Mentiras Negras ✓

By Gimenabazante

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Raven Anderson no sabía muchas cosas de la vida, lo que si sabía era hacer un buen pan, atender su panadería... More

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Prólogo
Capitulo 1
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capitulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo extra

Capitulo 2

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By Gimenabazante

  Raven le vendó la cabeza y le limpió la sangre del rostro, con cuidado ya que estaba bastante lastimado. Decidió no seguir y esperar a su padre y Milton. A pesar de la situación sintió un tirón en el vientre por ver al doctor del pueblo.
Cuando sintió pasos acercándose se arregló el cabello en un rodete improvisado y deseo tener puesto el corsé que disimularia un poco su vientre.
  Cuando el doctor llegó a la habitación ni siquiera registró que ella estaba sonrojada, miró al hombre postrado y comenzó a revisarlo.

— Raven sal de la habitación, ya no tienes nada que hacer aquí. — Dijo su padre serio. — Y dile al que lo trajo que venga.

— Se ha ido padre. — Murmuró ella en la puerta de la habitación.

— ¿Cómo que se ha ido? — Bramo David. — Curalo Milton por favor.

Su padre la tomó del brazo y se marcharon cerrando la puerta fuertemente.

— ¿Lo dejaste marchar así nomás? — Le preguntó su padre molesto en el pasillo.

— Me dio la bolsa con dinero y me dijo que debía irse. ¿Qué podía hacer? — Murmuró ella avergonzada.

— Tienes razón, debería haber mandado a alguien; pero ya no tenemos lacayo que nos ayude. 

Ella le tendió la bolsa de dinero y ambos observaron que estaba bastante llena.

— El joven dijo que eso alcanzaba para un mes y el médico.

— No va muy desencaminado. — Murmuró con mala cara. — ¿Te dijo como se llama?

— No.

Dentro, Milton suspiró y observó la perforación en el costado izquierdo, no era muy profundo y miró al hombre con una sonrisa torcida, si que había corrido con suerte, si estuviera más profunda ya estaría muerto. Sin embargo lo que más le preocupaba era el golpe en la cabeza.
  Con tranquilidad después de limpiar la herida del abdomen comenzó a coserlo con parsimonia, luego acomodó la cabeza y también la cosió. Después de eso sacó de su maletín caléndula y ajo y preparó un ungüento para sus heridas. Cuando finalmente terminó se preguntó cómo le pagaría el señor David por su trabajo. Todos en el pueblo sabían que no tenía mucho dinero, que la posada no funcionaba.
  Cuando abrió la puerta se encontró con Raven que lo miraba curiosa y el padre resignado.

— ¿Cómo se encuentra? — Raven fue la primera en hablar. 

Milton se preguntó porque su padre le daba esas libertades, no debería estar ahí siquiera y menos en paños menores.

— El herido está bien, se pondrá bien, me preocupa su herida en la cabeza.

— Gracias Sterling. — dijo David y miró a su hija. — Ya lo oíste, está vivo, ahora vete a tu habitación.

— Pero padre…

— Ahora Raven. 

La joven se sonrojo, murmuró un buenas noches y se marchó. El doctor miró al dueño de la posada.

— Disculpa por mí hija. — Dijo David vencido.

— No pasa nada.

— ¿Vivirá?

— Aparentemente. ¿Quién es Anderson? — preguntó el doctor bajando las escaleras junto al hombre.

— No lo sé. Vino un hombre a dejarlo, pagó por adelantado y se marchó.

David sacó dinero de su bolsillo.

— ¿Cuánto es por todo?

Le dio lo que pedía y un poco más.
— Para las próximas visitas. — Le dijo acompañándolo a la puerta.

— Debes cambiarle los vendajes cada seis horas. Te dejaré este ungüento, para la cabeza y el vientre. Si levanta fiebre llámame.

Cuando estaba saliendo David lo tomó del brazo.

— Te voy a pedir por favor que no le digas a nadie sobre esto. Estoy bastante seguro de que nadie ha visto nada.

— ¿Por qué lo proteges?  — preguntó consternado.

— No lo sé, solo creo que es lo mejor. Está bastante golpeado el infeliz, estoy seguro de que si alguien sabe que está aquí vendrán a terminar el trabajo.

— Si es así, es un problema grande David. Piensa en tu hija.

— Por eso mismo es que guardaré silencio.

Raven se levantó antes de que salga el sol, mientras preparaba la masa del pan cantaba y tarareaba. Cuando su padre se fue a cambiarle las vendas al hombre postrado ella aprovechó para limpiar y barrer antes de abrir la panadería, si alguien sabía sobre su huésped lo sabría apenas abrieran y la gente comience a llegar.

David cambió las vendas y suspiro cansado. El día recién comenzaba y debía hornear varias horas, limpio la herida del costado y se cercioro que no tenga fiebre. Le daba curiosidad el hombre postrado, ni siquiera creía que un hombre tenga la barba tan larga y el cabello… lo tenía más largo incluso que su propia hija. Era un hombre joven por lo que podía deducir de su cuerpo musculoso, seguramente era estibador o algo así. Abrió la puerta y escuchó la voz de su hija cantando y sonrió divertido. Esa chiquilla era el alma de la casa. Rogó porque nadie se haya enterado de su huésped misterioso.
 
  Raven dejó a su padre en la panadería pagada de sí misma, nadie sabía nada y eso le daba tranquilidad, no sabía muy bien por qué pero sentía que su padre se sentía igual. Hacía tres días que había llegado su huésped y no había señales de que despertara en un futuro.

Comenzó a hacer una sopa y mientras está hervía, subio las escaleras y comenzó a limpiar las habitaciones, mientras barría cantaba sus canciones, bajo la voz cuando pasó por la habitación del enfermo y como la curiosidad le ganaba abrió la puerta. Estaba sucio, su rostro tenía sangre seca y su cabello apelmazado en el costado. Tomó la jofaina y se sentó despacio en la cama, tomó la venda y le limpió el rostro con suavidad, tenía las pestañas largas y pobladas. Su piel estaba un poco caliente, le pasó la venda por su cuello y los brazos para aliviar un poco su calor. Se asustó cuando escuchó a su padre entrar a la habitación.

— ¿Qué estás haciendo? — Susurro David.

— Estaba sucio papá, solo estaba limpiandolo.

— Ya lo hice yo, no es apropiado que estés en la habitación de un hombre Raven y lo sabes.

— Este hombre está más del otro lado que aquí, no lo sabrá. Debemos cambiarle las vendas, están muy húmedas papá.

— ¿Estuviste husmeando? — Preguntó escandalizado.

— Salta a la vista.— Contestó sarcásticamente. 

Ambos lo vieron moverse ligeramente y la venda del costado se movió demostrando lo mal que estaba colocada.

— Le pusiste demasiado ungüento. Deberíamos dejar que se seque al natural.

— ¿Eres galena y no lo sabía? — ironizó su padre.

— Solo decía.

Ambos le quitaron la venda del vientre, la herida estaba rojiza y ella miró hacía otro lado cuando quedó semidesnudo, le dio un paño húmedo y le dio la espalda acomodando las cosas del buró.

— Debe comer, papá.

Su padre le subió la sábana tapando y la miró sorprendido.

— ¿Y cómo quieres que le dé de comer si está inconsciente?

— Deberías zamarrearlo un poco.

David sonrió consternado y divertido con las ocurrencias de su hija.

— No creo que sea así. Sterling vendrá en un par de días y veremos qué nos dice.

— ¿Puedo intentarlo? — preguntó ella poniendo el agua en la jofaina para tirarla.

— No creo que tenga nada de malo. — Murmuró David y ambos bajaron las escaleras.  — No seas brusca con él Rae.

— No lo seré. Verás qué comerá algo. ¿Cómo crees que se llame?

— El joven que lo dejó no te dijo nada…

Ella omitió decirle que le había dejado una carta.

— Nada. Le daré sopa sola. — Dijo ella cambiando de tema.

— Si puedes, si.

Después de cenar subió la bandeja que había preparado con un plato de sopa tibia. Se sentó al lado y lo sacudió ligeramente.

— ¡Hey! Despierta, oye despierta.

Lo movió de forma delicada; pero la paciencia se le fue rápidamente y lo sacudió fuerte. El enfermo gimió y ella le abrió la boca. Vacío la cuchara de sopa y espero mientras tosía medio ahogado.

— Te voy a dar otra vez, debes tragar. — Murmuró sacudiendolo otra vez.

Tosió y se mojó el pecho las primeras veces y después tragaba. Se tomó medio plato de sopa y dos tragos de agua y ella se sintió conforme. Vaciló después de limpiarle la barba pues tenía todo el pecho mojado. Sería mejor que lo haga su padre, se dijo y levantó la bandeja.
 
Para el quinto día ya era una rutina que ella lo alimentara, ella incluso creía que el enfermo tenía mejor color y la herida de su cabeza al menos tenía mejor aspecto. Ella le cambiaba la venda de la cabeza y su padre se ocupaba de la del costado. Cuando Sterling lo había visitado la vez anterior les había dicho que estaba bien; pero su problema era la cabeza.


  Era como un sonido lejano, a veces lo oía cerca, como si le hablara a él y luego lo oía melódico de lejos. En la más absoluta oscuridad en la que estaba, sentir esa voz era una forma de sentirse mejor. Ahora sentía que esa voz sostenía una sola nota y no se callaba. Ya no era agradable, era molesta y deseaba que se calle. Abrió los ojos y se encontró con un techo de maderas viejas, al mirar al costado vio un pequeño buro debajo de una ventana con una cortina medio abierta. Con dificultad se sentó en la cama y se miró el pecho desnudo, pasó la mano por la venda de su costado y luego se tocó la de la cabeza. Miro molesto la puerta, esa voz seguía sonando siendo molesto. Se tomó de los cabellos y frunció el ceño al notar que ese pelo largo era suyo. Se agarró la barba larga y se miró desconcertado con lo que veía. Estaba en medio de su descubrimiento cuando la puerta se abrió de repente. La dueña de la voz hizo silencio de repente y en la calma que siguió ambos se miraron igual de sorprendidos. La joven estaba con una bandeja en las manos y los ojos abiertos mirándolo, él tomó la sábana y se cubrió con pudor. La joven bajó los ojos y entró a la habitación, dejó la bandeja en el buro y abrió la cortina completamente. El vio su espalda recta y enfundada en un vestido bastante viejo y usado demasiadas veces. Su pequeño cuerpo era rechoncho, no llegaba a ser gordo pero tenía unos kilos de más, su cabello castaño no era largo, solo debajo de los hombros. Cuando se dio vuelta sus ojos rasgados y de color celeste estaban llenos de curiosidad y amabilidad, sus labios mantenían una media sonrisa.

— Buenos días. — Dijo ella acercándose un paso.

Él le dio rostro a la voz que oía desde hacía tiempo. Su voz era rasposa y gruesa, podría pasar por la de un hombre tranquilamente. Pero extrañamente era femenina y muy bella de oírla cantar.

— Buenos días. — Susurro.

— Llamaré a mí padre para decirle que ha despertado. 

La joven se marchó y él se sentó en el borde de la cama.
  El hombre que entró a la habitación era rechoncho y pequeño, un poco más alto que la que él supuso que era su hija. Estaba pulcramente afeitado y tenía un delantal lleno de harina.

— Buenos días. ¿Cómo se encuentra? — preguntó el hombre entrando rápidamente.

— Hola. — Contestó sin saber qué más decir. — ¿Dónde estoy?

— Soy David Anderson y ella es mi hija Raven. — El hombre se volteó y miró a la joven que estaba en la puerta de la habitación. — Sal Rae, el hombre está semidesnudo.

La joven salió rápidamente y cerró la puerta. El dueño de casa se concentró en él.

— ¿Nos conocemos de algo? — preguntó asustado.

— No. Llegó mal herido…

— No recuerdo nada… — Él se pasó las manos por la cabeza confundido.

— ¿Cómo se siente?

— Bien.

Y para demostrarlo se sentó en la cama.
David se acercó al buro y abrió un cajón.

— Esta era la ropa que llevaba puesta. — La dejo en la cama. — Es hora de almorzar, lo espero abajo.

El hombre se llevó la bandeja y se fue cerrando la puerta suavemente.

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