¿ES REAL?

Por Cristina_Colindres

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Jane junto a Lucas, su amigo, sufren un inexplicable accidente automovilístico que acarrea consigo una experi... Más

Prólogo
¡GRACIAS!
Capítulo 1 ¿La ventana?
Capítulo 2 ¿La llamada que yo no respondí?
Capítulo 3 ¿Noche de feria?
Capítulo 4 ¿Río Lombrad?
Capítulo 5 ¿Primer golpe?
Capítulo 6 ¿Elegidos?
Capítulo 7 ¿La punta del Iceberg?
Capítulo 8 El día que Leo respondió mis incógnitas
Capítulo 9 Un nuevo despertar
Capítulo 10 El triple asesinato
Capítulo 11 Gilbert la cabra loca
Capítulo 12 ¿Vienen por mí?
Capítulo 13 Lucas por Jane
Capítulo 14 Sexto Elegido
Capítulo 15 Cinco Elegidos juntos
Capítulo 16 Víctimas
Capítulo 17 Son ellos, están aquí
Capítulo 18 Jane entre comillas
Capítulo 19 Dos indefensos Judas
Capítulo 21 Evocando a sepultados
Capítulo 22 El primer paso de Zeo

Capítulo 20 Volver

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Por Cristina_Colindres

Aún no era el momento adecuado; todavía faltaba un poco más. Él lo sabía, así que con todo el dolor que aquello le desataba ahí -justo en el centro del pecho-, como una daga puntiaguda, volvió a sentarse.

«Un poco más, cariño», rogó mirándola, «Permíteme quitarte la venda de los ojos, dame la oportunidad de ser yo tu salvador».

Exhaló exhausto, le faltaba el aire. No resistiría tanto tiempo fuera. Tenía que darse prisa, sino, moriría en el intento, y no habría final más doloroso para él que no poderle mostrar la verdad a ella.

De enseñarle lo real a quién amaba de verdad.

Continuación del capítulo anterior

Abrumada. Así me sentía hace mucho. Tal vez de todo. De los EK-Z, la guardia del reino, Los Elegidos, sus quejicas; las restricciones, las órdenes, lo minuciosamente controlada que me tenían a toda hora, los secretos. Estaba cansada de lo mismo todos los días.

Conocí a más personas en el reino, como a Los Elegidos, pero las circunstancias no nos daban crédito para hacer buenas migas por completo; de lo único que hablaban era sobre querer matar al ojiazul príncipe de mi izquierda, sobre que buscaban la venganza, también cuchicheaban algo acerca de quitarles el trono. Qué ingenuos eran al creer que podrían ¡siquiera! chorearles un miserable vello del culo, antes los EK-Z les ahorcarían o harían una de esas cosas lóbregas que hacían para raptar a Los Elegidos, como lo hicieron con Lucas y conmigo.

Cazados como bestias.

Jamás quise saber cómo les habían capturado a mis compañeritos, no me interesaba sentir miedo y ponerme en el lugar de ellos al escuchar sus vivencias con los EK-Z, no me incumbían.

«O puede ser que no quiero escuchar las malas habladurías de los EK-Z porque, muy en el fondo, sé que estoy confiando ciegamente en ellos», Apreté los dientes, deseando estar en mi habitación para golpearme contra un espejo y hacerme reaccionar.

Tonta, tontaa.

Mi compañero de balcón dejó salir una bocanada de aire, «compañero no, mi asesino». ¿De verdad podía mantener la calma junto a ellos?, ¿Junto a él? Un lado de mí, el racional, me escupía crueles palabras ácidas en mi mente advirtiéndome de que ellos me traicionarían en cualquier instante, que solo estaban jugando conmigo, que todos me mentían acerca de cada inútil pregunta que hacía, que ellos solo querían divertirse; y el otro, el lado estúpidamente débil -ambicioso de humanidad barata-, me pedía que, por el amor a lo que más apreciara, no desconfiara y no me alejara de ellos porque me autodestruiría, me rogaba que no tirara la toalla con ellos.

¿Y qué me aseguraba que Zeo no era el culpable de mis injuriosas dudas respecto a la perspectiva que osaba a plantearme de él? Él bien podía interferir en mis puntos de vista sobre alguien si antes se había podido escabullir en la cabeza de Lucas, en el bosque. Era un bastardo que capaz agitaba mis pensamientos cada que se le antojaba.

Le miré de reojo, observaba el anochecer. «Un ángel». Su apariencia era la de un ángel gloriosamente inocente; un ángel a punto de ceder ante el funesto pecado. En mi cabeza, bufé, cuán ignorante era de mi parte comparar a Zeo con semejantes seres divinos.

Zeo era blasfemia.

Se aclaró la garganta.

—Yo no hice todo aquello que mencionaste.

Sacudí mis hombros, indiferente.

—Decirlo no cambia mi opinión.

—Bien, bien; te lo explicaré. —Arañó su cabello blanco hacia atrás. Eran… excitantes las naturales hebras blancas recogidas hacia la parte trasera. Reaccioné cuando volvió a hablar tratando de concentrarme en lo que decía—... Esto también es complicado para mí.

¿Qué de complicado había en soltar la verdad?

—Bien, estoy lista para la gran, supremamente inesperada, noticia de haber sido casi apuñalada por ti en un bosque. —Sin saber porqué o para qué, lancé puñetazos al aire—. Vamos, hombre, sorpréndeme.

Sonrió.

—Ya te lo he dicho, cielito, yo no he hecho casi nada de lo que…

Enarqué una ceja, cruzándome de brazos, asintiendo como si le creyera. Él odiaba los rodeos, yo también, eso nos beneficiaba a ambos.

—Muy bien; juguemos a que serás, por primera vez, honesto con las respuestas.

Eso lo tomó con la guardia baja. Parpadeando perdido, ladeó su cabeza.

—¿De qué respuestas hab…

Alcé un dedo, callándolo. Achinó sus ojos, odiaba que le cerraran la boca, por algo le fastidiaba tanto coexistir junto a Enem. Lo haría más seguido. Rechinó sus dientes de manera inaudible, pero sí visible, tal cual un cerdo rabioso.

—Serás sincero, ¿verdad? —asintió de mala gana, rodando los ojos, recargándose en el extremo de su esquina del balcón, yo lo hice en la mía—. Bien. ¿Me acosabas todo el tiempo antes de venir obligadamente al reino?

Por un momento, dudó en responder, después de una semilarga meditación, me miró mal por haber escogido esa pregunta entre tanto material a mi disposición.

Bufando hasta con su tono de voz, respondió:

—Bueno, es que si lo dices de esa forma… —Le apremié por una respuesta contundente, se andaba por las ramas para posponer el momento—. Sí, lo hacía —resopló—, ¡pero con muy buenas intenciones! Que conste.

¿Un EK-Z con buenas intenciones? Sí, claro.

—¿Asustabas a mis hermanos desde el pino? —tutibeé al modificar la pregunta—. Bueno… a Leila, ¿asustabas a Leila por las noches?

Aquello le arrancó una carcajada. Su pecho vibró por su ronca risa. Aparté la mirada, perturbada.

—Esa niña, ummh. —Presionó su dedo índice en su quijada, pensando su respuesta. Qué desagradable era cuando quería hacerse el gracioso—... está para camisa de fuerza —carcajeó, palmeándose el muslo—. Está loca. No la asustaba. ¿Qué culpa tenía yo que ella fuera a vigilar las calles vecinas desde su balcón en plena noche?

«Aceptalo, Jane, quieres reírte con tu asesino a espaldas de tu hermana menor», Con las mejillas rojas por apuñalar mis ganas de seguirle la burla, seguí:

—No da risa. ¿Tomaste una llamada que me pertenecía a mí? —Le maté con la mirada.

Comprimió una sonrisa tonta.

—Ah, sí, tu amigo parecía estar seguro de lo que sentía hacia. —Lo pensó un momento—… Khaterin. —Sonrió irónico, negando—. Así son los jóvenes, supongo; un día sienten, al otro no.

—¿Ahora de qué demonios hablas? Creo recordar que hablábamos de…

—¿Alguna vez te has preguntado por qué la mayor parte de las relaciones a temprana edad no funcionan y terminan a las nueve semanas?

Fruncí el ceño. «¿Y este?», me pregunté, mirándolo raro. Claro que me lo había preguntado, un profesor nos había hecho escribir un texto largo acerca de los porqués; claro que, ni Lucas, Maya y yo hicimos la tarea, los demás compañeros escribieron una verborragia incoherente, o también estaban los que lo sacaron de un sitio web en el que quien exponía la gran duda de un rosario de jóvenes traumados, se hacía el buena onda, usando jergas juveniles, de lo cual el profesor se daba cuenta; pero se hacía el huevón y no les decía nada para ahorrarse una pelea absurda con alumnos palurdos.

—Pues sí. ¿Ahora debo fingir que me gusta que te pongas en este plan de profesor que usa mocasines, que llama a sus alumnos "chavos", que es ágil escribiendo en el pizarrón y que siempre está haciendo preguntas con las que él quedará como el sabiondo al final?

"Agua fiestas" se leía en su semblante. Me ignoró y prosiguió con su descubrimiento.

—Lo que pasa es que ellos. —Acarició su barba corta, reflexivo—... siendo tan jóvenes y bueno... ingenuos, no tienen conciencia de a qué deberían definir como amor y a qué llamarlo una aventurilla pasajera.

¿Y a mí qué?

—Ya… capto. ¿Y? —No entendía qué tenía que ver eso con la llamada con la que había empezado todo.

—Eh… no sé, solo es lo que pienso del tal Lucas.

—¿Lucas? ¿De qué hablas?

—Nada. Olvídalo. ¿Qué me estabas diciendo de. —Calló al verme la cara de pocos amigos—… ah, mira, ya me acordé. No estabas en condiciones para recibir una llamada, ¿lo recuerdas? —Esta vez, sonrió con coquetería—. Estabas embelesada en mis ojos, te desconcentráste y, bueno, te desmayaste.

«¿Así que aquellos puntos azules eran él?». Negué, frenética.

—¡Mentiras! —Lo apunté—, tú me hiciste desmayar. Nadie más pudo hacerme volver a la cama y cerrar la ventana con seguro, nadie más que tú.

Sacudió sus hombros, petulante.

—¿Qué te puedo decir? Soy un caballero.

El rostro se me desfiguró en cólera.

—¡¿Sabes cómo lo pasé al día siguiente sin saber si algún ente malvado me había tocado o hecho cosas… —Lancé un pequeño chillido histérico al aire.

Entre risas, preguntó:

—¿Ente malvado? —Apretó sus labios, evitando encolerizarme más.

Hice ondas con mi mano, buscando las palabras correctas.

—Sí; o sea, algún psicópata, ¡un demonio! Algún…

La ofensa en Zeo no se dió a esperar.

—¿Yo un demonio? A ver, perdóname pero. —Ahora él me aniquilaba con la mirada—... ¡No digas tonterías! Y claro está que no soy un psicópata, solo un Zeo. Qué deshonra.

—Sin problemas puedes ser un Zeo psicópata o un Zeo demonio, me acosabas, ¿no?

—¡No es lo mismo! Y yo no soy nada de esas idioteces. Solo Zeo, el príncipe casi Rey, el heredero del Rey, un EK-Z.

—Lo que digas. ¿Y el mimo?

Su sonrisa fresca y deslumbrante se esfumó, de nuevo, la manzanita de Adán bailó para mí. El tenso filo en todo él me alarmó, espantando a escobazos la indigna diversión que estaba disfrutando junto a él, otra vez.

—¿Qué? —Le reté—, ¿Ahora te has quedado mudo? —aguardé a que sonriera como siempre, pero solo hizo silencio. Una risita nerviosa me embargó—, ¿Zeo? Tú manipulabas al mimo, ¿verdad?

Más silencio, uno escalofriante.

—¿Verdad?...

Vaciló al contestar, pero en ningún instante apartó sus ojos de los míos.

—Jamás he utilizado a un mimo para capturar a un Elegido. Kila y Enem tampoco. Siempre damos la cara, y eso no nos hace mejores, pero puedes estar segura de que no fuimos nosotros quienes les persiguieron en aquel bosque.

Mi cerebro bamboleó, borracho. Claro que habían sido ellos, sino… ¿quién más? ¿Cómo la vieja Jane iba a tener enemigos que la persiguieran por todo un maldito bosque? Tenía diecisiete, a esa edad no se tenían enemigos, solo rencores absurdos. No tenía una lista de enemigos, no tenía motivos ni personas para hacerla.

—¿No crees que es una gran coincidencia que esa misma noche me raptaran ustedes? —No había duda de que, para mí, él todavía era mi horrible cazador—, ¿Cómo explicas que desde entonces Los Elegidos se reunieron para unir fuerzas contra ustedes? ¡Mi muerte fue la bandera roja, Zeo! Mi muerte avisó al Consejero para que soltara todo lo que sabía. ¿Y te atreves a negar que me has matado?

—¡No! —gruñó— ¡Yo no te maté! Deja de asegurar que fui yo sin tener una sola prueba.

—¡¿Pruebas?! Ustedes les dieron los libros a Leila y Leo. ¡En el libro del consejero obligaba a Leo a no hablar hasta que el maldito cuarto Elegido fuera raptado! —Mi voz quebrada pateó mi orgullo. Los ojos me escocían, y yo no quería llorar más—. ¿Y quiénes crees que les dieron esos libros a esos niños? ¡Los maravillosos EK-Z! ¿Te parece poco esa prueba?

La marea embravecida en sus ojos enloqueció, olas y más olas viajaban de allá para acá en ellos. Bastante me hubiera gustado que fuera literalmente, pero aquello de verdad pasaba, olas rabiosas, turbulentas, inundaban sus ojos. Era como si el azul de sus ojos de verdad fuera un mar nocturno. La pupila sin brillo era la única intacta, como una luna negra sobre el mar, su iris era un constante movimiento de olas tempestuosas. Eso pasaba muy pocas veces, pero cuando lo hacía… tal vez era mejor dar un paso atrás, o dos, o fugarse.

Zeo notó mi mirada clavada en sus peculiares y terroríficos ojos porque se apretó el puente de la nariz, exasperado.

—¿Podrías dejar de mirarme como si fuera un fenómeno? —negó irritado, rodando los ojos.

—Es que… jamás lo había visto, ni siquiera en Enem o Kila. —Él apartó su mirada, le señalé—. ¿Qué es? ¿Por qué te sucede eso? ¿Es solo cuando te enojas?

A lo mejor Zeo, así como yo, tampoco sabía cómo interpretar mi actitud con él. Mi trato variaba entre la comodidad y al siguiente minuto, cuando recordaba por qué y por quien me encontraba ahí, todo se desbarataba, creando una barrera todavía más alta entre el príncipe y yo. En cuanto salía el tema de mi muerte, de Los Elegidos, del día de mi captura… todo se volvía a concentrar en rencores gritados, disculpas incoherentes por su parte, excusas; después, cuando un nuevo tema salía entre ambos, pensaba que nos gustaba hacernos creer que nada había pasado y que teníamos la libertad de reírnos juntos, de pasarla bien mientras se pudiera, que hasta podíamos llegar a ser algo próximo a amigos.

Cuando la idea de ser su amiga, y él el mío, abordaba en mí, mi lado racional se volvía loco. Cuando eso ocurría, iba al espejo, me apuntaba y me advertía que, de ser yo su amiga, él me terminaría arruinando; me traicionaría, porque él era una Zeo y yo la humana débil con más probabilidades de salir perdedora. Lavaba mi cara, me echaba agua casi al punto de ahogarme entre mis palmas y el agua escurriendo. Me partía en cólera tener, ridículamente, los pantalones bien puestos para considerar que él podía ser bueno conmigo. Bueno… era justamente eso lo único que él no podía ser con alguien; mucho menos con alguien que para él era la ofrenda en homenaje a su corona.

¿Era eso, un obsequio? No lo sabía con certeza. Por muy estúpido que fuera, tampoco había preguntado acerca del porqué estaba ahí, me había resignado a la pobre información que Ginger me había proporcionado: "Nos matarán en honor al trono. Con nuestra muerte, harán referencia a nuestra debilidad y a su fuerza sobre los humanos. Los príncipes de cada década están obligados a capturar a cierta cantidad de Elegidos, pero estos EK-Z fueron los menos astutos de todos los tiempos. Drish Z les arrebató la corona en la década que les correspondía, y ahora en esta, tal parece que sí lograrán reinar", Entonces otra incógnita saltó para que le prestara atención. Así que le pregunté: "¿Por qué somos tantos Elegidos? Bastaba con unos cuantos, pero tengo entendido que además de esta habitación hay más regadas por todo el reino con más de nosotros". Ginger esa vez me sonrió como si yo fuera una tontita inocente. Con voz aterciopelada explicós".

—No estoy enojado. ¿Y no me estabas acusando de asesinarte? Sigue, no te distraigas.

Sabía que intentaba evadir algo, así que con esfuerzo recordé de lo que hablábamos. Tenía razón, no con regularidad Zeo se disponía a recibir cada una de mis preguntas. Cuando sencillamente no quería hablar, huía de mí entre el aire, me decía que debía ir con Enem y Kila, que su padre requería de su presencia, que tenía cosas que hacer, no le creía nada; y cuando en serio no tenía energía para inventarse una excusa, decía: "ahora no, cielito".

A veces me convencía de que era una verdadera pérdida de tiempo buscar razones o caminos correctos a los porqué en Zeo, no me servía de nada si sus respuestas eran una sarta de mentiras.

Un suspiro sordo me jugó en contra, saqueando todo el aire de mis pulmones, robándome las ganas de pelear con un príncipe engañador, quitándome las ganas de culparlo entregadamente de todo. Pero era mucho más descomplicado así, culparle de todas mis recientes desdichas me era complaciente, me agradaba pensar que yo no tenía ninguna culpa en aquello, ¡porque era así!

—Zeo, necesito saber todo. ¡Me lo has prometido! —Mi lastimera voz salió más patética de lo que quería—. No me importa si aceptas que me mataste, lo juro, me lo he mentalizado por un año completo; pero cuéntame la verdad que tanto decías que merecía saber. Por favor.

Apretó su mandíbula, sus párpados se agitaron, subieron y bajaron dos veces seguidas, como un tic. Por último, no le quedó más que asentir. ¿Estaba aceptando haberme matado o darme tregua? No sabía cómo interpretarlo.

—Jamás voy admitir haberte matado porque no fui yo —remarcó, dándole peso a las tres últimas palabras con el ceño… bastante fruncido—. Sé que todo apunta a que soy el…

Zeo calló en cuanto visualizó a unos dieciocho metros de distancia a su feo pajarraco volar hasta nosotros. Lo que faltaba, que ese animal me cacareara en plena noche.

Zeo sonrió al verle volar bajo la luz de la luna, como si verle fuese su tranquilizante privado. La luna del reino Z era muy parecida a la de la Tierra, solo que la del reino tenía un bonito destello azul a su alrededor. Me preguntaba si era así en los reinos de Kila y Enem.

El águila agitaba sus alas con majestuosidad hacia nosotros, en todo tiempo su depredadora mirada me eliminó de mil y un formas del lado de su posesor. Odiaba que me acercara mucho a él.

—Deja de verla como si te fuera a matar, es inofensiva. —Cuando el águila llegó a nosotros, mis pelos volaron, Zeo le tendió su antebrazo para que se parara sobre el. Y la bestia todavía me miraba mal.

—Deja de ordenarme qué hacer, y dile a tu pollo que me mire mejor o lo haré caldillo.

Zeo la acarició. El águila era magnífica, pero no podía evitar imaginarla comiendo mis tripas si volviera a morir. Desde lejos se notaba el cariño que existía entre Zeo y el ave, sus orgullosos ojos la admiraban en silencio mientras le acariciaba la cresta en su cabeza, el águila parecía querer ronronear como un gato bajo el toque de su dueño. El pajarraco era un águila harpía, hembra, con un plumaje puramente blanco, jamás había visto algo tan blanco como sus plumas y el cabello de Zeo, pero al parecer en el reino Z sí existían ejemplares así de curiosos y cabelleras casi perfectas. Galión, el águila, robaba miradas con su plumaje blanco como la nieve, cuando tomaba vuelo era todo un espectáculo… poder ver su inclinación hacia adelante y, al echarse a volar, el aleteo constante mientras se alejaba. Te dejaba siempre un sentimiento de paz.

Los ojos de Galión eran azules, tan azules como los de Zeo, solo un par de paletas más oscuros, pero no cabía duda que él la había hecho semejante a él, como una airosa interpretación de él en versión plumífera. «Tal vez encuentra parecido a las aves de rapiña». Las patas gruesas y fuertes de Galión, junto a sus tenebrosas garras, le daban un aire bastante… macho, pero su tamaño me convencía de que era hembra. Cuando la conocí, hace seis meses, quedé petrificada al ver su plumaje plenamente níveo; ni una sola pluma gris en la cola, el pico, que debía ser gris, era negro. Y sus ojos que, de previsto, hubieran sido marrones, ¡eran azules!

Cuando dejó de acariciar a Galión como todo buen pirata haría con su feo perico, me dejó helada al notar en sus ojos seriedad repentina. Ojos serios mirándome a mí.

—¿Qué?

No habló de inmediato.

—¿Qué? —renegué.

—¿Volverías a Gothan conmigo?

🍷Kila🍷

Hola, gente bonita. Nos volvemos a encontrar.

Las fotitos que dejé al pie de cada capítulo son versiones de los EK-Z en dibujos. ¿Qué tal están?

¿Qué les han parecido estos nuevos capítulos?

¿Zeo dice la verdad o está mintiendo como asegura Jane?

De momento, ¿Qué EK-Z les ha gustado más?

¿Esta nueva Jane les gustó?

¡GRACIAS POR LAS 3K DE LECTURAS, AHHHH!

Ana Mart

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