Vencida [Sinergia II] [COMPLE...

By AxaVelasquez

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«-Es la mano del rey. Tiene derecho a hacer lo que acabas de ver, ¿entiendes? -¿La están matando por cortarse... More

Introducción
Prefacio
Capítulo 1: Lady Bird
Capítulo 2: El poder del fracaso
Capítulo 3: Lyra
Capítulo 4: El color de un gracias
Capítulo 5: Ser mala es la mejor opción
Capítulo 6: Supernova
Capítulo 7: De rodillas
Capítulo 8: El sabor de la gloria
Capítulo 9: Todos las versiones de ti
Capítulo 10: La asesina de Aragog
Capítulo 11: Una victoria para las mujeres del reino
Capítulo 12: La boda negra
Capítulo 13: Dorian Gray
Capítulo 14: El destino del Cisne
Capítulo 15: Odio profundo
Capítulo 16: Sargas
Capítulo 17: Un alma que arde
18: Ódiame [+18]
Capítulo 19: Orión
Capítulo 20: Madame
Capítulo 21: Lesath
Capítulo 22: Ara salve al rey
Capítulo 23: Vendida
Capítulo 24: De infamia y dragones
Capítuño 25: Potestad
Capítulo 26: Venganza
Capítulo 27: La traición del milenio
Capítulo 28: El rey maldito
Capítulo 29: Ares
Capítulo 30: Zaniah
Capítulo 31: Tenemos que hablar
Capítulo 32: Prisiones
Capítulo 33: Hijo de Canis
Capítulo 34: Cautiva y cautivadora
Capítulo 35: Invitada
Capítulo 36: El animal y la mentirosa
Capítulo 37: Saltamontes
Capítulo 39: Amar no es un crimen
Capítulo 40: Ella me asesinó
Capítulo 41: La verdad del dragón
Capítulo 42: Ramseh Odagled
Capítulo 43: El Origen
Capítulo 44: Irreverente
Capítulo 45: Reencuentro
46: La batalla de los escorpiones en el desierto
47: La ejecución del cisne
48: La humillación del cerdo
49: El regreso de Aquila
50: Los lords de Hydra
51: La mala del cuento
52: El fantasma Sagitar
53: Cuestión de honor
54: Acepto
55: Desastre [+18]
56: Antares
57: Hermanas Odagled
58: Las Cygnus
59: Eslabones de un sueño por cumplir
60: El maldito libro de Sirios adolescentes
61: Asesino y caballero
62: Hielo envenenado [+18]
63: El arte como dolencia
64: Fracturas y agua salada [+18]
65: Temible asesino de sonrisas
66: Lyra y Antares
67: Cena en Lady Bird
68: Mi amiga Madame Delphini
69: Cisne y escorpión [+18]
70: Lealtad
71: Draco antes
72: Orión y Ares
73: Draco ahora
74: La carta final
75: La boda bendita por Canis
76: La batalla por Hydra
77: Dreiah
78: La dama de Leo
79: Bienaventurado el guerrero
80: Quiebre del escorpión
81: Lord Circinus
82: Princesita
83: Adiós, Lyra
84: El rugido del león
EPÍLOGO
Preguntas finales
SIGUIENTE LIBRO

Capítulo 38: Cicatrices

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By AxaVelasquez

Leiah

Leiah había leído Vendida, se aprendió su adaptación a guión de principio a fin, estuvo en la final del torneo, hizo el papel de la asesina de Áragog y la admiraba de una manera abismal al punto de empezar a entrenar por ella, pero incluso así seguía sin conocerla.

No fue hasta sentir el poder de sus huesos, hasta el momento en que lo dejó entrar, que su cosmo la inundó con más de una corriente indeseada.

Leiah no tuvo acceso a nada del presente del alma, pero sí a una oleada de su pasado. Y fue suficiente.

La asesina de Áragog había sido una excelente persona. Había tenido espacio para amar a tantos... Shaula. Lyra. Andrómeda. Ares. Leo... Orión. Y admiración también desbordaba. Hacia el antiguo rey, lo cual dejó a Leiah descolocada, porque en su impresión de espectadora Lesath fue quien la había vencido, pero no tuvo suficiente tiempo con su cosmo para entender esa parte. Y también estaba Delphini.

Que Aquía conociera a Madame Delphini dejó en Leiah una sonrisa indeleble.

Leiah con solo aceptar su cosmo pudo asomarse a todos sus recuerdos, a las sensaciones que tuvo la asesina en cada uno de esos momentos...

No era algo que quisiera para sí. No le parecía justo desnudar así a una persona que no había conocido.

—Le dije a Ares que no te dejara entrar —dijo Orión al ver llegar a Leiah a su habitación en el fuerte.

—Y yo le pedí que me ayudara a hacerlo. Parece que yo le caigo mejor.

—Ladronzuelo traidor.

Orión estaba recostado al respaldo de su cama con un cáliz lleno de licor en una mano. En la otra tenía una hoja recién arrancada de las sagradas escrituras de Ara, la tenía sobre la llama de una vela, dejando que se consumiera.

Leiah manoteó los pies descalzos de él hasta bajarlos de la cama y hacerse espacio para sentarse, erguida como la estrella del teatro que era.

—Espero que no hayas venido a evitar que me hunda en la miseria ni nada parecido.

—Para ser honesta… —dijo Leiah inclinándose para quitarle el cáliz de las manos—. Venía a hundirme contigo.

—Lo lamento, madame, los cupos ya se agotaron.

—Soy la directora, co-productora y actriz estelar de Vendida, Orión, nada está agotado para mí.

Pero apenas le dio el primer sorbo al contenido del cáliz, cambió de opinión. Prefería embriagarse con cianuro, así que se lo devolvió.

—Por la manera en que arrugaste el gesto intuyo que te supo a mierda —comentó Orión recibiendo su cáliz de vuelta.

—Con eso confirmo que te estás envenenando.

—Te ahorro el trabajo.

—Me insultas, a decir verdad. No me gusta que nadie haga mi trabajo.

Orión suspiró, cansado, y con la vista en el hecho le preguntó:

—Nunca voy a ganarte, ¿no es así? Te ofendo existiendo, respirando de la manera incorrecta y hasta cuando pretendo no hacerlo.

—No es personal —dijo Leiah dando un par de golpes conciliadores a la rodilla de Orión, aunque capaz se le pasó un poco la mano con la fuerza, pues hizo que a él se le derramara el licor de los labios mientras bebía—. Los odio a todos. Claro que un poco más a quienes me raptan, aíslan y me mantienen en incógnita por días, como hiciste tú, pero ignoremos ese detalle.

—Puedes irte, Leiah —dijo Orión, secándose la boca con sus mangas—. Olvida todo esto y vuelve con Draco. Sean felices el tiempo que puedan. Que esta guerra no los alcance a ustedes.

—¿Que no nos alcance?

Leiah suspiró, Orión debía estar en terrible estado si había llegado al punto de decir eso.

—Yo nací aquí, Orión, como una vendida. Desde ese instante esta guerra ha sido mía también, solo que he estado librándola sola. Volveré con Draco, sí. Pero ni creas que voy a olvidar todo esto.

Orión dejó caer las cenizas de la hoja sobre la mesita, y encima de ellas posó su cáliz. Suspiró, y se enderezó tanto como pudo, cruzando sus brazos tras su nuca. Tenía las mangas dobladas hasta los codos, y su camisa abierta del todo al punto en que Leiah pudo notar que las cicatrices de sus brazos se extendían hasta su abdomen.

«¿Qué te hicieron, Orión Enif?».

Reprimió un escalofrío y volvió a los ojos de Orión, a quien no le había pasado por alto el examen al que acababa de ser sometido.

—¿Qué cambió? —preguntó él en voz tan baja que su cariz ronco lo hizo sonar como un carraspeo.

—El desconocimiento, supongo. —Ella se encogió de hombros y le miró a los ojos, pero no soportó lo que había en ellos así que siguió hablando con la vista en el resto de la habitación—. Algunas cosas se han empezado a esclarecer a medida que otras se ensombrecen. Creo que entiendo lo que pretendes hacer, y quiero ser parte de eso.

Cuando ella volvió a mirarle, él tenía los ojos entornados, le miraba con interés.

—Ahora soy yo el agobiado por la intriga —dijo él—. ¿Qué es lo que crees que entiendes?

—Tu plan. Ahora entiendo que podría funcionar. Antes no, pues no sabía que los cosmos pueden transferirse.

—Eso es porque no es posible.

—Pero allá…

—He sobreestimado tu intelecto si no lo has adivinado ya.

Leiah se mordió el interior de la mejilla para no insultar toda la ascendencia del despojo de ser humano en la cama.

—Encima me ofendes.

—Discúlpeme, madame, es la costumbre. —Orión suspiró—. Los cosmos no pueden transferirse ni robarse, pero el alma puede ser engañada.

—¿Cómo?

—El poder reconoce a su dueño, sí. Pero no puede resistirse cuando sangre... similar… lo reclama.

«Sangre similar».

—Dijiste que me encontraste porque buscabas a las hijas de Cass Odagled.

Los labios de Orión se fruncieron con un atisbo de satisfacción, y un brillo similar abundó en su mirada. Él estiró su brazo para alcanzar su bebida justo cuando Leiah volvió a hablar.

—Ya conocías a una, ¿cierto?

—La conocí y la amé con toda mi alma, sí.

—Si la amaste con toda tu alma… ¿ahora qué te queda? ¿Cómo sigues vivo?

Orión simuló pensarlo por un momento, y no pareció molestarle la crudeza de la pregunta de Leiah, así como ella no parecía querer retractarse por ella.

—Vacío —dijo él, su mano petrificada alrededor del cáliz—. Eso me queda. Y sigo vivo porque necesito llenarlo. No con justicia, con venganza.

Leiah tuvo que desviar su rostro un momento y concentrarse fríamente en lo que pensaba, porque no había nada que sentir. Hacía mucho que no había nada.

Un silencio se extendió entre ellos mientras Orión bebía con la vista en la nada y Leiah parecía muy interesada en jugar con los anillos en sus dedos, hasta que consiguió el valor para soltar sin filtro justo lo que pensaba.

Se volvió a mirarlo, aunque él seguía con la vista en otro sitio, y le dijo:

—Llenos de nada, hechos de sed y movidos por ella.

—¿Quiénes? —inquirió él.

—Tú y yo. No somos tan diferentes.

Él suspiró y relajó sus hombros, pero no era un gesto de comodidad. Era cansancio. Parecía vencido y exhaustivo por la batalla.

—Es la primera vez que no intentas ser hostil y creo que hubiera preferido que lo hicieras.

Leiah reprimió las ganas de sonreír, pero se le hizo tan difícil que tuvo que morderse el labio.

—Entonces… —siguió Leiah—. Yo soy su hermana.

—Sí.

—Por eso puedo acceder al poder en sus huesos.

—Exacto.

—Y por eso me necesitas.

—¿Ves? Pusiste a trabajar esos engranajes y ni estás echando humo.

—Sí, resulta que no es tan difícil. Deberías intentarlo.

Orión no sonrió, pero uno de los extremos de sus labios tuvo esa intención, y eso es lo que cuenta.

Volvió a beber de su cáliz justo cuando Leiah siguió con el interrogatorio.

—Entonces —dijo ella—, tú y yo somos algo así como familia.

Orión casi escupió dentro de su cáliz, un hilo de licor se le derramó por la barbilla y tuvo que limpiar con la manga de su camisa.

—Leiah, sé que estoy bebiendo como un alma en pena, pero te juro que mi intención no era vomitar esta noche.

—¿Cómo lo haces?

—¿Qué?

—Tener siempre humor para esos chistes tan malos.

—Carajo, Leiah, ahora sí me voy a deprimir, pensé que mis bromas eran mi mayor atractivo.

«No. Definitivamente no son tus bromas...».

—Los demás serán mitológicos, entonces —dijo ella a pesar de sus vergonzosos pensamientos.

Orión calló un momento. Había pensado en una respuesta para ese comentario pero la reprimió, desapareciéndola un trago tras otro.

Leiah lo vio beber sin disimulo, creando en su cabeza una historia tras otra para cada una de las cicatrices visibles, pensando en lo que daría por tener un guión que las contara.

Así que, sabiendo que se iría al día siguiente y no queriendo perder la oportunidad, se armó de valor e hizo la maldita pregunta.

—¿Cómo te hiciste esas cicatrices?

—Wow. —Orión tragó a la vez que tosía—. Sutileza es tu segundo nombre.

—Perdona, reformulo…

—No hace falta, pero agradezco la intención. —Dejó el cáliz en la mesita—. Fue en las minas.

—¿Los látigos dejan esas marcas?

—No, esas están en mi espalda. Podría terminar de quitarme la camisa si es imperativa tu inspección.

Los ojos de Leiah se abrieron tanto que, a pesar de la escasa luz, Orión pudo adivinar el rubor en sus mejillas.

Él se reprendió internamente por su comentario, así que intentó arreglarlo terminando su historia.

—Fue mientras escapábamos. Había varios metros de alambres de púa, un muro tan largo y alto que era imposible de sortear. Tuvimos que atravesarlo. Yo tuve suerte, muchos perdieron más que una mano ahí.

Leiah tragó en seco y le robó el cáliz a Orión de la mesita. Lo había pensado mejor y concluyó que iba a necesitarlo.

—Tuve que haberlo sabido apenas Draco dijo quién eras —dijo ella—. O al menos mientras te veíamos pelear. Nadie que hubiese sobrevivido a esas minas y, que además las pulverizara, se habría dejado
atrapar por unos cuantos guardias de la mansión. Si estabas ahí era porque querías.

—No te martirices, no podemos ser dos despojos humanos esta noche. ¿Luego quién me sostendrá el cabello cuando vomite?

Orión se alejó del respaldo de la cama, sentándose en el borde junto a Leiah y le arrancó el cáliz de las manos para volver a llenarlo.

—Pensé que habías dicho que no vomitarías —advirtió ella.

—Tu presencia me hizo cambiar de planes.

—No tengo ni la más mísera idea de cómo tomar eso, Orión Enif.

—Mejor así —contestó él bebiéndose la mitad del trago.

Leiah aguardó el momento justo para quitarle el cáliz y bebió ella también.

—¿Dejaste ir a todos los otros de las minas o… los mataste?

—Maté a todos los guardias. A los demás no.

—¿Por qué hiciste eso?

—Matar me divierte.

—Eso no, animal: dejar ir a los otros.

—¿Por qué no?

Leiah volteó a mirarlo de manera brusca, sus ojos entornados. Parecía tratar de entender si había una broma detrás, pero él no parecía estar jugando.

—Eran criminales, Orión.

—Leiah —pronunció él de una manera que casi parecía un regaño—, cuando la ley la escribe quienes venden personas en un mercado… el concepto del bien y el mal se distorsiona bastante.

Leiah no tenía nada que responder a eso, así que solo bebió.

—¿Te irás mañana, entonces?

—Ujum —respondió ella mientras tragaba.

—¿Cómo pretendes contactar conmigo luego? No esperarás que me quede aquí…

—Soy muy holgazana para buscar a nadie. Búscame tú, ya sabemos que se te da bien.

—A sus órdenes, madame.

Orión se quedó mirando uno de los anillos de Leiah, era una especie de dragón en vuelvo, imaginó que por Draco. Extendió un dedo hacia las alas de plata y las rozó en una especie de hipnosis. No se dio cuenta de lo que hacía hasta que sin querer hizo contacto con el nudillo de Leiah, y ella fingió no darse cuenta.

Él carraspeó, y le dijo:

—¿Cómo es que Draco...?

—¿Me soporta?

Él se giró a mirarla con la burla brillando en sus ojos, pero solo era una manera de despistar, pues miró a Leiah, y pensó «Yo sé perfectamente por qué».

La había visto montar a caballo con el porte de una deidad, empuñar arco y flecha como una gracia iracunda, actuar como Dorian Gray, humillar a La Mano del rey delante de decenas de guardias del castillo, insultar como un borracho, expresarse como una madame, masticar como un ogro y combinarse como una reina.

Entendía perfectamente, y sin embargo, dijo:

—Imagino que tu prometido encuentra placer en el maltrato propio.

Leiah arqueó una ceja, instándole a continuar.

—Eres despectiva, arrogante, hostil, soberbia, vanidosa, irritante, insufrible e inoportuna, definitivamente, dada tu presencia en este momento. No entiendo cómo alguien podría someterse voluntariamente a tu presencia constante.

—Es que resulta que, además de todo eso, estoy maldita. Mientras más intento alejar a las personas más parece que les atraigo. —Leiah suspiró—. Tú no preguntas por él y yo no pregunto por ella. ¿Trato?

—De acuerdo. Pero entonces necesitaremos más vino para llenar los silencios, pues dudo mucho que tengamos tema de conversación para el resto de la noche.

~~~

Ares estaba sentado en la sala afilando sus cuchillos cuando Orión salió a buscar otra botella.

El caballero se detuvo en seco al ver el modo en que Ares lo miraba, como si empleara toda su fuerza de voluntad en no mearse de la risa.

Orión arqueó una ceja, y Ares volvió su mirada al filo de su cuchillo.

—¿Qué? —espetó Orión.

Ares fingió inocencia y negó con la cabeza.

—Nada, ¿por?

Orión miró hacia atrás, hacia la puerta cerrada de su habitación donde Leiah lo esperaba.

—No es lo que piensas —se excusó al volverse hacia Ares.

El asesino levantó las manos en señal de paz.

—No es de mi incumbencia —dijo.

—Que no es… ¿qué? Te estoy diciendo que no es lo que…

—Hombre, relájate, no quiero que te de un ataque. Las maniobras que conozco de primeros auxilios no son nada que me entusiasme practicar contigo, así que sigue en tu camino en paz. Ya te dije que no es de mi incumbencia.

Orión abrió la boca, pero la volvió a cerrar y se tragó todo el repertorio de groserías que tenía preparadas para Ares.

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