Mentiras Negras ✓

By Gimenabazante

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Raven Anderson no sabía muchas cosas de la vida, lo que si sabía era hacer un buen pan, atender su panadería... More

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Prólogo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo extra

Capitulo 20

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By Gimenabazante

Cuando llegaron a Perthshire decidieron dejar el carruaje guardado en la posada y tomaron un carruaje de diligencia para ir a Dunkeld. Para sus anfitriones ellos pasarían una semana en el pueblo siguiente, en una cabaña escondida en el bosque. Había una pequeña casa escondida muy dentro del bosque, donde alquilar esa propiedad había costado un dineral, pero valía la pena. Ellos estarían una semana entera disfrutando de largos paseos y disfrutando el uno del otro en su luna de miel. Al estar tan apartados nadie notaría que ellos entrarían al bosque y estarían más horas de las indicadas.
  Sonrieron, se tomaron de la mano y agradecieron por la comida para dos semanas que les dejaron. Cuando la puerta finalmente se cerró tras ellos, ambos se separaron y cada uno comenzó a arreglar sus cosas. Ella dormiría en la habitación y él en el sofá, según dichos de la propia Raven; pero Christopher sabía que eso no iba a pasar. Guardaron las joyas que les quedaban debajo de la cama y se cambiaron rápidamente. Cuando ella salió de la habitación con botas y pantalón él levantó las cejas sorprendido.

— Según lo que leí, el bosque es húmedo.

El asintió y se colgó el bolso. Tomó la pala y abrió la puerta. Durante el viaje ella se la había pasado leyendo y él no le dirigía la palabra para mucho más que hacerle saber algo.
  Ella no se sentía incómoda, pero tampoco estaba acostumbrada a su frialdad. No sabía cómo volver a lo de antes, y eso la entristecía.

  Caminaron en silencio y Christopher la observó sin poder quitar los ojos en ese maldito trasero redondo. Ella se había superado poniéndose un pantalón y botas de caña alta. Él estaba seguro de que si el infierno existía era seguro que él ya estaba ahí, observando ese cuerpo sensual sin poder tocar, viendo esos labios entreabiertos sin poder besar y esos ojos sorprendidos que miraban todo con emoción. Sin contar cómo sus manos con largos dedos acariciaban los troncos de los árboles, dándoles largas caricias como si fueran cuerpos que deseaba palpar.

Ella tenía sentimientos por él, no lo dudaba. Y lo que ella le había dicho hacía una semana finalmente él lo había entendido. No es que era estúpido, solo que había desarmado y vuelto a armar sus respuestas durante horas hasta finalmente comprender lo que ella había tratado de decirle. Jamás había tenido una relación de pareja, no había sentido lo que sentía por ella. Comprendió que ella no se entregaría a alguien por solo el hecho de desearlo y luego seguiría adelante, ella involucraría no sólo su cuerpo sino también su corazón.

Había sido tan arrogante, tan estúpido como para no darse cuenta. Se había olvidado de lo que significaba hacer el amor, durante demasiado tiempo se había hundido en sus placeres para notar la diferencia entre hacer el amor a follar sin compromiso. Y ella quería a alguien con quién hacer el amor, con quién compartir su vida. Ahora la pregunta era ¿Qué quería él? La respuesta era tan simple como rápida. A ella, la quería a ella. Y se preguntó si una vez que él la tuviera podría verla estar con otro, compartir sus risas y afectos con otro que no fuera él. El enojo lo arrasó como cuando creyó que ella se casaría con Sterling, a pesar de que claramente no había pasado y el creía que no pasaría, pero aún lo enfurecía saber que le había roto el corazón. Nunca había sido posesivo con nadie, pero intentar imaginarla con alguien más, dejándolo fuera de su vida… ese pensamiento lo arrasó.

No, el quería algo más que meterse entre sus piernas. Suspiró y negó suavemente. Su Pajarita había hecho algo más que darle su amistad, le había quitado el corazón y se lo había adueñado. Su corazón tartamudeó cuando se imaginó poniendo un hermoso anillo en el dedo, proclamandola como suyo.
  Sumido en sus pensamientos no se dio cuenta de que ella había parado y él se chocó de lleno con su espalda, la tomó de la cintura para parar su empuje y luego miro hacía adelante. Habían llegado al arroyo.

— Debemos tener cuidado aquí, Christopher. — Dijo ella alejándose despacio. — El suelo está resbaloso.

El asintió y puso la brújula en el piso y se agachó para ver mejor. Ella estaba mirando la cascada hermosa y hablo sin pensar.

— Podrías casarte conmigo.

Raven giró la cabeza rápidamente para verlo. Sorprendida aún más que por la hermosa vista del paisaje.

— ¿Qué? — Pregunto en un susurro.

— Estamos juntos en esto, eres más que una amiga para mí, te deseo mucho más que las joyas que desenterramos. Conocemos nuestros secretos, te acepto como eres y tu haces otro tanto conmigo. Podemos abrir esa posada que quieres o viajar hasta que seamos viejos.

— ¿Estás hablando en serio? — Preguntó ella dividida entre la sorna y la incredulidad.

— Claro.

El se levantó y la miró.

— ¿Hacía donde? — Preguntó ella esquivando su mirada inquisitiva.

Él la tomó del brazo y la hizo enfrentarlo.

—¿No vas a responder?

— Una cosa a la vez. — Dijo ella alejándose. — Primero encontremos este cofre.

Él la miró ceñudo y comenzó a seguir el camino que estaba trazado en su mente.
 

Raven estaba tensa y con los dientes apretados de frío, observó como Christopher acomodaba el bolso para armar una pequeña almohada y se acomodaba tapándose hasta la cabeza.
— Podríamos dormir juntos. - Dijo ella en un susurro quedo.

— Estoy bien así.

Ella lo miró incrédula.

— No puedes estar bien, hace frío.

— Tengo mantas. - Murmuro arrebujandose mas.

— Yo también y aun así sigo teniendo frío. - Dijo temblando sin parar. - Podemos darnos calor corporal.

— No.

— ¿por qué no?

— Porque no comparto mi calor corporal con cualquiera. - Dijo llanamente. - Si quieres calor corporal pideselo a ese marido tuyo que quieres comprarte.

El enojo le enrojeció el rostro y sintió hasta sus orejas se ponían coloradas.

— No puedo creer que estés enojado por eso todavía.

— No estoy enojado, pero creo que si quieres llegar virgen al matrimonio deberíamos mantener la distancia.

— ¿Eso qué quiere decir?

— Esa es una pregunta estupida. Al parecer me equivoque contigo y creí que eras inteligente.

— Quizá estaba preguntando para ver si tenías el valor de repetirlo. - Dijo desafiante.

Él la miró con los ojos entrecerrados y sonrió ladinamente.

— ¿Estás provocándome, Rae? Porque si lo estás haciendo, deberías pensar muy bien tus próximas respuestas, no vaya a ser que te acobardes en el último momento.

Ella se mordió el labio inferior para no sonreír. El la estaba retando, y sabía que una sola palabra suya y él estaría ahí, pero el tema es que ella no sabía si responder a su desafío. Mucho menos después de su desastrosa propuesta de matrimonio de ese mediodía.
Después de varios minutos de silencio y de que él no dejara de verla fijamente ella finalmente suspiró y se reacomodo en sus mantas y suspiro.

— Está bien, supongo que cuando entre en calor se irá el frío.

Creyó ver decepción en sus ojos y luego él se encogió de hombros desinteresado.

— Siempre fuiste cobarde. - Le dijo dedicándole una sonrisa brillante y luego se dio la vuelta.

La mañana fue más productiva de lo que ambos habían esperado, encontraron rápidamente la curva donde estaba y él prendió un fuego mientras ella preparaba el bolso que usarían.

— Este lugar es espeluznante. — Dijo ella y se estremeció cuando su voz hizo eco en el lugar. — ¿Nadie sospechó que enterrabas cofres?

— No lo creo. Siempre me preguntaron qué hacía con mí dinero, o dónde iba cuando bajaba del barco con mis joyas, pero no creo que esos imbéciles pensaran que enterraba mí dinero. He recordado algunos cofres en América. — Él apoyó el antebrazo en la pala y la miró. — Una lástima, jamás podremos recuperarlos.

— Deberías haberlos metido en un banco.

— Jamás pajarita. — Contestó él negando con vigor. — Si me atrapaban se quedarían con mis cuentas bancarias.

— ¿Y qué haremos con este cofre? — preguntó ella curiosa.

—Estuve pensando… podríamos comprar algunas propiedades, abrir una cuenta de banco a tu nombre.

— ¿Al mío? — Ella se señaló sorprendida.

— No puede ser al mío, estoy muerto ¿Recuerdas?

—El pirata está muerto, pero tu verdadero tú no.

— No funciona así, Rae. — dijo él comenzando a cavar nuevamente. — No quiero tener nada que ver con ellos, además es mejor no involucrar a mí familia, estoy muerto para ellos y es mejor que así siga.

— ¿Ellos sabían quién eras tú?

— Sip. — Dijo él suavemente e hizo una mueca. — Mí padre dijo que era la vergüenza que siempre supo que sería, y que me había superado a mí mismo siendo un vil delincuente. Mí hermano mayor me dijo que para él estaba muerto desde ese momento y mí madre lloró, negó suavemente y luego se marchó en silencio.

Ella lo miró con lástima.

—  Lo siento.

— Eso fue hace años. — dijo él haciendo un ademán con la mano quitándole importancia. — Volví después de unos años, con cofres llenos de oro y joyas. Robadas por supuesto, pero ellos no me recibieron. Fueron a verme al hotel donde me alojaba, en medio de la noche. — El se rió fuerte cuando recordó más cosas. — ¡Tendrías que haberlos visto! Tenían capas que los cubrían para que nadie supiera quiénes eran y después de decir sus mierdas se fueron exigiendome que jamás vuelva.

— Supongo que eso te lastimó mucho. —

Ella se sentó e hizo un puchero.
El se mordió el labio al verla triste y con sus labios hacía abajo. Ardía en deseos de quitarle esa cara triste a besos.

— Te besaría largamente para quitarte esa expresión.

Ella sonó la lengua.

— Sigue trabajando.

— Eres exigente, Pajarita.

Ella sonrió pícara y ambos contuvieron el aliento cuando la pala se topó con algo duro.

— Ayúdame, Pajarita. — Dijo él tirando la pala y usando las manos.

Ella bajó al pozo y ambos se pusieron a quitar la tierra con las manos.
Cuando abrieron la tapa ambos contuvieron el aliento al ver lo que había dentro de esa caja enorme, miles de monedas de oro, estaba llena de joyas de oro y piedras preciosas.

— ¿Qué fue lo que hiciste? esto es más de lo que dijiste que robaste.

— Creo que hemos desenterrado otro motín y no el que creí que era.

— ¿A qué te refieres? ¿Estamos robando un tesoro ajeno? — Pregunto confundida.

—De hecho no, estamos abriendo uno de mis tesoros, no el que creí que era sino otro.

— ¿y cuántos exactamente tienes por ahí? — preguntó ella desconcertada.

—La verdad es que no puedo decirtelo con exactitud. — Susurro él sonriendo.

Guardaron todo en el bolso, aunque ella habría apostado que estaría demasiado pesado para transportarlo. Cuando se lo dijo él tuvo que darle la razón. Por suerte este cofre tenía manijas, así entre los dos iniciaron el camino al campamento con su preciada carga. Ya era demasiado tarde para intentar hacer el camino a la cabaña, así que no les quedó otra opción que pasar una noche más en el bosque.

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