Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

72. Lunes

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By ladyy_zz

Cuando el domingo llegaron a Madrid, fueron directamente a casa de María y Marina, y en cuanto Luisita vio a su hija, volvió a echarse a llorar. No era sólo que la había echado de menos, sino que Eva le hacía ser realmente consciente de que había vuelto a casa, a su hogar. La abrazó tan fuerte que no la soltó hasta al día siguiente, literalmente.

El primer mes que Eva había llegado a su nuevo hogar, la novedad y alegría era tal que la habían dejado dormir muchas veces con ella, pero se habían dado cuenta de que eso, más que ayudarla, estaba causándole cierta dependencia, así que decidieron como norma que ya no podría dormir con sus madres. Sin embargo, esa noche fue a Luisita a la que pareció olvidársele aquella norma, porque metió a su hija en la cama abrazándola sin querer soltarla, pero ni Amelia fue capaz de negarse ni Eva de rechazar aquellos mimos. No la soltó hasta que al día siguiente en la misma puerta del colegio.

Luisita se había tirado la mañana poniéndose al día con su trabajo, y como prioridad, atendiendo el caso de Marcos. Fue a su casa porque, aunque hubieran expulsado a los compañeros que le habían pegado, él seguía recuperándose de aquella fractura de nariz.

Nada más llegar no hizo más que pedir disculpas tanto a su familia como a él, porque seguía sintiéndose responsable de lo que había pasado y les recomendó a una compañera especializada en el acoso escolar, pero Marcos no quiso aceptar aquel cambio. Puede que sus consejos esta vez no hubieran salido bien del todo, pero Luisita había sido la primera persona en la que él había confiado para abrirse y no quería perderla. Esa decisión había hecho mucho ella, ahora volvía a sentirse más segura y volvía a creer en sí misma y en su trabajo.

Cada vez tenía menos notificaciones en su teléfono sobre aquella entrevista, parecía que la gente empezaba a olvidarse. Ella sabía que pasaría en algún momento, porque así era internet, lo que hoy está en boca de todos, mañana sólo era un recuerdo y pasado ni si quiera eso, sólo era cuestión de tiempo esperar a que pasara, pero tenía que reconocer que se le había hecho demasiado largo.

Pero, por fin, todo iba volviendo a su sitio.

Era innegable que aún había una sombra de tristeza en sus rostros tras aquella visita a Zaragoza, porque Luisita aún recordaba la sensación de escuchar las palabras de Dolores, y Amelia aún sentía cómo se había escapado entre sus dedos aquella oportunidad de ampliar su familia. Pero ambas sabían que, como todo, eso también lo curaría el tiempo.

Era ya cerca de la hora de almorzar y Amelia aún se encontraba sentada en el mostrador de la librería organizando los pedidos de el mes que entraba. No podía evitar que ese humor le siguiera acompañando, aunque intentara alejarlo. No intentaba esconderlo, ya no escondía sus estados de ánimos, pero quería que volviera aquella sensación de plenitud cuando estaba segura de que los Gómez eran su única familia. Ahora, al saber que había más pero que no podrían tener relación, había provocado un pequeño vacío en su interior, como el que sentía en Barcelona y echaba tanto a los Gómez que dolía.

No era como si hubieran cortado de raíz absolutamente toda la relación con los Gascón ni borrado sus números, de hecho, habló con Emilia en cuanto volvieron a Madrid para hacerle saber que habían llegado bien, agradecerle de nuevo su hospitalidad y recordarle que sus puertas siempre estarían abiertas para ella. Por ahora, sólo para ella.

Estaba claro que la relación con Dolores se había roto para siempre, aunque tampoco le importaba, en ningún momento hubo una conexión entre ellas como para querer conservarla. Sin embargo, con Salvador... no sólo había llegado a ver en él el padre que siempre quiso, sino que también había visto la esencia de su madre, y eso era lo que había hecho que Amelia quisiera mantenerlo en su vida. Pero no a ese precio, no a costa del bienestar de Luisita, sin contar cómo podría tratar a Eva.

Le dolía su falta de esfuerzo por mantenerla a su lado, por haber callado, pero a pesar de todo, había vivido treinta y dos años sin él y podría seguir haciéndolo, aunque ahora estuviera ese vacío.

Sabía que esa sensación se le iría pasando, con calma y paciencia.

Miró su reloj sabiendo que a esas horas ya no solía haber ningún cliente, pero ella siempre era fiel a su horario y aún faltaba media hora para echar el cierre hasta el turno de tarde. Sin embargo, miraba el reloj esperando a que aquella puerta se abriera y no para dejar paso a clientes, y finalmente, tan puntuales como solían ser, la puerta se abrió y Amelia amplió su sonrisa.

Marcelino entró en la librería con una mano sujetando la de Eva y con la otra sosteniendo la mochila del colegio de la niña. No tenía por qué hacerlo, podrían organizarse de manera en la que pudieran hacerlo ellas, pero es que a él le encantaba recoger a su nieta del colegio. Era su momento del día sólo para ellos, donde el reía divertido de cualquier anécdota sin importancia que le contara entusiasmada Eva y compartía su enfado cuando tenía un día malo.

Para Amelia, verlos entrar en la librería también era uno de sus momentos favoritos del día. Le encantaba esa imagen.

– Hola. – saludó Amelia con una sonrisa.

Pero Eva no contestó, soltó la mano de su abuelo y se metió corriendo en la trastienda.

– Pero bueno, ¿no me saludas?

– ¡Me hago pipi! – se escuchó desde dentro con algo de desesperación, y Amelia se rio.

Se levantó para saludar a Marcelino que la miraba con una sonrisa mucho más dulce de lo habitual, y ella sabía por qué, ya le conocía demasiado bien.

– ¿Qué tal estás? – preguntó Marcelino a la vez que le daba un abrazo.

– Bien. – Amelia se separó para mirarle y su mirada indicaba que no la creía para nada. – De verdad, que estoy bien.

– Siento que no saliera bien lo de tu tío, cariño. Sé que siempre quisiste un padre que te quisiera como te merecías.

Lo miró con detenimiento y pudo ver tristeza en sus ojos, porque quizás, Marcelino sabía lo mucho que había deseado eso mejor que nadie. Lo que él no sabía, es que ella había cumplido ese deseo hacía muchos años sin tan siquiera saberlo.

– Y lo tuve. Para mí, tú siempre fuiste más padre que Tomás, y creo que nunca te lo he agradecido lo suficiente.

– Es que no me tienes que agradecer nada, tú para mí también fuiste siempre otra hija más.

Lo dijo con esa voz entrecortada y ojos brillantes que siempre ponían los Gómez cuando intentaban hacer que algo no les afectaba, pero en realidad, todos los miembros de aquella familia tenían más sensibilidad de la que una se podía imaginar. Quizás, a veces, incluso demasiada.

Se volvieron a abrazar y Marcelino le dio un beso en el pelo antes de despedirse y salir por la puerta mientras Amelia veía como, a la vez que él salía, notaba el vacío de su interior llenarse un poco más.

Tiempo al tiempo.

Escuchó ruido detrás de ella y se giró a tiempo para ver cómo Eva salía de la trastienda secándose las manos recién lavadas en su camiseta.

Amelia la miró recordando la charla que tenían pendiente, y no la de invitar a Isabel a su cumpleaños, ella ya había decidido darse por vencida en ese tema. Sin embargo, Luisita le había contado las últimas novedades de su hija mientras había estado al cuidado de sus tías, y sentía que no podía hacer como si no lo supiera.

– Pajarito, ven aquí un momento.

Eva caminó hacia ella y Amelia la cogió levantándola para sentarla al borde del mostrador, y ella se sentó en la silla frente a ella para quedar a la misma altura. Amelia no pudo evitar ampliar su sonrisa al ver cómo movía sus piernas que quedaban muy lejos del suelo. Se le veía muy pequeña, más de lo que realmente era, y deseó poder mantener esa inocencia muchos años más, pero era evidente que eso no era posible.

– Ayer no pudimos porque mami no te soltaba, pero quería hablar contigo sobre algo. Me ha dicho que les estuviste preguntando a las titas cómo se hacen los bebés, y sólo quería que supieras una cosa. Aún eres muy pequeña y es normal que no lo entiendas del todo, pero conforme vayas creciendo, empezarás a entender algunas de estas dudas y seguramente, te saldrán dudas nuevas, y conforme te vayan surgiendo esas dudas, puedes preguntarme lo que quieras. Sobre tu cuerpo, sobre sentimientos o lo que sea, cualquier cosa, siempre podrás confiar en mí y en mami.

Eva la miraba algo curiosa. Ella sabía que podía confiar en ella, no entendía porque se lo hacía saber si no hacía falta, pero en realidad lo agradecía.

– Vale.

– Así me gusta. Entonces, por ahora, ¿tienes alguna duda de lo que te explicaron las titas?

Amelia la miraba con cautela mientras veía cómo su hija hacia un pequeño repaso mental de lo que había aprendido últimamente. Adoraba a María y a Marina, pero tampoco se fiaba mucho de que hubieran sabido explicarle bien todo.

– Creo que no, sé que como ahora tita María quiere ser mamá y no pueden entre ellas porque son mujeres cis, prefieren adoptar a una niña o niño mayor porque no saben cambiar pañales.

Vale, no se esperaba esa respuesta, así que Eva vio cómo su madre la miraba sorprendida.

– ¿Tita María quiere ser madre? – Eva asintió con una pequeña risita y se tapó la boca. Conocía a su hija, sabía que hacía eso cuando contaba algún secreto. – No sé por qué me da la sensación de que te dijeron que no nos dijeras nada.

– Si, pero a ti y a mami os lo cuento todo.

– Muy bien cariño, y espero que lo recuerdes cuando seas adolescente. – le dijo mientras le revolvía el pelo haciéndola reír. – Aunque esa es la otra de la que quería hablar contigo. Estos días he estado pensando mucho y creo que mami y yo sólo nos hemos preocupado de cuando fueras adolescente porque suele ser la edad más complicada, pero me he dado cuenta de que el colegio también puede ser difícil para tu edad, porque hay niños y niñas que pueden ser muy crueles. Lo que quiero decir es que, si hubiera alguien en el colegio que se metiera contigo, ¿nos lo contarías?

Eva se quedó unos segundos callada y después, simplemente asintió, aunque eso no dejó muy tranquila a Amelia.

– No habrá nadie insultándote o diciéndote cosas, ¿verdad?

– A todo el mundo le dicen cosas, mamá, no hay nadie que no tenga mote.

Amelia se quedó unos segundos estudiándola, porque en realidad, eso ella ya lo sabía, también había sido niña.

– Ya... ¿Y a ti cómo te llaman?

– Stuart Little, porque soy bajita y adoptada.

Hubo unos segundos de silencio donde Amelia se quedó mirando a su hija para ver si lo decía con algún indicio de que aquello estuviera causándole algún dolor, pero no lo parecía, porque lo dijo con total normalidad.

– ¿Por qué no nos lo has contado?

– Porque no es un insulto. No sé, me da igual. Si, soy bajita y sí, soy adoptada y ninguna de las dos cosas me hace sentir mal. Además, Stuart Little mola.

Amelia la miró orgullosa, realmente no podría haber tenido más suerte con aquella niña. Sin embargo, se dio cuenta de que, eso también podía ser un arma de doble filo. A su hija no le afectaba los motes, pero debía enseñarle que no todo el mundo es así.

Estamos demasiado concienciados en tratar a los niños para que no sean victimas del acoso escolar, pero nadie se acuerda de concienciar para que no sean ellos los que acosen.

– Si, mola. – dijo dándole una pequeña sonrisa. – Eres lista, Eva, úsalo para darte cuenta de que nadie es mejor que tú, pero nunca lo uses para hacer sentir a otros que son menos. No sólo no tienes que permitir que nadie te haga sentir mal, también tienes que tener cuidado tú con hacérselo a otros, porque quizás lo que para ti es una broma o algo sin importancia, para los demás es un mundo, y eso le pasa a muchísima gente. Quizás a ti no te moleste que te llamen así, pero igual a otros no les gusta sus motes, les hacen sentir mal, inseguros, y podemos llamarlos continuamente de esa manera sin darnos cuenta del daño que les causamos. No todos los que nos hacen sentir mal son malas personas, a veces, nosotras mismas lo hacemos sin pensar cuánto puede significar para la otra.

Eva se quedó callada pensando, porque en realidad, si que se había dado cuenta de eso,. Se había dado cuenta de que a veces, cuando a otros les decían sus motes, se enfadaban, pero no se había parado a pensar en el por qué. Quizás su madre tuviera razón, porque no pensaba que sus amigas ni ella fueran malas, pero si decían esos motes. Quizás, aunque para ella fuera una tontería, sí que tenía importancia.

A lo mejor tendría que decírselo a sus amigas, quizás ellas tampoco se estuvieran dando cuenta de lo que sus palabras podían causar en otros. Quizás sus padres y sus madres no se habían sentado a hablar con ella y contárselo como lo estaba haciendo Amelia.

Volvió a mirar a su madre y, a pesar de la pequeña sonrisa que tenía, podía seguir viendo en sus ojos miel esa pequeña tristeza que arrastraba desde que ayer volvió de Zaragoza.

– ¿Como tu tito? Por su culpa ahora mami y tú estáis tristes.

Amelia suspiró porque si quería que su hija aprendiera la lección, no podía engañarle, sobre todo cuando en la voz de su hija se notaba que a ella también le afectaba ese estado de ánimo.

– Mami está triste porque ha acumulado muchas cosas. Ella también es lista, y una mujer fuerte que puede con mucho, pero nadie puede con todo. Por eso siempre te decimos que hay que hablar y sacar lo que te pasa por dentro, porque si no llega un punto que explotas, como le ha pasado a mami. Pero no te preocupes que mañana para tu cumple volverá a ser la de siempre. Y en cuanto a mi... sólo estoy un poco decepcionada porque las cosas no han salido como yo quería, pero no me arrepiento, porque siempre hay que darle una oportunidad a todo el mundo. Pero tienes razón, es como mi tío, no es mala persona, pero tanto él como yo hemos hecho sentir mal a mami este finde por no darnos cuenta que lo pasaba mal.

Eva se quedó pensando en la respuesta, porque ahora sabía que Amelia también había contribuido en la tristeza de Luisita, así que entonces si que era verdad que podemos hacer daño a otros sin querer, porque si algo sabía era que ninguna de sus madres era mala persona

– Entonces, ¿Siempre hay que dar otra oportunidad?

– No, siempre no. Creo que las dos sabemos que hay gente que no merece la pena que le demos oportunidades, pero eso está en ti. Tienes que aprender a saber quien merece la pena otra oportunidad y quien no.

Eva sabía que era verdad, las dos habían tenido una infancia que les había demostrado que había gente que no merecía ni media oportunidad, pero no quería tener que vivir todo lo que vivió una vez para que la vida le demostrara que alguien no merecía la pena.

– ¿Cómo?

– Pues, en nuestro interior existe una vocecita llamada instinto, que nos advierte del peligro.­

– ¿Como Pepito Grillo?

– Exacto. – rio Amelia ante la referencia. – Todas tenemos un Pepito Grillo en nuestro interior, esa voz de la conciencia que nos dice qué está bien y qué mal. Pues en este caso, cuando dice la verdad o miente, si realmente está arrepentida o si es probable que te vuelva a decepcionar de la misma manera. El peligro está en que, perdonar demasiadas veces a alguien, nos puede destruir porque por cada decepción nueva, es una herida más. Saber hasta qué punto perdonar a alguien es una de las cosas más difíciles que hay.

– ¿Y cómo lo sabes tú?

– Pues, para mí, creo que hay que dejar de luchar por otra persona cuando ves que esa persona ya no lucha, ni hace el intento de quedarse a tu lado y le da igual hacerte daño.

Eva se quedó mirando a su madre dudando en si hacer la siguiente pregunta o no, porque era algo que últimamente venía mucho a su mente. Sabía que podía confiar tanto en Amelia como en Luisita para esa duda, sabía que ambas le contestarían con sinceridad, pero era el miedo a la respuesta lo que le había impedido preguntarlo antes.

Agachó su cabeza y, sin levantarla, por fin le dio voz a sus miedos.

– ¿Y mi madre?

A Amelia se le encogió el corazón, porque Eva casi nunca se refería a Isabel ya como su madre, porque sabía que intentaba desvincularse de ella lo máximo posible, sólo lo hacía cuando cuando necesitaba que Amelia y Luisita no la protegieran como una hija, sino que le dijeran la verdad como lo harían dos personas que fueron testigo de aquella época.

La ojimiel no le importó que la llamara así, ni mucho menos se le ocurrió corregirla. Isabel era su madre, eso era un hecho, y ni Luisita ni ella habían intentando nunca quitarle aquel título. Que siguieran refiriéndose a Isabel como su madre y que Eva lo sintiera así, no iba a hacer que fuera menos hija para ellas ni iba a interferir en su relación. Cuantas más madres tuviera su hija, más amor recibiría. El problema estaba en que Isabel no siempre le había podido transmitir ese amor, porque se había centrado demasiado en mantener a sus parejas como para hacerle caso a su hija.

No supo cuidarla, y ellas sólo quisieron darle ese hogar que merecía, no arrebatarle a su madre de su lado.

Amelia le puso la mano en la barbilla a Eva para hacerle levantar la cara y que la mirara bien a los ojos.

– Tu madre luchó por ti, cariño, muchísimo. Pero se dio cuenta que el hacer que te quedaras a su lado es lo que realmente te hacía daño, y te quería demasiado para hacerte pasar por eso. A veces, amar consiste en dejar ir.

– ¿Y tú crees que ella merece otra oportunidad?

– Da igual lo que yo crea, me he dado cuenta de que lo importante es lo que tú sientas. Cada una tenemos nuestra percepción de la realidad, a lo mejor para mi lo perdonable para ti no lo es. Como te he dicho, eres lista, tú también descubrirás tu propio método para saber cuándo alguien merece la pena y cuándo no.

Eva se quedó en silencio unos segundos y terminó de sincerarse.

– No quiero que venga mañana a mi cumple, pero... podemos ir a merendar este finde.

Isabel sólo estuvo una vez con los Gómez y no salió precisamente bien, ya que la madre biológica de la niña de encontraba en un estado de embriaguez que apenas le permitía hablar. Nadie la juzgó porque todos sabían que el alcoholismo era una enfermedad infravalorada, pero Eva sintió cómo le recorría la vergüenza y el enfado por su cuerpo. Desde entonces, no habían vuelto a juntarse a petición de la niña, aunque de eso hubiera pasado más de un año y ya Isabel llevaba meses sobria.

Luisita le explicó a Amelia que a veces, los niños y niñas en acogida o adoptados que seguían manteniendo relación con su familia biológica, no les gustaba juntar a esas dos partes, porque los Gómez representaban estabilidad y seguridad, e introducir en ellos de nuevo la vida de la que habían escapado, les provocaba ansiedad al pensar que el pasado podría contaminar el presente.

Si, Isabel ya no era la misma, Luisita la había visitado varias veces en las charlas de alcohólicos anónimos y cada día estaba mejor y, por lo que habían descubierto, ahora tenía una pareja nueva que, comparándolo con los anteriores, era todo un príncipe y Amelia sabía que si viniera al cumpleaños, Eva tendría una tarde perfecta con todas las personas que la quieren. Sin embargo, como le había dicho a la niña, daba igual lo que ella pensara, lo importante era el bienestar de su hija.

– Estoy segura de que estará de acuerdo. – le dijo con una sonrisa orgullosa.

– Y si Isabel no quiere, podemos ir al cine con mami.

Amelia se rio dándose cuenta de cómo si hija volvía a referirse a ellas como sus madres y volvía a levantar un pequeño muro entre ella e Isabel. Con lo pequeña que era aún, estaba aprendiendo muy bien cuándo ser vulnerable y cuando protegerse del mundo, y sabía perfectamente de quien estaba aprendiendo aquello porque ella había aprendido de la misma persona.

– Además de inteligente, eres fuerte. ¿Sabes que eso lo has sacado de mami?

Ambas sabían que era imposible, pero Amelia lo dijo con tanta sinceridad que Eva decidió aceptarlo, porque ella también quería creerlo, así que asintió con una sonrisa.

Amelia le dejó un beso en la frente y le ayudó a bajarse del mostrador. Miró su reloj y se dio cuenta de que ya había pasado la hora del cierre y que probablemente Luisita ya las estuviera esperando en casa.

Eva cogió la mochila donde la había soltado su abuelo y vio cómo su madre se tocaba los bolsillos buscando algo.

– ¿Dónde estarán? – murmuró Amelia.

– ¿Has vuelto a perder las llaves?

– No, tienen que estar por aquí.

– Mami se va a enfadar.

– No se va a enfadar porque no las he perdido. – Eva intentó aguantar la risa al imaginarse la cara de Luisita y Amelia suspiró cansada de estar siempre jugando al escondite con sus llaves. – Déjame buscarlas dentro, quédate aquí mientras tanto.

Eva asintió y se sentó en la silla detrás del mostrados mientras Amelia se perdía tras la puerta de la trastienda. Cogió un bolígrafo y un folio que había en la mesa, sin mirar tan siquiera si era importante o no, y se puso a dibujar pequeñas mariposas.

Pero entonces, las campanitas que estaban encima de la puerta sonaron anunciando que alguien entraba en la librería.

Eva no solía estar sola en el local, pero alguna vez mientras sus madres estaban al teléfono o ateniendo a otros clientes, ella había tenido que atender también y le habían enseñado cómo hacerlo. Bueno, al menos, le habían enseñado a entretener a los clientes lo suficiente hasta que Amelia tuviera tiempo de atenderles, pero sabía arreglárselas bien.

Un hombre de más o menos de la edad de su abuelo Marce entró en la tienda y detuvo sus pasos al verla. Eva lo estudió unos segundos con una sensación extraña, porque aunque no lo hubiera visto en su vida, al mirar a sus ojos tenía una pequeña sensación de familiaridad. Quizás fuera porque esos ojos eran del mismo color miel que los de su mamá.

– Buenas tardes, bienvenido a la Librería Luna de cartón. ¿En qué puedo ayudarle?

El hombre pareció salir de ese trance donde había entrado y empezó a caminar hacia ella hasta quedar frente al mostrador.

– ¿Eres Eva? – ella le miró desconfiada sin estar muy segura de poder decir o no su nombre, y él se dio cuenta. – Estaba buscando a tu madre.

– ¿A cuál?

Salvador se rio levemente y Eva siguió mirándolo, y ahora a la desconfianza se había añadido un poco de incomprensión.

– A Amelia.

– ¿Es usted un cliente?

– No

– Entonces no puedo hablar con usted.

– ¿Por qué?

– Mis madres no me dejan hablar con desconocidos.

Eva cruzó sus brazos y apretó los labios, en señal de que no seguiría hablando, pero eso sólo causó otra pequeña risa en ese hombre.

– Que bien educada. Entonces en ese caso sí, soy un cliente.

Por supuesto que ahora no le creía, pero sus madres le habían enseñado a que había que atender con una sonrisa a todos los clientes, así que, decidió callar a su Pepito Grillo y volver a la actitud del principio.

– ¿En qué puedo ayudarle? – volvió a preguntarle en el mismo tono que antes.

Salvador se quedó callado unos segundos mirando a su alrededor y finalmente, pareció que se le había ocurrido una idea.

– Estaba buscando un libro para mi sobrina nieta. No la conozco aún y quiero causarle buena impresión, ¿cuál me recomiendas?

– ¿Qué le gusta?

– No lo sé. ¿Qué te gusta a ti?

Eva se quedó pensativa y finalmente se levantó de la silla para dirigirse a una de las estanterías. Se puso de puntillas para coger un libro en concreto, pero no llegaba.

– Ese. – señaló de puntillas con mucho esfuerzo.

Salvador lo sacó de la estantería y estudió su portada.

– ¿Sobre el espacio? – preguntó curioso.

– Si. Cuando era más pequeña me gustaban mucho los animales y sobre todo las jirafas, pero desde que fui al zoo me dio mucha pena. Ahora me gusta más el espacio, donde no hay jaulas.

Salvador se dio cuenta de que el final de aquella frase estaba teñida de tristeza y, mientras la niña seguía mirando la portada de aquel libro, él se permitió estudiarla unos segundos. Parecía más pequeña para la edad que tenía, pero sus ojos decían otra cosa. Luisita tenía razón, ese color verde esmeralda era increíblemente, pero lo que no le contó la rubia era todo lo que decían. Llevaba años sin estar cerca de una niña, de hecho, podría jurar que la única niña con la que fue cercano fue su hermana, y a diferencia de la inocencia que había en los ojos de Devoción, esa que le habían inculcado como parte de su educación, esa en la que debía creer que ella era una indefensa princesa que debía ser rescatada, en los ojos de Eva había una madurez que le decía que aquella niña había aprendido demasiado rápido en su corta vida.

Se le hizo un nudo en la garganta, pero como se dio cuenta de que la niña seguía mirando el libro con algo de tristeza, quiso cambiar de tema.

– ¿Y qué quieres ser de mayor? ¿Veterinaria o astronauta?

– No lo sé, pero mami dice que da igual lo que quiera ser, pero que lo que decida tengo que luchar por conseguirlo sin rendirme.

– Tu mami es muy inteligente. Ojalá mi madre hubiera sido así, tienes mucha suerte.

– Pues si, tiene una madre que vale su peso en oro. – dijo una voz a sus espaldas.

Amelia estaba junto al mostrador con los brazos cruzados, queriendo mostrar firmeza, pero era evidente que estaba nerviosa. Eso sólo agrandó el nudo de la garganta de Salvador.

– Sus dos madres lo valen. – corrigió Salvador, viendo cómo Amelia tragaba saliva.

El silencio se hizo en la librería y Eva no hacía más que mirarlos, y de repente, le fue imposible negar sus parecidos físicos, y fue como si todo encajara.

– Tú eres el tito de mamá.

Salvador sonrió y se agachó a su altura.

– Me llamo Salva, encantado. – dijo extendiéndole la mano, pero Eva sólo la miró, sin ninguna intención de aceptarla, porque su cara se había convertido en enfado.

– Por tu culpa mi mami ha llorado.

– Eva. – cortó seria la ojimiel a su hija.

Su hija la miró y era curioso cómo con una mirada Amelia podía transmitirle todo el amor del mundo, y otras veces, regañarla sin que hicieran falta más palabras. No era mentira, de hecho, lo que Eva no sabía es que no sólo su mami sino también su mamá había llorado por culpa de aquel fin de semana, pero aun así, Amelia no quería que su hija aprendiera a faltarle el respeto a nadie.

– Vete a la trastienda mientras hablo con Salvador.

– No, quédate. – interrumpió él. – Supongo que a ella también le debo una disculpa.

Eva dejó el libro en la mesa más cercana y se acercó hasta su madre para quedarse junto a ella.

– ¿Para eso has venido? ¿Para pedir perdón? – preguntó Amelia aún en esa pose defensiva.

– Si.

– ¿Y has venido tú sólo desde Zaragoza para eso?

– He venido con mi mujer que me está esperando en el hotel y seguramente no me deje volver sin ganarme antes tu perdón.

– Así que lo haces porque te lo ha pedido Emilia. – acusó sin importarle como pudiera sentarle a él.

Salvador se quedó unos segundos callado, como si estuviera intentando organizar sus palabras, como si no se hubiera tirado todo el camino hasta Madrid pensando en qué le diría.

– No, lo hago por mí. Yo... lo siento muchísimo, Amelia. Para mí, es normal que mi madre me hable así y no me di cuenta de cómo también lo hace con los demás y de lo mal que puede hacer sentir si no estás acostumbrado.

– Ya, o sea que la culpa es nuestra por no estar acostumbradas a que nos humillen.

– No quería decir eso. – murmuró.

– ¿Te das cuenta de que no somos las únicas aparte de ti a la que trata así, verdad? Y apuesto a que por muy acostumbrada que Emilia esté, también le hace daño.

– Lo sé, no la merezco.

– No, no la mereces.

Salvador agachó la cabeza y Amelia se dio cuenta de que estaba siendo demasiado dura, pero es que no pudo evitarlo. No quería tratarlo mal, pero no podía dejar de pensar en todas las palabras de desprecio que habían recibido, sobre todo su pitufa.

– He venido aquí para deciros que tenéis razón, que no debería dejar que me trate así, ni a mí ni a nadie, pero... No sé cómo hacerlo.

Y esa frase, esa incomprensión, esas ganas de salir de su propia cárcel le recordó demasiado a su madre, y el pecho de Amelia se hundió.

– Sé que con una sola conversación no voy a conseguir convencerte y es normal, pero necesito que me des otra oportunidad para demostrarte que mis intenciones son sinceras y que quiero luchar por ti. Por vosotras. Sólo te pido una oportunidad más para demostrarte que no soy como... como él.

Sabía que se refería a Tomás, sabía que sus intenciones eran buenas y que tenía ganas de intentarlo, de estar para ella y recuperar los años perdidos. En otras circunstancias, Amelia habría aceptado, se habría arriesgado a que otra vez volvería a salir mal, pero entonces miró a su hija, cuya cara era difícil de descifrar, pero estaba claro que lo que decía Salvador le estaba haciendo mella. Volvió a mirarle a él y sus ojos se humedecieron.

– No puedo. – se limpió rápidamente la lágrima que se había deslizado por su mejilla. – Y no digo que no quiera, sólo que no puedo. Me he tirado toda la vida sola sabiendo que las consecuencias de mis actos sólo me afectaban a mí, pero ya no, ahora tengo una mujer y una hija a la que no puedo dejar que vuelva a afectarles esto, porque no se merecen volver a sufrir por mis decisiones.

– Amelia, por favor. Ya la perdí a ella, no quiero perderte a ti también. – respondió entrecortadamente.

La ojimiel estudió a su tío y vio que sus ojos se habían humedecido totalmente. Era la primera vez que lo veía así, aunque en realidad, quizás fuera la primera vez que él se mostraba así de vulnerable delante de alguien. Sabía que se estaba esforzando, sabia que estaba siendo sincero, pero... no podía. Simplemente no podía.

– Mamá... – susurró Eva. – Yo creo que dice la verdad.

Amelia miró a su hija, y sus ojos eran algo suplicantes, y entonces, se dio cuenta de que de nada servía darle mil charlas si no le dejaba a tomar decisiones. No podría tirarse su vida protegiéndola, y aunque aun fuera pequeña y aun quedara mucho para que la dejara volar sola, tenía que enseñarle a ir desplegando sus alas.

– Está bien. – la cara de Salvador se iluminó pero ella le interrumpió antes de que pudiera agradecerle nada. – Pero, nosotras somos una familia y todas tenemos voz y voto. Acepto tus disculpas, pero no soy la única que te tiene que perdonar. Tanto Eva como Luisita tienen que querer también, y la decisión tiene que ser unánime.

El se quedó en silencio unos segundos, pero finalmente sonrió levemente.

– Está bien, me parece justo.

Se acercó a ellas y volvió a agacharse a Eva, la cual ahora sostenía con fuerza la mano de su madre.

– Quizás no hemos empezado con buen pie, pero quiero que sepas que me gustaría mucho que me dieras una oportunidad para enseñarte que no soy tan malo, que he cometido errores, pero que estoy dispuesto a cambiar y a formar parte de vuestra familia.

Eva se quedó unos segundos en silencio estudiando a aquel hombre, pero, ¿cómo podría desconfiar de él si tenía, no sólo los ojos de su mamá, sino también la misma mirada dulce? Su voz interior le decía que tenía que darle otra oportunidad.

– Sé que no eres malo. – murmuró Eva para el alivio de él.

– Entonces, ¿me perdonas?

Tras unos segundos de incertidumbre, asintió y él no pudo evitar abrazarla con fuerza, haciendo que Amelia sonriera por primera vez.

Salvador se levantó mucho más animado, con un gran peso quitado.

– Vale, me falta sólo Luisita.

– Si, nos está esperando para comer. Os invitaría a ti y a Emilia, pero... no quiero que sea una encerrona. Quiero contarle que estáis aquí y que decida ella si quiere quedar o no.

– Está bien, lo entiendo. Podemos quedar mañana si queréis.

– Mañana no podemos, es el cumpleaños de Eva.

– Ya... bueno, cuando sea. Me quedaré por Madrid y cuando ella quiera, aquí estaremos.

Amelia estaba empezando a asentir cuando la voz de su hija dejó a ambos sorprendidos.

– ¿Quieres venir a mi cumple? El abuelo Marce siempre hace una tarta muy grande, seguro que hay para todos.

Salvador la miró sin saber qué decir, así que miró a Amelia en busca de una aprobación.

– ¿Estás segura, pajarito? – preguntó algo preocupara porque sintiera algo presión, pero su hija parecía más que contenta. – Bueno, igualmente, quedamos antes para que hables con Luisita, y si ella quiere, seréis más que bienvenidos.

Salvador no pudo contener más la emoción y dejó salir aquella lágrima que llevaba amenazando por deslizarse por su mejilla desde que había empezado la conversación. Abrazó a Eva con fuerza, la cual correspondió con la misma energía, y luego se levantó del suelo para abrazar a su sobrina.

– Gracias. – le susurró a Amelia en el oído.

El cuerpo de la ojimiel tembló y no podría decir muy bien el motivo, porque había demasiadas emociones en ella. Entendería si Luisita no quiera volver a saber nada de Salvador, no se lo reprocharía, pero tenía que reconocer, que ese abrazó estaba llenando ese vacío en su interior mucho más de lo que jamás habría pensado.


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Me paso por aquí para deciros que el próximo capítulo será el último🥺

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