No te emociones tanto

By PaulStonem

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Una chica normal y corriente con una obsesión: Un cantante de rock los 90 en plena crisis de los cuarenta. Él... More

Sinopsis
PRÓLOGO
1. No te enfades tanto
2. No te enfades tanto
3. No te agobies tanto
4. No te agobies tanto
5. No te muevas tanto
6. No te muevas tanto
7. No te obsesiones tanto
8. No te obsesiones tanto
9. No te emborraches tanto
10. No te emborraches tanto
11. No te líes tanto
12. No te líes tanto
13. No me llames tanto
14. No me llames tanto
15. No te rías tanto
16. No te rías tanto
17. No me esperaba tanto
19. No me beses tanto
20. No me beses tanto
21. No me subestimes tanto
22. No me subestimes tanto
23. No te emociones Tanto
0o0o Spoileati-me o0o0
24. No te emociones tanto
Epílogo

18. No me esperaba tanto

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By PaulStonem

18. No me esperaba tanto

Jill se había levantado de la mesa con la disculpa de que tenía que ir al baño. Mientras tanto Cob apuraba una cerveza y Deneb ojeaba la carta pensando que no sabía cuál era la diferencia entre el pollo Tikka Masala y el pollo Tandoori, pero deducía que cualquiera de los dos le iba a gustar porque adoraba la comida india. Es más, seguro que ya lo había comido antes, pero de una vez para otra se le olvidaban los nombres. Antes de comer habían estado tomando algo en la terraza del restaurante, aprovechando el sol de primavera, y a Jill se le ocurrió preguntar qué tal el fin de semana con los niños, así que Den estuvo contando, muy animado, todo lo que hicieron. Casi como si estuviese deseando que le preguntaran para así poder contarlo y que le dijeran que era un gran padre.

El sábado por la mañana los despertó y los llevó a una exposición de animación que había en el centro. Él era un friki de los dibujos animados, así que se lo pasó como los enanos. De hecho fue el que se empeñó en que se hicieran unas cuantas fotos con un muñeco enorme, protagonista de la última peli que les encantaba a los niños. Estuvo a punto de tuitear un selfie, pero al final se entretuvo con Ras que quería todos los muñecos de acción de la película en la tienda de la exposición. Y se los compró, porque a él también le encantaba jugar con ellos. Después habían estado comiendo en un McDonald's de la zona, que bien no era santo de su devoción, pero Duhr estaba muy contento con la idea porque ya no se pedía Happy Meal porque ya era un chico grande. A Meg se le había ocurrido que podían pasar la tarde en el campus de la Universidad porque se jugaba un partido de Rugby; a Den le pareció una maravillosa idea porque adoraba el deporte, aunque estaba bastante sorprendido de que la chica se mostrase fan del rugby. Lo que Meg no le contó es que, durante su época universitaria, había estado saliendo con un Hoocker de metro noventa y que tenía que tragarse los partidos casi como si fuera los domingos a misa. Los niños lo pasaron en grande y Duhr no paraba de decirle a su padre que ya no quería ser portero sino que quería vivir el resto de su vida en una melé. Por la noche habían estado tranquilos en casa, disfrutando una cena casera en la que Meg puso más empeño que de costumbre y que, gracias a los cielos, Rasalas aprobó. El domingo por la mañana se resumió en horas de Mario Kart y de FIFA15 con la Wii, mientras Meg preparaba las maletas porque se iría el lunes de viaje de trabajo. Y por la tarde, Den tuvo que despedirse de los enanos y llevarlos a casa con todo el dolor de su corazón porque se los habría comido con patatas de haber podido. El más pequeño se enganchó al cuello de su padre pidiéndole que por favor se quedara a dormir en casa; cosa que hizo que Den tragara saliva con el corazón en un puño. Duhr simplemente se despidió y le recordó a su hermano que había niños en su clase con papás separados y que no pasaba nada. Esta última parte Den se la guardó para él y no le dijo nada a Cob y a Jill que le miraban con una sonrisa, justo antes de que ella dijese que iba al baño.

  —¿Y entonces Meg cuando vuelve? —preguntó Cob.

  —Creo que el jueves —le dijo despreocupado todavía mirando la carta.

 —Ach es muy pesado a veces, no sé por qué ella le tiene que acompañar a hacer sus trabajos de mánager. ¿No iba a cerrar actuaciones y entrevistas?

  —Justo —le contestó Cob cerrando la carta, ya se había decidido—. Pero dice que Meg tiene más carisma que él. Yo creo que es, simplemente, porque está más buena que él y él lo sabe. Parece ser que cuando va ella nadie dice que no.

  —Tú lo sabrás más que yo, tío... —le dijo Cob en un tonito demasiado confidente.

Den alzó las cejas serio y luego se le escapó media sonrisa que parecía dejar claro que Meg era bastante persuasiva. Luego rodó un momento los ojos y se encendió un cigarro con una gran naturalidad.

  —Así que Jill va a llevarte de cerca el papeleo de tu garito.

  —Sí, tío —contestó el de la tele—. También es muy persuasiva, ¿sabes? —agregó con una sonrisita.

  —La conozco —terció Deneb sacudiendo la ceniza del cigarro en un cenicero sobre la mesa. Puso cara de escéptico ante aquella sonrisita de su amigo—. Te la has tirado.

Cob abrió los ojos de más y miró a su amigo con un gesto traicionero de culpabilidad. Den alzó una ceja y dio una calada al cigarro por no sonreír. Hacía muchos años de lo suyo con Jill y era consciente de que su abogada había cambiado muchísimo desde entonces, pero no le sorprendía que se sintiese atraída por Cob. Llevaban siendo amigos desde que él los presentó hacía años, lo curioso es que se gustasen justo ahora. Den no se sintió traicionado ni nada por el estilo, quería a ambos, a su manera. Se quitó las gafas de sol y las dejó sobre la mesa, mirando a su amigo con gesto examinador. Cob se puso a la defensiva, agitándose sobre su silla y mirando a una mesa donde había un viejo canoso con una chavalita de veinte. Su nieta, esperaba.

  —¿Cuándo, este fin de semana?

 —Sí —contestó Cob volviendo la vista hacia su amigo. Sabía que no iba a poder rehuirlo ni nada por el estilo, así que le contestó con resignación.

  —¡Qué cabrón! —le dijo Den, ahora sí, con una gran sonrisa—. Está buenísima, creo que con los años mejora.

  —Y es muy buena en la cama, tío. Bueno, ¿qué te voy a contar a ti?

Deneb soltó una risita y volvió a fumar de su cigarro. ¡Vaya, vaya, vaya! Sus amigos, de aventurilla, qué fuerte.

  —Nos vimos el sábado por la mañana porque la llamé para esto y, al final, pasamos el día juntos.

 —Y la noche... —le picó Deneb—. Y el domingo cada uno para su casa. Si te conozco bien, mamón.

  —Bueno... —La sonrisa que tenía Cob en la cara era bastante tonta hasta para él. Den se lo quedó mirando con algo de incertidumbre—. Y el domingo también lo pasamos juntos. Y, de hecho, estamos a lunes y también lo estamos pasando juntos.

Den le leyó en la mirada a su amigo que Jill parecía gustarle de verdad. Abrió los ojos de más por la sorpresa y se le fue el humo por otro lado. Se atragantó y se puso a toser. Cob se preocupó y le levantó la jarra de cerveza para que bebiera un poco. Den la agarró y le dio un trago a duras penas. ¡Joder, qué espectáculo por una tontería!

  —¡Joder, no te mueras, Den! —le soltó el de la tele.

—Joder... —dijo el otro recuperando la voz. Carraspeó, sintiendo que tenía los ojos húmedos y limpiándoselos con la palma de la mano—. No me esperaba tanto.

—¿Tanto qué?

—Tanto amor.

—No exageres —se excusó Cob rodando los ojos.

Ya. Claro. El gesto de Deneb era totalmente escéptico. Su amigo se había pillado por Jill y estaba haciéndose el desinteresado. Cob lo miró como si pudiera leerle la mente y, aunque le hubiese gustado tener el porte para negarlo, al final se le escapó una risa. Den dio la última calada al cigarro y lo apagó en el cenicero. Sus ojos azules, con un brillo casi malévolo, estaban clavados en su mejor amigo.

—Entonces la pelirroja esa, ya nada.

—La pelirroja... —comenzó Cob diciendo con una gran sonrisa—. Tú viste, como yo, que tenía novio o algo -agregó poniendo cara de resignado-. La verdad, Den, una cosa es estar cansado de salir con modelos histéricas de las dietas o con actrices histéricas de su vida profesional y otra creer que puedes confiar en una chica normal y corriente. Quiero decir, una chica de la calle. Al final nos separa una gran avenida entre nuestro mundo frívolo y el suyo. ¿Cuántos famosos conoces que conocieran a su pareja en el supermercado?

—No conozco lo que es un supermercado.

Cob se rio ante la idiotez de su colega. Él hablaba en serio. Miró a Den pidiéndole un poquito de sensatez y el rockero alzó las manos en una vaga disculpa.

—Ya sabes lo que te quiero decir. No es que seamos especiales, pero no es casualidad que las chicas que parecen entendernos mejor tienen un pie metido en este mundo. Meg trabajaba en la industria musical y... —se cortó un poco y se ruborizó. Deneb sonrió al verlo—, Jill es abogada de un montón de cabrones como tú. Sabe de qué va la movida.

—Te entiendo perfectamente, Cobe —respondió Deneb ante tanta franqueza—. Te lo traté de explicar el otro día en ese baño pero tú ibas demasiado mamado como para hacerme caso —le dijo pasándose de listo-. Pero si un día te follas a la pelirroja esa, cuéntamelo.

Cob negó con la cabeza con una sonrisa. Den era único, desde luego. El de la tele acaba de empezar a ilusionarse con Jill, ¿quién sabía? Igual era otro desastre más, o igual no. Igual le gustaba desde hacía tiempo y nunca había querido terminar de creérselo. Ella tenía más o menos su edad y, probablemente, las mismas pretensiones. ¿Por qué no iba a funcionar?

—Hablando de ella —comenzó de nuevo diciendo—. Tienes que venirte un día conmigo al estudio. Su compañera, la morena de la que te hablé, te ama. Le he prometido que irías para hacerme el guay. Ahora tienes que ir.

—Para que tú quedes bien —le dijo Den con su entrecejo recto en una línea perfecta con sus cejas, como si sólo tuviera una que le cruzara la cara—. No sé, no sé. Las mujeres que me aman sin verme siempre me han dado miedo —decía con un aire bastante inverosímil que se pegaba de bruces contra su enorme ego.

—¿Que a ti qué? —preguntó la voz recelosa de Jill mientras se sentaba a la mesa. Observó a Den con escepticismo y agarró la carta para echarle una ojeada. No les había escuchado de lo que hablaban pero llegar y escuchar a Den Murphy decir que las mujeres le daban miedo era para mear y no echar gota-. No hay quién crea esa idiotez, Den.

—¿Por qué? Tú me amas y siempre me has dado miedo.

Ella alzó la vista y lo miró fijamente antes de sonreír de forma forzada. Él sonrió de la misma manera. Cob los observó a ambos divertido. Jill alargó la mano para quitarle a Deneb del pelo una pelusa que había llegado volando.

—Me tienes miedo porque podría meterte en la cárcel.

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