Cuentos Nunosos ©

By NunaHovy

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Cuentos Nunosos, es un libro que reúne narraciones de diferentes extensiones, géneros y temáticas. El lector... More

Cleaning carrier: Un recuerdo de La Tierra
Una lechuza
Amai chi
La bailarina de cartón
La prueba de la vikinga
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El pescador que no cree en cosas locas
Lauraine, la cruja.
Ilusión Karmica
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Un halcón en navidad
IMperfecta perfección

Sin horizonte

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By NunaHovy


    Buenos Aires, siempre había sido una ciudad ruidosa. Los autos, producían gran bullicio. Las personas discutían. La iglesia, siempre, repetía sus campanadas. Todos esos ruidos marcaban la hora en donde el bibliotecario de los lunes y los martes, debía salir de su casa.

Él, tomaba una taza de café, mientras en silencio meditaba lo que Laura había dicho en su última carta, en su redacción, en los detalles de la letra y hasta en los garabatos que hacía en los márgenes para adornar un poco su carta, de qué color era la tinta, pero, la campana interrumpió sus pensamientos, debía irse.

Llegó a la biblioteca.

El olor de los libros lo motivaba, lo acercaba a su pueblo natal, recordaba las tardes de verano, en donde él y su prima segunda, releían los escasos manuscritos que su abuela conservaba en su cuarto, en donde comenzó a apreciar la literatura.

Una joven, se le acercó, necesitaba un libro de historia de la segunda guerra mundial. Él se limitó a decirle su ubicación, en el segundo pasillo de la derecha. Era una estudiante, parecía ser una persona curiosa, de buena memoria. No era extraño encontrarse con universitarios, entraban, buscaban lo que necesitaban en las estanterías, y después, se quedaban leyendo hasta la hora de cierre, tal caso, fue el de la joven. El bibliotecario, tuvo que llamarle la atención, ella se había perdido en la lectura, tal como él y Laura lo harían.

El turno del martes, había finalizado. La joven se despidió cordialmente, disculpándose de haber sido la última en salir, pero no era necesario.

—Los libros, siempre son atrapantes, no se preocupe, yo lo entiendo. Si algún día vuelve aquí, acuérdese que yo solo trabajo los lunes y los martes, mi nombre es Marcelo, usted puede venir a estudiar cuando quiera— Esa fue la respuesta que le proporcionó a la muchacha.

...

Sentado en el sillón de su casa, Marcelo, escribía, estaba concentrado. Las últimas cartas de Laura eran extrañas, hasta el punto en donde debía sobre analizarlas. Ella le pedía prestado dinero, pero nunca especificaba para qué, de todas maneras el cedía, ya que era su prima segunda, su mejor amiga, y confiaba ciegamente en ella.

Laura mencionaba en su carta más reciente, la abundancia de carteros jóvenes, siempre se confundían de casa o se olvidaban la encomienda, y ella después debía recibir al destinatario y volver a preparar la entrega, lo que retrasaba y complicaba su labor en el correo, donde era empleada.

En letra cursiva, Marcelo escribió su respuesta, mañana debía ir al pueblito, se preguntaba, si ella iba a ir también, pero, ya sabía que eso no iba a suceder.

Ese miércoles, llevó el bolso de siempre con algunos libros.

Extrañamente la ruta se encontraba desolada, a esa hora, los padres llevaban a sus hijos a la escuela, pero, la situación era diferente ese día.

Repentinamente, tuvo que detener su auto de manera tosca y precipitada, enfrente de él, se encontraba una gitana. Ella, le pidió que se bajara, él no entendía el porqué.

Ella dijo que podía leer su mano, que cada línea significaba algo y expresaba lo que el futuro deparaba. Marcelo, no le creyó y se negó. La quiromante se quedó quieta. ¿Cómo se atrevía? ¿Por qué hacía eso? ¿A quién no le llamaba la atención saber su futuro? Desde sus entrañas hasta el exterior, la mujer gritó, pataleó, se quejó, lo aborreció y en todo eso lo envenenó con la promesa de que lo había maldecido, ahora, debía sufrir. Después de sus últimas palabras, escapó, dejando la situación sin ninguna explicación.

Marcelo, en un leve estado de confusión, volvió a subirse a su coche, y siguió su camino hacia el pueblo. Y al ingresar a la localidad, su auto se quedó encajado en una zanja. La mayoría de las calles del pueblo no tenían asfalto, y por eso al llover, la circulación de los autos se volvía complicada.

Caminando, llegó a la plaza principal, todos lo saludaron.

Sus padres lo recibieron con un abrazo, le preguntaron, ¿cómo era la vida en Buenos Aires?, y cuando recibieron una respuesta volvieron a indagar, en algún momento ¿se quedaría para siempre en su pueblo natal? Marcelo no les había dicho que él trabajaba de bibliotecario. Pero, de todas maneras seguía yendo cada semana a visitarlos.

— ¡Tardaste mucho, Marcel! ¿Los trajiste?— Alguien inquirió desde la puerta de la escuela. Desde que se había mudado a Buenos Aires, Marcelo, traía cada miércoles un bolso con libros viejos que se llevaba de la biblioteca (si no fuera por esto, serían desechados) y los restauraba, para entregárselos a la pequeña escuela en donde había estudiado.

— ¡Dale pibe, no tenemos todo el día!— El profesor de biología, era el que se encargaba de recibirlo. Aun seguía siendo exigente, y los años habían carcomido su paciencia, aunque Marcelo, había aprendido muchas cosas de él.

...

En un salón en desuso, dejaban todo lo que Marcelo traía. En una simple mesa blanca, dejó su bolso y lentamente, fue sacando los libros, pero, de golpe los últimos se le resbalaron de las manos. Y todo su esfuerzo en repararlos, se había desvanecido, era raro. ¿Acaso la maldición que le habían echado era cierta? no, no podía ser. Se disculpó por el accidente, y esa misma noche se desveló restaurando lo roto.

Cada miércoles, iba a su pueblito, visitaba una parte de él, no quería perderse entre sus dos hogares, su alma estaba dividida emocionalmente y no lo lograba admitir. Se quedaba en la casa de sus padres, en el cuarto en donde pasó su infancia.

Su padre tocó a la puerta y luego entró.

—Son las cuatro de la madrugada, ¿qué haces despierto?— Le preguntó.

—Hoy se me resbalaron los libros de la mano, los estoy arreglando—Contestó su hijo.

—Está bien. ¿Y Laurita? ¿Qué crees que hace en la ciudad?

—Debe estar durmiendo, pa.

—No lo creo, esas ciudades grandes son... ¡bah! ¡No importa!

—Vivo en una ciudad aun más grande y ruidosa, hay de todo, pero, si te importa tanto saber cómo está Laura ¿por qué no vas a visitarla? Te llevo en mi auto.

—No, deja, sigue defendiendo tu ciudad, yo no quiero separarme de mi familia— El hombre, se fue con los pasos estridentes y cerrando la puerta bruscamente.

Marcelo nunca había dejado a su familia, de hecho, esa era una de las razones que lo hacía volver permanentemente. Le entristecía la situación.

...

El sábado, volvió a Buenos Aires.

Su semana había sido desastrosa, le habían sucedido demasiadas cosas malas en muy poco tiempo y no podía dejar de pensar en la maldición que le había lanzado la quiromante.

Al llegar a su casa, se acostó en la cama, cansado. Cerró los ojos y luego recordó, que no había retirado la carta más reciente de Laura, en la oficina postal. Tal era su agotamiento, que decidió buscarla más tarde, lo que no fue una buena idea.

Las luces de la ruta parpadeaban ofuscándolo, la luna lo miraba, lo perseguía, él sentía que se quedaba sin aire, estaba nervioso, estresado, perdido en sus pensamientos. ¿Ella tenía alguna enfermedad terminal? ¿Se estaba escapando por algún problema? ¿Alguien la había amenazado?

Laura, decía en su carta que "necesitaba terminar todo", era una simple oración, pero ésta, había causado un efecto en cadena. Marcelo, lamentaba haberla leído un día después de su entrega, cuando fue a buscarla, el correo estaba cerrado, y por eso tuvo que volver al día siguiente.

En el margen izquierdo del escrito, y de forma vertical, con letra grande, clara e imprenta, había una dirección desconocida. Él sabía, que esa no era la de la casa de su prima.

Al igual que el miércoles, la calle estaba desolada.

— ¡Quiero vivir en Chascomús!— Recordaba escuchar con la voz de una Laura pequeña. Y allí estaba, décadas después, en Chascomús.

En un kiosco, compró una Guía T, la guía que recopilaba todas las direcciones y mapas de la ciudad.

Su respiración era entrecortada, se sentía mareado y apenas podía leer.

Caminaba, corría y volvía a caminar...

Finalmente llegó, la vio, estaba bien, regaba unas plantas. Ella, lo miró sorprendida, él tenía los ojos lagrimosos y la piel pálida. Ella le pidió entrar a la casa, le dijo, que todo ese tiempo le estaba pidiendo dinero para comprar el hogar de sus sueños, una casa en Chascomús, como habían acordado cuando eran pequeños. Pero, luego, al notar el estado de su primo se disculpó.

—Nunca creí que esa carta te iba a preocupar así, perdón.

Marcelo, se quedó en silencio, su prima le dedicó una mirada de culpa, verlo así le provocó tristeza, y no era para menos, claramente, sabía que él no era de inquietarse por cualquier cosa y más aun de esa forma.

—Con "todo se terminó", me refería a mi trabajo. Renuncié. Quiero hacer algo útil con mi vida, algo que disfrute al máximo y que me haga sentir orgullosa en mi lecho de muerte— Hizo una breve pausa y luego continuó — quiero compartir algo con mi mejor amigo, el único familiar que me importa, tú. Estoy harta de desperdiciar mí tiempo con gente que no vale la pena— Explicó.

—No puedo, aunque quiera.

— ¿Por qué? Estuve todo un año tratando de buscar el lugar perfecto aquí.

—Porque... no lo sé.

— ¿No sabes por qué? Te lo diré.

— ¿Por qué, Lau?

— Porque tienes una dependencia emocional con los del pueblo y ellos nunca te dejaran ir— Ella explicó, frustrada.

La última parte de la maldición, el último indicio de mala suerte, saber que se tiene un problema y tener que admitirlo cuando los caminos finalmente se opongan.

Él tenía la vida dividida, habitaba en dos lugares diferentes, y no quería dejar ninguno, Y aunque supiera que eso era lo que le sucedía, nunca se atrevería a decirlo.

El lunes de la siguiente semana, el bibliotecario no se presentó a su trabajo. Creo yo, que se perdió en la infinidad de la duda o que se extinguió en el intento de salir de ella. 

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