El Carnicero del Zodiaco (EN...

By Jota-King

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Primera entrega. Una seguidilla de asesinatos perturban a la ciudad de "El Calvario". Las víctimas son mutila... More

Notas del autor.
Prefacio.
El enfermo de los Marmolejo Tapia.
Cuerpo sin alma.
El despertar de una bestia.
La decisión de Dante.
El Toro de Creta.
Protocolo.
Bajo sospecha.
Perla Azul.
En la penumbra.
Fuego cruzado.
Frustración.
Los gemelos Mamani.
Hojas secas.
Negras ovejas.
Eslabón perdido.
Piedras en el camino.
Cruce de miradas.
Horas de incertidumbre.
Oscuro amanecer.
Hasta siempre amigo.
El carnicero del zodiaco.
Recogiendo trozos del pasado.
Huellas al descubierto.
Condena del pasado.
En lo profundo del bosque.
Una delgada línea.
El cangrejo se tiñe de rojo.
Epístola.
El último adiós.
Amor en evidencia.
Desde las sombras.
Catarsis.
Una luz al final del túnel.
La fábrica.
Plan B.

Símbolo.

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By Jota-King

El brazo empuñaba un látigo tipo Blacksnakes trenzado en cuero, con visibles rastros de sangre, el que pertenecía precisamente a "Sebastián Creta". Era bien sabido el particular uso que le daba a dicho artículo, pues lo utilizaba para castigar a sus trabajadores cuando estos no realizaban sus labores a como él lo quería. Lo peculiar de este látigo es que había sido modificado por Sebastián, ya que en la punta le había adherido "fustas", las cuales eran utilizadas para la flagelación tanto animal como humana.

—No toques nada y busca alguna banca para extraer el saco de la cabeza —de inmediato le advirtió el teniente—, tengo un mal presentimiento, ya creo saber de dónde provienen esos ojos.

—Pues yo también me lo estoy imaginando señor, ¿pero y ese látigo? Si no me equivoco es llamado látigo de serpiente, y este en particular debe medir unos tres metros de largo, de los más extensos que existen.

—Ya averiguaremos de donde proviene ese artilugio, pero creo imaginar que es de la víctima. Es bien sabido que este sujeto no era santo de devoción de nadie, —con desprecio miraba el cuerpo colgado— trataba muy mal a su gente, y por desgracia nunca pudimos hacer nada en su contra ya que nadie se atrevió a denunciarlo.

Al decir esto, observaba detenidamente aquel extraño objeto, percatándose que en la empuñadura se dejaba ver una sigla; S.C. No había duda que pertenecía Sebastián Creta. Meza tomaba una pequeña escalera de cuatro peldaños que se encontraba en un rincón de la caballeriza y la acomodaba frente al cadáver para que el teniente pudiera elevarse.

La pequeña escalera era utilizada por los trabajadores para tener más comodidad a la hora de cepillar el lomo de los alazanes que ahí guardaban, los cuales eran de los mejores que se podía encontrar en la región. Para lo que el teniente la necesitaba serviría.

—Imagino que más de alguno se cabreó de los malos tratos de este sujeto, —a paso lento se subía a la escalera— no cabe duda que intentaron dar un mensaje al dejarlo así.

—¿Investigaremos entre los trabajadores para encontrar al posible asesino? —Meza observaba al teniente, quien se disponía a remover aquel ensangrentado saco de la cabeza.

—Querrás decir asesinos, mira esto —una vez que el teniente removió el saco, se disiparon las sospechas; era Sebastián Creta—. Fue tomado por sorpresa por lo visto, tiene un claro golpe en la parte posterior de su cabeza, por lo que veo con un objeto pesado y filoso, solo algo así dejaría este tipo de marca. Los globos oculares que encontraste probablemente le pertenecen, sus cuencas están vacías, y el alambre de púas no solo lo utilizaron para rodear su cintura y su brazo, también rodearon su cuello, está demasiado incrustado. La soga solo la utilizaron para dejarlo colgado y tiene la boca amordazada con un trozo de hule. Tiene olor a alcohol, lo puedo percibir con más claridad ahora. Pobre diablo, imagino que tienes lo que mereces.

—Eso no tiene sentido mi teniente —a su manera de ver las cosas, no concordaba aquel golpe descrito por el teniente, tomando en cuenta cómo el cuerpo había sido atacado, pues si aquello provocó su deceso, no había razón alguna para profanarlo de esa forma tan vil, con un salvajismo pocas veces visto—, si le dieron un golpe certero en la cabeza, fue eso lo que le provocó la muerte, ¿quiere decir que una vez muerto se encargaron de mutilarlo?

—Eso mi amigo lo sabremos con certeza cuando llegue el forense y examine el cuerpo, ¿o se cree forense ahora sargento —preguntaba de manera sarcástica—, no será muy temprano para que hable babosadas? Por lo pronto comienza reuniendo toda la evidencia posible que encuentres dentro de esta caballeriza y sus alrededores, si corremos con suerte puede ser que des con el arma homicida, mientras tanto iré a la casa para interrogar a los trabajadores y averiguar qué rayos pasa con el forense. En caso de que llegue me avisas para saber si ya terminaste con esto y liberar la escena.

—Usted como siempre tiene una manera tan especial de decir las cosas mi teniente.

—Es mi trabajo mi amigo.

Mientras el sargento Meza fotografiaba la escena del crimen y reunía las evidencias que encontraba en el lugar, el teniente Espinoza se dirigía a la casa principal, donde minutos antes el capataz había reunido a gran cantidad de la gente que trabajaba en la hacienda para comenzar con los interrogatorios de rigor, donde lo primordial era saber lo que había hecho el occiso en sus últimas horas de vida.

Mientras fotografiaba el cadáver, Meza notaba que sus ropas se encontraban despedazadas en la espalda, con claros rastros de sangre en ella. Al remover un poco las prendas de vestir para fotografiar las heridas, veía con claridad marcas que concordaban con las fustas del látigo que se encontraba junto al brazo mutilado.

—Esto no tiene sentido —murmuró para sí mismo—, también lo atacaron con su propia arma, las marcas saltan a la vista, ¿quién le tendría tanto resentimiento a este sujeto como para ensañarse de esta manera? Es claro que el asesino se encuentra en la hacienda. El teniente tiene razón, esto fue personal y quien lo haya hecho intentó dejarnos un mensaje.

Tras finalizar de fotografiar el cadáver y lo encontrado tras remover la paja en el suelo, se dispuso a fotografiar la puerta del cubículo, para luego buscar posibles huellas dejadas por el asesino, ya que a fuerza había tocado la puerta para abrirla y cerrarla. Estaba en este procedimiento, cuando al cerrar la puerta desde adentro encontró un extraño dibujo sobre las maderas, aparentemente hecho con sangre. El asesino había dejado una marca personal impresa en ella.

Mientras en la sala principal de la casa, el teniente Espinoza comenzaba con las indagaciones pertinentes, entrevistando a cada uno de los que se encontraban en el lugar. Sin embargo, las pesquisas no tendrían resultados positivos. La última vez que la víctima había sido vista con vida fue el día anterior, a eso de las 15:00 horas. El capataz mencionaba que debía reunirse en la ciudad con un cliente, pero mayor detalle no conocía sobre ello, siendo él la última persona en verlo con vida.

—Señor Ramiro, necesito la agenda personal del occiso, quiero ver de quien se trata ese cliente con el cual sostuvo esa reunión —el teniente intuía que en aquella agenda podía estar la clave acerca de las últimas horas vividas por Sebastián Creta.

—En seguida se la traigo señor —en el acto se dirigía la oficina personal de su difunto jefe.

—¡Y un vaso con agua si no es molestia! —le gritaba el teniente al verlo alejarse del lugar con paso raudo, impactado tras la noticia de que el cuerpo encontrado efectivamente se trataba de Sebastián Creta.

Dentro de la hacienda había unos cuantos trabajadores que físicamente se parecían al patrón, pero ninguno vestía como él, sin embargo, Ramiro prefirió no decir que creía que Sebastián Creta era quien colgaba muerto en ese lugar, más que nada por miedo a que lo señalaran como su asesino. En ese intertanto llegaba al lugar el sargento Meza, dirigiéndose al teniente, quien entrevistaba a una de las cocineras. El forense hacía escasos minutos había llegado a la hacienda junto a un grupo de policías, y necesitaban de su autorización para liberar la escena del crimen y levantar el cadáver, el cual sería llevado para practicar la correspondiente autopsia que revelara la causa de muerte.

—Señor, los forenses acaban de llegar, necesitan su autorización para levantar el cuerpo.

—¿Seguro que se levantó del lado correcto de la cama hoy, sargento? —le fruncía el ceño.

—¿Por qué lo dice mi teniente? Usted me pidió que le avisara.

—¿Y tengo cara de ser el fiscal acaso? —se cruzaba de brazos y lo miraba de pies a cabeza.

—Y yo el muy estúpido otra vez caí en sus bromas.

—Que el fiscal se encargue de eso cuando llegue, por lo visto hoy todos están funcionando con retraso, menos los asesinos. ¿Encontraste algo que sea útil?

—Tomé las muestras para el laboratorio y las fotografías pertinentes, y sí, encontré algo señor, y la verdad es un tanto perturbador —reveló Meza con algo de temor en sus palabras.

—¿Y el arma homicida, apareció? —preguntó de manera sarcástica, pues sabía que no la encontrarían, el asesino no les haría el trabajo tan fácil, además, disfrutaba el fastidiar al sargento cuando notaba que no estaba al cien por ciento.

—Por ahora es un misterio. Lo que es claro es que usaron ese látigo para castigarlo —refirió Meza, retomando lo realmente importante—, pero necesito que vea una cosa señor.

—Que el forense haga lo que quiera con el cuerpo, más tarde pasaré para saber los resultados de la autopsia, por lo pronto llama a la central y que envíen un equipo de rastreo, que peinen toda la hacienda en busca del arma homicida, quedas a cargo de ello. En mi ausencia ningún trabajador se mueve de aquí. Yo saldré un par de horas a ver a una persona —espetó Espinoza.

—¿Una persona señor?

—Así es, por lo visto ayer por la tarde salió de la hacienda para reunirse con un cliente, me comunicaré con la persona para entrevistarla a ver si obtengo algo, ¿o acaso cree que tengo alguna cita por ahí sargento? Estamos trabajando por si aún no se da cuenta —concluyó el teniente, con algo de ironía en sus palabras.

—De acuerdo señor —Meza sabía de las bromas de doble sentido o con ironía que el teniente tendía a hacer, aunque muchas de ellas solo él las entendiera—. Pero como le dije, antes debe ver algo muy importante.

—De acuerdo, ¿nos excusa mi dama? Tengo que hablar en privado con el sargento —el teniente despedía a la cocinera que entrevistaba, caminando en el acto hacia un costado, sin siquiera esperar respuesta de ella—, bien sargento, lo escucho.

—No es necesario que me escuche señor —decía este, tomando su cámara y buscando la foto en cuestión, enseñándosela.

En ese momento aparecía el capataz con la agenda personal de Sebastián Creta, y el vaso con agua entre sus manos, entregándole ambas cosas al teniente Espinoza, quien aprovechaba el momento para indagar acerca de aquel látigo encontrado con el cuerpo de la víctima, no sin antes darle un vistazo a la fotografía.

Pero antes de profundizar con el sargento sobre eso, debía saber si sus sospechas eran ciertas, aunque las siglas en la empuñadura no dejaban lugar a dudas respecto a su procedencia y dueño, y el capataz era la persona idónea para responder, no sin antes beber de un golpe el agua del vaso.

—Perdón, estaba sediento, para la próxima lo quiero con hielo. Dígame usted, ¿por qué nadie quiso denunciar a la víctima por los castigos que les impartía este bastardo? —el teniente preguntaba sin rodeos y sin inmutarse por lo referido al agua.

—¿No entiendo a qué se refiere señor?

El capataz clavaba su mirada en el suelo, queriendo con su actitud eludir en cierta forma la pregunta. Sin embargo aquello le sería imposible, pues eran bien sabidas las prácticas inhumanas de parte de Sebastián Creta. Además, el látigo encontrado en la escena del crimen era imposible de ocultar.

—¡No se haga el payaso conmigo —exclamó con un grado de enojo en sus palabras el teniente Espinoza—, todos aquí saben acerca de los castigos que este animal les impartía, yo en lo personal me alegro que por fin alguien le haya dado una lección, bien merecido se lo tenía el infeliz!

—¡Pero mi teniente, qué dice! —Meza era tomado por sorpresa por las palabras tan directas del teniente, algo muy poco común en él.

—Aunque debo recalcar que se excedieron en asesinarlo. Por si alguien pregunta yo no dije lo que escucharon antes —prosiguió sin embargo, con un tono un tanto serio pero burlesco a la vez.

—Pues la verdad jefe —comentó con voz tímida el capataz—, es que aquí nadie dijo nada por miedo señor, usted sabe, la mayoría aquí solo sabe trabajar en estas tierras para llevar el sustento al hogar, no es fácil.

—¿Y sabía usted que esto era algo muy comentado? —interfirió Meza en la conversación, pues le molestaba lo que el capataz decía, dando a entender con sus palabras que los castigos a los cuales eran sometidos era algo normal para ellos

—Me lo imagino —se avergonzaba al decirlo.

—En la estación jamás pudimos hacer nada contra este tipo porque ustedes callaron —proseguía el sargento.

—Lo lamento señor —Sus ojos se cristalizaron en el momento, obviamente era algo muy difícil de aceptar, que en tiempos modernos un jefe actuara con sus empleados como si fuesen esclavos.

—Muéstreme mejor cual es el nombre del cliente que el señor Creta visitó anoche, que de señor no tiene nada este bastardo —indicó el teniente para desviar un poco el tema, evitando incomodar más a Ramiro, y extendiéndole la agenda para que le señalara el cliente de la larga lista que tenía anotados.

Al visualizar el nombre y número, el teniente notó que se trataba de una mujer a quien el capataz se refería, y la fecha y hora de la cita anotada en la agenda, como lo había dicho, correspondía al día anterior. Tomó su celular y discó el número. Al otro lado de la línea, una voz dulce pero de edad contestaba la llamada...

—"Buenos días mi dama, habla el teniente Joel Espinoza, le llamo desde la hacienda del señor Creta, ¿es posible que nos reunamos en la estación de policía? Necesito hacerle unas preguntas concernientes a su reunión de ayer por la tarde con Sebastián Creta"... de acuerdo mi dama... ¿me facilita su dirección por favor?... de acuerdo... en una hora estoy por allá... muchas gracias por su tiempo— El teniente colgó la llamada y se dirigió al sargento Meza.

—Bien mi amigo, me dirigiré al domicilio de la señora —al decirle esto le extendió la mano con la agenda, entregándosela—, una vez que termines aquí quiero que revises a fondo esta agenda. Coteja todos sus clientes, quiero saber con cuales pudo haber tenido algún tipo de altercado en los últimos seis meses para descartarlos como sospechosos.

—¿Cree que alguno de sus clientes pudo haberlo asesinado? —preguntó el capataz sorprendido, pues no podía creer que alguien de aquella agenda pudiese llegar a tener las agallas de hacer algo tan macabro en contra de su jefe.

—En este momento mi amigo, incluso usted es sospechoso, hasta que se demuestre lo contrario, lo de los clientes es solo para descartar, pero por los tratos de ese animal, no me sorprendería que él o los asesinos se encuentren en esta hacienda —le respondió con voz firme el teniente.

—Tardaré días en esto mi teniente —murmuró Meza tras darle un vistazo a la agenda.

—Llévala a la estación una vez que llegue el equipo de rastreo para que la examinen, esa agenda es muy importante por ahora —le señaló con firmeza en sus palabras—, así que mientras más rápido comiences con ello, más rápido me darás una respuesta.

—Entiendo, hay que reducir la lista de sospechosos.

—¿Y qué hacemos con el patrón mi teniente? —preguntó el capataz.

—Tu patrón está muerto —musitaba el teniente con ironía, sin siquiera pensarlo.

—Yo preguntaba por don Joaquín señor —le aclaraba el capataz, un tanto avergonzado y apenado a la vez.

—Por ahora no se le dirá nada, que venga un médico primero para que lo examine y determine si está en condiciones de recibir la noticia, por su avanzada edad primero quiero saber su real estado de salud —indicó escueto el teniente—. Meza, acompáñeme ahora.

Acto seguido, entregaba el vaso que aún tenía en sus manos, y se dirigía junto al sargento a su viejo pero fiel vehículo, un Peugeot 504 GLD Piel de Toro, y antes de retirarse en dirección al domicilio de la persona con la cual se había entrevistado el occiso, analizaban la fotografía mostrada por Meza.

—Esta fotografía es muy interesante mi amigo, nuestro asesino nos dejó un claro mensaje, y me temo que la traducción será algo que no nos agradará en lo absoluto. ¿Alguna idea de lo que puede significar?

—Para nada mi teniente, tendré que examinarla en detalle, buscar patrones. Pareciera ser que se trata de alguna lengua antigua —especulaba mientras observaba la fotografía.

—No lo sé, no me da esa impresión, parece más un símbolo que letras de alguna lengua antigua mi amigo—el teniente observaba detenidamente la fotografía, pero en el momento no encontraba en ella algo que le indicara de qué se trataba.

—¿Será algún símbolo de alguna secta satánica? —el tono de voz del sargento era el de alguien no muy convencido en sus palabras.

—Mientras averiguamos que rayos significa hay que mantenerlo en secreto, que la prensa no se entere de esto, de lo contrario nos fastidiarán la investigación y nuestro asesino se nos escapará.

—O asesinos señor —lo miraba—, y fue usted quien lo dijo.

—Ya pronto tendremos claridad de eso. Por ahora iré a investigar la cita que sostuvo este animal el día de ayer, quedas a cargo —le decía el teniente, entregándole la cámara—. Y procura que la prensa no invada nuestra escena del crimen.

—¿No entiendo cómo se enteraron tan rápido de este crimen? —se preguntaba Meza, observando el tumulto de periodistas que ya se encontraba en el lugar.

—¡Estas alimañas tienen oídos en todos lados! —alegaba el teniente, abordando su vehículo y emprendiendo la marcha, abriéndose paso entre el tumulto con la ayuda de los agentes que resguardaban el ingreso a las inmediaciones.

Una vez que el equipo de rastreo se apersonaba en el lugar, el sargento Meza les impartía las instrucciones correspondientes para registrar toda la propiedad en busca del arma homicida, y nuevas pistas que los condujeran a tener un sospechoso real.

A esa hora, y tras la llegada del fiscal de turno, el médico forense ya había levantado el cuerpo para llevarlo a las instalaciones y practicar la autopsia. Por otra parte, la entrevista que sostenía el teniente no rendía los frutos esperados, y aquello lo dejaba muy desconcertado.

Lejos de platicar mal sobre Sebastián Creta, la mujer hablaba maravillas, dando a entender que era una persona muy atenta y educada, intachable, algo que no concordaba con la forma en que tanto sus propios trabajadores, como la gente en los alrededores de la hacienda lo describían.

Ya de vuelta en la jefatura se dirigía sin perder tiempo a la morgue donde se encontraba el forense para conocer los resultados de la autopsia, si es que estos ya estaban disponibles a su llegada.

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