La química del amor

Autorstwa RollitodeSushii

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Berlilia Collins es hija de la famosa «Química del amor». Su madre ha hecho el descubrimiento del siglo, crea... Więcej

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34

Capítulo 19

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Autorstwa RollitodeSushii


El resto de la semana cursó con normalidad: club de teatro, clases, almuerzo y comida en el comedor con Gael, Jailin y el resto de sus amigos, y una breve caminata hacia la casa de Alden para registrar los pequeños avances en la bitácora. El viernes llegó y, puntual como un reloj, Alden llamó a la puerta a las seis en punto para ser recibido por mi padre y Linus como si fuera el mejor amigo de todos.

Rodé los ojos frente al espejo cuando escuché a mi padre hablar sobre su juventud y la pasión con la que él y sus amigos asistían a los bolos. Si no bajaba rápido iba a contarle la historia de las apuestas, así que tomé mi señal y bajé dando brincos sobre las escaleras. Necesitaba salir de allí de inmediato.

—Es hora de irnos —anuncié, llegando directamente hacia la puerta.

Mi padre me recorrió con la mirada como si buscara algún indicio de promiscuidad recién incentivada. Bueno, estaba buscando en la chica equivocada. Mi abrigo beige cubriendo hasta mis rodillas, la bufanda blanca cubriendo mi cuello por completo y unos botines bastante monos del mismo color (elección del guardarropa de Lady Monroe), no eran precisamente para morirse de preocupación.

Mi padre suspiró.

—Desearía ir con ustedes.

Los ojos de Sophie se iluminaron y supe que debía intervenir de inmediato, antes de que fuera demasiado tarde.

—Y yo desearía haberme casado con William Arthur Philip Louis Windsor, duque de Cambridge, antes que Kate Middleton, pero la vida es dura. —Tiré del brazo de Alden hacia la salida—. Es tarde.

—Espera, Berly —llamó papá a solo unos pasos de atravesar la puerta principal.

Tan cerca.

Giré y lo miré con una súplica grabada en las pupilas. Esperaba que pudiera transmitirle mi plegaria y me dejara ir ilesa. Si lo notó, no le importó.

—¿Recuerdas que cuando eras pequeña te hablé sobre llegar a casa antes de las diez?

Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás. Esperaba que no comenzara a cantarme el rollo de las drogas y los peligros de la calle. Ahora entiendo que debí enfocarme en otras aguas.

—Sí.

—¡Pues olvídalo! —soltó entusiasmado—. ¡Toma todo el tiempo que quieras!

—¡Andrés! —exclamó Sophie anonadada.

—Vamos cariño, es Alden —le susurró papá a una muy acalorada Sophie—. De hecho, no regreses, cerraré la puerta en cinco minutos.

Gruñí.

—¡Papá!

Alden, en cambio, parecía estar pasándola de maravilla. Estaba segura de que con él tampoco iba a salir ilesa de eso.

De un gruñido tiré de Alden hacia fuera y el resto del camino me vi obligada a guardar silencio y clavar la mirada en la ventana. Tenía que hacerlo si esperaba llegar con un ánimo manejable a los bolos.

Bueno, la verdad es que la mayor parte del viaje la pasé dormida, con la frente pegada al frío cristal de la ventana. Caí como un bebé y me dediqué únicamente a formar ondas de vapor con mi aliento en el cristal.

—Berly, llegamos. —Despertó Alden apartando con cuidado los mechones de cabello que me cubrían la frente.

Suspiré y me erguí un poco en el asiento del copiloto.

—Berly, ¿has estado durmiendo últimamente? —cuestionó con, lo que pareció, una mirada preocupada.

Que Alden tuviera toda su atención centrada en mi adormilada persona no me provocaba la más grande de lmucha ilusión, pero para evitarla no podía hacer nada más que responder con rapidez y desviar la mirada hacia la ventanilla opaca.

—Por supuesto que he estado durmiendo. No tengo una razón para no hacerlo.

Está bien, mentí, pero era todo por una buena causa.

Después de recibir una llamada del doctor Bell la noche anterior, decidí poner manos a la obra al proyecto de la terapéutica del cáncer. Aún no tenía nombre, pero eso era lo menos importante. Necesitaba colaborar, necesitaba analizar el proyecto, los datos, las estrategias, después de todo: dos mentes funcionaban mejor que una y no quería que el doctor Bell pensara que lo había abandonado por el proyecto de mi madre. Tampoco quería que el resto de los miembros del CIC creyeran que solo buscaba colgarme de su buen nombre para hacerme un lugar.

 Así que sí, pasé la noche en vela revisando los documentos escaneados en la base de datos del CIC. La verdad es que no logré ningún progreso, pero esperaba volver a familiarizarme con los avances.

Alden no me creyó, sin embargo, asintió sin insistir y bajó del auto. Era una virtud añadida, saber cuándo y cómo retirarse de un juego como ese, en especial cuando se iba acompañado de un montón de insomnio, cafeína y una misión que implicaba salir a divertirse.

Necesitaba una aspirina con urgencia.

Cuando Alden abrió mi lado de la puerta me rehusé a salir. De verdad hacia tanto frío afuera que prefería quedarme dentro del auto a dormir por siempre.

—Por favor, mátame —supliqué.

Resopló.

—Tú lo estás haciendo perfectamente. Vamos, abajo.

Sabía que no tenía más remedio que salir. Cada segundo fuera era insoportable, el frío atravesaba mi ropa y me helaba la piel, mi nariz y mejillas estaban a punto de caerse y ni siquiera podía sentir las manos o los dedos de los pies. Lo que sea que estuviese dentro prometía más calidez que el exterior.

Apenas pusimos un pie dentro, la temperatura del lugar nos derritió, volví a sentir los dedos y las mejillas. No me había equivocado.

Las luces de neón adentro eran alucinantes, no pude evitar pensar en los cultivos a los que sometíamos a luz ultravioleta en los laboratorios de microbiología, me sentía como un cultivo de cocos en mi caja Petri. A la distancia había varias mesas para quienes quisieran comer algo durante los juegos, pero la mayor parte del espacio lo ocupaban un grupo de filas con el camino iluminado hacía sus respectivas hileras de pinos, con una pantalla pequeña que funcionaba como marcador. La música de fondo me hacía sentir como dentro de alguna fiesta adolescente, de esas que salían en las películas que papá me obligaba a ver en Navidad. Me sentía como un pez fuera del agua, pero cerré los ojos y me juré que iba a esforzarme por hacerlo funcionar.

Esperamos un poco para entrar en calor antes de deshacernos de los abrigos y comenzar con el entrenamiento de la práctica de bolos. Era más sencillo entrar en calor soplando aliento cálido sobre mis manos enguantadas y, aunque me ganara un par de miradas de extraños en el área, no iba a dejar de hacerlo.

Cuando Alden me indicó con un gesto de la mano que me acercara a la línea de tiro, le seguí todavía tiritando un poco y esperé con la mirada clavada en todas las bolas de boliche. Tenían diferentes tamaños y diferentes colores, todas apiladas en una estantería. Eran todas muy bonitas.

—¿Qué estás haciendo? —Me detuvo cuando intenté tomar la verde.

—Tenemos que empezar —respondí como si fuera lo más obvio.

En realidad, no comía ansias por iniciar la práctica, solo deseaba salir de allí lo más rápido posible para correr a la comodidad de mi cama, tomar un té y continuar con las investigaciones del doctor Bell en el CIC.

—¿A qué, a fracturarte? No puedes elegir una al azar. —Frunció el ceño quitándome los dedos de los orificios de la bola verde—. Tienes que adecuarla a tu peso y fuerza.

¿Qué, qué?

Mi mirada confundida debió darle el indicio necesario para que continuara con su cátedra.

—Estas bolas tienen un peso de entre seis a dieciséis libras. —Tomó la roja y me la entregó—. Sostenla un rato. —Así hice—. Bien, ahora toma esta. —Me quitó la roja y me entregó una azul, tan solo un poco más pesada—. Sostenla y... No, no es tu chica. —aseguró cuando mi mano comenzó a cansarse un poco.

—Puedo sostenerla —defendí.

—No es un juego de resistencia, Berly. —Me entregó la bola roja otra vez—. Es un juego de agilidad y necesitas poder balancearla sin esfuerzo.

Se colocó junto a mí y, tomando mi mano derecha, metió el pulgar en el orificio más grande y giró la bola. Asintió como respondiéndose a una pregunta interna. Cuando vio la interrogante en mi mirada comenzó a explicar la finalidad:

—Tu pulgar debe moverse con libertad. Es la tercera cosa más importante.

—¿Cuál es la primera y la segunda?

—La primera es elegir la bola adecuada y la segunda es el equilibrio y coordinación con la que lanzas. —Verdaderamente había tomado esa expresión de profesor dedicado—. Los otros dos orificios se toman con los dedos anular y medio. ¿Puedes hacerlo sin dificultad? —Asentí—. Entonces es tuya. —Sonrió orgulloso—. Soy brillante.

Rodé los ojos y esperé a que terminara de procesar su magnificencia, para continuar con el entrenamiento.

—Bien, lo siguiente es conocer el juego. —Señalo hacia el frente, donde la fila de pinos se extendía al fondo de la pista—. Al inicio la máquina colocará en automático diez pinos o pines. La distancia entre los pinos y tu línea de tiro es de aproximadamente dieciocho metros. El objetivo es derribar la mayor cantidad de pinos lanzando la bola por toda la pista. Tienes dos oportunidades. Después del primer tiro, lamáquinaa colocará de nuevo los que hayas tirado, después de los dos intentos, se suman los derribados y es tu primera calificación del turno.

Vaya, creí que sería mucho más difícil, parecía pan comido y un juego sencillo de memorizar.

—Son diez turnos en un juego y quien tenga la mayor puntuación gana.

Me encogí de hombros y asentí.

—Puedo hacerlo.

—No es tan sencillo como parece.

—Es una aplicación coloquial a las leyes de Newton. Solo es necesario mantener el balance en una línea de trayectoria paralela y dar al centro. Si puedo derribar la línea central puedo acabar por inercia con el resto.

Alden sonrió con malicia.

—¿Quieres apostar?

Alden sabía cuánto odiaba los juegos de apuesta, pero cuando se trataba de un tema en el que mis probabilidades eran altas, no podía resistirme. Además, tenía años sin ganar una apuesta. Necesitaba recuperar un poco de autoconfianza.

—No prendas, no dinero y no lamer el suelo —condicioné. Estaba segura de que las experiencias de los juegos de apuesta de mi padre me habían prevenido lo suficiente.

Alden rodó los ojos.

—Aguafiestas.

—Quien pierda paga la cena.

—¿Estás tratando de tener una cita conmigo? —Sonrió con cinismo—. Vamos. Berly, solo tienes que decirlo.

Rodé los ojos y me alisté para lanzar mi tiro.

La clave debía estar en tirar en línea recta, evitar curvaturas con la mano y lanzar con firmeza. Así que posicioné mi cuerpo hacía un lado dejando mi mano en trayectoria paralela, balanceé la bola un par de veces calculando la fuerza del tiro, la velocidad y la trayectoria, deslicé el pie derecho hacia atrás al arrojar la bola y esperé.

Lo hice.

Cuando la bola derribó todos los pinos sonreí con satisfacción y giré hacia Alden, quien observaba con incredulidad y sospecha todos los pinos en el suelo.

Él señaló hacia en frente con el índice

—Nunca habías jugado, ¿cierto?

Negué con la cabeza.

—¿Segura? ¿No estás mintiendo?

—¿Por qué razón querría salir en invierno a practicar un juego que ya dominaba?

Las sabanas, internet, y la comida eran mucho más interesantes que las personas, en mi opinión y de ninguna manera iba a cambiar aquello por un rato de interacción social. Lo hacía por puro intento de adaptación al entorno de mi compañero de experimento.

—No lo sé, ¿para tener una cita conmigo?

Rodé los ojos y resoplé.

 —¡Por Dios, Alden! Hay cosas más importantes en mi mundo que salir contigo.

—Menciona tres —retó mirándome desafiante.

Sabía que bromeaba, pero no podía evitar querer tomar otra bola y arrojársela en la cabeza, de preferencia la más grande y pesada.

—Puedo mencionarte veinte, si quieres.

—¡Hizo una moñona! —Señaló un chico entre un grupo de amigos. Me señalaba acusadoramente, sus ojos estaban abiertos, desorbitados por el asombro.

Bien, no sabía lo que era una moñona, pero sonaba a insulto y Alden ya había preparado terreno para dar rienda suelta a mi duendecillo de la ira.

—¿Qué dijiste, imbécil?

—¡Berly, Berly! —Detuvo Alden tomándome por los hombros apenas di un paso hacia ellos—. Una moñona es algo bueno. Significa que has derribado todos los pinos de un solo tiro.

Ah.

Vaya.

—Oh. —Los miré un poco avergonzada. Uno de ellos se escondía detrás de un grupo de nerds. Con ese aspecto y si no los hubiera insultado seguramente podrían haber sido mis amigos—. Lo siento.

Mis mejillas se encendieron al instante. Estaba segura de que parecía uno de esos ositos de navidad que al presionarles el pecho se encienden luces rojas en sus mejillas y cantan villancicos, pero sin ser agradable.

—Perdón, él me hizo enojar. —Señalé a Alden con el brazo en extensión como hacía cuando tenía seis años y me obligaba a hacer su trabajo sucio.

Alden, que estaba a punto de estallar en una carcajada estruendosa, no pudo contenerse más y explotó como granada. Tuvimos que darle un respiro. Terminó de reír después de un rato. Al menos alguien sí se divertía con mis tontos.

—Es una apuesta, Berly. —Aceptó al fin, tomando su bola.

—Espera, espera. —Frené con la mano en extensión—. Podemos hacerlo mejor.

Alden me miró con curiosidad y se encogió de hombros.

—¿Qué propones?

—Toma un equipo.

—¿Qué? ¿En serio estás poniendo tu futuro en manos de alguien más? ¡Eso sí es nuevo!

Parecía insultantemente sorprendido. No lo podía culpar, desde siempre he sido una gran creyente de la famosa frase: «Si quieres que las cosas salgan bien hazlas tú mismo» y, aunque el trabajo en equipo no era mi fuerte, parecía que esta vez valía la pena.

—Vamos, eres bueno dirigiendo, puedes hacerlo —alenté.

Alden resopló.

—Por supuesto que puedo hacerlo. —Rodó los ojos y giró hacia un grupo de chicas que tenían veinte minutos soltando risitas en nuestra dirección.

—Alden, no creo que debas...

Les sonrió y con un gesto de la mano llamó a quien parecía ser la cabecilla. Una rubia de piernas largas, cintura de avispa y ojos verdes se acercó con coquetería. Era el prototipo perfecto de la muñeca Barbie.

—Oye, linda, tú y tus amigas quieren venir a jugar una partida conmigo —aseguró colocando su mano en la cintura de la rubia, quien no perdió oportunidad para acercar su cuerpo al de mi acompañante.

Ni siquiera había pestañeado y la chica ya estaba asintiendo con seguridad.

—No estás hablando en serio —intenté convencerme a mí misma repitiéndome aquello como un mantra.

En momentos como esos era cuando me avergonzaba de la humanidad y entendía por qué los aliens preferían observarnos de lejos.

Alden me guiñó cuando la chica fue por el resto de sus amigas.

—¡Bien! —Giré hacia el grupo de chicos que se habían detenido a observar con perplejidad la escena que estábamos haciendo y los señalé con seguridad—. Yo elijo a los nerds.

Alden rio por lo bajo y negó con la cabeza.

—Tú vas a terminar criando gatos.

—Y tú vas a terminar pagándome la cena —respondí despertando una horda de murmullos provocativos como ambientación.

Alden sonrió y bajó la mirada aceptando el reto con tranquilidad. Lo estaba guardando, lo conocía bien, contenía toda su sed de venganza para satisfacerla al final. No, no soy una paranoica, sé de lo que hablo.

—Nos llamaste «Nerds» —gritó uno de los chicos antes de ocultarse detrás de otros dos—. Nos insultaste, no lo haremos.

¿Qué yo qué?

—¿En qué dimensión llamarle a alguien «Nerd» es un insulto?

¡A mí me llamaban así todo el tiempo!

Alden carraspeó para llamar mi atención. Cuando le miré él asintió respondiendo a mi pregunta.

—¿En serio?

Alden asintió una vez más, luchando, otra vez, por no reventar a carcajadas.

Giré hacia los chicos y los miré con un poco de pena, aunque en ese momento sentía más pena por mí misma que por ellos. Había vivido tantos años siendo llamada de esa manera y me venía enterando de que no era exactamente un cumplido.

—Oigan, vamos, yo también soy una empollona.

Al parecer aquello no mejoró la situación ni un poco. Todavía me veían ceñudos.

—Pruébalo —retó una chica de coletas rodeadas de listones de colores.

Dios, amaba los colores. Ese suéter rayado en tonos de verde era perfecto y sus lentes circulares me recordaban tanto a los que había usado dos años atrás, antes de someterme a una operación correctiva que de todos modos no resultó tan bien como esperaba.

Definitivamente eran mi equipo.

—Ponme a prueba —accedí cruzándome de brazos sobre el pecho al tiempo que lo hacía ella.

 Ellos se formaron en círculo como un equipo del decatlón analizando una respuesta de oportunidad única. Finalmente, después de lo que pareció una larga discusión, llegaron a una conclusión.

—Ochocientos cincuenta y nueve multiplicado por cuatrocientos quince, menos ciento veintitrés —retó la única chica.

Oh, vamos. Comenzaba a cuestionar su creatividad. Eso era demasiado sencillo.

—Trescientos cincuenta y seis mil, trescientos sesenta y dos —respondí después de un par de segundos.

—¡Ha! ¡Error! —saltó uno de los chicos—. La respuesta correcta no es sesenta y dos es sesenta y tres.

Fruncí el ceño más afectada por su reacción que por su corrección. Fanático de los números, podía reconocer a uno cuando lo veía.

—No, no lo es —defendí con seguridad.

Pocas cosas en el mundo me hacían poder defenderlas con confianza y tranquilidad. Por lo general me dedicaba a ocultar la cabeza debajo de algún mueble o a balbucear tonterías cuando de ciencia no se trataba, pero cuando era el caso, simplemente no podía rendirme. El tema echaba raíces en mi cerebro y amenazaba con no dejarme jamás.

Al parecer el chico tampoco estaba acostumbrado a ser corregido, porque tomó el móvil y comenzó a teclear con ímpetu.

—Es cierto —respondió sorprendida la chica de las coletas. Me miraba con una mezcla de incredulidad y orgullo. Me recordaba a mi madre cuando yo no olvidaba alimentar a las ratas de laboratorio.

—Estamos en tu equipo, empollona —aceptó entusiasmado uno de los chicos corriendo a colocarse junto a mí.

A él le siguieron el resto de los chicos con una sonrisa radiante. Ya tenía un nuevo grupo de amigos casi tan raros y repudiados como yo. Me sentía como en casa.

Giré hacia Alden y señalé a mi nuevo equipo avisándole que estaba lista para el reto. Tuve que esperar un par de segundos a que sus Barbies salieran del trance y él dejara de fruncir el ceño con incredulidad.

—¿La llamó empollona? —preguntó una de las rubias.

—Para ella es más como un cumplido. —Le explicó en un susurro antes de mirarme desafiante y aceptar el reto—. Bien, comencemos. Ustedes empiezan.

Después de todo lo que había pasado esos últimos días, solo podía estar segura de una cosa: Esa apuesta prometía demasiado.

__________________

Holiiiiii genteeeee....

Ya sé, ya seee, Antes que nada, tengo que comentar.... QUE ESTOY TRABAJANDO EN LA ACTUALIZACION DE ECMDP, no ha sido un año sencillo... de hecho: ¡Ya quiero que termine! 

Ahora mismo solo me sostiene la música de High Schoool Musical y la esperanza de aprenderme las coreografías del sing along :P (si, tengo 26, no he madurado todavía).

Pero les doy las gracias infinitas por seguir aquí.... 

En redes sociales estaré avisando sobre actualizaciones, actividades y demás... Gracias por su apoyo....


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