Todo por ella

By LauraKatalinaCS

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Todos pensaban que Rizevim Liván lucifer tan sólo era un egocéntrico en búsqueda de poder, pero nadie sabía p... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capitulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11

Capítulo 10

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By LauraKatalinaCS

La forma en la que los ángeles se movían de un lado a otro la inquietaba, sinceramente. Sus pasos y alas sin control no auguraban nada bueno. Los ruidos la mantienen alerta, ¿en qué momento la castigarían? No recordaba haber hecho nada malo, pero recordaba claramente lo que significaba ese sonido tan repentino...

Se levantó de la silla en el despacho y buscó el lugar más oscuro, no le fue tan difícil. La pequeña Catharina se metió debajo del escritorio de Gabrielle, en cuanto la oscuridad la abrazó se agarró las rodillas mientras yacía sentada contra la madera del objeto, tratando de no pensar en nada.

—Ese demonio causó que una ciudad desapareciera, no podemos dejarlo así, debemos combatirlo. —La voz de Remiel la sobresaltó en cuanto este entró en la habitación, se agazapó aún más—. Es más, ella no debería estar aquí, mi señora debe comprenderlo, ella es una amenaza.

¿Amenaza?, ¿ella? Pero si ella no le causaba problemas  a nadie, intentaba hacer siempre caso a lo que la señorita Gabrielle le decía, no se comportaba mal, tan solo pecaba de curiosa al salir en las noches y asomar su cabeza entre las nubes hasta lograr observar el cielo estrellado que funcionaba de una manera extraña y retorcida en aquel lugar, regresaba casi al amanecer y se metía en cama. ¿Lo sabrían? Quizá fuera eso, sí, debía ser eso. No existía ninguna razón para que la quisieran botar, incluso podría ser una broma.

Pero la voz de Remiel no mostraba un ápice de humor.

—Es lo mejor, no podemos arriesgarnos a que ella tome fuerza y decida realizar las mismas atrocidades de su hermano. —una voz aterciopelada  femenina intentó frenar la perorata de Remiel, pero este se negó—. ¡No intentes decir que es una niña o que es parte de nosotros, porque no lo es!, tan solo es un objeto de estudio para conocer la manera en la que se comportan los demonios más jóvenes, nuestra señora se dará cuenta tarde que temprano que no vale la pena continuar teniéndola aquí.

Las palabras de Remiel la hicieron sentir mal, la tristeza se apoderaba de cada espacio en su ser, el calor desaparecía y las ganas de sonreír se apagaban. Al parecer, ellos eran como su hermano mayor a quien le interesaba más por ser su hermana que por ser una niña con un nombre propio, igual que a Euclid, a quien también quiso como parte de su familia, pero este la había traicionado, dándole todas las ideas para castigarla a quien la cuidaba.

Los pasos salieron de la habitación y volvió a quedarse sola. Sus manos temblaban y el frío se propagaba por todo espacio en su cuerpo, lo que la hacía ser ella. ¿La habían abandonado? Como siempre, tenía la razón y las lágrimas no arreglarían nada, ni la aparición de alguien especial.

Tenía miedo, escuchó hace algunos momentos u horas que debían exterminar a su hermano, ese era el destino que le aguardaba de igual forma, por lo cual debía hallar la manera de eludirlo. 

Era un demonio, con alas de ángel, poderes extraños y una existencia la cual no comprendía, sin un lugar donde sentirse querida, sin padres, sin familia, sin nada.  ¿Cuando podría sentirse partícipe de algún mundo? Solo deseaba eso.

Se quedó un rato en el sitio mientras se apretaba los labios con fuerza hasta que estos se pusieron morados, no había nada que pensar, solo debía salir de allí, buscar a alguien que la quisiera en realidad y poder obtener un poco de calor dentro de su corazón.

Se levantó con rapidez y se escabulló fuera de la habiación, ya no habían ángeles en el edificio, el silencio reinaba mientras avanzaba observando las paredes que cambiaban de color con cada ángel que pasara por allí. En su caso, no sucedía nada, ningún color se manifestaba, eso era un alivio.

Dejó salir sus alas, pero con la particularidad de que la mitad parecían de murciélago, una mezcla singular y asquerosa por partes iguales. ¿Alguna vez su padre se vió de esa manera? Lo dudaba, siempre le habían mencionada el ser orgulloso que era.

Cuando pudo salir del edificio, los ángeles se encontraban ocupados en sus asuntos, volaban alrededor de los edificios dorados y no prestaban atención a nada ni nadie que se interpusiera en su camino, parecían máquinas voladoras a los que podrían lanzarles una pedrada y no sabrían quien lo habría hecho.

Se encogió de hombros y se dejó llevar por el aire, buscando la salida por donde habría entrado alguna vez. Creía haberla visto cuando se dejó caer en picada hasta el prado oscuro, repleto de flores púrpuras y vainas que no habían florecido.

En cuanto se quedó de pie, sintió un leve escozor en la planta de sus pies desnudos, le era raro utilizar las sandalias de los ángeles. Su piel se llenó de calor que se fue arrastrando por todo el cuerpo, quería rascarse, pero no podía, sus manos yacían paralizadas a sus costados y su cuerpo repleto de sensaciones que la hacían querer llorar. Pero nadie la iba a escuchar.

Intentó mover los brazos de un lado a otro con las manos empuñadas, pero el escozor creció hasta sentir como se le quemaba la piel, se mordió los labios y la inconsciencia amenazaba con derribarla y hacerla rendir hacia lo desconocido y aterrador, pero ella no deseaba eso, solo escapar. 

No podía rendirse, no debía rendirse ante aquel prado de flores que se interponía en su objetivo. No le era importante los métodos, tan solo el salir de allí. Se obligó a mover sus pies, al igual que sus piernas, a dar un paso adelante mientras sentía como las espinas se clavaban en sus dedos y en la planta de los pies, continuó aguantando y avanzando con lentitud hasta que sintió que no pudo más.

¿Sería su final? No dejaría que lo fuera. 

Soltó sus puños y la energía se esfumó rápidamente de su ser, transformada en varios tallos y un gran capullo de rosas que la recubrieron con rápidez hasta alejarla de allí. Su cuerpo presentaba diferentes heridas y ronchas que recubrían casi que cada tramo de piel, todo lo escocía.

Intentó moverse al estar protegida, pero no lo logró, no tenía forma de continuar su camino y eso de cierta forma le aterraba al no tener seguridad de lo que pudiese suceder con ella. Ya no existía en quien confiar.  

Solo tomó un momento para recuperarse, aunque fuese de manera parcial. No debía entretenerse más de la cuenta, sería perjudicial. En su mente se quedó grabado el momento en que aquel poder explotó, era una sopresa rotunda, podría protegerse de quien deseara hacerle daño, ya no habría dolor y sufrimiento, aunque se hizo visible su debilidad.

Observó sus manos al sentarse dentro del capullo de rosa, su piel continuaba roja, aún le ardía y al ver sus pies se asustó, estos estaban llenos de heridas sangrantes, a su alrededor la piel parecía purpúrea, como si estuviese afrontando un proceso de necrosis. Se concentró en mover los dedos de cada pie, le dolían, pero sintió el reflejo que hacía notar el que estos aún funcionaban, suspiró, tendría que investigar aún más.

El cansanció la venció y tuvo que dormir arropada por la flor, aún sentía el frio y la alerta recorriendo por todo su cuerpo, esperaba que nadie decidiera asomarse por el lugar o estaría obligada a destrozarlo todo.

Cuando se despertó, se halló frente a una luz blanca, fría, sentía las miradas de algunos sobre ella, pero era incapaz de verlos, decidió cambiar de posición y agazaparse poniendo su cabeza entre las piernas estando sentada. Si debía defenderse tenía que prepararse, no dejaría que nadie más la tratara como un experimento del cual jactarse o sacar información.

La luz cesó y se obligó a alzar la mirada, un par de ojos verdes sin expresión la miraron fijamente, sostuvo la mirada desafiándolo, no dejaría que nadie más la tomara bajo su ala, eran unos malditos mentirosos.

La mano del sujeto se posicionó sobre su cabeza y le acarició varios mechones que contrastaban con su mirada, plateados... Eran plateados... no tenían frente a ellos a un ángel, sino a un demonio. Bufó rabiosa, pero este no se detuvo en su caricia.

—Sabes muy bien quien soy, Catharina Stella, no creo que me odies. —la voz de Miguel la hizo tensarse, ¿en qué momento la habría encontrado? Le mostró los colmillos amenazante—. No es muy racional de tu parte el que intentes hacer eso, aún estás herida. ¿a dónde querías ir? Pudiste decírmelo, confiamos el uno en el otr, ¿no es verdad? 

se mordió los labios, ya no había espacio para ello, no desde lo que había escuchado. Se sentía herida, destrozada, quizá incluso contrariada, ¿no fue idea suya el que fuesen una familia? Levantó una de sus manos y la dirigió hacia él antes de propinarle una palmada en su mejilla que apenas tomó un color rojizo, este solo frunció el ceño confundido.

   —Mentiroso... Todos lo son. —susurró sintiendo la sangre hervir dentro de su cuerpo, no dejó de mirarlo fijamente y este tragó en seco—. ¡Solo me deseaban para conocer algo que les era extraño, solo para eso! 

Miguel no pudo ver lo que se avecinaba, tan solo alcanzó a esquivar uno de los embites de las raíces espinosas de las rosas, mientras su cuerpo se llenaba de más heridad que le hacían sangrar dorado, el icor de los ángeles. Este la miró desde su posición en el suelo de la habitación con los ojos bien abiertos y afligido, Catharina se levantó con los ojos entrecerrados y se acercó.

—No hay más que decir, es hora de que me vaya, no te haré más daño, ni a Gabrielle. Solo quería una familia...

Se alejó de este mientras contenía las lágrimas, siempre deseó un lugar donde dormir sin tener que pensar en las acciones de los otros, en su obsesión por hacer algo que creían que era su deber.

—Lux non exstincta est, tu modo ut sequaris vestigia eius —la voz suave y aterciopelada de Miguel la paralizó en su lugar, apenas había logrado moverse un par de metros hacia la gran puerta de su palacio—. No dejaré que te vayas, este es tu hogar, Cath. No sé que te habrán dicho antes, pero sé que este es tu lugar, no debes tener miedo.

Miguel se levantó y Catharina solo se quedó en silencio, sus palabras parecían tan sinceras que no sabía que debía decir, o pensar, pero el dolor aún punzaba dentro de su corazón y las lágrimas se liberaron con facilidad, pero antes de que estas cayeran al suelo, Miguel ya la estaba consolando, la abrazó sintiendo los deseos de su corazón, parte de sus especialidades.

No dijo nada, se mantuvo un largo momento abrazándola y dándole un poco de paz, a pesar de que también se sentía extraño, quizá molesto por el proceder de las situaciones, pero debía dejarlo de lado si necesitaba enderezar el camino.

al separarse, apenas susurró de nuevo las mismas palabras para dejar que Catharina caminara a su lado, la agarró de la mano y la guió a través de la habitación, era de un color azul muy cálido, el piso de mármol y espaciosa, apenas un escritorio y un asiento, en un extremo del lugar, lo cual le hacía pensar en que no tenía sentido para un ángel, siempre pensó que querían reflejar la vida humana y vaya que tenía razón.

Al llegar a una de las paredes posicionó su mano en un rectángulo dorado y luego hizo que ella hiciera lo mismo, la pared se retiró, dejándo ver una nueva habitación en la cual solo se notaba un gran mural de un ángel con las alas negras, decorado con perlas a su alrededor. No mencionó nada antes de llevarla hasta el mural.

—Tu padre fue un ángel muy hermoso y así lo eres tu, tu nombre lo dice, tus aspiraciones lo gritan, todo tu ser lo dice, estrella de luz pura... Necesitas conocer, a ti, a todos...

No dijo nada más, la dejó en aquella habitación en la cual el resplandor no cesaba, su primer pensamiento se remontó a que estaba encarcelada, pero rápidamente se esfumó, no hallaba razones para que el propio lider de los ángeles le dejase conocer una parte de la historia que quizá nadie conocía.

Se acercó al mural y repasó los detalles en el cabello del ángel con unos mechones incluso más largos que su cuerpo, unas alas nacaradas que  en las puntas se iban tornando a negro, oscuridad y luz en conjución.

La textura del mural la mantuvo pensativa, ¿qué tanto desconocía sobre su familia?, ¿qué la hacía ser lo que era? 

Al rozar una de las perlas que decoraban las esquinas del mural, una orbe dorada se hizo presente y se metió entre sus manos antes de desprender un color aún más intenso, un dorado, un rojo pasión y luego un negro, divinidad, pasión y oscuridad.

Catharina no pudo continuar con su observación, el orbe la llamaba a pesar de esta pensar en cómo la reconocía y si debía hacerlo. La luz la envolvió rápidamente, enviándola a una época muy diferente, las nubes más resplandecientes y los reclamos de voces que desconocía. No podia moverse, pero sabía que estaba protegida.

Desde donde estaba logró observar a infinidad de ángeles que recibían órdenes y a uno en especial quien llevaba el mismo orbe de luz entre sus manos y corría hasta desasparecer entre las nubes, para luego iluminar aún más el espacio que parecía ser el cielo.

Se dejó llevar por la misma orbe, que le iba mostrando las actividades del ángel, al igual que su frustración, como siempre realizaba lo mismo, y los demás ángeles si poseían cualidades interesantes y su puesto no era el de ser la luz más bella.

En uno de sus momentos de hastío, este se escapó a la tierra en la cual fue sorprendido por el cuerpo femenino de una joven con el cabello rojizo, no supo que pensar entorno al tema de los sentimientos, los ángeles no sienten, pero sabía que debía ser suya, no había otro camino, era imposible apartarse.

Los meses pasaron y este se dedicó a cuidar de ella, a ser su amante, a descubrir los placeres que su jefe y padre le había escondido, por eso mismo estaba convencido que debía cambiar las cosas en el cielo, dejar que los ángeles conocieran su lado humano, dejar de ser seres monocordes solo hechos para cumplir órdenes, descubrir a otras Lilith que desearan acunarse entre sus brazos...

—Prométeme que me entregarás un reino, Luzbel y que seré tu reina.

Esas serían las frases que desencadenarían una guerra sin control, de la cual nacería la primera raza de demonios, creados por un nuevo creador y una reina extraña que jamás sería capaz de sentirse como lo eran todos los demás, parte de un mundo suyo.

Catharina observó como LUzbel cayó, como sus alas se convirtieron en una mezcla de oscuridad y luz,  belleza y maldad que lo contrariaron, desconocía el camino que había tomado, pero no existía vuelta atrás, y debía conocerse.

Se concentró en lograr conocer esa forma que poseía, un demonio con sentimientos humanos y las alas de ángel, quien era capaz de destruir y de crear cosas horrendas, asquerosas, pero que engrandecían su soberbia, aunque en su interior pugnaba el deseo de hacer el bien, de crear algo que diera sentido a esa nueva existencia, y eso fue su hijo, Rizevim.

Catharina tragó en seco, ¿él creyó que su hermano sería su esperanza? Al parecer se equivocó... Nunca lo supo y quizá era lo mejor, le rompería aún más el corazón darse cuenta el loco en que se convirtió, tan solo buscando dar a conocer una familia la cual no era lo que pensaba...

El último pensamiento que tuvo Luzbel fue de hacer el bien de abrazarse a sí mismo y acudir a su padre para crear aún más milagros, dejándo la oscuridad de lado al igual que Lilith lo hizo y creyó... Dando espacio a un milagro que uniría a todos por su singularidad al cual llamaría Lucibelle.

Era ella, Catharina Stella Lucibelle, la heredera de esa esperanza en la que depositaron sus corazones y a quien le deseaban que conociera y se sintiera toda antes de decidir que haría consigo misma.

Ella...

La orbe la devolvió a la habitación y Catharina se quedó temblorosa sentada en el suelo, ¿esa era la verdad? Ella era algo que todos necesitaban y no por ser un experimiento, sino por dar alegría y luz...

¡Era luz!

Solo necesitaba hallar la forma de guiar esa luz ante todos y ante su hermano principalmente...



¡Buenas noches! Bueno he aquí nuevo capítulo, disculpen si me demoré, creí que no sería tan largo, pero ya ven, casi 3000 palabras. Espero les esté gustando la historia, si tienen preguntas, comentarios y demás, estoy dispuesta a responder.

Eso es todo, espero disfruten   

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