Nadie sabrá lo que fuimos ©

By GonzaloLuduena

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«Era cuestión de tiempo para que todos lo supieran». *** Woody tiene... More

Reparto
Nota de autor
¡Bienvenida!
Prólogo
Capítulo 1
Woody
Lunes 22/3/2021
Capítulo 2
Woody
Capítulo 3
Lunes 22/3/2021
Capítulo 4
Jueves 25/3/2021
Woody
Capítulo 5
Jueves 25/3/2021
Capítulo 6
Lunes 29/3/2021
Capítulo 7
El Globo (por Harry Müller)
Lunes 10/5/2021
Capítulo 8
Martes 11/5/2021
Capítulo 9
Lunes 5/4/2021
Capítulo 10
El Globo 2
Woody
Capítulo 11
El Globo
Woody
El Globo
Capítulo 12
Capítulo 13
Viernes 21/5/2021

Woody

50 12 20
By GonzaloLuduena

Día 19: Miércoles 19/5/2021

—Woody, tenemos problemas graves.

La voz de Chris habló asustada del otro lado del teléfono y el silencio se adueñó de la línea. Tuve el impulso de preguntarle dónde estaba —después de todo, había salido a la mañana temprano y ni siquiera había regresado para desayunar—, pero me contuve. Sabía que una salida rebelde de adolescente no entraba dentro de la categoría de "problemas graves". Debía haber algo más.

—Joder, ¿en qué mierda te has metido, Chris?

Del otro lado se escuchó una interferencia y un titubeo. Chris suspiró y se sorbió los mocos mientras intentaba encontrar las palabras indicadas para arrojar la bomba de la verdad. Las encontró demasiado pronto.

—Nora ha desaparecido.

Estoy seguro de que Chris esperaba otra reacción. Esperaba que yo me levantara de mi asiento y le gritara al aparato como un desquiciado, esperaba oír mi voz preocupada  y algunos insultos originales. Pero no hice nada de eso. La partida de Nora me dolía, pero no me sorprendía en absoluto: ella me había dicho la verdad y había cumplido su palabra. Su partida solo me hacía sentir culpable. Culpable por no haberle contado la verdad a Chris cuando se suponía que éramos un equipo.

Yo estaba a punto de abrir la boca para esbozar alguna explicación cuando Chris remató su frase.

—Y Robin también.

—¡¡Mierda!! ¡¡Recontramierda!! Scheisse! Verdammt!

—Sé que esto te sonará raro —continuó Chris, con la poca entereza que le quedaba—, pero Robin fue al bosque para llevarla a su casa. Y no regresó.

El silencio se extendió entre ambos, solo interrumpido por las intromisiones de unos torturantes grillos. Uno de ellos llegó a mis pies y disfruté de decapitarlo con la zapatilla. No tenía tiempo para jugar al proteccionista de animales.

Chris se aclaró la garganta, en una inequívoca señal de que tenía algo más para decir. Mucho más.

—¿Sabes? Las encontré a punto de salir, y Robin no tuvo más remedio que contarme sus planes. Intenté arrancarle alguna palabra más y me ofrecí a ayudarla, pero ella ni siquiera confió en mí. Yo no insistí. Perdóname. No quería que pensara que me estaba volviendo demasiado tóxic…

—Está bien, está bien, deja la paranoia un momento. Vayamos al grano: ¿a qué hora pasó todo esto?

—A las diez de la noche.

—Hija de puta —murmuré.

Robin me había engañado y había huido antes de confesarme la verdad. Ahora había sido absorbida por la niña y estaba condenada a vagar indefensa por la inmensidad del bosque.

Recordé la marca de la mano en el cuello de Nora y me estremecí. ¿Y si esta vez el enemigo iba mucho más allá?

—¿Cómo dices? —preguntó Chris y me obligó a regresar a la realidad.

—Nada, nada. Solo insultaba a la vida.

—De acuerdo, volvamos a lo nuestro.

—¿Tú también tienes miedo? —Hice la pregunta que ninguno se había atrevido a formular—. Porque yo sí. Y estoy preocupado. Muy preocupado.

Chris abrió la boca para darme esperanzas, pero se arrepintió. No podía engañarse, no podía fingir que las cosas estaban mal y que pronto estarían peor. Su voz quebradiza le jugó en contra mientras intentaba articular las primeras palabras.

—¡Carajo! ¡Claro que tengo miedo! ¡Me estoy cagando en las patas! Robin no contesta mis mensajes ni tampoco atiende el teléfono. Le envié cincuenta y cinco textos, la llamé noventa veces y nada. Además, intenté localizar su teléfono y me dice que no hay señal. 

—¿Los padres de Robin lo saben?

—No lo sé. Aún no me animé a preguntarles. Deben de estar en el trabajo y no quiero preocuparlos. Después de todo, solo ha estado fuera una noche.

Noté un leve titubeo en su voz, titubeo que Chris quiso ocultar con una carraspera. Podríamos estar distanciados, pero los límites físicos no me impedían leer a las personas.

—Y no nos olvidemos de Nora —agregué a quemarropa.

Un suspiro se oyó a cada lado de la línea. Me dolía reconocerlo, pero la pequeña desconocida era la causante de todo ese desastre. Si Robin no hubiera confiado en ella, las cosas hubieran sido diferentes. Si no hubiera sido por Nora, Robin estaría a salvo.

—Nora —murmuró Chris—. Nora tiene que ser nuestro secreto.

Fue como si alguien trazara cicatrices en mi corazón y luego me apuñalara en cada una de ellas. Mi pecho se estrujó y un fuerte dolor por encima del tórax me incomodó durante un buen rato. Respiré despacio y, poco a poco, la calma regresó. Tenía toda la espalda sudada.

—Mira —continuó Chris, que ya comenzaba a acostumbrarse al monólogo—, es probable que la policía nos interrogue y que la situación se vuelva peligrosa. Tú sabes que es ilegal esconder a una niña en tu casa y no reportar su desaparición. Por eso nadie puede saberlo, ¿entiendes?

—Nadie sabrá lo que hicimos —respondí algo temeroso—. Nadie sabrá lo que fuimos.

—Entonces, ¿quién es Nora?

—¿Nora? No sé quién es.

—Perfecto. —Chris dio dos aplausos desganados del otro lado del tubo—. Aprendes rápido.

—Gracias. Ahora dime… ¿dónde estás?

—En casa de Robin. No hay nadie y yo tengo una copia de su llave. Digamos que es…

—Una copia ilegal.

—Iba a decir "un regalo de Robin para poder ir a su casa cuando quisiera".

—Repítelo hasta que te lo creas.

Hubo un breve silencio, silencio que le sirvió para cambiar el tema de conversación. La seriedad se adueñó de su garganta y Chris dijo:

—Sid, ven cuando puedas. Hay algo importante que te quiero mostrar.

La llamada murió, pero no así mi curiosidad. Cinco minutos después me encontraron teléfono en mano, rumbo a la casa de Robin. Mis pies golpeaban contra la gravilla y generaban un sonido ambiental que acompañaba mis pensamientos. Eran pensamientos fatalistas, cargados de miedo y de curiosidad.

Casi no podía creer que dos personas hubieran desaparecido el mismo día. Casi no podía creer que Chris hubiera regresado a la época del secretismo, a una de sus peores etapas de la preadolescencia. Solo que ahora esos secretos resurgían con una fuerza diferente, casi macabra. Ahora no le mentiría a su madre: le mentiría a la policía.

En casa de Robin, me recibió la peor versión de Chris: párpados caídos, lunas negras debajo de los ojos, labios entumecidos y el blanco de los ojos color rojo fuego. Tenía ese pijama de hace más de cinco años que le quedaba chico y un ligero temblor en la mano derecha. Su sola presencia evocaba malos presagios.

Amagó con saludarme cuando me le acerqué, pero todo acabó en el amague. Yo tampoco rompí aquel pacto de mutua indiferencia. Solo me limité a seguir sus pasos, pasos que se perdieron por la puerta principal y me condujeron a la boca del lobo.

El interior de la casa de Robin era minimalista pero confortable. Apenas había adornos en las paredes, aunque los pocos que colgaban les daban un toque especial. Tampoco había mascotas: sus padres siempre habían sido muy asquerosos con el pelo animal y eran muy tacaños como para alimentarlos. Todo el lugar estaba impregnado de silencio, por lo que nuestras respiraciones eran lo único que rompía la monotonía de la inactividad.

Una mochila descansaba sobre la mesa de la sala y dejaba ver algunos elementos que sobresalían de ella. Hacia allí nos dirigimos. Chris hundió la mano en su interior y me dijo:

—Toma.

Ponerse dos guantes de goma antes de inspeccionar una casa no era un buen indicador. Tampoco lo era el pedido de Chris: no tocar nada que no fuera necesario.

Subimos las escaleras rumbo a la habitación de Robin y nos recibió una instantánea que le mostraba al mundo la hermosa pareja que habían formado. De soslayo, noté que Chris intentaba acariciar la fotografía. Pero solo fue eso, un intento que no llegó a consumarse. En mi mente resonaban sus instrucciones: "No toques nada que no sea necesario".

—Entra.

Chris accionó el picaporte con delicadeza y ambos entramos de lleno en la habitación de su novia. Todo estaba tan estático, tan mudo y tan ordenado que hasta me dio miedo de mover el aire de lugar. Incluso la cama —que, según Chris, siempre era un desastre— era una oda a la prolijidad. Aquello indicaba que Robin sabía lo que hacía, que sabía que quizá no iba a regresar a casa.

—Esto es lo que quería mostrarte. —La voz de Chris me recordó cuál era nuestra misión.

Pestañeé dos veces para recuperar la concentración y seguí el ritmo de sus movimientos. El cajón de la mesa de la noche se deslizó sobre sus manos y, entre medio de varias pastillas, apareció un pequeño papel que contenía un número de teléfono. Tardé menos de tres segundos en reconocerlo, pero Chris ni siquiera pareció notarlo.

—Intenté llamarlo, y nadie cont… —Por fin, sus ojos se toparon con los míos y mi expresión me traicionó en medio segundo—. Lo conoces.

No había atisbos de duda en su voz: Chris era certeza absoluta. Yo me refugié en el silencio un momento mientras pensaba cómo le explicaría esa larga cadena de casualidades. Su respiración se volvió más densa al tiempo que su cuerpo se empezaba a hinchar. Si le hubiera acercado una aguja en ese momento, habría reventado.

—Es el número de Noah.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Era verdad. He batallado por memorizar muchos teléfonos cuando era pequeño, pero mi memoria jamás cooperó. Ni siquiera sé el número de Brayden o el de Sien: solo el de mi mejor amigo, el de mi ex mejor amigo. Ahora diez dígitos eran la clave para resolver el misterio.

—No vuelvas a llamarlo —le ordené—. Este hijo de puta es más problemático de lo que parece.

Sí, acababa de llamar "hijo de puta" a mi ex mejor amigo. Quizá en otra ocasión tendría tiempo para retractarme, pero ahora debíamos apurarnos si queríamos salvar a Robin.

—Vamos al bosque. Te explico en el camino.

No hubo mayores discusiones. Chris se limitó a guardar todo en su lugar antes de salir.

Una canción pegadiza comenzó a resonar en mi mente y usó cada rincón de mi cerebro como caja de resonancia. Aún no sabía cómo sentirme al recordar la voz de Nora.

En el bosque hay una casa.

En la casa, y en el interior de una mochila, había una computadora, un teléfono celular, una muda de ropa, un par de zapatillas, unos auriculares y un libro de los hermanos Grimm. Todo estaba en su sitio pero, aun así, Chris sentía que faltaba algo. Para mí, era pura paranoia.

Un ciervo mira por la ventana.

Como dos ciervos inocentes, nos desviamos rumbo al bosque, que ya empezaba a dibujarse en el horizonte. Nuestros pasos eran los de un cordero rumbo al matadero.

Un conejo viene corriendo…

Tuvimos el impulso de correr, pero yo nos detuve a tiempo. "Llamaremos demasiado la atención", le dije. Chris asintió y reemplazó el enérgico trote por unas veloces —aunque no menos trémulas— zancadas. Yo avancé por detrás, con la vista fija en las tiras bamboleantes de su mochila. Nuestros rostros estaban desfigurados, eran los vestigios de lo que algunas vez habían sido.

… y llama a la pared.

En lugar de paredes, el barrio privado de Noah estaba rodeado de unos alambres altos que intentaban parecer amenazantes. Nos había costado trabajo encontrarlo, pero un celular con GPS y datos móviles había sido más que suficiente para vencer los obstáculos. Enfrente de nosotros se alzaban unas majestuosas construcciones que nos sonreían arrogantes desde el otro lado.

"¡Socorro! ¡Socorro! ¡Gran desamparo!

No había alarmas ni desamparo en la casilla del guardia: solo un tipo gordo que estaba frente a la computadora y simulaba teclear algo, aunque todos sabíamos que estaba distraído con el Buscaminas o el Candy Crush. Me permití esbozar una sonrisa. Superar a ese tipo no sería una odisea.

¡El cazador me quiere matar!".

Unas cintas de peligro rodeaban una parte del perímetro y le daban la esencia típica de una escena del crimen. Si la policía pensaba que podrían espantar a los ladrones con un poco de plástico barato, estaba muy equivocada. Nosotros éramos los ladrones y sus cintitas de mierda no nos detendrían.

—Por aquí.

Chris me señaló un sitio que tenía un pequeño agujero en la tierra y hacia allí nos dirigimos. Segundos después, el alambre cedió ante la presión y un breve espacio se abrió entre ambos lados. Pasamos sin grandes inconvenientes.

Todo lo demás conservó su preocupante quietud a medida que avanzábamos. Incluso el segurata, que aún tenía la cara pegada a la pantalla.

—¿Recuerdas cuál es la casa? —preguntó Chris, más optimista de lo habitual.

—Por supuesto. Vine aquí hace dos mil años y nunca tuve nada mejor que hacer.

—Te haré vomitar luego el payaso que te comiste, gracioso —remató Chris con un típico gesto de hartazgo—. Ahora coopera.

Nos adentramos en el camino principal sin temor a que nos descubrieran y comenzamos a actuar como dos adolescentes normales.

Un rastro de cenizas apareció a medida que avanzábamos. Nuestros cuerpos se encaminaron tras él y sortearon casas inmensas separadas por terrenos inmensos. La marca del fuego subía por una pendiente y coqueteaba con algunas dependencias y con los restos de hierba chamuscada.

El panorama ennegrecido solo me generaba malos presentimientos. Por un momento esperé —y a la vez no— encontrarme con los restos de un cadáver, de una víctima de semejante crueldad. Por suerte, nada de eso ocurrió.

—Es increíble que sean las diez de la mañana y me tiemblen las patas de este modo —protestó Chris, cuyas respiraciones eran cada vez más fuertes.

—Guárdate la caca un rato —le ordené—, que allí está la casa.

"Casa" era una forma elegante de llamar a esa estructura de madera quemada que apenas soportaba los embates del viento. No quedaba nada en el interior, salvo una pequeña pila de cenizas. Tampoco había nadie, como era de esperarse.

Nuestras miradas se desviaron por instinto hacia las demás construcciones, en busca de indicios humanos. Lo único que rompía el monótono patrón de césped quemado junto a césped quemado era una inmensa casa de tres pisos y más de cien metros cuadrados.

—¿Crees que…

—Tienen que haberse mudado —intervine para no perder el tiempo—. Quizá estén aquí.

Yo portaba la determinación; Chris, la duda. De pronto, el adolescente maduro era yo. Fue por eso que tomé el control de la situación y decidí cuál sería nuestro plan.

—Rodearemos la casa para conocer un poco el terreno. Tú identificarás las cámaras de seguridad y yo, los sitios vulnerables. Ten cuidado, quizá tengan algún perro. En ese caso, primero tendremos que reducirl…

—Viene alguien.

Las palabras de Chris fueron suaves, pero no así el empujón con el que me arrojó al piso. Yo detuve la caída con las manos y me refugié detrás de una pila de escombros. Casi en simultáneo, el segurata apareció en la esquina contraria.

El tipo silbaba con fuerza una canción de los sesenta y sacudía las llaves alrededor de su índice izquierdo. Se lo notaba relajado, pero un paso en falso podría alertarlo y convertir la situación en una verdadera cacería.

Pero el tiempo nos trajo alivio e hizo que el tipo se volviera un punto insignificante en la carretera. Dos suspiros salieron de nuestras bocas al unísono mientras nos poníamos de pie.

Chris, fiel a su espíritu deportista, se había mantenido en posición de plancha y solo tenía los codos manchados de cenizas. Yo, en cambio, que no me había preocupado por eso, ahora sufría las consecuencias. Apenas quedaban esbozos de color blanco en mi remera ahora negra.

—Mierda.

—Creo que tendrás que quitártela —sugirió Chris con un tono divertido.

—Dos veces mierda —mascullé en un murmullo imperceptible.

Siempre he tenido miedo de mostrarme semidesnudo en público: mi cuerpo escuálido no es el mejor y los incipientes pelos que han comenzado a salir en mis axilas me hacen sentir incómodo. Noah me había sugerido que me los afeitara, pero yo nunca me animé a hacerlo. Ahora no tenía otra alternativa que mostrar mi despreciable anatomía para no llamar la atención de los curiosos.

—Vamos, hazlo. Sabes que no te diré nada —me incitó Chris—. Yo haría lo mismo si fuera tú.

—Lo sé, lo sé —dije y tiré de mi camisa—. Tú ganas.

—Por suerte, hoy está bastante cálido —me consoló.

Rodeé la casa semidesnudo y con los brazos cruzados para protegerme de cualquier comentario ofensivo. Pero Chris no me miró en ningún momento y se limitó a hacer su trabajo: encontrar las cámaras de seguridad.

Mientras avanzábamos, noté que había un Mercedes gris aparcado en la cochera. No necesité ver la patente para reconocerlo.

—Son ellos —afirmé.

El rostro de Chris experimentó una metamorfosis espantosa. Incluso sin tocar su mano, pude sentir los latidos de su corazón desbocado. Las rodillas le flaqueaban, pero su mente estaba decidida a llegar al fondo del asunto.

De pronto, se detuvo en seco y hundió la mano en el bolsillo derecho. Una pistola apareció entre sus dedos y se detuvo a la altura de mi corazón.

—Arriba las manos, Woody Rosemberg.

No grité ni tampoco corrí, pese a que mi cerebro me ordenó que gritara y que corriera. Mi cuerpo se quedó estático, incapaz de soportar el impulso de salir disparado. Chris observó mi impotencia con una sonrisa sarcástica pero decidida. Decidida a matar.

—Es broma, Sid. —Rio mientras soplaba su arma al estilo de las películas hollywoodenses—. La traje por precaución.

—¡Y tu puta madre! —exclamé—. Ahora tendré que cambiarme los calzones.

—Tranquilízate. Está claro que nunca has visto un arma en tu vida.

—¡¿Tú sí?!

—Claro, en el mercado negro hay varias. —Hizo una pausa—. No es cierto, W. En realidad, mi madre la tiene desde que yo nací.

—Así que tenemos a una potencial asesina en casa.

—Cálmate, es solo por protección. Mi madre la compró cuando yo tenía un año e intentaron asaltarnos. Además, es de portación legal.

—Genial, tener un papelito que te autoriza a tener un arma en casa me garantiza que no me darás un disparo en medio del culo.

—¿Y si lo hacemos ahora? —Volvió a apuntarme con el cañón—. Podría ejecutarte aquí mismo por ser un nazi, Woody Serafín Rosemberg.

Su chiste no me hizo ninguna gracia. El desconocido del avión de papel había hablado de un presunto asesino, y saber que había un arma en casa no me tranquilizaba en absoluto. Chris notó mi cara de espanto, porque se disculpó de inmediato.

—Lo siento.

—Solo te perdonaré si me dices de dónde sacaste esa pistola.

Chantaje. El tiempo me había enseñado que era un buen método para hacer que las personas enmendaran sus errores y, por qué no, para obtener un poco de información a cambio.

—Mi madre la tenía guardada en un fondo falso, dentro de su mesa de noche. El año pasado me lo contó. Me dijo que había pasado por situaciones que no le deseaba a nadie y no quería que me pasara lo mismo. Me confió el arma para que la usara cuando fuera necesario. Y aquí estamos.

Chris terminó su historia con una fingida risa radiante. Yo simulé creerle —aunque en verdad lo hacía— y nos obligué a seguir el rumbo de nuestra investigación. Había un misterio mucho más grande por descubrir que el origen de una pistolita.

Agradecimos que esos ricachones inconscientes no hubieran cercado el perímetro con alambre y nos adentramos en el jardín de Noah. Chris insistió en que rodáramos por una pequeña colina hasta alcanzar un sitio más apartado. Yo aprobé la moción, pero me di cuenta de mi error demasiado tarde, cuando unas diminutas espinas me lastimaron el torso.

—¿Qué haremos si aparece alguien? —pregunté.

—Todo dependerá de lo que ellos hagan. Si saludan, saludaremos; si disparan, dispararemos.

Su respuesta me sorprendió: me costaba creer que alguien que conocía de toda la vida se había convertido en una bestia. Ahora Chris era salvajismo y duda, era rencor y desesperación, era temor y curiosidad.

—Sigamos por aquí hasta alcanzar el patio —me ordenó—. Tal vez encontremos algo interesante.

Eso hicimos y, minutos después, desembocamos en un inmenso terreno que estaba coronado de una piscina. A los lados, había un quincho con asador y una larga barra de bebidas alcohólicas. Esto último me alarmó.

Miré a Chris con temor, y mi temor no tardó en confirmarse. Su cuerpo comenzó a deslizarse en esa dirección, pero yo le impedí cualquier movimiento con un tirón de brazos. Se llevó las manos a la cabeza y de su boca salieron murmullos desesperados.

—No me siento bien. Necesito tomar algo.

—Mentira. Mientes. Mientes.

Chris había tenido una fase depresiva luego de sus primeros meses con Robin, y algunos comentarios de mal gusto habían ayudado a que se adentrara en el alcohol. Mila sentía impotencia al ver que tres nuevas botellas aparecían cada día en su casa y había buscado ayuda profesional. Varias sesiones de desintoxicación habían logrado que todo regresara a la normalidad. Pero Chris no podía resistirse a tomar una dosis de Nunca Jamás de vez en cuando.

—Concéntrate —le ordené con las manos en la cara.

—De acuerd…

—¡Mira, allí! —le indiqué con el índice.

Una pequeña niña nos observaba a unos pocos metros, desde una cómoda reposera. Dos temerosas esferas turquesas amenazaban con escaparse de su rostro. Tardé medio segundo en reconocerla.

—Suri —la llamé.

Ella no se asombró de escuchar su verdadero o, mejor dicho, su segundo nombre. Aquella estúpida tradición familiar le había servido para ocultar su verdadera identidad, pero mi memoria había sido más fuerte que todas sus mentiras.

Robert Noah y Nora Suri Schwartz eran hermanos.

—Es raro que dos casi desconocidos aparezcan en tu casa de la nada —continué, pese al desconcierto de Chris—, pero necesitamos respuestas.

Mi concentración se esfumó al ver que ella estudiaba mi torso desnudo con detenimiento, casi como si quisiera guardar esa imagen en su retina. Pero el momento hormonal se interrumpió cuando recordé por qué estábamos ahí. Sin perder más tiempo, me levanté el pantalón a la altura del ombligo y regresé al punto.

—Lo sabemos. Sabemos que eres hermana de Noah y que te escapaste cuando quisieron incendiar tu casa. Sabemos que alguien te hizo daño en el incendio, porque llegaste a casa con la marca de una mano en el cuello. Sabemos que esa misma persona te persiguió y que tú la encontraste dos veces más. Sabemos que hablaste con Robin para pedirle ayuda y que ella te prometió regresarte aquí.

»Ahora Robin ha desaparecido y yo solo tengo una pregunta para ti: ¿dónde está?

La mente de Nora —o de Suri o de ambas— hizo cortocircuito. Estaba asombrada de que yo hubiera podido llegar a tantas conclusiones con un simple número de teléfono. Su rostro, mezcla de admiración y de un profundo arrepentimiento, era la confirmación de mis sospechas.

Sin embargo, no era momento para presumir mis habilidades mentales. Necesitábamos encontrar a Robin.

—¿Dónde está Robin? —repetí. Incluso agarré el teléfono para seguir la farsa del alemán—: Wo ist Robin?

Nora no respondió. Solo se puso de pie mientras nos observaba de soslayo. Chris tuvo el impulso de desenfundar la pistola, pero yo le ordené detenerse con un movimiento de manos. Nora dio un trote lento y alcanzó una pared que estaba oculta en la parte interior de la casa.

—¿Qué hace? —preguntó Chris.

Sus palabras desataron a la bestia: la aterrada niña destapó un pequeño botón rojo con determinación. "Puta madre", pensé, convencido de que eso no era una buena señal.

Entonces hizo lo que ambos temíamos. Puso la mano encima del cartel que rezaba "Presionar en caso de emergencia" y empujó.

Lo demás fue una veloz catarata de acontecimientos. Primero vino la sirena; luego, los gritos. Más tarde, dos adolescentes corrían como maníacos por la inmensidad del terreno.

▂▂▂▂▂

—Hazlo.

Mis palabras fueron categóricas. Chris —o los restos de lo que alguna vez había sido— asintió mientras entrábamos en la sala principal. Yo avancé detrás, como quien le cuida la espalda al general suicida. Delante de mí, Chris era dudas y titubeos.

Dylan y Sien hablaban sobre qué harían para la cena cuando Chris los interrumpió. Verme a mí de escolta fue la señal que necesitaron para darse cuenta de que las cosas andaban mal. Sus miradas se detuvieron en ambos. Yo las rehuí, por lo que dos pares de ojos asesinos se posaron en Chris, que abrió la boca y dijo:

—Robin ha desaparecido.

Tres simples palabras causaron dos gritos, cinco insultos, dos golpes contra la mesa y la aparición del cadáver de un vaso que se estrelló contra el suelo. Dylan pisó con cautela para evitar los vidrios que se desparramaban bajo sus pies y estalló.

—¡¡Mierda!! ¡¿Lo dices en serio?!

Un asentimiento bastó para que todo se fuera a la mierda. Dylan dio el grito más atemorizante que escuché en mucho tiempo. Retrocedí tres pasos.

Su furia tenía sentido: Mila les prestaba la casa a cambio de que mantuvieran todo en orden, y que la novia de Chris desapareciera no entraba dentro de la categoría de "orden". Más bien, era una doble mierda elevada al cuadrado.

—¡Habla! ¡Dinos qué ha pasado!

Chris titubeó y se volteó hacia mí para buscar apoyo moral. Yo no pude hacer otra cosa que encogerme de hombros. No estaba preparado para enfrentarme a la cólera de Dylan, pero sabía que acabaríamos en el infierno si no hablábamos pronto.

—Anoche la llamé para invitarla a… ya saben —comenzó Chris, sugerente—, pero Robin no contestó mis mensajes. Aún era temprano, pero pensé que se había acostado a dormir un rato. Yo qué sé, cosas de adolescentes.

Una ceja curvada hacia arriba y otra hacia abajo decoraron la expresión de desconcierto de Dylan. Sien, en cambio, siguió los acontecimientos en absoluto mutismo, como si así pudiera leer nuestras mentes. Le dediqué un "Hija de puta" mental para ver si me contestaba, pero no pareció enterarse. Aun en el caos, sonreí.

—No quiero que piensen que la acoso, pero esta mañana fui a su casa y la busqué. Llamé a la puerta y nada. Hurgué entre las rendijas de la ventana y nada. Volví a telefonearla y nada. Fui por varios lugares, telefoneé a sus amigas y nada. Robin había desaparecido. Le avisé a Woody y la buscamos juntos. Tampoco apareció.

»Empiezo a creer que le ha pasado algo malo. Algo muy malo.

Me sorprendió la facilidad con la que Chris arrojó su media verdad. "Fuimos a buscarla juntos" ocultaba nuestro asalto a un barrio privado, el ingreso a una casa y el escape a toda velocidad. Me aterró descubrir que Chris tenía una habilidad innata para mentir.

—Está bien, no nos desesperemos. —Sien tomó la posta—. Primero, hay que llamar a la madre de Robin. Luego, a la policía.

Todos asentimos y me dolió reconocer que estaba de acuerdo en algo con esa hija de perra. Ella deslizó una sonrisa socarrona al verme: disfrutaba del nuevo Woody, de ese Woody preocupado y condescendiente.

Y eso hicimos. Lo que ocurrió en los siguientes veinte minutos se puede resumir en llamadas, gritos, más llamadas, más gritos y preguntas. Muchas preguntas. La señora Miller pegó un grito en el cielo; la policía, en cambio, buscó aferrarnos de nuevo a la tierra. La señora Miller estaba derrotada. La
policía
nos
exigía
que
esperásemos
veinticuatro
putas
horas
antes
de
empezar
el
operativo.

"Ya regresará".
                        "¿Están seguros de que no es por celos?".
           "No saben la cantidad de adolescentes que vuelven a casa al día siguiente".
               "Cuando se quedan sin dinero, se le van los aires de leoncitos independientones".
                           "Ya verán que tenía razón".

Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos. Putos.

  유         ᡕᠵ᠊ᡃ່࡚ࠢ࠘⸝່ࠡࠣ᠊߯᠆ࠣ࠘ᡁࠣ࠘᠊᠊ࠢ࠘𐡏            유
(Yo)       (Mi pistola    (La policía)
              asesina de
            hijos de puta)

—Llamaremos luego, oficial —le indicó Dylan, con su garganta ronca y preocupada—. Tendrá noticias nuestras antes de lo que espera. Los Rosemberg no nos rendimos tan fácil.

Dylan cortó la llamada con un falso aire de triunfo, pero por todos lados solo había derrota. Había derrota y desesperación. Había incógnita.

Robin podría estar en cualquier punto de la ciudad. Sola, desesperada, desamparada, desprevenida. Podría estar en otro barrio
o en otro condado
o en otro estado
o en otro país
o en otro continente.

O, peor aún, podría ya no estar.

▂▂▂▂▂

¡Buenasss! Creo que las cosas se pusieron DEMASIADO intensas... ¿Ustedes qué creen?

¿Sospechan quién puede estar detrás de las desapariciones de Nora y de Robin?👀

Les cuento que sigo preparando la nueva novela, que verá la luz muyyy pronto.

¡Espero que hayan empezado bien las clases!

xoxo,

Gonza.

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