blåøyde alfa [Blåøyde omega #...

By oh_boobear

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Tras la muerte de Rob, Ragnar ha tenido mucho tiempo para reflexionar. Cuatro años atrás, antes de que todo e... More

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A Rob los pies ya le dolían. 

Había pasado horas enteras caminando sin descanso, y no había un solo indicio de que alguna manada habitara por allí. No le extrañaba demasiado, hacía frío y sus pies se hundían en la nieve. Cada vez que respiraba se le congelaban los pulmones, el pecho le dolía y llegaba a toser por el escozor en su garganta.

Su capa no lo protegía mucho, al menos su pelo estaba libre de nieve. Sus rizos, helados y fríos, estaban aplastados por la capucha de la capa de cuero que Rob le había comprado a un vendedor deambulante en mitad de su travesía. Refunfuñó cuando, por enésima vez, se tropezó y se tambaleó hacia delante. 

"Joder." Murmuró. De su boca salió vaho.

Esperaba encontrar un lugar en el que quedarse, al menos, un par de días. Ni siquiera tenía que quedarse con una manada, con encontrar un refugio temporal le valdría. Si John lo viera ahora mismo se reiría, el viejo siempre disfrutaba burlándose del desgraciado de Rob.

Sonrió un poco al recordarlo. Estaba enterrado y más que descompuesto en Italia, pero si estuviera vivo, aun con cataratas en los ojos y con cojera, se habría reído de él. John siempre había sido así, le gustaba reírse de los más jóvenes aunque él estuviese más destrozado que un árbol viejo.

Habían pasado cuatro años desde su muerte, se había sentido muy solo y perdido desde su partida. Rob intentó, a la edad de los diecisiete, rellenar ese vacío con una mascota. Lo hizo, a medias. Cogió a un perro callejero como acompañante en su travesía, y fue eficaz durante tres años. Con Gus, así lo había llamado Rob, las cosas no eran tan solitarias y deprimentes. El perro, aunque era viejo, sabía cómo hacerles las cosas más fáciles a él y a Rob.

Gus era inteligente, lo suficiente para haber sobrevivido diez años como un perro callejero. Pero poco a poco su sistema fue fallando, y Gus murió entre los brazos de Rob, drogado y despreocupado por las hierbas calmantes que le frotó Rob para que el dolor y la pesadez de la muerte fueran como una caricia.

Rob no estaba dispuesto a volver a meter a alguien importante en su vida. Había tenido que enterrar a la persona, y al animal, que más quería. Estaba con John desde los ocho años, cuando sus padres murieron, sus hermanos fueron vendidos a agricultores que necesitaban mano de obra y Rob fue considerado como lo suficientemente maduro para buscarse la vida.

No sabía qué hora era, pero por la oscuridad del cielo podría apostar a que se estaba haciendo de noche. Rob bufó y gruñó con molestia. Él era de tierras mucho más cálidas, allí en la nieve terminaría muriendo de hipotermia.

Se detuvo al escuchar pisadas y el crujir de las ramas.

En el mejor de los casos, habría sido su imaginación. Llevaba un día y medio sin comer comida fresca, todo cuanto se había llevado a la boca había sido pan duro. Rob odiaba de sobremanera el pan duro.

Se quedó callado, y quieto. Le pareció oír voces a la lejanía, voces de alegres omegas y risas de niños. Entrecerró los ojos, porque no veía nada con la tormenta que estaba cayendo. Un aura cálida y anaranjada se veía a lo lejos, parecía fuego y antorchas.

¿Acaso había muerto y aquello era el Reino de los Cielos, como dictaba la Biblia?

Tendría sentido haber muerto, pero eso no explicaba por qué Rob seguía sintiendo que sus huesos se romperían como un cristal por el frío. Respiró, se llenó los pulmones de aire, y al exhalar el vaho se hondeó.

Había sentido su cálido aliento golpear su cara, a lo mejor no había muerto.

"Fremmed. [Forastero]"

Rob se estremeció, y no fue por el frío. Habían pasado días desde la última vez que había escuchado a alguien hablar, pero aquella lengua no era la suya. Era extraña, la desconocía por completo.

El gran alfa frente a él era un poco más alto que el médico. Rob alzó las cejas y parpadeó sin creer en lo que veía. Se preguntó cómo alguien podría soportar ese frío, y también por qué alguien habría salido en plena ventisca. Rob no tenía más opciones, era cruzar la nieve o morir.

"Disculpa, ¿qué?" Balbuceó Rob, anonadado. Seguía tiritando y la capa de cuero estaba húmeda por la nieve, se estaba congelando. "Espera, un segundo." Levantó ambos brazos, muy a pesar de que los tenía helados. El alfa emanaba un olor que no resultaba amigable. "Podemos hablar."

Aparentemente ese alfa fornido no estaba por la labor de entablar una pacífica y natural conversación. Rob mantuvo las manos alzadas para demostrar que no iba armado, no era peligroso y no tenía malas intenciones. Pensó, de todas formas, que probablemente se asemejaba a una rata que tiritaba al borde de la congelación crónica. 

Aquel alfa de anchos hombros y corpulento cuerpo resultaba bastante aterrador; Rob no sabía si pertenecía a alguna tribu o era un sencillo alfa (bastante intimidante) que vivía solo a las afueras en una cabaña. Se tratase de quien se tratase, Rob estaba seguro de que ambos sabían quién era el que tenía altas posibilidades de sobrevivir en un combate. 

"Yo, no soy de aquí." Rob decidió seguir hablando. El alfa, que ya de por sí parecía bastante bravo, comenzó a caminar hacia él. "Solo estoy de paso. Lo prometo. Tengo que cruzar sí o sí por aquí, no vengo a quedarme ni robar nada.

Por cómo marchaba el fornido alfa, Rob supuso que su política charla no estaba sirviendo de mucho. El calor comenzó a ascender por su cuello hasta llegar a su cara. Su ritmo cardiaco aumentó considerablemente al ver que aquel hombre no tenía pensamiento de dejarlo ir y, sobre todo, cuando cayó en la cuenta de que no lo estaba entendiendo.

Supo que estaba perdido cuando los hombros del alfa adoptaron la misma posición que la de un depredador que va a saltar sobre su presa. 

Debía de correr si lo que quería era sobrevivir. 

A pesar de que sus piernas se sentían débiles y sus rodillas dolían y crujían por el frío, Rob corrió en dirección contraria al desconocido. No veía nada, solo nieve y algunos árboles robustos que le dificultaban la huida y el acceso al bosque. 

Cuando respiraba, el pecho le dolía. Estaba seguro de que, si no fuese por la adrenalina y el hecho de que no se podía parar a ser consciente de lo que hacía, podría sentir cómo sus pulmones se congelaban más y más con cada profunda respiración. 

Lo peor de todo, era que podía oírlo correr detrás de él. 

Comenzó a sospechar que no era un ermitaño; un alfa con una constitución tan trabajada y unas habilidades de caza tan avanzadas solo podían ser dignas de un soldado o cazador perteneciente a una manada. 

Iba a ser presa fácil para su atacante. 

Rob corrió tanto como sus pulmones y su cuerpo le permitían. Una presión en la parte izquierda de su pecho lo empezó a molestar. Le ardía, como si le estuvieran quemando el corazón desde dentro. 

Pater noster, qui es in caelis:
sanctificetur Nomen Tuum;
adveniat Regnum Tuum;
fiat voluntas Tua,sicut in caelo, et in terra.

A pesar de que su oxígeno se consumía con más rapidez a cada segundo que pasaba, Rob oraba entre murmullos para sí mismo. 

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a Malo.

No sabía cuánto había corrido, o si realmente estaba llegando a algún lugar en específico o solo estaba dando vueltas. El terror lo recorrió cuando logró visualizar que no había más nieve por la que correr: había un largo río del que aún brotaba agua de una castada. 

Pater, exaudi preces meas.

Miró hacia atrás, y el alfa no parecía muy cansado. 

Sus músculos dolían y los pulmones los tenía sin aire. 

Sit mors sine dolore. Amen.

Sin saber de dónde sacó las fuerzas, saltó. 

Cayó duro sobre la nieve, y el hielo contra su espalda fue un impacto tan duro que lo dejó sin aliento. 

Abrió la boca, exhalando por una bocanada de aire como un pez fuerza del agua, pero el oxígeno no llegaba. 

No oyó más al alfa. 

No oía nada, en general. 

La cascada de la que brotaba agua sonaba muy lejos, aunque realmente el cuerpo de Rob estaba al lado. Todo parecía borroso, y del cielo solo podía ver que habían empezado a caer pequeños copos de nieve. 

Sit mors sine dolore.

Se llevó una mano al pecho, al lado izquierdo. Su corazón bombeaba tan agresivamente que ardía. Dolía tanto que quería arañarse la piel del pecho para, con suerte, arrancarse el corazón. 

No se podía mover. 

Tal vez, esta vez sí que iba a ver el Reino de los Cielos. 

Se golpeó el pecho torpemente. Sus manos se movían más por espasmos que por necesidad. 

Él no quería morir de esa forma, pero lo prefería antes que ser asesinado brutalmente por ese alfa. 

Entonces sintió a alguien encima de él. 

Ni siquiera pudo ver bien quién era. Aquel cuerpo pesaba demasiado sobre él, y el cristiano no era capaz de articular alguna palabra. Tenía espasmos por todo su cuerpo, de eso estaba seguro. 

"Se meg i øynene." Aquella grave y gruesa voz retumbó en sus oídos como un sonido lejano. "Pust med meg."

Rob ni siquiera entendía lo que aquel hombre estaba hablando. Sus labios temblaban y su cuerpo estaba a punto de colapsar. 

El alfa le agarró las manos con una sola mano, y con su otro brazo lo incorporó. El aire que antes era difícil de respirar, de repente se volvió menos pesado. Sus fosas nasales empezaron a abrirse. 

"Pust med meg." La misma voz habló, esta vez más cerca. "Faen. Du må puste."

El cristiano parpadeó. No podía ver con claridad, aún veía manchas oscuras. 

Así duraron diez minutos. Rob no sabía quién era la persona que lo estaba sosteniendo, pero por el calor que irradiaba y el olor que desprendía podía deducir que era otro alfa. 

Tenía la boca seca. 

Le ardía la garganta, y los ojos le picaban por las lágrimas que se le habían sobresaltado por la sensación de ahogamiento. 

Trató de tragar un poco de saliva, y fue una sensación desagradable. Con voz pastosa y un poco ronca, Rob murmuró:

"Mi cruz." Titubeó. "Puedes..."

El alfa lo observó, pero Rob ni siquiera podía mantener los ojos muy abiertos. En el fondo sabía que el cazador no estaba entendiendo ninguna palabra de lo que estaba diciendo, pero tenía la esperanza de que lo hiciera. 

El cazador pareció dudar un instante. 

"Jeg forstår ikke."

"En, en el bolsillo." Jadeaba. Por el silencio y las vacilaciones del alfa, Rob supuso que no estaba entendiendo nada en absoluto. "Joder."

Como pudo, con los dedos, los cruzó en forma de cruz. No supo si aquel gesto fue lo suficientemente preciso para que ese fornido alfa lo entendiese, pero por la rápida reacción del alfa supuso que sí. 

Sintió aquellas ásperas y grandes manos tantear los bolsillos debajo de su capa de cuero. Al dar con el crucifijo de madera, lo alzó hasta la vista de Rob para buscar aprobación.

"Trekorset?"

"Dámela." Pidió. "Por favor."

Rob supuso que una súplica desesperada sonaba igual en todos los idiomas. La cruz la mantuvo contra su pecho mientras sus manos la apretaban.

Cuando sus ojos por fin pudieron distinguir sus propios pies de la nieve, pudo ver el fornido brazo que sujetaba sus manos lejos de su pecho. Subió la mirada hacia el rostro del alfa, y su rostro palideció al encontrar al mismo cazador que lo había perseguido. 

Su cuerpo se tensó, e inconscientemente trató de moverse. 

El agarre del alfa se apretó, y aquello le dio escalofríos. 

"Hvis du flytter, dreper jeg deg."

La aspereza con la que habló le dejó claro a Rob que era una amenaza, y que no se debía de mover mucho si deseaba conservar su cabeza pegada a su cuerpo. 

Se mantuvo quieto el tiempo suficiente como para recuperar el aliento correctamente, y entonces el ardor que sentía en el interior de su pecho desapareció poco a poco. Le sorprendía que, a pesar de las bajas temperaturas que los rodeaban, el cuerpo del cazador se mantenía en una temperatura tibia que, con el tiempo, podía llegar a desprender calor. 

Rob no sabía si podía moverse pasados otros diez minutos. 

Aunque ya podía respirar correctamente, no respiraba demasiado fuerte porque seguía atrapado entre las manos y los brazos del cazador. 

Sintió entonces al fornido alfa moverse. Rob quiso llorar de felicidad al suponer que aquello era una carta de libertad, pero pronto el alfa lo acorraló con el suelo contra su espalda. 

Rob abrió abruptamente los ojos, mientras que de su garganta no pudo salir ningún sonido. Una afilada daga con empuñadura de madera se apretó contra su piel, amenazándola con cortarla. 

Pudo mirar bien a aquel alfa por primera vez.

Su pelo era largo pero estaba atado en un pequeño moño, y la barba era lo suficiente gruesa para trenzarla con algunas pequeñas trenzas. Estaba tan cerca de su cara que Rob pudo distinguir algunas que estaban dispersas en su vello facial. 

Los ojos los tenía oscuros y daban la sensación de que se trataban de los ojos de un depredador que estaba a punto de devorar salvajemente a su presa indefensa. Su dura mandíbula y cejas fruncidas hacían de su cara una dura imagen a la que se le imponía respeto. 

Rob no tenía otra opción más que mirarlo a los ojos. 

El médico jadeaba y hacía todo lo posible por no sucumbir al pánico en aquella situación. Podía asentir el cálido aliento del cazador contra su cara; tranquilo y uniforme. 

El alfa se acercó aún más a su rostro, y respiró profundamente para llenarse los pulmones con el olor a jazmín de Rob. Rob quiso temblar cuando la pierna del alfa se hincó entre sus dos piernas y el hoja del cuchillo se apretó aún más. 

Ni siquiera podía tragar. 

La cara de aquel cazador se arrugó con disgusto, y entre dientes volvió a susurrar:

"Fremmed."

Cuando sintió los músculos del alfa contraerse al hacer un ademán de fuerza, Rob gritó para evitar ser degollado allí mismo. 

"¡Me llamo Robert Jesse Cullen!" El pavor bañó su voz. El alfa se detuvo. Si el cazador se paraba un segundo a medir las pulsaciones de Rob, podría sentirlo temblar como un cervatillo. "Discípulo de John el barbero, y actualmente practicante de la medicina."

Se sorprendió a sí mismo cuando no tartamudeó al hablar en aquellas circunstancias. 

Los ojos del alfa no cambiaron. 

"No soy una amenaza." Le juró. Habría levantado las manos de no ser porque el alfa estaba sobre él. "Yo no quiero pelear, no quiero hacer daño. Soy médico, ayudo a personas."

Un breve silencio se asentó entre ambos. 

La nieve aún caía en forma de suaves copos de nieve inofensivos. Se podía apreciar la fina capa de nieve que se había formado sobre la ancha espalda del cazador. Tan solo se podía oír el ruido de la casca con el agua cayendo a borbotones. 

El aliento de Rob mientras jadeaba salía como vaho. 

"Du er kristen."

Rob parpadeó. 

"¿Kristen?" Balbuceó desconcertado. 

El alfa bárbaro se movió con rapidez y aquello sobresaltó a Rob. Le arrebató de las manos el crucifijo. 

El fornido alfa lo sacudió delante de Rob. 

"Kristen."

"Cristiano." Entonces lo entendió. Una ola de alivió lo invadió cuando al fin fue capaz de entender una sola palabra que salía de la boca del atacante. "Sí, soy cristiano."

Sin esperarlo, el alfa lanzó lejos la cruz de madera. Rob observó el objeto lanzado con cierta inquietud, y el gruñido del cazador lo trajo de vuelta a sus ojos. 

"Odin er vår far. Far til alle."

Rob no supo qué decir ante eso. 

Sintió la mano del alfa apretarse y él no se pudo mover. Su atacante alzó el cuchillo para clavarlo en el corazón de Rob. A pesar de que el médico trató de zafarse de su agarre, nada podría salvarlo de allí. 

Miró hacia su derecha. Allí, a al menos dos metros de él, se encontraba su crucifijo tendido y casi enterrado sobre la nieve. 

Ni siquiera Dios lo iba a sacar de allí. 

Antes de que el cazador pudiera bajar el brazo para acabar con su vida, el graznido de un cuervo resonó. El alfa se congeló por completo. 

Rob no supo por qué aquel sonido paralizó por completo al cazador, que en vez de mirarlo a él, alzó la mirada para buscar al cuervo que graznó. Volvió a graznar no una, sino dos veces más. 

La daga se resbaló de las manos de su atacante y cayó para clavarse en la nieve cerca de la cabeza de Rob. 

El alfa lo volvió a mirar a él. 

"Kom med meg."

(...)

Apenas podía caminar. 

Las piernas las tenía húmedas por la nieve y las rodillas le ardían de dolor. 

A Rob lo escoltaba el cazador, que iba detrás de él. Cuando llegaron al pueblo, todas las omegas se asomaban por sus ventanas para mirar al nuevo forastero que había cruzado sus territorios. Habían oído rumores de que era cristiano y no hablaba ni una sola palabra en noruego. 

El médico se sentía un mono de feria. 

Rob trató de esconderse detrás de la gruesa capa de cuero empapada por la nieve. Sintió la presencia del cazador a su alrededor en todo momento. 

Algunos cachorros salían de debajo de las largas faldas de sus madres para poder presenciar con sus propios ojos a la novedad del momento. 

Lo llevaron hacia el edificio más robusto de allí. Se podría considerar una cabaña, pero era mucho más grande que el resto de las que había. Los hicieron pasar hasta un salón con una larga mesa ovalada donde algunos alfas estaban hablando de, lo que supuso él, temas importantes. 

El murmullo entre ellos se detuvo en cuanto el cazador y Rob pasaron.

El alfa más viejo de ellos, y el que supuso Rob que era el líder de la manada, los despidió brevemente. Solo se quedó uno a su lado, un fornido alfa que, como su atacante, tenía el pelo considerablemente largo. 

Rob presintió que debía de tener un cargo importante. 

"Ragnar." El líder se dirigió hacia el cazador completamente desconcertado. "Hva skjedde, er han en av dem?"

El cazador, Ragnar, negó. 

Rob lo miró de reojo. 

Ragnar

"Det var i utkanten av byen. Først trodde jeg at han var en av dem, men han er en kristen." La grave voz de Ragnar retumbó en el salón. Por su voz se podía deducir que era un soldado leal y seguro de sí mismo. 

El líder de la manada no respondió. Sus ojos se desviaron hacia los de Rob. 

El médico se mantuvo sereno, a pesar de que sentía pesadas sus piernas. 

"Tu olor no es de aquí." Por primera vez en aquella manada, uno de ellos supo hablarle en su idioma natal. La pronunciación del líder era casi perfecta. "Y por tu cara y tu piel, es más fácil saber que no eres de aquí."

Rob no articuló palabra. 

El líder sonrió conmovido. 

"Debiste recorrer cientos de kilómetros para llegar hasta esta manada." El hombre rodeó la larga mesa para llegar más cerca del forastero. "La manada cristiana más cercana de por aquí está a dos mil kilómetros."

"Solo estaba de paso." Rob miró de reojo a Ragnar, que en silencio miraba hacia el suelo. "No pretendía entrar a esta manada."

"¿Sabes hablar algún idioma más?"

"Hebreo y algo de latín."

El líder asintió. 

"Lamento los malentendidos que eso haya podido causar." Aparentemente el líder de todo aquello podía sentir la tensión entre Rob y Ragnar. Sin poder evitarlo, el médico se rascó el cuello con incomodidad. "Estamos teniendo graves problemas con una manda cerca de aquí y mis cazadores tienen la orden de proteger al pueblo frente a todo. Pido disculpas en nombre de Ragnar."

Rob asintió un poco. 

"Faen. Soy un maleducado por no presentarme." El viejo se rio un poco. "Soy Desmond Styles, el líder de esta manada. ¿Cómo te llamas tú, forastero?"

"Soy Robert Jesse Cullen." Se presentó tan cordialmente como pudo. "Fui discípulo de un barbero, y actualmente soy practicante de la medicina."

Aquello captó la curiosidad y sorpresa de Desmond. 

"Tengo entendido que en el cristianismo eso no está muy bien visto. Mi difunta omega era practicante."

"He de ahí la razón por la que pasaba por aquí." Se sinceró. "No llevo un rumbo fijo, pero sé dónde no ir."

"¿Y dónde está tu maestro, Robert Jesse?"

"Murió. La vejez lo incapacitó poco a poco hasta que dejó este mundo."

"Eso debió ser duro para un practicante de la medicina."

"Lo fue, sobre todo porque lo primero que le afectó fue cataratas."

Desmond se compadeció de él en silencio.

"Ojalá me equivoque y Odín me corrija pero, algo me dice que no tienes a dónde ir." Ante aquellas palabras, el joven alfa que se había mantenido cerca de la larga mesa de reuniones miró al líder con el ceño fruncido. "Últimamente mis cazadores están siendo heridos de muerte y no tenemos los suficientes curanderos para sanarlos a todos. No sabes la impotencia y tristeza que eso da a un líder, muchacho."

"Puedo llegar a entender vuestro dolor. He visto a niños morir de gripe española."

"Sería de gran ayuda que un médico se hospedase en nuestra manada por unos días." Le confesó el líder. "Siempre y cuando no tengas ninguna objeción, claro."

"Papá, ¿has perdido el juicio?" El joven alfa habló por primera vez allí. "Con la cantidad de muertes que están habiendo..."

"Edward, sé lo que me hago." Su padre lo interrumpió. El alfa se calló. "No necesito darle más vueltas. Ya está muriendo suficiente gente por este conflicto, no quiero que más niños mueran por desnutrición en mi manada."

"¿Y confías ciegamente en la palabra de un cristiano?" Le cuestionó. "Papá, si Ragnar lo atacó..."

"Por algo lo dejó vivir." Zanjó la conversación con una fuerte voz. "Si Ragnar lo atacó, fue porque tenía la orden de matar a cualquiera que se acercase a esta manda y no hablase nuestra lengua. Y si lo dejó vivir fue por algo, Edward."

El alfa regañado, Edward, frunció los labios. Rob no supo identificar si fue por frustración, o porque realmente le avergonzaba que su padre le gritase como si aún tuviera siete años y se hubiera manchado la ropa de tierra.

Desmond resopló.

"Ahora ve con tus hermanos. Tu primo debe de estar por llegar y dice que trae buenas noticias. Recíbelo como los dioses ordenan, y hazme el favor de no decepcionarme."

"Sí, señor."

"Márchate. Ya puedes irte."

"Creía que íbamos a terminar de hablar el tema de la manada con..."

"Tu presencia ya no es necesaria."

El hijo apretó las manos.

"Bien."

Edward bajó los escalones de la gran sala y salió por la puerta sin siquiera mirar a Ragnar.

"Le pediré a alguien que te prepare una cabaña provisionalmente, si lo que quieres es quedarte durante unos días." Le ofreció Desmond. "Me encargaré yo personalmente de que tu estancia sea lo más agradable posible."

Rob no supo qué decir; hacía menos de media hora tenía la hoja de una daga contra su cuello, a punto de ser degollado, y allí mismo el lider lo estaba invitando a pasar unos dias en la manada.

Barajó sus opciones.

No tenía adónde ir y la noche estaba cayendo. El frío de afuera se le metía entre los huesos y hacía que sus dientes tiritasen. No tenía comida y solo llevaba en los bolsillos un par de monedas, pero estaba seguro de que ningún vendedor deambulante estaría deambulando por aquellas tierras.

Desmond tomó su silencio como un sí.

"Ragnar." El líder llamó a su cazador más leal, y por primera vez el alfa levantó la cabeza.

Desmond le hizo una señal para que lo siguiera mientras bajaba las escaleras para salir por la puerta.

(...)

La cabaña a la que lo llevaron estaba fría.

Rob no sabría determinar cuándo fue la última vez que alguien puso un pie en aquel lugar, vivo o muerto.

Sentía la fantasmal presencia de Ragnar justo detrás de él mientras que Rob se dedicaba a mirar las largas estanterías que, para él, quedaban un poco alejadas.

"¿No se pueden bajar más?" Le preguntó.

El alfa lo miró impasible.

Rob cayó en la cuenta.

"Cierto, no hablas mi idioma."

Siguió deambulando por la cabaña. Curiosamente, Ragnar seguía sus pasos detrás de él en completo y absoluto silencio. Solo se oía de él sus amortiguados pasos sobre el crujiente piso de madera.

Rob pensó seriamente en cuál de los dos armarios de la cocina era mejor almacenar los vendajes que se debían de resguardar bien del polvo.

Arrastró una de las sillas para subirse a ella y así curiosear por la parte de arriba de los armarios.

Cuando verificó que no había tanto polvo como él pensaba, se bajó de la silla. Se giró cuando aún tenía un pie sobre la silla y, para su sorpresa, Ragnar estaba justo detrás que él. Tan cerca que, al girarse, el pecho de Rob chocó con el suyo.

Rob no gritó por el susto, pero sí que se tambaleó.

"Joder." Logró murmurar temblorosamente.

Creyó que tropezaría torpemente y que cabría la posibilidad de que se lastimarse algo. Pero antes de poder asimilar su destino, los brazos del cazador se movieron con rapidez y atraparon al médico.

Ragnar aún lo agarraba aunque Rob ya estaba estabilizado.

Rob lo miró atentamente, en completo silencio.

Ragnar era ligeramente más alto que él, pero eso marcaba cierta diferencia.

"Gracias."

Ragnar lo soltó.

Emitió un gruñido que sonó como una respuesta.

"Lo que no entiendo muy bien es dónde hay leña para hacer fuego, porque hace un frío de cojones. O si hay algo para..."

Sin previo aviso, el cazador salió por la puerta.

El médico frunció el ceño desconcertado.

Al principio creyó que solo había salido a tomar el aire un momento, pero cuando pasaron seis minutos, Rob supo que se había marchado desde el minuto uno.

Pensó en ir en busca de Desmond para preguntarle el tema del fuego, los medicamentos y la comida.

También pensó en cómo lo encontraría dentro de una manada donde solo dos de mil personas hablaban su idioma.

Justo cuando, pasados otros siete minutos, Rob logró pensar en cómo encontrar al líder, Ragnar regresó.

Iba cargado con un saco pesado sobre su hombro, y bajo su otro brazo llevaba algunos troncos de madera cortados en pedacitos.

Rob se quedó atónico.

Se preguntó de dónde había sacado todo aquello.

Ragnar dejó la leña en el suelo y el saco sobre la mesa del comedor. El médico se acercó a darle las gracias.

"Vaya, muchas gracias. Casi creí que iba a tener que ir a buscar a Desmond para..."

Ragnar sacó un alce del saco. O lo que era concretamente el muslo de un alce.

El médico tuvo que apartarse del saco cuando el olor del cadáver lo golpeó duramente en sus fosas nasales.

"Dios mío y el espíritu santo." Apenas pudo murmurar.

Ragnar no parecía tener problemas con el alce.

Del saco solo cogió un muslo y un trozo de pata. Lo volvió a cerrar con una cuerda alrededor, y Rob supuso que era porque ahí habían más partes de alce.

El cazador volvió a salir por la puerta de la cabaña, pero esta vez para no volver más.

Rob quiso preguntarse cómo encendería el fuego.

Cuando se acercó a la mesa para pensar más detenidamente en qué haría con esos trozos de alce, se dio cuenta de que allí también había un pequeño paquete de cerillas.

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