Nadie sabrá lo que fuimos ©

By GonzaloLuduena

8K 1.2K 1.5K

«Era cuestión de tiempo para que todos lo supieran». *** Woody tiene... More

Reparto
Nota de autor
¡Bienvenida!
Prólogo
Capítulo 1
Woody
Lunes 22/3/2021
Capítulo 2
Woody
Capítulo 3
Lunes 22/3/2021
Capítulo 4
Jueves 25/3/2021
Woody
Capítulo 5
Jueves 25/3/2021
Capítulo 6
Lunes 29/3/2021
Capítulo 7
El Globo (por Harry Müller)
Lunes 10/5/2021
Capítulo 8
Martes 11/5/2021
Capítulo 9
Lunes 5/4/2021
Capítulo 10
Woody
El Globo 2
Woody
Capítulo 11
Woody
El Globo
Capítulo 12
Capítulo 13
Viernes 21/5/2021

El Globo

41 11 5
By GonzaloLuduena

Martes 3 de julio de 2007

—Vete a la mierda, Dylan.

—Eso es lo que voy a hacer —responde él, solo que «la mierda» es la casa de su cuñada.

El motivo de esta nueva disputa tiene nombre y apellido: Sien Peeters, y unas curvas que hacen que reducen el cerebro de Dylan a sus instintos más primitivos. Y a él le encantan esos instintos primitivos.

Dylan estrella su autoritario puño contra la mesa para indicar que la discusión ha terminado. Oliver lo observa con desprecio, en una mirada que es la mezcla perfecta entre el desafío y la desilusión.

No es la primera vez que aparecen esas miradas, esos bufidos, esos pensamientos que no se materializan en palabras. Sin embargo, esta vez Dylan no siente culpa. Su actitud desenfrenada parece decir: «He roto el pacto. Hoy. Aquí. Ahora. Enfrente de ti. Y me importa un carajo lo que tú me digas».

Ambos sellan tablas eternas con un intercambio visual mientras él recoge sus cosas. Dylan va y viene con cierto amor-odio y comienza a subir todas sus pertenencias al auto. El Jeep parece a punto de estallar, pero cede. Todo ocupa un lugar aceptable y apenas queda espacio para el conductor. Un par de cajas se abalanzan sobre Dylan y lo obligan a empujarlas. Los objetos regresan a su posición con un estruendo. El ruido de las cosas al caer.

Dylan arranca y se va. En la esquina lo espera Sien, su futura esposa. Ella batalla contra las cajas y pierde, así que debe contentarse con caminar al lado del auto. De ese modo tan extraño, avanzan por las calles como la pareja despareja que son.

Llegan a destino minutos después y en la puerta los recibe una inmensa casa rodante, una Acapulco 570. Ambos empacan las cosas con alivio y ¿felicidad?, y se acomodan en la sala.

Ya pueden jugar a ser personas normales.

▂▂▂▂▂

—Está embarazada.

El doctor intenta transmitirles calma a través de su lenguaje corporal. Ha dado esa noticia miles de veces y se ha topado con un maremágnum de emociones a lo largo de su carrera. Ahora intenta adivinar los sentimientos de sus interlocutores, refugiados detrás de una máscara impenetrable.

Sien está feliz o, al menos, eso parece. Tiene las manos alrededor de su vientre, casi como si acariciara la fragilidad que crece en su interior. El médico le ha dicho que va por la tercera semana, pero ella ya ha comenzado a sentir la presencia de alguien dentro de su cuerpo. ¿Un nuevo conocido o un intruso?

Dylan es todo preocupación. Su ceño está alineado y forma una perfecta línea recta, y sus ojos se bambolean por todo el salón en busca de un indicio que le indique que todo es mentira. No lo encuentra.

El doctor se halla en una encrucijada: no sabe si felicitarlos porque serán padres u ofrecerles alguna alternativa terminante. Por el momento, no dice nada y deja que la pareja asimile la situación en silencio. Sabe que varios días se desgarrarán sobre el calendario antes de que una respuesta salga de sus bocas.

No se habla más del tema. Los esposos se ponen de pie y se despiden del obstetra con un asentimiento de cabeza. Ni siquiera esbozan un tímido «gracias» con los labios; el médico los deja ir de todos modos. Allá ellos y su falta de modales.

Cuando la puerta del consultorio se cierra, la pierna derecha de Dylan comienza a temblar. Primero cree que es una reacción orgánica anormal que responde a una situación anormal; luego se concentra mejor y nota que es su teléfono. Un nombre aparece en la pantalla.

«Oliver».

Le pide a Sien que avancen rápido hacia la salida para poder atender y el silencio del hospital lo salva de esbozar excusas que no lo llevarán a ningún lado. Aún no sabe lo que su hermano le dirá; solo espera que se trate de algún problema impositivo o del pago de algún servicio. No quiere imaginarse las demás opciones, aunque las imagina de todos modos.

El taconeo frenético de Sien tortura sus oídos a medida que avanzan por el pasillo. Ella va un paso adelante, quizá demasiado asustada como para esperar. Dylan no se preocupa en alcanzarla, aun cuando la vibración del celular amenaza con adormecerle las piernas.

Una vez fuera, Dylan atiende. Del otro lado, solo hay silencio. Tampoco le extraña: su hermano aún cree que las entradas dramáticas son necesarias antes de decir algo importante.

La tensión late en sus sienes durante un largo tiempo. Una gota de sudor que nace en el cuello y recorre su espina dorsal marca los segundos con una precisión fatal. Dylan intenta mantener la calma para transmitírsela a su esposa, que ya ha comenzado a hacer preguntas. Él le pide con un gesto suave que haga silencio porque no puede escuchar. Ella, ingenua, le cree.

—Abórtalo.

Oliver habla con una determinación arrolladora que no da lugar a las contemplaciones. Del otro lado, Dylan comienza a sentir náuseas. El jugo gástrico trepa por su esófago, pero él lo obliga a regresar al estómago antes de que sea tarde. Aquel ardor no ha desaparecido de su cuerpo cuando dice:

—¿Qué carajos?

—Sé que tu esposa está embarazada. Aborten.

Dylan silencia el micrófono para que su hermano no pueda escucharlo y avanza hacia los arbustos. Una vez allí, abre la boca y el pollo con papas que comió en el almuerzo pasa a decorar las hojas de los ligustrines. El olor hediondo que sale de su boca le despierta más náuseas. Dylan sucumbe a los estímulos y el proceso se repite.

T
  o
    d
      o

s
  e

d
  e
    s
      v
        a
          n
            e
              c
                e.

—¿Ya terminaste de vomitar?

«MIERDA». Ese sí que es un «mierda» inmenso, con mayúsculas y todo. Los ojos de Dylan se abren con preocupación y buscan presuntas siluetas en el terreno. Allí no hay nadie.

Se limpia la boca manchada de vómito mientras escucha a su hermano acomodarse del otro lado del tubo. El sabor desaparece de sus labios poco a poco.

—Métete en tus asuntos —lo castiga Dylan.

—Estos son mis asuntos —repone su hermano con énfasis. Sus palabras se oyen como un latigazo en el espacio cibernético—. Nunca nada me preocupó tanto como esto. Por eso vengo a proponerte una solución.

—Primero tengo que hablar con Sien para ver si…

—Los quiero mañana a las doce del mediodía en la clínica de la calle Orin. No fallen.

Dicho eso, Oliver corta el teléfono y tortura a su hermano con el incesante ruido blanco de sus pensamientos. Dylan se baja el teléfono de la oreja y mira a su esposa con el rostro rendido. El choque de miradas presagia algo malo. Los ojos de ella preguntan con dureza; los de él responden con un profundo vacío.

Una carraspera. Dos. Tres. Dylan alza la barbilla e intenta formar un ángulo de noventa grados con la quijada para simular fortaleza. Las palabras llegan a su garganta; solo tiene que abrir la boca para que salgan.

—Debes abortar. Mañana al mediodía.

▂▂▂▂▂

—No.

Han pasado más de diez minutos desde que Dylan ha hablado, y recién ahora Sien se digna a responder. Su contestación lo obliga a clavar los frenos en medio de la calle y poner las balizas. Él reanuda la marcha muy de a poco; las caricias del neumático contra el pavimento son casi nulas. No tiene prisa en regresar a casa porque ha dejado de ser un lugar seguro.

—¿En serio quieres tenerlo? Serías la madre de un pequeño…

—Que no será nazi porque tú tampoco lo eres —bufa ella.

Sien conoce la verdad sobre la familia Rosemberg-List hace ya varios meses. Dylan se lo ha dicho antes de casarse y ella ha aceptado su destino sin grandes inconvenientes. «Te he elegido a ti por lo que eres: no por lo que fueron tus antecesores. Son dos páginas distintas de dos historias distintas», le había dicho entre lágrimas.

—Oliver estará furioso. Jamás nos perdonará esto.

—Que nos mate si quiere —sentencia ella con una calma tan fría que recuerda a la Reina Roja—. Pero yo no voy a matar al niño que llevo en mi vientre. No de nuevo.

Sien arroja la cabeza contra sus manos y llora. Dylan, impotente, hace una maniobra con el coche y se detiene a unos centímetros del cordón. Su mano gigantesca viaja a la espalda de ella y la acaricia. Debe de ser la primera vez que no la toca con lujuria: solo con amor. Es un progreso.

—Perdona, pero…

Ella no alcanza a decir una palabra más porque su esposo la calla con un beso. Él sabe lo que le dirá: que tuvo su primer aborto a los dieciséis y que volvió con un trauma de por vida y con un útero tan frágil que podría quedar estéril en cualquier momento. Y sabe que Sien no cometerá dos veces el mismo error.

—Lo entiendo y lo respeto —le murmura al oído.

Sien hace algo que sus modales nunca le hubieran permitido: se sorbe los mocos, y asiente agradecida. Deja que los brazos de Dylan la envuelvan y disfruta de la calidez de su cuerpo. Contadas son las veces en las que un gesto semejante no ha terminado algún acto lujurioso. Tal vez han comenzado a comportarse como verdaderos adultos.

Rolling In The Deep se ha consumido hasta el último acorde y Let It Be comienza a sonar en la radio cuando ella abre la boca. Su sistema nervioso no funciona bien: su cerebro da una orden que la garganta no capta y el mensaje sale vacío. Vuelve a intentarlo.

—¿Cómo mierda supo Olivier de todo esto? —pregunta preocupada—. ¿Crees que el médico le ha…?

—No. Oliver nos espía desde el día que me fui de casa —responde Dylan con una calma ajena a sus declaraciones—. Lo hace a través de las cámaras de seguridad que están por toda la ciudad. ¿Recuerdas que el consultorio tenía una filmadora en el vértice derecho? El hijoputa debió ver y escuchar toda nuestra conversación.

—¿Acaso las cámaras de seguridad pueden grabar audio? —preguntó Sien, con el terror reflejado en los ojos.

—La mayoría sí, solo que es ilegal en varios estados. Oliver debió hackearla para tener acceso al material completo. Tampoco me extraña: está acostumbrado a violar nuestra privacidad. Antes nos vigilaba a través de nuestros teléfonos.

La confesión de su esposo hace que una Sien desesperada arroje su costoso iPhone contra la guantera. El vidrio del celular se quiebra al entrar en contacto con el auto, pero a ninguno le importa. Hay cosas mucho más importantes que el teléfono nuevo de casi mil quinientos dólares que acaba de pasar a mejor vida.

—Prometiste que no nos ocultaríamos nada más.

Ahora las facciones de Sien lo miran furibundas. Ceño recto, mandíbula tensa, frente arrugada, ojos entrecerrados y nariz hacia abajo, en una clara expresión de asco. Dylan apostaría que su esposa está a punto de darle una bofetada.

—Lo descubrí a la semana y decidí actuar en secreto para que nuestro matrimonio no se fuera a la mierda. Sabía que Oliver te había tocado demasiado las pelotas y no quería amargarte justo durante nuestros primeros días de casados.

Ella se relaja un poco, no demasiado. Su nueva actitud es aprobadora, pero también coquetea con una buena dosis de desaprobación. Ninguna palabra sale de su boca: aún espera que su marido continúe la historia.

—Contraté a Vicent, un hacker amigo, para que nos proteja. Él instaló un cortafuegos que me informa cada vez que el hijo de… que el puto de Oliver intenta acceder a nuestros dispositivos. Pero Vicent no puede hacer nada con las cámaras de la ciudad: eso nos traería problemas legales.

—De acuerdo, veo que tienes todo bajo control. —Una pausa breve, casi dramática antecedió al ataque de dos ojos que se abalanzaron como lanzas contra su objetivo—. ¿Hay algo más que me hayas ocultado? ¿Algún trabajo en negro, algún detalle de tu histortia familiar que se te «olvidó», alguna amante escondida entre los arbustos?

—Nada. Ya no quedan secretos entre nosotros. Te lo juro.

Dylan sella su juramento con un beso desesperado que ella responde. Los labios de ambos no tardan en fundirse. Por primera vez, Dylan le acaricia las curvas de adelante y no las de atrás. Dylan acaricia a su hijo.

—Tendremos a ese niño y lo cuidaremos a nuestra manera. Le demostraremos a Oliver List que su opinión solo nos sirve para limpiarnos el culo.

▂▂▂▂▂

¡¡Buenas y santasss!! (Qué saludo de viejo, por favor). ¿Extrañaron a su escritor favorito?

(O sea, yo, no se hagan los vivos).

¿Quién tiene reservados los tomates? Porque hoy no los van a usar, ehh. 😾

Estamos calentando motores en la historia y todo se va al caraj... digo, ¡a un final feliz 100 % real, no fake!

¿Qué opinan de todo lo que está pasando? ¿Ya saben quién es Harry Müller?👀

¡Nos vemos el próximo sábado!

No me porten mal en mi ausencia <3

xoxo,

Gonza.

Continue Reading

You'll Also Like

Lo que en ti veo By ALEJANDRA

Mystery / Thriller

32.8K 3.6K 57
Amelia es una chica que por circunstancias de la vida y por haber crecido sin un padre, se crió en la calle rodeada de ladrones, drogas y traficantes...
15.5K 1K 58
Charlie Magne es la heredera de su familia que decide dejar su hogar para enrumbarse a construir su sueño, sin imaginar que en su camino encontraría...
6.2M 641K 20
Tercer libro en la Saga Darks (2021) Portada: BetiBup33 design studio.
5.1K 251 29
[_Hola, soy Gilly, cree esta cuenta para terminar y crear historias de hazbin hotel, La historia que voy a terminar se llama Obsesión de Charlie x Al...