Oh My Gothess (Primeros capít...

By LuciaArca

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2020: Ya a la venta en España y Latinoamérica. SINOPSIS: En la red, Dark Gothess es una bloguera que escribe... More

CAPÍTULO 1: DESCONOCIDOS
CAPÍTULO 2.1: CONFRONTACIÓN
CAPÍTULO 3.1: DECLARACIÓN DE INTENCIONES
PARTE 3.2
CAPÍTULO 4: AMARGOS RECUERDOS
¡Oh My Gothess saldrá publicado en 2016!
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PARTE 2.2

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By LuciaArca

Tal cual predijo, ambos compartirán edificio y clases. Humanidades es también su bachillerato elegido. Por si esto fuera poco, su padre, movido por el arrepentimiento, le ha extendido una invitación para merendar esta misma tarde en casa. «Ni que estuviéramos en el puto jardín de infancia.» Nessa resopla mostrando su disconformidad, algo que su padre confunde con un gesto de impaciencia.

—Bueno, cariño, haz el favor de prestar atención, ¿me oyes? Adiós, Isaac, nos vemos luego.

El joven levanta las cejas y acepta el cálido apretón de manos. Una vez el coche se aleja por el arcén, da media vuelta decidido a entablar conversación con la chica. Ella va ya camino de la entrada. Acelera el paso hasta darle alcance.

—Dame un minuto, es lo mínimo, ¿no?

—Mi padre te lo debe, no yo, y esta tarde tendrás más de un minuto de audiencia. Si me disculpas... —Nessa alarga la palabra, mirándole fijamente a los ojos. El turquesa de sus iris la traslada de inmediato a la Costa del Sol, donde estuvo durante las vacaciones del pasado año. Maldice nuevamente su mala suerte.

Él le corta el paso, sonriéndole divertido. Nessa cruza los brazos contra el pecho y golpea el suelo con el pie impacientemente.

—Acepto tus disculpas, pero empieza a ser algo más amable, ¿te parece? —«Y parecía tonto cuando casi lo derribamos», piensa Nessa sorprendida ante la réplica de Isaac.

Ella lo esquiva y continúa andando, franqueando la entrada del instituto abarrotado de estudiantes que caminan en todas direcciones. De pronto, para en seco.

—Una taquilla —espeta.

—¿Qué? —pregunta él claramente desorientado.

—Esto —dice golpeando la tapa azul de metal frente a ella— es una maldita taquilla. Seguro que te han asignado una.

Isaac comienza a rebuscar entre los papeles que se amontonan en su carpeta. Nessa se la arranca de las manos, hurgando hasta dar con lo que necesita.

—¡Oye...!

—Estos números —le interrumpe, señalando un punto en la parte superior de la hoja— son los de la tuya. ¡Qué casualidad! Está a dos de la mía. —«Ni hecho a posta.»

—Y esto la abre —replica él sacando una diminuta llave del bolsillo y esbozando una sonrisa.

—Muy listo, Colombo. Seguro que vienes de un centro avanzado —contesta Nessa poniendo los ojos en blanco. Se ha levantado con el pie izquierdo.

—¿Te han dicho alguna vez que eres tan guapa como borde? —La respuesta de Isaac la pilla desprevenida. Ella le echa un vistazo de arriba abajo. Querría contestarle que él es tan imbécil como atractivo, aunque no desea situarse a su nivel y mucho menos lisonjear. «Pensaba disculparme, pero ¡qué diablos! ¡Que le jodan!»

—¡Holaaa, Ness! —gritan dos voces al unísono. Son Úrsula y Rebeca— ¿Quién es este, tu nuevo ligue? —La primera eleva su ceja perfectamente delineada preparando la artillería pesada. Se muerde el labio sensualmente. Isaac consigue abrir el casillero y dejar los libros que no necesita en su interior.

—Te veo luego —murmura repentinamente cohibido.

—Adiós, guapo. —Úrsula le lanza un sonoro beso y a él le falla una rodilla, trastabillando de espaldas contra una de las papeleras del pasillo y derramando su contenido. La impresión de haber estado a punto de ser atropellado le pasa factura y, por mucho que haya decidido no darle importancia, el parachoques le ha golpeado levemente. Aunque se resbala con una monda de naranja, evita la caída. Algunos ríen disimuladamente, mientras que Lorca lo hace con evidente sorna. Se apoya perezosamente contra su casillero con los brazos en cruz. Tiene dieciocho años y estudia Mecánica en el centro. Lleva el pelo a media melena, tan negro como sus ojos. Una chaqueta de cuero y unos pantalones oscuros son su sello de identidad.

—Aquí no hay patinaje artístico para maricas, tío —le dice a Isaac exhibiendo una sonrisa burlona en el rostro.

Verlo provoca en Nessa una mezcla de temor, repugnancia y tristeza. Inmediatamente le dirige una mirada envenenada y reza al universo para que el novato no deje pasar la ofensa y le dé un escarmiento.

—Es una pena, seguro que te encantaría asistir, Pelo Pantene —responde con ironía Isaac, irguiéndose e ignorando el martilleo que nota ahora en la articulación.

—¿Qué has dicho, gilipollas? No te escucho bien. —Lorca da un paso al frente mirando de reojo a las chicas, que lo observan a la expectativa. De un movimiento brusco le quita el gorro gris de lana que le cubre el pelo.

—Será por la mierda que tienes en el cerebro. Pásate unos bastoncillos o algo. ―Recupera lo que le ha arrebatado con la misma facilidad, coge el resto de sus cosas y golpea en el hombro a su contrincante al continuar su camino.

Lorca se da la vuelta montando en cólera. Agarra con violencia a Isaac del brazo y lo empuja contra el marco de una puerta reiteradas veces, llamando la atención de la gente que comienza a transitar los pasillos.

—¡Te la has ganado! ¡¿De qué coño vas, de listillo?! ¡¿Sabes lo que les pasa a los graciosillos?! ¡Que los inflan a hostias! —Lanza un derechazo hacia la cara de Isaac. Este se zafa con habilidad y la mano impacta contra la madera con dureza—. ¡Hijo de puta! ¡Te voy a...!

—¡Basta! Es el primer día de clase y ya están armando jaleo. De usted me lo esperaba, Lorca. Por desgracia, su comportamiento no hace honor a su nombre. —El director del centro señala al chico, que respira visiblemente alterado, luchando por ocultar el lacerante dolor de su mano derecha—. Y usted..., no lo conozco; imagino que es Isaac Montalvo, el nuevo, ¿me equivoco? —Eleva su poblada y canosa ceja derecha a la espera de una confirmación.

—En efecto. Tengo que alegar en mi defensa que este personaje me ha atacado sin incitación previa.

—Mire, señor Montalvo, ni esto es la corte ni usted es su padre, por lo que deje el numerito. Y, por cierto, ya no está usted en un centro de menores, por lo que si no desea regresar a uno de ellos, le recomiendo que se abstenga de pelear en mis pasillos, ¿está claro? —Los estudiantes han hecho un corrillo y comentan lo sucedido.

—Sí, transparente. —Isaac se siente fatal. Quería evitar por todos los medios que eso ocurriera. Ahora todos saben el lugar del que procede y encima ha sido reprendido por la dirección antes del inicio de las clases. «¿Tendré un record Guinness? Dudo que nadie sea capaz de joderlo todo a esta velocidad. Antes de las diez de la mañana he arruinado mi vida social.»

—¡Dispérsense! Y a ver si atienden así en sus clases. —El director da unas sonoras palmadas y los cotillas de turno prosiguen su camino—. Ya hablaremos. Al sonar el timbre los quiero a ambos en mi despacho, ¡¿entendido?! —dice mirando a los causantes del revuelo.

En cuanto la figura autoritaria se pierde por los pasillos, Lorca se acerca a Isaac y susurra:

—No tienes ni idea de con quién te has metido, chaval, pero ya lo sabrás... —Y, sin más, se aleja dando una patada a la puerta principal, haciendo temblar la zona acristalada.

—¡Eh!, pasa de él. Es un gilipollas terminal. —Nessa se acerca a Isaac, colocando con suavidad la mano en su hombro—. Hay personas que deberían llevar bozal y él es una de ellas.

—Lo he comprobado —responde todavía en tensión, aferrándose a su mochila como si de un bote salvavidas se tratase. Nota el corazón latiendo con tanta fuerza que cree que se le va a salir del pecho.

—Así que vienes de un reformatorio.

—Les gusta llamarlo «centro de menores».

—Lo siento...

—¿El qué sientes? —Se separa con brusquedad, rompiendo el contacto. Ella lo mira con asombro.

—Todo esto. Mira, de verdad que lo lamento. —Nessa atisba un brillo peligroso en su mirada, aunque acompañado de algo más: dolor, uno muy profundo.

—¿El qué, haberme tratado como a una mierda o ser la típica tía que solo se acerca a los capullos? ¿Te parezco interesante ahora que piensas que soy un delincuente? —Da un paso al frente en actitud amenazante, colocando un brazo a cada lado de ella y acorralándola contra las taquillas metálicas. Vanessa ha sentido esas palabras como un latigazo. En menos de media hora ha pasado de pensar que ese chico era un palurdo a creer que tenía algo que ofrecer, para acabar conociendo al cabrón que en realidad se esconde tras esa bonita cara. Le da un fuerte empellón.

—Delincuente, no sé; subnormal, un rato. Solo quería decirte que has estado a la altura, nada más, pero acabas de caer en picado, ¿sabes? ¡Que te jodan! —Lo empuja con la mochila, alejándose por el pasillo.

Él saca los cascos y los enchufa de nuevo a su reproductor, dejando que un tema de Train se deslice por sus oídos y ahogue el mea culpa que entona en su fuero interno.

* * *

Las chicas deciden saltarse la primera clase e ir al bar de siempre para ponerse al día. Úrsula está fantástica: luce una piel bronceada en contraste con una melena más rubia que a mediados de junio, cuando se despidieron. Viste una minifalda vaquera deshilachada, camiseta y sandalias blancas. Está radiante de felicidad, las vacaciones le han sentado de lujo. Repite curso y, aunque suene horrible, Nessa se siente en parte bien por ello, así tendrá a alguien con quien hablar, pero no demasiado si no quiere pasarse el resto de su existencia entre las paredes de ese instituto. Rebeca se ha cortado su rizado cabello cobrizo, que ahora apenas le roza los hombros. Sus iris parecen más verdes que nunca. Lleva un vestido hasta los tobillos estilo ibicenco y calzado a juego, sin olvidar unos cuantos colgantes que tintinean entre sí. Ella cursa segundo de bachillerato de Ciencias. Siempre ha sido la más nerviosa. Curiosamente, en momentos críticos saca fuerzas de flaqueza y se convierte en la cabeza pensante. Es la adolescente «nueve sobre diez», con unos padres exigentes que siempre le piden más.

—Os he echado tanto de menos. —Una sonrisa se dibuja en el rostro de Nessa y todo el malhumor desaparece; las tres se funden en un caluroso abrazo.

—Veo que continúas en tu etapa cucaracha —observa Úrsula arqueando las cejas ante la indumentaria oscura de su amiga.

—Y tú en la de zorra, pero te quiero igual —le contesta con un pellizco simbólico en el brazo.

—Joder, niña, podías haber elegido otras asignaturas optativas; no coincidimos en ninguna —protesta echando un rápido vistazo a los papeles de Nessa y frunciendo el ceño.

—Tranqui, te aburrirás de mí. Todavía tendrás que verme el careto en las generales.

—Es hablar de esto y entrarme el mono. ¿Os hace un piti? Yo mataría por unas caladas, pero mi tía me requisó el tabaco. Seguramente, a estas alturas se lo habrá fumado todo la muy guarra.

Úrsula vive con su padre y la hermana de su madre, con la que este se casó al poco de fallecer ella. Por supuesto, la situación le parece un asco y no tolera esa relación, que intenta sabotear siempre que se le presenta la ocasión.

—Toma, guapa. Uno y los que quieras. —Lorca, al que las chicas ni siquiera han oído llegar, desliza un cigarrillo extralargo entre los labios de la rubia, acercándole la llama de su Zippo. —Bueno, ¿vendrás después al local, princesa? Hoy no hay ensayo y lo tenemos para nosotros solos.

Nessa siente que se ha perdido más de lo que pensaba durante las vacaciones de verano. Él la mira de soslayo, asomando la lengua con disimulo en un gesto obsceno. Su corazón se desboca por la rabia. Aprieta los puños con tanta fuerza que las uñas pintadas de negro se le clavan en las palmas de las manos.

—De acuerdo. Te veo luego. —Sus lenguas se funden en un beso que destila más pasión que amor. Nessa conoce de primera mano el tacto de esos labios porque hace menos de noventa días era ella quien los saboreaba. Nadie conoce la historia, a excepción de ellos dos y las paredes del mencionado local, donde en una tarde de lluvia, inconsciencia y alcohol, perdió la virginidad y el norte. Desvía la mirada hacia las vetas de la vieja madera del suelo, repleta de quemaduras de cigarros que ni tan siquiera deberían estar ahí debido a la normativa vigente. Intenta apartar de su mente el recuerdo de aquel encuentro y las glaciales palabras que él le dirigió al terminar y hacerse a un lado para pegar un trago a su cerveza barata y una calada a un pitillo recién encendido: «Voy a echar una meada. Deberías marcharte. Por cierto, no puedo llevarte en la moto, he quedado con los colegas para tocar, ya me entiendes». Y eso fue todo. El momento especial, esa ocasión con la que todas las chicas fantasean, se convirtió en la sombra de una sombra de lo que debería haber sido, para vergüenza de ella y orgullo de él, que sumaba una conquista más a la colección.



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