Un corriente local fue el primer lugar al que consideré especial.
Propiedad de su madre. Y un lugar donde mi madre iba seguido.
Aún recuerdo mi pinta ese día, recuerdo a la perfección que andaba en un regular pantalón calentador de pijama y con una camisa casi transparente por tanto uso. Mi cabello iba desordenado en una asquerosa cola tratando de ocultar que no me había duchado. Sin maquillaje en mi rostro, con las ojeras marcadas por un horrible horario de sueño. Y sintiéndome peor de lo que normalmente lo hacía.
Ella no iba muy diferente a mí, aunque casi puedo asegurar que puso más esfuerzo en su imagen que yo. Sentada en una silla a la esquina del minúsculo espacio, con su celular en la mano y levantando la mirada de vez en cuando.
Su mirada se levantaba al sentir la mía sobre su ser. Examinándola cuidadosamente, intentando capturar todos y cada uno de los detalles en su rostro.
Y así estaba yo, nerviosa pero increíblemente atraída. Sin poder despegar mi vista de ella. Saltando de la ansiedad si ella alzaba la mirada y me encontraba acechándola cual cazador.
Me fui. No quitaré que me sentí mal conmigo misma, con mi imagen y mi comportamiento tan jodidamente infantil.
Llegué a casa, tomé mi celular y le envié un audio a mi amigo explicándole todo lo que pasaba. Emoción. Sólo eso. Emoción.
Y un dibujo, esa fue mi primera prueba de amor.