Crónicas: Cómo crear un monst...

By OniVogel

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⚠️ AVISO IMPORTANTE ⚠️ Esto es una PRECUELA de «Briseida y las amazonas». Si no la has leído, por favor, no e... More

Sinopsis
El toque de Afrodita
La flecha de Eros
La fertilidad de Deméter

La furia de Ares

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By OniVogel

Por mucho que lo intentó, no logró regresar a Temiscira. Everett no volvió a ver a su hija.

El paso de los años agrió su forma de ser debido al engaño y a la frustración de no poder recuperar a lo más valioso que tenía en la vida.

Aquella mañana salió de su casa para ir a la universidad, donde estaba terminando su doctorado. Había tardado más de lo esperado porque su cabeza estaba dividida entre eso, su hija y el tener que ocultarles a sus padres que no estaba bien. Al principio había estado a punto de ingresar en un psiquiátrico a la fuerza, porque se negaba a dejar pasar lo que le había ocurrido y sus padres pensaban que estaba delirando. Luego aceptó una mentira: que le había pasado algo malo durante meses y no lo había asimilado bien, creyendo cosas que no eran ciertas... como que tenía una hija.

Desde entonces se puso una máscara que jamás se volvió a quitar en público. Eso sí, pidió poder estudiar en Grecia porque «le gustaba el país», aunque en realidad solo le recordaba a su hija perdida. Cada vez se sentía peor, no creía que fuese a aguantar mucho más y, de hecho, aquel día se despertó con la idea de acabar con su sufrimiento, pero lo pospuso.

—Hola, perdona. —Una voz lo sacó de sus pensamientos suicidas—. Llevo toda la mañana en la biblioteca y vine ahora a tomarme un café para descansar un poco, pero es que no hay ni un sitio libre en la cafetería... ¿te importaría que me siente a tomármelo aquí? No te molestaré.

Everett sonrió, como parte de aquella personalidad que había adoptado para con los demás. El chico que le había hablado iba con una taza de café en la mano. Tenía una expresión muy simpática y sus ojos color miel brillaban como alguna vez lo habían hecho los suyos, que ahora siempre lucían apagados. Su cabello era más claro que el de Everett, que ahora lo llevaba anudado en una coleta.

—Hola. No te preocupes, siéntate y disfruta del café.

—¡Gracias!

—Eres un novato, ¿no? Pareces muy joven.

—Sí, estoy terminando mi primer año. ¿Y tú?

—Estoy con el doctorado de Ingeniería.

—¡Hala, qué pasada! Tiene que ser dificilísimo, ¿no? Yo estoy estudiando sobre deportes, quiero ser profe.

—Es complicado, pero se hace lo que se puede —respondió Everett, de aparente buen humor. El muchacho le caía bien—. Por cierto, me llamo Everett.

—Yo soy Evander. Gracias por dejar que me sentara aquí, eh. Necesitaba despejarme un poco.

—No hay de qué, siempre viene bien descansar. De lo contrario, se te puede quemar el cerebro.

Tras la conversación con Evander, durante la cual compartieron números de teléfono, Everett abandonó la universidad para ir a la farmacia a comprar una caja de somníferos y luego se fue a su casa sin dejar de pensar en su hija.

«Mi Deméter... seis años sin verte...».

Las lágrimas amenazaron con inundar sus ojos, así que sacudió la cabeza mientras seguía conduciendo. Podría haber conducido sin ningún cuidado hasta estamparse contra alguien, pero su idea no era llevarse a nadie más por delante.

Estaba atravesando un puente subterráneo que servía de atajo hacia el modesto apartamento en el que vivía cuando una mujer comenzó a acercársele por el lado contrario. Al principio ni le prestó atención, pero luego se dio cuenta de que la conocía.

Era la reina Daria.

—Everett Calhoun.

El hombre la miró con los ojos entrecerrados mientras la rabia le subía por el estómago hasta la garganta como si fuera bilis.

—Tú... —masculló antes de echarse a correr hacia ella, dispuesto a meterse en una pelea, algo que nunca antes había hecho.

La pelea, en efecto, se inició, pero Daria la terminó rápido, sujetándole el brazo tras la espalda con fuerza y manteniéndolo a él contra la pared.

—Vengo a ofrecerte algo que te puede interesar, así que ponlo más fácil.

—¡¿Más fácil?! ¡Me destrozaron la vida!

—No seas dramático. Faina está aquí.

—¿Qué?

—Tengo una historia muy interesante que contarte, tú decides si quieres escucharla o vas a seguir resistiéndote.

Everett apretó los labios, con rabia, y dejó de intentar soltarse. Daria lo soltó y se separó de él, y el hombre se giró hacia ella y también se alejó.

—¿Qué quieres decirme?

—Faina ha tenido otra hija. De Apolo.

La noticia le cayó encima como un objeto muy pesado, ¿otra hija? ¿De... Apolo?

—¿Cómo que de Apolo?

—El dios se le presentó en la isla y Faina se enamoró perdidamente de él, así que cuando dio a luz a su segunda hija tuve que expulsarla.

—Faina... ¿se enamoró de un dios?

«De un dios sí... pero de mí, no».

—¿Y por qué me cuentas esto?

—Pensé que te interesaría, ya que te engañó y te quitó a tu hija. Incluso te he traído una cosa.

La rabia ciega estaba haciendo efecto en él.

—¿De qué mierdas estás hablando?

—De un veneno capaz de matar a los dioses. Si alguien me hubiese roto el corazón y luego se hubiese enamorado de otra persona querría vengarme de ambos. De hecho, me sucedió una vez —dijo y arrugó la nariz—. Por eso odio a los hombres. En fin. ¿Lo quieres o no?

—¿Para qué? ¿Pretendes que vaya al Olimpo a matar a Apolo?

—Bueno, te puedo decir dónde está Faina. Apolo la ama, a lo mejor podrías traerlo hasta ti e inyectarle el veneno. Lo que te dé la gana. Aunque se conoce que hay mortales que han subido allá arriba... pero no sé cómo. Investiga.

Everett la miró con odio, sin saber qué decir, y ella abrió un saco que tenía colgado de la cintura y extrajo de él un frasco lleno de un líquido dorado y un pequeño trozo de pergamino.

—Yo te lo dejo aquí, el veneno y la dirección de Faina, y tú haz lo que quieras. Por cierto, a los dioses los mata, pero a los mortales no, por mucho que les inyectes... aunque sí les hace mucho daño. Adiós, Everett Calhoun, espero que no volvamos a vernos.

Everett se quedó allí quieto, sin asimilar todavía las palabras que había escuchado.

Faina le había engañado y luego se había acostado con un dios del que sí se había enamorado... él la esperó, quiso creer que iría a buscarlo junto con Deméter... pero jamás lo hizo. Por eso acabó confirmando que era cierto: Faina lo había utilizado como todas las amazonas llevaban tiempo haciendo. Y pensar en eso lo llenó de rabia.

—¿Amas a Apolo? —masculló en voz baja— Vamos a comprobarlo...

Tomó los dos objetos, leyó el papel y salió corriendo... hacia un lugar que no estaba muy lejos de allí.

Estaba a punto de llegar cuando una idea cruzó su mente. Si iba a enfrentarse a un dios debía tener algún tipo de protección... ¿no?

«¿En qué diablos estoy pensando?».

Sus pasos lo llevaron hasta un modesto refugio en el que tocó, extrañado.

—Hola —saludó a la mujer que le abrió la puerta—. Estoy buscando a Faina.

—Ah, la recién llegada... bueno, se acaba de marchar. No quería estar aquí al parecer.

Everett apretó los labios de la rabia y se marchó sin despedirse. ¿Por qué tenía tan mala suerte?

Respiró hondo para intentar calmarse y, cuando se había alejado ya del refugio, vio a una mujer que caminaba en su misma dirección... con ropa poco discreta, sandalias de cuero y el cabello castaño, casi rubio...

—¿Faina?

La mujer se dio la vuelta y vio que sus ojos de color miel ya no brillaban con la misma vitalidad y estaban rojos.

—¿Everett? —Abrió los ojos de par en par— ¡Everett!

Faina corrió hacia él y lo abrazó. Él se quedó con los ojos muy abiertos y los brazos en el aire, pero no la abrazó.

—Lo siento tanto, Everett... pensé que no te vería nunca más. Me lo han quitado todo...

—¿Es cierto que estás enamorada de Apolo? —preguntó con tono contenido.

—¿Cómo sabes eso? —respondió ella con otra cuestión, separándose de él para mirarlo con sorpresa.

—¿Es verdad o no?

—Es verdad... pero pasaron...

—No quiero oír ninguna explicación. Me utilizaste y ahora estás sola. También me enteré de que tuviste otra hija, de ese dios.

—Everett...

—¿Cómo te sientes, Faina? ¿Qué tal sienta que te mantengan ilusionada durante todo el embarazo para luego separarte de tu bebé?

—Everett, yo te quería... —La rabia se apoderó de Everett, que miró a los lados mientras ella hablaba— pero ellas te mintieron... yo no...

La examazona no acabó la frase, porque Everett la dejó inconsciente de un puñetazo.

—Tú y yo vamos a mantener una larga conversación —masculló mientras la recogía en volandas y caminaba hacia su casa.

Qué curiosa es la vida. Había estado a punto de quitársela y, de repente, la persona más indeseada había aparecido para darle un nuevo propósito. Sabía por dónde iba a empezar: aquella armazón que iba a servir para ayudar a personas que no podían caminar ahora tendría un final diferente, le serviría de protección para el día en que Apolo apareciera, si es que no lo hacía antes para rescatar a Faina. Si así era, haría lo que fuese para matarlo y, si no lo conseguía, no tenía nada que perder. De todos modos, ¿para qué vivir si no podía tener a su hija con él?

Matar a un dios. Una gesta difícil que probablemente no llevaría a cabo una persona que estuviese completamente en sus cabales.

—Y después vas a ayudarme a recuperar a mi hija —sentenció aunque ella no pudiese oírlo.

Pocos ingredientes, pero una receta complicada... a menos que te falte sangre en las venas o un corazón en el pecho. Así fue como las amazonas y sus mentiras crearon un monstruo.

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