Muy profundo © COMPLETA

By Themma

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¿Y si te enamoras de quien no es la mejor opción para ti y puede compicarte la vida entera? Kyana debe mudars... More

│Nota de la autora│
│Muy profundo │
PARTE I: "TÚ Y YO"
1. El comienzo
2. Confundida
3. Inesperadamente deseado.
4. Difícil verdad.
5. Nuestro secreto.
6. Avanzando.
7. ¡Quema!
8. Libre.
9. Te amo.
10. Nuestros planes.
12. Inquebrantable.
PARTE II: "ESTÁS EN MÍ"
13. Algo imprevisto.
14. Es mi pesadilla.
15. Fin de mi primavera.
16. Odiado invierno.
17. Sin final feliz.
18. Construyendo sobre fango.
19. Cerca de la felicidad.
20. Regresando el miedo.
21. Inconsciente.
22. Pruebas.
23. De nuevo en mí.
24. Luchando por mi cielo.
Puntos de venta
"Eterno, Muy profundo II"
-Galería Muy profundo-

11. Deuda saldada.

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By Themma




Principios de marzo. Llevaba cinco meses viviendo en Myrtle Beach y un poco más de cuatro a su lado. Lunes, dos semanas antes del receso de primavera. Todavía no se iba del todo el frío, pero la nieve sí y lo peor había pasado varias semanas atrás. Estábamos en matemáticas cuando el profesor Edwards asignó equipos para un nuevo proyecto. Mi pareja: Max. Lo agradecí enormemente, era un trabajo pesado y debíamos entregarlo antes de salir de vacaciones. Tenía un fuerte peso en la calificación. Él era igual de perfeccionista que yo, por lo que seguro nos iría de maravilla.

Cuando le dije a Liam en el almuerzo no lo tomó igual que yo. La situación no lo ponía precisamente feliz, no obstante, omitió su opinión y se mostró comprensivo, como solía. Después de todo no estaba en mis manos, aunque no me agradaba que se sintiera así, aún las cosas con su examigo eran tirantes y delicadas. Por otro lado, comencé a notar que Max parecía disfrutar mucho el que Liam nos viera juntos. Eso me incomodaba e incluso me irritaba, pero no se lo decía ni a uno, ni al otro, quería evitar problemas innecesarios.

El miércoles tuve que quedarme con él después de clases para continuarlo. Logramos ponernos rápido de acuerdo y teníamos todavía mucho por hacer. Liam no preguntaba nada sobre «mi proyecto» y yo prefería dejarlo así. El viernes fue igual. Nos vimos en la biblioteca después al finalizar la jornada. Para ese momento había terminado con mi tercera asesoría y estaba libre.

—Kyana, creo que hay que cambiar este problema, no me parece adecuado para lo que pretendemos exponer, no cuadra... —lo revisé torciendo la boca. De inmediato nos enfrascamos en una pequeña discusión sin sentido. Al final reímos al darnos cuenta de que éramos muy tercos y sus argumentos eran ciertos.

Nos hallábamos sentados uno al lado del otro, continuábamos riéndonos con complicidad después del regaño que nos propinó la bibliotecaria, mirándonos alegres. Max era genial a pesar de todo, muy inteligente y teníamos cualidades y defectos muy similares. Haciendo a un lado el tema «Liam» siempre fue agradable y accesible.

De pronto sentí una mirada intensa sobre mí. Alcé la vista despistada. Liam nos observaba fijamente sin ninguna expresión en el rostro. Max siguió la dirección de mis ojos, también lo vio. Cerré los libros rápidamente y me despedí. No me había dado cuenta de la hora, quedé en estar con él hacía quince minutos. ¡Diablos!

Me acerqué de prisa, de inmediato me recibió con un tierno abrazo. No pude evitar sentirme... culpable. Sé que no estábamos haciendo nada malo, sin saber por qué, reaccioné como si me hubiera pillado en algo indebido. Me dio un pequeño beso sin mirar una sola vez a Max y salimos de ahí. Camino al estacionamiento no dijo nada, parecía estar inmerso en sus pensamientos, no quise presionarlo así que tampoco hablé. Me ayudó a subir a su auto y nos fuimos a casa.

—¿Liam? —colocó una mano sobre mi pierna sonriendo como solía.

—Dime... —lo evalué por un instante sin comprender su actitud.

—No te quise hacer esperar, no me di cuenta de la hora —tomó mi mano y se la llevó a los labios.

—No te preocupes, esas cosas pasan, Kya —no entendía su reacción, hubiera jurado que hacía unos segundos estaba triste. En fin, decidí dejarlo pasar ya que en realidad no hice nada de lo que me pudiera sentir mal ¿no? Siempre fui muy clara con Max, incluso comenzaba a sentir que él ya no sentía nada por mí, nuestra relación se reducía a lo que debía ser: amistad.

Esa tarde se mantuvo lejano, muy pensativo y yo ya no encontraba la forma de hacerlo volver. Poco me faltó para brincar como conejo frente a sus ojos y así acabara esa actitud taciturna. Cuando estaba por irse no pude más. Su forma de «estar» no era la de siempre, eso me desquiciaba.

Sentada sobre sus piernas jugaba en silencio con uno de los botones de su camisa, me separé un poco de él para poder verlo. No me gustaba en lo absoluto sentirlo así.

—¿Qué sucede?, has estado muy extraño —me dio un pequeño beso, su mirada era un poco turbia, intentaba disimularlo.

—Nada, Kya, solo estoy un poco cansado...

—No, te siento... «raro», no cansado —resopló observándome fijamente, su iris estaba más oscuro que de costumbre.

—Kyana, te amo y... a veces... me cuesta trabajo manejarlo, eso es todo...

—En la tarde, cuando fuiste a la biblioteca él y yo... —Arrugó la frente negando colocando un dedo sobre mi boca para silenciarme.

—No, por favor no digas nada, no estabas haciendo nada malo, no te justifiques. Tengo que aprender a controlar esta parte de mí, no es tu culpa... ¿De acuerdo? —agaché la vista ansiosa. ¿Entonces? ciertamente no hice nada que pudiera reprocharme, al igual que él aquel dichoso día de la fiesta, pero sabía muy bien lo que estaba sintiendo y no me gustaba. Liam no era celoso, me veía siempre con mis amigos y parecía darle lo mismo. No comprendía porqué ahora sí le importaba el hecho de que me llevara con Max tan bien. Acunó mi barbilla con su mano para que lo viera—. Lo siento, sé que no he sido la mejor compañía toda la tarde...

—No es eso, nunca me canso de estar contigo, lo sabes...

—Sí y prometo que no volverá a pasar, ¿bien? Quisiera no ser tan posesivo, no quiero agobiarte, atosigarte... Olvidemos todo esto —tomé su rostro entre mis manos conmovida por su confesión. ¿En qué vida él podría agobiarme? en ninguna, rocé sus duros labios con ternura.

—Nunca, eso jamás va a suceder. Te amo, Liam, te amo mucho y no me gusta verte así por algo que no tiene sentido... —me abrazó y sentí su aliento sobre mi oído.

—Yo también te amo, Kya, tanto que no deja de asustarme... —el tiempo que restó antes de que se fuera, intentó volver a ser él. Hablamos y bromeamos. Una risa suya tenía la capacidad de que se me olvidara todo. Ese era mi novio, no aquel taciturno y ausente.

El fin de semana no nos separamos, situación normal entre nosotros. Me ayudó a afinar unos detalles de la presentación de matemáticas, ya que no vi a Max en todo el fin de semana. Salimos a caminar a la playa por horas. Chapoteamos, jugamos y terminamos llenos de arena sin poder evitarlo. También consiguió unas bicicletas y paseamos por lugares que no conocía. Sus ocurrencias eran adorables, hacíamos cosas diferentes, nos divertíamos mucho juntos. Siempre era así: fácil, natural, relajante.

El lunes volví a ver a mi amigo, logré convencerlo de que esa tarde trabajáramos por separado. No lo tomó a mal, pero sí me estudió suspicazmente. Era evidente que intuía que algo había sucedido el viernes. En definitiva no iba a darle el gusto de que supiera la inseguridad que le provocaba a Liam.

Al día siguiente no pude escabullirme, necesitábamos vernos. Le avisé a mi novio que me quedaría para acabar la presentación. Por supuesto, se ofreció a esperarme, era el día que no llevaba mi auto. Intenté persuadirlo diciéndole que me iría sola; mi casa quedaba de verdad muy cerca. Se negó, estaría estudiando literatura con Kellan y Luck, pasaría por mí cuando lo llamara.

Max y yo duramos casi dos horas afinando los detalles. Ya le había hablado un par de veces a Liam para decirle que todavía no estaba listo todo. Eran casi las seis cuando concluimos el bendito proyecto. Parecía que no lo lograríamos nunca.

—¡Por fin! —suspiró mi compañero entusiasmado. Fue agotador, pero estábamos muy orgullosos del resultado. Se levantó con su frescura habitual y me jaló hacia él riendo—. De verdad eres una buena pareja, no pensé que lo lograríamos, el maestro ahora sí se excedió... —estaba feliz y yo también, para qué negarlo. Seguro sacaríamos una «A».

Sin darme tiempo de nada me abrazó efusivamente y de pronto sentí sus labios sobre lo míos. Jamás lo vi venir, no él, no Max. La sensación fue por demás desagradable. ¿Cómo se atrevía? me separé desconcertada, atónita. Mi cabeza trabajó a mil, no lo podía creer. Ni siquiera me dio tiempo de reaccionar. ¡¿Qué diablos le ocurría?!

Sentí su presencia, Liam estaba ahí. Giré de inmediato. Su expresión fue algo que jamás podré olvidar. No estaba enojado y eso era peor, parecía haber recibido una serie de golpes letales en menos de un instante. Max lo miró cínico, sonriendo.

—Es horrible que te traicionen, ¿verdad? ¡A que nunca lo sospechaste! —lo vi furiosa, asombrada.

—No... —alcancé a decir intentando defenderme. Liam bajó la mirada tembloroso y... sin más, desapareció corriendo. Quise salir tras él, Max me detuvo sujetándome con firmeza del brazo, estaba serio. No lo podía creer, en serio no daba crédito. Quería escupirle, gritarle, golpearlo.

—Kyana, déjalo... —me zafé indignada, desesperada. Lo odiaba, lo odiaba en serio, todo había sido una venganza, me utilizó para saldar su estúpida deuda pendiente con mi novio.

—¡¿Qué sucede contigo?! ¡¿Cómo te atreves?! Eres asqueroso, ruin, un idiota de pies a cabeza —sin poder contenerme más, le di una sonora cachetada que no esperaba y salí corriendo de ahí. Llegué al estacionamiento, solo lo alcancé a ver alejarse ya arriba de su camioneta, iba a toda velocidad. ¡Maldición!

Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro. Jamás hubiera esperado que algo así sucediera. Lo lastimé, a la persona que más amaba le hice daño y por algo que no fue mi culpa. Aborrecí a Max, tuve ganas de terminar yo misma con esa maldita sonrisa, quería que corriera tras él, que le dijera la verdad. ¡Maldición, maldición, maldición!

Di la media vuelta para regresar a la biblioteca por mis cosas, temblaba. Tenía la cara empapada por el llanto, estaba llena de consternación, de indignación, de furia, de... miedo.

—Kyana... —Max fue más rápido, ya estaba afuera y se acercaba a mí con la mochila y cuadernos. Se los arrebaté enfurecida.

—¡¿Cómo pudiste?! —no veía ni un gramo de arrepentimiento en su mirada. Nunca lograría perdonarle lo que sucedió con Jen—. Max, en serio, por favor deja esto de una vez, tienes que explicarle, tienes que decirle, ¡tú me besaste!, yo...

—No pienso hacerlo. Me la debía, ahora estamos a mano —abrí los ojos sin poder creer su cinismo. Me ahogaba, tenía ganas de zangolotearlo hasta que reaccionara y se diera cuenta de lo que acababa de provocar.

—Lo que hiciste... fue asqueroso. No sabes cómo me arrepiento de llegar a pensar que valías la pena. No eres mejor que él, nunca será así, aunque lo intentes toda tu vida, para eso necesitas llenar ese hueco despreciable que tienes en el pecho. ¡Cobarde!

Lo observé completamente desilusionada, defraudada. Un segundo después me fui corriendo para alejarme de ese chico, que creía confiable. Necesitaba encontrarlo, explicarle. Saqué el móvil de mi mochila y comencé a llamarle, lo tenía apagado. Llegué a casa prácticamente con poco aire en los pulmones.

Tomé las llaves de mi auto decidida a buscarlo y aclarar todo. Liam no podía creer cierto lo que vio, él sabía mejor que nadie lo que sentíamos. Me paré en seco en la puerta de mi casa, no sabía dónde vivía, no tenía una maldita idea de dónde buscarlo. Una opresión en el pecho creció desmesuradamente. Respiré agitada, mordiéndome el labio convulsamente. Estaba al borde de la locura, no podía parar de llorar.

Emma, ella podía ayudarme. Le marqué fingiendo que todo estaba bien, le pedí las señas exactas de su casa con el pretexto de una sorpresa. No me creyó del todo, aun así, me explicó dónde vivía. Arranqué enseguida, mi cuerpo temblaba de la ansiedad y de impotencia. ¿Por qué todo tenía que ser complicado con él y conmigo?

Su casa no estaba lejos de la mía. En cuanto encontré la dirección, me quedé boquiabierta. Era realmente enorme y de un gusto impecable. Me bajé tropezando con mis propios pies, me acerqué a la reja atónita. Agucé la vista, se veía todo perfectamente a través de las grandes rejas negras. A lo lejos, bajo el techo donde se encontraban varios autos de marcas impagables, no estaba el suyo.

Me agarré de los barrotes sintiendo un dolor muy hondo en mi ser. Necesitaba hablar con él, pero no sabía dónde encontrarlo. Tomé el celular nerviosa y marqué de nuevo, apagado. Al entrar el buzón le dejé un recado con la voz quebrada por la ansiedad.

—Liam, por favor tenemos que hablar. ¿Dónde estás? Te lo suplico, no me hagas esto, sabes que te amo... —Después busqué en la memoria de mi móvil el teléfono de su casa. Los dedos me temblaban y no podía picarle a la pantalla correctamente. Cuando al fin lo encontré, llamé sin dudarlo. Me importaba un bledo sus padres, Max, todos... Solo quería que me escuchara.

—Casa de la familia Russell —mi respiración se detuvo. Parecía la voz de alguien que trabajaba ahí.

—¿Se-se encuentra Liam?

—No, señorita, el joven acaba de salir ¿Deja recado?

—No... gracias... —colgué hiperventilando prácticamente. Me dirigí al coche, se me ocurrió que ya podía estar en mi casa. Manejé más rápido que nunca. Cuando llegué no había señales de él.

Subí hasta mi habitación desbordada en llanto, me dejé caer sobre la cama. Continuaron saliendo las lágrimas cada vez con mayor intensidad y desesperación. Odiaba a Max, odiaba ese lugar... odiaba que no me creyera, que no me diera la oportunidad de explicarle siquiera. Saqué su sudadera y me tapé el rostro con ella. Sentía que iba a explotar.

Minutos después le hablé a Kellan y a Luck, nadie sabía nada de él. Cuando mi madre llegó subió directo hasta mi recámara.

—Kyana... —al verme llorar de aquella manera, se acercó desconcertada—¿Qué pasa, hija?, ¿por qué estás así? —la abracé sin poder decir nada—. Hija... ¿Qué ocurrió?

—Nada... —mentí alejándome de ella y haciéndome ovillo sobre mi cama.

—Kya, tú no te pones así por nada... ¿Sucedió algo con Liam?...

—Tuvimos un mal entendido, pero... por favor... ahora no quiero hablar... —Le rogué abatida. Me dio un beso en la frente, comprendiendo que no podía hacer mucho si yo no le contaba lo ocurrido.

—Está bien, solo recuerda que cuentas conmigo y créeme, estas cosas pasan en las relaciones mi amor —sus palabras me dolieron aún más. Asentí sin mirarla, un segundo después salió cerrando la puerta. Volví a llamarle, continuaba apagado. El llanto iba y venía sin poder pararlo. Me sentía como nunca en mi vida, mi pecho estaba lleno de angustia y miedo, mucho miedo.

Esa tarde no salí de mi cuarto, me sentía adentro de un estanque muy hondo, del cual no lograba salir. Pasé la noche despierta como solía sucederme cuando no iban las cosas bien. Cada vez que lograba dormir, no tardaba ni cinco minutos en que una angustia espantosa me despertara. Ya eran más de diez horas sin saber nada de él.

Vencida en la madrugada me acerqué a la ventana y permanecí perdida viendo los árboles moverse en el jardín. Las lágrimas no cesaban, aunque ya no era llanto. Vi el sol salir, no quería ir a la escuela, pero la idea de que él pudiera estar ahí, me dio algo de esperanza.

Me vestí sin ánimos. Tenía los ojos rojos. Me puse unos pants, me hice una coleta y las lágrimas volvieron a salir al ver mi reflejo en el espejo. Estaba ida, con todos los sentimientos revueltos. No quise comer nada, la sola idea me causaba ganas de gritar. Otra cosa que no podía evitar en situaciones de angustia. Mi madre lo sabía muy bien, así que solo se limitó a observarme sin decir una palabra. No quería compartir lo ocurrido con nadie. La sensación de que le había fallado no me daba tregua. ¡Maldito Max!

Llegué a la escuela un poco antes de la hora. Ese asqueroso ya estaba en el salón, y él por ninguna parte. Cuando me vio, fingió no percatarse de mi estado. Lo ignoré, la mala noticia era que ese día exponíamos, así que no pude evadirlo por mucho tiempo.

—Kyana, ¿estás bien? —preguntó como si en verdad le importara. Tenía ganas de volver a cachetearlo y en esa ocasión dejarle bien marcada mi mano en su mejilla. Sabía que no valía la pena. Lo hecho, hecho estaba y la imagen que tenía de él cayó como si de añicos de cristal se tratara.

—Mejor te pregunto yo a ti, ¿y tú... cómo te sientes? Lo que provocaste ¿te hizo sentir realmente mejor?, ¿ya terminó tu venganza al fin?, ¿valió la pena, Max? —pestañeó un tanto pálido, no supo qué contestar. Le hablé con toda la rabia y la ansiedad que tenía dentro. Bajó la vista y se alejó. ¡Ah, lo odiaba!

Sin darme cuenta el salón se comenzó a llenar. El profesor Edwards solicitó nuestra ponencia, no sin antes preguntarme si me encontraba bien. No sé qué aspecto tenía, seguro no era muy bueno. Logré acabar la presentación medianamente bien. Max me salvó varias veces y yo me limitaba a responderle con una mirada asesina. Lana se dio cuenta de que algo sucedía, por supuesto preguntó en cuanto terminamos. Yo ni siquiera la miré y lo desafié a él a que lo hiciera. Cobarde. Se justificó de inmediato argumentado que nos había costado mucho trabajo ponernos de acuerdo. Ella no se la tragó, pero al ver mi actitud no indagó más.

En cuanto sonó el timbre tuve otra vez la esperanza. Salí casi corriendo, nada. Me dirigí al estacionamiento para ver si ubicaba su camioneta, no había rastro de él.

¿Dónde estaba, por qué desapareció así, sin darme la oportunidad de explicarle? No quise ir a la cafetería, todos me preguntarían sobre mi aspecto, sobre él y no tenía fuerza para contestarles y mucho menos de ver la odiosa cara de Max. ¡Dios!, quería que un auto pasara sobre él, que un rayo lo partiera en dos, yo qué sé, que algo lo sacudiera tanto como para que comprendiera lo que hizo.

Me dirigí al lugar donde algunas veces nos encontrábamos en secreto y me senté rodeando mis rodillas. Intenté no llorar de nuevo, aun así, lágrimas salieron de mis ojos sin poder evitarlo. Me sentía enojada, triste. No entendía por qué no me permitió hablar, por qué huyó sin decir nada. Le había demostrado que lo amaba, que era todo para mí... ¡¿Cómo era que podía creerle a él?!

El timbre me sacó de mis pensamientos. Fui a literatura y su ausencia ahí me dolió aún más. Me senté donde solía hacerlo, solo que esta vez sola.

—Kyana... —era Kellan, parecía preocupado—. ¿Estás bien?... —examinó alrededor buscándolo—. ¿Dónde está Liam? —un nudo en la garganta crecía en mi interior. ¿Qué se supone que le diría? ¿El estúpido de Max me besó frente a sus ojos? Por supuesto que no, sus problemas me tenían justo en esa posición, no les daría más pretextos para que continuaran su guerra absurda.

—No lo sé... —expresé honestamente. Me estudió desconcertado. Se sentó a mi lado y puso una mano sobre mi espalda.

—¿Sucedió algo? —Negué agachando la vista, callar no era lo ideal, pero existían ocasiones en que el silencio era más sano. No preguntó de nuevo, supuse que mi rostro le decía que era mejor así, el resto de la clase se quedó ahí. Sentía la mirada de Max sobre mí, ahora parecía algo preocupado. ¡Bonito momento para arrepentimientos!

En el receso me escondí en la biblioteca y no salí hasta que tuve que ir a atletismo. Ahí Lana y Susan intentaron hablar conmigo, las evité todo el tiempo. Para historia ya no podía más, la opresión en mi pecho había crecido y sentía que me ahogaba. Emma me observó todo el tiempo, yo intentaba sonreírle para que no me preguntara nada, pero la alegría no llegaba a mi rostro. En cuanto terminó la clase me levanté de prisa.

Estaba harta de no poder decir nada, de cómo sucedían las cosas en ese lugar. Siempre era todo tan complejo, tan rebuscado. Al llegar a casa, preparé como pude la cena y subí de nuevo a mi habitación. El llanto llegó de nuevo, no lo podía controlar, me ahogaba, me consumía. De pronto sentí tal rabia que aventé su sudadera enojada. Una chispa de coraje comenzaba a sentir hacia él.

¡Me dejó sola, sin importarle nada! Comprendía su dolor, no me imaginaba verlo besar a alguien más, solo de pensarlo la sangre me hervía. Sin embargo, lo hubiera confrontado, le hubiera exigido una explicación, sabía que me amaba. ¿Cómo podía pensar que lo traicionaría?, ¿no se daba cuenta de que no respiraba sin él?

El sueño me venció gracias a que no dormí la noche anterior, me quedé perdida sin poder luchar más con la sensación de entumecimiento. Desperté al escuchar que se abría mi puerta, no quise voltear. Sabía quién era.

—¿Kya? —no respondí. Se acercó rodeando la cama y se hincó sobre el suelo para poder verme a la cara—. Kyana, por favor, sea lo que sea se solucionará, te lo juro. Date cuenta de cómo estás... —acarició mi cabello ya preocupada. Las lágrimas volvieron. ¿Qué, no podían quedarse dentro de mí?—. Hija... no sé lo que ocurrió entre Liam y tú... pero hablen, arréglenlo. Esta no es la forma —escondí mi rostro en la almohada ya en pleno llanto al escuchar sus palabras. Sin más se levantó decidida—. Tienes que comer algo —ordenó con firmeza. Negué sin verla—. Lo siento, Kyana, no lo voy a negociar. Ayer no cenaste y por la mañana no comiste nada. Baja a cenar, no pienso permitir que hagas esto, por muy mal que estén las cosas no solucionarás nada así, sin comer. Sé que el apetito desaparece cuando estás triste, pero también sabes que no permitiré que te hagas daño. Abajo... —al escucharla un tanto molesta por la preocupación, me puse de pie sin más remedio.

Me senté a la mesa en silencio. De verdad no tenía hambre, no tenía ganas de nada. Jugué con la comida por más de una hora. Mi madre detuvo mi mano. Sufría al verme así.

—Hija, los problemas en las relaciones son... comunes, no puedes enfrentarlos así, no es la forma adecuada. Tú siempre has sido madura. Come la mitad por lo menos y después podrás irte, comprendo que no tienes ánimos, pero no cederé, me conoces —resoplé con la mirada vidriosa. Era cierto, no la movería de ahí. Me metí el primer bocado a la boca sin siquiera saber lo que era, luego otro y otro, llegué por fin a la mitad. Sin decir nada levanté mi plato y subí a encerrarme de nuevo.

Más tarde volví a hablar a su casa, lo mismo: no estaba.

Permanecí enroscada en mi cama sin moverme, evocando todo lo que pasamos: los problemas con Roger, el enfrentamiento con mis amigos en la cafetería, las tardes estudiando, jugando, conversando.

No me di cuenta de lo mucho que lo necesitaba y lo acostumbrada que estaba a su presencia, hasta ese momento. Mi mundo giraba a su alrededor, justo lo que no quería que sucediera, pero ya era muy tarde para cambiarlo. Lo adoraba. Liam era mi sol, mi ancla a la tierra, mi todo, no podía reprocharme el haber permitido que llegara tan lejos. Fue mi elección, mi decisión, ni siquiera en ese instante, sintiéndome como me sentía, podía arrepentirme, tratándose de él sabía que lo volvería a hacer mil veces si era necesario. Mi mente, mi cuerpo, mi piel, mi alma, todo mi ser sin excepción lo amaba y eso ni en un millón de años cambiaría, lo sentía con certeza.

Sin embargo, a pesar de saberlo, comencé a sentir rencor y molestia al recordar que ni siquiera sabía dónde vivía, que en su casa nadie me conocía. Para su familia yo no existía, ¿eso cambiaría algún día?

Durante la madrugada no pude volver a dormir, la siesta de la tarde, más mi común insomnio cuando algo me angustiaba, hicieron de las suyas. Mi mente no paraba de preguntarse ¿dónde estaba?, ¿por qué no se comunicaba? Me tranquilizaba saber que no le había pasado nada, las noticias de ese tipo corrían como pólvora.

El día llegó, el cuerpo me dolía, otra noche había pasado en vela sin poderlo evitar. Jueves. Ya no lloraba. Me di un baño y agarré lo primero que encontré para ponerme. No tenía ganas ni energía para ir a la escuela, pero me volvería loca si me quedaba ahí. Mi madre me obligó a comer una manzana, una tostada y a llevarme un yogurt bebible. Seguía observándome cada vez más preocupada.

Entré a matemáticas y me senté lejos de Max. Intentó hablarme, escondí el rostro entre mis brazos que tenía sobre la banca, negando con la cabeza. Al ver que no le haría caso regresó a su lugar. En el receso preferí quedarme en uno de los jardines donde nadie solía estar a esa hora intentando leer un libro que había conseguido hacía unos minutos de la biblioteca.

Quedaba un día para salir de vacaciones, ya no sabía qué sucedería entre Liam y yo. La buena noticia era que me podría alejar de todos. En literatura no entré, continué con mi lectura, logrando con mucho esfuerzo fugarme, debido a la trama tan compleja de la historia.

No me sentía yo, era como si estuviera entumida y poco a poco el coraje comenzaba a crecer dentro de mí. Ya no podía justificar más su distanciamiento, estaba acabando conmigo.

En el siguiente receso lo mismo, me escabullí de todos y leí o intenté hacerlo. Me sentía agotada y exageradamente ansiosa, no paraba de pensar en él. ¿Si no lograba comprender lo que pasó en realidad?, ¿si me dejaba sin poder explicarle?, ¿si volvía a ser el de antes?, ¿si no regresaba a la escuela?... Mi cabeza no dejaba de pensar en todas las posibles respuestas a todas las posibles preguntas.

La tarde fue muy similar a las anteriores. No hice ninguna tarea, dormí una hora y comí forzada por mamá el medio plato reglamentario. En cuanto terminé mi ración salí casi corriendo a mi habitación, deseaba estar sola. Al entrar observé todo serena. Ahora sí estaba furiosa, dolida. Me acerqué a la mesilla de noche y comencé a poner boca abajo todas sus fotos. No lloré en todo el día y no lo haría más. El enojo y la desilusión seguían creciendo en mi interior a pasos agigantados. Pensé que lo nuestro era más fuerte que todo. Juró jamás dejarme. Incluso propuso un futuro juntos, iríamos a la misma universidad. ¿Cómo podía creerle?, ¿cómo podía hacerme esto?, por muy culpable que me creyera, lo que estaba haciendo no era la solución, era inmaduro, cobarde... agónico.

Leí buscando evadir mi mente, funcionaba a medias, pero servía para pasar las horas. La falta de sueño ya comenzaba a hacer estragos en mí. La cabeza y mi cuerpo comenzaron a desconectarse, era como si flotara. Me senté en la cama abrazando mis piernas, resoplando, cada minuto valía por un día, el tiempo era tan lento, tan pausado estando sumergida en ese desasosiego, en esa angustia e incertidumbre. Ese día no le hablé, no lo busqué. Mi madre entró a mi recámara muchas horas después de la cena.

—Kya... —la miré intentando sonreír, salió un leve intento—. Hija... tienes que descansar, no puedes seguir así, me estás asustando, ¿de verdad fue tan grande la discusión que tuvieron?, es la tercera tarde así... —bajé la vista asintiendo, no abrí la boca. Me ayudó a ponerme el pijama como cuando era pequeña y me metió entre las cobijas como si tuviera cinco años.

La adoraba, no quería preocuparla, pero no quería compartir con nadie lo ocurrido. Se despidió dándome un beso en la frente. Intenté hacer lo que me rogó, tenía sueño y a la vez parecía que me había tomado un litro de cafeína. Estaba extremadamente agotada y al mismo tiempo, estimulada, alerta. Dormitaba a ratos, despertaba a los minutos. Detestaba seguir así y comenzaba a sentir que a él también.

Cuando amaneció. Tomé una decisión. Me vestí de prisa, agarré algunas cosas del frigorífico y le dejé una nota a mamá diciéndole que tenía algo que hacer en la escuela. Sin más conduje hasta la playa donde comenzó nuestra relación hacía ya varios meses. No era muy lejos, así que llegué sin problema.

Bajé la frazada que metí en la cajuela y me senté enrollada en ella sobre la arena. No había ni una persona. Solo se escuchaba el romper de las olas, las gaviotas revoloteando sobre el mar buscado su comida o el ruido lejano de algún motor al pasar por la carretera. Estaba fresco, no me importó, eso me relajaba, me serenaba y era justo lo que necesitaba para bajar esa maldita ansiedad.

Observé el punto donde el cielo y el mar se juntaban, el sol llevaba unos minutos de haber salido, pero aún estaba bajo, por lo que se veía una enorme bola incandescente iluminando al mar, como si le regalara pequeños cristales de color. Tenía que volver a encontrarme. Con todo lo ocurrido me di cuenta de algo: ya no sabía quién era y me odiaba por eso.

Duré toda la mañana ahí, las horas pasaban sin que me diera cuenta, permanecí en la misma posición durante mucho tiempo. Después, engarrotada, engullí una manzana y retomé el libro que fue mi compañero esos días. Tenía que superar lo que pasó, si él regresaba o no, eso no debía importarme, aunque debía ser honesta, me sentía deprimida, decepcionada, tanto de él, como de Max. Por otro lado, aunque pretendiera ignorar la presión en mi pecho ya no cabía, por más que quería apartarla, enterrarla, mandarla lejos, me estaba acabando y no sabía cómo sentirme de nuevo la chica despreocupada y feliz que solía ser.

No me di cuenta de la hora, cuando regresé al auto ya eran las tres.

Manejé de regreso a casa, al tomar el móvil vi que tenía varias llamadas perdidas y sin ver de quién eran lo apagué. Qué más daba, no quería ver a nadie y me importaba un bledo quien no lo entendiera. Entré con la esperanza de poder dormir un poco, sabía que si no lo hacía colapsaría y decidí en el transcurso de la mañana que no me dejaría vencer, por mucho que doliera, saldría adelante. Dejé descuidadamente mis cosas en la sala y caminé hacia las escaleras, prácticamente, sonámbula.

Tocaron la puerta, bufé molesta, quería poner mi rostro sobre la almohada, era el momento o se me espantaría el sueño. Resignada me arrastré y abrí.

Era él.

Al verlo ahí, de pie, sentí que perdería el conocimiento. Mis piernas temblaron, mi sangre se detuvo y por unos segundos, juro, que dejé de respirar. Lucía muy mal. Tenía ojeras y estaba demacrado. Me observó ansioso, con cierto asombro, supongo que por mi aspecto; seguro yo estaba igual que él.

La rabia me embargó un minuto después, así que sin dejarlo decir nada, tomé la perilla con fuerza e intenté cerrar. Él la detuvo atónito ante mi reacción. Respiré furiosa, di la media vuelta y anduve hasta la terraza sin verlo.

No quería estar junto a él, nadie me había lastimado tanto. Me siguió. En cuanto me detuve, hizo lo mismo. Giré rabiosa, al verlo regresó nuevamente esa avalancha de sensaciones tan intensas que generaba en mí. Lo amaba tanto que dolía, aun así, no me doblegué.

—Quiero que te vayas... —le exigí señalando la salida con un dedo.

—No —respondió serio. Me encogí de hombros dándome lo mismo y me dirigí al interior de la casa. Si no quería irse, bien, yo no tenía por qué quedarme.

—Entonces me voy yo —anuncié decidida. Me detuvo tomándome por el brazo, de inmediato sentí la descarga de siempre. Me zafé sacando fuerzas de no sé dónde y lo miré enojada.

—Kyana, por favor... hay que hablar... —de verdad lucía muy mal, aunque eso no lo justificaba.

—¿Quieres hablar? —pregunté, cínica. Él asintió triste, desesperado—. Qué pena, Liam. Esperé poder hacer justo eso desde hace tres días. Ya no me interesa, cree lo que se te dé la gana... —mis palabras parecían haberlo noqueado. ¿Qué esperaba entonces?, ¿que corriera a sus brazos a rogarle que me perdonara por algo que, maldita sea, no hice? Ni en sueños, nunca y menos después de que no me dio la oportunidad de explicarle y me dejó con esa angustia todos esos días. Se intentó acercar, di un paso hacia atrás. Sus ojos se enrojecieron.

—Kya... te lo suplico, te explicaré. Tú tampoco la estás pasando bien —bajé la vista cruzándome de brazos.

—No te preocupes... sobreviviré...

—Kyana, por favor... solo escúchame... —me senté en el sillón que tenía justo tras de mí y lo miré inescrutable. Moría por besarlo, enseguida borré esa idea de mi cabeza, estaba enojada, herida, no le sería tan fácil.

—¿Qué quieres? —soné molesta y él parecía culpable. Se acomodó en un sofá al lado del mío.

—Kya... intenta comprenderme, para mí fue horrible verlos...

—Eso lo sé, Liam y ni siquiera puedo imaginar lo que sentiste. Sé lo espantoso que son los celos, pero no me pidas entienda que hayas desaparecido tres días y no me hubieras dejado explicarte nada, no lo merezco. ¿Tienes una idea de mi angustia?, no sabía nada de ti... —comencé a levantar la voz—. Me dejaste sola, te busqué, te llamé, te dejé miles de mensajes y nada... ¿Sabes? me di cuenta de que ni siquiera sabía dónde vivías. Liam... ¿Qué tan absurdo es eso? lo que viste fue un arrebato de él, tú sabes lo que siento por ti, ¿por qué le creíste?, ¿por qué me dejaste? —sollocé con lo ultimó. Me observó abatido, fatigado, parecía sentirse peor con lo que le decía.

—Kya... —me levanté, ya no podía más, sentía odiarlo. No sabía vivir sin él y me abandonó sin pensar en nada, salvo su enojo.

—Vete, Liam, por favor... —le pedí al borde del llanto. Se puso de pie e intentó acercarse a mí otra vez. Negué retrocediendo, si me tocaba me colgaría de su cuello y lo besaría y no lo permitiría, no en ese momento.

—Kyana, no me hagas esto. Te lo suplico, por favor, tenía que alejarme, tenía que calmarme. Entiéndeme... quería matarlo, de verdad quería hacerlo... —lo decía en serio, cosa que alcanzó a desconcertarme, pero no me importó, no quería oírlo.

—Pues hubiera preferido que lo hicieras, me hubieras hecho un gran favor... ¡Ahora márchate, déjame sola!

—Kya... te lo suplico... —tenía lágrimas en los ojos al igual que yo. Negué con firmeza mostrándole la salida que tan bien conocía.

—Liam... vete...

—Te amo, no me importa nada, por favor... —parecía que lo estaba matando, pero no lo quería cerca, no en ese instante en que sentía tantas cosas encontradas por él y que además sabía que en cualquier momento caería inconsciente debido a la falta de sueño, estaba en el límite.

—Liam... te lo ruego... márchate... —de nuevo sollocé. Se limpió los ojos y asintió al fin.

—Regreso más tarde, creo que necesitas descansar... —¿Tan evidente era mi falta de sueño?

—Es mejor que no lo hagas. No regreses, no deseo verte... —Se detuvo un momento en el marco de la puerta.

—Voy a regresar, Kyana, quieras o no, te amo —en cuanto escuché que la puerta se cerraba mi corazón se detuvo. Pestañeé y me limpié con fuerza las lágrimas que salían, sin más, de mis ojos. No lloraría, ya no. Llegué a mi recámara sin recordar muy bien cómo, me quedé suspendida acurrucada sobre mi cama observando un punto en la pared.

Después de un buen rato, mis párpados se cerraron sin percatarme ni resistirme. Soñé con su mano sobre mi rostro, nada tenía comparación con eso. Patética. Por la noche volví a despertar recordando en sueños el motivo de todo este desagradable embrollo, el rostro de Liam ese día por la tarde... las horas sin él. Me sentía confundida y molesta. Sin embargo, lo amaba y... lo pude comprender. Él era todo para mí, a lo mejor en serio necesitó distancia. Me quedé despierta de nuevo sopesándolo todo.

En algún momento de la madrugada volví a dormirme. Desperté y la luz ya se filtraba por la habitación. Me tallé los ojos desconcertada, no sabía qué día era y mucho menos qué hora. Miré mi alrededor y lo recordé todo de golpe. La presión en mi pecho regresó. Observé, arrugando la frente, cosas que pasé por alto hacía unas horas; su sudadera estaba doblada sobre mi cama, yo recordaba haberla tirado y no recogerla. Miré la mesa de noche y su foto estaba de nuevo bien puesta, al igual que las demás. Qué extraño.

Vi el reloj y me di cuenta de la hora, las once. Fui directo al baño y me observé en el espejo. Lucía fatal, tenía unas ojeras escandalosas debajo de mis ojos y estaba muy pálida. Me duché recordando de nuevo nuestro encuentro del día anterior. Lo corrí...

Me puse un jean y una blusa cualquiera sin poder evitar sentirme deprimida. Mi cabello era un desastre y después de luchar porque se acomodara por sí solo, decidí hacerme una coleta. En cuanto salí de la recámara me topé con mamá.

—Kya... ¿cómo estás?...

—Mejor —acepté mirándola arrepentida, puso una mano sobre mi nuca.

—Llevabas tres noches prácticamente sin dormir... ni siquiera creo que haya sido suficiente... —la observé con los ojos muy abiertos, no sabía que se había dado cuenta de que no había pegado un ojo—. Te escuché llorar, Kyana. No fuiste la única que no concilió el sueño... —bajé la vista culpable.

—Lo siento.

—No te abres, no sé lo que ocurre, me cuesta tanto trabajo acercarme a veces, en serio me tenías preocupada... Después de todo yo tampoco estoy acostumbrada a esto, jamás te habías puesto así —asentí con la cabeza gacha. La escuché suspirar—. ¿Vas a comer como siempre? —seguía sin tener mucho apetito, pero no quería que se sintiera peor.

—Sí...

—Bien, entonces te acompaño —no me permitió cocinar. Me sirvió un plato con fruta y mi yogurt preferido. Se sentó frente a mí recargando la barbilla sobre la palma de su mano—. Kya, Liam estuvo ayer aquí en la noche... —clavé mis ojos en los suyos frunciendo el ceño—. No tengo ni la menor idea qué fue lo que sucedió entre ustedes dos, pero tenía tu misma expresión. Lo dejé subir, pensé que estarías despierta... como los días anteriores. Bajó unos minutos después y me informó que dormías... —me quedé muda, ahora comprendía lo de las fotos y la sudadera.

Intenté comerme todo el plato desviando la mirada a cualquier lugar de la casa, me avergonzaba todo lo que estaba sucediendo, me sentía inmadura, una chiquilla. Pero ¿cómo evitarlo? Mi interior se sentía roto. Observó mi esfuerzo por agradarla.

—Kyana, habla con él, arreglen su problema... o hagan algo, son dos chicos centrados y suficientemente inteligentes, esto no es sano —asentí sin verla. Cuando me pareció que la ingesta era lo suficientemente decente me puse de pie.

—Voy a salir... —me estudió confusa.

—¿A dónde? —me encogí de hombros.

—A la playa, necesito aire, mamá —jugó un momento con su taza y asintió no muy convencida.

—Bien, pero lleva el móvil —me acerqué a ella, le di un beso en el cabello y me fui.

Conduje nuevamente rumbo al mismo lugar que la mañana anterior. Ahí sentía paz, tranquilidad. En esta ocasión había unas cuantas personas, no estaban cerca de donde planeaba acomodarme. Tomé de nuevo mi frazada y me senté frente al mar, enrollada en ella.

Me sentía muy confundida, todo era irreal. Él había regresado... y yo lo eché. Lo necesitaba más que a nada. El distanciamiento solo logró que me diera cuenta de que sin él nada brillaba. Me daba miedo y coraje reconocerlo, no obstante, así era. Adoraba a Liam, todo fue un enorme mal entendido, teníamos que arreglarlo, aclararlo.

No supe cuánto tiempo transcurrió mientras yo permanecí inmersa en las páginas de aquel libro que estaba por terminar cuando de pronto, sentí su presencia. Giré mi rostro y lo vi a un lado de mí. Me mordí el labio, nerviosa. No esperaba que apareciera ahí y no comprendía cómo me había encontrado.

—Kya, sabía que vendrías aquí —volví la mirada al océano asintiendo. Su presencia me alertaba, cada poro de mi piel reaccionaba ante su cercanía. Se sentó a mi lado y se perdió unos minutos al igual que yo, en el horizonte—. Perdóname... —susurró perdido en la inmensidad del paisaje—. Sé que no debí desaparecer, sé el daño que te causó el que lo hiciera y te juro que me siento muy mal. No supe cómo reaccionar, qué hacer... Verlo besándote fue lo peor que me ha sucedido. No puedo encontrar en mi memoria un recuerdo que sea peor que lo ocurrido aquel día. En ese instante ni siquiera quería golpearlo... sentí que mi vida perdía el sentido en menos de un segundo, me sentí insignificante, derrotado, perdido —hizo una pausa que me pareció eterna y continuó—. Luego tú me miraste culpable y él dijo lo que dijo... sentí ganas de desaparecer, Kyana. Por supuesto sé que tú no tuviste nada que ver, sé que él lo hizo... que lo venía planeando, sabía que no se quedaría con los brazos cruzados, lo vi en su mirada aquel primer día que llegué por ti a la biblioteca, pero el simple hecho de que ocurriera, de presenciarlo, fue más fuerte que yo. No sabía de qué manera te amaba hasta que te vi con él. Kyana, tuve miedo de mí. ¿Comprendes? Quería ir tras él y... Dios... estaba fuera de control... me sentía capaz de hacer una locura, una muy, muy grande —Yo ya lo observaba. Sabía que lo que me decía era cierto. Sus ojos tenían unas profundas ojeras, estaba vestido desaliñado y me veía con mucha ansiedad.

—Liam... —las lágrimas acudieron a mí enseguida, como si no hubiera derramado ya suficientes—, no sabes la impotencia que sentí. Te fuiste... me dejaste... no sabía si regresarías... y si lo hacías, qué sucedería. No sabía nada... No podría soportar que algo así volviera a pasar... Entiéndeme... no confiaste en mí... —ya no podía parar de llorar. Recordaba los minutos y las horas de angustia, de enojo, de frustración y miedo. Fue demasiado agónico, doloroso. Me acercó a él midiendo mi reacción, por supuesto no pude resistirme, eso era justo lo que quería, tenerlo cerca, en ese momento y toda mi vida, cuando vio que me dejaba llevar, me abrazó desesperado.

—Kya... discúlpame, discúlpame por favor... —me rogó ansioso, con la voz quebrada. Me acomodó entre sus piernas con la facilidad habitual para poder tener mejor acceso a mí. Sentí cómo poco a poco la ansiedad disminuía, la angustia y la opresión en el pecho comenzaban a desaparecer—. Kyana, te amo, te amo... Actué mal, no debí huir. Supe desde el principio que no era cierto, que Max lo planeó. Pero eso no disminuyó en nada mis celos, mi furia, la rabia que me quemaba. Necesitaba estar solo, no quería hacer ninguna estupidez de la que me arrepintiera más tarde.

—No contestaste mis llamadas, te esfumaste. Por lo menos pudiste dejarme una nota, un mensaje, algo... No me reconocí, Liam, no puedo volver a pasar por algo así... en serio no puedo —lo decía de verdad, me sentía como si un auto me hubiera arrollado.

Separó mi rostro de su pecho y limpió mis lágrimas.

—Tienes razón, no lo pude entender hasta ayer que te vi. Fui egoísta, inmaduro, pensé que nunca más permitirías acercarme a ti. Jamás he sentido algo como esto, el dolor de tu rechazo dolió más que lo ocurrido. Por lo mismo regresé, pero estabas tan dormida. Me sentí un miserable al verte de cerca, no quería que despertaras por miedo a que volvieras a pedir que me fuera... Tu rostro, perdóname... Sé que te lastimé y no sabes lo mal que me siento, porque si al final Max hizo esto, fue por vengarse de mí y de nuevo tú saliste involucrada en todo aquel pasado que tengo y que parece nunca podré borrar, ni cambiar... —mis ojos seguían empapados. Lo miré seria, todo se acomodaba nuevamente.

—William, te voy a pedir una cosa, es más, te la exijo y no bromeo; no vuelvas a hacerme algo así... Lo que viste fue... demasiado, nunca en mi vida me sentí tan miserable y desesperada... Pero no pienso volver a pasar por algo semejante, sea lo que sea lo sortearemos juntos. ¿De acuerdo?, no separados, eso jamás —ordené mirándolo fijamente. Él tenía los ojos empañados y acariciaba mi rostro una y otra vez asintiendo con una media sonrisa.

—Lo juro, Kyana, no tendrás que volver a decírmelo, ni siquiera derramarás una lágrima más por mi causa, tenga que hacer lo que tenga que hacer para que así sea —sonreí un tanto más relajada, aunque triste todavía—. Kellan me dijo que no fuiste ayer a la escuela. Viniste aquí, ¿no es cierto?

—Sí, no deseaba regresar allí. Todos me preguntaban... no sabía qué decir... Dios, ¿por qué nada puede ser sencillo? —le pregunté afligida. Volvió a abrazarme al notar que retornaba el llanto incontenible. Dejó que me desahogara. Cuando por fin logré tranquilizarme, me separó.

—No sabes cómo me duele verte así y... ser yo el responsable, es en definitiva la peor parte...

—¿Dónde estabas? —quise saber contemplándolo.

—Fui a una casa que solíamos visitar de pequeños. Está a un par de horas de aquí... —asentí regresando mi atención al mar.

—¿Y tú?, ¿aquí?... ¿Por qué? —no comprendía.

—Porque necesitaba estar bien, encontrar tranquilidad, paz, soledad. Porque este lugar me trae recuerdos hermosos... es aquí donde comenzamos... —acunó mi barbilla para que lo viera directamente, aún tenía los ojos rojos, me perdí en su iris; el gris ponderaba sobre el verde.

—Lo sé, ¿crees que algún día podre olvidarlo? Nunca, Kyana... ese fue el mejor día de mi vida... —se acercó lentamente, su aliento acariciaba mi rostro. Intenté zafarme sin muchas ganas, todavía me sentía un poco dolida. No me soltó y siguió avanzando hasta que rozó mis labios. En cuanto lo sentí, supe que todo había pasado. Me aferré de inmediato a su cuello y le respondí ansiosa. Lo extrañé demasiado—. Kya... ¿estoy perdonado? —tenía su frente apoyada en la mía.

—Creo que sí, pero también advertido; no vuelvas a dejarme, nunca... —Sacudió la cabeza negando y sin más volvió a besarme.

—Jamás —le creía. De repente recordé al cobarde de Max, ¿qué haría Liam respecto a él? Esto tenía que terminar de una vez. Me armé de valor y lo confronté con seriedad hincándome para verlo de frente.

—Liam, ya no quiero problemas, estoy cansada de todo esto. Escucha, no pienso volver a acercarme a él... —necesitaba que esa cadena de odio terminara. Puso su dedo índice sobre mi boca, demasiado serio.

—Kyana, ya estoy más tranquilo, sobre todo después de pensar que podía perderte, pero no me pidas que me quede con los brazos cruzados... —me giré molesta soltando un bufido de enojo.

—Estoy harta, Liam, exhausta. ¿Qué nunca se va a terminar?, te entiendo... pero ya no quiero más venganzas, esto es un círculo que nunca va a parar... Por favor... tú le haces, él te hace y así... Comprende que podría ser infinito —agachó la mirada al tiempo que apretaba los puños. Pensaba sobre lo que acababa de decir. Varios minutos después clavó sus ojos en los míos con resolución y la quijada tensa.

—Está bien —pestañeé incrédula—. Tienes razón, no continuaré yo con esto. Solo te ha hecho daño y no quiero que vuelvas a tener una queja sobre mí. No haré nada, pero te tomo la palabra, no quiero que se vuelva a acercar, Kyana, no lo voy a soportar. Te besó y abusó de tu confianza, no sé cómo se atrevió a llegar a tanto, se supone que te consideraba una amiga, que te estimaba, te usó para lastimarme y eso no lo puedo dejar de lado, no lo puedo aceptar... Es muy bajo, no por mí, sino por ti —acaricié su rostro sonriendo por primera vez en días. Lo era, pero ya había pasado y esa promesa era vital.

—Gracias, sé lo difícil que es esto para ti, también para mí. Me siento muy decepcionada, todo lo que pensaba de él se desquebrajó, pero yo no quiero ser un pretexto, no más... —tomó mi mano con esa delicadeza tan suya al tocarme y absorbió mi aroma.

—Nada es más difícil que tenerte lejos... Nada. Así que mientras te tenga a mi lado, pondré de mi parte. ¿Okey? —asentí más tranquila. Me acurruqué en su pecho, mientras me rodeaba protectoramente. Eso era sentirse completo, feliz. Besaba mi cabeza una y otra vez, al tiempo que yo disfrutaba la sensación de tenerlo nuevamente a mi lado. Envuelta en él sentía que todo volvía a tener sentido. Nada me hacía falta—. Kya, debes ir a descansar —dijo de pronto. Negué sin mirarlo, no quería que se alejara—. Irina estaba muy angustiada por ti, no le dijiste nada, ¿verdad?

—A nadie... —logré decir, adormilándome en ese cálido lugar.

—Te llevaré a casa —resolvió decidido. Intentó ponerse de pie, lo detuve suplicante.

—Por favor no... Quedémonos un rato... adoro este lugar, solo unos minutos. —Me dio un beso en la nariz sonriendo. Él también se veía agotado, no la pasó mejor que yo, eso era evidente.

—Sabes que no puedo negarte nada y menos cuando me miras así... —me acomodé de nuevo sobre su cuerpo cerrando los ojos—. Entonces... ¿Ya me perdonaste? —quiso saber. Negué sin decir nada. Sentí cómo se tensaba— Kya, por favor... ¿qué debo hacer para que lo hagas?

—Creí que ya te lo había dicho... no volver a dejarme... nunca... —besó mi cabello riendo.

—Dios, será todo un suplicio, pero si es el costo, ni hablar, lo haré —con un dedo elevó mi barbilla hasta que mis ojos quedaron a centímetros de los suyos, dejé de respirar debido a la intensidad que transmitían—. Te juro, Kyana Prados, aquí, frente a este lugar, que jamás volveré a cometer el mismo error, nunca te dejaré —sentí como la sangre bombeaba frenética y enardecida por todo mi cuerpo. Estaba inmersa en esa neblina decadente que provocaba su presencia en mí.

—Entonces, William Russell, te perdono —sentí su sonrisa ya sobre mis labios.

Permanecimos unos minutos más así, gozando de nuestra cercanía, de la reconciliación, de aquella hermosa promesa, que esperaba —sumergida en aquella ingenuidad— fuera eterna.

Minutos más tarde, por mucho que me resistí, los párpados comenzaron a pesar cada vez más y sentía los ojos vidriosos. Volvió a insistir. Ya no tuve más remedio que aceptar.

—Vamos en la camioneta y luego venimos por tu auto, ¿bien? —propuso al verme sonámbula.

—Tú estás igual... —chisté tallándome el rostro. Me rodeó por la cintura acercándome a él.

—Sí... pero puedo manejar, tu apenas puedes estar de pie... Además te veo pálida... —acarició mis ojeras, culpable. Era cierto, no me sentía capaz de conducir. Asentí sin tener la menor intención de discutir por ello. Estaba lista para muchas horas de sueño.

En cuanto me recargué en el asiento caí, no supe más de mí. Al llegar a casa me despertó el aire frío del exterior. Él ya estaba desabrochando mi cinturón de seguridad.

—Sh, Kya... duerme... —sentí cómo me rodeaba con sus brazos y me sacaba cargando del auto.

—Yo puedo sola —me quejé acurrucada contra su pecho, con los ojos cerrados, sin tener la menor intención de bajar de aquel sitio magnífico. rio divertido.

—Me alegra, pero me gusta llevar a mi chica en brazos... —bromeó con aquel tono de voz protector, posesivo. Tocó y enseguida mi madre abrió—. Duerme, Irina, dejamos su coche, mañana vamos por él... —hablaba bajito para intentar no despertarme, lo cierto es que los oía sin problema. Quise abrir los ojos, no pude.

—Pasa, Liam —noté que mi madre estaba sorprendida, aun así, no dijo más.

Sentir lo frío de mi cama me sacó del sopor.

—Sh... —buscó que volviera a dormir, pero al darme cuenta de que se alejaba volví a sentir esa maldita angustia. Estaba actuando como una chiquilla, lo sabía; sin embargo, todo era demasiado reciente y necesitaba sentirlo cerca. Me incorporé pestañeando y negando al mismo tiempo. Él ya estaba en el marco de la puerta.

—Kya... —susurró mamá a mi lado poniendo una mano sobre la mía—, duerme, te hace falta —se escuchaba tranquila y un poco divertida; de repente giró hacia mi novio sonriendo relajada—. Quédate con ella, estaré abajo.

—¿Estás segura, Irina? —mi novio parecía dudoso. Me mordí el labio observándolos interactuar.

—Sí, estaré con Ralph, no pienso salir, ¿de acuerdo? —asentí tumbándome de nuevo sobre mis almohadas, enseguida los párpados volvieron a pesarme, mis ojos ardían. Elevé una mano invitándolo a que se acercara, mi madre ya se había ido. Al llegar a mi lado hice que se recostara y me acurruqué sobre su pecho feliz de sentir su olor entrar lenta y dulcemente a mis pulmones.

—Duerme, Kya... aquí voy a estar... —no supe si dijo algo más, yo ya no podía estar despierta.

Abrí los párpados perezosa. Me moví un poco y al sentirlo sonreí. No fue un sueño, él estaba ahí y tenía rodeada mi cintura mientras yo descansaba sobre su ancho pecho. Estaba completamente dormido. Lo observé por unos minutos, embelesada. Era de noche, pero podía verlo en la penumbra sin problema pues mi puerta estaba abierta y las luces del pasillo encendidas. Obra de mi madre, supuse.

Unos minutos después, busqué con la mirada el reloj que estaba sobre mi mesilla y vi que pasaban de las nueve. En los últimos días el tiempo dejó de ser importante, de tener sentido. Ambos estábamos cubiertos con una manta que seguro colocó ella. Escuché voces en la planta baja y me sentí famélica. Quité con cuidado su brazo de mi cuerpo. Se veía hermoso completamente ajeno a todo. Sus ojeras las pude ver ahora con mayor claridad, sin poder resistir la tentación acerqué un dedo para acariciarlas, me detuve a unos centímetros por miedo a despertarlo.

Logré sentarme en la cama dándole la espalda. Aún me sentía cansada, pero lo primero era ingerir algo.

—Ahora tú eres la que me deja... —giré culpable.

—No quería despertarte —me disculpé en voz baja—, es solo que tengo un poco de hambre... —se frotó los ojos sonriendo.

—Te acompaño —se sentó del otro lado del colchón.

—No es necesario... tú también necesitas dormir —se levantó con su típica agilidad y no pude más que contemplarlo. Era hermoso, grande y... mío. Rodeó mi cama y se puso frente a mí.

—Yo solo te necesito a ti, Kya... vamos... —me miró de esa forma que me hacía perder el aliento. Tomé su mano perdida en sus ojos y bajamos juntos. Aquellos tres días quedaron completamente sepultados, increíble.

Cuando terminamos de saciar nuestro apetito gracias a lo que mi madre cocinó por la tarde, recogimos todo, me tomó de la mano y salimos a la terraza. Me sentó sobre sus piernas como solíamos hacer.

—Kya... ayer, lo que me dijiste acerca de que no sabías dónde vivía... —puse mis dedos sobre su boca intentando silenciarlo.

—Por favor no digas nada, sé que en tu casa no van a aceptarme, Liam y de verdad no importa. Que tú me quieras para mí es suficiente —besó mi mano sin soltarla.

—Te amo, eso jamás lo dudes y... tienes razón, no lo van a tomar bien. Los conozco, por lo mismo no te pienso exponer, ¿comprendes? Lo sabrán, seguro pronto, aquí no se pueden ocultar esas cosas tanto tiempo, si de hecho me parece raro que aún no me pregunten nada. En cuanto eso suceda, lo enfrentaré. Ni siquiera les he dicho lo que pienso estudiar y mucho menos dónde —bajé la vista triste. Me dolía que las cosas fueran tan difíciles para él, que tuviera unos padres que no lo conocían en lo absoluto y que además no lo dejaran elegir lo que deseaba hacer de su vida, ni con quién compartirla—. ¡Ey! —Elevó mi barbilla con su dedo sacándome de mis pensamientos—. No estés triste, no hay motivo, yo soy feliz con tan solo estar a tu lado, eso no va a cambiar —pegué mi frente a la suya sonriendo y besé tiernamente uno de sus labios—. ¿Sabes?, ayer que me pediste que me fuera, pensé que no volvería a tenerte así, no en algún tiempo, por supuesto no pensaba darme por vencido, eso nunca lo haré, pero estabas tan decidida, tan... dolida. Creí que me alejarías por mi estupidez, por mi inmadurez... y eso sí que terminaría conmigo, Kyana, ninguna otra cosa —Lo abracé hundiendo mi rostro en el hueco de su cuello.

El resto de la noche intentamos conversar de otras cosas. Todo había pasado al fin y teníamos dos semanas de vacaciones por delante.

Esa noche nos costó separarnos, nos besamos una y otra vez, ansiosos. Por lo mismo al día siguiente lo vería temprano y no nos alejaríamos, a menos que una tormenta de fuego llegara de improvisto al condado.

Dormí perfectamente. Me levanté con apetito y tarareando una canción. Hice de desayunar intentado compensar mi falta de cooperación los últimos cuatro días con una sonrisa congelada en el rostro.

—Kyana, tenemos que hablar —me puse rígida de inmediato al escucharla. Sabía que me lo diría, yo estaba decididamente mejor, pero era muy consciente de mi conducta: actué mal, me dejé llevar por la desesperación y la frustración. Asentí mientras terminaba con mi tarea.

Una vez sentadas, almorzamos en silencio. No estaba enojada, de hecho no recuerdo alguna vez haberla visto así conmigo, digamos que nunca le di razones, pero sospechaba que ahora sí tenía unas cuantas. Alcé la vista cuando terminé y esperé a que hablara. Jugaba con su servilleta pensativa, como buscando las palabras adecuadas, aguardé.

—Kyana, no alcanzo a comprender. Esto... es muy difícil para mí, verte como te vi, no me gustó nada, no está bien, hija. Y cuando lo vi a él... y noté que estaba igual que tú... realmente me asusté. Mi amor, no sé cómo abordar este tema, tú eres una jovencita, Liam es tu primer amor y al parecer para él, tú eres lo mismo. Te juro que sé lo mucho que se quieren, sé que no pueden estar separados, pero no sé si es normal, si es lo correcto. Noto cómo crece la intensidad de sus sentimientos a cada momento. No soy ingenua. Tampoco quiero hacerlos parecer insignificantes o algo propio de la edad, de verdad creo que es genuino lo que sienten, pero también me doy cuenta de que ni ustedes mismos saben manejarlos. No tienes idea de cómo te veías, Kyana, parecías un fantasmita gris, deprimida, muda, era como si se te hubiera apagado una luz en tu interior —perforé la superficie de la mesa, tenía los ojos rasados, era cierto, justo así me sentí y no lo pude evitar—. Me preocupa, tengo que confesarte que me da mucho miedo, no sé lo que pueda suceder si algún día llegan a separarse, ¿qué va a ser de ti? Sé que no has dejado a tus amigos, la escuela sigue siendo muy importante, no tengo ni una queja sobre tu conducta. No descuidas nada, llegas a la hora que te pido, cumples con tus labores en la casa y pasamos tiempo juntas, tu carácter sigue siendo el mismo, has aceptado mi relación con Ralph de una forma muy madura, pero... no quiero volver a pasar por lo que pasé estos días. Te amo... y me sentí muy impotente —no me gustaba saber que la había hecho sentir de esa manera, yo también la amaba. Acercó su mano a la mía y la sujetó fuerte. La miré llorosa—. Prométeme algo... —no tenía idea de qué me pediría, pero estaba segura que no podría negarme, no después de lo que provoqué en ella.

Mi madre siempre fue vital para mí, a su lado siempre me sentí cómoda, a diferencia de muchos adolescentes que conocía. Nos sincronizábamos a la perfección, nos respetábamos y nos conocíamos demasiado bien y bueno... aunque a veces quería indagar de más, la verdad es que nunca me sentí acosada, sofocada. La adoraba, la admiraba y una de las cosas que más deseaba en la vida era verla feliz, siempre, por lo mismo accedí a mudarme ahí, a pesar del dolor que generó dejar una vida entera allá. Y lo volvería a hacer si fuera necesario.

—Si por alguna razón, tú y él, llegan a... separarse... por favor, te lo ruego, no te des por vencida. Espero nunca suceda, pero... quiero saber que por lo menos lo intentarás —pensar en eso me quemaba, ya sabía lo que era estar sin él y prefería ni siquiera pensarlo. Sin embargo, tenía razón.

—Te prometo que lo intentaría, mamá —sonrió sin estar muy convencida. Estar sin Liam sería una espantosa pesadilla, no podía garantizarle que lograría estar «bien», pero me juré en ese momento a mí misma, que en serio lo trataría. Esos cuatro días me convertí en algo que no me gustó. El cuerpo y el corazón jamás me habían dolido, ahora ya sabía lo que era eso, no se lo deseaba a nadie.

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