Los Deseos de Demetrius (�...

By Donatella1212

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Un nuevo siglo empieza. En pleno año 2000, Demetrius Strauss lucha por salir a flote después de la muerte de... More

Prólogo
El Universo
El paquete
Retroceder
La cita fallida
El autosabotaje
El crucero
Demasiado tarde
Aceptando culpas
Una noche en un millón
Frustración
El plan
La ansiedad
Disputas
No hay nada como la familia
Trascender
La sexualidad pasó de moda
La verdad sobre Matheus
Vivir en pecado
Las frustraciones
Momentos
Mathilde se come el mundo
Perdiendo la razón
El santo desorden
El suicidio
Si fuese por el sexo
Relación directa con la ilusión
Nostalgia de último momento
Sacude tus cimientos
Aire fatuo
Gélida como la nieve
Amistad fallida
Salvaje e imparable
Felino
Lo real y lo efímero
Epílogo
Portada y booktrailer

Sorpresas

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By Donatella1212

—Hay una indicación de que ahora me siento mentalmente estable, podría considerar que Pony alegra esta casa con sus ronroneos y maullidos. Desde que él está aquí, ya no tengo cambios drásticos en mi humor —dijo mi esposa.

Todas mis energías están puestas en organizar el viaje postergado. En cambio, Mathilde se ocupaba de confeccionar diferentes trajecitos para el gato. Le emocionaba sentarse a coser en la misma máquina que usaba Lalo para confeccionar el vestuario de Enchanté en tafetán importado de Italia. Mi tío, siempre se superó a si mismo al ofrecer un espectáculo dejando con la boca abierta incluso a los espectadores acostumbrados a la excentricidad.

—¡Maldita sea! Monique está afuera de la casa con el vendedor de panchos. Y no sé que quieren. Ese tipo es un bruto insoportable —susurró Mathilde mientras miraba a través de la tela de la cortina del ventanal.

—Abriré la puerta y les preguntaré que quieren —decidí rápidamente—. Al fin y al cabo ya están aquí, y nos han visto.

Después de unos minutos ya estaban sentados en nuestro living, cuando Mathilde dijo a Monique en son de burla:

—Ya sé que extrañas a mi hermano. ¡Ay, debes admitirlo! Te has aburrido de tu antipático novio del club de la salchicha. Vos crees que no me doy cuenta de nada ¡Ay, qué risa que me provocas!

El hombre la miró indignado.

—¿Por qué dices esas cosas? No vinimos a eso —dijo Monique mientras se cruzaba de brazos.

—Nos vamos a casar —inquirió el hombre mientras se ponía de pie para entregarle un sobre de color rojo.

—¿Qué hacés, entrometido? —exclamé y luego tomé el sobre que había puesto en el regazo de mi esposa.

—Perdóneme, usted —murmuró el hombre, colorado de la vergüenza —. Le doy mi palabra que no lo quise ofender. En ese sobre esta la invitación.

Salí al jardín y hundi mis pies en el pasto verde. Abrí el sobre sin poder respirar. Aquello era tan misterioso. No me podía atrever a volver a la casa. Mi cuerpo se negaba a llevarme hacia adelante, pero tampoco quería quedar como un idiota que no acepta lo que realmente es.

Mathilde, nerviosa, estaba de pie en el marco de la puerta mientras fumaba un cigarrillo. Miré hacía el interior de la casa y ellos dos seguían inmóviles como si fuesen dos figuras fantasmales.

—¡Diablos! —dijo Mathilde— ¡Mira quién viene! ¿No ves? ¡Ese es el auto de mi hermano!

—Esto no me gusta ni una pizca. Vayamos a la vereda a recibirlo. A lo mejor, esta vez no se enoja.

Le contamos que estábamos con unas visitas un tanto indeseables.

—A eso vine —rugió el rubio— ¿Qué se han creído?

En ese momento él se oyó muy extraño, y al ver a Matheus aquellos dos se quedaron pasmados.

El novio de Monique recibió una fuerte bofetada. Luego, tanto a él como a Monique se les dijo que no podían seguir viniendo a esta casa. Los dos parecían no entender lo problemático de la situación. El hombre se plantó delante del rubio, lo zarandeó y lo obligó a disculparse.

—¡Suélteme! —protestó Matheus—. Me hace daño una vez más e iré directamente al destacamento policial para hacerle una denuncia.

El tipo estaba tan indignado, que exclamó:

—¡Oye, idiota! —chilló el hombre— ¿Qué te pensas que soy?

—Eso quiero saber —dijo Mathilde—. ¿Quién es usted?

—¡Déjennos en paz! Tenemos cosas que hacer —dijo Monique.

—¡No digas ni una palabra! —exclamé.

Ninguno de los dos contestó. El silencio era absoluto. De pronto, Monique se puso de pie y echó su camisola de fibrana al suelo.

En ese momento, Mathilde y Matheus estaban mudos del asombro. Miraron a la pelirroja como si en su vida hubiesen visto un vientre redondo y abultado. ¡Monique estaba embarazada! ¡Qué cosa tan inesperada!

—Sí, estoy esperando un hijo... —repuso entre sollozos—. Por eso quiero casarme con él. Por suerte él me acepta así con una barriga prominente, con un hijo que no es suyo. Pero ahora que saben la verdad: ¿qué nos ha pasado?

—Salgamos de aquí —dijo el hombre alterado—. No quiero estar ni un segundo más. No sea que ese maldito idiota cambie de parecer y tú termines regresando solo y exclusivamente para que ese niño tenga un padre.

Matheus corrió con sus dedos un mechón de pelo que cubría su ojo y lanzó una exclamación de asombro.

—¡Monique!

—Nos vamos. Adios —inquirió Monique.

—Pero... —tartamudeó el rubio.

—Sí, mi amigo —dije—, él bebé es tuyo.

—Ven, ven, ven Monique; te llevaré lejos de este idiota, vamos a casa —dijo el vendedor de salchichas.

Esta vez ya no se necesitaban pruebas, ni exámenes de sangre, ni ecografías para confirmar lo que habíamos acabado de ver. Una vez solos, los tres, nos quedamos estáticos. Matheus había dicho que estaba experimentando una sensación horrible de inferioridad por no haber sido partícipe en las primeras semanas de ese embarazo.

—¿Eso es todo? —dijo mi esposa—. No te importa que se case con otro hombre. ¡Qué carajos estás diciendo! Mañana hablaré con ella para que vuelva contigo. Todo este drama no está siendo nada divertido. Ahora estoy cansadísima de solo pensarlo. Me iré a dormir porque mi cabeza esta funcionando a diez mil revoluciones.

Tres horas después, Mathilde y su hermano dormían profundamente recostados en los sillones de la sala. Me recosté entre ellos con el mayor sigilo y encendí la televisión.

Matheus alzó su rostro dócil y lo apoyó en mi regazo.

—Demetrius, deberías darme un consejo —dijo con la voz ronca.

—Supongo que la decisión la tiene que tomar nuestra amiga —manifesté con cierto énfasis.

—Muy interesante, señor —dijo el rubio—. Pero ¿quién puede garantizarme que ese gorila esté fuera de su vida para siempre?

—¡La verdad que son tan intrépidos! —exclamé, mientras intentaba oir el reporte del clima.

—Sí, Demetrius; muy intrépido fui yo al no querer usar preservativos con ella —exclamó con el rostro deformado por la preocupación—. ¿No te parece todo tan surreal, amigo?

Él hablaba con una voz tan severa que me daba cierto temor decir algo que lo pudiese ofender. Pero luego sonrió y dijo que le encantaría convertirse en padre. Él se enrojeció de orgullo.

—Hay que poner en claro que quieren hacer ustedes dos con su vida —inquirí.

—Si... Hoy enviaré un taxi para recogerla y traerla a mi casa —dijo el rubio con firmeza.

—Por cierto, ¿qué harás si se niega?

—Sé que gastaron dinero en la preparación de esa boda. Pero tenlo por seguro que no se llevará a cabo —bramó Matheus—. Todos los días le insistiré para que abandone a ese tipo.

—Hablaré con ella, intentaré dialogar mañana en el hipermercado —añadí.

—Bueno, pues, buena suerte. No quiero volver a ver a ese hijo de puta traicionero, todavía le debo una zurra. ¿Por qué razón él no quiere claudicar? —dijo y dió un puñetazo a un almohadón.

—Si él pelea con esa pobre chica embarazada... —dije con tristeza.

—Ay, que espanto. Vaya noviecito que eligió.

—Debió estar muy dolida para embarcarse con el primero que se le cruzó en su camino —mascullé.

—Lo siento mucho. No debí haber hecho lo que hice... —dijo aprentando uno de los cojines contra su pecho.

—Oye, ¿creés que el desgraciado se irá mágicamente?

—Si, la ama de verdad no se irá fácilmente—chilló amargamente, viendo que las cosas no serán muy alegres los próximos días.

—¿Qué pasará con Patty?

—Ayer le compré un jersey que costó doscientos pesos —agregó el rubio.

—¡Madre mía!—dije con voz risible.

—¡Ja! Accedí a su costoso capricho a cambio de una noche lujuriosa —justificó el rubio.

—¡Bestia repugnante! —chilló Mathilde.

Levantó su rostro, acomodándose sus cabellos despeinados.

—¿Estabas oyendo la conversación? —atronó su hermano—. ¿Qué quieres decirme con eso? También le compré una pañoleta amarilla de satén.

—Sos un loco decadente —añadió Mathilde.

—Disculpe, pero ayer no era padre... —dijo excusándose.

Mathilde explotó con una risa incontrolada.

—Ahora, tendrás que usar una montura de cuerno sobre tu cabeza por siempre —dijo mi esposa.

—No, yo soy alguien indefenso que no sabía la verdad hasta ahora —dijo el rubio con el ceño fruncido.

—Ya veremos —sentenció Mathilde, mientras acariciaba al gato.

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