Tomb Raider: El Legado

By Meldelen

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Anna, hija de Lara Croft y Kurtis Trent, ha manifestado de forma inesperada el legado de los Lux Veritatis po... More

Capítulo 1: Lady Croft
Capítulo 2: Hogar
Capítulo 3: Fractura
Capítulo 4: Silencio
Capítulo 5: Don
Capítulo 6: Pulso
Capítulo 7: Asesino
Capítulo 8: Huesos
Capítulo 9: Juguemos
Capítulo 10: Promesa
Capítulo 11: Barbara
Capítulo 12: Elegida
Capítulo 13: Destino
Capítulo 14: Retorno
Capítulo 15: Vísperas
Capítulo 16: Estallido
Capítulo 17: Ratas
Capítulo 18: Dolor
Capítulo 19: Belladona
Capítulo 20: Dreamcatcher
Capítulo 21: Demonio
Capítulo 22: Annus Horribilis
Capítulo 23: Frágil
Capítulo 24: Verdad
Capítulo 25: Rabia
Capítulo 26: Monstruo
Capítulo 27: Votos
Capítulo 29: Foto

Capítulo 28: Otra vez

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By Meldelen

Antes de empezar, unas palabras de disculpa. Llevo un año sin actualizar este relato, lo que se debe, básicamente, a que ahora soy madre, ¡y de mellizos! Lo que hace muy difícil encontrar tiempo para escribir y completar lo poco que me queda para finalizar este fanfic. Con todo, voy a intentar hacerlo a la brevedad posible, pues detesto los proyectos sin terminar, y ya tengo bastantes de éstos entre mis escritos personales. Por lo menos, los fanfics los terminaré. Así pues, perdón por lo que habéis tenido que esperar, y gracias por estar ahí, siempre.

28. Otra vez

Kurtis se despertó antes del alba, cuando aún no había empezado a clarear. A oscuras no quería ponerse a buscar algo de ropa que ponerse y las prendas de su traje de novio, esparcidas por el suelo con cierta premura la noche anterior, no podían ya esperar otra cosa que ser recogidas y guardadas. Tampoco tenía intención de enfundarse uno de los albornoces de Lara, que le quedaban estrechos y provocaban auténticos estallidos de carcajadas en su legítima dueña cuando se le había ocurrido probárselos.

Desnudo tenía que ser. Se encogió de hombros.

Se dirigió al alféizar y se sentó en el mismo marco de la ventana, con la mirada perdida en el todavía oscuro horizonte. Hace tiempo habría abierto la ventana y fumado un pitillo deprisa y corriendo, sacando el humo por el vano del cristal, antes de que Lara despertara. Pero ya no podía ser. El tabaco se había acabado. Para siempre.

- Y al paso que voy, el alcohol también se acabará. – gruñó.

Era una queja vacía. En realidad, estaba más que dispuesto a sacrificar los pocos vicios que le quedaban. La vida era mucho más valiosa, como ahora sabía apreciar.

Estuvo pensando en silencio durante un buen rato, mientras unos leves tintes rojizos empezaban a asomar por el horizonte. Para cuando Lara se despertó y lo vio, sombra dorada en un océano ardiente, ya se oían los primeros cantos de los pájaros madrugadores.

- Qué visión. – dijo ella en voz alta, incorporándose en la cama. Tampoco llevaba ropa, ni tenía intención de ponérsela. Todavía.

Él sonrió levemente, pero era una sonrisa triste. Ya estamos otra vez, pensó Lara. Pensó en arrojarle una almohada la cara para cortar aquel típico hilo de pensamientos negativos, pero muy a su pesar, verlo melancólico siempre había aumentado su atractivo. Y, por ende, su deseo por él.

- ¿Quién se ha muerto ahora? – bromeó mientras se desperezaba. Kurtis se levantó y fue hacia ella, pero cuando estaba por coger la sábana que la cubría ella dio un tirón y la quitó de su alcance. - ¡Ah, ni hablar! Hasta que no me digas qué pasa...

- Está bien. – él alzó las manos en son de paz – He estado pensando en Anna, y he tomado una decisión. No es seguro entrenarla aquí, como ya has visto.

Lara frunció el ceño.

- Si es por lo del invernadero de Winston, ya se me ha pasado el disgusto. Le dije que no era culpa suya, sé que no puede controlarse.

- Lara, habrá cosas más grandes y peligrosas que ella hará estallar. Aquí o allí, en privado o en público.

Durante un momento, Lara volvió a ver el precioso invernadero que el fiel mayordomo había cultivado durante años con dedicado amor estallar en una supernova de cristales rotos. Alzó una ceja.

- Está bien. – suspiró – Dime qué has pensado.

- A riesgo de ser repetitivo... Utah.

Ella suspiró.

- ¿Seguro que quieres implicar a los Navajo en esto?

- Ellos siempre han estado implicados. – Kurtis se encogió de hombros – Me crié con ellos, ¿recuerdas? Soy diné por parte de madre. Para ellos nada de lo que Anna pueda hacer les vendrá de nuevo. Ella no puede asustarlos. La conocen, la quieren. No harán preguntas. Y si viene alguien que las haga, cerrarán filas en torno a ella. La protegerán.

Era una buena idea. En tierra de los diné, Anna estaría segura. Aislada. Rodeada de gente que moriría por ella si fuese necesario. Pero...

- Todavía me despierto a veces, durante la noche, y pienso lo que le ocurrió a Putai y a sus beduinos. - confesó Lara amargamente – No quiero tener que enterrar a nadie más por causa nuestra.

- La Cábala mató a los beduinos y a Putai. – rebatió Kurtis categóricamente – La Cábala está extinta. Me he encargado personalmente de ello.

- Excepto...

- Ella no le hará daño. Ella ni siquiera se le acercará.

- ¿Cómo estás tan seguro?

- Porque la mataré si lo hace, y ella lo sabe bien.

- Entonces será Anna quien se acerque a ella.

Kurtis se irguió con una expresión agria.

- ¿Por qué iba a hacerlo?

- Oh, porque lo hará. – aseguró Lara – No hoy, ni mañana, ni en algunos años. Pero tarde o temprano la buscará. Es demasiado fascinante, sabe demasiadas cosas. Querrá saberlo todo, y ella se lo contará.

Durante unos momentos se hizo el silencio. El sol naciente ya teñía de rojo toda la habitación.

- No importa. – concluyó Kurtis – La mataré lo mismo.

- La has dejado con vida porque dijiste que no era una amenaza.

- Y no lo es. Además, se lo debía. Sin ella no habríamos cazado a Schäffer. Era la última amenaza real de la Cábala.

- Y aun así la matarías si Anna se le acerca.

- Y aun así la mataré si Anna se le acerca.

- ¿Por qué?

- ¿Qué clase de persona soy si hago una amenaza en vano? – él hizo un barrido con la mano – Mejor un asesino honesto que un asesino hipócrita.

- Tú no eres un asesino.

- Oh, claro que lo soy. - Y tú también lo eres. Y ella también lo será. Lo pensó, pero no lo dijo.

Lara suspiró y se reclinó sobre la almohada, su cabellera castaña esparciéndose sobre ella.

- Debería haberte dejado tirar de la sábana. Esta conversación no es sexy.

- Me llevo a Anna a Utah, - añadió él - y cuando regresemos, estará entrenada.

- ¿Alguna vez has entrenado a alguien?

- No. – y una sonrisa sardónica apareció en su cara – Pero no es que quede nadie más para hacerlo.

Y entonces ella se dio cuenta y se irguió de repente.

- ¿Has dicho que te llevas a Anna? ¿Qué hay de mí?

- Tú no vienes.

- ¿Disculpa? – Lara alzó de nuevo la ceja - ¿Sabes qué hago cuando me dicen que no puedo ir a un sitio? – chasqueó los dedos – Me convierto en la dueña del lugar.

Él estaba riendo.

- Tú tienes mejores cosas que hacer que ver volar vacas y caballos. ¿No quieres regresar a tus templos y tumbas?

Ella enmudeció y se quedó pensativa, mientras se daba golpecitos en la mejilla con la uña.

- Shilah os matará si hacéis volar sus vacas y caballos.

- Le compensaré. ¿Adónde quieres ir esta vez?

- ¿Yo?

- No te hagas la loca. Te he visto mirar tus mapas y hacer llamadas...

Lara sonrió.

- Charles me ha estado hablando de cierto lugar en Nigeria...

- Ah, ahí lo tienes.

- ... pero iba a decirle que no. Anna me necesita.

- Sin ofender, m'lady, pero no, realmente. Me necesita a mí. Eres libre para irte a saquear de nuevo, pero por favor, no te metas en otro berenjenal como el de Sri Lanka. No podré llegar a tiempo desde Utah para salvarte.

Ella puso los ojos en blanco.

- No me salvaste. – él soltó un bufido - ¡Está bien, me salvaste! Pero yo ya estaba saliendo de esa jaula de bambú.

- En la que acabaste metida por tu propia cabezonería.

- ¿Estamos hablando de Anna o de mí?

- Estamos hablando, en general, porque no me has dejado tirar de esta sábana.

- ¡Toma! – gritó ella, lanzándosela a la cara - ¡Toda tuya!

Kurtis apartó la sábana de un manotazo y saltó sobre ella, que sofocó una carcajada. Se le resistió, pero sólo un poco, lo justo para juguetear un poco. Lo necesario. Luego, no se le resistió más.

(...)

Bárbara estuvo hasta bien tarde consultando los archivos. Mucho después de que el conserje dejara el carro de limpieza en su sitio y se despidiera amablemente de ella, apagando todas las luces excepto las de su despacho.

Sentada en el suelo enmoquetado y bebiendo distraídamente del termo de café – una bebida repugnante, pero ciertamente efectiva, en su opinión -, la que ahora era investigadora del Museo Nacional de Teherán observaba, fascinada, los textos y fotografías del antiguo arte persa que representaban a su ancestral raza perdida, y a la diosa madre de todos ellos.

Alargó un pie y cubrió la foto del relieve de la Reina de la Noche con una hoja transcrita. No, Lilith. Hoy no la atormentaría en sus sueños como de costumbre. Hoy no.

Tomó otro trago de café y se ajustó el diáfano velo sobre el negrísimo cabello, concentrada en una tablilla que hablaba de los primeros Nephili, aunque este término no aparecía como tal. Tan concentrada estaba, que no oyó el crujido a sus espaldas. O lo confundió con el sonido decrépito de las viejas estanterías.

- Hija Bendita. - murmuró una voz cascada a sus espaldas.

Sintió que se le helaba la sangre en las venas. Volviéndose bruscamente, captó una sombra a sus espaldas y en dos segundo se había levantado de un salto y había retrocedido hasta chocar con su escritorio.

La figura alzó las manos en son de paz.

- No, no te asustes, Venerable. No he venido a hacerte daño.

Bárbara rebuscó frenéticamente en su chaqueta en busca del spray de pimienta. Ya le había venido bien en un par de desgraciadas ocasiones. Pero no lo tenía a mano. Quizá en el bolso, que estaba al otro extremo de la mesa. Miró hacia allí con desesperación.

- ¡No huyas, por favor! – susurró de nuevo el intruso – Mira, me arrodillo ante ti.

Salió de entre las sombras y en efecto, trabajosamente, se arrodilló. No era más que un anciano inofensivo, vestido con un traje pasado de moda, que lo miraba con fascinación y sonreía afablemente.

- No me temas, Hija Bendita. Soy un amigo. Soy un fiel servidor.

Al fin, ella encontró voz para hablar.

- Vete. - farfulló, con la boca seca del susto. – Te has confundido de persona.

El anciano ensanchó su sonrisa.

- Oh, eso lo dudo mucho, Betsabé de los Nephili.

Se le revolvieron las tripas. No, pensó aterrada.

- No sé de qué me hablas. – musitó – Me llamo Barbara Standford, y soy investigadora y marchante de arte especializada en la antigua Pers...

- En la cultura y antiguo linaje de los Nephilim, tus parientes, tus ancestros, mujer bendita. Te conocemos, Betsabé. Te hemos estado buscando.

Ella negaba lentamente con la cabeza, y sin confirmar ni desmentir, graznó:

- ¿Quién eres?

- ¿Puedo levantarme, mi Señora? Mis rodillas no son lo que eran, y aunque yo y todos los mortales de este mundo no deben sino permanecer postrados ante ti, agradecería una pequeña misericordia, si soy digno de ella.

El corazón le martilleaba sobre las costillas. Esto no está pasando, pensó ansiosa, mientras el anciano se levantaba trabajosamente, al parecer no dispuesto a esperar su permiso.

- Voy a llamar a la policía. – amenazó, estirando la mano hacia el teléfono de góndola que estaba sobre la mesa.

- Oh, no serviría de nada. He cortado el cable mientras estabas fuera, Señora.

- ¿Pero qué quieres de mí? – gimió ella, desesperada. La boca empezó a torcerse y a temblarle, como le pasaba cuando se ponía nerviosa. Se llevó la mano hacia la mandíbula y agachó la cabeza, para que tanto velo como cabello le ocultaran la deformidad.

El anciano sicofante no parecía haberse dado cuenta de nada.

- Respuestas para mi Señora. - dijo afablemente – Somos una organización que lleva años buscándote, bueno, y que antes de ti buscó a tu padre, y al hombre que lo protegía, bueno, e incluso a vuestros ancestrales enemigos. Nos hacemos llamar los Hombres de Negro, aunque en realidad, esto no es más que una tapadera.

Tiene que ser una broma, sonó una vocecilla en su cabeza.

- ¿Qué es lo que queréis?

El anciano sonrió.

- A ti, Señora.

- ¡No! ¡Dejadme en paz!

En respuesta a su chillido, él volvió a alzar las manos.

- ¡Por favor, Señora! No queremos hacerte daño. Sólo queremos devolverte el lugar que mereces. Estás llamada a reinar, Señora, desde siempre. Y nosotros queremos reinar a tu lado.

Durante un momento, el silencio pesó entre ellos. Convencido de que estaba escuchándolo, el hombre continuó diciendo:

- Es desafortunado que la Hija Bendita se haya quedado tan sola, sin amigos que la apoyen ni siervos que cumplan su voluntad. Nosotros queremos ser eso para ti, Señora. No tendrás que volver a esconderte con una burda identidad humana, ni hacerte pasar por una vulgar mortal. Tú volverás al trono que te estaba preparado desde antes que nacieras, Señora, y esta vez te sentarás en él y gobernarás el mundo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Barbara al darse cuenta de la horrible verdad. Aquel hombre no sabía que ella...

- ¿Señora?

- ¿Y si me niego? – espetó ella, su voz tornándose dura de pronto.

El hombre se estremeció.

- ¿Es que la Señora quiere seguir en la clandestinidad, viviendo la triste vida de una mujer cualquiera? ¿Cómo le ha ido a la Señora así?

Señora, Señora, Señora...

- ¿Cuál es vuestro plan? – dijo, irguiéndose de pronto.

El adulador sonrió de nuevo.

- La Cábala ha desaparecido, es cierto, pero nosotros tenemos más recursos y personal que la Cábala. Ya gobernamos de facto un mundo que cree servir a corporaciones, lobbies y conglomerados de suprapoderes que en realidad responden ante nosotros. Tú serás nuestra guía y líder, y con tus poderes darás rostro y realidad a ese poder. Y con tus bendiciones, extenderemos nuestro dominio más allá del mundo.

- ¿Cómo sé que tan sólo pretendéis servirme, y no utilizarme?

- ¿Señora?

- La Cábala dijo servirme, pero quiso utilizarme. La misma Madre de los Demonios dijo haberme elegido, pero sólo para que diese a luz una nueva raza de Nephilim. ¿Cómo sé que no sois más de lo mismo?

El anciano se inclinó.

- Nosotros no somos nada ante ti. La Señora puede reducirnos a cenizas tan pronto como la disgustemos, y nos sentiremos honrados por ello.

El silencio pesó de nuevo entre ellos. Bárbara, ya más relajada, cambió el peso de pierna y se apoyó en la mesa escritorio.

- Está bien. - dijo – Está bien. ¿Cómo te llamas?

El adulador sonrió, juntando las manos devotamente.

- Murphy, Señora. Para servirla, con honor y bendición.

- Acércate, Murphy.

Tembloroso de emoción, el sicofante se acercó a ella. No era hermosa como le habían dicho, sino mucho más que eso. Y ese aroma a espliego... no habían exagerado, se habían quedado cortos.

- Diosa mía. - murmuró con fervor, las últimas palabras que pronunció en vida.

Luego sintió un terrible dolor en la base del cuello, como un rayo de fuego, abrasador, desgarrador, y al abrir la boca para gritar, la encontró llena de sangre. Sólo pudo soltar un gorgoteo de estupor.

Bárbara, Betsabé de los Nephili, su bella diosa, estaba de pie ante él, la mano derecha alzada, sosteniendo un sencillo abrecartas de oficina, la punta metálica todavía inclinada hacia él. No lo había soltado tras clavárselo en la yugular. Su sangre, espesa y negruzca, le llenaba la mano y, goteando desde sus blancos dedos, corría en delgados hilos por su muñeca y brazo abajo, dibujando un mapa fluvial en su blanca, blanca piel.

Mi Señora, pensó, y no tuvo tiempo de preguntarse por qué. Se derrumbó en el suelo, se agitó en un charco de sangre, murió.

Ella no empezó a bajar el brazo hasta mucho después que el gorgoteo agonizante se hubo extinguido. Todavía agarraba con fuerza el abrecartas, clavándoselo en la palma de la mano.

Luego vino el temblor que se apoderó de su cuerpo. Se le doblaron las rodillas, pero se agarró a la mesa. Luchó por contener el vómito, pero acabó vaciando el estómago junto al cadáver, un río de ácido mezclado con café.

Se quedó sentada junto al cuerpo, tratando de ordenar sus ideas.

- Qué tonto has sido, Murphy. - musitó.

No sabía que ella ya no tenía ningún poder. Y por la cuenta que le traía, nadie, nadie debía saberlo.

Lentamente, venciendo su repulsión, estiró la mano y remojó los dedos en el charco de sangre. Levantándose, fue hacia la pared, una extensión blanca e impoluta, con unos pocos mapas de los montes Zagros que arrancó a manotazos.

- Esto va por ti, padre. – expresó en voz alta, y empezó a trazar un gran símbolo en la pared.

(...)

- ¿Cuánto tiempo crees que llevará? – dijo Lara más tarde, retomando la conversación interrumpida.

Kurtis miraba al techo con los brazos cruzados detrás de la nuca, una ligera película de sudor todavía cubriéndole la piel. Sacudió la cabeza.

- Ya hemos hablado de esto. - dijo. - Meses. Años. Quizá nunca esté entrenada del todo. Hay cosas para las cuales nunca se está preparado.

Ella se encogió de hombros.

- A ti no te ha ido tan mal. Le irá bien.

- Si me hace caso... - farfulló él.

- ¿Le hacías caso tú a tus instructores?

- Sabes que no. - e hizo una mueca mordaz. – Pero también sabes lo que mis instructores hacían conmigo. Eso no le va a ocurrir a ella.

El silencio pesó durante unos instantes entre ellos. Luego, Lara se incorporó y apartó la sábana.

- Si me marcho a Nigeria... - dijo entonces.

- Te puedes marchar tranquila a Nigeria. Ya has visto que soy capaz de defenderla. Con mi vida.

- Lo sé. – se dirigió hacia el baño. – Pero espero que no tengas que volver a hacerlo. Nunca más.

- Nunca más. – susurró él.

(...)

El vaso permanecía inmóvil.

Anna suspiró, se pasó la mano por la cara y se concentró de nuevo.

Nada.

Vamos, muévete, pedazo de mierda, pensó en silencio.

El vaso siguió inmóvil.

Se concentró. Se concentró más. Se forzó a no parpadear. Empezaron a picarle los lagrimales de los ojos. Empezaron a quemarle.

El vaso no respondió.

- ¡Joder! – estalló furiosa, y se dejó caer contra el respaldo de la silla, frustrada.

- Deberías descansar un rato. – recomendó Catherine, que había estado observando la escena mientras se forzaba a no estallar en carcajadas.

- ¿Descansar de qué? – Anna dio un manotazo contra la mesa - ¡Si no he hecho nada!

- Tienes los ojos enrojecidos.

Se suponía que el maldito vaso debía moverse, ¿no? ¿Por qué no se movía?

Papá tiene razón, pensó amargamente. No estoy entrenada. No estoy preparada.

- ¿Cuándo os marcháis? – dijo la hija de lady Kipling, mirando distraídamente por la ventana de la cocina, haciendo como que nada de aquello la entristecía.

- Mañana. – dijo Anna, mirando de reojo el vaso – De madrugada, antes de que salga el sol. Papá no quiere que llamemos la atención, aunque llevamos a Niyol con nosotros, de vuelta a casa.

- ¿Y tu madre? ¿Es cierto que se va a África?

- Sí. Charles ha localizado un antiguo santuario a las orillas del Níger con cierto objeto ancestral... un escudo pintado o algo así. Es muy valioso.

- Comparado con otras cosas que ha recuperado, a tu madre un trozo de madera pintada no le parecerá gran cosa.

- Oh, pero si a ella el artefacto le da igual. Lo que quiere es volver a explorar. Ella se muere de aburrimiento aquí, y la nación Navajo tampoco es que ofrezca muchas emociones fuertes.

Espera. ¿Se había movido el vaso?

No.

- A veces la envidio. – Kat suspiró – Debe ser maravilloso viajar por lugares salvajes y bellos. Bueno, os envidio a las dos.

- Al principio sí. - Anna se encogió de hombros – Pero con el tiempo te cansas. Y dormir con la posibilidad de que se te meta una tarántula en el saco no es muy emocionante que digamos... no en el buen sentido.

Su amiga rio con aquella risita que tenía, parecida a un tintineo de cristal.

- ¿Entonces no vas a seguir sus pasos?

- ¿Yo? ¡Qué va! – Anna volvió a mirar fijamente el vaso – Yo voy a ser como mi padre...

Y entonces el vaso vibró. Dio un respingo.

- ¡Kat! ¡Kat! ¿Lo has visto?

- ¿El qué?

- ¡El vaso! ¡Se ha movido!

- Le has pegado una patada a la mesa.

- ¡Te digo que no! ¡Se ha movido!

- ¡Anna!

- ¿Qué?

- ¡Te está sangrando la nariz!

Notaba cierto picor, eso sí, en la fosa nasal. Se pasó la mano por la nariz. Un pequeño tinte rojo apareció en sus dedos.

- No es nada.

Catherine suspiró.

- Quieres llegar a C sin haber pasado por A y por B. Deberías escuchar a tu padre, cuando te dice que deb...

¡PLAF!

La muchacha dio un respingo y saltó hacia atrás, desplazando la silla un trecho.

El vaso había salido disparado por los aires y se había estrellado ruidosamente contra la pared de enfrente, fragmentándose en varios trozos de cristal que cayeron, como lluvia tintineante, sobre el enorme fregadero de la cocina.

Anna estaba lívida, el rostro cubierto por una película de sudor y la nariz sangrando por ambas narinas, dos hilos rojizos que serpenteaban por sus labios y se escurrían cuello abajo. Pero sonreía.

Sonreía.

- Lux Veritatis mecum. – jadeó, triunfante.

(...)

- Voy a decirlo claramente. - suspiró la mujer, categórica – Betsabé de los Nephili causaba menos problemas cuando la creíamos muerta.

Un espeso silencio cayó entre los reunidos, los diez en torno a la mesa redonda, como una especie de caballeros del rey Arturo, sólo que más mundanos, y también más siniestros.

- Debería haberse quedado en un maldito agujero. – bufó el hombre a su derecha. – Murphy estaría vivo.

- Murphy era un idiota. – el joven empresario sentado enfrente movió la mano con desprecio - Estaba obsesionado con los Nephilim y con la divinidad de Betsabé. Creyó que podía medirse con ella. Y ahora lo ha matado. Quisiera decir que ya os lo dije, pero...

- ... déjalo. - gruñó el agente de policía a su izquierda. - No nos tortures más.

La mujer, que se llamaba Grace, volvió su cabeza canosa hacia su compañero, un bróker de mediana edad, y dijo:

- ¿Cómo ha sido exactamente?

El aludido hojeó unos documentos:

- Parece que le seccionó la yugular con un objeto afilado. Luego, pintó el símbolo del Monstrum en la pared.

Se oyeron varios suspiros y jadeos de incredulidad.

- Es una advertencia. - dijo el empresario, no sin cierta admiración – O nos mantenemos alejados de ella, o recreará los asesinatos del Alquimista Oscuro. Uno por uno, acabará con todos, como hizo él.

- No invoques viejos fantasmas. – Grace se estremeció – Eckhardt está muerto, y Karel también.

- Queda ella. - farfulló el bróker - ¿Y bien? ¿Quién lo hace?

- ¿Hacer el qué?

- Por Dios, James, mira que eres cortito. ¿Quién la mata?

Coros de voces indignadas.

- ¿Matarla? Eso es una barbaridad...

- ... ¡incluso para nuestros estándares!

- Es de la semilla de los ángeles...

- ¡Inmortal! El cristal bendito de los Lux Veritatis fue destruido...

- ... no hay posibilidad de matarla...

- ... hemos sido avisados...

- ¡Ya basta! – estalló Grace.

Se hizo el silencio. La vetusta mujer retomó su discurso.

- Me habéis elegido líder, así pues, lideraré. No tomaremos contacto de nuevo con Betsabé, al menos, no de momento. Nos ha rechazado abiertamente, mató a nuestro emisario. Cualquier insistencia en ese aspecto sería una locura. Es poderosa, y muy, muy peligrosa. Debemos garantizarnos su colaboración, pero no haremos otro intento hasta estar seguros de que ha cambiado de parecer... o de que tenemos otro idiota dispuesto a sacrificarse. ¿Algo que decir?

Más silencio.

Grace se volvió de nuevo hacia el bróker metido a secretario.

- ¿Qué hay de la niña?

Hojeó de nuevo los documentos.

- Nuestros informes dicen que Anna Heissturm ha partido junto a su padre de vuelva a Utah, a tierras de los Navajo, después del incidente del colegio privado. Todo parece indicar que se la lleva para entrenarla.

- ¿Y la madre? – la anciana enarcó las cejas - ¿No va con ellos?

Él negó con la cabeza.

- Lara Croft está en Nigeria, en busca de un nuevo artefacto. Parece estar confiada en haber dejado a la niña en buenas manos.

- - Y lo ha hecho. - Grace tamborileó con los dedos sobre la mesa – Sólo que ni siquiera eso escapa a nuestra visa. Y bien, ¿ideas?

James espetó con voz venenosa:

- Mátalos. A todos.

Grace suspiró.

- Dios...

- Haz lo que te digo, déjate de gaitas. Mata a la cría, mata al padre. Mata también a la puñetera madre. Librémonos de esa gente.

- Tú todo lo arreglas matando, James.

- ¿Queréis control? ¿Queréis tranquilidad? Liquidadlos. Y a esa Betsabé también, pongamos a prueba si es inmortal o no. El mundo está mejor sin ellos.

Resoplidos indignados, protestas.

- ¡Qué desperdicio! Destruir semejante poder, semejante talento...

- ... ¡hemos de convencerles para que cooperen!

- Sí claro, como hicimos con Kurtis Heissturm, ¿verdad? ¿Es que habéis olvidado lo que hizo en Nueva York?

- ¡Porque intentabais lobotomizarle!

- ¿Y qué si no? Se negaba a mostrarnos sus poderes...

- Fuisteis unos brutos. ¿Vais a lobotomizar a la niña también?

- No, a ella hay que ganársela...

- ¡Pues no os la ganaréis si matáis a sus padres! Vendrá a vengarse, ¡y ay de nosotros si nos pilla en su camino!

Grace se estaba apretando el puente de la nariz con dos dedos.

- Esto parece un mercado. – susurró, y dio varias palmadas sobre la mesa - ¡Está bien! No tomaremos acción alguna hasta que complete el entrenamiento. Y luego...

Vaciló.

- Kurtis Heissturm tiene que morir. – concluyó James – Lo siento, pero es la única solución. Nunca cooperará con nosotros, no lo conocéis bien. Mató a todos los de hospital, no dejó alma con vida, y los años no lo han vuelto más amable. Si tocamos a la niña, se volverá loco.

- La niña no debe ser herida...

- Herida o no, se volverá loco. Vosotros no estuvisteis allí. No visteis lo que yo vi. Ese hombre...

- Él no es el único problema. - interfirió el bróker, soltando las hojas. - Os habéis olvidado de Lara Croft. ¿Cómo creéis que reaccionará si matamos a Heissturm? ¿Y si nos llevamos a la niña?

- Croft no me preocupa. - James hizo un gesto vago con la mano – No es más que una mujer, y bien mortal. Contratad a un buen francotirador, que haga el trabajo. Limpio y rápido, de lejos, un solo disparo a la cabeza, y se acabó.

Grace se estremeció.

- Imagina ahora la reacción del padre, o de la niña, si hacemos eso.

- Por eso digo que hay que liquidarlos a los tres. Cualquier otra cosa será meter la cabeza en una trampa para osos.

- ¡No, no, no y no! – el joven empresario daba puñetazos en la mesa - ¡Es poder lo que perseguimos, no sangre!

- ¡Si se niegan a cooperar, habrá que matarlos! ¿O es que nos dejarán en paz cuando sepan que vamos tras ellos?

- ¡Suficiente! – estalló Grace.

Nuevo silencio.

- Esperaremos a que complete el entrenamiento. – concluyó, categórica – La niña no controla sus poderes a día de hoy, y sólo el padre sabe entrenarla. Kurtis Heissturm es necesario... por ahora. Esperaremos a que le enseñe todo lo que sabe, y una vez lo haga...

Vaciló de nuevo.

- ... entonces, él ya no será necesario.

- ¡Pum! – siseó James, colocando sus brazos en posición de francotirador. Grace lo miró con asco.

- Y luego, para evitar represalias, nos desharemos de Lara Croft.

- ¡Pum, pum!

- James, por Dios, ya basta. Al menos tengamos seriedad.

Una vez más, silencio.

- Nos odiará para siempre.

- ¿Quién?

- Anna. Jamás colaborará con los asesinos de sus padres.

- No tiene por qué saberlo. No lo sabrá... en absoluto.

El silencio se espesó todavía más.

- Lo averiguará. Nos encontrará.

- Que venga. - Grace se reclinó en el respaldo de la silla – Estaremos esperándola.

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