La hija del Sol (GOLDEN #1)

By AlaskaCarvajal

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Veintiséis, Golden y Aurora. Esos son los nombres por los que se le conoce a la niña de ojos y cabello dorado... More

༺PREFACIO༻
Capitulo 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10
Parte 11
Parte 12
Parte 13
Parte 14
Parte 15
Parte 16
Parte 17
Parte 18
Parte 19
Parte 20
Parte 22
Parte 23
Parte 24
Parte 25
Parte 26
Parte 27
Parte 28
Parte 29
Parte 30
Parte 31
Parte 32
Parte 33
Parte 34
Parte 35
Parte 36
Parte 37
Parte 38
Parte 39
Parte 40
Parte 41
Parte 42
Parte 43
Parte 44
Parte 45
Parte 46
Final

Parte 21

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By AlaskaCarvajal

8

Peverell

Como por arte de magia, atravesamos el espejo, y en menos de dos segundos, lo había cruzado como si de una puerta abierta se tratase. Yo sujetaba la mano del hombre, quien, me había dicho que su nombre era Aragon.

Y como si estuviera soñando, caí sobre las puntas de mis pies, del otro lado del espejo, mareada, pero seguramente era porque no comía hacia un buen rato.

Me llevé los dedos a las sienes, aturdida.

—¿Aurora? —Aragon me toma por los hombros— ¿estás bien? Viajar a través de los espejos puede ser un poco aturdidor.

Entonces, escucho como alguien se aclara la garganta, y me levanto lentamente, mirando hacia el frente, para quedarme atónita ante lo que veo.

Por sí no fuera obvio, ya no estábamos en aquel callejón cerca de la estación de policía, ahora nos encontrábamos en un pasillo largo, rodeado por grandes columnas blancas con un estilo romano que recordaba por los libros de Kylo, y todo en el lugar era en matices de blanco y dorado, y cuando miré hacia la izquierda, entre las enormes columnas blancas, alcancé a visualizar una ciudad y alrededor, montañas, montañas que rodeaban la ciudad, casi como si la estuvieran ocultando.

—Hola, Aurora.

Miro al frente, y no me había percatado de que tenía a unas doce personas frente a mí. Las observo a todas, boquiabierta, pasmada por todo lo que había ocurrido en tan poco tiempo.

La primera mujer a la que vi, estaba parada frente a mí, era de edad avanzada, de cabello dorado y corto, con ojos del mismo color que los míos que sobresalían alrededor de sus arrugas, llevaba un traje blanco. Había tres personas a su derecha, dos de esas con ojos miel y estas llevaban trajes con túnicas verdes, decoradas estas con pequeñas flores y una persona más con ojos negros y traje y túnica del mismo color, miro a la izquierda de la mujer y veo tres personas más, una con rasgos como los míos y como los de la mujer, otra con ojos miel y otra más con ojos negros, y junto a Aragon y junto a mí, veo varios hombres altos, con rostro serio y con trajes azules idénticos a los que tenía puesto Aragon.

La respiración se me acelera y doy dos pasos hacia atrás, atemorizada. ¿Quiénes eran esas personas? ¿A dónde me había llevado ese hombre?

—No temas, Aurora —habla la mujer, dedicándome una sonrisa.

Y mientras camino hacia atrás, choco contra el espejo por el que acabábamos de salir.

—Quiénes... ¿Quiénes son todos ustedes?

La mujer camina hacia mí.

—Me llamo Isolde, y es un placer conocerte finalmente, Aurora —me sonríe.

Parpadeo y trago saliva.

—¿Dónde estoy? ¿Quiénes son?

—Estás en Peverell —me responde— en la gobernación de las especies.

Me siento mareada y aturdida. Miro alrededor y casi parecía que estaba dentro de un gigantesco castillo sin fin.

—¿En la gobernación? —pregunto.

Ella asiente.

La gobernación de especies... La recordaba, la recordaba a la perfección. Eran ellos quienes se encargaban de hacer cumplir las reglas y de buscar a aquellos que las incumplían.

—Te hemos estado buscando, Aurora, ¿o prefieres que te llame Golden?

Frunzo el entrecejo, confundida. ¿Cómo podía esa mujer conocer siquiera el nombre por el que me hacía llamar?

—¿Cómo sabe quién soy yo?

—Cómo ya te dije, llevamos buscándote mucho tiempo... Tres años y nueve meses, para ser exacta.

Sacudo la cabeza.

—Espere ¿Cómo dice?

Miro a Aragon, y él está mirándome fijamente, como un padre preocupado observa a sus hijos lanzarse de un columpio.

—Llevamos buscándote casi cuatro años, Aurora —habla la mujer, y yo la miro de nuevo— desde el día en que huiste del orfanato.

Trago saliva. Sentía la boca seca, casi estaba por desmayarme.

—No... No comprendo.

Ella sonríe.

—Seguro estás confundida. Hay mucho que no sabes y todo esto debe ser demasiado para ti. Vamos a mi oficina.

La mujer se da media vuelta y todos le abren paso y cuando lleva varios metros de distancia, las seis personas, se dan media vuelta sin mediar palabra y la siguen.

Yo miro a Aragon, aterrada, temblando de miedo mientras cientos de preguntas corren por mi cabeza.

—Tranquila —habla, antes de que yo pueda decir cualquier cosa y comienza a caminar.

Yo lo sigo, a paso lento, mirando para todos lados como una niña pequeña que acababa de entrar a un museo. Esa enorme ciudad se veía por entre las columnas y cuando miro hacia el cielo, veo lo que parece ser un velo, el mismo velo que había visto cuando Aragon nos hizo invisibles ante los policías.

Cruzamos todo el pasillo, hacia la derecha, detrás de las siete personas que iban delante de nosotros y por fin, llegamos a un cuarto de entre tantos que habían, y ahí, dentro de ese cuarto de dos pisos, deslumbro una biblioteca en el segundo piso y en el primero, una enorme ventana por la que entraba toda la luz del sol, y frente a esta, un gran escritorio, en donde la mujer se sentó en la primera silla y las seis personas se sentaron a su alrededor, tres de cada lado.

¿Dónde debía sentarme yo?

Esperé a que Aragon se sentara y me senté junto a él.

—Seguro te estarás preguntando —habla ella— quiénes somos todos nosotros y cómo dimos contigo.

No pudo haberlo dicho mejor.

Asiento.

—Hace tres años, vivías en un pequeño orfanato, en uno en el que conociste a un niño similar a ti.

Helix.

—Helix —confirma la mujer.

Y escuchar su nombre en voz alta, me produce un escalofrío que recorre mi piel.

—Usted... ¿Conoce a Helix?

—Helix fue adoptado hace tres años por un hijo de la noche y una hija del ocaso. Nuestros registros decían que él estaba ahí, y como no teníamos registro de ti, pues no sabíamos que estabas viva, ellos dieron con él, y una vez adoptado, Helix fue traído a vivir aquí, a Peverell.

Abro los ojos de par en par y el corazón me palpita rápido.

—¡¿Helix está aquí?!

Ella asiente.

Entonces, por unos segundos, tengo ganas de correr y buscarle...

—Fue él quien les habló a sus padres adoptivos de una pequeña hija del sol a la que había conocido dentro del orfanato.

—Helix... ¿Les habló de mí?

—Así es, y sus padres acudieron a nosotros, y cuando supimos que había una hija del sol que no estaba en nuestros registros, y luego supimos que eras la hija de Aldrich y de Amara, fuimos a buscarte.

—Pero ya era demasiado tarde —dijo Aragon— ya habías huido, apenas unos días atrás.

No podía creerlo, la gobernación me había ido a buscar, pero yo ya no estaba y desde entonces, me siguieron el rastro cuan fantasma... Y todo había sido gracias a Helix.

Un recuerdo de su rostro me llega a la cabeza. Ya había olvidado su voz y su risa por completo.

—¿Dónde está Helix? —pregunto sin titubeos.

—Podrás verlo, en su momento. Para entender quiénes somos, primero, necesitas saber quién eres tú —toma la carpeta que tiene en frente, sobre la mesa y la hace llegar hasta mí. La cubierta era dorada con un sol en ella, y arriba se leía "Aurora"

Abro la carpeta, con las manos temblorosas y lo primero que veo es la fotografía de un bebé. Esta parecía bastante antigua, pero aún se deslumbraba el rostro de lo que parecía ser una niña.

—Aurora de Olimpo —enuncia de nuevo— ese es tu nombre, mi niña.

El corazón se me acelera cada vez más y mis dedos se deslizan por entre las páginas de la carpeta y en la siguiente, veo una fotografía de esa misma niña, pero esta vez, en brazos de una mujer, una mujer que la miraba y sonreía y esta mujer tenía el cabello largo, dorado y junto a ella, había un hombre, de anteojos y con el cabello corto, pero del mismo color que el de la mujer, y sin darme cuenta, los ojos se me cristalizan.

—Y tus padres fueron Aldrich y Amara de Olimpo.

Entonces, las lágrimas comienzan a caer por mi rostro. Esa pequeña bebé era yo, y la mujer que me sostenía, era mi madre y junto a ella, mi padre. Tomo la fotografía y la levanto.

—Y ambos, al igual que tú, eran hijos del sol.

Entre lágrimas, acaricio la fotografía.

—¿Eran? —pregunto, entre lágrimas, y sin despegar la vista de la foto.

—Murieron, hace dieciséis años.

Y aquellas palabras atravesaron mi corazón como una daga. ¿Estaban muertos?

Levanto la mirada, con el rostro empapado en lágrimas y miro a Aragon, quien parecía que estaba a punto de llorar.

—¿Los... Conociste?

Él asiente.

—Tu padre y yo... Fuimos como hermanos.

Y de inmediato, recuerdo hace unos días cuando vi a Aragon en el cementerio, y la breve historia que me contó sobre el hermano que tuvo, y que murió dieciséis años atrás.

Era mi padre.

—¿Qué les ocurrió? —me dirijo a la directora.

Y todos en la sala se miran, hasta aquellos que no habían mediado palabra aún.

—¿Qué les ocurrió? —pregunto una vez más.

—Fueron asesinados —habla Aragon.

Frunzo el entrecejo y me limpio las mejillas.

—¿Asesinados?

—Sí —responde la mujer— por hijos de la noche.

De nuevo, las palpitaciones se vuelven más rápidas. Estaba intentando entender todo tan rápido como me lo contaban.

Los hijos de la noche ¿habían asesinado a mis padres?

—¿Por qué? —suelto, con el rostro serio.

La mujer suspira.

—No lo sabemos, Aurora.

—¿Cómo que no lo saben? ¿Acaso ustedes no están para atrapar a los que rompen sus reglas?

Ella asiente.

—Lamentablemente, el responsable no dejó rastro, y aún, a pesar de los años, seguimos buscándole.

Por un momento, me sentí enojada, el asesino o los asesinos, aún estaban libres.

—¿Por qué un hijo de la noche los asesinaría?

De nuevo, todos en la habitación se miran, y entonces, una mujer, con rasgos asiáticos y con ojos negros y piel extremadamente blanca, habla.

—Hace muchos años —comienza a contar— hubo una guerra... Una guerra que duró seis años, en la que, tu especie casi pereció por completo.

—Una guerra —habló otro hombre, con ojos y piel como los de la mujer— que empezó cuando un hijo de la noche llamado Orión, se reveló en contra de los hijos del sol, se reveló en contra de aquellos que habían esclavizado a los hijos de la noche y a los hijos del ocaso.

—Los hijos del sol —la mujer tomó la palabra una vez más— fuimos atacados por ambas especies.

Y entonces, la mujer levanta las manos y en un suave movimiento, todos en la sala desaparecen y solo quedamos ella y yo, y de repente, sentí que nos transportamos a una época diferente, y en esa época, veo niños, adultos, y personas de todas las edades, corriendo y gritando despavoridas.

—¿Qué es esto? —le pregunto, mirando alrededor.

Había humo por todos lados, personas corrían y caían por entre los escombros, mientras más personas iban detrás de ellos. Y en eso, una pequeña niña choca contra una roca y cae en el pavimento, un hombre llega tras ella y ella llora desconsolada.

—¡Por favor! —grita la niña, entre lágrimas.

Sin mediar palabra, el hombre estira la mano hacia ella y la agarra por el cuello, y segundos después, las venas de este hombre se marcan en todo su rostro, y estas eran verdes, como si de una hoja de árbol se tratase y las de esa pequeña, se tornan doradas. Diez segundos fueron suficientes para que la niña cayera al pavimento, con la piel pálida y el cabello blanco, muerta.

El horror inunda mis ojos y siento náuseas, mientras veo a todos correr a mi alrededor, con personas siguiéndolo, envolviéndolos en nubes negras que salían de sus palmas, asesinándolos sin piedad.

—¡¿Qué es todo esto?! —pregunto atemorizada.

—Esto es la guerra de las sombras —habla la mujer, seria.

Giro sobre mis talones. Hay humo por todos lados y solo escucho a las personas gritando. Veo a algunos lanzando rayos de luz, bolas de luz y muchas más cosas, pero nada podía detener las nubes negras que los envolvían hasta asfixiarlos.

Aquella macabra escena, era la cosa más espantosa que había visto en toda mi vida.

—¡Basta, por favor! —suplico.

Los gritos despavoridos inundaban mis oídos. Y en un movimiento rápido, la escena despareció y me vi sentada una vez más en el cuarto, junto a todos los que ya estaban ahí, con el corazón latiendo a mil por segundo.

—¡¿Qué demonios fue todo eso?! —reclamo.

—Eso, mi niña, fue la guerra de las sombras. La guerra en la que los hijos de la noche y del ocaso, se unieron para acabar con los hijos del sol, para acabar con la especie que los había esclavizado.

—¿Qué? ¿Esclavizado?

—Sí. Cuando Heliox, el primer hijo del sol fue creado y luego las hermanas Selene y Nyx fueron creadas por la noche, él las despreció, las rechazó y trató como a... Animales. Heliox pensaba que solo los hijos del sol podían gobernar, y cuando Evelyn, una hija del sol y Adán, un hijo de la noche, rompieron las reglas, se enamoraron y engendraron una nueva especie...

—Los hijos del ocaso —murmuré.

—Heliox no pudo soportarlo. Eran razas impuras, razas que no provenían del sol y aquello, para Heliox, era inaceptable.

El corazón me latía fuerte mientras la mujer contaba la historia. Los hijos del ocaso no habían nacido ni del sol, ni de la noche, eran una combinación de ambas especies, eran híbridos.

—¿Qué ocurrió?

—Los hijos del sol eran más en cantidad, así que, esclavizaron a los hijos del sol y del ocaso. Hartos de aquellos maltratos, se revelaron y decidieron acabar con la especie que los había utilizado y humillado... Acabaron con casi toda nuestra especie. Solo quedamos unos pocos hijos del sol.

Aquella historia me entristeció aún más. Mi especie... Los hijos del sol, estábamos casi extintos por aquel terrible error que Heliox cometió, porque creyó que los hijos del sol éramos mejores, y aquello acabó en tragedia.

—¿Cuántos quedamos?

—Según nuestros archivos —habla otra mujer, que, por sus ojos, deduje que era una hija del sol también— somos trescientos setenta y dos en el mundo.

—La mayoría viven aquí, en Peverell.

—Esta ciudad fue creada por Augustus Peverell. El hijo de la noche que dio fin a la guerra de las sombras, con un pequeño grupo de hijos del sol, sobrevivientes a la masacre y fundó esta ciudad, para que las tres especies pudiéramos, finalmente, vivir en armonía.

Parpadeo, intentando entender todo lo que había acabado de contarme.

—Aquí viven... ¿Las tres especies?

Asiente.

—Es la única ciudad de todo el mundo, que junta a las tres especies en un mismo lugar.

Me llevo las manos a las sienes, la cabeza me comenzaba a doler. Estaba en una comunidad en la que las tres especies convivían juntas, en paz...Y en ese lugar, estaba Helix.

—Sé que esto debe ser mucho para ti, Aurora, pero eres una hija del sol, y formas parte de Peverell.

—Sin embargo —habla un hijo de la noche, y yo lo miro— ha incumplido las reglas seriamente, señorita Olimpo.

Frunzo el entrecejo, confundida.

—¿Perdón? ¿De qué habla?

—Haz cegado a cuatro personas desde que descubriste tus habilidades —habló una hija del ocaso.

Trago saliva. ¿Eso también lo sabían?

—Cegaste a una niña, y a tres hombres.

—Estaba defendiéndome, por si no lo recuerdan.

—Con habilidades que no pueden ser reveladas a los terrenales, ni mucho menos ser utilizadas en su contra.

—Por tus crímenes, deberías ser condenada.

Se me acelera el corazón, y Aragon toma mi mano.

—Si me permiten, —enuncia por fin— Aurora no sabía de estas reglas, mucho menos que las estaba incumpliendo.

—¡Debe ser castigada de todos modos!

—No sabe utilizar sus habilidades, no sabe cómo ser una hija del sol, pero, yo puedo enseñarle.

Se miran entre ellos.

—Debe ser reprendida —habla el hijo de la noche, dirigiéndose a la mujer, quien tenía la vista fija en mí, con una enigmática sonrisa en el rostro.

Ella, lo piensa unos segundos.

¿Qué pasaría si era castigada? ¿Iban a matarme? ¿A encerrarme?

—Aragon tiene razón —dice por fin— la pobre niña no sabía que rompía las reglas.

Todos en la habitación niegan con la cabeza.

—¡Cegó a cuatro personas!

—No sabía lo que hacía —me excusa Aragon.

Suspiro. Sabía que, en algún momento, debía pagar por aquello que había hecho.

—Yo... —hablo en voz alta— Lo lamento. Supe, desde la primera vez, que aquello estaba mal, y, aun así, lo hice de nuevo y... —suspiro, rendida y exhausta— Me haré responsable de ello.

La mujer, sonríe.

—¡No puede librarse solo porque es la elegida! —réplica el hijo de la noche.

Frunzo el entrecejo ¿Qué acababa de decir?

—¡Debe ser llevada a Arkaz!

—Golden, Aragon, salgan de la sala, por favor.

Y cumpliendo órdenes, Aragon se pone de pie y yo lo imito, y juntos, salimos de la sala, dejando a los siete sentados a la mesa, discutiendo.

Suspiro y me apoyo contra la pared. Me dolía tanto la cabeza, que sentía que estaba por estallar. Era demasiada información para tan poco tiempo.

Aragon coloca su mano sobre mi hombro y yo lo miro.

—¿Quiénes son ellos? —cuestiono por fin.

—La gobernadora Isolde y el consejo, la gobernadora no puede tomar decisiones sin su aprobación. Hay una gobernación en cada comunidad.

Siento que el pecho me duele y entonces, recuerdo la fotografía de mis padres y aquel pequeño momento, me trae paz. No había sido abandonada, ellos no me habían abandonado...

Pero entonces, recuerdo todo el tema de la guerra de las sombras y como aquello que vi se sintió tan... Real.

—Cuando la gobernadora me hablaba sobre la guerra de las sombras, yo... Yo vi...

—La guerra —acertó Aragon.

—¿Cómo es posible?

—Como te dije, Aurora, los hijos del sol somos capaces de hacer mucho más de lo que piensas, incluso, de alterar la realidad utilizando la luz —levanta la mano, y toma un rayo de luz que se encontraba a su lado, como si este fuera un bastón y en un movimiento suave, una manzana aparece sobre su mano.

Doy un brinco y abro los ojos de par en par, boquiabierta.

—¡¿Cómo es que...?! ¡¿Cómo lo hiciste?!

Él sonríe, y cierra el puño, desapareciendo la manzana, como si nunca hubiera estado ahí.

—Los hijos del sol, podemos fragmentar la luz y hacer ver a las personas, lo que queremos que vean. Nuestro poder, Aurora, no tiene límites.

No sabía qué decir. Pensaba que los hijos del sol, solo lanzábamos rayos de luz.

Y entonces, la gobernadora habla desde dentro de la sala.

—Entren —ordena.

Aragon sonríe enigmático y abre la puerta para que yo entre primero, con el detrás de mí. El consejo y la gobernadora, se ponen de pie y yo camino lentamente, con el corazón en la boca.

—Aurora de Olimpo. Haz cometido serios crímenes y haz rebelado tu identidad a más de un centenal de terrenales.

Agacho la cabeza.

—Pero, dado que no sabías nada sobre tu especie ni sobre quién eras... Tus crímenes serán perdonados.

Aragon apretó mi hombro y sonrió. Yo sonrío también, aliviada, como si me hubiera quitado unos kilos de encima.

—Pero, escúchame bien, Aurora. Si quebrantas otra más de nuestras reglas, serás exiliada y condenada en Arkaz ¿Entendiste?

Trago saliva, y asiento, aunque no sabía qué cojones era Arkaz, por la manera en la que había pronunciado aquella palabra, y la expresión fría de sus ojos, supuse que debía ser una especie de prisión.

—Sí, sí señora.

—Además, Aragon, quien es la única familia que te queda, se hará cargo de ti. Te enseñará y guiará. Debes aprender a usar tus habilidades y todo lo que tu poder implica.

Miro a Aragon. Eso significaba que... ¿Yo viviría en Peverell?

Entonces, dicho esto, el consejo, se retira de la sala, algunos de ellos, lanzándome una que otra mirada de mal gusto.

La gobernadora camina hacia mí.

—Hay algo más que debes saber, Aurora.

Mira a Aragon y haciéndole una seña con la cabeza, le ordena salir de la sala, él obedece.


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