaje de regreso. Esta vez no se lo dejé a nadie conocido para que lo leyera. Directamente lo envié a un concurso de relatos con la ilusión, ¿por qué no?, de ser el ganador.

            Cual fue mi sorpresa cuando a los dos meses de mandar mi relato me escribieron de la organización del concurso. En el comunicado decía:

            «Estimado amigo:

El motivo de la presente carta, es para comunicarle que el concurso en el que usted presentó un relato se suspende hasta nueva orden, por motivos ajenos a la organización. En breve nos pondremos en contacto con usted nuevamente».

            Por motivos ajenos a la organización ¡Y un cuerno! Si hasta salió la noticia en todos los telediarios:

«Los cinco miembros de un jurado de un certamen literario, mueren envenenados por consumir un alimento en mal estado…».

Esto fue la gota que colmó el vaso. Ya no había duda. Mis relatos por algún extraño arcano eran los responsables de todas esas muertes, pero ¿por qué? ¿Qué misterio ocultaban entre sus líneas?

No sin algo de temor, los leí una y otra vez. Yo era consciente de que ese poderoso maleficio a mí no me afectaría. Los revisé detenidamente; frase por frase, palabra por palabra, sin encontrar nada que presagiase todas esas desgracias. Pensé en consultar a un grafólogo o a un esotérico. Sin embargo desistí, porque ellos tendrían que leerlos, y si yo lo permitía, tenía la certeza de que les estaba condenando a una muerte segura.

Hice toda clase de combinaciones de frases, de palabras, de letras, los leí al revés, alteré las líneas… y no encontré nada. Los comparé entre ellos y por fin, después de mucho tiempo, di con la solución al enigma. Todos tenían algo en común; en los párrafos iniciales, las once primeras letras mayúsculas eran las mismas en todos los relatos. Por algo que no llego a entender, utilicé esas letras en palabras distintas, y el conjunto de ellas, crean dos palabras que no me atrevo a escribir…

¡Un momento! Si todos empiezan igual… ¡Dios mío!… En estas líneas también. Me aterroriza que pueda ocurrir otra vez.

Lo peor de todo, es que para llegar al final de este relato, previamente se ha leído el principio. Así que amigo lector, siga mi consejo y no pretenda descubrir el significado de esas dos palabras…  porque usted puede ser el siguiente.

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