Nerd 3: rey del tablero [+18]

De AxaVelasquez

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«Las mentiras terminaron, pero las obsesiones se multiplican». Sinaí cree ser la reina del tablero, y persegu... Mais

ADVERTENCIA Y ACLARACIONES
PREFACIO
Capítulo 0 [+18]
1: La Inocente
2: Definitivamente
3: Hoy lo siento
4: Un verano sin ti
5: Tres pecadores y una mentirosa
6: Volví
7: Happier
8: Freys y Mortem [+18]
10: El tiburón y el mini demonio
11: Aysel Mortem
12: Beggin' [+18]
13: Liar
14: Llamado de emergencia [EDITADO]
15: Si tu ex es Axer Frey...
16: Los ángeles de Poison
17: Quédate lejos
18: Obediencia
19: A los enemigos de Víktor Frey [+18]
20: Vas a quedarte
21: Desnudarte
22: La ocasión [+18]
23: I see red [+18]
24: Blanco y negro
25: Ella es el veneno
26: Problemática [+18]
27: Positions [+18]
28: Madrugada
29: Jaque mate
30: No soy celoso, pero...
31: Dama de cristal
32: Doce horas para el gambito
33: Apertura
34: El rey ahogado
35: La satisfacción de un ganador
36: Diáfano
37: De reina a peón
38: La persona en la vida del otro
39: Anillos de esmeralda
40: Misión gambito

9: Odisea [+18]

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De AxaVelasquez

Dos cosas importantes: lean este capítulo SOLOS, y escuchen Odisea de Karol G y Ozuna. Esa canción es Sinaxer totalmente.

~~~

Sinaí

Llego a casa de Sophia cuando está a punto de amanecer. Tengo mi propia llave así que entro intentando no despertar a nadie.

Mi plan es irme a mi habitación y quedarme en ella hasta navidad, pero una voz en la sala me detiene.

—¿Estabas con Aaron?

Él está en el sofá a mis espaldas, supuestamente inmerso en el programa que se ve en la televisión encendida, pero en definitiva se está refiriendo a mí.

—Ese no es tu maldito problema. Concéntrate en Sophie —espeto y hago ademán de seguir mi camino.

—¿Entonces sí estabas con él?

¿Y este es sordo o qué mierda?

—Sí, estaba con él —respondo simplemente porque quiero que lo sepa, que tenga claro que mi oxígeno no depende de su misericordia rusa.

—¿Estás saliendo con él?

Una risa agria y fugaz escapa de mis labios sin que lo pueda evitar.

—Todo lo que una persona puede estar «saliendo» con Aaron Jesper.

—¿Eso es un sí?

—¿Por qué mierda te importa?

Él gira su cara para mirarme por encima del respaldo del sofá.

—Estás aquí, Nazareth, en la isla a la que me mudé. Estás aquí porque me obligaste a traerte. Y estás aquí, como asistente de la persona con la que trabajo. —Sus palabras, aunque intenta evitarlo, dejan un rastro de amargura que se eleva mientras más cosas dice—. Tú has hecho de tu existencia mi problema al inmiscuirte de esta manera.

—Oh, por eso no te preocupes más. Mañana me voy. De aquí y de la maldita isla.

Eso lo toma por sorpresa a un punto en que no puede evitar que su rostro lo delate.

—Que tú... ¿Qué?

—Sí. Y te devolveré todo, también. No tiene sentido todo esto, pensé que en algún momento tendríamos oportunidad para hablar y arreglar las cosas pero claramente eso no va a pasar nunca. Y yo no quiero tu dinero. Jamás lo quise. Te pediré que firmes un acuerdo para que no puedas dejar de pagar el alquiler de la villa de mi madre por al menos un año, pero es todo. Y también es negociable. Al final cederé a todo con tal de acabar esta maldita pesadilla.

Entonces ya no gira solo su rostro, sino su cuerpo, y me escruta con una expresión fuera de sí. Tengo al genio en un desconcierto insólito.

—Espera... ¿Dónde vas a vivir tú?

—Aquí no.

—Te pregunté dónde, Nazareth, no dónde no. Responde.

Rio por lo bajo, pero de todos modos le contesto.

—En Malcom, Axer. Lo suficientemente lejos de tu preciada existencia.

Sus ojos se muestran sorprendidos y horrorizados, no tarda en llegar esa amargura a su boca al preguntar:

—¿Con Aaron?

—¿Acaso importa?

—No jodas, Nazareth, contesta.

Arqueo una ceja apenas lo escucho.

—No tengo que responder —digo al borde de una carcajada. Él en serio parece creer que puede exigirme y eso, entre todo lo irónico que ha pasado estos días, me parece un chiste.

—¿Vas a vivir con Aaron? —insiste con menos tacto a la hora de soltar sus palabras, como si estas pretendieran ser un castigo físico.

—No. Es. Tu. Maldito. Problema. Axer.

Él se voltea hacia el televisor, su mano en el reposabrazo golpetea a un ritmo amenazante, en armonía al agresivo compás en que se mueve su pierna. No tengo que mirarle a los ojos para saber que es este de esos momentos en los que con una mirada podría asesinar.

No quiero estar aquí cuando estalle así que me volteo y sigo mi camino, pero no he avanzado mucho cuando su voz, una octava más baja, fría, como si se estuviera conteniendo, me dice:

—¿Él te hace feliz?

No esperaba esa pregunta. No esperaba más de él salvo, tal vez, más dardos envenenados de su ira. Pero no eso, algo a lo que simplemente quiero contestar: «No, Axer. No me hace feliz. No como tú lo hiciste. Nadie como tú».

Pero no puedo responder eso, porque se supone que yo he seguido adelante, que ahora más que nunca soy capaz de vivir sin él, y es necesario que él lo tenga claro cuando me vaya.

Así que, en lugar de seguir por ese sendero la conversación, la desvío a lo que me importa: él. Necesito saber que estará bien.

Me volteo en su dirección y camino algunos pasos hacia el sofá, aunque todavía manteniendo una distancia prudente. Él voltea y me mira, pero no hace contacto visual.

—¿Y ella? —inquiero de forma menos borde—. ¿Crees que Sophie pueda hacerte feliz?

Vuelve a mirar hacia el televisor. Pasa tanto tiempo así, ensimismado y en silencio, que creo que ha optado por ignorarme.

El silencio se extiendo así que me planteo la opción de dejarlo solo. Pero entonces habla.

—Estoy seguro de que no va a dejarme necesitando medicación para manejar el estrés post traumático.

Siento que me ha clavado un cuchillo helado y sin filo, atravesando mi piel por medio de una herida que no ha sanado y que revive para desangrar ese dolor dormido.

Jamás quise hacerle un daño como ese. Jamás.

Trago en seco, tengo que ser valiente. No puedo llorar. Ya no.

Pero doy un paso más cerca del sofá, porque esto es confidencial, y tengo que asegurarme de que quede entre nosotros.

—¿Yo...? —susurro y doy un paso más cerca. Él sigue viendo el televisor, pero la tensión de su pose me dice que me escucha—. ¿Yo te hice eso?

Cuando voltea a verme, siento que debería escapar. No estoy preparada para la intensidad de los sentimientos detrás de esa mirada.

—Te veo muerta en todos mis sueños.

Y así, su arma sin filo me ha alcanzado el corazón.

Doy otro paso y pongo las manos en el sofá, junto a su rostro, pero sin tocarlo. De todos modos me inclino hacia él, y le hablo muy cerca. Si fui capaz de engañarlo como lo hice, tengo que ser capaz de beberme el ácido que provoqué en sus ojos.

—Nunca me disculpé —susurro.

Sus ojos me escanean desde la frente hasta los labios. Su respiración me habla mientras sus palabras callan. Casi no necesito que pronuncie lo siguiente, ya sé lo que va a decir.

—Eso ya no sirve de nada.

—Lo sé —reconozco y llevo mis labios a su frente. Él se tensa, pero no me detiene. Me permite ese beso y no se aparta cuando tan cerca de él continúo hablando—. Pero en serio lo lamento muchísimo. Lamento más el daño que te hice que la suma de todos mis errores pasados.

Es entonces cuando decide romper el contacto visual y volver a la pantalla del televisor.

Asiento, pues concluyo que no obtendré nada más de su parte, pero apenas se está formando la idea de dar la vuelta e irme cuando dice:

—No te vayas.

—¿Perdona?

Me mira. Ya estamos tan cerca que no tendría por qué acercarse, pero igual lo hace. Su nariz acaricia levemente mi mejilla y mis labios sienten el roce furtivo de su rostro.

Me hace cerrar los ojos, fuerte, para contener el temblor y los recuerdos, pero no asociar este contacto con el de sus manos adentrándose en el jersey que él mismo me puso.

—Acompáñame —dice y siento que el tráfico en mis pulmones se obstruye.

Se aleja de nuevo y con su mano señala el espacio junto a él en el mueble.

Me siento a su lado, nerviosa y con al corazón a punto de explotar.

Él está viendo Wandavision, los episodios en blanco y negro, pero el volumen está tan bajo que ni las moscas lo percibirían.

—¿Le puedes subir? —le pregunto.

—Los subtítulos son para algo, úsalos.

Alzo los ojos al cielo pidiendo clemencia, y eso rebaja un poco mi nerviosismo. Pero son apenas unos segundos, pronto vuelvo a ser malditamente consciente de que lo tengo a mi lado, con una franela manga corta que me deja una tormentosa visibilidad de su tatuaje. Su otro brazo está extendido en el respaldo al punto en que sus dedos cruzan mi territorio del sofá, pero no me tocan.

Estoy sentada junto a Axer Frey. Otra vez después de tanto, y él no está afilando cuchillos. Aunque no parece más tranquilo que yo, como si hiciera un esfuerzo por sobrellevar la situación mirando la pantalla y nada más que la pantalla.

—¿Cómo está tu madre? —me pregunta, lo que me llena de ilusión. Aunque es una pregunta seca y monótona, se siente muy lindo que pregunte por mi mamá después de todo.

—Ella está bien. —Pienso un segundo en cualquier cosa que agregar para no dejar morir la conversación—. Creo que tiene algo con Lingüini pero me lo quiere ocultar. La ha estado visitando desde que llegamos y ella lo niega.

Axer se voltea hacia mí con el ceño fruncido. Ese gesto me hace sentir estúpida, me replanteo toda la conversación de principio a fin a ver si fue que dije que dos más dos es igual a pez.

—¿Qué? —inquiero.

—Claro que tiene algo con Federico, Nazareth. Estuvieron juntos en Venezuela todo un año.

Siento que mis ojos se abren al igual que los de protagonista de Wattbook: como platos. Es que no podría estar más sorprendida e indignada ni porque me hubiese dicho que la Tierra siempre fue plana.

Parece que no soy la única con secretos.

—¿En serio no lo sabías?

Al principio lo pregunta con una mirada inquisitiva y desconfiada, pero mi expresión lo termina por convencer y en todo su rostro empieza a brillar una diversión burlona que él contiene solo para no darme el gusto de su sonrisa.

—No puede ser, en serio no sabías...

—Cállate.

Él se lleva los nudillos a los labios y desvía el rostro. Está haciendo un gran esfuerzo para no dejar que la risa le gane.

—Claro, búrlate. Adelante.

Él voltea hacia mí.

—No me estoy burlando de ti.

—Ajá.

—Hablo en serio...

Cuando dice eso, sus manos hacen algo que no tiene nada que ver con sus palabras. Algo que no debería estar haciendo, algo que no esperé ni durante mis sueños. Toma mis rodillas, se desliza con suavidad por mis pantorrillas y, con su anclaje en ellas, Axer voltea mi cuerpo hasta dejar mis piernas en su regazo.

¿Qué estás haciendo, Axer Frey, y por qué mierda ya no puedo respirar?

Él no se explica, ni da indicio alguno de estar interpretando la situación como algo inusual. Simplemente vuelve su vista a la pantalla, tranquilo y callado, mientras mi corazón parece maldecir a voz en grito.

«Cállate, imbécil, nos delatas».

Distraído, como si ni siquiera fuera consciente de sus actos, pasa sus manos por mis piernas hacia abajo, hasta cerrarse alrededor de mis tobillos.

—Estás llena de arena —comenta en voz tan baja que siento que es algo que se dice a sí mismo.

—Si te molesta... —empiezo a decir en voz igual de baja— tal vez deberías bañarme.

Me mira, apenas un segundo, pero es tan imponente que siento que la necesidad de control dentro de él le está dictando órdenes a sus pensamientos que se cohibe de pronunciar por respeto.

Pero yo no quiero que me respete. No en este momento. Ni que se cohiba. Quiero que me arrastre con él.

Pero vuelve a la pantalla sin dejar de jugar con mis piernas en lentas caricias.

Yo no me molesto en fingir que puedo ver el programa, solo estoy tratando de recordar cómo se respira mientras sus manos suben distraídas a mis rodillas.

Esto es demasiado para mis nervios.

Sus dedos van perdiendo el rumbo hacia la cara interna de mi muslo, pero es una tortura meditada al milímetro. Avanzan, enviando corrientes nerviosas a mi entrepierna que provocan ansiosas contracciones, y luego retroceden en tiernos roces de nuevo a mis rodillas.

El ciclo se repite varias veces por toda la abertura de la falda, y cada vez el trayecto se extiende un centímetro, al punto en que estoy segura de que esto tiene un solo rumbo, y a la vez tengo la sensación de que esto será eterno, que empezaré a gritar antes de que ese roce se convierta en un indiscutible agarre.

—Axer... —musito. No sé de dónde he sacado voz para esto, pero es todo lo que puedo decir.

—¿Humm?

Suena tan tranquilo, él está concentrado en la pantalla. No lo inmuta la aflicción en mi voz, no parece ser consciente del desastre que sus manos están haciendo.

«Sukin syn», pienso, pues estoy más segura que nunca de que esto es intencional, precisamente porque no parece serlo.

—¿Qué haces despierto?

Para entonces ya tengo su mano tan adentro en mi falda, tan arriba en mi pierna, que con solo extender un dedo podría tocar mi ropa interior estropeada por no estar preparada para el desplazamiento de sus peones.

—¿A qué te refieres? —pregunta en voz baja, ese típico tono confidencial de madrugada, pero como si estuviera comprometida su concentración en la pantalla.

Me está volviendo loca.

Él y sus dedos, que están jugando con el acabado del encaje en mi entrepierna, advirtiendo, pero sin atacar. No me había mojado de esta manera desde la última vez que estuvimos.

—Estás despierto —le digo—. ¿Por qué? Es... —Hago una pausa pues debo reprimir todo ruido delator de este desequilibrio en mi voz—. ¿Me esperabas?

Él sigue en silencio, sus ojos en serio dan la impresión de estar leyendo los subtítulos del maldito programa.

—Axer, ¿me esperabas?

—Ssshhh...

Sale del interior de mi falda.

Ambas manos se aferran a mis muslos y tiran de ellos en un solo movimiento que me tumba, dejándome con la espalda pegada por completo a la superficie del sofá, con las rodillas flexionadas y mis ojos en el techo.

—¿Puedes dejar de ser una gatita inquieta por un minuto?

Cuando hace esta pregunta, sus manos separan mis rodillas, dándole una visión completa de entre mis piernas. No me muevo, no protesto, no respiro. Creo que morí después del «gatita».

—Intento ver esta serie, Nazareth, y no estás colaborando.

Santísima mierda, en serio no estoy respirando. Creo que estoy al borde de un ataque cardíaco y mi único consuelo es que, si algo sucede, lo tengo a él para que me reviva.

Una de sus piernas se encaja en el espacio entre las mías cuando él se sube sobre mí, con sus manos a ambos lados de mi rostro.

Ya hemos estado así antes. Él encima de mí en una camilla en su laboratorio después de... Mierda, necesito un lavado a mis pensamientos con agua bendita.

Una de sus manos va a mi cuello, su pulgar clavándose sobre mi arteria mientras sus ojos comprueban los míos en una mirada que no sé si me está diciendo todo, o absolutamente nada.

—No estás respirando —señala en voz baja.

—Creo que...

Tomo una fuerte inspiración que me sacude todo el pecho. En serio estoy mal. De hecho, acabo soltando una risa nerviosa.

—Lo siento —digo negando—. Olvidé lo que iba a decir.

Una de las comisuras de sus labios tiembla, y en todo lo que puedo pensar es en cuanto extraño sus besos, sus sonrisas, sus...

Él acerca su rostro al hueco entre mi cuello, e inspira en mi piel hasta que su aliento acaba ganándome y suelto un vergonzoso gemido ahogado.

Es que hasta siento su sukin syn sonrisa de satisfacción contra mi piel.

—Estás mal —susurra contra mi piel.

—Tú me tienes mal.

Cuando separa su rostro de mí, casi en simultáneo acerca su pelvis a mi cadera hasta que el contacto es total e innegable, una evidente declaración de la dureza que apresa detrás de su jogger.

Y jadeo, porque no lo esperaba, porque me siento poderosa al tenerlo así, duro y débil, y porque, mierda, cuánto lo necesito.

Llevo mis manos a su espalda y tiro de él para presionarlo más contra mí, hasta que no quede ni una brizna de aire entre nuestros cuerpos. Él emite una exhalación ahogada que me recorre completa, y me mira de una manera en la que estoy segura de que va devorarme en cualquier instante.

—Axer... —jadeo.

—¿Sí...?

—Siéntate.

Sus ojos se entornan al mirarme, no hace ningún cuestionamiento verbal, pero ese es suficiente.

—Desnúdate y siéntate —insisto—. Y no, Frey, no es opcional.

Por un segundo tengo miedo de que se niegue, pero apenas se detiene un segundo para relamerse los labios antes de acatar mi orden al pie de la letra.

Luego de desnudarse, se sienta con las piernas abiertas, su miembro erecto completamente a mi vista como tanto había fantaseado.

—¿Así está bien para ti? —pregunta.

El hambre que le tengo no es normal, se me hace agua y no solo la boca. No entiendo cómo llegamos a esto si hace un segundo discutíamos, hace un segundo estaba complemente segura de que nuestras diferencias eran irreconciliables y que no habría un «nosotros» de ningún tipo a partir de esta noche.

Iba a saltar al plan Z, y ahora estoy aquí, sentada junto a él desnudo, con el lascivo deseo de saltarle encima.

—Axer...

En lugar de responder, se acerca a mi cuello y respira mi olor como si lo necesitara. Y con su vista hacia allá, me siento menos culpable por devorar con mis ojos lo que hay entre sus piernas.

Él está tan duro que no podría negar su necesidad ni avalado por un polígrafo. Y no creo que tenga intención de hacerlo, no si me ha dejado llegar hasta aquí.

Se separa de mí justo para verme morder mis labios y desviar la mirada con timidez. Lo he estado devorando con los ojos de una manera que temo haber estado babeando en le proceso.

Pero con la vista en otra dirección siento, y me toma por sorpresa al punto de sobresaltarme, cómo su mano se clava en mi mandíbula, hundiendo sus dedos en mis mejillas para abrirme la boca. Y al tenerme así, abierta y con el camino libre, introduce su pulgar donde es bien recibido por mi lengua.

—No te muerdas —regaña—. Chupa.

Cada músculo de mi cuerpo se contrae por su orden, fuerzo a todos mis nervios a calmarse para temblar y apreso las confidencias del placer que me genera a medio camino por mi garganta.

Le obedezco, claro que sí, chupando su dedo con la lentitud y alevosía con la que me gustaría estar lamiendo entre sus piernas. Y le veo a la cara, directo a los ojos, porque un tatuaje en la piel no basta, quiero prenderme en fuego en su retina.

Saca su dedo lentamente y se detiene un rato a recorrer mi labio, humedeciéndolo con mi propia saliva, mirándome de una manera que me deja claro que está conteniendo cada fibra de su cuerpo.

—¿Qué? —le pregunto en voz baja—. ¿Qué es eso que quieres hacer que rechazas con tanta fuerza?

Su mano en mi mentón me lleva hacia él, tan cerca que podría cometer el crimen de lanzarme a sus labios y perderme el abismo de su maestría al besar.

—Quiero dañarte —susurra—. Quiero doblegarte y, al tenerte así, rendida hasta los huesos ante mí, castigarte hasta que la suma de todo lo que quiero hacerte acabe por lograr que pierdas la consciencia.

Por más que inspiro, el aliento no viaja a mis pulmones. Se corta, estúpidamente, al llegar a mi garganta. Y eso tiene mal a mi pecho. O tal vez no es el oxígeno lo que falla, puede que sea el corazón, detenido por no saber manejar el flujo de mi sangre a este nivel de necesidad.

—¿Por qué... por qué no lo haces?

Él me acaricia la mejilla con ternura para luego alejar su mano, y su rostro, del mío.

—Porque sé que va a gustarte.

Al fin siento que logré atravesar la barrera en mi pecho, llenando mis pulmones con un aliento profundo y agresivo.

—Bueno... —le digo—. Con eso no puedo ayudarte, Frey.

—Hay algo con lo que sí puedes ayudarme.

—Soy toda oídos.

—Quítate todo y abre las piernas.

—Pensé que me odiabas...

Esa media sonrisa que allana sus labios no es de gusto, es de cinismo. Siento que se burla de mí, y por alguna insólita razón a mi cuerpo parece gustarle ese humillante desprecio.

Me toma de la nuca y me acerca a él con autoridad, solo para susurrar sobre mis labios, burlándose de esa cercanía, lo que termina por quebrarme de deseo.

—YA vse yeshche nenavizhu tebya, proklyataya suka —dice, y aunque no entiendo la mitad, sé qué parte de sus palabras significaron «maldita perra», y que mientras lo diga en ruso por mí que me lo repita hasta el deceso.

Le tomo por la muñeca para llevar su mano lejos de mí y me levanto. Frente a sus ojos, dejo que la falda se deslice por mis piernas hasta el piso. Luego me deshago de mi ropa interior, pero me quedo con el jersey, porque es suyo, y porque quiero que me vea con él hasta que esa imagen se le grabe al punto de inmiscuirse en sus sueños.

No vuelvo al mueble, me siento en el borde de la mesita entre este y el televisor. Abro mis piernas, tal cual me pidió, pero pongo mis manos sobre la madera en el espacio entre ellas, obstruyendo su visión.

—No estás jugando limpio. —Es lo que dice, pero las comisuras de sus labios están condenadas a un temblor que pretende tirar de ellas hacia arriba.

—Tuviste tu turno, Frey. Es mi momento de mover.

—¿Y qué quiere mi reina en esta partida?

«Mi reina». No «la reina». Suya. Podrá odiarme, pero tiene muy claro mi lugar en su tablero, y no parece querer competir contra eso.

—Mastúrbate —le pido, y por la manera en que cierra los ojos parece que recibe mi voz como un latigazo.

Es increíble, pero así de fácil entiendo que no será la primera vez, solo la primera en que me tenga realmente al frente.

Así que sonrío como si me acabaran de proclamar vencedora, y es que de hecho no necesito nada más.

Durante lo que parece una eternidad, Axer mantiene sus ojos cerrados y una expresión seria e impenetrable. Hasta que vuelve, y me mira con severidad, pero no se niega a nada. Por el contrario, extiende una mano en mi dirección.

Me toma un segundo de más entenderlo, hasta que mis ojos por fin se abren en compresión y me bajo de la mesa, pegando las rodillas al piso para avanzar hasta él en un gateo pausado.

Una vez frente a él, pongo mis manos en sus piernas y lo dejo acariciarme el rostro en saludo hasta que la palma alcanza mi boca. Entonces la agarro, y lamo desde la base hasta la punta de los dedos, mojandola para que pueda usarla.

—No me toques —dice al llevar su mano hacia esa parte de su cuerpo que pide atención desde que me senté en ese mueble.

Alza las manos y me armo con mi mejor expresión de inocencia, pero no me alejo. Me quedo donde estoy, arrodillada con mi vista fija en la manera en que sus dedos se cierran alrededor de su miembro mientras el brazo del tatuaje sigue inmóvil sobre el respaldo, como si me lo estuviese modelando.

Él empieza a recorrerse con su mano desde la base hasta la punta, y aunque pretende mantenerse sereno, su pecho ha dejado de moverse. Que tenga que contener la respiración incrimina más que un jadeo.

—¿Cuándo te lo hiciste?

—Nazareth, cállate. Si hablas esta va a ser una función muy fugaz.

No puedo ni expresar cómo de halagada me siento aunque me haya mandado a callar. Y le veo, mientras sigue moviendo su mano, pero ahora en más que una caricia. Soy una mera espectadora de su castigo, pero casi puedo sentir cómo aprieta: sus venas y nudillos son bastante indiscretos.

Verlo así... Es que puedo viajar perfectamente a esa bienvenida a su abismo dentro del auto. Antes de eso jamás se me había cruzado, no siendo honesta, la posibilidad de que él siquiera me tocara. Y ahora lo tengo aquí, casi dos años más tarde cuando se supone que todo ha acabado, obedeciendo a mi voz y silenciándola a la vez para poder tocarse sin estallar de inmediato.

—¿Por qué? —me pregunta tomando una fuerte respiración—. ¿Por qué quieres esto?

—No lo quiero —contesto y me encojo de hombros—. Es una necesidad, Frey. Y un apoyo, también. Ya hacía falta que actualizaras mi imagen para cuando te toque repetir estas sesiones en privado.

Él se detiene y lleva el dorso de su mano a sus labios, pretende ocultar esa curva, pero es inútil, ya ha contagiado todo su rostro.

—Siéntate a mi lado —me dice.

Y yo que quería sentarme encima y no a su lado. Está tan erecto que su solo imagen me tiene palpitando de necesidad, queriendo clavarme su miembro y brincarle hasta quedar segura de que no va a olvidarse de mi nombre en esta vida ni en la que sigue.

Él se medio gira hacia mí y, ahora que ya no está tocándose, no le doy tiempo a ninguna contrajugada e insisto con mi anterior pregunta, extendiendo mis dedos para tocar el relieve del tatuaje.

—¿Cuándo te lo hiciste?

Él detiene mi mano a mitad de camino y la aparta.

—No es tu turno —dice y dirige dos de sus dedos a mi boca, donde los introduce y me hace chuparlos—. ¿Quieres que los meta o solo que te frote?

Voy a necesitar rehabilitación para superar esa pregunta.

—Solo frotame —musito—. Si vas a meterme algo mejor que sea eso con lo que jugabas hace un momento.

—Abre tus piernas, Nazareth.

Me muerdo el labio y niego con una sonrisa que por suerte él entiende.

—Razdvin' nogi.

Obedezco, separándome tanto que no quede margen a quejas. Creo que tiemblo de pies a cabeza en anticipación cuando su mano me recorre desde la rodilla hasta la entrepierna.

Cuando me toca es como sentir colapsar mi mente. No lo proceso, no entiendo cómo llegamos a esto, cómo es que es posible que lo tenga aquí, usando mi propia humedad para lubricar mi punto mientras lo atiende como si existiera únicamente para esto.

—¿Eso te gusta?

Me muerdo la boca y asiento.

Esto es vergonzoso, acaba de empezar y ya me tiene al límite. Y es que estoy demasiado excitada, y lo deseo más que a nada en este jodido planeta. Solo quiero prolongar nuestros pecados hasta que al destino no le quede más opción que darnos cadena perpetua, juntos, y en esto si es posible.

Llega un punto en el que me olvido del silencio y, sin poder controlarme, gimo, y su mano pronto está en mi boca.

—No, gatita —me regaña—. No despiertes a Sophie.

Él me suelta y yo abro la boca, pero si tenía algo que decir he cambiado por completo de prioridad y le tomo por la muñeca para detenerlo, pues un movimiento más y ese jaque pasará a ser un mate.

Pero él sonríe con malicia, solo lo he alentado, y no respeta mi agarre, siguiendo por ese camino que atenta con incendiar cada terminación nerviosa de mi cuerpo.

Supongo que he vuelto a hacer algún ruido porque tira de mi nuca y me lleva a esa zona entre el cuello y su hombro, ahogando la evidencia en mis labios.

Pronto deja de ser suficiente y lo muerdo, fuerte, para concentrarme en ello y no en mis ganas de gritar. Y aunque él se tensa no me quita. Al contrario, un jadeo brota de él sin que pueda hacer nada al respecto, y es ese maldito sonido el que cambia mi estatus de estar deteniendo su mano a usar la mía sobre la suya para incentivarla.

Me rindo en segundos y me desplomo sobre él, besando la marca que dejaron mis dientes en su piel.

Él mueve su rostro hasta que sus labios quedan cerca de mi oído.

—Jaque mate —susurra el muy malnacido, robándome una sonrisa que él debe sentir a la perfección sobre su piel.

Ladeo mi rostro para mirarlo pero no me alejo.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—No si es sobre el sukin syn tatuaje.

Me río, aunque no sé si es algo de lo que deba reírme, simplemente me tiene drogada el reciente orgasmo.

—No es sobre eso. Solo... ¿Has estado con otra persona?

Él me mira, y no sé si es por toda la química que está alborotando mi cerebro, pero visto desde mi ángulo y pegada a su pecho... Esto se siente íntimo. Especial, y él se ve muy cómodo.

—No —responde—. He estado demasiado ocupado odiándome por no poder odiarte.

Okay, les juro que estoy empezando a pensar que es momento de poner en marcha el plan S de «secuestro». Lo que importa es que qué plan Z y qué coño de la madre, con este tipo me caso.

Y entonces hace la pregunta.

—¿Y tú?

Coño de la mal nacida madre de Voldemort.

Podría mentirle. Podría decirle que no estuve con nadie más, que solo lo deseo a él y que eternamente será el único que me toque. Ni siquiera puedo decir con honestidad si, de haber tenido oportunidad, habría sido sincera. Eso no importa, él simplemente deduce la respuesta en mi silencio.

A mí y a Neville nada más nos pasan estas cosas.

Él simula que va a sonarse el cuello para poder echarse hacia atrás y despegarse de mí.

Aush.

—Axer, tú terminaste conmigo —le recuerdo.

—No te estoy diciendo nada, no tienes que justificarte.

—No seas...

—No te vayas mañana —me corta—. Espera al menos hasta que acabe el fin de semana, quédate este último día.

Mi mandíbula podría tocar el piso en este momento de lo mucho que abro la boca.

—¿Tú piensas seguir en este juego de mierda? Sophie no se merece esto, Axer.

Él se ríe, es apenas un segundo, casi un bufido, pero me deja por el suelo.

—Tú en serio estás convencida de que estoy jugando con ella.

Ahora soy yo la que se aleja, buscando mi falda mientras él se viste.

Lo voy a matar.

Quiero irme y dejarlo solo, pero no puedo escapar a la oportunidad de soltarlo todo, así que lo encaro de pie en medio del televisor.

—¿No estás jugando con ella? ¿Cómo mierda llamas a lo que acabamos de hacer mientras ella duerme tranquila creyendo que estás en tu habitación pensando en ella?

—Eso no es algo que deba importarte. Tú misma lo dijiste hace un momento: nuestra relación acabó, así que estoy soltero.

—Tú... —Alzo las manos, pero no sé si las voy a usar para estrangularlo o arrancarme el cabello—. Axer, voy a matarte. Estás siendo una mierda.

Parece que eso le divierte porque estoy segura de que esa tensión en sus mejillas es el preámbulo a una sonrisa.

—No tienes que soportar esta «mierda». Tú estás aquí porque quieres.

Y tiene razón, pero, mierda, cómo duele que lo diga.

—Antes no podías... —Mi voz está a punto de quebrarse—. Jamás me habrías dicho algo así.

—Antes, cuando habría matado, o muerto, antes que verte en el estado que tú misma indugiste para manipularme y robarme todo.

—Deja de repetir esa mierda, ¿quieres?

—Lo haré, cuando deje de pensar en ello.

—¿Si me odias tanto por qué...? Eso de hace un rato... Eres una mierda.

—Eso no se repetirá, no sé en qué chert voz'mi estaba pensando, simplemente... Me contuve, Nazareth, te juro que sí. Y sé que no es consuelo, pero es lo que pasó.

—Tú me deseas, ¿por qué haces todo esto? ¡Te tatuaste por mí! No entiendo nada.

—Claro que te deseo, proklyatiye. Eres un tormento de necesidad al que no puedo huirle aunque estés lejos. Y me tatué, Nazareth, porque nunca en la sukin syn vida voy a sentir por nadie lo que sentí por ti. Esto —dice señalando la tinta en su brazo— es irrisorio. Ni siquiera comparable a la marca que hay por dentro en mi pecho. Porque sí, siempre serás mi Schrödinger, y siempre voy a amar la persona que fuiste conmigo, pero ella murió. Ese día, en el tanque. Y aunque tú te le parezcas no puedo condenarme a vivir de recuerdos. Necesito avanzar.

No quiero hacer un río con mis lágrimas aquí, así que me voy corriendo.

Estoy al pie de las escaleras que conducen a mi habitación cuando sus brazos me detienen y me voltean.

—Espera —dice.

—¿Qué mierda quieres? —espeto a mitad del llanto.

—Necesito saber... ¿Vas a irte?

Impacto mi mano contra su rostro como respuesta, y aunque él voltea y cierra los ojos, claramente superado por el golpe, no dice ni hace absolutamente nada.

—Vete a la mierda —es lo que digo antes de desaparecer.

~~~

Nota: este es el momento donde me dicen cómo se sienten, qué creen que va a pasar y todas esas cosas.

¿Les gustó el capítulo? ¿Quieren más?

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