Lobo Perdido Libro 2

By AlexKiaw

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Ranshaw Lennox, Mike Denner, Amatis Stevenson y Kris Larsson están dispuestos a dejarlo todo para vivir la vi... More

Notas
Las manadas
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Parte 1 | DENNER
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Parte 2 | Dankala
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Parte 3 | Müller
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Parte 4 | Dankala
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Parte 5 | Lennander
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By AlexKiaw

De nuevo frente a la puerta del Alfa Lennox, pero en esa ocasión cargando a un bebé en un brazo y a un cachorro de ojos cerrados en el otro, cubiertos ambos con pequeñas mantas amarillas.

Era la primera vez que los pequeños salían de su habitación, desde el día que regresaron de San Fernando. Por el contrario, Sax aprovechaba cualquier oportunidad para salir, aunque solo fuera a los pasillos del tercer piso para que le diera el sol, mientras los pequeños dormían una larga siesta después de alimentarse.

Era cierto que la gran ventana de su habitación tenía una vista maravillosa del bosque, pero el mar estaba del otro lado del pasillo, en donde se encontraban ubicadas la sala de juntas, el comedor, la cocina, el despacho de Evan y sus habitaciones.

No le gustaba mucho estar abajo, en el área central que hacía las veces de plaza del pueblo para la gente que tenía algún asunto oficial o que quería meter las narices en la vida de los demás. El sol calcinaba y estaba lleno de gente que le sonreía y le saludaba. Le hacía sentir incómodo.

Se preguntaba porque la gente lo trataba así, como si fuera alguien simpático. No lo era, al menos era lo que pensaba mientras observaba al grueso de la manada entrar y salir de la casa Lennox.

A esos volúmenes, debería de haber otra forma de llamarlos. "Manada" no alcanzaba a expresar el número total de personas. No era como si fueran miles. Pero sí, por lo menos, un par de cientos. Muchos niños, mujeres, ancianos con bastón.

—Deberíamos hacer un censo, nada más para saber cuántos somos —dijo a Idris, que por toda respuesta sonrió en sueños.

—Lo hacemos cada diez años —dijo alguien que había salido del despacho del jefazo. Eran Henry Larsson, el mismo ejecutor que lo había llevado del cuello como un gato sucio, para encerrarlo en su habitación, por órdenes de Evan. Aunque ya no estaba muy enojado con él, ese era su Alfa menos favorito. Y no era como si tuviera uno preferido, excepto Hadrien.

—¿Y cuántos somos?

—Doscientos ochenta y uno, más las dos nuevas incorporaciones —dijo, señalando a los bebés—. Y posiblemente uno más que ha llegado hoy. Pasa, Evan te espera. ¿Quieres que te ayude con uno de ellos?

Sax no dudó, movió los hombros uno al frente, después el otro, para dar a Henry la oportunidad de escoger al pequeño que más le gustara para sostener. Henry escogió al cachorro, levantó con una sola de sus manos inmensas el bultito amarillo y con la otra, con mucha suavidad, lo cubrió contra su pecho. El perrito gimió cuando lo movieron en contra de su voluntad, pero casi de inmediato suspiró y siguió durmiendo. La expresión arrobada que puso Henry no tenía desperdicio.

Sax observó cuán bien podía caerle alguien que fuera amable con sus pequeños.

—Buen día —dijo al entrar. Apenas miró a los que estaban dentro. Su bebé había despertado y le buscaba el pecho, pero más por reflejo que por hambre. Después pareció interesarse en las zonas de luz, las voces graves y otros atrayentes estímulos. Henry entró detrás.

—Buenos días, Sax. Me alegro de verte y a los pequeños también. ¿Cómo están? —preguntó el Alfa Mayor sin ocultar su entusiasmo. Era la primera vez que los veía ese día, pero desde la noche de su arribo a Lennander, los había visitado mañana, tarde y noche, siempre llevando algo ya fuera para ellos o para Sax.

—Pues bien; Jaak, que es el que tiene él —señaló a Henry con el mentón— solo duerme, come y caga. A veces también gimotea entre dormir y comer. O al mismo tiempo. Idris es bebé casi todo el tiempo, pero esta mañana amaneció perrito, corriendo en sueños y creo que perseguía a un malvado, porque también gruñía. No sé porque me da la sensación de que me va a traer de cabeza.

—Me alegra que les hayas puesto nombre. Interesantes elecciones. Idris es un nombre de mucho honor en Lennander.

—Sí, eso me dijo la niñera. Espero que Hadrien y Miden estén de acuerdo porque creo que le queda bien.

—No voy a preguntar por qué le pusiste Jaak al otro.

—Lo prometí.

—Una promesa es una promesa —respondió Evan. No lo entendía, pero no era importante. Esperaba que nadie preguntara el origen del nombre o que Sax no sintiera la necesidad de relatarlo y mucho menos a los bebés.

—¿Puedo verlo?

Dijo un hombre negro, viejo y bastante jodido, sentado en una de las sillas al frente del escritorio de Evan y en el que Sax no había reparado antes, confundiéndose con el papel tapiz, tan poco llamativo y tan maltrecho, que le recordó a los muchos que arrastraban su existencia miserable por los callejones que desembocaban en la calle de Las Rosas, en San Fernando.

Tenía cierto aire familiar, pero Sax no tenía tiempo de buscar en su atestada memoria. A lo mejor era un indigente, el primero en Lennander.

O el abuelito de Evan. Le daba lo mismo.

La manada entera parecía estar entusiasmada con los bebés. Estaba cerca de acostumbrarse a ello. Encogió los hombros, extendió los brazos y el viejo se acercó, medio encorvado, como si le doliera el estómago. Estaba tan flaco como perro callejero y tenía esa misma mirada asustada.

Así estaba Hadrien cuando lo conoció.

Bueno, no tanto porque su propio Alfa era joven y estaba muy sabroso. Pero estaba delgado, al menos en comparación de cómo se puso, después de meses de dormir en una buena cama, alimentarse tres veces al día y vivir sin preocupaciones.

El viejo sostuvo al bebé y su mirada se llenó de lágrimas que no pudo ocultar.

Eso sí que le resultó chocante. En esa panda de inútiles perrotes, todos eran hiper fuertes y tan bloqueados emocionalmente como él mismo. Llorar no era algo que se hacía, al menos en presencia de los demás.

Entonces pareció romperse y lloró más. Por si las dudas, Sax recuperó a su hijo antes de que el viejo se desmoronara en el suelo.

Entonces otro igual de viejo también se acercó. Ese no estaba tan jodido, solo llevaba un bastón y si no se equivocaba, era parte del consejo.

—Buenos días, Paul, me permites sostener a tu hijo por un momento.

Sax repitió la operación. Una parte de él disfrutaba de esa atención. Otra y preponderante, parecía al borde de la exasperación. Mentira que se estuviera acostumbrando, pensó. Una vez, podía tolerarlo, pero más no. No sabía cómo soportar bien esos emotivos momentos que se alargaban.

Sin embargo, una cosa le quedaba clara y por ello tenía que ir tirando con todo eso, aunque fuera incómodo. Era la vida de sus hijos. Ellos tenían derecho a ser queridos y respetados. Tal vez así, serían hombres buenos, menos jodidos de la cabeza que él.

Podrían confiar, tener amigos y a lo mejor hasta ser felices. A fin de cuentas, esa era su familia. Sax no tenía derecho a impedir nada de eso.

—Yo no había tenido la oportunidad de hablar contigo, Paul —. Sax asintió. Su falta de emoción en el rostro o de reacción más allá de un movimiento neutral hizo reír por lo bajo a Henry. Incluso Evan parecía divertido.

—Soy tu tío.

La única diferencia es que Sax subió sus cejas. Como diciendo: "Oh, vaya".

El cachorro que sostenía Henry comenzó a gimotear y Sax extendió los brazos para sostenerlo.

—Pues mucho gusto —dijo, de manera mecánica—, pero si no les importa, más o menos se acerca su hora de comerme vivo.

Recuperó el bebé de brazos de su tío que lo miraba confundido.

"¡Vaya pelmazo! ¿Qué? ¿Quiere un abrazo? ¿Qué nos pongamos al día?"

—Sax.

El aludido bajó un poco el rostro para mirar, cargado de obviedad, al Alfa Mayor. En su mirada era clara la incomodidad de estar ahí con unos viejos que su madre sabía quiénes eran y que no podían importarle menos. Con la pequeña cantidad de paciencia que le quedaba que cada minuto era peligrosamente menos, respondió.

—Ordena, oh, Alfa súper.

—Por favor, ¿pueden dejarnos solos? Henry, lleva los cachorros a una de las niñeras.

Sax dejó caer los hombros como esperando su sesión matutina de aburridora.

Después de "la gran charla" que el Alfa y Sax tuvieron cuando se le ocurrió que quería buscar a sus parejas, hubo varias conversaciones más llenas de consejos, sabiduría y admoniciones.

No estaba mal, pensaba Sax. Suponía que así tenía que sentirse tener un padre. Y aunque Evan no le llevaba más de cinco o seis años, se comportaba como si fuera el papá de todos. Tal vez un hermano mayor.

Todos se habían levantado. También estaban los otros dos ejecutores de Evan a los que no había notado, John y Bruno. Era raro que pasara por alto personas. A lo mejor se estaba relajando en el seno de la manada.

—Ranshaw, por favor, tú también quédate.

El viejo que parecía indigente miró a Evan, alarmado. Y Sax hizo lo mismo.

No se necesitaba ser un genio para saber lo que estaba pasando ahí; el diez veces inútil de su padre por fin se había presentado, cuando su vida había valido mierda al punto de tener que regresar con la cola entre las patas.

Por un momento, recordó cuando Carissa Y Offyd se separaban y a los meses, el imbécil regresaba justo así, con esa expresión de vergüenza y humildad, pidiendo perdón y prometiendo que dejaría de beber, que cambiaría, que las cosas serían diferentes. Entonces Carissa lo perdonaba y por un periodo nunca mayor a tres semanas, él trabajaba, llevaba dinero a casa y trataba bien a Miden. Luego, alrededor de un mes después, una madrugada cualquiera él llegaba ebrio, golpeaba a su mujer y a Miden si podía encontrarlo y las cosas volvían a ir de la mierda.

Hubo muchos momentos en los que le hubiera gustado que su padre volviera por él, mientras crecía, pero no lo hizo y un día, años antes de tener que venderse para comer, dejó de esperarlo.

Todo el rencor que sentía se acumuló en su hígado, se desbordó, amargo y caliente y le escoció en las tripas como lava corrosiva que le subió por la garganta. El asco se le notó en la expresión. No solo por la persona que lo abandonó en manos de Marjorie la inmoral. También por las condiciones en las que se presentaba. Enfrentar ese momento iba a hacer que vomitara.

Cuando el desagrado intenso estalló dentro de sí, Sax giró el rostro, buscando otra parte en donde poner su atención. Se miró las puntas de los pies. Era algo que a últimas fechas le gustaba hacer. Desde que había perdido su vientre de balón y recuperado más o menos su antigua composición corporal. Aún estaba un poco gordo, pero suponía que era normal.

—Por favor, siéntense los dos.

Sax quiso transmitir a Evan una pregunta: ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? La mirada fija y los labios apretados de disgusto tenían que haber dado el mensaje. Al parecer, Evan estaba dispuesto, de modo que no habría forma de evitarlo.

—Supongo que sabes o imaginas por qué te he llamado ahora.

—¿Porque me compraste varias cajas de galletas de chocolate?

—Vamos, Sax, ponte serio. Esto es muy importante. Estamos contentos por haber recuperado un miembro de nuestra manada, un lobo perdido hace muchos años. Él es Ranshaw Lennox. Es tu padre.

Sax inhaló con fuerza. Apretó los puños contra el tapiz de la silla, contó mentalmente hasta cinco y luego giró el rostro a ver al hombre que lo había lanzado al mundo de un puntapié, para que rodara casi toda su vida en el estiércol.

—¿Qué hay?

Sentía tanto odio, que ni siquiera quería gritarle. En su cabeza, el tipo se disolvía en un charco de su indiferencia caustica, mientras Sax salía de ahí sin que le importara un pepino lo que le sucediera al hombre.

—Paul...

—Mi nombre es Sax.

—Sí, es verdad. Es lo que me dijeron. Yo...

Evan se levantó, dispuesto a dejarlos solos. Al pasar junto a Sax, este, por impulso extendió la mano y le tomó de la muñeca.

—No me dejes —suplicó el chico.

—Sax, creo que sería bueno que pudieran hablar.

—Yo no tengo nada que hablar con este sujeto. Ni siquiera lo conozco.

—Es tu padre, Sax. Te buscó por años. Escucha toda su historia, tal vez te des cuenta de que no es lo que tú crees.

Apenas una grieta de vulnerabilidad en la muralla de rabia, indiferencia y dolor que Sax había erigido alrededor de su persona.

—No me dejes con él, Alfa. Por favor.

Evan dejó caer los hombros, pero sonrió con calidez. ¿Cómo podría traicionar al revoltoso Omega que había extendido un centímetro la mano en su dirección?

Bajó una rodilla al suelo y con eso quedó a la altura de la mirada de Sax, ante su atenta observación, Sax se permitió mostrar un poco del terror que estaba sintiendo, por debajo de todos los otros sentimientos más familiares, a los que estaba acostumbrado.

—Está bien. Si me necesitas, me quedaré. Nunca te voy a dejar solo.

Sax soltó el cuerpo. Solo un poco; Evan Lennox acababa de ganarse una estrellita dorada en la frente. Dos estrellitas.

Entonces volvió a mirar al viejo. Había recuperado la compostura.

—Está bien. Habla. Pero si tus razones de mierda para abandonarme no me convencen, no habrá poder humano ni lobo que me haga reconocerte como nada que no sea otra mierda más y ni siquiera te dirigiré la palabra. 

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