Lobo Perdido Libro 2

By AlexKiaw

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Ranshaw Lennox, Mike Denner, Amatis Stevenson y Kris Larsson están dispuestos a dejarlo todo para vivir la vi... More

Notas
Las manadas
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Parte 1 | DENNER
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Parte 2 | Dankala
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Parte 3 | Müller
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Parte 4 | Dankala
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Parte 5 | Lennander
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By AlexKiaw

Era casi la noche en la granja. La ausencia de humanos en muchos kilómetros a la redonda hacía de ese paraje algo hermoso. Las estrellas brillaban, incluso más que en Lennander. Y el frío era algo para tomarse en cuenta.

Los dos viejos lograron sembrar un campo de maíz. Ellos solos, aunque en ese momento las tierras estaban yermas. Al parecer habían perdido la cosecha anterior, así que estaban viviendo de sus reservas y de la caza.

Para la cena asaron dos conejos que tuvieron que alcanzar para los cuatro. Complementaron con pasta y pan que tomaron de las provisiones de los visitantes. Y todas las peras que quisieron, de la última cosecha de la huerta, que también producía zarzamoras y otros frutos.

—Supongo que quieren saber su historia, ¿no es así?

Müller se sobaba la barriga, al parecer satisfecho. Y el fuego ardía alto; tenían una buena reserva de leña seca para pasar la noche. No había razón para no ser buen anfitrión con sus inesperados invitados.

—Él es parte de nuestra manada, Lennander sigue siendo su hogar —respondió Konrad, mientras usaba su cuchillo para sacar la piel de una pera y poder comerla a rodajas delgadas.

—Dices que se apellida Lennox. ¿es un pariente directo del líder?

—Todo Alfa que llega al mando, cambia su apellido por Lennox —explicó Konrad—. Aunque también hay otros que conservan Lennox por ser descendientes directos de nuestra fundadora. Uno de los Omegas secuestrados es Michael y creo que podría ser su hijo.

—No, él no dejó hijos en Lennander —afirmó Burkhart, seguro de ese hecho como si fuera algo de su propia vida.

—Y no, Michael es hijo de Mike Denner —. Fue Hadrien quien aclaró el error—. Pero hay un Omega de nombre Paul. Es él quien sí podría ser su hijo. Lo hallamos en San Fernando, pero ahora vive en Lennander.

Burkhart asintió. Lo que los extranjeros decían correspondía con los datos que Ranny le había dado.

—Conocí a Ranshaw en Dankala. Yo pasé meses encerrado, pero no tengo idea de cuantos. Llegó primero su amigo y dos días después, llegó Ranny.

—¿Por qué estabas encerrado?

—Es como suelen hacerlo. Cuando llegan nuevos Alfas, los someten por la fuerza. Dos, tres o más que te igualan en tamaño, al final lograrán encadenarte y eso es todo. Poco o nada podrás hacer después.

—Por favor, Burkhart. Necesitamos que nos cuentes desde el principio. ¿Quiénes son esas criaturas? ¿Qué son? ¿Por qué nos capturan?

—Te contaré lo que nos pasó a nosotros, que es lo único que puedo decirte. Yo fui el Alfa de mi manada. Esta era nuestra granja y era muy productiva. Tenía cuatro ejecutores y con el resto, sumamos quince los que vivíamos aquí. No teníamos Omegas. Trabajamos la tierra y cuidamos a los animales para todos. Teníamos contacto estrecho con buenos vecinos de Jansen. Es la ciudad que dejaron atrás antes de internarse en el bosque. Cambiábamos leche, fruta y maíz por cosas que ellos fabrican; medicina, ropa y alimentos en lata, sobre todo.

—Lennader no hacía eso —dijo Konrad, pensativo— siempre nos mantuvimos a nosotros mismos, al menos hasta que Evan Lennox llegó a ser nuestro líder. Antes de él, solo teníamos contacto con unas cuantas manadas.

Burkhart asintió.

—Esa debe ser la razón por la cual su manada aún existe y prospera, mientras que la mía está muerta. Una noche esto se llenó de renegados. No tengo idea de cuántos fueron. Para donde miraras, había cinco de ellos. Mi gente huyó entre los árboles, al menos los que pudieron. Se quedaron a luchar conmigo tres chicos fuertes y mis ejecutores. Mataron a esos tres chicos y nos capturaron a los demás.

—¿Hace cuánto tiempo ocurrió eso?

—Tenía casi treinta y cuatro años. Ahora tengo cincuenta y seis. Nos drogaron, yo creo, debimos estar fuera por días. Recuerdo lo embotado que estaba cuando desperté. Estábamos los cinco en Dankala.

—¿Cómo lo sabías?

—No lo sabía en ese momento. Desperté con mis hermanos, que iban recuperando la conciencia más o manos al mismo tiempo. Es una gruta apartada dentro de una montaña, hay un hogar como este, al centro, para hacer fuego, suficiente leña y agua limpia para beber y hacer té, que también nos proporcionaban en grandes ramas cortadas de árboles. Recuerdo que al despertar vimos una pieza de carne colgada sobre el hogar de forma que se cocinó mientras dormíamos. Dimos cuenta de ella, entre los cinco, en un solo día. Y respondiendo a tu pregunta, hace mucho frío en ese lugar. Recuerda que estamos hablando del norte profundo. Tú que vienes del sur, te vas a cagar de frio cuando llegues allá, si es que vas. Como lobo aguantas, pero como hombre, de no haber sido por el fuego y por las prendas que ellos nos dieron, hubiéramos muerto.

—¿Deberíamos ir como lobos?

Burkhart negó.

—Como te digo, creo que tu forma animal estará bien en ese clima. ¿Pero cuando tengas que ser hombre de nuevo? ¿Desnudo? No pasarás la noche. Y sin armas, ni comida, serás un regalo para ellos. No hay modo de vencerlos, a menos que alguien use uno de esos aviones militares modernos y les lance un misil. Pero entonces todos los Alfas y Omegas que están ahí morirían y los humanos seguramente preguntarán qué está pasando. ¿Quién se animaría a hacer eso? Y que yo sepa, ninguna manada tiene misiles o aviones.

—Entiendo —dijo Hadrien—. ¿Qué pasó después?

—Uno que debe ser su líder fue a donde estábamos encadenados. No pudimos defendernos. Cada uno recibimos una mordida de ese sujeto y se alimentaron a turnos de nosotros por primera vez. Al parecer fuimos un gran botín. Parecían celebrar. No estoy seguro.

—¿En dónde te mordieron?

Burkhart se apartó el cabello del cuello. Ahí había una brutal cicatriz. No como las delgadas cicatrices que lucían los Omegas en sus cuellos, pálidas y apenas resaltadas. En el cuello del viejo la piel estaba plegada y hundida.

—Antes de un día comenzó la fiebre. Bueno, a mis ejecutores eso los destruyó.

—¿A ti no?

—No. Sí enfermé, pero lo mío fue parecido a los resfriados humanos. ¿Has visto alguno?

Mientras Hadrien asentía, Konrad negaba, confuso.

—Es una enfermedad humana muy común. Todos enferman en invierno.

—¿Lo hacen? ¿Por qué?

—Son virus. Así me veía yo; me sentía mal y me dolía la cabeza, más que de costumbre y el cuerpo lo sentía como si me hubieran dado una paliza. Estuve mal unos cuatro días y después lo peor de los síntomas pasó.

—¿Qué es virus? —preguntó Konrad. Hadrien le hizo una seña para que guardara su curiosidad para después e instó a Burkhart a continuar hablando.

—En cambio, mis ejecutores enfermaron gravemente. Tuvieron convulsiones y uno de ellos murió en unos días. Lo que esas alimañas te contagian cuando te muerden. ¡Son como unas malditas serpientes! Estás muerto si se alimentan de ti. Y mira que se dieron un festín con nosotros. Tomaban turnos. Nos mordieron tantos de ellos que casi acabaron con nosotros.

Burkhart suspiró. Con la palma de la mano se oprimió la frente, justo encima del ojo, como si tuviera dolor. Sacó del pantalón un blíster de pastillas, extrajo una y la tragó sin agua. Se levantó para alimentar el fuego y servir más de la bebida caliente en un tarro.

—Ahora vengo.

Fue con Ranshaw que al parecer había despertado. Se quedó sentado un rato en el borde de la cama, haciendo que bebiera más y más de ese té.

Konrad no miraba al hombre enfermo, sino la parte de la casa en donde guardaban la comida. Apenas una repisa en la pared. Había harina de maíz, un tarro de manteca, un bote de café y carne seca tan vieja que seguramente no se la comían ni los ratones. Había un cesto con frutas variadas, hojas y flores para la preparación que bebían y un queso viejo.

—¿Burkhart? Tenemos pasta en la camioneta, de la que solo necesita que se le agregue agua hirviendo. Quizás le reconforte comer algo así. ¿Me permites ofrecerte parte de nuestras viandas?

Cuando el viejo asintió, aunque se veía avergonzado por ello, Konrad se levantó y salió sin decir nada. Mientras tanto, Hadrien se acercó a la cama donde yacía el hombre, que ya se veía más recuperado. Burkhart sacó otra pastilla más y la metió en la boca del enfermo.

—Yo siempre tuve un problema. Me duele la cabeza con frecuencia. A veces tanto que ni siquiera podía moverme.

—Debe ser terrible. No sabía que hubiera lobos con migraña.

—No sé si los lobos, pero el hombre que soy se ve aquejado de eso con frecuencia. Así que hace mucho tiempo comencé a tomar ácido acetilsalicílico cuando trabajaba en Jansen, en el hospital. Las acostumbro desde entonces. También a Ranny le hacen bien. Cada vez que iba al pueblo, compraba, para que no me faltaran. Pero solo yo estaba loco; mis ejecutores no querían saber nada de eso. Supongo que no vivir con dolor te hace un poco más orgulloso.

Hadrien asintió. El dolor, entre otras cosas, te vuelve humilde. Él lo sabía bien.

—Cuando llegaron los renegados, llevaba en el bolsillo una caja nueva además de un par de blisters incompletos, ya que algo más temprano tuve dolor. Y nos revisaron para buscar armas, pero nos dejaron todo lo demás. En cuanto empecé a sentirme mal tomé una y las seguí tomando hasta que me sentí bien, alrededor de cuatro días.

—De manera que Killian decía la verdad. Fue la aspirina la que te salvó.

—¿Parece una tontería? Creo que fue suerte. No la suficiente; aunque la fiebre no me mató, me puso estúpido. No pude salvarlos. Se convirtieron en renegados, apenas tontas versiones del lobo que fueron, idiotizados. No respondían a ningún estímulo, excepto a la voz de los que los mordieron. Es algo que parece entre enfermedad y magia.

Hadrien podría creer en enfermedad, no en magia. Y Burkhart pareció leer en sus ojos la duda.

—No lo sé. No es como si nos hubiéramos hecho análisis de sangre. Incluso, si lo hubiéramos hecho... ¿qué hubiéramos logrado? En ningún laboratorio humano tienen identificadas a estas criaturas.

—Supongo que no.

Se quedaron en silencio mirando el fuego.

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