Boda por escándalo

By EasyCuteWat

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La cama equivocada, un escándalo y una esposa poco convencida. Camila no esperaba despertar junto a Lauren J... More

Capítulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Epílogo

Capítulo 11

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By EasyCuteWat

Camila se quedó mirando la espalda de Lauren y dio un respingo cuando ésta dio un portazo. Su comportamiento y su expresión de culpabilidad le habían servido de confesión.

Lauren no volvió en los días siguientes y Camila actuó con la mayor naturalidad posible bajo la atenta mirada de María.

Al tercer día, tras volver del trabajo, tomó una decisión. Llamó a la clínica para decir que se iba a tomar unos días libres, metió algo de ropa en una bolsa y fue al coche que Lauren guardaba en el garaje.

Aunque había un tráfico denso, llegó a la casa de la costa antes del anochecer. Estaba fría y oscura, pero a Camila no le importó. Encendió una cerilla y la acercó al fuego que Lauren había dejado listo para su siguiente visita.

En cuanto contempló las llamas recordó los momentos que habían pasado juntos frente a la chimenea y creyó poder sentir el roce de sus manos sobre su piel. Respiró hondo al tiempo que atizaba el fuego y se decía que tendría que acostumbrarse a vivir sin Lauren.

Cuando despertó, hacía un día tan nublado como estaba su ánimo y cada crujido de la casa parecía preguntar por Lauren. Fue a dar un enérgico paseo por la playa. Olas enormes rompían con fuerza en la orilla, dejando una estela de densa espuma. Hacía un aire fresco y húmedo, y las gaviotas emitían estridentes graznidos que repetían el silencioso llanto del corazón de Camila, que se resistía a aceptar el futuro de soledad que la esperaba.

Al volver a casa, comió algo con desgana. Todo le recordaba a Lauren. Veía su sonrisa de conejito en el reflejo de los cristales, saboreaba sus labios en la brisa de la tarde, sentía su presencia en la cama.

Un ruido la despertó en mitad de la noche, pero no era más que el roce de las ramas de los árboles contra las ventanas. Camila contempló los juegos de luces y sombras que proyectaba la luna y se dijo que no conseguiría conciliar el sueño. Se puso el albornoz y bajó a la biblioteca en busca de algo para leer.

El suelo crujió bajo sus pies y Camila imaginó que los libros la miraban con expresión acusadora por haber perturbado su silencio. Encendió la luz del escritorio y sacudió la cabeza, pero siguió teniendo la sensación de ser observada. Tomó un libro al azar. Se trataba de una Biblia antigua, con lomos dorados. Camila se sentó en una silla y comenzó a pasar las hojas amarillentas. Una fotografía se deslizó al suelo. Camila la levantó y, cuando le dio la vuelta, se quedó paralizada.

Era una fotografía de ella.

La conocía perfectamente. Era idéntica a una que su madre guardaba en el álbum de familia. Tenía unos meses y gateaba en el jardín. ¿Cómo habría llegado hasta aquella Biblia? Una tormenta de preguntas se agolpó en su mente.

Tomó de nuevo la Biblia y siguió pasando hojas. Entre las páginas de Ruth apareció otra fotografía, y otra en Proverbios, y una más en el Nuevo Testamento. Dejó la Biblia y estudió la colección de fotografías con manos temblorosas. Al cabo de unos segundos, se puso en pie de un salto y comenzó a sacar libros de los estantes y a ojearlos al azar.

En una edición de Grandes Esperanzas encontró un mechón de cabello. Se quedó mirándolo fijamente a la vez que su mente vagaba por distintos caminos sin encontrar destino.

Dejó el mechón a un lado y dirigió su vista hacia los estantes más altos. Sólo uno de los libros no tenía el lomo dorado, y fue ése el que eligió. Se trataba de un diario, se sentó en el polvoriento sofá y mientras respiraba profundamente lo abrió en la primera hoja. Estaba dirigida a Dios:

La he visto esta mañana.

Pasó por casa camino de la playa. Hubiera querido llamarla, pero ya sabes que perdí el derecho a ello hace años. Al menos tengo sus fotografías. ¡Se parece tanto a mí! Supongo que eso le resulta muy irritante a tu ferviente discípulo.

Espero que cuides de ella cuando me marche. Es mi único orgullo en esta vida. Hubiera querido quedarme con ella, pero me dijeron que tú lo censurarías. Yo, sin embargo, no estoy tan segura…

Camila se quedó en la oscuridad, sosteniendo con fuerza el diario. Leyó otras hojas por si encontraba la identidad de quien los escribía o de aquél al que se refería como «discípulo». Tuvo la certeza de que ya no podía postergarlo más. Las sombras que tanto tiempo habían poblado su mente debían quedar desveladas. Debía saber la verdad por muy dolorosa que fuera.

Tenía que visitar a sus padres y preguntarles. Sólo ellos podían saber quién era aquella desconocida que parecía tan interesada en ella. Su madre abrió la puerta a la mañana siguiente.

—¡Camila!—Chilló llevándose las manos a la cabeza en un gesto que su hija conocía como de nerviosismo.

—Hola, mamá.

—No tienes que llamar a la puerta—Murmuró—Que te hayas casado no quiere decir que no seas nuestra hija.

Camila tuvo la excusa perfecta para decir lo que quería.

—Pero no lo soy, ¿verdad?

Sinuhe Cabello palideció.

—Cariño, no sé de qué estás hablando. ¿Va todo bien con Lauren?—Interrogó con claro nerviosismo en la voz que la delataba.

—No he venido a hablar de eso, sino de esto —Camila le alargó las fotografías.

Sinuhe las tomó con manos temblorosas y las miró una a una mientras su rostro se contraía. Tras un largo silencio, se las devolvió.

—¿Dónde las has encontrado?—Preguntó evitando mirar a Camila a los ojos.

—¿No te lo imaginas? —Su voz salió con desprecio.

Sinuhe se mordió el labio inferior.

—Cariño, a tu padre le va a dar mucha pena no verte, y yo me tengo que preparar para ir a la iglesia, así que…

—Quiero saber la verdad—Interrumpió.

—Cariño… —Su madre movió las manos en el aire—No puedo soportar que me hables en ese tono.

—No pienso marcharme hasta que me digas la verdad —Advitió Camila implacable—Si no, tendré que ir a la reunión de sínodo y preguntárselo a mi padre.

—¡Por Dios, no digas eso!

—¿Por qué no? Después de todo es mi padre. ¿O no?—Estaba dando tanto en el clavo que Sinuhe se estaba poniendo muy nerviosa.

En aquel instante, oyó la voz de Alejandro.

—Déjame a mí, Sinuhe.

Camila se volvió y lo vio en el umbral de la puerta.

—Quiero saber la verdad—Exigió irguiéndose para no ser intimidada.

—Te la hemos dicho desde pequeña, pero tú siempre has sido demasiado rebelde como para aceptarla.

—No me refiero a la verdad religiosa, gracias—Agradeció falsamente—No he venido a que me des un sermón—Dijo Camila con frialdad—Quiero que me expliques qué hacían estas fotografías en una biblia de una vieja casa en Pelican Head.

Sus padres intercambiaron una mirada. Alejandro palideció y Sinuhe se llevó la mano al collar de perlas que adornaba su cuello. Tras un tenso silencio, Alejandro se cuadró de hombros y la miró fijamente a los ojos.

—De acuerdo —Hizo como que no oía a Sinuhe contener el aliento—Te diré la verdad, pero no debe salir de esta habitación.

Camila odiaba hacer promesas a ciegas, pero estaba ansiosa por oír lo que Alejandro iba a decirle. Asintió con la cabeza, sentía una punzada en la boca del estómago.

—Es verdad que no eres nuestra hija biológica —Afirmó su padre, pasándose los dedos por el cabello—Te adoptamos cuando tenías seis semanas.

Camila los miró en silencio.

—Pensábamos decírtelo—Confesó—Pero cuando Sofía nació, se parecían tanto que decidimos guardar el secreto. Ahora son muy distintas, pero…

—Siento no haber salido como querías —Interrumpió Camila con amargura.

Su padre frunció el ceño.

—Tu tendencia a precipitarte es una de esas diferencias. También era un característica de tu madre y, como a ti, la metió en más de un problema—Negó con severidad como si estuviera recordando cada momento.

—¿Quién era mi madre?

Alejandro y Sinuhe volvieron a intercambiar una mirada.

—Una drogadicta rebelde que se quedó embarazada. Te dio en adopción y desapareció—Explicó en voz seca, sin emociones—Hace tiempo nos dijeron que había muerto.

Camila tuvo la sensación de que la habitación daba vueltas.

—¿Y mi padre?—Consiguió preguntar pues su garganta estaba obstruida.

—Nunca lo supimos. Tu madre no nos lo dijo —Camila asimiló la información en silencio. Su padre continuó—Respecto a las fotografías, debe tratarse de una coincidencia.

—¡Una coincidencia!—Exclamó Camila, indignada.

—Nunca has tenido fe en los milagros—Señaló Alejandro—¿Se te ocurre alguna explicación, Sinuhe?

La aludida sacudió la cabeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Camila sacó el diario del bolso y se lo pasó.

—¿Qué es esto? —Preguntó Alejandro con desconfianza.

—Un diario.

—¿De quién?—Inquigió él, pasando las hojas con urgencia.

—Pensaba que tú lo sabrías.

Camila vio que su padre tragaba saliva y creyó haber encontrado al anónimo «discípulo». Alejandro le devolvió el diario sin mirarla a los ojos.

—Quizá no lo comprendas, pero si no te dijimos nada fue con la mejor de las intenciones—Tomó aire antes de continuar—Tu madre no podía ser salvada. Y por aquel entonces Sinuhe acababa de tener un aborto y estaba deprimida. Tu llegada fue una alegría y en aquellos primeros años nos proporcionaste una gran felicidad.

«Pero no los siguientes», concluyó Camila por él mentalmente.

—Cariño, no hace falta que nadie más sepa esto—Intervino Sinuhe—Tus hermanas se llevarían un disgusto espantoso.

—¿Y yo? —Los ojos de Camila se llenaron de lágrimas—¿No tengo yo derecho a disgustarme?

—Dadas las circunstancias es comprensible, pero… —comenzó su padre.

—¡A ti te da lo mismo porque no soy tu hija!—Gritó cortándolo— ¿No comprendes lo que siento?

—Por supuesto—Se apresuró a decir Sinuhe—Pero debes entender que no ha sido fácil. Tu padre y yo…

—¡No tienen derecho a llamarse así! —Cesó Camila su intento de explicación—No son mis padres.

—Cariño, por favor…

—Camila, contrólate. Eres una mujer casada, no una adolescente. Vete a casa junto a tu esposa y agradece la vida que has tenido—Su mirada de severidad se dirigió a ella —Ha sido mucho mejor que la que tu madre biológica hubiera podido ofrecerte.

Camila abrió la puerta de par en par y se marchó dando un portazo. Subió al coche y arrancó con un chirrido de las ruedas que estuvo segura irritaría a su padre… adoptivo.

Condujo sin rumbo fijo, sin saber dónde ir. De pronto recordó que Lauren había dicho en tono enigmático que alguno de los libros podía ser especialmente valioso, y se preguntó qué podía saber ella o si habría encontrado las fotografías antes que ella y tendría información sobre lo ocurrido tantos años atrás.
Tomó un desvío y se encaminó hacia Woollahra, decidida a interrogarla. Al llegar, vio el coche de Lauren en el garaje y respiró hondo. Apenas había metido la llave en el cerrojo, cuando la puerta se abrió y Lauren apareció ante sus ojos.

—Camila, necesito hablar contigo.
—Camila pasó de largo. No quería retomar la conversación que habían dejado inconclusa unos días antes. Le preocupaban otras cosas con mucha más urgencia.
—Quiero disculparme—Al oír aquellas palabras, Camila volvió la cabeza y se preguntó si Lauren quería pedir perdón por haberla mentido respecto a la herencia de su madre o por haberse marchado como lo hizo. Lauren se pasó la mano por el cabello despeinandolo. Parecía agobiada—El otro día reaccioné mal. Tenía un dolor de cabeza espantoso y me molestó que mencionaras la herencia de mi madre—Quiso explicarse.

—Me has mentido.

—No. Tienes que dejar que te explique la verdad—A pesar de que estaba según pidiendo, fue más una exigencia.

—Inténtalo—Camila hizo un gesto teatral con la mano—Después de lo que he oído hoy, podría creer cualquier cosa.

—¿Qué has oído?

—Da lo mismo—Agitó la mano—¿Por qué me mentiste respecto a la herencia?

—Hasta hace unos días no sabía que no la había—Respondió. Camila no estaba segura de querer creerlo, pero Lauren sonaba genuinamente sincera.
La ojiverde continuó—:Pero quiero que sepas que, aunque lo hubiera sabido, te habría pedido que te casaras conmigo.

—¿Por qué?—Estaba preparándose para lo que sea que Lauren respondería.

—Porque quiero sentar la cabeza.

—¿Por qué? No soy la mujer ideal—Negó negandose a creer que era la mujer ideal para que alguien sentara cabeza.

—Yo tampoco soy la mujer perfecta.

—Pero yo ni siquiera soy quien tú crees—Estaba renuente.

—Ya sé que no eres la chica rebelde de la que habla todo el mundo.

—No me refiero a eso—Camila le dirigió una mirada furtiva—No soy hija de un obispo.

Lauren la miró fijamente.

—¿Y de quién eres hija?

Camila agachó la mirada.

—No lo sé.

Camila oyó ruido de cristal y dedujo que Lauren se servía una copa.

—¿Quieres decir que Sinuhe y Alejandro no te lo han dicho?

—No—Suspiró.

—¿Y tus hermanas saben algo?

Camila sacudió la cabeza.

—No sé qué hacer—Se oyó confesar a sí misma—Siempre había sospechado que había algo raro, pero nunca conseguí averiguar de qué se trataba.

—Debían habértelo dicho.

Camila se mordió el labio y trató de imaginarse el dilema de sus padres.

—Ellos hicieron lo que creyeron mejor para mí—Inconscientemente trataba de defenderlos.

—Eres muy generosa.

—No dirías lo mismo si hubieras oído lo que les he dicho hace unas horas—Fría de pensamiento se encontraba avergonzada.

—Es lógico—La tranquilizó—Ha debido ser una noticia devastadora.

Camila se dejó caer en el sofá más próximo.

—Me siento como si fuera una extraterrestre.

—Si te sirve de consuelo, ni tienes la piel verde ni te han salido antenas—Le sonrió tratando de mejorar su humor decaído.

Camila sonrió a su pesar.

—Siempre bromeando…

—Pero no tiene ninguna gracia, ¿verdad?

Camila la miró a los ojos.

—No.

—¿Qué vas a hacer?

Camila frunció el ceño.

—¿Qué puedo hacer?

Lauren dejó la copa y se cruzó de brazos.

—Para empezar—Comenzó a decir—Debías ir a hablar con Roy Holden.

—¿Roy Holden? —Camila la miró con sorpresa—¿Qué tiene que ver él en todo esto?

Lauren la miró fijamente antes de contestar:

—Roy Holden es tu padre.

***

Debo admitir que también estoy sorprendida.

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