Belleza Oscura

By LeylaliMD

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La belleza física sí que existe. A Layla le gusta creer que todo chico que es lindo por fuera, también tiene... More

Prólogo
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By LeylaliMD

Layla

Siendo sincera, no logro dormir. Las vueltas en la cama ya me tienen cansada y ponerme de pie para ir al baño a ver mi aspecto en el espejo no es que ayude mucho.

Estoy tratando de verme lo mejor posible para mañana y no puedo dormir. Ya tendré que tapar las ojeras con maquillaje para no dar mala impresión.

Mala impresión... Imagina que entrando al salón se te enrede un pie y caigas de bruces en el suelo.

Cállate, maldita.

Sólo digo lo que puede llegar a pasar si no te avispas y duermes.

Maldito sub-conciente.

Mi reloj da las cinco treinta de la mañana y a duras penas me levanto a hacer el café. Mientras tanto, me siento en la mesa de la cocina a ver y escuchar a la piscina que está a unos cuántos pasos.

Esta en sí no es mi casa, es de mi tía María, hermana de mi mamá. Ella salió del país y buscó a alguien para cuidarla, y como en la escuela en la que mamá nos inscribió está mucho más cerca de aquí, preferimos quedarnos acá en esta casa, mientras que mi padre se queda en la que sí es de nosotros y es herencia familiar. Esa sí está un poco más lejos.

Yo estoy en la cocina de afuera. Adentro hace demasiado frío por el aire acondicionado y no es agradable.

La casa de mi tía tiene dos pisos y tres entradas. Una principal, una de servicio —la de la cocina— y otra que da acceso a la piscina y al corredor. Esa es la que está abierta, y por la que está saliendo mi mamá con cara de sueño.

Mi casa, no es de dos pisos, tiene una sola planta. Es estilo coloquial y hay más patio que estructura para dormir. Son cuatro o tres jardínes para limpiar todos los fines de semana. Hay un árbol de mango en el patio que todo el mundo ve cuando entra. Pero no me gusta el mango.

Eres rara.

Joder, ¿Puedes callarte? Arruinas mi relato.

Sí sí. Cómo digas.

—Buenos días, Layla —saluda mamá cuando llega a mi lado.

—Buenos días, mami —le sonrío.

Ella termina de preparar el café y el desayuno mientras me estoy vistiendo. Escogí una falda color blanco, botas del mismo color hasta la rodilla y un top color rosa y una chaqueta del mismo color.

Me gusta vestir como si fuera a ir a fiestas.

Jhoali —mi hermana— sale de la habitación con un vestido floral escotado y zapatillas color blanco.

—El hecho de que tengas diecisiete años —empieza ella—, no significa que puedas ir así a la escuela.

—Por favor —me defiendo—. Es mi primer día de clases. No lo arruines.

El desayuno ya está en la mesa cuando terminamos de salir de mi habitación. Pongo el bolso a un lado en el suelo mientras me siento a devorar mi desayuno mientras mamá se va a vestirse.

—¿Me enseñarás la escuela? —pregunto.

—Supongo que sí.

Apresuré mi desayuno y vi la hora.

6:36 a.m.

Estoy ansiosa por entrar a clases... tengo que ponerme al día con todas las clases de este mes de octubre que me perdí. Y supongo que por lo menos en el acto, haré una amiga o amigo...

Procura ser normal.

Oh, ¡Cállate de una vez!

—Layla, vámonos —dice mamá saliendo de la casa.

—Sí, sí.

El camino es demasiado corto, así que podemos darnos el gusto de caminar libremente, ya que la entrada es todos los días a las 6:50 a.m. Y a las 6:40 a.m. ya estamos entrando a la escuela.

Hay autos estacionándose fuera y madre despidiéndose de sus hijos, y la estructura se ve grande.

—¿Mamá te dijo cuál es tu número de casillero? —pregunta Jhoali.

—No —contesto.

Punto número uno: ¡Cumplido!

Consiste en que no haya sido la única persona en el instituto vestida de manera sexy.

—Acompáñame —ordena mi hermana.

Caminamos por un pasillo y al llegar a la puerta que ella busca, da tres toques suaves en ella.

Director: Roberto P.

Es un director... En mi antigua escuela había directora. Un nuevo cambio.

Escuchamos un «¡Adelante!» y mi hermana abrió y entró.

El señor me da todo lo que yo necesito para incorporarme un poco: mi horario de clases, el número y clave de casillero y el número de lista.

Al salir, Jhoali se percata de que hay alguien esperándonos fuera, ella sonríe y saluda a la chica que es nueva a mis ojos.

—Layla, ella es Gaby. Gaby, ella es mi hermana Layla —nos presenta.

—Mucho gusto, Gaby —digo, extendiendo mi mano para tocar la de la chica.

Se ve una chica adorable, rellenita y con kilos de más, pero nada malo. Cabello castaño claro y ojos café, tez blanca y un poco más bajita que yo.

¡Es adorable!

Por primera vez estoy de acuerdo contigo.

La campana suena y todos están buscando su aula correspondiente.

—Tu salón está aquí. —Jhoali señala una puerta y me dirijo hasta allá despidiéndome de ambas chicas.

Al parecer todos están en el aula, ya que solo hay una silla libre de una de las mesas compartidas.

Hay una profesora pasando lista, y al escuchar mi nombre abro la puerta y digo:

—¡Presente! —con una sonrisa.

Todos me miran.

Nunca me ha gustado ser el centro de atención. ¿Por qué carajo me están mirando?

—¿Tú eres la chica nueva? —pregunta la profesora y yo asiento—. Bien... Chicos, por problemas de cupo esta nueva amiga llega tarde. Su nombre es Layla Espino. —Ella voltea y me mira—. Yo soy la profesora Carolina James del área de Biología. Puedes sentarte y así sigo pasando lista.

Busquo con la mirada el asiento que había visto antes y me siento. Pongo la mochila en mis piernas, sacando la libreta de resortes y buscando a alguien con la mirada para que me preste sus apuntes.

—¡Hola! —susurran y yo volteo—. Soy Adriana. Un gusto en conocerte, Layla.

—El gusto es mío, Adriana —sonrío—. Oye... Cómo sabes acabo de entrar a clases y tengo los cuadernos vacíos. ¿Eres tan amable de prestarme todos los apuntes que tienes? Todas las materias.

—¡Claro! —Ella busca en su mochila y me extiende dos cuadernos y una libreta igual a la mía—. Ahí está todo.

—Gracias.

Me pongo manos a la obra con los apuntes de Biología, los cuales no son muchos, sólo un plan de evaluación, y una clase sobre la evolución de las plantas. De la cual, de esa clase había que entregar algo hoy. Pero la profesora me dice que tengo tiempo de entregar hasta pasado mañana que ella nos vuelve a dar clases.

Pego el horario a mi carpeta de dibujo y trabajos y sigo con los siguientes apuntes.

Castellano.

Esta sí es un poco más larga, ya que hay cuentos y clases. De esta, hay una exposición individual.

Tengo una pequeña libreta en dónde anoto todo lo que tengo pendiente, así que tomo mi bolígrafo y escribo:

1. Línea de tiempo. Biología.
2. Exposición. Castellano.

Se hace el cambio de hora y el profesor sale a buscar otra aula, mientras la docente de castellano entra, llamando al primero de la lista a comenzar a exponer.

Mientras... ¿Juan? Sí, Juan, prepara su papel en la pizarra, me levanto y voy al escritorio para explicarle mi situación a la profesora. Ella entiende, me da mi tema y fecha para la semana que viene y vuelvo a sentarme a seguir poniéndome al día. Las siguientes materias no tienen actividades para hoy, cosa que da chance para ponerme hoy a hacer todo lo que tengo pendiente.

A esto me refiero cuando digo que me encanta la escuela. Soy de esas personas que no les gusta estar en casa sin hacer nada y prefieren tener un libro entre las piernas o estar haciendo tarea. Es algo a lo que mis padres tienen que abstenerse; ya que entre salir a un parque, prefiero quedarme estudiando para el examen de mañana. En vacaciones ellos sí pueden hacer lo que quieran conmigo.

Justo cuando termino con Contabilidad, suena la campana indicando la hora de descanso y merienda.

—Puedes acompañarme, si quieres —ofrece Adriana.

—Supongo que sí —acepto.

Guardo todos sus cuadernos y los míos en mi mochila y me saco la chaqueta que me había puesto en la mañana. Ya que, como en los salones no hay aire acondicionado, me está dando calor, a pesar de que estuviera el invierno llegando.

Me quedo sólo con el top blanco y pongo mi chaqueta enganchada a mi mochila mientras camino al patio.

Adriana va hacia la cantina y pide un jugo de naranja y un sándwich. Busco una mesa y la invito a sentarnos. Y mientras ella decora su comida yo saco mi teléfono y empiezo a contestar los mensajes de mis amigos en WhatsApp. Aprovecho para pedirle el número de teléfono a la chica que tengo al frente y con la boca llena, me lo dicta.

Cuando ella termina, la campana vuelve a sonar y Adriana y yo volvemos al salón. Esta vez hay un jóven profesor aquí.

Historia.

Ya tengo el plan de evaluación escrito en mi cuaderno así que voy al escritorio para que lo firme y al volver a la silla, copio lo poco que está en la pizarra. Hasta ahora no hay más trabajos.

Estoy terminando de escribir la última clase, que es la de Manos a la siembra cuando siento que algo impacta en mi cabeza y cae en el suelo, justo al lado de mi bota.

No me atrevo a voltear, así solamente sigo con lo mío hasta que...

—¡Daniel! —exclama una chica, es Valeria, la vocera del salón—. Pídele disculpas a la chica.

Volteo por inercia y mi mirada se encuentra con la del chico pelinegro que está a unas cuántas mesas más allá.

—No —dice él.

Tiene ojos negros y es de contextura muy parecida a Gaby, la amiga de Jhoali, sólo que Daniel es un poco más delgado. Y es atractivo.

—Harts, hazlo —pide el profesor.

El chico me da una mirada asesina y dice a continuación:

—Lo siento. No sabía que iba a llegar a tu cabeza.

Es una disculpa hipócrita, así que sólo me dedico a asentir y a seguir con lo mío, y el escándalo se hace presente otra vez en el salón.

...

A la hora de la salida, Jhoali y yo salimos cuando vemos el cuerpo de papá recostado al auto que estaba arreglando ayer.

—¿Cómo les fue?

Recordé lo de Daniel... Tenía que decírselo a alguien. A mamá y a Jhoali cuando llegáramos a casa.

...

Cuando nos conocimos pensé: «Nada puede salir mal. Seremos amigos». Pero... ¿Por qué te metiste en mi cabeza?

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