Mentiras Negras ✓

By Gimenabazante

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Raven Anderson no sabía muchas cosas de la vida, lo que si sabía era hacer un buen pan, atender su panadería... More

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Prólogo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo extra

Capitulo 3

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By Gimenabazante

     Observó la ropa limpia y se sintió molesto por esos trapos viejos. No usaría eso ni aunque le pagarán, pensó poniéndose el pantalón de color caqui. La camisa tenía tremendo tajo en el costado sin contar con el hecho de que era color marrón aunque él supuso que en algún momento de su vida útil había sido blanca y con todos los botones. El saco estaba deshilachado y viejo. Los bolsillos estaban rotos y los zapatos aunque le quedaban cómodos estaban viejos y necesitaba un cambio. Cuando se levantó se sintió un poco mareado pero caminó hasta el buro y tomó el espejo que ahí había. La persona que le devolvía la mirada no la reconocía. Tenía los ojos marrones oscuros, tanto que no se distinguía la pupila, con los párpados marcados, eso era lo único que podía ver, pues la mitad de su rostro estaba tapado por esa tupida barba, su cabello era otra cosa que no podía entender. Era demasiado largo, le llegaba hasta la cintura, ni siquiera la joven que cantaba lo tenía así de largo. Su aspecto lo confundía pero lo que más lo tenía confundido era su cabeza. Ni siquiera sabía cuál era su nombre, quién era, de donde era. Su mente estaba en blanco y en silencio. No había nada, no recordaba nada. Se armó de valor y salió de la habitación.
  La casa era bastante grande, con varias habitaciones vacías y una escalera bastante descuidada. Al llegar abajo entro a lo que supuso era el comedor. La mesa grande estaba preparada y se sentó a la izquierda de la cabecera dónde estaba el dueño de casa y la joven del otro lado.

— Disculpen si tarde mucho. — Susurro avergonzado.

— No se preocupe. — Murmuró la joven con una sonrisa y le sirvió el plato. — Mí nombre es Raven ¿El suyo?

— No lo sé. — Murmuró mirándolos. — Tenía la esperanza que me lo digan ustedes, quién soy, cómo llegué aquí…

Ambos cruzaron miradas y luego la joven se puso a cortar la carne de su plato.

— Te trajo un joven en la noche. — dijo David con un suspiro. — No nos dijo mucho, estabas muy herido.

— ¿Hace cuánto tiempo… ?

— Hace una semana y tres días que estás aquí.

— Entiendo. — Murmuró él comiendo un poco de lo que había en el plato.

— Buscamos al joven al otro día. — Le dijo Raven. —  Pero había desaparecido, aunque en realidad no quisimos preguntar mucho porque en el corto tiempo que estuvo aquí nos dejó muy claro que era imperativo que nadie sepa que usted está aquí.

— Yo… no sé cómo pagar lo que han hecho por mí… —  Dijo avergonzado.

— Ya nos pagó el que te trajo aquí. — Le respondió David.

Él lo miró sorprendido.

— Será mejor que comamos, todavía tenemos muchos quehaceres. — Continuó David

— ¿De que trabajan?

— Tenemos una panadería y también la casa funciona como posada. Aunque no hay mucho trabajo, a veces llega algún que otro viajero.

— Me gustaría pedir si me presta para poder afeitarme…

— Sí, por supuesto.

Comió en silencio y los escucho hablar de pedidos y reposiciones de mercadería. Al instante le quedó claro que le hacía falta un par de manos extra y que el hombre no tenía mucho dinero para pagarle a un lacayo. Cuando terminó, subió las escaleras con lo que le había dado el dueño de casa, cerró la puerta y se sorprendió con el suave golpe de nudillos. Al abrir la puerta estaba Raven que le tendió un papel doblado.

— Esto lo dejó el hombre que te trajo. — Miro el pasillo y después siguió susurrando. — No lo lei por supuesto, quizá tenga tu nombre ahí. Pero si le decía a mí padre me iba a regañar nuevamente así que…

— Gracias. — le dijo conmovido.
Ella le sonrió y se fue. Cerró la puerta y abrió la carta con premura.

   Te traje aquí porque es la única forma que se me ocurrió después de lo que pasó. Sé que no es mucho lo que he hecho pero creí que era mejor dejarte aquí que dejarte morir en el agua. Espero de verdad que sobrevivas… no eres malo, al menos conmigo jamás lo fuiste.
  Me has salvado la vida más de una vez, creí que era correcto hacer lo mismo por ti, aunque sea una sola vez. No he participado en lo que pasó ahí arriba, aunque debo admitir que se salió todo de control demasiado rápido. Cómo siempre me sorprendiste, aunque sé que no fui el único que se sorprendió esta noche.
  Te dejo aquí con la esperanza de que sobrevivas y espero por tu bien y el mío que jamás reveles que fue este Grumete quien te ayudo. Volveré a la embarcación rezando que nadie haya notado que me he marchado.
Aquí, mientras sangras en esa cama y mientras buscan al médico te juro por mí vida que jamás revelaré que estás vivo. Quizá son palabras desechadas lo que diré pero te pido por favor que no vuelvas jamás al mar, te traje a una posada lejos de la bahía porque se que te reconocerán si te ven y te mataran. Sabes tan bien como yo que no se perdona lo que hiciste. No vuelvas jamás al océano, si lo haces morirás y lo sabes.
    Gracias por tus enseñanzas, por haberme dado la oportunidad de ganarme la vida.

      Adiós.
  
Cerró la carta más confundido de lo que estaba. ¿Quién era esa persona que le hablaba? ¿Quién era él? Definitivamente había hecho algo malo, pensó mientras preparaba todo para afeitarse. Se observó al espejo por última vez así, mientras se observaba se levantó el pelo detrás y se hizo un rodete, el movimiento fue tan natural que le sorprendió. No sé reconocía, no podía saber quién era esa persona que le devolvía la mirada así que se enjabono y comenzó a quitarse el pelo de la cara. Al terminar de hacerlo se sorprendió al verse. Quien le devolvía la mirada, era un hombre de unos treinta años más o menos, con una nariz pequeña, labios finos y hoyuelos en las mejillas y una mandíbula un poco afilada. Bajo la cabeza para enjuagarse y cuando levantó la mirada se vio reflejado en el espejo y el recuerdo lo asaltó como si pasara en ese momento.

No quiero que te vayas. — Murmuró la mujer delgada que tenía su propia nariz.

— Ya no soporto estar aquí mamá. — El suspiro y se enjuago la cara nuevamente. — Estoy cansado de estar aquí tratando de agradar a un padre que jamás reparó en mí.

— No es así, Christopher…

— Es así y lo sabes madre. — La cortó el. — Para mí padre no existe otra persona que no sea Samuel. Porque es el primogénito y es perfecto y bueno. Y luego viene Daniel, porque él es un detective, porque es el menor de la familia. Incluso Esme tiene su atención a veces… ¿Y yo? Solo soy el mandadero de esta familia. Christopher ve hacer eso, Christopher lleva esto a tu hermano, haz lo otro, haz aquello. Por los demás ¿Y yo? ¿Acaso yo no quiero ser alguien en la vida? ¿Debo siempre estar a la sombra de los demás?

— Estás ofuscado cariño.

— No es ofuscamiento mamá, es la verdad. Ahora es Samuel quien está al frente de todo y yo… que me he desvivido por esta empresa pase a ser el simple mandadero. Estoy cansado. Me iré de aquí, ya me cansé de tratar de ser alguien que no soy.

— ¿A dónde irás? — Intervino una voz rasposa.

Ambos miraron al que entraba en la habitación. El hombre de cabello bien recortado y levita negra le devolvía la mirada sin vacilar.

— Me iré de aquí. — Contestó el desafiante.

— Vete. — Dijo con simpleza. — Pero recuerda que no te llevarás un solo penique de lo que me pertenece.

— No necesito llevarme nada. — Le contestó furioso. — Haré mí propia fortuna, te demostraré a ti y los demás lo grande que puedo llegar a ser.

— Que te quede claro que no trabajarás en ninguna empresa de enlatados. — Exclamó el hombre enojado.

— ¿Quién te dijo a ti que me interesa trabajar en una empresa? Tendré mí propia embarcación, iré a recorrer el mundo.

— Eres un soñador… y después preguntan porque no te dejo a ti enfrente de la fábrica.

Pestañeo y volvió al presente y se miro al espejo. Christopher, su nombre era Christopher no tenía duda de eso. Se secó el rostro y se sentó en la cama, sintió el mismo vacío en su vientre como esa vez. Su padre siempre lograba fastidiarlo. Estaba seguro de su nombre pero su apellido se escapaba como los demás recuerdos. Nadaba entre telas gruesas sin poder ver a través de ellas. Se pasó las manos por el rostro y decidió despejarse un poco. Bajo las escaleras y se encontró de lleno con el comedor limpio, le faltaba un poco de arreglo, pensó pasando la mano por la pared un poco descascarada. Entró a la cocina y el olor a pan recién horneado y galletas lo asaltó. Vio a Raven ocupada amasando.

— ¿Qué está haciendo? — preguntó acercándose.

— Estoy haciendo la última tanda del pan de hoy.  — Le contestó con una sonrisa.

Se pasó el dorso de la mano por la frente y continuó cortando la masa.

— ¿Puedo ayudarla en algo?

— Por ahora no. Ya estamos por terminar el horneado del día.

  Estuvieron unos minutos en silencio, Raven acomodo las galletas en una fuente y luego se acercó al horno. Él sintió su perfume cuando ella pasó a su lado, era una mezcla de galletas y dulce muy fragante. La observó mientras metía las cosas en el horno, su cabello castaño claro estaba atado en una coleta pequeña en la nuca, tenía un pañuelo que le despejaba el rostro y sus mejillas estaban rosadas debido al calor haciendo que sus ojos resalten y se vean como el agua de una playa de arenas blancas. Cuando ella volvió a pasar por su lado notó que le llevaba muchos centímetros de altura, supuso que mediría un metro cincuenta más o menos.

— ¿Ya sabe cómo se llama? — Le pregunto poniendo las galletas que había sacado en una canasta.

— Christopher. — Le contestó rápidamente.

— Un gusto Christopher. — Ella le tendió la mano con una sonrisa desde el otro lado de la gran mesa. Se la tendió y se dieron un simple apretón — Me alegra saber que esa carta lo ayudó.

El omitió decirle que esa carta aunque reveladora no había revelado más que sombras oscuras.

— ¿Su padre?

— Está en la panadería atendiendo a los clientes.

Ella señaló la edificación que se veía desde la ventana, una pequeña casita saliendo de la propiedad, se podía ver cómo entraba y salía la gente.

— ¿Qué pueblo es este? — Él se sentó en una silla destartalada.

— Kingsweston. — Contestó ella tomando algunas cosas de una canasta con verduras.

— El Puerto…

— En el pueblo siguiente. — Contestó rápidamente.

El se fue de la cocina y dio vueltas por la casa vacía.
   Observó la carreta aparcada sin una rueda y se acercó a ver qué podía hacer.


    Ahí lo encontró David cuando cerró la panadería, el joven estaba terminando de arreglar la carreta que estaba averiada. Su camisa estaba remangada y se podía ver sus musculosos brazos sudados. Afeitado se veía completamente diferente y muy joven. Aunque su cabello largo estaba atado en un rodete improvisado en la coronilla de su cabeza. Algunos mechones se habían soltado del peinado y le marcaban el rostro desentonando en ese rostro masculino.

— ¿Qué estás haciendo muchacho? — Le pregunto entrecruzando sus brazos.

— Terminé de arreglarlo. — Contestó limpiándose las manos con el pantalón. Se acercó y le tendió la mano. — Christopher.

— ¿Recordaste cómo te llamas? — Le dio un simple apretón.

— Cuando me vi sin toda esa barba me reconocí, me llamo Christopher. Sé que tengo familia… por ahí. — Completo. Y se puso las manos en los bolsillos. — Aún no recuerdo mí apellido.

— ¿Tienes pensado ir a buscar a tu familia?

— Me gustaría quedarme por aquí si a usted no le molesta. Se nota que necesitan una mano y me gustaría poder hacer eso por ustedes después de lo que han hecho por mí.

— No te voy a negar que me hace falta un par de manos; pero la verdad es que no tengo mucho dinero para pagar.

— No sé preocupe, con lo que me brindan está bien. Quizá pueda buscar también por otro lado, vivir aquí si me lo permite y ayudarlos.

— Me parece un buen trato.

Ambos se fueron caminando a la casa, a medida que se acercaban podían sentir el aroma a comida.

— Mí hija, Raven es la que me ayuda a hacer la mercadería para la panadería, se ocupa de la casa y las compras. Es una buena niña.

Ambos entraron charlando a la cocina donde ella les sonrió.

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