Seducción encriptada

By CarolBranca

2.5K 392 401

Eva era una chica alegre y optimista que confiaba en el mundo y, sobre todo, confiaba en ella y en su potenci... More

Bienvenidas a «Seducción encriptada»
Aterrizó en mi universo aún sin saber que lo destruiría (Cap. 1)
Malas noticias (Cap. 2)
Lo quiero muerto (Cap. 4)
Pensaba que moría (Cap. 5)
¿Invadirme? ¿Cómo harías eso? (Cap. 6)
Todo al rojo (Cap. 7)
Nuestra palabra clave es Cripto (Cap. 8)
​​Habitación trescientos quince (Cap. 9)
Equis lo protagoniza tutti (Cap. 10)

Hola, Uve (Cap. 3)

193 35 31
By CarolBranca

Eva

Giro por otra calle. Vuelvo a cruzar. Camino errática improvisando una ruta. Me voy girando, el tío sigue tras de mí. Me veo obligada a parar la marcha por otro semáforo. Aprovecho para recogerme el pelo en una cola alta. Estoy tan nerviosa que me sudan las manos aunque hace mucho frío a esta hora de la tarde. Ya está anocheciendo y odio que me pille la noche fuera de casa cuando no lo tengo previsto.

¡A ver, Eva! No es la primera vez que te siguen por la calle, ya deberías estar más acostumbrada a esta situación. ¡Déjate de oscurecimientos y de dramas!

¡No me acostumbro, joder!, ¡ni quiero hacerlo!

Tengo ganas de llorar.

Cuando estoy acabando de atravesar la calle, me cruzo con un grupo numeroso de personas y, mientras esquivo a unas y a otras, un tirón en mi hombro me sorprende en gran manera, desestabilizándome hasta casi hacerme caer. Pero no, recupero la estabilidad enseguida.

Me siento confusa cuando miro hacia mi lado derecho intentando entender qué está pasando. Solo veo que alguien —creo que es el tío que me seguía—, corre calle abajo, alejándose muy rápido de mí.

Mi bolso está en su mano.

Un terror en forma de estremecimiento me recorre la espina dorsal y, a partir de ahí, todo mi cuerpo comienza a temblar sin control.

¿Me acaban de robar el bolso?, ¿así?, ¿de un tirón en plena calle?

Antes de permitir al pánico dominarme, me recuerdo a mí misma y doy gracias internamente a Dios, al Universo, y a quien haga falta, de que mi móvil descanse seguro en un bolsillo interior de mi chaqueta y no vaya calle abajo adentro del bolso que me acaban de robar.

Me doy cuenta de que estoy corriendo con los tacones calle abajo tras el ladrón aunque tengo ¡cero posibilidades de pillarlo!, ¡y soy consciente de ello!

Que, encima, ¡el muy imbécil va a flipar cuando abra mi bolso y vea que está completamente vacío!

No sé ni por qué me empeño en llevar bolso. Para mí es un complemento de moda, tengo una colección en casa que adoro. De hecho, el que me acaban de robar es un Michael Kors de la nueva temporada que vale cuatrocientos cincuenta euros. Así que, claro, me toca aceptar que llevar este tipo de bolsos es un reclamo para los carteristas. A partir de hoy, no los usaré más. ¡Decretado!

Pero, ¡por si no era suficiente random la tarde!, en cuanto estoy a unos trescientos metros del ladrón y de mi bolso, veo que alguien aparece de la calle que cruza por delante y se para justo frente a él, aplacándolo e impidiéndole continuar.

Mi curiosidad se activa por mil y me da una rabia tremenda no ver mejor la escena. ¿Se están pegando? Achico los ojos intentando ver bien qué ocurre pero, a esta distancia, ¡no veo tres en un burro! Están forcejeando, eso seguro.

Cuanto más me acerco a ellos, más siento que no debería hacerlo; ¡puede ser peligroso! Sin embargo, necesito saber, necesito respuestas. Cuando estoy a cien metros de la escena veo que el hombre número dos (llamémoslo así), le ha arrebatado el bolso al hombre número uno y le ha dado tal puñetazo que lo ha tumbado.

El hombre número dos, emprende la marcha y corre muy rápido alejándose por la calle por la que había aparecido. Yo avanzo hasta el primero, que se retuerce en el suelo y se sujeta la nariz ensangrentada con ambas manos.

Por mi parte, me sorprendo incluso a mí misma, pero cuando llego a él, detecto que hay un enfado ardiente en mi interior que se me descontrola. ¡Solo puedo pensar en patearle el culo!

—¡Te está bien empleado! ¡Por chorizo! ¡Cabrón!

Es cierto que las patadas que le doy, ¡lo único que dan es pena! Ya puedo ponerme fuerte si quiero patearle el culo a alguien de verdad; y también debería dejar los stiletto en casa y buscar otro tipo de calzado más guerrero. ¿Botas militares? ¡No es mala idea! Y ahora vuelven a estar de moda...

—¿¡En qué estabas pensando!? ¡Maldito cabrón! —grito fuera de mí dejando el tema estilístico aparcado para otro momento.

Entre mis patéticos intentos por patearlo y, eso sí, mis gritos desgarrados y llenos de rabia, el tío reúne todas sus fuerzas, se levanta entre quejidos, me mira asustado —bueno, puede que solo sea sorprendido—, y sale corriendo antes de que pueda machacarlo. ¡Qué suerte ha tenido!

En cuanto lo pierdo de vista, me doy cuenta de que hay varias personas a mí alrededor que observaban la escena estupefactas, y lo único que me tranquiliza un poco es ver que nadie está grabando con su móvil. ¡Menos mal! ¡Solo me falta hacerme viral en internet para empezar la semana ya redonda!

«La pija del poblenou pateando a su carterista». Ya me imagino los memes y los hashtags. ¡Mi amiga Lena, la community manager, se estaría riendo durante semanas!

En cuanto llego a mi portal, ocurre otra cosa más. ¡Sí, parece que no había sido suficiente con todo lo anterior!

Una moto pasa muy veloz por mi calle frenando cuando está frente a mi portal; pita haciendo que me gire hacia él y lanza algo al suelo en mi dirección.

Miro cómo se va aún sosteniendo las llaves del portal en la mano. Es una motillo de ciudad, poca cosa. No alcanzo a ver la matrícula —ni nada que pueda ser útil—. Solo un tío, menudo, delgado, tapado por el casco, alejándose.

Me acerco recelosa hacia el bulto oscuro que reposa en la acera y... ¡flipo cuando entiendo lo que es!

¡Es mi bolso!

Por un momento, me da miedo acercarme más. Dios mío, pienso incluso en que pueda contener una bomba. ¿Estoy muy mal? Luego respiro y me digo a mí misma que es hora de salir de la peli de terror y volver a la vida real. Cojo mi bolso con miedo y lo inspecciono sin descubrir nada extraño en él.

Joder. ¿Qué diablos significa todo esto?

Entro en casa deseando hacer como si nada hubiese ocurrido. Pero sí ha ocurrido, y me trastoca más de lo que me hubiese gustado. No dejo de pensar en todas las posibilidades que surgen de esos sucesos tan extraños. Alguien me robó el bolso, sí, pero, ¡es que otro alguien, se lo robó a mi ladrón! Y lo más perturbador de todo: vino hasta mi casa para devolvérmelo.

¿Es todo casualidad? ¿Fui víctima al azar de un ladrón cualquiera?, ¿o era alguien que iba a por mí? ¿Y el segundo individuo?, ¿también iba a por mí?, ¿de dónde salió?, ¿también me estaba siguiendo?, ¿será un hombre de Haydar? ¿Será que no tiene nada que ver una cosa con la otra? ¿Tiene sentido alguno de mis pensamientos?

¿Todo esto ha dejado de ser una paranoia para convertirse en una realidad?

Algo de lo que me dijo Óscar ayer pasa por mi mente como un letrero luminoso: «los enemigos de Haydar te encontraron a ti cuando lo buscaban a él».

Dejo de darle vueltas a todo —sin obtener ninguna respuesta que me calme— a las tres de la mañana, gracias a una pastillita de emergencia.

El martes me despierto con mucha ansiedad. Una llamada del despacho Royes interrumpe mi mañana de jaqueca y vista fija en el portátil. Una chica muy amable me dice que quiere concertar una cita urgente conmigo para revisar las cláusulas de un contrato. Caigo en la cuenta de lo que se trata y decido quitármelo de encima cuanto antes, así que voy esa misma tarde al despacho.

Cuando volví del secuestro, pasados unos días, vine a este bufete buscando respuestas. Sabía que si veía de frente al hombre de la máscara blanca lo reconocería. No me dejaron ni entrar, prácticamente. «Sin cita usted no puede estar aquí» repetía una recepcionista muy empeñada. ¡Y nunca me daban cita! Llamé muchas veces, incluso di nombres falsos. Nada. «Agendas cerradas, lo sentimos mucho».

Y, ahora, me encuentro en una de sus salitas elegantes, con un hombre sentado frente a mí en la mesa, —un hombre que encaja perfectamente con el señor educado de máscara blanca que tengo en mis recuerdos del secuestro—, y un boli Montblanc igual que el de aquel día en mi mano. Miro el contrato actualizado que tengo frente a mí y lo leo al completo pero, en vez de firmarlo, tengo una revelación mental mientras paso sus páginas por segunda vez, en este caso distraída.

Y decido negarme.

—Señor... —vuelvo a mirar la tarjeta de visita que me ha ofrecido al sentarnos— Robles, ¿iba usted en la furgoneta en la que fui secuestrada hace siete meses?

El señor Robles palidece y me basta como respuesta. Veo sus ojos marrones llenarse de ansiedad y me viene un recuerdo nítido de aquel día. Se sentía igual de atrapado que ahora, lo noté.

—Lo que pensaba —comento con ligereza—. ¿Usted tiene contacto con mi cliente, no es cierto?

El señor Robles ha empezado a sudar y su párpado derecho está perreando en este instante. Además, creo que ha dejado de respirar y ha entrado en fase de petrificación.

—Me gustaría que le haga saber algo: firmaré este contrato —doy toques con mi dedo índice sobre los papeles— con estas nuevas cláusulas que aseguran que si Haydar muere, yo pierdo todo el control sobre el dinero y las criptos, además de los beneficios generados en el mes en curso, en el momento en el que añada una cláusula más: si soy yo la que termina cadáver en esta historia, será Haydar quien no verá un puto duro de sus millones.

El señor Robles carraspea agobiado y se sirve agua en un vaso para bebérsela con esperanzas de recuperarse.

—Señorita Busquets —me nombra con un hilo de voz—, debe firmar esta actualización ahora. No es correcto que hablemos de ningún cliente. Mi trabajo aquí es darle este contrato actualizado y usted debe firmarlo. Ciñámonos a ello.

Noto perfectamente la lucha en su interior. Quiere parecer firme, sonar autoritario, pero está cagado en las patas. Eso hace que yo aún me crezca más. Aunque realmente no es eso lo que me hace levantarme y sentirme fuerte, ¡soy yo misma!

—No pienso firmarlo —aseguro convencida cerrando el boli y devolviéndoselo. Lo señalo con un dedo acusador antes de soltar mi siguiente afirmación—. Va a tener que secuestrarme de nuevo y obligarme a hacerlo, ¡si es que se atreve a hacerlo!

El señor Robles se seca el sudor de la frente y niega perturbado ante mis palabras, imagino que no fue plato de buen gusto para él actuar de esa manera, quizá también lo hizo coaccionado pero, ¡eh! ese es su puto problema, no el mío.

—Puede decirle a su cliente que a Eva Busquets no le van a tomar más el pelo —añado con un puntito inesperado de agresividad—. ¡Que ya puede ponerme guardaespaldas, un equipo de seguridad y todo cuanto se le ocurra! Porque, a partir de ahora, su dinero va a correr el mismo peligro que corra mi vida. ¿¡Me ha entendido!? Me voy a asegurar de que todos esos activos corran la misma suerte que yo, ¡sea lo que sea que me pase!

El señor Robles traga con dificultad y hace un nuevo intento por acercarme el contrato y señalar con su boli pijo dónde debo firmar.

Cojo los papeles y los destrozo delante de su cara con actitud segura y desafiante.

—Llámeme solo cuando estén todas las cláusulas actualizadas. ¡No me haga perder el tiempo!

El pobre abogado dice algo, me pide por favor que vuelva, que me siente, que hablemos. Pero es tarde. Una seguridad extraña ha nacido en mi interior y ya no habrá quien me pare.

El incidente de mi bolso me ha hecho ver las cosas con perspectiva. ¡Por supuesto que era el hombre de Haydar el que lo recuperó! ¡Seguro que es el mismo que me ha estado siguiendo todos estos meses! Yo lo percibía como una amenaza, pero ayer me quedó claro que es seguridad.

Haydar está protegiéndome porque sabe que tengo sus pelotas en mi mano. ¡Soy yo la que no he me dado cuenta hasta ahora! ¿Cómo puedo haber estado tan confusa y aturdida? ¿Estrés postraumático lo llaman? ¡Pero si es de primero de extorsión: quién tiene el dinero, tiene el poder! ¡Y esa soy yo!

El otro ladrón, puede que fuera un ladrón cualquiera. También puede que fuera alguien enviado por los enemigos de mi jefe. Pero, en cualquier caso, lo que quedó en evidencia es que Haydar me quiere viva y me tiene controlada por ese mismo motivo.

Y con esta nueva versión de Eva, empoderada dentro del pánico, segura dentro de la incertidumbre y convencida dentro de las infinitas dudas, avanzo en una semana en la que mantengo el estado de alerta máximo, hago mucha natación y recurro a las pastillitas de dormir casi todas las noches.

¡Fatal esto último! Mi médico de cabecera ya me dijo que no me iba a hacer más recetas, que me apuntara a terapia. Así que siguiendo su consejo, el sábado por la tarde asisto a mi sesión de terapia grupal. Otra regalito-consecuencia de mi nuevo empleo.

Hace cosa de un mes, localicé a una psicóloga de mi barrio que se dedica a dar sesiones grupales todos los sábados y que se enfoca —sobre todo— en «reestablecer la seguridad interior a nivel mental». ¡Me pareció que era justo lo que yo necesitaba!

Pagué un pastizal por un paquete de diez sesiones. Luego vi que, en el grupo, lo más light que habían sufrido los demás asistentes eran violaciones, palizas, abusos de todo tipo, bullying...

Cuando me tocó hablar a mí, preferí no contar nada de lo mío. Sentí que me juzgarían como «la pobre niña pija a la que asustaron y obligaron a hacerse rica con un trabajo que adora». ¡Y para nada es así! Pero es tan difícil de explicar la dimensión de inseguridad que siento por dentro... que ni lo intenté.

También es verdad que solo llevo dos sesiones. Y tengo que recordarme a mí misma, que aunque los demás hayan pasado cosas terribles, en principio, se supone que es un espacio para compartir entre todos y donde no se juzga. O eso repite Alicia constantemente mientras dirige la sesión.

Cuando entro, saludo con la mano a un par de personas que están de pie hablando y me dirijo a dejar mis bambas en un armario enorme que está destinado a ello. Después, cojo una silla plegable del montón, la arrastro hasta el centro de la sala, la abro y me siento. Poco a poco van llegando los demás asistentes y haciendo lo mismo que yo, formando un círculo entre todos.

Es la tercera vez que asisto pero sigo impactada por recordarme tanto a esas escenas de terapia grupal que se ven en las películas americanas. ¡Es que es tal cual! Solo nos falta la mesa con el café y las pastitas. Aquí solo hay vasos de cartón reutilizables y una fuente de agua. ¡Ah! Y Kleenex, eso también. ¡Menudas lloreras nos pegamos algunos!

Yo es que no puedo oír esas historias y no sentir cómo se me rompe el corazón un poquito por dentro. ¿Empatía lo llaman? Pues lo más curioso de todo es que nunca me he caracterizado por ser tan empática. Fue a raíz del suceso «secuestro» cuando esta capacidad se me activó al doscientos por ciento.

La sala es muy bonita, es una sala en la que normalmente se hace yoga, creo. El suelo es de madera, tiene un ventanal enorme que da a un jardín interior que transmite paz, una pared con un espejo, otra con una barra como las de ballet y otra con compartimentos para dejar los zapatos. También hay mats, bloques y cojines que reconozco de cuando hacía yoga.

Al ser a las seis de la tarde, entramos con luz, pero salimos a las siete pasadas, ya oscureciendo. Es la parte negativa del invierno para mí, que oscurezca tan pronto hace que los días sean muy cortos.

—¡Hola, Uve! Me alegro mucho de que hoy sí que hayas venido —me saluda Alicia con una sonrisa cariñosa y abre su silla para colocarla en el círculo—. ¡Te echamos de menos el sábado pasado!

Le respondo asintiendo con una sonrisa agradecida y sin ganas de excusarme por mi falta.

Por cierto, me llama Uve porque una de las propuestas del grupo es que seamos todos anónimos. Me pareció interesante. Quizá, si la terapia funciona, cuando termine con estas sesiones me sienta más segura como para dar mi nombre real frente a un grupo de personas desconocidas pero, ahora mismo, no entra dentro de mis posibilidades.

El resto también usa nombres en clave. Es divertido. Me gusta imaginar cómo será su nombre real, cuál les pega. Somos unas seis personas en total, es un grupito reducido y muy selecto. ¡No cualquiera puede permitirse el precio de esta terapia!

Estoy completamente distraída en mis pensamientos cuando, de pronto, alguien arrastra una silla cerca de mí y, en cuanto alzo la vista y lo veo, su presencia, su energía, su mirada... todo él me impacta de tal manera, que incluso pego un bote involuntario que delata mi sobresalto.

Encima, a causa de esa sacudida, me trago de golpe el chicle que tenía en la boca y se me queda pegado en algún punto incorrecto y peligroso de mi garganta, provocando que empiece a toser y cada vez lo haga más fuerte.

¿Voy a palmarla?, ¿por un chicle de sandía?, ¿en medio de la terapia de grupo?

¡Dios, qué final tan lamentable para Eva Busquets!

Esperaba morir con algo más de clase.

¡Hola, Lectoras Vibrantes!

Siento no haber podido publicar ayer. ¡Pero aquí lo tenéis! Espero que os haya gustado. Si es así, no olvidéis darle a la ⭐️ y dejar vuestros comentarios 💗

Os adelanto que el próximo capítulo es... potente 🤭 y un pequeño spoiler: está narrado por nuestro protagonista masculino 🤭😍😏🔥🔥🔥🔥🔥🔥

¿Tenéis ganas de conocerlo ya? 🤔😬 ¿Creéis que es alguno de los que ha aparecido hasta el momento? ¿O será alguien que aún está por llegar? ¡Estoy deseando leer vuestras teorías y suposiciones! 😍 ¡A ver cuántas acertáis! 🤭 Venga, si alguna acierta, se lo confirmaré!!!! jejej

No os pongo reto porque aún es pronto... pero id preparando vuestros comentarios, ¡que en nada empezamos! 🤭😏

Un besazo, ¡os quiero!

Carol

❤️ Sígueme en Instagram @ CarolBranca_

Continue Reading

You'll Also Like

56.6K 8.6K 98
[Excelente relación calidad-precio, volvería. Mis huesos se sintieron rejuvenecidos y fortalecidos. ¡Ainz Ooal Gown nunca conocerá la derrota!] - Señ...
119K 6.7K 122
- Capítulos de Boku no Hero. (desde el 306) +Este manga no me pertenece. + Autor: Kohei Horikoshi.
6.6K 273 36
choi tn una chica Latina con tan solo 20 años se mudo a corea del sur para cumplir sueño pero todo no fue como lo penso. jeon Jungkook 26 años el m...